miércoles, 10 de julio de 2013

Bipolaridad, problema número 1 de las embarazadas.

A ver si adivináis qué pasa con las cosas que están subrayadas.
Exacto.
Estáis hechos unos Shakespeares.

Salimos del escenario y continuamos caminando hasta el final del backstage temblando como hojas. Miré a Harry. Harry sintió mis ojos en su espalda, se volvió y, confuso, echó un vistazo en dirección a Zayn, que caminaba con la cabeza gacha mirando el micrófono. Oí el chasquido que produjo el de Niall cuando éste deslizó el pestillo para apagarlo, y, mientras él comprobaba que la luz roja ya no estaba encendida, Liam abrió la boca.
Esa fue la señal.
Con el grito de Liam, todos corrimos a imitarlo, nos volvimos locos, empezamos a dar vueltas los unos alrededor de los otros, abrazándonos, tirando a los demás al suelo y evitando que ellos consiguieran tirarnos, cayéndonos, levantándonos, bramando que lo habíamos hecho, que habíamos ido desde el fondo de unas escaleras a un escenario enorme, a la cima del mundo.
Podría haberme echado a llorar si no tuviera unos ojos tan estrictamente secos, pero Harry lloró por mí, y Niall sollozó por todos, negando con la cabeza, intentando esconderse en la camiseta porque no quería que lo viéramos llorar, a pesar de que aquellas lágrimas eran las únicas que no dolían en los ojos del irlandés.
-Os quiero, tíos, joder, os quiero mucho-dije,empezando el abrazo de cinco que nos convertía en un donut de carne gigante. En seguida todos me dijeron que me querían, a mí y a los demás, mientras los micrófonos yacían en el suelo, algunos encendidos, otros apagados, todos a varios metros de nosotros, ya que en nuestra locura nos habíamos movido bastante.
Lou llegó corriendo a nuestro lado, nos sonrió, nos felicitó por el espectáculo y nos ordenó ir a cambiarnos. Obedecimos cuales mansos corderitos.
Una vez nos entregó nuestra ropa y salió, azorándose aún cuando nos empezamos a cambiar delante de ella, sin que nosotros entendiéramos del todo que se pusiera así, puesto que era nuestra estilista y debía estar acostumbrada a ver partes de nuestra anatomía que no todo el mundo había vislumbrado, dejándonos solos para que volviéramos a vestirnos como habíamos venido.
-Joder, el público era genial, estaba tan entregado...-empezó Zayn, negando con la cabeza y colocando una de las camisas que había dejado tirada mientras nos cambiábamos en la percha.
-¿Os fijasteis cómo se pusieron cuando Niall salió en la pantalla gigante mientras cantábamos Little Things? Casi les da algo-sonreí.
-Perdona, Louis, pero el mejor momento fue cuando gritaron Go, Tommo, go! en I Would-replicó Liam-. Pensaba quedarme callado para que fuera algo especial del disco, pero seguro que te encantó.
-Vaya si me encantó-asentí con la cabeza, subiéndome los pantalones y abrochando el botón, mientras un escalofrío me subía por la espalda cuando recordé a las más de 17.000 personas del O2 gritando a la vez ¡Venga, Tommo, venga!. 17 mil personas gritando tu nombre al unísono era una sensación increíble.
-¿Y cómo gritaban cuando pusieron los vídeos mientras salimos? ¿Lo que se reían?-sugirió Harry mientras Niall zigzagueaba entre nosotros para colocar la púa en un sitio donde la pudiera localizar en el concierto del día siguiente.
-Como para no, Harry, si tu baile de Michael Jackson en medio del paso de cebra es genial-susurró el irlandés, echándose a reír como hacía mucho tiempo que no se reía.
Seguimos comentando los momentos del concierto que más nos habían gustado (para resumir, todos) mientras preparábamos las cosas para el concierto siguiente. Al principio habíamos pensado salir para celebrar que nuestra gira acababa de empezar, pero terminamos decidiendo que mejor guardábamos energías. Cada uno iría al piso que había comprado, nos quedaríamos apartados los unos de los otros para no caer en la tentación. Harry me había dicho que podía irme yo al piso que compartíamos, mientras que él se iría a casa de Nick Grimshaw y haría un maratón con él de películas de miedo. A mí me daba igual, yo me tenía miedo a mí mismo, sabía exactamente lo que iba a hacer en cuanto me quedara solo en casa. Rebozarme en mi propia autocompasión. En silencio. Sin decirle nada a nadie de cómo seguía fastidiándome la relación que tenía, porque no era una relación con la persona a la que yo más quería y deseaba. Daphne no estaba mal, sí, pero... no era Eri. Nadie era Eri. Nadie podría competir jamás con ella.
Abrimos la puerta sólo para encontrarnos con una multitud que nos esperaba. Empezaron a aplaudir con los ojos brillantes, orgullosos de lo que habíamos hecho: algunos no nos conocían, tan sólo eran técnicos contratados para los conciertos que íbamos a dar allí, otros nos conocían de cuando fuimos una banda, y el último grupo, el más ruidoso de todos, el que más se alegraba de nosotros, nos había visto crecer por separado.
Nos hicimos hueco a codazos hasta llegar a nuestras familias, y yo me hundí en los brazos de mi madre, mis hermanas y mi padre. Mamá había tenido la delicadeza de no traerse a su nuevo novio a mi tour, de fingir que éramos una familia estable y unida una temporada más.
-Estoy tan, tan orgullosa de ti-susurró en mi oído, acariciándome el pelo-, mi pequeño BooBear. Tan orgullosa-dijo, separándose de mí, mirándome con aquellos ojos que eran también los míos, sonriendo y dándome un sonoro beso en la mejilla. Yo la estreché contra mí con tanta fuerza que bien podría haberla dejado paralítica a base de destrozarle la espina dorsal, pero no le importó. No nos importó en absoluto querernos tanto que pudiéramos llegar a hacernos daño. Ella era mi madre, yo era su niño, y mientras estuviéramos abrazados nada podría hacernos daño.
A no ser que esa nada viniera de mi interior y creciera hasta salir de mí con el mismo ímpetu que lo hacían los géiseres al erupcionar.
Le acaricié la espalda, alargando el abrazo en la medida de lo posible, y sonreí cuando nos separamos y mis hermanas hicieron piña a mi alrededor. Las gemelas se engancharon a mis piernas, repartiéndose el trabajo de inmovilizarme, Fizzy se encargó de la cintura, y Lottie del cuello. Me dijeron que me querían en un perfecto coro de voces femeninas, ninguna banda profesional había sonado jamás como sonaron mis hermanas.
-Yo también os quiero, pequeñas.
Me distraje un único segundo pensando por qué a pesar de estar rodeado de gente, seguía sintiéndome solo y con le corazón frío. La respuesta era evidente, dos sílabas, tres letras, una única palabra. No me atrevía a pronunciarla ni siquiera en la mente.
Después de ir rotando entre las familias de los demás para recibir sus felicitaciones, conseguimos alejarnos uno en una dirección (¡una dirección!) diferente, dispuestos a ir a la cama y descansar todo lo que pudiéramos. O sufrir. Lo mismo daba.
Les insistí una y mil veces a mis padres que no me importaba en absoluto que se quedaran a dormir en mi piso hasta el día siguiente, para que no tuvieran que conducir por la noche y mis hermanas pudieran descansar, pero ellos se negaron cada vez que les pedía que me obedecieran. Sólo la mayor de mis hermanas me preguntó si podía quedarse. Necesitaba estudiar y con todo el barullo de una casa llena de gente no iba a poder.
Así que allí estábamos Lottie y yo, sacudiendo las manos a modo de despedida mientras contemplábamos cómo el coche en el que Daisy, Phoebe, Fizzy, mamá y papá volvían a casa. Lottie se mordió el labio, yo miré el móvil. Tenía un mensaje de Daphne en el que me preguntaba si tendría 10 minutos en mi apretada agenda de súper estrella para verla.
-¿Te importa si llegamos a casa un poco tarde?
Ella se encogió de hombros.
-Tú mandas. Llevas mandando toda la vida, Louis.
-Era por si tenías prisa o estabas cansada.
Negó con la cabeza; su rubia melena frotó alrededor de ella, proporcionándole un halo áureo digno de un ángel.
-Lo que quieras-replicó. Se echó el pelo hacia atrás, se lo recogió en una coleta y me siguió. Esperó a que le abriera la puerta del coche sin contar con algo: para mí era mi hermana, no una mujer con la que tenía que ser educado. Tenía las manos bien, podía abrirse la puerta ella solita.
Me quitó la gorra que me había puesto y sonrió mientras se ajustaba la coleta para meterla por el agujero de detrás. Negué con la cabeza, puse los ojos en blanco, y arranqué el coche.
Llegamos al sitio en el que había quedado con Daphne un cuarto de hora después. Tuve que obligar a mi hermana a salir del coche, y no le dije nada de a quién íbamos a ver (sólo sabía que era una chica llamada Daphne), por miedo a que se negara en redondo a seguirme.
El local estaba abarrotado, con la música rebotando en las paredes nada más salir de los altavoces. Daphne se reía mientras llenaba un vaso de cerveza utilizando un grifo de la barra.
-¡Hola!-saludó nada más verme, saliendo a toda prisa de la barra para echarse a mis brazos. Me incliné para besarla. Mi hermana empezó a alucinar en ese momento, pero tuvo la decencia de no demostrar nada.
Le acaricié la cintura y prácticamente la arrastré hasta donde nos esperaba la rubia, que la miró con cierta indiferencia, diciéndole sin palabras que Daphne sería temporal mientras que ella estaba fija en mi vida. Algo totalmente cierto.
-Daphne, es mi hermana, Lottie. Lottie, Daphne, mi novia.
La griega no pudo evitar esbozar una mínima sonrisa porque la llamara así. Era la primera vez que me refería a ella de aquella manera; nunca antes había dicho que tuviera novia y que esa novia fuera Daphne.
Las chicas se saludaron, un poco tensas.
-¿Y?-se giró en redondo hacia mí, Lottie puso los ojos en blanco. Odiaba que la gente no le hiciera caso, pero, ¿qué quería? Acababa de conocerla e irradiaba hostilidad por cada poro de su piel-. ¿Cómo ha ido el concierto?
-Genial.
-Modestia aparte-replicó, acariciándome el hombro y sonriendo con aquella sonrisa que era como una bombona de oxígeno en el hundimiento de un barco. Quise volver a besarla, me apetecía mucho, pero seguramente si lo hacía mi hermana le cogiera más asco del que ya le tenía, que era demasiado. Siempre sería demasiado.
-¿Y tu noche? ¿Qué tal?
Se encogió de hombros, mirando a mi hermana por encima de mi hombro. Yo también me estaba preocupando por Lottie, no parecía querer integrarse en el ambiente, por lo que podría llegar a pasarlo incluso mal.
-Bastante liada. Estoy ayudando a Rachel con el lío que tiene esta noche. Y luego supongo que me iré a la cama temprano, tengo que estudiar para la universidad y preparar unas clases...
No la conocía de mucho tiempo, pero sí del suficiente para saber que esa era la forma que tenía de pedirme sexo. Y yo me hacía el loco, de momento, hasta que no tuviera otro remedio que enfrentarme a lo que ella quería, decirle que no estaba preparado todavía...
-Entonces nos iremos ya-susurré, pegándola contra mí y aspirando el aroma de su pelo. Sonrió mientras me abrazaba, aunque sabía que era mi manera de decirle que lo dejara estar de momento, mi forma más rápida y eficaz de escurrir el bulto.
-Vale. Ya nos veremos-se puso un poco de puntillas para llegar hasta mi loca. Noté cómo mi hermana aparaba la vista deliberadamente, haciendo como si no estuviéramos. Daphne la miró con aquellos ojos felinos.
-Te dará una oportunidad.
Se mordió el labio. Eri estaba allí.
-¿Tú crees?
-Estás haciendo mucho por mí.
Me acarició el cuello de la camiseta, poniendo bien una camisa que no estaba allí.
-Apuesto a que ella no te cerró tantas heridas como he hecho yo-susurró. Le sonreí, un poco triste, un poco agradecido, porque al fin y al cabo tenía razón. Si no me había vuelto loco era porque la había encontrado rápidamente. Pero seguía pensando lo mismo, sobre todo cuando la mencionaban, aunque no dijeran su nombre.Y de repente, la misma duda de siempre se me pasó por la cabeza... Eri, ¿dónde estás? ¿Por qué me haces esto? Joder, me podría dar sólo una razón, sólo una y me marcharé después. Me iré donde tú quieras, haré lo que haga falta, pero, por favor, por lo menos dime dónde podré encontrarte.
Sacudí la cabeza, le revolví el pelo a Daphne en actitud cariñosa, y fui a buscar a mi hermana, que se había apartado a un rincón y trataba de hacer el mínimo caso de un baboso que luchaba desesperadamente por conseguir su teléfono.
La tomé de la mano y la saqué de allí con un infinito agradecimiento por su parte. Se metió en el coche y se abrochó el cinturón antes de darme tiempo prácticamente de abrirlo. Se encogió de hombros cuando la miré con ojos como platos.
Apenas enfilé la calle en dirección al piso, Lottie ya me estaba interrogando acerca de Daphne.
-¿Desde cuándo conoces a esa?
Algo en mi interior se puso en guardia en cuando Lottie se refirió a Daphne como "esa". Tenía nombre.
Me enorgullecí por cabrearme de aquella manera por una estupidez de ese calibre; eso significaba que me importaba Daphne, lo suficiente como para querer defenderla de mis seres queridos si ellos no la trataban como era debido.
-Tiene nombre-espeté, fijando la vista en la carretera y negándome a apartarla de allí. Lottie se encogió de hombros, mirándose las uñas.
-Vale, cambiaré la pregunta. ¿Desde cuándo tienes una novia nueva?
Ahora la cosa ya no era tan sencilla como antes, ya no se trataba de defender a Daphne de un trato injusto; se trataba de ensalzarla por encima de mi española. Lo cual sería muy difícil... si no imposible.
-Hace... como una semana, día arriba, día abajo.
Lottie asintió con la cabeza, vi por el rabillo del ojo cómo bajaba el parasol del techo y abría el espejo para comprobarse el maquillaje.
-Entiendo.
Su tono me irritó.
-Oye, me dijisteis que saliera y me relacionara y todas esas gilipolleces, y ahora que lo he hecho me ponéis pegas. No hay quien os entienda.
Volvió a encogerse de hombros.
-Es sólo que me sorprende lo rápido que has encontrado una sustituta para la que se suponía que era tu alma gemela.
-Eri es mi alma gemela-gruñí, clavando los dedos en el volante y tragándome la rabia que me corroía por dentro, intentando controlar a aquel dragón que comenzaba a despertarse y quería librarse de sus cadenas, que le impedían volar. Escupió fuego, pero yo me tragué ese fuego, a pesar de que me hiciera más daño que si lo echara fuera, a pesar de que me quemara la garganta-. Lo que pasa es que... somos almas gemelas hechas para la distancia.
Sin querer, mis ojos volaron al tatuaje del brazo, uno de los primeros que me había hecho. Decidí que ése sería su auténtico significado; incluso cuando acababa de nacer, parecía ser el más acertado a la situación en la que me había tocado vivir.
Lottie frunció el ceño, apartándose un poco un mechón de pelo rebelde de la cara.
-Te jode. Te jode que no sea ella.
Me quedé callado, porque me conocía. Llevaba 21 años viviendo conmigo mismo, y sabía que si en ese momento abría la boca, no la cerraría en varias horas.
Charlotte me miró, y vio algo en mis ojos cuando me digné a devolverle la mirada que le hizo comprender que no estaba de humor para gilipolleces y broncas del estilo de la que los dos sabíamos que íbamos a tener si seguía con el tema. Así que cerró la boca, miró por la ventanilla en silencio, y me dejó a solas con mis pensamientos en cuando a conversaciones se refería.
No fue hasta que nos metimos en el ascensor para subir al piso cuando rompió aquel silencio sepulcral que se había instalado entre nosotros.
-¿Te importa si voy a dar una vuelta? Es probable que vuelva pronto.
La miré, ignorando a propósito los mensajes del grupo de WhatsApp de los chicos. Se suponía que nos íbamos cada uno a nuestra casa para estar alejados de los otros y no ponernos histéricos y empapar a los demás con nuestra propia histeria, pero había un problema: la tecnología no estaba de nuestra parte.
-Me parece que te va a sentar bien estar solo y... pensar.
Me estaba ahogando en mis propios gritos, y ella lo sabía. Pero también sabía que no iba a abrir la boca para gritar en una casa donde no habría nadie escuchándome. Y no sé qué era peor.
-Vale.
-Volveré pronto.
-Vuelve cuando te dé la gana. Es tu vida-repliqué, encogiéndome de hombros y bajando la vista al teléfono. Me llegó un mensaje de Daphne. Decidí ignorarlo, al menos de momento. Estaba haciéndome un lío yo solo y hablar con ella no haría más que enredar todavía más las cosas.
La griega estaba en clara desventaja en relación a la española, pero también tenía sus propios ases en la manga. Uno de ellos, el principal, era que, efectivamente, ella estaba allí, podía localizarla, no como a cierta chiquilla que se había evaporado de la faz de la tierra igual que lo hacían los mares para convertirse misteriosamente en nubes. Luego estaba el segundo, que no era otro que el hecho de que ella vivía en la misma ciudad que yo, lo que en una relación sólo aportaba ventajas.
Y luego teníamos aquel tercero al que me había dejado echar un rápido vistazo. Eri era mi enfermedad, mi droga, y perderla era mi muerte; Daphne era la medicina, la desintoxicación, la reanimación cuando la primera ya no estaba. Eri me habría heridas que a mí me encantaban, Daphne las cerraba. Eri me hacía sentir, me inundaba de sensaciones; Daphne me tiraba un flotador para asegurarse de que todas aquellas emociones no se sobrepusieran a mí.
No me atreví a decirle a mi hermana que en realidad sí que necesitaba que se quedara conmigo, porque mi instinto de hermano mayor me hizo cerrar el pico y dejar que fuera donde tuviera que ir. Merecía pasárselo bien. Era la pequeña, ella no tenía por qué quedarse en casa consolándome cuando las cosas me iban mal. Nuestra relación no era recíproca en ese sentido, así estábamos programados por la naturaleza y así debían ser las cosas.
Apenas abrí la puerta y la dejé pasar (ahora me apetecía ser un caballero con ella), echó a correr por el pasillo y desapareció. Suspiré, poniendo los ojos en blanco, y me dirigí directamente al sofá, dejando la mochila con las cosas a mi lado, por si necesitaba algo. Chasqueé la lengua al darme cuenta de que no había cogido ninguna cerveza ni nada para picar durante mi eterna noche de reflexión. Gruñí por lo bajo y me levanté para ir a la cocina.
Lottie se asomó al pasillo y me levantó dos blusas.
-¿Cuál elijo?
-La que te salga de los cojones-repliqué yo, sin mirarla siquiera, y abriendo la nevera. Escuché sus pasos descalzos por el pasillo. Cuando me giré, se estaba abrochando sólo dos botones de una de las dos, lo justo para que yo no viera nada que no tuviera que ver.
Irónicamente, muchas veces nos habíamos bañado juntos cuando éramos pequeños. Pero aquello ya no parecía contar, así como tampoco contaba ya el hecho de que no encontrara a mi hermana para nada atractiva.
-Que cuál elijo-repitió,impaciente, sosteniendo la otra con la punta de los dedos en alto, dejándome inspeccionarla.
-La que llevas.
Le sentaba mejor aquel rosa pálido tan ultra femenino.
Volví a girarme hacia la nevera mientras ella se fue, y asentí con la cabeza mientras la metía dentro.
-Mm, alitas de pollo-celebré, sacando un envase de plástico con la comida acompañada de su salsa. Lo metí en el microondas, abrí la cerveza con los dientes (el incansable consumo de alcohol era lo que tenía, te acababa convirtiendo en un experto abrelatas humano) y me dirigí al salón, quitándome los playeros con los pies mientras tanto. De una patada, lancé las Vans contra la pared. Chocaron con un ruido sordo mientras encendía la tele y me preguntaba qué podría ver mientras Lottie se largaba. Sabía qué iba a hacer en cuanto la chica cerrase la puerta.
Lottie volvió a aparecer en la puerta, esta vez ya vestida. Se había cambiado la blusa por una camiseta de tirantes plateada, se estaba cepillando el pelo, y se cubría los glúteos con una falda que dejaba muy poco a la imaginación.
-¿Cómo estoy?
-¿Vas a ir así?-fue lo único que se me ocurrió decir, mirando con los ojos entrecerrados las piernas kilométricas de mi hermana. Asintió.
-¿Por qué?
-¿No es un poco corta esa falda?
-Bienvenido al siglo XXI, Louis-replicó, haciendo una reverencia. Si hubiera tenido a alguien detrás, le habría visto los ovarios.
-Sólo digo que esa falda me parece muy corta.
-Por algo se llaman minifaldas-espetó ella, echándose el pelo hacia atrás y recogiéndoselo en una apresurada coleta; su ritual de maquillaje estaba a punto de empezar.
-Llamar a eso minifalda sería ser muy generoso, nena. En mi barrio lo llamamos cinturón.
Suspiró.
-¿Qué te pasa, Louis?
-¡A ver, hostia! ¡Me has pedido mi opinión!
-Que es...-puso los brazos en jarras mientras se mordía la lengua para no mandarme a la mierda.
- Lottie, hija, pareces una buscona. Con todo el cariño de un hermano, pero lo pareces.
Bufó y me miró.
- Habló, el que se lía con tías solo porque se parecen a su novia que le ha abandonado. Supéralo ya Louis.
-No me sale de los cojones superarlo-gruñí por lo bajo.
-Pues tendrás que hacerlo. Vale, Eri te ha dejado, sí, y no sabes dónde está; pero que te arrastres como una jodida babosa desesperada por el suelo, que no hace otra cosa que mirar a su alrededor para ver si encuentra una puñetera pista de dónde está su ex novia desaparecida, pues... ¿qué quieres que te diga, chico? Me parece muy triste.
-Nadie te ha pedido tu opinión.
-Ya, pero yo te la doy igual, que para algo soy tu hermana y para algo vivimos en un país libre.
-No me toques los huevos, Lottie.
-¿O qué?
Me levanté.
-Que no me toques los huevos, y punto.
Sonrió con cinismo.
-¿Qué vas a hacer? ¿Vas a pegarme? Porque estás poniendo la misma cara que ponías cuando éramos críos y te calentaba los motores. Apuesto hasta a que ya te está picando la mano.
Qué cabrona, cómo me conocía.
-¿Qué cojones te ha hecho Daphne para que la trates de esa manera?
-Existir-se encogió de hombros con una sonrisa luchando por nacer en sus labios, que ella trataba de controlar en la medida de lo posible. Le hacía gracia. A la muy hija de puta le hacía gracia.
-Perdona que ella me esté haciendo feliz.
-No te está haciendo feliz, Louis. La estás utilizando. Es tu puta tirita. En cuanto te recuperes, la mandarás a la mierda. Y yo no tengo por qué tragar a las pavas a las que te follas sólo para superar que no tienes lo que hace falta para luchar por lo que deseas.
Dicho esto, se largó. ¿Quién cojones era ella para decirme nada? Cogí el botellín de cerveza y me lo llevé a los labios. Y mientras hacía esto me di cuenta. La estaba utilizando, solamente porque se parecía a Eri. No se merecía que la engañaran así, y mi corazón tampoco. ¿Y si la española aparecía? En mi cara se dibujó una mueca de horror. Era cierto. No me había enamorado de Dahpne. Joder, en parte sí, pero sólo en la parte que era igual que Eri. Y no tenía a nadie a quién contárselo. Lottie me mandaría a la mierda (y, además, no pensaba admitir que tenía razón) y a los chicos ya los había mandado yo cuando intentaron hacerme decidir qué tenía exactamente con la griega.
-Estoy jodido de cincuenta mil formas diferentes-susurré a la tele, sentándome y volviendo a beberme la botella. Ya la había acabado. Cerré los ojos y apreté el cristal contra mi frente. El microondas pitó para indicarme que ya había terminado su trabajo, pero yo ya no tenía hambre.
Oí los pasos de mi hermana mientras se acercaba a la cocina. Abrió la pequeña puerta, sacó el contenido y, tras rebuscar en las alacenas y encontrar un plato y cubiertos, llegó hasta mí.
La miré.
No había ni rastro de su ropa de fulana de discoteca; llevaba una de mis camisetas, que le quedaba holgada de hombros y ceñida de pecho, y unos bóxers míos que le cubrían media pierna. Más que la falda-cinturón. Lo cual no era nada difícil.
-¿A dónde vas así?
-Voy a quedarme aquí, contigo-susurró, poniendo los platos encima de la mesa y cogiendo unas bandejas. Se sentó a mi lado, estiró las piernas cruzó los pies y me arrebató el botellín. Se colocó un plato sobre los glúteos, que apenas se tocaban, e invirtió la botella. Un par de gotas aisladas se lanzaron al vacío.
Nos miramos un segundo.
-No hace falta que te quedes, Lottie.
-Vete a por cervezas, Lou.
Habíamos hablado a la vez, lo repetimos tres veces, y las otras tres veces hablamos cuando el otro estaba hablando. Nos echamos a reír, y le hice repetir lo que había dicho. Mientras me levantaba yo le dije lo mío.
Se encogió de hombros.
-Quiero quedarme. Eres imbécil, pero eres mi hermano Y te quiero.
-Oh, qué bonito, Lottie.
-Dime que me quieres tú también, cabrón-replicó, abrazándose a un cojín y sonriendo, haciendo la misma mueca que cuando éramos pequeños y yo le decía que era muy mona.
-Te quiero. Aunque me robes los calzoncillos.
-Tengo bragas debajo.
-Da igual; te los doy. No quiero que me pegues ninguna marranada.
Me tiró el cojín.
-Gilipollas-la oí decir mientras me inclinaba a coger las cervezas que quedaban. Cuando volví al salón, se estiró y cogió una botella. Intentó hacer lo mismo que yo con los dientes, pero no consiguió nada más que hacerse daño.
-¿Me lo haces?
-¿¡EL QUÉ!? ¡CHARLOTTE, JODER, QUE SOMOS HERMANOS!-grité, escandalizado. Se echó a reír.
-Abrir la cerveza, Louis.
-Ah. Pues empieza por ahí-repliqué, cogiéndola y repitiendo la operación. Una vez abierta, se la entregué y brindamos. Cogimos cada uno una alita de pollo con los dedos y nos la llevamos a la boca.
-¿Qué tal la Uni?-pregunté, cambiando de canal. Protestó cuando puse una película de miedo, así que tuve que poner un pastelón del canal de dramas de turno. Sonrió.
-Bien. El otro día me enrollé con un chico que está... que te cagas-alzó las cejas.
-¿Pasasteis a mayores?
-Por supuesto. Tu hermana es una zorra-replicó, negando con la cabeza y chupándose los dedos. Ya se había zampado una alita a la velocidad del rayo, la muy perra-. ¿Y tú con esa? ¿Qué tal?
-Tiene nombre, Lottie.
-¿Se llama Lottie también? Marco tendencia. Todas quieren llamarse como yo-replicó, aleteando con las pestañas.
-Lottie.
-Vale, ¡vale! ¿Qué tal Daphne? ¿Es buena en la cama? Espero que seas lo bastante listo como para follártela con condón, porque, querido, no va a pasar lo mismo que está pasando con Noemí.
-Punto uno: no nos hemos acostado todavía. Punto dos: cómo follemos o no es asunto mío, no tuyo. Punto tres: ¿qué pasa con Noemí?
Fruncí el ceño mientras me terminaba mi segunda alita. Parecíamos estar compitiendo por quién corría más.
-Que le perdonáis el estar preñada. Los tíos no soléis ser tan indulgentes.
-No somos el demonio.
-¿Cómo es que todavía no te la has tirado? ¿Tan estrecha es? Eres Louis Tomlinson, joder. Díselo.
-Soy yo el estrecho.
Se atragantó con la alita, se me quedó mirando con ojos como platos y tragó con dificultad.
-¿Es por Eri?-susurró después de un rato. Bingo.
Asentí con la cabeza; ella estudió lo poco que le quedaba de carne. Di un mordisco a mi cena y miré la televisión. Un par de chicas debatían cuál quería más a su novio.
-Voy a cambiar de canal-anuncié-. Prefiero ver tripas a gilipolleces de este calibre.
No protestó.
-A veces pienso que hago mal, pero es que veo a Eri cada vez que miro a Daphne a los ojos. Es tan.. ella, joder.-negué con la cabeza, impotente. Tenía razón en todo lo que me había dicho hasta ese momento-. No me puedo quitar a la española de la cabeza, nena, pero es que es tan parecida a ella que... siento que es todo lo que necesito ahora mismo-había captado toda su atención, me miraba en silencio, esperando a que continuara-. ¿Te crees que no sé que puede que le esté haciendo daño? A mí también me jode hacer esto, Lottie, pero no puedo controlarlo. Me gusta Daphne, la quiero, no de la manera en la que quería a Eri, pero la quiero. Joder, creo que no quiero ni a mamá de la manera en que quiero a Eri, ¿sabes? Sé que no estoy siendo justo, pero la vida no lo es, lo que me está pasando no lo es, y me duele. Me duele mucho. Pero más me duele no estar con ella, porque es como un antídoto a todo lo que me pasa.
Lottie se acurrucó contra mí.
-Habrá que pensar en algo que se pueda hacer. Y, mientras tanto, deberías intentar alejarte en la medida de lo posible de Eri.
Fruncí el ceño.
-¿Alejarla?
Asintió con la cabeza, acariciándome el pecho y besándome en la mejilla.
-Sé que habéis vivido mucho juntos, Lou, pero... tienes que olvidarla.
La miré como si yo fuera el Papa y ella la mayor atea de toda la historia de la humanidad.
-No puedes pedirme que renuncie y olvide todo lo que he pasado, Lottie.
-Nunca te he visto así de terco y jodido.
-Es que nunca he estado tan terco y jodido-repliqué, negando con la cabeza-. Pero lo que he tenido con Eri ha sido genial, ¿vale? Y merece la pena sufrir. Si lo paso mal es porque sé que no se va a repetir, no porque no piense que fue lo mejor que me ha pasado en la vida.
Se quedó callada, digiriendo esta información, mientras yo no hacía más que mirarla, esperando que comprendiera. Terminé por estirarme y revolver en mi mochila hasta llegar a la caja de cigarrillos que había comprado con Zayn y que, misteriosamente, había terminado en mi mochila, no en la suya.
Lottie frunció el ceño cuando me vio sacar el cigarro y encenderlo. La sensación de tranquilidad mientras el humo entraba en mi cuerpo fue instantánea. Seguía sin saberme del todo bien, pero entendía que la gente se enganchara al tabaco de aquella manera; te hacía sentir como si tus problemas no fueran tan graves como tú te empeñabas en creer que lo eran, lo cual estaba genial.
-¿Estás fumando? Qué asco, ya no eres mi modelo a seguir-aseguró, negando con la cabeza y retorciéndose para alcanzar la última alita de pollo sin tener que hacer mayores esfuerzos.
-No debería ser tu modelo a seguir, Lottie. Debería haber dejado de serlo mucho tiempo.
-¿Por qué?
-No deberías tener como modelo a seguir a una persona que repitió un curso.
-Pero eso no importa. Mi modelo a seguir era mi hermano, que se reía en la cara de las putadas que le hacían, no mi hermano, el que se hecha a perder a él y a su salud porque no es capaz de pelear por lo que desea.
Alcé las cejas mientras daba otra calada.
-¿Eso hago?
-Desde siempre. Ahora parece que has decidido darte un descanso, pero... sí. Eso haces.
-Lottie, lo de Eri...
-Lo sé, lo sé-replicó, levantándose y estirándose. Has hecho todo lo posible por encontrarla, no has podido, no se te ocurre qué mas hacer, y eso... pero, respecto a la griega esa-levantó el pulgar por encima del hombro y señaló a su espalda, como si la tuviera justo detrás-, creo que te estás precipitando. Date un tiempo para pensar.
Asentí con la cabeza. No porque estuviera de acuerdo, sino porque quería que se callara de una puñetera vez. Palmeé el sofá a mi lado, pero ella negó con la cabeza.
-Creo que voy a repasar algo antes de acostarme. Que duermas bien.
-Lo mismo digo. Buenas noches.
-Buenas noches-y se perdió por el pasillo. Segundos después apagaba la luz, dejándome solo con mis pensamientos. Por fin podría torturarme con los recuerdos en vídeo que me quedaban de Eri... pero no me apetecía demasiado.
Me quedé mirando la pantalla sin verla realmente.
Llevaba mucho tiempo sin saber nada de Eri, y la necesidad de verla era ya abrumadora. Me parecía bien que no quisiera verme a mí ni mandarme un mensaje, pero a los demás no tenía por qué hacerles esto, si supieran algo de ella, si ella hubiera mandado algún mensaje o llamado yo lo sabría. Aquí la única que sabía mentir era Eri. Para mí era una tortura, pero para los demás tampoco era fácil, mi cuerpo y mi mente no querían olvidarla, y yo tampoco. Eri era mi vida entera y ahora ella se había ido y a saber con que cabrón estaría ahora...
Pero había algo en el fondo de mi corazón que me decía que Eri no iba a volver, cuando colgué ese puto teléfono, cuando lo tiré dejándome llevar por la rabia momentos después sentí un vacío que no era normal, y pasar tanto tiempo sin saber nada de ella me estaba empezando a preocupar, porque, ¿y si había enfermado y por eso no había nadie en su casa? O, aún peor, ¿y si había enfermado y...?No. No podía pronunciar esas palabras, no podían ir en la misma frase, no... Era una gilipollez, Eri estaba sana, y yo lo sabía. Habría notado algo de haber sido el caso contrario, como siempre hacíamos el uno con el otro cuando uno de los dos estaba mal.
¿Tan egoísta eres, tan egocéntrico, que necesitas que esté pasándolo mal por lo que le has hecho tú? Te estás rebajando mucho, tío, escuché a mi conciencia, que no podría tener más razón. Cerré los ojos con fuerza, deseando evadirme de aquella realidad, intentando llegar a una tierra donde las relaciones no terminaban una vez llegaban a ver la luz, donde las cosas eran como debían ser y como todo el mundo esperaba, donde yo todavía estaba con mi chica, y no me empeñaba en buscarle sustitución a algo insustituible.
Me levanté a duras penas del sofá, recogí los restos de la cena y el cenicero (me había fumado otro cigarro sin darme cuenta, estaba empezando a entender a Zayn), los llevé a la cocina y los arrojé en el fregadero, sin preocuparme de si se rompían o no. Yo sí que tenía cosas rotas, cosas mucho más importantes, así que un plato y un cenicero no podían caer más bajo en mi escala de preocupaciones en esos instantes. Arrastrando los pies, sin ganas de nada, me metí en mi habitación y cerré la puerta. Habría sido buena idea llamar a Lottie para que me hiciera compañía; si yo sabía de sobra que no podía dormir solo desde aquel fatídico día en que me había cargado mi teléfono, entonces, ¿por qué no le había dicho nada a mi hermana?
Me quité la ropa sin muchas ganas y me metí en los pantalones del pijama con menos ganas aún. Ni siquiera me puse una camiseta, a pesar de que todavía eran principios de marzo y no estaba la cosa para tirar demasiados cohetes, al menos en lo que respectaba al calor.
Y fue ahí, justo en el instante en el que me tumbaba en mi cama, cuando la vi. Estaba ahí de pie, tan guapa como siempre, me miraba con una sonrisa burlona y decía:
-Louis William Tomlinson; explícame ahora mismo qué haces que no me besas
- no me importó nada que echara mano de mi nombre completo, era uno de los problemas y molestias más insignificantes que tenía.
Eri. Sonrió con aquella sonrisa suya que sería capaz de detener un avión en pleno vuelo, se agachó y se recogió el pelo. Yo no podía esperar, me daba igual que aquello estuviera mal. Aunque tuviera nueva novia, no me importaba, la legítima era aquella. Si Eri era el nuevo demonio, le daría mi alma sin que ella me lo pidiera. Me abalancé contra ella y en el momento en el que nuestros labios se iban a unir, PUFF, desapareció. Como si nunca hubiera estado allí.
Es que no ha estado aquí, imbécil. No ha estado aquí. Me incorporé en la cama, me senté y miré a mi alrededor. No podía haber desaparecido de aquella manera. Era imposible. Y, sin embargo, tampoco podía haber surgido allí, como si nada. Cuando pensaba que todo había sido una alucinación causada por ir con un par de copas de más, lo pisé. Era su anillo, aquel que yo le había regalado, ese que nunca se quitaba y al que tanto cariño le había cogido. Lo recogí mientras una pequeña, pero sincera, lágrima caía por mi cara. Los recuerdos me abrumaban mientras una frase se repetía en mi cabeza.Eri es y será mi amor verdadero.
A la vez que esa frase, surgió otra aún más trascendental.
Ella ya no está, ya no hay amor en tu vida. Así que no tienes vida. Estás muerto, chaval. Estás muerto.
Cerré la mano en la que sostenía el anillo hasta convertirla en un puño; lo sentí resistirse contra mi piel. Estaba frío, muy frío. Venir de sabía Dios dónde debía de rebajar la temperatura varias decenas de grados. Sin pensarlo dos veces, me eché la mano al cuello, me saqué la cadena, y la abrí. Lo introduje dentro; el anillo se deslizó a toda velocidad por ella, como si fuera en caída libre, para chocar finalmente con un tintineo contra la chapa que me había regalado en el penúltimo mesversario que habíamos celebrado.
Me lo llevé a los labios, y me volví a echar en la cama. Fingí dormir toda la noche, cuando en realidad me torturé a un nivel que no habría llegado a alcanzar con los vídeos.
Qué guay soy. Me estoy empezando a imaginar cosas. Cosas que no pasan de verdad.
¿O no?
Claro que esto está pasando solo en tu cabeza, Lou, pero, ¿por qué iba a significar eso que todo esto no es real?
Era increíble lo que podía hacer la mente humana.
Y más cuando te estabas volviendo loco.


Llegué a casa de los primeros al día siguiente, con un humor de perros después de descubrir que para lo único que me reclamaba el dios del sueño, como coño se llamara, era para recordarme lo que ya no tenía. Había vuelto a tener aquel sueño ardiente del día de mi cumpleaños, cuando lo habíamos hecho sin condón. Otra vez.
Estábamos en una playa, con un día salpicado aquí y allá de nubes. Sorprendentemente, estábamos solos. Las olas rompían con furia, intentando competir con nuestros gemidos. Todo se repartía en tonalidades grisáceas, salvo nosotros, que parecíamos brillar con luz propia.
Un coche pasó por la carretera, y ella sonrió, sentada sobre mi, dándome la espalda mientras yo entraba y salía.
-¿Nos ven?-pregunté.
Se encogió de hombros, sin importarle demasiado; tomó una de mis manos que estaban sobre sus pechos y bajó hasta el punto exacto en que nos uníamos. Comenzó a acariciarnos con mi mano, la arena nos raspaba la piel. Gemí su nombre. Ella suspiró, se dobló en un ángulo imposible que me permitió mordisquearle el pecho y jadeó que me amaba contra el frío viento de principios del otoño español. Le dije que yo también la quería; abrió los ojos y me miró mientras seguíamos moviéndonos acompasados, observados por el mar, las gaviotas y los cangrejos que habitaban aquella playa.
El coche giró la curva y desapareció en un destello de luz blanca.
Y de repente volvía a estar en casa, incorporado en la cama, jadeando, bañado en sudor y preguntándome por qué era todo tan real. Lo que tenía entre las piernas no hacía más que exigir una respuesta, acompañando a mi mente confundida.
-¿Hay alguien en casa?-inquirí, cerrando la puerta de la pequeña mansión que compartía con los chicos. Oía ruidos en el piso de arriba, pero bien podían ser ladrones dispuestos a rajarme el cuello y acabar con aquel sufrimiento e indecisión que me atenazaban.
-Estoy yo-dijo Niall, asomándose desde el salón. Llevaba la gorra con los colores de su país que le habían regalado por su cumpleaños.
-¿Y arriba, quién está?
Se echó a reír.
-Harry y Noemí. Es gracioso; Noemí estaba de mala hostia, se puso a darle leñazos con su zapatilla, y de repente, le dijo: Harry, amor (le dio otro zapatillazo); perdóname, hoy estoy bipolar. Follemos.
Aguanté como pude las ganas de reírme porque todos en aquella casa estábamos igual, babeando detrás de nuestras mujeres y haciendo lo que ellas nos decían.
-¿Y están follando?-pregunté para cerciorarme y dar vía libre a mi risa.
-¿No les oyes?-negó con la cabeza, sonriendo-. Las mujeres embarazadas son todas bipolares.
Nos echamos a reír los dos juntos; nos preguntamos qué tal habíamos dormido, intercambiamos un par de opiniones acerca del concierto de la noche anterior, y, sin saber cómo, terminé hablándole de mi sueño. No le conté los detalles, pero tampoco hizo mucha falta.
-¿Sabes qué sería bestial?
-¿Qué?
-Que estuviéramos en una fanfic. Ahora la narradora escribiría algo así como: Y entonces, el encapotado cielo se abrió con un rayo de sol deslumbrante. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡NO! ES ERI LA MUERTA!
Lo miré con ojos como platos.
-¿ERI ESTÁ MUERTA?-bramé. Negó con la cabeza.
-¿CÓMO VA A ESTAR MUERTA? Tal vez en la fanfic sí. Tal vez la escritora tuviera una amiga llamada Eri con la que ya no se hable.
-Y coge, y se la carga.
-La gente de hoy en día está muy enferma, Tommo-replicó él, encogiéndose de hombros y dándole una chuchería al conejo de Alba. Acaricié a Horace/Arena con la punta del pie. Al bicho pareció gustarle.
Fruncí el ceño.
-¿Quién las escribe?
-¿El qué?
-Las cosas esas.
-¿Las fanfics? Las fans. Fan fictions-me explicó.
-Entonces me odia-reflexioné. Miré a ambos lados-. ¿Por qué me odia? ¿Le he hecho algo?
Se encogió de hombros.
-Igual es una ex tuya.
-¡DE LA CUAL PUEDE QUE NO SEPA SU EXISTENCIA!
Niall arrugó la nariz.
-No... sé. Deberíamos consultarlo.
-¿Es posible?
-Tal vez, Louis, no lo sé.
-Esto me recuerda a las clases de Filosofía. Con el Sócrates ese. Y todos esos señores con nombres extraños.
Chasqueó la lengua.
-¡SABÍA QUE SE ME OLVIDABA ALGO! Tenemos que ir a ver a los mánagers esta mañana, antes del concierto de la tarde.
-¿Pasa algo?
-Nada, están con sus gilipolleces de turno. Lo de siempre. Cómo vender más, y todo eso.
Alcé las cejas.
-Impresionante.
Nos quedamos mirando la televisión en silencio, yo reflexionando.
-Niall, me cago en tu puta madre, ahora no voy a poder dormir por culpa de lo que me acabas de decir.
-Pero tío, ¿cómo vamos a estar metidos en una fanfic? En las fanfics se casa todo el mundo a los dos días de conocerse.
-Ahá.
-Y no rompe nadie.
-Ya.
-Y no hay nadie con anorexia.
-Joder-asentí-. ¿Y si es una fanfic rara?
-¿Y si quien la escribe nos odia? ¿Y SI SON LOS DE THE WANTED?-bramé.
-No, los famosos no hacemos cosas de estas.
Me encogí de hombros.
-Joder. Estoy preocupado.
-No te rayes-exigió Niall-. Y déjame ver la tele.
-Pero, podría ser, ¿no?-insistí. Si tenía una narradora que me estaba haciendo pasar por todo esto iría a su casa y le pegaría una paliza. Por hija de puta-. Quiero decir, estas cosas pueden pasar.
-Puede ser, pero, piénsalo. No hemos conocido nunca a ninguna chica que nos haya mencionado nada de lo que hemos vivido hasta ahora en una novela. Nadie nos ha hecho decir cosas que a nuestras fans le gustarían.
-¿Como por ejemplo?
Se quedó pensando un momento.
-Pongamos que nuestra escritora es... española.
-¿Por qué?
-Nuestras novias lo son.
Fruncí el ceño.
-Tiene lógica.
-Y que tiene una amiga que se llama...
-¿Puede llamarse Virginia?
-Que se llame como le dé la gana-asintió con la cabeza-. Virginia está bien. Entonces, en un momento dado, nuestra escritora nos haría decir: ¡Vir es la puta ama! Pero jamás hemos dicho tal cosa, ¿no?
-No-asentí con la cabeza, pero me estaba acojonando cada vez más. Lo único que me faltaba era estar sufriendo porque alguien que manejaba los hilos de todo el mundo nos odiaba.
-Louis-me llamó Niall. Lo miré.
-¿Y Liam y Alba?
Se encogió de hombros.
-Llegarán ahora. Y tú tranquilo. ¿Sabes cómo sé que no somos nada de una novela?
-¿Cómo?
Me pegó con la mano en el brazo con todas sus ganas.
-¡NIALL! ¡JODER!-grité, llevándome a la mano al lugar que resquemaba.
-¿Ves? Duele. Si fuéramos personajes de una novela, no nos dolería.
Lo medité un momento.
-Tiene sentido.
-Lo sé.
-Qué listo eres, tío.
-Lo sé. Soy irlandés.
Ahí tenía que darle la razón, a ese pequeño duende irlandés cabrón. Tenía que reconocer que tenía razón.

2 comentarios:

  1. Niall dice que soy la puta ama, envidiame, Eri, envidiame. Jeje ;)

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    Respuestas
    1. Puede. Pero yo me follaba a Louis.
      Envídiame Vir, envídiame.

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