lunes, 31 de diciembre de 2018

2O18, gracias, ¡adiós!



El año anterior al pasado escribí un mero guión de las cosas más importantes que me habían pasado en 2017, diciéndome que haría la entrada de resumen de año más adelante. Tuve 365 días y aun así, si buceas lo suficientemente profundo por mi blog, observarás que el pequeño guión sigue ahí.
               Creo que es lo único en lo que he procrastinado sin sentirme mal en 2018; no escribí ninguna entrada de resumen, sino que simplemente me centré en ir hacia delante, olvidándome totalmente de esta pequeña tradición mía que responde a la naturaleza auténtica de este blog: recordarme las cosas que hacía, pensaba y sentía, cuando pase el tiempo y cambie de costumbres, pensamientos y sensaciones.
               2018 ha cambiado sólo en eso, pero no en lo demás. Fiel a mi espíritu insultantemente positivo, creo que mi año ha sido muy bueno y que merece la pena dedicarle unos minutos de mi tiempo a resumirlo, para poder situar las cosas que me pasaron cuando eche la vista atrás.
               Éste ha sido el último año en el que cursé un grado en la universidad; a partir del 26 de junio de 2018, soy oficialmente una graduada en derecho. Ya puedo decir “tengo una carrera universitaria”, en lugar de “tengo el bachiller”, cuando alguien me diga algo obvio a modo de contestación, una forma bastante más elegante de decir “te crees que soy gilipollas, pero no es así”.
               Tuve mi graduación y, a pesar de que faltó una de mis amigas al evento y los zapatos me jugaron una mala pasada, fue uno de los días más emocionantes de mi vida. Me gusta cómo iba vestida aunque me hubiera gustado más llevar otra cosa, que por cuestiones físicas no era posible.
               Éste ha sido también el año en que he descubierto una pequeña vocación por la carrera que he estudiado. Empezando el máster me he visto a mí misma fantaseando con cómo sería estar del otro lado de los pupitres, enfrentándome a casos y persiguiendo a clientes para que nos paguen por las cosas que nosotros les hemos conseguido. Me he visto trabajando haciendo demandas, contestaciones, y empezando mis frases con “con la venia, señoría”, y no me han entrado ganas de llorar, o de suicidarme. Porque, sí, hubo un tiempo en que pensar que no tendría más remedio que trabajar en el mundo del derecho me daba ganas de suicidarme. Es algo que he comentado con muy poca gente, nadie de mi familia, y que arrancaba sonrisas tensas cada vez que lo mencionaba, porque pensaban que no lo decía en serio. Y sí que iba en serio.
               Así que supongo que 2018 ha sido el primer año en el que me he visto encaminada a un futuro que me ilusiona.
               Igual que ha sido el primer año en el que he visitado otro continente y a la vez otro país. El resto de veces que había salido de España, no había ido más allá de las fronteras de Europa. Las veces que salí de Europa, ni siquiera me fui al extranjero. He viajado a Turquía y he descubierto un país completamente diferente al mío y a la vez completamente diferente dentro de sí mismo, con museos que albergan las piedras que marcan el final de la prehistoria y el principio de la historia, ciudades de leyenda, ruinas de postal y parajes naturales que simplemente te cortan la respiración; parajes donde no puedes no imaginarte a los personajes que estás escribiendo ahora viviendo uno de los momentos más especiales de sus vidas. He descubierto que con el inglés simplemente no te sirve para ir donde tú quieras y comunicarte todo lo que desees, despertándoseme el apetito de nuevo por aprender idiomas. He sabido lo que es comer pollo al curry a kilómetros de altura, viajando a 900 km/h, y ver El Gran Showman mientras un avión despega, con Hugh Jackman diciendo que encenderá el cielo y no se bajará de él.
               Hablando de El Gran Showman… éste ha sido otro año increíble para el cine. Lo he empezado genial, viendo precisamente esta película en el cine y descubriendo de nuevo mi pasión por la interpretación, e incluso por la música. Esta película me ha dado muchísimos buenos momentos y mejores ensoñaciones, que espero plasmar algún día estando a la altura de lo mágica que puede llegar a ser. 2018 se cierra con la banda sonora de la película siendo el disco más vendido del año con más de cinco millones de copias, y yo no puedo hacer otra cosa que sentirme muy orgullosa de una película tan bella a la que no le ha ido tan bien como se merecía en los premios. El 3 de enero marcó un año muy bueno yendo al cine, en el que tengo que destacar también a Black Panther (que me descubrió a Michael B. Jordan, y de paso un buen tema de conversación para mandarme audios de siete minutos con el crush), y To all the boys I’ve loved before, que me arrastró de vuelta a mi época de fan.
               Este año he visto unas 187 películas; creo no equivocarme dando la cifra, porque Letterboxd me puso el contador a cero antes de que llegara 2019. Y, además, he leído 15 libros, 5 menos de la meta que me había puesto en Goodreads en enero de 2018…
               … pero eso no me entristece para nada, porque este año también he publicado el segundo libro en físico de Chasing the Stars, Moonlight, al que todavía no tengo en mi estantería y debería apresurarme en pedir.
               Además, he seguido con Sabrae y me he dado cuenta de que no tenía por qué tener miedo de no disfrutar con la historia como lo hice con Chasing the stars. Aunque hay días en que sí que estoy un poco más vaga y me aborrece escribir, en Sabrae y Alec he descubierto unos personajes más auténticos y complejos si cabe que los de mi pequeña obra maestra, unos personajes que me sorprenden siendo mucho más profundos que los secundarios a los que mencionaba de pasada en la novela original. Son personajes que me han animado a investigar y aprender, que me han despertado curiosidad e incluso han hecho que quiera aprender nuevos idiomas (de momento, solamente ruso, porque no tengo al alcance de la mano herramientas para aprender más), y que han conseguido una vez más que sentarme frente al ordenador sea algo que añore cuando lleve tiempo sin hacerlo. Han sido una buenísima compañía este año en mis momentos de soledad, unas voces rellenando el silencio de mi casa y un espacio seguro al que yo podía ir cuando quería despejarme, porque incluso cuando lo estuvieran pasando mal, conseguirían que yo me lo pasara bien.
               No es que este año haya estado sola, ni muchísimo menos. He vuelto a salir con mis amigas de noche e incluso le he cogido el gusto, hasta el punto de que uno de mis propósitos en 2019 es aprender a maquillarme mínimamente bien y darle una oportunidad a la raya de ojos y al pintalabios. Puede que sea un animal de interiores, pero de vez en cuando yo también puedo ir fuera y pasármelo tan bien, o mejor, que quedándome en casa y no alterando mis ciclos de sueño.
               Y he conocido a dos buenas amigas en persona, Patri y Bárbara, convirtiéndolas en células después de mucho tiempo siendo nada más que píxeles, un poco como me pasó con One Direction un 10 de julio que cada vez está más lejos, y que nos acercamos las unas a las otras, sentadas en una mesa semicircular en Vips, mientras esperábamos por nuestros entrantes, sándwiches y costillas criticando a absolutamente todos en la banda y bromeando con que sólo dos habíamos escuchado el disco de Zayn, ése que por fin nos dio después de esperar más de un año por él.
               Cuando estaba pensando esta entrada tenía muy claro que iba a decir que 2018 no había sido mi año, seguramente porque es el año en que peor he estado, hablando de forma física, en toda mi vida. Y, sin embargo, a medida que voy escribiendo esta entrada, me voy dando cuenta de que puede que sea el año en el que más conformista haya sido con mi cuerpo, limitándome a desagradarme por la imagen que me devolvía el espejo sin hacer nada realmente por intentar cambiarla, como si mi cuerpo fuera una skyline de una ciudad en la que estaba de visita y no la habitación en la que vivo. A medida que voy escribiendo esta entrada, con la idea de redecorar esta habitación por dentro y por fuera, me doy cuenta de 2018 ha sido mejor de lo que quería pensar, negándome a poner en un lado los pros y en otro los contras. Quizá no haya sido el mejor de mi vida, sí, pero definitivamente ha sido mi año.
               Al fin y al cabo, todos los años desde 1996 han sido mi año.
               Y tengo mucha ilusión por ver qué me depara el nuevo.

martes, 25 de diciembre de 2018

Golpe de gracia.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me metí un nuevo bombón de Mozart en la boca mientras Shasha daba un sorbo de su batido de plátano y esperaba a que yo empezara a teclear. No quería pensar en lo mal que tenía que haberme visto mi hermana para finalmente cancelar sus planes con sus amigas y quedarse en casa conmigo, abrazándome mientras dormía un poco y luego sugiriéndome planes para levantarme la moral.
               Habíamos empezado suave, mirando en tiendas de ropa y accesorios hasta el último producto y añadiendo cosas a la lista de deseos como si nos pagaran por ello o tuviéramos un hada madrina particularmente generosa. Después de pasearnos por todas las webs de marcas, Shasha y yo nos miramos un momento, yo más animada y ella con ganas de simplemente más, y decidimos meternos en los blogs de cotilleos sobre famosos.
               Seguramente pienses que por ser hija de un famoso yo detestaba esas páginas en las que no se publicaban más que mentiras y cuyo único objetivo en la vida era hacer miserables a las personas que aparecían en ellas para conseguir más visitas y, por tanto, más dinero, y en cierto sentido así era. Odiaba cuando sacaban fotos de una famosa en alguna posición que le sacaba unos michelines que parecían ser un insulto a la seguridad nacional, o cuando se criticaba el fracaso sentimental de tal cantante o actor y se hurgaba en la herida diciendo que una relación de varios años no había sido real, sino producto del márketing. Además, yo como Malik entre todo el mundo debía tenerle muchísimo más odio a ese tipo de páginas por todo lo que le habían hecho a mi padre antes de que yo, o incluso mi hermano, naciera.
               Y las detestaba. Las detestaba yo, las detestaba Shasha, y las detestaba Scott. Duna crecería para detestarlas también, pero… ¿dónde si no iba yo a meterme para ver los reportajes más completos de las modelos más cotizadas, o los vídeos promocionales de alguna colonia, disco o serie? Puede que fuera un poco hipócrita por mi parte, pero me encantaba eso de entrar en cualquier blog de algún inútil que lo único que sabía hacer era meterse en la vida de otra gente porque él carecía de una sólo para criticar en voz alta el poco partido que le habían sacado a las caderas de una actriz los responsables de una línea de ropa, o lo poco favorecida que había salido la misma actriz por culpa de los maquilladores.
               Además… en esas páginas podía hacer de justiciera. Precisamente las cosas que generaban rechazo en mí de todos esos lugares de Internet eran las que más me entretenían a la hora de defenderme. Estábamos metidas en la sección de comentarios de una noticia que nos había llamado la atención: estaba encabezada por la foto de mi padre y las inmensas palabras en mayúsculas “ZAYN VUELVE A LA CARGA”, seguido de un texto en letras grises con tipología Georgia muy bonita en la que desgranaban el proceso de creación del próximo disco de mi padre. Como de costumbre con todo lo que tenía que ver con papá, la sección de comentarios se había convertido en una auténtica batalla campal en la que todo valía, desde insultos a los artistas con los que se suponía que papá se llevaba mal (que yo supiera, sólo detestaba a Azealia Banks), a insultos a papá por: a) cómo había dejado One Direction, b) cómo había “vuelto”, más o menos, a One Direction, c) cómo se había “colgado de la carrera musical de Liam” (lo cual había hecho que yo respondiera con un “¿?¿?¿?¿? Zayn ya tenía un puto disco en el mercado y estaba a meses de sacar el segundo cuando Liam sacó su primer EP, siéntate DOS MILENIOS”), d) cómo “romantizaba las drogas y las relaciones tóxicas” (a lo que Shasha directamente contestó al troll que para hacerse pajas, mejor pasaba a las físicas y dejaba las mentales para los científicos), o e) simplemente por su color de piel o su religión (a lo que nos turnábamos para sumarnos a la retahíla de insultos e incluso darle me gusta a las respuestas que invitaban al autor del comentario a tirarse por un puente o sucedáneos –vale, puede que eso fuera un poco fuerte, pero estábamos muy enfadadas-).
               Así que allí estábamos Shasha y yo, ella con el estómago lleno después de darse un atracón de bizcocho precocinado que había encontrado en las alacenas, y yo con las mejillas aún un poco tirantes por las lágrimas que se me habían secado, esperando a que a mí se me ocurriera algo inteligente que responder a un comentario que decía:
               “Ugh, que deje de intentar ser relevante ya, por favor. ¿Cuándo se va a  dar cuenta de que su carrera lleva muerta desde que se piró de 1d? Nunca entenderé todo el hype que tiene este tío cuando literalmente tiene cara de haber olido una mierda. Todas las que babeáis con los reportajes que le hace sois unas mojabragas que no vais a encontrar trabajo en vuestra vida. En fin, escuchad lo nuevo de Justin Bieber, que eso que es música y no las berridas que pega este tío”.
               Moví el ratón hasta la opción de responder, tecleé en ella y, en la primera cajita que apareció para que introdujera el nombre, puse lo mismo que ponía Taïssa, habitual en estas páginas, para proteger a papá: ZaynDefenzeZquad.
               Empecé a teclear a toda velocidad, llamando clasista, ignorante, maleducada y rencorosa a la tía que había escrito  ese comentario tan nocivo mientras Shasha se reía y me jaleaba. Me fui creciendo y creciendo terminé calificando de gilipollas a semejante tipeja y coronando mi comentario con un:

jueves, 20 de diciembre de 2018

Un dragón sin fuego.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me sorprendió haber llegado sin descomponerme a mi calle. No era de los que se derrumbaban a la mínima de cambio, cuando un inconveniente se cruzaba en su camino.
               Pero lo de esa mañana no era un inconveniente, era un puto cataclismo.
               Y lo peor de todo era que, muy en el fondo, que Sabrae se hubiera negado a ser mía había hecho que yo me volviera contra mí mismo.
               No me la merecía; desde que había salido de casa lo había tenido muy presente. Ella era demasiado buena para mí, demasiado pura y demasiado perfecta, pero esperaba que en esa bondad estuviera mi redención. Esperaba poder aprovecharme de su deliciosa generosidad para que me diera aquella salvación que necesitaba para ser digno de ella. Estaba decidido a trabajar por mejorar, a que fuera mejor persona cada día que el anterior, pero no que el siguiente; a tratarla como la princesa que era y la reina que algún día llegaría a ser.
               Eso no había sido bastante. Ni lo sería nunca, ni para ella, ni para mí.
               Desde que ella había empezado a hablar, explicándome las nada desdeñables razones por las que no quería que lo nuestro fuera a más (aunque tuvo la delicadeza de maquillarlo diciendo que no quería cambiar la etiqueta aún), yo había sentido que la gravedad que nos había unido de repente nos separaba. Cada uno flotaba en direcciones diferentes, y cuanto más intentáramos juntarnos más lejos terminaríamos enviándonos. No me enorgullecía de cómo había reaccionado a su negativa: que no me la esperase para nada no me daba derecho a ponerme con ella como me puse, pero pude reaccionar a tiempo y recuperar un poco las riendas de un cuerpo y una mente que simplemente ya no me reconocían como dueño, y pedirle disculpas. Pude conservarla un poco a mi lado antes de que se me escurriera entre los dedos.
               Le había pedido que se entregase a mí completamente y lo único que había conseguido era que se desvaneciera ante mis ojos como una figura de humo que se difumina en cuanto tú estiras los dedos para tocarla.
               A pesar de todo lo que me había dicho después, de los besos que había sentido como si estuviera viéndolo en la pantalla de un cine desde la última fila en lugar de como el auténtico protagonista de la trama que era, de que nos habíamos prometido que esto no nos haría nada, yo sabía que no sería así. Sabía que nada sería igual después de aquello.
               Estaba más que dispuesto a dejarme la vida luchando por ella, más que dispuesto a cruzar el infierno aunque fuera por un beso suyo, pero… no sabía cuánto tiempo me duraría aquello. La idea de que Sabrae me creía indigno de ella y que no deseaba pasar por lo que pasaba todo el mundo conmigo terminaría calando en mi interior.
               Llegaría el día en que yo me levantaría y me preguntaría qué sentido tenía todo lo que estábamos haciendo. Por qué me acostaba agotado de tanto pelear contra el mundo entero en una lucha en la que yo me convencería de que estaba solo. Dejaría de verla. Dejaría de sentirla conmigo incluso cuando ella me concediera el privilegio de tenerla entre sus brazos.
               Nada podría convencerme de que ya no la quería, pero el peso del no que Sabrae había colocado en mi espalda terminaría hundiéndome tanto que llegaría un punto en que me querría marchar. No quería marcharme. No quería convencerme de que ella no se merecía que matara a un dragón, o a una docena, o a un centenar.
               No quería dejar de ser su caballero de la brillante armadura, con la espada bien afilada para defenderla siempre que me necesitara, incluso cuando yo sabía que Sabrae jamás me necesitaría en ese sentido.
               No quería que nuestro cuento acabara antes de empezar a escribirlo.
               Lo único que quería era a ella. Todo lo que ella quisiera darme. Todo lo que ella se atreviera a darme. Lo atesoraría como lo que era: lo más valioso que había visto nunca, lo más valioso que había tenido en mi vida.
               Ojalá hubiera visto aquellos libros de poemas en los que mi hermana hundía las narices, los que traían un párrafo por página, escritos en cursiva, que hablaban de cosas tan sencillas que era imposible que no fueran metáforas de los secretos de universo. Ojalá hubiera leído cosas como “escoge una persona que te mire como si fueras magia”. Eso haría que se quedara conmigo sin dudarlo.
               Hasta un ciego vería que yo la miraba así. Que yo la sentía así.
               Le di una patada a una piedra que salió disparada hacia una de las casas de mis vecinos. Por primera vez en mi vida, deseé que se rompiera el cristal de alguna ventana y alguien saliera a gritarme cómo podía ser tan imbécil; necesitaba urgentemente una excusa para poder aparecer en casa como si una nube se hubiera colocado sobre mi cabeza y no dejara de llover sobre mí.
               Llevaba meses en una estación de transición con Sabrae; había descubierto cosas con ella que nadie más podría enseñarme, había sentido cosas que nadie jamás me había hecho sentir, y había escuchado música y visto colores que ninguna otra persona me había mostrado antes. Pensaba que la noche en que la había besado por primera vez, había explotado la primavera.
               Ahora me daba cuenta de que lo que había tenido era el mejor otoño de la historia. El granate lo ponían sus labios cuando se maquillaba; los marrones, su piel; el dorado, su alma, su sonrisa, sus besos y su placer cuando decía mi nombre con nuestros cuerpos unidos.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Catedral.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Todo apuntaba a que la superficie del banco estaba helada. Yo no sabría decirlo. Apenas Alec se había sentado en él, tirando de mí como si la vida le fuera en ello, había puesto todo su empeño en que yo me sentara sobre su regazo. Me había sentado de lado, de forma que mi costado se colocara sobre su pecho en una curiosa forma de T hecha de carne y huesos.
               No había necesitado que me invitara a compensar mi negativa para empezar a besarlo como si no hubiera un mañana. Los talones de mis pies se balanceaban en el banco mientras yo me movía para acoplarme a su boca en los típicos besos que sólo está socialmente aceptado que se den los adolescentes. Ninguna mujer adulta debería besar a un hombre como yo estaba besando a Alec, ni ningún hombre adulto debería corresponder a una mujer como Alec me correspondía a mí.
               Pero nos daba igual. Incluso cuando sentíamos las miradas reprobatorias de los ancianos o de las parejas paseando carricoches a nuestro lado, continuábamos con nuestra fogosidad. No me había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos hasta que prácticamente me obligué a mí misma a renunciar a él.
               Suerte que él fuera terco como una mula y no fuera a aceptar un no por respuesta con facilidad.
               Una ola gigantesca rompió sobre mi cabeza. No sabía que estaba buceando hasta que me vi arrastrada por la corriente de vuelta a la orilla de la que había estado intentando escapar. Era náufraga en una isla desierta de la que jamás me rescatarían si yo no intentaba alejarme de su costa de arrecifes de coral punzantes, que me arañaban la piel recordándome por qué había llegado hasta allí. Había dudado de él. Aún lo hacía, de hecho.
               Dudaba de nuestro futuro, y más ahora que había renunciado a ese proyecto común que Alec quería construir conmigo. Me sentía tonta y a la vez espabilada, cobarde y al unísono razonablemente prudente. Las cosas podían salir muy bien o muy mal con él. No había espacio para un término medio.
               ¿En qué nos dejaba ahora lo que yo le había dicho? ¿Estaba poniendo toda esa pasión porque quería despedirse? Vale que acababa de decirme que con cualquier cosa de mí le bastaba, pero aquella forma de besar, como si fuera un soldado que se va al frente en plena guerra… no terminaba de descuadrarme un poco.
               Me separé de él en busca de aire. Necesitaba pensar, actividad que me resultaba imposible si tenía su boca sobre la mía. Apoyé una mano en su pecho y él se zambulló en mi cuello. Me besó el mentón y subió por la línea imaginaria que descendía de mi oreja hasta mi omóplato, mordisqueándome la cima. Me hizo cosquillas. Reí entre dientes y le empujé suavemente para que me dejara un poco de espacio. No es que no pudiera pensar con él besándome, es que no podía pensar con él tan cerca, así de simple.
               -¿Qué?-preguntó en tono sonriente, feliz, en el típico tono que tienen las parejas en el día de su aniversario, o cuando acaban de acostarse y disfrutan de esa deliciosa charla postcoital a la que mi padre le había dedicado su primera canción en solitario.
               Me pregunté cuánto tardaría en tener una charla de alcoba con Alec.
               Me pregunté si la tendría en absoluto.
               He visto el dolor, he visto el placer.
               Noté cómo me perdía en sus ojos mientras me abandonaba a la letra de una de las primeras canciones que había escuchado en toda mi vida.
               Nadie más que tú, nadie más que yo, nadie más que nosotros, cuerpos juntos.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Subcampeón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Crees que soy una estúpida por intentar sorprender a un chico que vosotras pensáis que no me merece?-le pregunté a Momo mientras me abrazaba a la almohada. Tras huir corriendo de casa de Taïssa, Momo había venido detrás de mí y me había convencido de que no me fuera a mi casa. Me quedaría en la suya, donde haría que me olvidara del mal trago pasado a base de ponernos moradas a dulces y ver comedias románticas en las que nadie sufría, todas protagonizadas por los chicos de moda del siglo pasado y del nuestro (no hay mal de amores que la cara de Noah Centineo no pueda curarte). Era noche cerrada, las lechuzas ululaban más allá de las ventanas, rebotando sus gorgojos en la casa silenciosa de Momo.
               Habíamos pasado la última media hora tumbadas en su cama, abrazadas, ella dándome mimos y yo aceptándolos como si viviera de ellos. En cierto modo, así lo sentía. Para rematar nuestra sesión de curación espiritual, nos habíamos enzarzado en una guerra de cosquillas que había hecho que me olvidara un poco de todo: de la pelea con Kendra, del silencio cómplice de Taïssa, de la amargura que me producía que Alec no me hubiera llamado.
               Especialmente, de la amargura que me producía que Alec no me hubiera llamado.
               Me había pasado todo el rato que tardamos en hacer la cama (tuvimos que recolocar las sábanas bajeras, porque cuando me hacen cosquillas me revuelvo como gato panza arriba) pensando en él. Había quedado en que me llamaría cuando fuera a recogerme, pero su llamada nunca había llegado. Había mirado varias veces mi móvil, incluso le había pedido a Momo que me llamara con el suyo y con el teléfono fijo de casa, pero nada. Absolutamente nada.
               Había tenido que desconectar las notificaciones de Telegram, donde Kendra había empezado a mandarme infinidad de mensajes para que volviera con ella y con Taïssa y pudiéramos arreglar las cosas. Después de responderle escuetamente que necesitaba estar sola para pensar, le dije que no se preocupara. Que estaba un poco plof, pero no estaba enfadada con ella, y que de verdad apreciaba que se preocupara tanto por mí. Eso indicaba que era una buena amiga, y yo valoraba mucho que fuera sincera conmigo, a pesar de que lo que fuera a decirme pudiera no gustarme, o sobre todo cuando lo que me dijera pudiera no gustarme.
               A pesar de mis palabras conciliadoras, sin embargo, había estado esperando algo muy diferente: que Alec le diera en los morros a Kendra. Que apareciera en casa de Taïssa y preguntara por mí, se sorprendiera cuando no pudiera recogerme a mí sin previo aviso y viniera derecho a preguntar qué había pasado. Yo me inventaría cualquier excusa y me marcharía con él, y le demostraría a Kendra y Taïssa que él no era, ni de lejos, como ellas decían. En el improvisado cine de la habitación de Amoke, rodeada de comida industrial que no había visto nada natural en todo el proceso de su elaboración, y con montañas de bombones rodeándonos, había estado esperando por una señal que jamás llegó.
               A veces el silencio es mucho más ensordecedor que el ruido más absoluto. Y aquella noche, yo tenía los oídos taponados de todo lo que había estado callado mi móvil.
               Casi podía escucharla. La pequeña enfermedad que mis amigas habían inoculado, sin pretenderlo, en mi organismo. Los gemidos de Alec mientras se hundía en Chrissy. Sus jadeos acelerados cuando aumentaba el ritmo. Sus “sí, nena”, cuando cambiabas de ángulo y aumentabas la profundidad. Aquellos sonidos que quería que sólo me pertenecieran a mí, y que había escuchado medio Londres.
               El único que podía acallarlos era Alec, y Alec era precisamente quien estaba subiendo el volumen con cada minuto que pasaba.
               Amoke se me quedó mirando, la funda nórdica con flores en colores pastel doblada en sus manos. La dejó cuidadosamente sobre la cama y se apartó un rizo tras la oreja después de sentarse al borde del colchón. Se frotó las manos y se miró los pies descalzos, que acariciaban la alfombra de color arena.
               -Yo no creo que Alec no te merezca-dijo por fin, levantando la mirada. Dejé la almohada en su lugar y me senté a su lado, con una mano cerca de las suyas que no dudó en coger. Me acarició los nudillos con la yema de sus dedos como si fuera un cachorro de un animal precioso, tragó saliva y continuó-: O más bien sí. Pero… no es personal. Creo que nadie te merece.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Terivision: Cielo infinito (El piso mil, #3)


¡Hola, delicia! Esta tarde-noche rescato una parte de mi blog que llevo teniendo abandonada mucho tiempo, aquella en la que doy mi opinión sobre algún libro, película o serie que he visto recientemente. Volveré a hablar de un libro, en este caso de:
 
Sigo enfadada porque las portadas en inglés son cuquísimas y en español... bueno.
¡Cielo infinito, de Katharine McGee! Se trata de la tercera y última entrega de la primera saga de esta autora, El piso mil. Después de todo lo que ocurrió en Vértigo, los protagonistas de la historia ven cómo el pasado les alcanza, haciendo que se enfrenten a decisiones de vida o muerte. No puedo contarte mucho más de la historia sin destriparte el final del segundo libro por si te animas a leerlos en un futuro, pero lo que sí diré es que Cielo infinito es el broche final perfecto para la saga. Ata todos los cabos sueltos y da un final cerrado a la mayoría de los personajes, haciendo que los que sí tienen un final abierto tengan un futuro lleno de posibilidades con el que puedes llenarte de esperanza.
En esta entrega me ha dado la sensación que Avery ha recobrado protagonismo en detrimento de Leda, que había conseguido hacerse con la importancia absoluta en el segundo libro. La evolución del personaje de Leda entre ambas historias es notable, consiguiendo que pasara de detestarla a tolerarla, e incluso cogerle cariño. No me ha pasado así con Avery: a pesar de que vive altibajos a lo largo de la historia y le ocurren putadas que hacen que inevitablemente te compadezcas de ella, no he dejado de sentir que sigue siendo esa princesita en la torre de marfil a la que no puede acercarse nada, porque todo le hace daño. Me encantan los personajes vulnerables y llenos de matices (quienes me lean lo habrán notado), pero con Avery no he congeniado en ninguno de los tres libros que protagoniza. Me sigue pareciendo (y en esta tercera entrega más que nunca) un personaje insulso, construido sin ningún tipo de lógica, y el hecho de que sea la “abeja reina” sobre la que gira toda la trama y a la que todo el mundo idolatra sin quererlo ella no hace más que aumentar mi tirria por Avery.
Tirria que por otro lado se transforma en amor absoluto hacia Calliope, la que yo creo que es su alter ego a pesar de que no se presenten así en absoluto. Para mi desgracia, Calliope no tiene tanto protagonismo en Cielo infinito como lo tenía en Vértigo, donde era la recién llegada y por tanto daba mucho más juego. Sin embargo, los capítulos en los que sale ella, al margen de ser pocos te dejan con ganas de más: siempre le está ocurriendo algo que te hace devorar las páginas que se centran en ella, y siempre hace que gimas internamente cuando ves que una narración se termina a media página porque eso significa que no vas a tener la oportunidad de disfrutarla hasta dentro de bastantes hojas. Eso sí, todo lo que toca, lo convierte en oro, haciendo que te intereses por personajes por los que antes no lo habías hecho y mostrándote una cara nueva de aquellos a los que tú creías conocer muy bien (¿de qué me sonará eso? *cof* *cof* Sabrae *cof* *cof*).
En lo que respecta a Watt y Rylin, un poco más de lo mismo. Rylin se ve relegada a mera secundaria, mientras que Watt, que sí que aparece más que ella, consigue que su estatus se eleve por encima de esta última y convertirse en un secundario importante, pero sin llevar las riendas de la trama, a pesar de que muchas cosas de las que suceden tienen que ver con él.
Otra de las cosas a destacar es la variedad de los personajes. Me ha gustado especialmente que Katharine se moleste de vez en cuando en recordarte que hay gente procedente de todos los continentes en su historia; y que cada uno tiene su diferente color de piel y rasgos contribuyendo a dibujar una sociedad muy diversa, tal y como se supone que es la neoyorquina, pero en vez de distribuida a lo largo de varios kilómetros cuadrados, organizada en tres kilómetros de altitud.
El final de la historia me ha gustado especialmente, con un plot twist que me tenía en vilo y que yo no me habría imaginado jamás a pesar del tiempo que invertí en elucubrar sobre quién había hecho ESO con lo que termina Vértigo. He de decir que la revelación final superó mis expectativas, aunque en mi defensa como lectora y a modo de crítica de la autora diré que es un final un poco sacado de la manga. No tienes ninguna pista que te haga echar la vista atrás en el libro y pensar “¡Dios, pero si estaba aquí, era obvio!” como sí me ha ocurrido con otras historias. Creo que haber introducido algo a lo que luego agarrarse para descubrir quién es el responsable del final de Vértigo no habría puesto en peligro el factor sorpresa de haberlo sabido llevar la autora, y que habría hecho este final tan bueno incluso un poco mejor.
Por último, del estilo de escritura poco puedo decir. Katharine McGee escribe de una forma simple y puramente deliciosa, con frases tremendamente poéticas y metáforas muy bien traídas que me encantaría que se me ocurrieran a mí solita. Escribo esto con el libro a mi lado, lleno de marcadores de colores (incluso terminé varios de los colores del plastiquito en el que vienen todos recogidos), con lo que creo que los hechos hablan por sí solos.
Lo mejor: la forma de escribir de la autora, que consigue que sepas que la revisitarás en un futuro quizás no muy lejano.
Lo peor: los personajes. La distribución de la carga de la trama está demasiado mal repartida, haciendo que los más planos y simplones sean los que tiren por la historia, mientras que los que tienen más profundidad se ven relegados a segunda fila.
La molécula efervescente: la cita en la que a Calliope le hacen un bombón a medida, de forma que no le guste nada más en el mundo que eso. Me parece el colmo del romanticismo y la mejor manera de utilizar la tecnología. En general, la cita de Calliope es preciosa, pero esa parte en particular, chapó.
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}. Un muy bien final a una de mis sagas preferidas.
¿Y  tú? ¿Lo has leído? Si es así, ¡no dejes que te domine la timidez y comparte tu opinión conmigo!  

lunes, 26 de noviembre de 2018

Acquainted.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me detuve frente a la estantería con dulces especiales que sólo venían en Navidad y me giré para ponerme ojitos a mamá. Como si hiciera falta intentar seducirla mínimamente cuando se trataba de bombones.
               Si mis padres ya me consentían muchísimo durante el resto del año, cuando llegaban las Navidades prácticamente era imposible que me dijeran que no. Además, en lo que respectaba a los dulces, en muy pocas ocasiones papá o mamá se negaban a comprarme algo que me apeteciera. Y menos cuando se trataba de un antojo por estar con la regla.
               Siempre me había preguntado a qué se debía aquello, porque los padres de mis amigas estaban todo el rato controlándoles lo que comían, especialmente a Amoke. Tenía antecedentes de diabetes en la familia, así que les preocupaba mucho lo que mi mejor amiga comiera, a pesar de que estaba en plena forma y no tenía un gramo de grasa en su cuerpo, como me pasaba a mí. Un día, después de hacerme con una caja de roquitas de  cereales recubiertas de chocolate, le había preguntado a mamá por qué nunca me decía que no a un dulce, a lo que me contestó:
               -Porque estás sana. Si no lo estuvieras, ya verías lo rápido que te cerraba el grifo.
               No habíamos vuelto a hablar del tema y habíamos seguido con nuestra política de pide-y-se-te-dará.
               Mamá soltó una risita, asintió con la cabeza, y dejó que metiera en el carrito a medio llenar la caja de bombones austríacos con la cara de Mozart en todos los lados del pequeño envoltorio. Los bombones de Mozart eran mi perdición: recubiertos con una capa de chocolate negro puro, tenían un interior de mazapán y un corazón de trufa que se te deshacía en la boca cuando lo probabas. La primera vez que los habíamos comprado, me había ventilado una caja entera yo sola; me sentaron mal y estuve fatal de la barriga durante más de dos días, así que a mis padres no les hizo falta darme una lección sobre razonamiento de azúcar: yo misma la aprendí por las malas.
               -Están de oferta-comentó mamá, guiñándome un ojo, y se echó a reír cuando yo intenté vaciar la estantería en el carro, pero había demasiados productos y no teníamos suficiente espacio-. Coge otras tres y ya vale, Saab-me aconsejó, y yo las coloqué obedientemente en una pila perfecta, ansiosa por guardarlas en la despensa y tenerlas disponibles para mí incluso en verano.
               Estaba de muy buen humor, y cuando estaba de muy buen humor, compraba compulsivamente. La noche anterior, después de llegar de dar una vuelta con Alec, había terminado de cerrar mis planes para ese día. Iba a salir con mis amigas, las cuatro en grupo, por el centro de Londres durante la tarde, justo después de ir con Eleanor a la tienda donde Scott se había hecho el piercing. Les enseñaría lo que tenía pensado hacerme a las chicas y, tras recibir su aprobación por mi pequeño arrebato de libertad, quedaría con Alec de noche y nos iríamos por ahí, no sé si a cenar, a enrollarnos, a las dos cosas o sólo a una (y yo sabía cuál preferíamos los dos). Él todavía no me había confirmado si podía por la noche, pero yo daba por hecho que movería cielo y tierra para que estuviéramos juntos.
               La única parte del día que había pensado que tendría libre era la mañana, en la que pensaba remolonear leyendo un libro, dibujando o viendo una película con mis hermanas, seguramente alguna comedia romántica de las que nunca veíamos cuando Scott estaba en casa (porque a Scott le entretenían las comedias románticas, así que nos las reservábamos para nosotras y a él lo obligábamos a ver un dramón importante, sólo para que se durmiera y poder pintarrajearle la cara).
               Por supuesto, cuando mamá se sentó en mi cama y me acarició la frente para despertarme, me dio un beso en la sien a modo de saludo y me dijo “vámonos de compras”, decidí cancelar todos mis planes mañaneros. Me gustaba muchísimo ir de compras con mamá, ya fuera al súper o a por ropa. Y cuando se acercaba Fin de Año, más todavía: no sólo porque tenía que ayudarla a elegir el mejor atuendo para la comida anual de su bufete, sino porque siempre me concedía algún caprichito y, para colmo, nos permitíamos la una a la otra llenar el carrito de la compra con manjares en los que papá ni se fijaba cuando íbamos a por provisiones.
               Se acercaba la hora de comer, y en el coche nos esperaban el traje de falda-pantalón que mamá había cogido en la tienda en que yo había comprado el mono de Nochevieja, y las dos cajas de diseñador con el bolso de mano dorado y las botas del mismo material y color que habíamos cogido para terminar mi atuendo.
               -¿Se lo vamos a decir a papá?-le pregunté con inocencia cuando vi el ticket con la firma de mamá en el que el precio de mis accesorios ascendía a las cinco cifras. Mamá se limitó a guardar la cartera en su bolso y recoger la bolsa mayor. Ellos nunca me habían dicho nada respecto a las cosas que compraba, principalmente porque nadábamos en la abundancia, pero no estaba segura de si a papá le parecería adecuado que me gastara cerca de 15 mil libras en mi primera Nochevieja.
               -Sí, porque al contrario de lo que te pueda parecer, yo gano más dinero que tu padre. Una de las razones de que lo aguante es que, como no firmamos acuerdo prenupcial, si nos divorciáramos, él saldría ganando.
               -Y porque le quieres-atajé, echándome a reír. Mamá siempre se mostraba indiferente cuando hablaba de papá en tono ligeramente negativo, pero cualquiera con ojos en la cara podía ver lo mucho que se le iluminaba la mirada cada vez que hablaba del hombre con el que había formado una familia. La verdad es que no me extrañaba: papá la quería tanto como una persona puede querer a otra.
               Yo sólo aspiraba a conocer una décima parte del amor que se profesaban mis padres.
               Con Alec estaba empezando a conocer la mitad.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Desinhibida.


¡El lunes habrá un nuevo capítulo! Oferta especial del Black Friday 😉

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Todo el mundo se había desintegrado a mi alrededor, como si estuviera dentro de un agujero negro en el que lo único que existía era el cuerpo de Alec encima del mío. Sus manos recorrían mi cuerpo con delicadeza, como si temiera romperme, como lo hacían las manos de las prometidas que visitaban una tienda de vestidos de novia y acariciaban las distintas telas, en busca de la perfecta.
               No me di cuenta de que las luces se habían apagado hasta que un pequeño círculo blanco apareció por el extremo del iglú, allí donde se encontraba el pequeño túnel de salida. A través de la cremallera cerrada entraban pequeños haces de luz, como garras luminosas que se escabullían por fuera de una jaula.
               -Voy a entrar-anunció una voz masculina, y Alec se incorporó un poco, reticente-, tapaos un poco y dejad de hacer lo que sea que estáis haciendo.
               Por el tono cansino del chico que sostenía la linterna, al que aún no podíamos ver ni siquiera en su silueta, supe que ya debía de haberse enfrentado muchas veces a una situación como en la que nos encontrábamos Alec y yo. Me pregunté cuántas parejas se habrían acostado allí, cuántas veces habrían tenido que cambiar rápidamente las mantas por si había huellas de sexo que hicieran que los clientes siguientes no volvieran más.
               Me senté sobre las piernas cruzadas cuando Alec se apartó de mí, apoyado en su codo y mirando hacia la cremallera por la que estaba a punto de entrar uno de los empleados del complejo de iglús. Tenía el pelo revuelto, la respiración un poco agitada y los ojos brillantes en la oscuridad. Se entreveía un bulto en su entrepierna contra el que a mí me había gustado mucho frotarme.
               -Vale, vamos a ver-el chico abrió la cremallera y comenzó con su retahíla perfectamente estudiada-. Lleváis 10 minutos aquí metidos, se os ha pasado la hora y tengo gente esperando, ¿os queréis marchar, por…? ¡Hostia, Alec!
               Alec frunció el ceño, el haz de luz de la linterna dibujando sombras cambiantes en su rostro.
               -¡Coño, Rufus, tío!-sonrió mi chico, incorporándose y dándole la mano al que nos había interrumpido-. ¿Qué pasa? No sabía que currabas aquí.
               -Ya ves. En la bolera ahora han recortado los turnos, por eso de que la gente prefiere ir a patinar y esas cosas, así que… he tenido que buscarme la vida para pagar el alquiler, ya sabes. Macho, en menudos sitios más raros te da por follar ahora, ¿eh? A mí personalmente no me molaría una mierda hacerlo aquí, se oye literalmente todo, pero…
               -¡Qué dices, flipado!-Alec se echó a reír y negó con la cabeza-. Que no estaba haciendo nada, ¿cuántas veces me has visto a mí follar con la ropa puesta?
               -Pues nunca, la verdad, aunque en mi defensa diré que no te he visto follar jamás, punto.
               -Joder, pues tú te lo pierdes, tronco, porque la verdad que es un espectáculo digno de ver-se cachondeó Al, dándole un puñetazo en el hombro y arrancándole una carcajada a su amigo.
               -Seguro que sí. Bueno, ¿y quién es la genio que consigue que te comportes  y mantengas la polla guardada en los gayumbos?-preguntó el chico, que se inclinó hacia un lado para enfocarme con la linterna. La bajó inmediatamente cuando yo levanté una mano para taparme la cara, y me pidió unas disculpas que yo no dudé en aceptar.
               -Ésta es Sabrae. Sabrae, éste es Rufus, un antiguo compañero de curro. Bueno… más bien, él estaba por allí mientras yo curraba-Alec le lanzó una mirada cargada de intención y Rufus se echó a reír.
               -Te juro que me tenían tirria en Administración, macho. Siempre me encargaban paquetes fuera del área metropolitana. ¡Si no me hubiera puesto en huelga, me habrían mandado a Cheshire! Estoy convencido.
               -Debes de ser la única persona que ha protestado en toda la historia de Amazon por tener que llevarle algo al Primer Ministro.
               -No soporto a los putos conservadores-Rufus se cruzó de brazos y Alec se echó a reír. Después, se giró para mirarme-. Chica, lamento mucho haberte cortado el rollo con este payaso.
               -No pasa nada-me encogí de hombros-. Es tu trabajo, ¿no?
               -Macho, ya te vale, para una vez que necesito que no seas diligente, y haces exactamente lo que te mandan-Alec chasqueó la lengua y Rufus puso los ojos en blanco.
               -La gente se desmadra aquí, tío. Hace un par de días una compañera tuvo que sacar a un grupo que estaba a punto de montarse una orgía. Siento no haberte llamado-le dio una palmada en el hombro y Alec sacudió la mano.
               -Creo que ya no me interesan tanto esas cosas-objetó, mirándome y sonriendo con una pizquita de nostalgia. Si no le conociera lo suficiente diría que lamentaba no haber estado presente el día en que la cosa se salió tanto de madre en ese mismo parque pero, después de la sesión de besos, caricias y mimos que habíamos compartido, estaba segura de que era por algo bien diferente: echaba de menos lo que habíamos tenido hacía dos minutos, tumbados en el suelo, besándonos y queriéndonos como si el tiempo no fuera a hacer mella en nosotros.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Burbuja crepuscular.


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-¿Qué cojones quieres, Mary Elizabeth?-gruñó Alec frente a mí, su mandíbula dura por el cabreo repentino que le había ocasionado que Mimi nos interrumpiera. Una parte de mí celebró que él se enfadara tan rápido, porque se le acentuaban los músculos del cuello y la mandíbula de una forma que podía volverme loca.
               No era para menos, la verdad. Terminaría queriendo muchísimo a Mary con el paso del tiempo y las experiencias que compartíamos juntas; incluso entonces, ya le tenía bastante cariño por las cosas que Alec y Eleanor me contaban de ella. Pero en ese momento… en ese momento me pareció la persona más inoportuna y detestable de la historia.
               Después de recoger el mono que iba a llevar en Nochevieja con Amoke, y de que ella no dejara de tomarme el pelo sobre cómo me había gastado 500 libras en “la comida más cara de Alec, porque estaba claro que me arrancaría el mono a mordiscos en cuanto me viera con él”, me había metido en la ducha con un moño apresurado, para tener la piel bien fresquita e hidratada, me había enfundado en un vestido de invierno que me llegaba dos dedos por encima de las rodillas, y había salido en busca de Alec con muchas ganas de verlo y más ganas aún de guerra.
               Tras haberme asegurado de que tenía la dirección correcta preguntándole a Scott, había llegado a su casa y me había detenido un instante en la puerta. No había cogido las pastas que Pauline me había dado para Annie, aunque tampoco había permitido que Amoke se las comiera, porque no se me ocurría ninguna excusa para presentarme en su casa, preguntar por su hijo y de paso entregarle algunos dulces. Alec no me había dicho nada de si le había contado a su madre lo nuestro, lo cual me hacía pensar que ella no estaba al corriente de lo que yo me traía con su hijo, y yo quería respetar los tiempos que él quisiera imponerse. No me parecería bien que él se presentara de buenas a primeras en mi casa y le soltara a mis padres que nos habíamos acostado sin darme la ocasión a decírselo yo en persona, así que no tenía intención de hacer lo mismo con él.
               El caso es que no tenía ni idea de lo que diría una vez llamara al timbre, cómo preguntaría por Alec y cómo reaccionaría Annie cuando tuviera por fin una cara que atribuirle a ese ente sin rostro que hacía que su hijo trasnochara y apareciera por casa con una sonrisa boba en la boca cada vez que volvía de fiesta, sonrisa que sólo las endorfinas del sexo podían colocar en sus más que apetecibles labios.
               Así que para mí fue un alivio y una revelación casi milagrosa que la puerta del garaje de la casa de los Whitelaw estuviera abierta, y de ella se deslizara suavemente el compás acelerado de una canción de rap sucio. Anhelando lo que me encontré, me colé por la pequeña abertura y me quedé mirando un momento la estancia.
               Al lado de un BMW plateado en perfecto estado estaba la moto negra de Alec, con su corte aerodinámico y sensual. No sabía si era normal que una moto me pareciera sexy, aunque sospechaba que gran parte se debía en quién era su novio.
               Por debajo de la moto sobresalían un par de piernas flexionadas. Me fijé en que el chasis descansaba en una de las estanterías ajadas por el tiempo y cubiertas de polvo que cubrían los lados del garaje. Alec estaba reparando su moto.
               Di un par de pasos hacia él y me detuve en seco, notando un tirón en la parte baja de mi vientre al fijarme en cómo iba vestido. No estaba acostumbrada a ver a Alec así: siempre que le había visto vestido de calle y no con el uniforme del instituto, había llevado vaqueros bien cuidados. Y, salvo aquella gloriosa tarde en Camden donde me permitió verlo con sudadera, el resto del tiempo siempre había ido con camisa y jersey.
               No es que me disgustara la manera de vestir de Alec. Todo lo contrario: me encantaban sus camisas y el estilo que tenía llevándolas, como si fuera el hijo consentido de un hombre de negocios que cubría sus necesidades tirándole un fajo de billetes de 200 a su retoño para que se lo gastara en lo que le diera la gana, que siempre era diversión.
               Pero una cosa era ver a Alec como un niño bien de Londres, algo chulo e incluso presumido, y otra muy diferente era verlo con la ropa de andar por casa. Playeros de Nike relucientes, de esos que apenas tenían suela; sudadera con cremallera gris abierta, dejando ver una camiseta, y…
               … uf.
               Uf.
               UF.
               Vaqueros azules, desgastados por el uso, en los que se intuían las manchas negras de la grasa de la moto.
               Como no llevaba cinturón (gracias, Alá), se le habían bajado un poco por el movimiento, y la camiseta se le había levantado, lo cual me dejaba una vista deliciosa de sus abdominales. Tuve que contener las ganas de arrodillarme y lamérselos, porque sabía que si me ponía de rodillas al lado de él, ni siquiera Alec sería capaz de levantarme.
               Tenía muchísimas ganas de él. Le necesitaba a mi lado como al aire que respiraba. No había parado de soñar con él desde la noche en que tuvimos sexo por teléfono, con la excepción de cuando Jazz me dijo aquellas cosas horribles sobre él, y todas las veces en que se me había aparecido en sueños, había sido para poseerme de una forma animal, casi violenta, como si yo fuera lo único que inclinaba la balanza de la vida y la muerte en favor de la primera.
               Incluso había sentido cómo entraba en mí una de esas veces, y había dejado escapar tal gemido que Shasha me despertó pensando que me dolía algo o que tenía alguna pesadilla. Cuando me arrancó de sus brazos, casi me dieron ganas de llorar.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Praliné.

Parece ser que Blogger está otra vez haciendo de las suyas y no dejando que se publiquen comentarios, así que si quieres escribirme algo (porfitas), cópialo por si acaso y, si no se publica, me lo envías por md a twitter y yo estaré encantada de subirlo por ti 😘 Dicho esto, ¡que disfrutes del capítulo!

¡Toca para ir a la lista de caps!


Mi móvil emitió un nuevo pitido, era el tercero en ese minuto. Pero, como correspondía con el que tenía asignado a mi grupo con Amoke, Kendra y Taïssa, decidí seguir ignorándolo. Ahora mismo sólo me apetecía responder mensajes de Amoke o de Alec. No debería habérseme escapado mi repentino desinterés por la gente cuya inicial no fuera la A, pero como era una pura coincidencia, ni siquiera me había parado a pensarlo.
               Nos habíamos marchado de Bradford la mañana anterior. Después de despedirnos de toda nuestra familia, repartiendo besos sinceros y algún que otro abrazo incómodo y tenso, habíamos puesto rumbo primero al sur, y luego al oeste. Cada kilómetro que habíamos recorrido me había parecido una diminuta liberación, como si la influencia de Jazz se manifestara en forma de incendio y yo no pudiera sentir su calor a medida que la distancia entre nosotras aumentaba. Había dormido mal, despertándome cada poco, cuando mi subconsciente decidía que era un buen momento para torturarme y hacerme dudar de Alec en sueños. Mi yo consciente sabía que lo que ella me había dicho era un juicio errado aunque tremendamente comprensible, dado su historial; que lo que Scott me había dicho (que Alec se estaba enamorando de mí) era algo que podía notarse cada vez que los dos estábamos juntos, parte de lo que me hacía estar tan a gusto a su lado y que cada hora en su compañía se me pasara como un suspiro.
               Pero mi subconsciente llevaba años de ventaja detestando a Alec, con un catálogo de ofensas que yo misma había ido engordando con el paso del tiempo. Y era éste el que dominaba cuando yo cerraba los ojos y me echaba a dormir.
               Así que, por muy mal que me sintiera porque ni mis abuelos ni mis tías y primos se merecían que yo pensara así, marcharme de Bradford supuso para mí una pequeña liberación. Llegar a Burnham me despejó de todos mis miedos, como si hubiese desbloqueado una parte de mi cerebro en la que yo tenía absoluto control de mis pensamientos. Todas las dudas se habían quedado encerradas bajo llave en un cajón cuya llave había arrojado metafóricamente al mar cuando lo vi refulgir en el horizonte.
               Cuando les dije a las chicas que nos habíamos ido un poco antes (se supone que comeríamos en Bradford, aunque el tiempo acompañó y las nubes de tormenta que se acercaban a la costa de Irlanda y chocarían contra el país a media tarde nos hicieron de excusa perfecta) por lo que había sucedido la noche anterior. Faltaban aún un par de días para Navidad, pero dado que pronto volveríamos a Londres porque Scott ya acusaba la separación de Tommy (estaba arisco y tremendamente dependiente a partes iguales, como si se hubiera montado en una montaña rusa emocional de la que no podría bajarse hasta ver a su mejor amigo), aprovecharíamos para igualar nuestra estancia con la familia de mi madre.
               -¿Es por la tormenta?-había tecleado Taïssa mientras yo atravesaba el centro de Inglaterra, a punto de coger el desvío cuyos carteles marcaban la palabra GALES en mayúsculas en su parte superior-. Porque el viaje es muy largo y no debe de ser guay estar tanto tiempo en la carretera con la lluvia que anuncian.
               -Un poco-respondí.
               -¿Cómo que un poco?-la foto de Amoke apareció en un lado de la pantalla, y Kendra envió un emoticono de dos ojos, haciendo ver que estaba lista para mi explicación.
               -Es que ayer pasó algo-y les escribí rápidamente, con muchas faltas de ortografía por lo mareada que estaba, un resumen de la conversación que había tenido con Jazz. Tanto Taïssa como Amoke se mostraron escandalizadas y tremendamente ofendidas, como si Alec fuera su hermano y no estuvieran dispuestas a permitir que nadie menoscabara su honor.
               Pero Kendra…
               -No puedo decir que la culpe. Y vosotras tampoco deberíais. El chava tiene un historial, cuanto menos, interesante.
               Me había quedado mirando el mensaje, alucinada. No podía creerme que Kendra dijera una cosa así de Alec, sabiendo lo que me importaba, sabiendo lo mal que lo había pasado las dos semanas que no supe nada de él, sabiendo lo a gusto que me hacía sentir y lo bien que me había tratado y cuidado cuando incluso yo misma me habría dejado tirada, de ser él. No entendía por qué mi amiga saltaba con esas, después de lo mucho que me había animado a que me acercara a él, le diera una oportunidad y le permitiera cambiar la imagen que había tenido de él a lo largo de mi vida. ¡Pero si incluso había llegado a empujarme hacia él, físicamente, cuando nos encontrábamos por el pasillo y yo me hacía la local, sólo por hacer la gracia!
               Me dolía que Kendra pudiera decir una cosa así de Alec. Me dolía que le juzgara como lo había hecho yo. Porque yo lo había hecho por la animadversión malsana que había sentido por él desde que prácticamente tenía uso de razón, pero Kendra… a Kendra siempre le había gustado Alec.
               -Se nota que no le conoces-había respondido, dando por finalizada la conversación. Silencié el grupo durante unas horas y hablé con Taïssa y Amoke por el mismo cuando se terminó el silencio, pero ahora, Momo, Taïs y Kendra estaban decidiendo en qué sitio quedar para ir a tomar algo antes de verse recluidas en sus casas a partir del día siguiente, Nochebuena.
                Ni siquiera sabía por qué tenía el móvil a mano, cuando estaba claro que Amoke estaría preparándose para salir, y Alec estaba demasiado liado con el último día de entrega de paquetes de la campaña intensiva de Navidad.
               -¿No contestas?-preguntó Shasha, que tenía un cuaderno de dibujo en la mano igual que yo. Me la quedé mirando un segundo y sacudí la cabeza; luego, volví a presionar la punta del portaminas contra la superficie del papel. Mientras Shasha se dedicaba a dibujar mandalas con temática navideña para que los niños estuvieran entretenidos coloreando cuando la siguiente tormenta llegara a Burnham (aproximadamente esa madrugada), yo le estaba haciendo un retrato más o menos fiable. Me estaba tomando algunas licencias con respecto a su pelo, que no paraba de enredarse en su cara y a su espalda por culpa del viento del mar, pero por lo demás, estaba muy satisfecha con cómo me estaba quedando el dibujo de mi hermana.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Héroes.


Normalmente yo no tendría preferencia por ninguna de las dos ramas de mi familia. Siempre me encantaba visitar Bradford y visitar Burnham on Sea, a partes iguales, porque los dos lugares eran parte de mis padres de la misma forma que lo eran de mí, las dos mitades de un todo. A pesar de que eran diferentes, ninguna de las dos conseguía destacar por encima de la otra: Bradford tenía cerca la frontera con Escocia; Burnham, la de Gales. Bradford tenía nieve garantizada, y Burnham una playa en la que jugar. Bradford era el hogar de mi padre y Burnham, el de mi madre.
               Aunque esas Navidades intentaron que yo me decantara más por un lugar que por otro. Y me dolió que fuera prácticamente desde el principio.
               Me lo había pasado bien en casa de los abuelos Malik las veces que fuimos a visitarlos, tan a menudo que a lo único a lo que íbamos a casa de la tía Waliyha era a dormir y poco más. Pero ya el primer día había habido algo que se me clavó un poco en el corazón, algo que, visto en retrospectiva, sucedía todos los años, pero que yo era incapaz de ver.
               Me había colocado detrás de Duna, con Shasha a mis espaldas y mis padres cerrando la marcha. Mamá estaba en un discreto último plano mientras los hombros de la mediana de nosotras estaban cubiertos por las manos de papá, como una especie de capa de protección. Llamamos al timbre y Duna se revolvió, impaciente, hasta que la abuela Trisha vino trotando a la puerta para poder vernos por fin. Dejó escapar una exclamación y se abrazó a mi hermana más pequeña, para luego volverse hacia mí, estrecharme entre sus brazos, cubrirme con un sonoro beso y acariciarme las mejillas.
               -Mi niñita-sonrió, dejándome pasar y acariciándome la barbilla-. Cariño, qué guapa estás-admiró, y lo decía en serio. Me gustaba muchísimo ver a mi familia, y ponerme guapa para mis abuelos era una de las cosas intrínsecas de la Navidad de las que yo más disfrutaba-. Pero…-fue entonces cuando la abuela Trisha empezó a construir el fuerte en el que se alojarían mis dudas y mi necesidad de tener a Scott conmigo, pero él aún estaba demasiado lejos de mí, en los brazos de Eleanor, incapaz de consolarme de cosas que ninguno de los dos podía definir con claridad. La abuela Trisha deslizó sus dedos por mi cuello; de mi cuello, pasó a los hombros, y de los hombros, a mis trenzas, que reposaban sobre mi pecho como un par de pendientes tremendamente gruesos y oscuros-, ¿por qué no traes el pelo suelto? Con lo bonitos que son tus rizos… te hacen destacar-me guiñó un ojo y yo forcé una sonrisa, aunque en mi interior acabara de caerme por el borde de una catarata.
               La abuela Trisha me dio un beso en la frente mientras entraba en casa y tiraba de las mangas de mi jersey, ocupada ahora en agasajar a Shasha.
               No podía dejar de pensar en que la razón de que tuviera que llevar mis rizos sueltos fuera porque  me hacían destacar, y si me hacían destacar era porque mis hermanas no los tenían…
               Y sabes por qué no los tienen, ¿verdad?, me susurró una voz malévola en mi interior, esa voz que se encargaba de dictar mis pesadillas, aquellas que aún tenía en la que yo me veía de nuevo envuelta en una mantita, dentro del capazo en el que me habían llevado a casa, llorando para que una puerta que se había abierto en el pasado lo volviera a hacer… pero esta vez, la puerta permanecía cerrada a cal y canto, y yo continuaba llorándole a una ciudad desierta que se negaba a salir a ayudar a un bebé indefenso como yo.