El año anterior al pasado escribí un mero guión de las
cosas más importantes que me habían pasado en 2017, diciéndome que haría la
entrada de resumen de año más adelante. Tuve 365 días y aun así, si buceas lo
suficientemente profundo por mi blog, observarás que el pequeño guión sigue
ahí.
Creo que
es lo único en lo que he procrastinado sin sentirme mal en 2018; no escribí
ninguna entrada de resumen, sino que simplemente me centré en ir hacia delante,
olvidándome totalmente de esta pequeña tradición mía que responde a la
naturaleza auténtica de este blog: recordarme las cosas que hacía, pensaba y
sentía, cuando pase el tiempo y cambie de costumbres, pensamientos y sensaciones.
2018
ha cambiado sólo en eso, pero no en lo demás. Fiel a mi espíritu
insultantemente positivo, creo que mi año ha sido muy bueno y que merece la
pena dedicarle unos minutos de mi tiempo a resumirlo, para poder situar las
cosas que me pasaron cuando eche la vista atrás.
Éste
ha sido el último año en el que cursé un grado en la universidad; a partir del
26 de junio de 2018, soy oficialmente una graduada en derecho. Ya puedo decir “tengo
una carrera universitaria”, en lugar de “tengo el bachiller”, cuando alguien me
diga algo obvio a modo de contestación, una forma bastante más elegante de
decir “te crees que soy gilipollas, pero no es así”.
Tuve mi
graduación y, a pesar de que faltó una de mis amigas al evento y los zapatos me
jugaron una mala pasada, fue uno de los días más emocionantes de mi vida. Me gusta
cómo iba vestida aunque me hubiera gustado más llevar otra cosa, que por
cuestiones físicas no era posible.
Éste
ha sido también el año en que he descubierto una pequeña vocación por la
carrera que he estudiado. Empezando el máster me he visto a mí misma
fantaseando con cómo sería estar del otro lado de los pupitres, enfrentándome a
casos y persiguiendo a clientes para que nos paguen por las cosas que nosotros
les hemos conseguido. Me he visto trabajando haciendo demandas, contestaciones,
y empezando mis frases con “con la venia, señoría”, y no me han entrado ganas
de llorar, o de suicidarme. Porque, sí, hubo un tiempo en que pensar que no
tendría más remedio que trabajar en el mundo del derecho me daba ganas de
suicidarme. Es algo que he comentado con muy poca gente, nadie de mi familia, y
que arrancaba sonrisas tensas cada vez que lo mencionaba, porque pensaban que
no lo decía en serio. Y sí que iba en serio.
Así que
supongo que 2018 ha sido el primer año en el que me he visto encaminada a un
futuro que me ilusiona.
Igual
que ha sido el primer año en el que he visitado otro continente y a la vez otro
país. El resto de veces que había salido de España, no había ido más allá de
las fronteras de Europa. Las veces que salí de Europa, ni siquiera me fui al
extranjero. He viajado a Turquía y he descubierto un país completamente
diferente al mío y a la vez completamente diferente dentro de sí mismo, con
museos que albergan las piedras que marcan el final de la prehistoria y el
principio de la historia, ciudades de leyenda, ruinas de postal y parajes
naturales que simplemente te cortan la respiración; parajes donde no puedes no
imaginarte a los personajes que estás escribiendo ahora viviendo uno de los
momentos más especiales de sus vidas. He descubierto que con el inglés
simplemente no te sirve para ir donde tú quieras y comunicarte todo lo que desees,
despertándoseme el apetito de nuevo por aprender idiomas. He sabido lo que es
comer pollo al curry a kilómetros de altura, viajando a 900 km/h, y ver El Gran Showman mientras un avión
despega, con Hugh Jackman diciendo que encenderá el cielo y no se bajará de él.
Hablando
de El Gran Showman… éste ha sido otro
año increíble para el cine. Lo he empezado genial, viendo precisamente esta
película en el cine y descubriendo de nuevo mi pasión por la interpretación, e
incluso por la música. Esta película me ha dado muchísimos buenos momentos y
mejores ensoñaciones, que espero plasmar algún día estando a la altura de lo
mágica que puede llegar a ser. 2018 se cierra con la banda sonora de la
película siendo el disco más vendido del año con más de cinco millones de
copias, y yo no puedo hacer otra cosa que sentirme muy orgullosa de una película
tan bella a la que no le ha ido tan bien como se merecía en los premios. El 3
de enero marcó un año muy bueno yendo al cine, en el que tengo que destacar también
a Black Panther (que me descubrió a
Michael B. Jordan, y de paso un buen tema de conversación para mandarme audios
de siete minutos con el crush), y To all the boys I’ve loved before, que
me arrastró de vuelta a mi época de fan.
Este año
he visto unas 187 películas; creo no equivocarme dando la cifra, porque
Letterboxd me puso el contador a cero antes de que llegara 2019. Y, además, he
leído 15 libros, 5 menos de la meta que me había puesto en Goodreads en enero
de 2018…
…
pero eso no me entristece para nada, porque este año también he publicado el
segundo libro en físico de Chasing the
Stars, Moonlight, al que todavía no tengo en mi estantería y debería
apresurarme en pedir.
Además,
he seguido con Sabrae y me he dado
cuenta de que no tenía por qué tener miedo de no disfrutar con la historia como
lo hice con Chasing the stars. Aunque
hay días en que sí que estoy un poco más vaga y me aborrece escribir, en Sabrae
y Alec he descubierto unos personajes más auténticos y complejos si cabe que
los de mi pequeña obra maestra, unos personajes que me sorprenden siendo mucho
más profundos que los secundarios a los que mencionaba de pasada en la novela
original. Son personajes que me han animado a investigar y aprender, que me han
despertado curiosidad e incluso han hecho que quiera aprender nuevos idiomas
(de momento, solamente ruso, porque no tengo al alcance de la mano herramientas
para aprender más), y que han conseguido una vez más que sentarme frente al
ordenador sea algo que añore cuando lleve tiempo sin hacerlo. Han sido una
buenísima compañía este año en mis momentos de soledad, unas voces rellenando
el silencio de mi casa y un espacio seguro al que yo podía ir cuando quería
despejarme, porque incluso cuando lo estuvieran pasando mal, conseguirían que
yo me lo pasara bien.
No es
que este año haya estado sola, ni muchísimo menos. He vuelto a salir con mis
amigas de noche e incluso le he cogido el gusto, hasta el punto de que uno de
mis propósitos en 2019 es aprender a maquillarme mínimamente bien y darle una oportunidad
a la raya de ojos y al pintalabios. Puede que sea un animal de interiores, pero
de vez en cuando yo también puedo ir fuera y pasármelo tan bien, o mejor, que
quedándome en casa y no alterando mis ciclos de sueño.
Y he
conocido a dos buenas amigas en persona, Patri y Bárbara, convirtiéndolas en
células después de mucho tiempo siendo nada más que píxeles, un poco como me
pasó con One Direction un 10 de julio que cada vez está más lejos, y que nos
acercamos las unas a las otras, sentadas en una mesa semicircular en Vips,
mientras esperábamos por nuestros entrantes, sándwiches y costillas criticando
a absolutamente todos en la banda y bromeando con que sólo dos habíamos
escuchado el disco de Zayn, ése que por fin nos dio después de esperar más de un
año por él.
Cuando
estaba pensando esta entrada tenía muy claro que iba a decir que 2018 no había sido
mi año, seguramente porque es el año en que peor he estado, hablando de forma
física, en toda mi vida. Y, sin embargo, a medida que voy escribiendo esta
entrada, me voy dando cuenta de que puede que sea el año en el que más
conformista haya sido con mi cuerpo, limitándome a desagradarme por la imagen
que me devolvía el espejo sin hacer nada realmente por intentar cambiarla, como
si mi cuerpo fuera una skyline de una
ciudad en la que estaba de visita y no la habitación en la que vivo. A medida que
voy escribiendo esta entrada, con la idea de redecorar esta habitación por
dentro y por fuera, me doy cuenta de 2018 ha sido mejor de lo que quería
pensar, negándome a poner en un lado los pros y en otro los contras. Quizá no
haya sido el mejor de mi vida, sí, pero definitivamente ha sido mi año.
Al
fin y al cabo, todos los años desde
1996 han sido mi año.
Y
tengo mucha ilusión por ver qué me depara el nuevo.