martes, 31 de diciembre de 2019

2O19, gracias, ¡adiós!


Recuerdo estar tumbada boca abajo en la cama en verano, viendo cómo la noche va pasando sin que me dé el sueño. Recuerdo estar deseando que pasen los días, vuelva septiembre y estar ocupada de nuevo. Recuerdo estar con el corazón en un puño cada domingo, escribir sin ganas, a veces llorar porque pensaba que no iba a llegar a este día continuando con Sabrae.
Recuerdo pasar un pésimo verano nocturno, y uno genial cada vez que se levantaba el sol.
Empecé este año teniendo miedo de lo que me depararía el futuro, de si tendría tiempo libre suficiente, de si ése sería el último enero en que vería a mis amigas. Llegó febrero y trajo consigo las prácticas, en un despacho al que yo no quería ir bajo ningún concepto nada más ver que se trataba de penal puro y duro, y en el que me siento tan a gusto que, a pesar de que debería estar de vacaciones (o, más bien, terminando el TFM en lugar de escribiendo esto y eligiendo las fotos para subir a Instagram), la semana que viene ya vuelvo a abrir la puerta, buscar expedientes, hacer demandas y trotar detrás de mi tutor, o puede que sola, en dirección al juzgado, al registro civil o a otro registro administrativo. Llega marzo, y yo considero hacer un regalo que finalmente ni siquiera se queda conmigo; el cumpleaños de mi actual rey, y más tarde, en abril, el de mi reina. Antes de que quiera darme cuenta, es mayo y estoy tomando algo con mis compañeros de clase, que dejan de ser compañeros de clase ese mismo día; algunos se convierten sólo en compañeros de grupo de WhatsApp, otros me ven abalanzarme sobre una tabla de quesos a la semana siguiente, y unas pocas incluso sabrán cómo soy cuando me ponen a The Weeknd en los bares.
Entonces llegó junio, en el que hice un viaje increíble con mis amigas; la primera vez que viajábamos juntas, y espero que no sea la última. Para mi sorpresa (y seguro que también la de ellas), no nos peleamos en ningún momento, no paramos de reírnos y de bajar el ritmo cuando una de nosotras empezaba a quedarse atrás. Nos chupamos 8 horas en un autobús que no nos cuesta ni 10 euros para visitar Oporto y Braga, donde “no puedo creerme que me haya metido esto [una francesinha] entre pecho y espalda”, donde “viva España, arriba España, qué guapa es España”, casi me mata una cortina o casi nos matan unos holandeses en el albergue mientras me enseñan por primera vez Black Mirror.
Supongo que junio es el mes más propicio a las vacaciones: de todas las veces que me he ido de viaje, creo que no son más de 3 las que ha sido en un mes distinto. El viaje a Turquía y otras vacaciones cuyas fechas no consigo recordar bien son excepciones que confirman la regla: descubro lugares en junio, y éste no descubrí un país (o parte), sino dos. La tercera semana del mes, me encuentro de camino a Alemania con mi madre, descubriendo castillos de cuentos de hadas y peleándonos las dos con la maleta porque hemos comprado demasiados souvenirs. Vuelvo justo en San Juan, o debería decir “día en que se publica Sabrae”, por ser 23.
Entonces, llega julio, y me rompen un poco el corazón. Por suerte o por desgracia, a una amiga mía también se lo rompen, y en cuidarnos la una a la otra nos redescubrimos, si es que eso es posible. En un afán por mantenerme ocupada, y tratando de superar A todos los chicos de los que me enamoré (el libro), y Crazy rich asians (también el libro), lleno todo mi verano de planes, entre los que se encuentran, por vez primera desde que entré a la universidad, ir a la playa. Puede que fueran sólo tres veces, pero fueron suficientes para que me preguntara por qué dejé que algo que odio, como es la arena, me alejara de algo que siempre me ha encantado, un segundo hogar: el mar. Este año me he reencontrado con amigas, con las que coincidí saliendo de tiendas de cosméticos y simplemente surge tomar algo; pero también me reconcilié con el mar, que ha modelado mi tierra y también modeló mi infancia.
Lo cierto es que, visto en retrospectiva, veo que no paré un segundo de ese verano que me empeñé en calificar como el peor de mi vida mientras marcaba los días de agosto, visitando Santander primero y Bilbao después (mira, ya me quedan sólo tres Comunidades Autónomas por visitar), tostando al sol, recibiendo a mis amigas en casa para las fiestas de mi pueblo y…
… deseando que llegara septiembre. Sí, para estar ocupada y no pensar en ese vacío que sentía en el pecho.
Pero, sobre todo, por el CCME. Por ver a Liam, y también a Louis. Y, especialmente, por ver a las chicas. Tener una foto juntas con alguna por primera vez, y repetirla con otras; en algún caso ni había pasado un año, en otro, más de cinco.
Se me pasa el otoño como un suspiro, entre el agobio por las prácticas y el parche en mi corazón de una herida que ya está casi sanada, que mucha gente me ha ayudado a cicatrizar. Y en el otoño, me doy cuenta de que el verano me ha servido para aprender; que puede que con la felicidad se crezca, pero con la tristeza se evoluciona. Todo lo que me dijeron en verano, se asentó en otoño: que no tengo que sentirme mal por querer seguir siendo buena, que las personas te sorprenden y puede ser para mal, pero, ¿sabes? La verdad es que no me arrepiento. Realmente, tampoco he sufrido tanto este año. O, si lo he hecho, ha sido porque iba a madurar, igual que los niños enferman justo cuando van a pegar el estirón.
No creo que haya sido el mejor año de mi vida; recuerdo con demasiado cariño mis 17, en el que todo me salió bien a pesar de pasarme ese septiembre llorando, como para pensarlo. A finde cuentas, en 2015 conocí a mis amigas, ésas que hoy me confiesan que bueno, sí que han leído algún capítulo de mi novela, y que escribo muy bien; las que están ahí para mí aunque yo siempre tenga los mismos problemas, las mismas comeduras de cabeza y la misma forma de despotricar.
Pero sí es el año que más he aprendido. A tenerme como prioridad, a no gastar todo mi amor en otras personas y a reservar un poco para mí, a hacer que lo que más pesa en la balanza de mis decisiones sea lo que amo y lo que detesto. Como nadar en el mar debe triunfar por encima de la grima que me da la arena, también debe hacerlo mostrar mis sentimientos sobre el miedo a que me juzguen personas que sé que no van a hacerlo, o la sensación de plenitud y felicidad y de estar haciendo lo que estoy destinada a hacer cuando estoy escribiendo por encima de esas dudas que me asaltan cuando veo que las visitas no suben como lo hacían. Si jamás dudé en Scott, ¿por qué lo hago con Sabrae, por la que aposté sabiendo que valía incluso más que él?
Estoy orgullosa de mí misma por todo ello como pocas veces lo he estado en mi vida; puede que más que cuando conseguí rozar mi peso ideal con la punta de los dedos para estar presentable en el concierto de One Direction. Curioso… este año he visto a la mitad de la banda, y ese sentimiento de orgullo vuelve a embargarme. Me pregunto si tendrá algún tipo de correlación, y por eso me hizo tan feliz escuchar los primeros acordes de la versión de A whole new world que Zayn quiso regalarme a mediados de año.
Pero el caso es que estoy orgullosa, de las pequeñas cosas y de las grandes. De haberle cambiado la portada a Sabrae, de haber estado ahí cuando mis amigas me necesitaban, de mis ganas de salir de fiesta y de haber sobrevivido a las noches de verano; de mis 17 libros leídos, de las 33 páginas que tengo escritas del TFM a día de hoy, de las 205 películas que he visto este año, de conseguir que los audios de mis amigas llorando se conviertan en mensajes con emoticonos sonrientes y de bombardear nuestro grupo con audios riéndome aunque eso acabe con sus oídos.
Y, sobre todo, estoy orgullosa de que lo que me ha pasado malo este año, no he permitido que lo defina. Sigo conservando la manera de ver la vida que tuve durante 23 años. Las cosas, positivas. A la gente, segundas oportunidades. Lo cual incluye, irremediablemente, a mis personajes.
Porque sí.
Hemos llegado a 2020. La falta de tiempo libre no ha pesado más que mi compromiso por ellos, y espero que así sea cuando termine la siguiente década.
Brindo por ello... y por tener unos felices años 20.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Genios.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Supe que se trataba de ella, a pesar de no haberla visto nunca, en cuanto la vi doblar la esquina en la que se situaba la cafetería en dirección a la puerta. Más que caminar, Chrissy parecía desfilar por la calle. Con una confianza que sólo le había visto a otra chica, nada más y nada menos que Diana, Chrissy levantó la cabeza y miró el cartel con el nombre de la cafetería de los padres de Pauline, donde ésta la había convocado a petición mía.
               Al ver que ya no prestaba atención a lo que me contaba, algo del tiempo de cocción del pastelito que le había pedido, Pauline se giró en dirección a la puerta en el preciso instante en que Chrissy la empujaba, se quitaba el gorro de lana blanco de la cabeza y se bajaba la cremallera de una chaqueta de borreguillo marrón. La coleta de la francesa, como una cascada de carbón, bailó en su espalda.
               Si tuviera que definirla con una palabra, la que le tocaría a Pauline sería “elegancia”. Desde la forma en que me había recibido en cuanto me vio titubear frente a la puerta, acompañada de mis amigas, que habían venido conmigo hasta allí e incluso se habían ofrecido a esperar a Alec juntas; a la forma en que me había traído un poco de chocolate a la taza y un pastelito de queso que estaba que te morías del gusto, pasando por la forma en que me dio conversación cuando me notó nerviosa, a duras penas dando mordisquitos al pastel porque tenía el estómago cerrado, Pauline me recordó a esas damas de la alta sociedad francesa que ves en las películas y cuyo carisma hace que lamentes por un instante que la Revolución sucediera. Incluso su cuerpo desprendía esa elegancia: de piernas y brazos largos y delgados, tenía una ligerísima curva en las caderas que delataba que, a pesar de su oficio, en su cuerpo no había ni un centímetro de grasa. Tenía el vientre más plano que había visto en mi vida, el cuello más largo, y su mentón podría ser el modelo de exhibición de la obra maestra de un cirujano.
               Por el contrario, la palabra mejor le sentaba a Chrissy era “despampanante”. Un mujerón, como decía papá, de los que sólo veías en los vídeos musicales. Curiosamente su figura llena de curvas me recordó a Sofia Jamora, la modelo que había trabajado dos veces con papá, en los vídeos de Let Me y Entertainer, que había roto con los cánones de belleza en su época. Sus caderas y sus pechos eran más que generosos, tenía las piernas tonificadas y unos muslos que seguro que más de un chico se moría por azotar, y unos labios tan llenos como los de Angelina Jolie, todo ello terminado en una melena de un castaño claro que podrías confundir con rubio, que caía en los mechones ondulados propios de una surfista.
               Era como la versión mejorada de aquella modelo con la que papá había trabajado dos veces. Pensé que papá  Alec tenían el mismo gusto en las mujeres: les había gustado Sofia o Chrissy, les gustaba mi madre…
               Pauline y Chrissy eran increíbles a su manera, pensé. Cualquier chico se consideraría afortunado de estar con ambas, que representaban la perfección de las dos caras de la feminidad. Y Alec había tenido la suerte de tenerlas a la vez, lo cual tampoco era inmerecido. Las dos tenían cuerpos de modelos, tan lejos de mí que me hicieron preguntarme cómo es que, de entre las tres, era yo la que ahora tenía el privilegio de despertarme al lado de Alec siempre que lo deseara; me bastaba con pedirle que no me llevara a casa, y él me dejaría dormir con él. Era un poco injusto.
               -Has conseguido que venga-suspiré con alivio, notando que el nudo en mi estómago se deshacía un momento antes de formárseme dos. Ahora que Chrissy estaba allí, tenía que hablar sí o sí con ellas.
               -Sí-asintió Pauline, pasándose una mano por el cuello-. Es simpática.
               -¿Te ha costado mucho dar con ella?-quise saber, y Pauline se volvió para mirarme mientras Chrissy se quitaba su abrigo y se sacudía la nieve de las botas.
               -¿Cómo?
               -¿Tenías su número de antes?
               -No. Jamás habíamos coincidido hasta ahora-me reveló, levantándose para ir hacia el mostrador, frente al que una anciana se revolvía en el bolso para sacar su monedero-. Busqué su perfil en el Instagram de Alec y le hablé por allí.
               -Oh-asentí con la cabeza. Qué estúpida había sido. Podría haber hablado con ella directamente sin tener que molestar a Pauline, pero había estado demasiado ocupada siendo incapaz de usar la cabeza. Ni siquiera me había puesto en contacto con Pauline con ese mismo método, sino que me había pasado quince minutos tratando de localizar en Google Maps, a base de Street View, la pastelería, para así poder llamar por teléfono y que me pasaran por ella. Seguro que Pauline pensaba que era tonta. Y la verdad es que no se equivocaba.
               Chrissy hizo un barrido con sus ojos por la pastelería, deteniéndose en cada mesa. Sus ojos se clavaron en los míos, y sentí un nuevo tirón en el fondo de mi estómago que nada tenía que ver con los otros. No sólo estaba nerviosísima: también sentí la electricidad que había entre nosotras, y a medida que Chrissy se acercó a mí, sacudiendo las caderas como una modelo de ropa interior deportiva (pues sus curvas sólo entrarían en esa categoría), en el desfile de Victoria’s Secret, me di cuenta de que si había elegido el adjetivo “despampanante” no era casualidad. Asombrada, me percaté de que me gustaba como no me gustaba Pauline, que la elegancia no era lo mío, y sí más lo… explosivo.
               Intenté no hacerlo, pero basta para que una idea germine en tu cabeza para que ya no puedas dejar de darle vueltas. Me imaginé a Alec y Chrissy haciéndolo como no me lo había imaginado con Pauline, y mis mejillas se fueron encendiendo poco a poco a medida que mis fantasías tomaban tintes más y más salvajes. Traté por todos los medios de apartar de mi cabeza la imagen de la espalda musculada de Alec ocultando el torso desnudo de Chrissy, mientras sus piernas rodeaban la cintura de él y sus dedos seguían las líneas de aquellos músculos como tantas veces había hecho yo. Ella echaba la cabeza hacia atrás y gemía, y jadeaba cuando Alec le mordía la mandíbula mientras la penetraba más fuerte, más profundo, más…
               Esto había sido una mala idea. Había querido hablar con ellas para que me ayudaran a destruir los miedos que le asaltaban y que el sexo entre nosotros volviera a ser un espacio seguro. Pero ahora, viendo a Chrissy acercarse a mí, lo único que quería era probarla con Alec. Mirarlos juntos. Disfrutar de mirarlos. Y puede que arriesgarme a que él cayera en que había elegido mal.
               -Hola-saludó Chrissy, efusiva-. Eres Sabrae, ¿verdad?
               Parpadeé y noté la forma en que me ardían las mejillas mientras Chrissy tomaba asiento, dedicándole sólo una mirada a Pauline, que estaba en el mostrador seleccionando pasteles. La estrella de la función era yo.
               -Eh… no sé...-¿qué? ¿Cómo que no sabes? ¡Sabrae Gugulethu Malik! ¡Claro que Sabrae eres tú! ¡Eres la hija mayor de Zayn y Sherezade Malik, la segunda de cuatro hermanos, hermana pequeña de Scott y hermana mayor de Shasha y Duna, la única adoptada en tu familia más cercana y la primera de dos en todo tu círculo familiar! ¡Eres la mejor amiga de Amoke, y la casi novia de Alec! ¡Por supuesto que tú eres Sabrae!-. Esto… sí. Eh… yo…-vale, definitivamente pensaban que era retrasada-. ¿Cómo lo… sabes?-intenté cruzar las piernas, pero mis muslos demasiado gorditos me impidieron hacerlo, así que sólo le di una patada a Chrissy. Nada grave. Creo.
               Por Dios bendito, Sabrae, ¿has venido aquí a hacer el ridículo?

lunes, 23 de diciembre de 2019

La capacidad de seducción de un cactus.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La luz del sol me acarició los párpados, despertándome lentamente como lo hacía durante el verano, cuando era mucho más potente y suave a la vez. Eso fue lo primero que percibí de mi primer día en mi nueva vida, en una segunda oportunidad que el mundo me concedía y no estaba seguro de merecer.
               Lo segundo, fue su cuerpo. Menudo, cálido, acariciando el mío y acoplándose a mí como el mejor de los puzzles, absorbiendo mi calor corporal y regalándome el suyo, mientras me mecía suavemente con su respiración. Sabrae no estaba desnuda, como a mí me habría gustado, pero sí parecía a gusto, como si estuviera en el lugar que estuviera destinada a ocupar. Me la quedé mirando, sin aliento. Las pestañas le acariciaban las mejillas, más largas de lo que jamás se las había visto a ninguna chica; tenía la boca ligeramente contraída en una media sonrisa de la que me encantaría ser causa, y las estrellas de sus lunares espolvoreados sobre su nariz bailaban un lento vals al compás de su respiración. Tenía la mano colocada sobre mi pecho y una pierna entre las mías, con todo el pelo acariciándole la espalda y los hombros, cayendo en cascada sobre ella como si fuera la protagonista de un cuadro que le haría sombra en visitantes y fama a la mismísima Mona Lisa.
               Supe por su belleza y perfección que no lo estaba soñando. Que lo de la tarde pasada había ocurrido de verdad: había venido a verme, había luchado por mí, se había derrumbado a mis pies para que mis demonios y yo nos postráramos ante ella, y así poder decapitarlos. Me había hecho prometerle que nada se interpondría entre nosotros, ni siquiera ella, ni siquiera yo, y yo se lo había jurado con la solemnidad del caballero que jura proteger a su señora. Noté cómo un intenso amor crecía en mi pecho mientras una sonrisa se esparcía por mi boca, contemplando cómo el dorado del sol poco a poco dibujaba su silueta con sombras en las sábanas. Sin poder refrenar mis instintos, tiré de ella para abrazarla aún más a mí, y ella abrió los ojos, somnolienta.
               -Joder-gruñí con voz ronca, preñada de una emoción contenida a duras penas por tenerla allí conmigo, por quererla y ser correspondido-. Creía que lo había soñado.
               Sabrae parpadeó, tratando de enfocarme con sus preciosos ojos castaños, que reflejaban la luz del sol en un bonito tono chocolate.
               -¿El qué?-quiso saber con voz dulce, aniñada, y yo sentí ganas de comérmela a besos. Puede que aquella fuera la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida, la dueña de mi libido y la ama absoluta de mi cuerpo y mi placer, pero también era mi chica, mi niña. Había dentro de mí un monstruo que estaba dispuesto a escupir fuego y sacar las garras sólo por protegerla.
               -Que estabas aquí, conmigo-le aparté un mechón de pelo de la cara para poder verla en todo su esplendor, todo su rostro titiló cuando nos miramos y el universo explotó. Los dos éramos más poderosos que el espacio que nos rodeaba, y entre nosotros había una conexión más intensa que la que mantenía los planetas en sus órbitas, las estrellas en sus galaxias, las galaxias suspendidas en el espacio. Dejé mi mano hundida en su melena y le acaricié la mejilla con el pulgar.
               -No-respondió, acariciándome el mentón-. Esto es real. Muy real-ronroneó como una gatita, de la misma manera que lo hacían las actrices de las películas de acción la primera vez que conocían al protagonista, y con el que terminarían acostándose. En un tono sensual, pero a la vez, Sabrae sonó diferente. Íntima, confiada, cariñosa, segura de que lo que me había dicho era una verdad incuestionable. Se inclinó hacia mi boca y me besó despacio, dejando que nuestros labios se acariciaran como quien acaricia al cachorro que se convertirá en su mejor amigo durante muchos, muchos años.
               Yo sería su compañero más leal, si las mierdas que tenía dentro me dejaban. El perro más fiel que nadie hubiera visto nunca. Haría lo que fuera por ella. Mataría y moriría por ella. Suerte que ella jamás me pediría mi vida, porque eso significaría estar separados.
               Cuando se cansó de besarme, Sabrae se separó lo justo y necesario para mirar mi boca y morderse el labio.
               -Ya lyublyu tebya-me recordó, y yo sonreí. Le di un beso en la punta de la nariz y le respondí.
               -Ya tozhe lyublyu tebya-le respondí, y su sonrisa se ensanchó un poco más. No le había enseñado mucho de ruso, pero sí lo suficiente como para que me dijera que me quería y supiera comprenderme cuando yo le respondía que yo también a ella-. ¿Tengo que pensar que por fin te has declarado?-bromeé, acariciándole la espalda, y ella negó con la cabeza, emitiendo un sonido adorable cuando estiró los brazos por encima de su cabeza.
               -Sólo quiero que lo sepas. Me reservo mi as en la manga para cuando esté desnuda, debajo de ti, contigo en mi interior-suspiró, y yo me relamí los labios. Me imaginé poniéndome encima de ella ahora, quitándome los calzoncillos, liberando sus pechos, retirándole la ropa interior y penetrándola.
               -¿Es eso una sugerencia?-coqueteé, y Sabrae sonrió.
               -Está amaneciendo. Estoy cansada, y tú estás muy guapo-sus dedos toquetearon las puntas de mis mechones-. Hemos acordado un período de abstinencia, yo quiero hacerte disfrutar, y mañana seguramente tengas examen. Estás en último curso-me recordó.
               -Ya es mañana-repliqué, deslizando el cuello de su camiseta y besándole el hombro-. Y ya he superado mi examen más difícil.
               -Con un cinco raspado-me concedió-. Todavía tenemos que repasar un poco antes de que te vuelvas a presentar al examen.
               -No hay nada como unas buenas prácticas para coger experiencia-le acaricié la pierna y Sabrae se rió. Jugueteó con la piel que había detrás de mi oreja y lanzó un largo suspiro.
               -Me lo estás poniendo muy difícil para volverme a dormir-rió.
               -Porque sé que lo que más quieres ahora no es precisamente dormir. No eres caprichosa-le di un beso en los labios-. Venías con una idea en la cabeza cuando cruzaste la puerta de mi casa, y no ha pasado el tiempo suficiente como para haber cambiado de opinión.
               -Pero sí han pasado las suficientes cosas-replicó, elocuente-. Nunca he estado más cómoda contigo que cuando estamos haciendo el amor-sus dedos se deslizaron por mi mandíbula-. Y quiero que tú sientas lo mismo. Que estés igual de a salvo en mis brazos de lo que yo lo estoy en los tuyos.
               Le di un beso en la palma de la mano y asentí con la cabeza. Sabrae volvió a suspirar, se dio la vuelta y se tapó con la sábana hasta la nariz. Me pegué un poco a ella, que soltó una risita a notar mi erección en su culo, y después de un momento de vacilación por mi parte, alcanzó mi mano y se la pasó por la cintura. Suspiró una última vez antes de dormirse, y yo me quedé mirando la nube oscura de su pelo hasta que los párpados me volvieron a pesar tanto que no pude luchar contra el sueño.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Degenerados.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Se echó a reír, cínico. Aquel fue uno de esos momentos en los que me apeteció darle un tortazo para que espabilara, pero sabía que la violencia no era la solución por dos motivos: el primero, que estaba tan convencido de que esa violencia era herencia familiar, que usarla contra él sería contraproducente; y el segundo, que era mi novio, aunque yo no quisiera darle el título de manera oficial. Le debía un respeto que con mis hermanos no tenía.
               Así que simplemente me quedé allí plantada, con las rodillas a ambos lados de sus piernas, la cara a unos centímetros de la suya, mis pechos rozando su pecho y su aliento ardiendo en mi cara.
               -Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae. Estás dispuesta a cualquier cosa con tal de justificar mi comportamiento de mierda, ¿eh?-preguntó, hiriente, dejando atrás el tono conciliador que había teñido su voz de cariño durante los últimos instantes, cuando me dejó acercarme a él de nuevo y así entrar en su vida otra vez-. ¡No soy buena persona, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?
               -Sí lo eres-respondí, acariciándole las mejillas. Me regodeé en el hecho de que él no se apartó; a fin de cuentas, no estaba todo perdido-. Te lo demostraré-me puse en pie y me dirigí a su escritorio, donde su ordenador reposaba sobre una pila de libros arrugados, pero no demasiado utilizados.
               -El porno no tiene la culpa de todas las cosas malas que pasan en el mundo, Sabrae-gruñó.
               -De ésta, sí-me senté en el borde de la cama, a su lado, y levanté la tapa del ordenador. Miré mi reflejo desnudo en la pantalla negra, y por un instante me permití examinar mi anatomía y preguntarme si no habría algo más detrás de la elección de Alec con respecto a Zoe… pero enseguida aparté ese pensamiento de mi mente. No era propio de mí compararme con otras chicas; mamá me había inculcado que las demás no eran competencia sino compañeras, y no podía martirizarme por las decisiones de otras personas, que siempre escaparían a mi control. Además, Alec era joven, estaba en la flor de la vida y en plena explosión de su sexualidad, así que no podía recriminarle que le gustaran otras.
               Cuando apareció a mi lado, apoyándose detrás de mí para ver lo que yo veía, deseché todos esos pensamientos de un plumazo a la vez que él me apartaba la melena del hombro de forma casi inconsciente. Miró sus rizos entre mis dedos un segundo antes de volver la vista a mi reflejo. No miró mis pechos, sino mis ojos.
               No hay otras, me había dicho, y con eso me bastó. Con eso supe que aquellas inseguridades terminarían desapareciendo, igual que había acabado perdiendo el miedo a desnudarme frente a él, que había visto tantos cuerpos perfectos y sin embargo adoraba el mío por encima de los demás.
               Porque para mí, tampoco había otros.
               Alec deslizó la yema de los dedos por mi hombro, se perdió por mi espalda y la punta de estos apareció de nuevo en el reflejo oscuro cuando siguió el contorno de mi cuerpo, dibujando líneas en mi costado. Se me puso la carne de gallina y cerré los ojos cuando sus dedos llegaron al elástico de mis braguitas, que sin embargo no me retiró, como deseaba, ni sobrepasó, como anhelaba.
               -Hay muchas cosas que tendría que cambiar para poder merecerte. Pero tú sabes que el porno no es una de ellas.
               -Te equivocas-negué con la cabeza despacio, girándome para mirarlo directamente a los ojos, sin pantallas por en medio, sin distancia-. Y te lo voy a demostrar-le acaricié el mentón y le di un fugaz beso en los labios que no le disgustó. Una sonrisa fugaz le cruzó la boca, y mientras yo abría el navegador y tecleaba la misma palabra que había tecleado mi madre y que yo jamás me habría esperado escribir en ningún buscador, Alec se inclinó a un lado de la cama y alcanzó una camiseta y un marcador de plástico. Me los tendió y me preguntó qué prefería-. ¿Por qué?
               -Bueno, ya que parece que vas en serio con esta labor de investigación-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la lista de resultados de Google, que había volcado varios millones de resultados a “pornhub”-, me imagino que no te hará mucha gracia entrar en una página porno con las tetas al aire. Así que, ¿tapo la cámara, o te vistes?

domingo, 8 de diciembre de 2019

La pesadilla que amar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Jordan se revolvió en su asiento, incómodo. A pesar de que me sacaba dos cabezas y tres años, la que llevaba la voz cantante ese momento era yo. Atrapado en su cobertizo sin tener escapatoria y sin autoridad realmente para echarme, Jordan se veía enjaulado como un leopardo de las nieves en una de jaulas de un zoo que no se había adaptado del todo a su modo de vida: en lugar de desfiladeros escarpados con roca desnuda y espolvoreados de nieve, se veía obligado a conformarse con un espacio de unos cincuenta metros cuadrados en que sus garras pisaban hierba, y sus patas escalaban por árboles más pensados para sus primos de la selva.
               Había nacido en cautividad, y no sabía lo que era la libertad, pero sus genes le decían que no estaba donde debía estar, ni con quien debía estar… igual que yo. Yo ya había estado en ese cobertizo y podría incluso considerarlo un hogar, pero si mi compañía no era la que había sido en su momento.
               A Jordan y a mí unos unía un lazo fortísimo con un único nudo que, sin embargo, estaba tan bien atado que ninguno de los dos podía deshacerlo: sólo el propio nudo, Alec, sería el que decidiera cuándo se rompería nuestra conexión. Es por eso que nos resultaba tan raro estar en la misma habitación sin él; cuando estás unida a una persona por medio de otra, la ausencia de la segunda hace que la primera se vuelva una desconocida.
               El eco de mi pregunta aún sonaba en el pequeño cobertizo en el que la televisión estaba silenciada, reproduciendo un episodio de una serie que yo no había visto en mi vida. Sabes a qué he venido, ¿verdad, Jordan?
               Le había puesto contra la espada y la pared, lo admito. Para él era muy violento tener que hablarme de lo que pasaba a Alec, pero mi desesperación me había llevado tan lejos que no iba a abandonar ahora. Jordan podía soportar un poco de incomodidad; yo, en cambio, me estaba consumiendo por el sufrimiento y las dudas. Aún me escocían los ojos de llorar delante de Diana, y me había prometido a mí misma que no lloraría más en cuanto Tommy se marchó, dejándonos solos.
               -Ojalá no lo supiera-contestó con cautela y una cierta amargura que me hizo sospechar que a él le hacía la misma gracia que a mí el tener que mantener esa conversación. Dio un sorbo del botellín de cerveza que tenía mediado sobre la mesa de los mandos y procuró evitar el contacto visual conmigo.
               -Ojalá no tuviera que recurrir a ti y pudiera hablarlo con él directamente, pero así están las cosas-entrelacé los dedos sobre mi regazo como hacía mi madre cuando les explicaba a unos clientes que el caso que le habían traído estaba muy jodido, pero que haría lo posible por sacarlo adelante.
               -Siento que me estoy metiendo donde no me llaman, Sabrae. Lo que pase entre Alec y tú es cosa de Alec y tú, nada más-me miró con cierta dureza en la mirada, pero supe que no era para mí. Jordan era leal a sus amigos, y Alec era su mejor amigo, así que no iba a venderlo así como así. Y, sin embargo, sabía, igual que yo, que Alec se estaba portando mal conmigo. Me lo quedé mirando desde la distancia del sofá, y me descubrí teniendo pensamientos absurdos sobre nuestro parecido (sólo nuestra piel, en realidad), y si eso tendría algo que ver con Alec. Podría incluso haberme puesto a reflexionar sobre si el hecho de que Jordan y yo fuéramos negros tendría algo que ver con una especie de fetiche que tuviera Alec, y que su genética finalmente le hubiera dado un toque de atención, pero lo cierto es que la teoría de la segregación racial no era algo que se compartiera en mi casa, así que ni tuve que desechar ese pensamiento. Jordan y yo no teníamos nada que ver más allá de nuestras pieles más oscuras que la media en Inglaterra y el chico que nos venía a la mente cuando alguien nos hablaba de “la persona en la que más confías en el mundo”.
               Yo no quería perder esa confianza, y si tenía que luchar por ella con otras personas, lo haría.
               -Yo te estoy llamando-sentencié-. Te lo repito: me hace tanta gracia recurrir a ti como a ti que lo haga, pero es lo que hay. Alec me tiene a oscuras. Me ha echado el cerrojo y no quiere escucharme para que le convenza de que le abra la puerta por muy alto que yo le grite.
               -Puedes volver a esperarlo en su habitación-respondió Jordan con fingida indiferencia-. Annie te dejará entrar.
               Lo atravesé con la mirada y contuvo un estremecimiento. Soy una Malik, me recordé para infundirme ánimos. He crecido con confianza en mí misma, y no puedo perderla ahora.
               -No quiero echar un último polvo con él antes de echarlo de mi vida. Y tú, en el fondo, tampoco quieres que lo haga.
               Jordan parpadeó y subió un pie al sofá. Se  sujetó la pierna doblada con las manos entrelazadas y sorbió por la nariz.
               -No te tocará un pelo esta noche-declaró-. Ni aunque tú fueras a verlo.
               Se me encogió el estómago al escucharlo. Lo sospechaba. En el fondo, lo sospechaba. Pero necesitaba que alguien me lo dijera para poder recibir el golpe, y que empezara el dolor. No podía procesar lo que me estaba pasando, el vacío que sentía en mi interior; el dolor, en cambio, era algo tangible, cuantificable. Podía matarme o podía sobrevivirle, pero al menos no me desconectaba por dentro como lo hacía el vacío. Tragué saliva, mirando un momento al suelo para recomponerme, y volví a levantar la mirada cuando me sentí preparada.
               -¿Quiere dejarme, Jordan?-quise saber con un hilo de voz que sonó infantil, débil, indefenso. Noté que se me agolpaban las lágrimas en las comisuras de los ojos, pero no me permití llorar.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Heartless.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Ya sabía que llegábamos tarde incluso antes de llegar a casa de los Tomlinson, con esa certeza titilante que baila en un rincón de tu mente en el momento en que te das cuenta de que has esperado demasiado. Igual que si te despiertas dos horas antes de la hora de despegue de tu avión y el aeropuerto ya está a una hora de tu casa, y en el momento en que miras el despertador que no ha sonado ya sabes que has perdido un vuelo al que todavía no han mandado embarcar a nade, mientras iba a la calle de los Tomlinson con Duna sobre mis hombros, supe que mi hermano no iba a estar allí. Y me culpaba por ello.
               Me había pasado la tarde entera sentada frente a mi ordenador, viendo una película cuyo nombre y trama no recordaba, con el teléfono a mi lado vuelto sobre la carcasa, para que si me llegaba un mensaje lo viera al instante. Deseaba con toda mi alma que Alec me enviara una simple pregunta, “¿haces algo esta noche?”, para que todos mis miedos se disiparan como la bruma a orillas del Támesis cuando sale el sol. Pero ese mensaje no había llegado, y yo había ido poniéndome más y más nerviosa, más y más tensa, y más y más triste, a medida que pasaban los minutos y yo me convencía de que estaba esperando a la desesperada.
               Incluso había sido débil un par de ocasiones y había pensado en enviarle un mensaje yo. Las palabras se agolpaban en mi cabeza hasta formar una maraña en la que tenía la esperanza de poder atrapar a Alec, cortándole unas alas que yo misma le había  entregado pero que egoístamente deseaba que no usara. No quiero que nos pase nada malo, y creo que si te acuestas con Zoe me afectaría más de lo que debería, así que por favor, sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero no hagas nada con ella.
               Demasiado largo.
               No hagas nada con Zoe. Me hará daño.
               Demasiado doloroso.
               No necesitas a otra. Me tienes a mí. Hazme lo que quieras.
               Demasiado suplicante.
               Pásalo bien esta noche. Yo lo intentaré.
               Demasiado cínico, y nada de mi estilo… y una excusa perfecta que él podría usar si a mí se me ocurría echarle en cara que sintiera deseo por otras chicas, algo que me decía que era completamente normal, pero que en el fondo era como un puñal incandescente retorciéndose en mis entrañas.
               Por favor, no hagas nada con Zoe. Sé que no debería, pero me va a afectar. Te quiero. No quiero perderte, pero no sé si podré perdonarte. Y eso que no tengo nada que perdonarte, porque te he dado permiso. La cuestión es… que no quería darte permiso, no realmente. No tengo derecho a pedírtelo, ni a sentirme mal, porque yo he sido la primera que nos he puesto límites, pero si te dije que podías hacer lo que quisieras con Zoe (o con la chica que quisieras, realmente), es porque sólo quiero que hagas cosas conmigo. Quiero que mires a una chica y te apetezca llevártela a la cama durante unos segundos, y luego recuerdes que soy completa, absoluta e irrevocablemente tuya y que sonrías porque de alguna forma absurda he conseguido convencerte de que yo soy mejor que las demás, que merezco el privilegio de ser a la que más deseas, y que lo único mejor que lo que te apetece hacer con una desconocida que está buenísima y por la que no podría reprocharte que te sintieras atraído, es hacer eso mismo conmigo. Ojalá ella no viniera y no estuviéramos en esta tesitura, ojalá mis putas inseguridades no me hicieran tener miedo de cada chica a la que miras porque son todas mejores que yo y tú te mereces a alguien que te llene, que te complazca y que no se asuste en ningún momento cuando estáis en la cama. Te mereces a una mujer y no a la puta cría que soy, pero la cuestión es que esta puta cría haría lo que fuera por ti, y lo hará si se lo pides, igual que sabe que también harás lo que sea por ella, así que por eso te lo pide que simplemente no hagas nada… porque quiere seguir haciendo lo que sea por ti, quiere conservar lo que tenéis, amor puro, incondicional, sin ningún tipo de rencor. No sabes lo difícil que es encontrar a tu persona en el mundo, y tú eres la mía, Al, y no debería dejar que mi estúpido orgullo se metiera entre nosotros y…
               Ni siquiera sabía por dónde empezar a desgranar ese mensaje, más propio de un pasaje de la Biblia que de un texto enviado por Telegram, así que con un nudo en el estómago, presioné la tecla de la goma de borrar y vi cómo mis sentimientos se iban esfumando en el ciberespacio, sin conseguir siquiera acceder a él. Me hice un ovillo en la cama, cerré los ojos, me puse los auriculares, le pedí a Siri que me pusiera una selección de la música más triste que pudiera encontrar en mi móvil, y me eché a llorar con la primera canción. No sé si me quedé dormida o simplemente me caí en un agujero de gusano que hizo que el tiempo y el espacio dejaran de ser una verdad inamovible para mí, pero el caso es que cuando quise darme cuenta, en el espacio de silencio que hay entre dos canciones en el que caben un millón de sentimientos encontrados, había dejado de llorar. Puede que ya no me quedaran lágrimas o puede que me hubiera autoconvencido de que me daba igual.
               Y pude escuchar a mi padre preparándose para llevar a Duna a casa de los Tomlinson, donde iba a pasar la noche. Se me encendió la bombilla al instante: si me iba con mi padre, tal vez no fuera tarde y pudiera encontrarme con Scott. Le pediría a mi hermano que me llevara con ellos de fiesta; le diría que tenía que hablar algo muy urgente con Alec, y Scott no podría negarse. Me bajaría la Luna del cielo si yo se la pedía, así que conducirme hasta uno de sus amigos no era nada en comparación. Además, estaba Diana. Le diría que había cambiado de opinión, que le pidiera a Zoe que me perdonara, pero que prefería que se mantuviera a una prudente distancia de Alec. Me gustaba la monogamia, a fin de cuentas, si la compartía con él.
               De modo que me enfundé el primer jersey que encontré en el armario, me puse unos pantalones negros con las botas militares, y bajé zumbando las escaleras de mi casa. Pillé a papá asegurándose de que embutía a conciencia a Duna en un abrigo que la hacía triplicar su tamaño y con el que apenas podía moverse, estrangulándola con una bufanda que le daba tantas vueltas  a la cara que apenas podía ver, y con un gorrito con un pompón de colores cubriéndole la cabeza y convirtiéndola en el espantapájaros más friolero de la historia. Papá levantó la mirada con el ceño ligeramente fruncido, mientras Duna trabajosamente giraba sobre sus pies para poder mirarme también.
               -¿Puedo ir con vosotros?
               -Claro que…-empezó papá.
               -¡No!-tronó mamá, asomándose al recibidor-. ¿Con el frío que hace, pretendes ir así, sin coger un abrigo siquiera? De eso nada, ¡te quedas en casa!
               -Pero, ¡papá!-lloriqueé, volviéndome hacia él, que puso los ojos en blanco y suspiró.
               -Vete a por un abrigo.
               -Zayn-protestó mamá.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Antes de Sabrae.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Qué estás haciendo, cabrón?-le recriminé al chico que apareció en la pincelada del espejo que había recuperado del vaho con mi mano. El gilipollas que había al otro lado del cristal me miraba con el ceño fruncido, una expresión fiera en los ojos que no tenía nada que envidiar a la de un león.
               Me sentía sucio. Miserable. Sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal en todos los sentidos. Supongo que por eso había dejado que el aleatorio de Spotify eligiera las canciones que cubrirían el sonido del agua mientras me duchaba, para que mi cerebro estuviera ocupado reproduciendo la letra y disfrutando de ella y no se pusiera a pensar en las consecuencias de mis actos. Toda mi vida había sido un gilipollas, pero jamás lo había sido a propósito: si me había metido en líos, siempre había sido por no pensar las cosas y actuar directamente, pero ése no era el caso. Era un cabrón por lo que iba a hacerle a Sabrae, y era más cabrón todavía porque sabía lo que eso le haría. No podía alejarla de mí, así que haría que fuera ella la que nos alejara, la que pusiera distancia entre nosotros.
               Como si el mundo me estuviera mandando señales de que me estaba equivocando, cuando ya me había llenado las manos de la espuma del champú, Spotify decidió que era un buen momento para poner Evolve, el disco de Imagine Dragons, en aleatorio. Había cantado a voz en grito las canciones según se iban sucediendo, pero a medida que el orden iba cobrando un sentido, fui cayendo en lo que significaba todo lo que estaban cantando en la banda originaria de Las Vegas. Con Whatever it takes, mi boca dejó de cantar las letras y mi cerebro empezó a darle vueltas de nuevo a lo que llevaba haciéndolo toda la semana, desde que había visto a mi hermano. Intenté bailar frente al espejo con I Don’t Know Why, que la siguió, pero no podía dejar de pensar en lo que haría esa noche, en si sería capaz de clavar el primer clavo en el ataúd de mi relación con Sabrae y pasarle el martillo. Believer me hizo ver que me equivocaba.
               Y Next to me me jodió a niveles en los que no pensé que pudiera joderme jamás ninguna canción. Me recordó que ella me había hecho mejor persona, invencible, poderoso, y que era perfectamente capaz de conseguir que las cosas entre nosotros se encauzaran.
               No. No pueden encauzarse. No soy bueno para ella. Me lo había repetido por activa y por pasiva cuando no podía dormir por las noches y entraba en la conversación que habíamos compartido y que yo rezaba porque ella no eliminara cuando se enterara de que había hecho aquello para lo que le había pedido permiso sin querer que me lo concediera.
               Estaba en un callejón sin salida, y para colmo me había pintado una diana en el pecho y otra en la frente, indicándole tanto a la mafia como a los policías que me perseguían que yo era el topo, y que valía lo mismo vivo que muerto.
               Había ido a ver a Diana con la esperanza de que ella le contara a Sabrae lo que pretendía hacer, y que Sabrae viniera a pedirme explicaciones por estar recuperando mi comportamiento de vividor gilipollas y capullo que no tiene escrúpulos en términos de sexo. Me estaba volviendo peor persona que cuando me follaba a tías que tenían novios pero muy pocas ganas de serles fieles, porque ahora quien estaba a punto de ser infiel era yo, y en lugar de estar encerrado en mi habitación con música a todo trapo que callara los demonios de mi cabeza, a lo que me estaba dedicando era a afeitarme con cuidado y ponerme bien guapo, no fuera a ser que no consiguiera seducir a Zoe y todo mi plan se fuera a la mierda.
               Pero Sabrae no había venido. Supongo que ya se había dado por vencida conmigo, o peor aún, que considerara que estaba en mi derecho de liarme con otras chicas simplemente porque no tenía “novia” estrictamente hablando, aunque yo así lo sentía. Como un mamarracho. La madre que te parió. En lugar de dedicarme a alejar de mi vida a la única chica que me había importado de la forma en que sólo se importan las personas en las películas románticas que tanto les gustan a las tías, debería estar ocupado luchando por merecerla, mejorando como persona, combatiendo esos demonios contra los que yo sabía que Sabrae podría destruir. Ella los había creado, ¿no? Pues bien podría destruirlos.
               Puse las manos a ambos lados del lavamanos y apreté tanto los dedos en el mármol que los nudillos se me pusieron blancos, y hundí los hombros. El peso de todo el mundo recaía sobre mi espalda, un mundo en el que el dolor de Sabrae ya estaba impregnado hasta el núcleo interno, haciéndolo más masivo que el mayor de los agujeros negros. Sabrae no me perdonaría esto, Sabrae me mandaría a la mierda, y Sabrae necesitaba mandarme a la mierda y seguir con su vida. Estaba jodido, jodidísimo a escalas insospechadas; tanto, que cualquier psiquiatra saldría corriendo sólo con hacerme una exploración. Y todo por culpa de mi maldita sangre. Lo que daría por no ser hijo de quien era, por no tener mis genes…
               Ojalá Dylan fuera mi padre. Ojalá su apellido fuera el mío desde el momento en que nací, y no hubiera ninguna tachadura en el Registro Civil que ocultara un apellido del que me avergonzaba y que ponía nombre a un legado del que yo me había pasado la vida huyendo, sólo para encontrármelo de bruces al girar la esquina. Él habría tenido un hijo que se mereciera a Sabrae. Un hijo que le aguantara la puerta por caballerosidad, y jamás porque eso le brindaba la oportunidad ideal de mirarle el culo. Un hijo que no aceptara que lo invitaran, sabiendo que él tenía un trabajo y ella no. Un hijo que no permitiría que la emborracharan hasta el punto de no tenerse en pie y no poder defenderse si un baboso se intentaba aprovechar de ella. Un hijo que en ningún momento permitiría que ningún baboso se le acercara.
               Un hijo que siempre la hiciera sentirse segura, sin importar la ropa que llevara o la distancia que hubiera entre ellos, con el que ella jamás tendría miedo y siempre estaría a gusto.
               Un hijo con el que no tuviera que gemir con un hilo de voz “no me gusta” estando en la cama.
               Un hijo que no disfrutara poniéndole las manos en el cuello y se corriera al descubrir la vomitiva sensación de poder que siempre te invade cuando tienes la vida de alguien en tus manos.
               Un hijo como él, y no como yo. Un Whitelaw de verdad, y no un Cooper con una moralidad que luego no llevaba a la práctica. No me gustaba ser un Cooper. Jamás me había gustado y jamás lo haría, pero ahora, lo único que podía salvar a Sabrae era esa naturaleza que yo me había esforzado en ocultar.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Peligro.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Chrissy chasqueó los dedos delante de mí, demasiado divertida de verme tan abstraído como para enfadarse. Ya era la tercera vez durante el reparto que tenía que llamarme la atención para que me bajara de la furgoneta, recogiera el paquete que debía entregar, y atravesara la calle en dirección al domicilio que nos habían indicado. La primera vez le había entregado un paquete pequeño a un hombre cuarentón y barrigudo que apestaba a alcohol y tabaco, que seguramente hubiera pedido una muñeca hinchable para pasar los días lluviosos porque no le apetecía ir al club de strip tease que frecuentaba… como había hecho mi hermano.
               Y la segunda, las destinatarias habían sido una pareja de universitarias que me miraron de arriba abajo y me tiraron la caña, a lo que yo había respondido de forma automática, sintiéndome una mierda al instante a pesar de que aquello no significaba nada para mí, y a Sabrae no le molestaría. No era celosa; no conmigo.
               Sabrae… pensar en ella me dolía, un dolor emocional que trascendía las fronteras de los sentimientos y se volvía físico, me aprisionaba el pecho y me ponía hierros incandescentes allí donde Aaron había conseguido golpearme con todas sus fuerzas.
               Estaba siendo un día de mierda, una rutina de mierda, un amor de mierda, una vida de mierda. No quería tener que llegar mañana a clase y volver a verla, saber que por su bien debía alejarme de ella y que por el mío sería incapaz de hacerlo. Lo que Aaron me había dicho antes de liarnos a hostias había sido tan esclarecedor que me sentía un gilipollas por haber siquiera necesitado hablar con él: por supuesto que yo no era bueno para ella, y por supuesto que todo lo malo que había en mi interior tenía origen en mi familia. ¿No decían que todo lo malo se heredaba? Pues yo tenía mucho que heredar. Casi tenía que dar gracias de haber tardado tanto en tener ese tipo de conductas.
               Y, sin embargo, no podía dejar de pensar que, quizá, hubiera alguna alternativa. Tenía que haber una solución, por Dios. ¿Es que todos nacíamos condenados o salvados, dependiendo de nuestra suerte, y cumpliríamos con nuestro destino sin importar qué hiciéramos?
               -Cuando tú quieras-sonrió Chrissy, dándome un toquecito en el hombro, y yo di un brinco y la miré, saliendo de mis ensoñaciones. Me estaba regodeando en la forma en que había conseguido tirar Aaron al suelo y cómo se había intentado revolver él, porque pensar en yo siendo destructivo con mi hermano era mil veces mejor que imaginarme siéndolo con Sabrae.
               -Eh… ah, sí. Ya. ¿Tienes la ref…?-empecé, sacando el móvil del bolsillo de los vaqueros para buscar el número de identificación del paquete y así poder localizarlo antes. Chrissy me tendió una caja marrón con el logotipo de Amazon en una esquina, y yo la miré. No sólo se había ocupado de quitarme mi ensimismamiento, sino que encima había podido buscar el paquete sin que yo me enterara.
               -Menos mal que no es una bici-bromeó mientras lo cogía, y yo puse los ojos en blanco. Durante mi primer mes de curro, me habían encomendado que entregara un paquete en el que venía una bicicleta, y los de administración hicieron caso omiso cuando les expliqué que yo iba en moto y no podía hacer el reparto. Se encogieron de hombros cuando les reiteré a gritos mi postura, porque “ya me lo habían adjudicado a mí y eso era mucho papeleo”, así que ya me había visto arrastrando ese puñetero paquete por medio Londres, a pie. Por suerte, ya había ido de reparto con Chrissy alguna vez, así que ella se había ofrecido a ayudarme. Nos habíamos hecho amigos durante nuestro primer reparto juntos, y me reconfortaba pensar que, el día que uno de los dos se fuera, no perderíamos el contacto. A fin de cuentas, habíamos follado demasiado para marcarnos un “si te he visto, no me acuerdo”.
               Ni siquiera me subí la capucha del impermeable de la empresa cuando salí a la calle. Casi me atropella un coche, lo cual habría sido de agradecer; así ya no tendría que preocuparme de pensar una manera de romper con Sabrae y que ella no consiguiera que le soltara que era una broma cuando terminara con mi retahíla de razones por las que estábamos mejor separados. Subí penosamente las escaleras del edificio a pesar de que había ascensor, y me olvidé de pedir una firma en la casa donde me recogieron el pedido, así que tuve que volver cuando Chrissy me comentó que no le salía nada en la pantalla de su teléfono.
               -Vale, cuando terminemos con el reparto, vamos a parar en algún sitio y me vas a contar qué te pasa. Estás rarísimo-sentenció ella, incorporándose al tráfico y mirándome un momento. Volvió a fijarse en mis moratones, en los que habían reparado todos en el curro cuando me presenté en el almacén el día anterior, que ni siquiera tenía turno. Le había contado una mentirijilla piadosa a Sabrae para que ella no viniera a buscarme por la tarde; sí que tendría una semana intensita, pero no de trabajo, sino por pensar cómo podía poner punto final a lo nuestro. Había subido a hablar con los de administración para ver si había paquetes sin adjudicar, y después de que me dieran un par, me ofrecí a ocuparme de otros de mis compañeros para hacerles más liviana la tarde.
               -Hay una parte del salario que va por reparto-me recordó Rosalie con cansancio, limpiándose las gafas de carey.
               -No me importa.
               -A tus compañeros, sí.
               -Me refiero a que no me importa que no me lo incluyáis en la nómina de este mes-aclaré, y Rosalie frunció el ceño. Dejó su té suspendido en el aire, a centímetros de su boca.
               -¿Estás seguro? Porque, si lo que te pasa es que necesitas un extra, puedo ponerte como preferente en los repartos, y adjudicarte los de envío en dos horas solamente a ti.
               -Sólo quiero… currar-comenté, agitando los brazos, dando palmadas por delante y por detrás de mi cuerpo, como si fuera un subnormal. Me ardía la garganta de las ganas de vomitar. Rosalie parpadeó, asintió con la cabeza, se volvió a la pantalla de su ordenador, y empezó a hacer clics con el ratón.
               -No puedo transferirte los pedidos, pero voy a poner que estás haciendo horas extra para que te lo computen por si en algún momento te quieres pedir el día libre…
               -No voy a querer-la interrumpí. Para lo único que podía querer pedirme los días libres era para estar con Sabrae, y eso se acabó.
               -Bueno. Como tú veas. Pero yo te lo pongo igual. Así, al menos, estarás asegurado por si te pasa algo. Dios no lo quiera…-musitó por lo bajo, sincera, y yo le di las gracias y salí del cubículo, pensando en la suerte que tendría si me caía un piano encima esa tarde, como en las películas.
               -Lo siento-me disculpé con Chrissy, que no me miró-. Te estoy haciendo trabajar de más.
               -Eso me da igual, Al. Está claro que no estás bien, así que no me importa echarte una mano. ¿Está todo bien en casa?
               -Sí. Todo va genial. No te preocupes, es sólo que… no paro de darle vueltas a una cosa, eso es todo.
               Chrissy frunció el ceño y me miró, pero no dijo nada. Supongo que entendió que se trataba de algo de lo que me daba vergüenza hablar o de lo que me sentía un traidor comentando, así que quería darme mi espacio. Me repugnaba pensar en lo que había hecho con Sabrae y en todo lo que eso implicaba, pero estando con ella, solos bajo la lluvia y los truenos, me di cuenta de que, quizá, si compartía mis preocupaciones, éstas se harían menos pesadas.
               -De hecho… ¿te importa si te doy el coñazo?-Chrissy canturreó un suave “mm-mm”, que claramente significaba “tira, que libras”-. Mira, es que…-me aclaré la garganta y me puse de costado en el asiento, mirándola mientras conducía-. No dejo de darle vueltas a una cosa.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Príncipe de la noche más oscura.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Troté en dirección a Diana, Tommy y Eleanor en cuanto los vi esperándonos en el cruce en el que mi hermano siempre había quedado con el mayor de los Tomlinson para ir juntos a clase, y en mi apresurada carrera dejé atrás a Shasha, algo a lo que mi hermana no estaba muy acostumbrada.
               Acababa de decidir que me encantaban los lunes. Por primera vez en mi vida, me había pasado la noche contando las horas para que el sol volviera a levantarse por la mañana, anunciando la llegada de una nueva semana. Me había pasado las primeras horas de soledad nocturna en mi cuarto, leyendo novelas románticas (las partes que tenía señaladas con marcadores de colorines de plástico, al menos; es decir, las más ñoñas con diferencia de cada libro), balanceando los pies en el aire, suspirando con cada pasaje, y deslizando el dedo por la pantalla de mi móvil, examinando todas y cada una de las fotos de sí mismo que me había mandado Alec. Y, ¿por qué no? También masturbándome. Era imposible no hacerlo si recopilaba todas las fotos subidas de tono que me había enviado a lo largo de las semanas; ya no digamos las que nos habíamos hecho en la intimidad de mi habitación o de la suya, y los dos vídeos que habíamos colgado en nuestras redes sociales eran la guinda de un pastel cuyo glaseado no era otra cosa que su sudadera, que aún olía a él incluso entre las sábanas de mi cama. No dejé de inhalar su aroma profundamente impregnado en la tela y recordar todo lo que habíamos hecho durante el fin de semana: abrirnos el uno al otro un poco más en aquella bañera, hacernos más amigos en el sofá, viendo una peli, y enamorarnos más en su cama, cuando nos mirábamos a los ojos y entrelazábamos las manos mientras hacíamos el amor, o gimiendo nuestros nombres cuando follábamos. Había sido un fin de semana de contrastes: frío de su sofá, calidez de su cama, ardor de su cuerpo desnudo frente al mío. Sequedad durmiendo con él y humedad bañándonos; hambre por la tarde y empacho de madrugada; comida basura nada más llegar, y delicias caseras antes de irme.
               Lo había tenido todo, y aunque hacía sólo unas horas de aquello, yo ya lo echaba terriblemente de menos. No mentía cuando le dije que me sentiría muy sola esa noche, pero no en el mal sentido: a pesar de que me gustaría estar con él, sentir su cuerpo firme y cálido al lado del mío, no me importaba tampoco tener un momento para mí y terminar de asimilar lo que había pasado. Nos habíamos dicho que nos queríamos en el idioma en que Alec había aprendido a hablar, me había regalado su sudadera preferida y me había dejado tomarme fotos con su chaqueta de boxeador. Me había hecho suya viendo una película que me sorprendía que no le molestara por asimilación con el pasado de sus padres, y me había utilizado para darse el placer que más deseaba mientras la música de The Weeknd, una banda sonora que había restringido a todas las demás chicas, era lo único que cubría mi cuerpo (al margen de la dulce capa de sudor que sus empellones rociaban en mi piel).
               Lo había tenido todo, le había tenido a él, y en unas horas así volvería a ser.
               Por eso galopé a toda velocidad en dirección a los Tomlinson y Diana, que me esperaban con una sonrisa en los labios. Ellos eran la prueba de que el lunes había llegado, por fin.
               Haciendo gala de una falta de modales y un favoritismo que empezaban a caracterizarme, impacté contra el pecho de Diana, que me esperaba con los brazos abiertos. Ella había sido la encargada de acompañarme en mi sesión de compras de preparación para la noche que habíamos pasado Alec y yo juntos: necesitaba estar a la altura, y, ¿quién mejor para asesorarme que una modelo profesional, que iba a desfilar en unos meses para la marca de lencería más famosa de la historia?
               Diana había sido un amor y me había despejado la agenda a la velocidad del rayo en cuanto le envié un mensaje diciendo que necesitaba de su consejo de experta, e incluso había movido sus hilos (los suyos, no los de su familia) para que su chófer viniera a buscarme a casa en lugar de coger el transporte público.
               -No sé cómo de eco friendly puede ser esto-comenté entre risas cuando Diana me abrió la puerta trasera desde dentro y me hizo hueco en el asiento.
               -Podría ser peor.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Podría haber pedido que nos trajeran la limusina. Aunque, viendo las ganas que tengo de fundirme la tarjeta de crédito en cosas con las que quitarle el hipo a Tommy, creo que habría sido más prudente-me miró por encima de sus gafas de sol de ojo de gato con montura blanca y cristales negros, que combinaban a la perfección con su jersey y sus botas.
               -No hagas que me sienta mal por hacer que te gastes el dinero que ganas con el sudor de tu frente sólo por acompañarme-me burlé, regodeándome en el asiento.
               -¡Qué mona!-Diana soltó una carcajada-. ¡Ni que fuera un sacrificio por mi parte! Créeme, yo tengo más ganas que tú de ir juntas por un centro comercial. Ir de compras es mi segundo deporte favorito.
               -No sé si necesito preguntarte cuál es el primero-esta vez, la que se echó a reír fui yo.
               -El sexo, por supuesto-Diana se unió a mis carcajadas y se colocó las gafas de sol a modo de diadema-. Bueno, cuéntame cuál es tu plan.
               -Pues… hemos hablado de que yo cojo algo para llevar y voy a su casa, que se supone que va a estar despejada, y… bueno, realmente no hemos concretado mucho más.
               -No, Saab. Me refiero a qué tienes pensado para él.
               -¿Debería pensar algo? Porque estoy hecha un lío. Quiero estar a la altura, ¿sabes? Él estuvo genial. Fue un caballero en todos los sentidos. Cuando tenía que serlo, quiero  decir. Y como era todo improvisado, o lo tenía todo planeado, la verdad es que me da miedo cagarla. Por eso te he pedido ayuda. Mis amigas me han dicho que cualquier cosa que se me ocurra, le gustará a Alec, pero… quiero sorprenderle, así que necesito consejo en todo. Estoy hecha un lío, Didi. De verdad. Para empezar… ¿cómo voy vestida?
               -Con escote, por supuesto-me interrumpió Diana, tajante.
               -Y el pelo, ¿cómo lo llevo? Porque a él le gusta cuando lo llevo suelto, pero yo estoy más cómoda con las trenzas…
               -Hombre, el pelo suelto a veces es un coñazo, pero cuando estás a cuatro patas y él te lo engancha y se lo rodea a la muñeca con firmeza, mm-se estremeció, poniendo los ojos en blanco, y yo me eché a reír.
               -¿Y qué llevo de muda? ¿Debería llevar pijama?
               Diana abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Ritual.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Cuando atravesamos el marco de la puerta de mi habitación, Sabrae giró sobre sí misma como una experta bailarina y, con la mano aún agarrándome con determinación la mía, se puso de puntillas y me dio un beso en los labios que decoró con una risa, colocándole así la guinda del pastel. Me estremecí de pies a cabeza al escucharla, pues aunque era la risa de una niña inocente, a la vez ocultaba una travesura que yo sabía que iba a disfrutar. No debería, pero iba a disfrutarla.
               Trufas se había quedado por el camino, abandonado a su suerte en el momento en que nos pusimos de pie y, sin tener que hablarlo, decidimos poner rumbo a mi habitación. Necesitábamos intimidad, buscábamos intimidad, y el conejo lo sabía, así que nos iba a dejar en paz.
               -¿De qué te ríes?-pregunté, notando cómo las comisuras de mi boca se curvaban en la típica sonrisa de quien no se entera de una, pero aun así está feliz. Me gustaba escucharla reírse, y me gustaba pensar que yo era la causa de que lo hiciera, aunque dudaba que fuera ése el caso, ya que no estaba haciendo nada que no se saliera de mi línea. Claro que a Sabrae también le hacía gracia todo lo que yo hiciera, con independencia si lo hacía para divertirla o no.
               Todo… salvo una cosa.
               Por suerte para mí, antes de tener que dedicar el más mínimo esfuerzo a apartar esos pensamientos tóxicos de mi mente, mi chica volvió a hablar.
               -De nada-respondió, cogiéndome las manos y tirando de mis brazos como si estuviéramos bailando un twist. Volvió a llenar mi habitación con una carcajada mientras yo me dejaba arrastrar.
               -Algo pasará.
               -Es que… estoy pensando en una cosa que me dijiste hace nada-se tocó los labios con la yema de los dedos, conteniendo su risa, y sin previo aviso, me soltó y trotó cual hada en dirección a mi cama, a la que se subió de un salto. Permaneció sentada con las rodillas dobladas, a la japonesa, mirándome con unos ojos chispeantes que me hacían creerme el ser más importante del universo, el que había colocado las estrellas en su lugar-. ¿No adivinas qué es?
               -Digo muchas cosas a lo largo del día, Saab. Como no me des una pista...-medité, haciendo un puchero. Me acerqué a ella, que volvió a sonreír y lanzó una mirada cargada de intención al pie de la cama, en el pequeño escalón oscuro de madera donde se asentaba el colchón, en cuyo interior guardaba mis objetos más preciados, los que ausentaban mis pesadillas: todos mis recuerdos de la época de boxeo. ¿Habría encontrado, quizá, mi santa sanctórum? ¿Estaría intentando convencerme de que se lo enseñara sin tener que decírmelo explícitamente, seduciéndome con la idea? Porque, de ser así, estaba perdiendo el tiempo. No tenía necesidad de jugar: le enseñaría todo lo que quisiera.
               -¿No ves nada raro?-coqueteó, removiéndose en el sitio, sentándose con las piernas cruzadas, cambiando de la cultura nipona a la india, para luego volver a portarse como una geisha. Se estaba mordiendo el labio de una forma adorable, y se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja en el gesto de una niña concentrada en portarse lo peor posible sin perder su reputación de buena chica. Volví a mirar el escalón que formaba parte de la cama, y entonces, lo vi.
               Sobre la superficie negra que hacía de soporte de mi colchón, hecho un gurruño, una tela negra esperaba ser descubierta. Su escaso tamaño y la forma curiosa en que estaba retorcida, casi olvidada, me hicieron sospechar en el acto de qué se trataba. Abrí la boca, alucinado, y levanté la vista para mirar a Sabrae, que se echó a reír, se dejó caer sobre el colchón, y dio varias palmadas, divertidísima por la situación.
               -¿Eso son… mis calzoncillos?-pregunté, y ella se incorporó, alzó una ceja y respondió en tono de sabihonda:
               -Querrás decir mis calzoncillos. Me los prestaste para que no fuera por ahí con el culo al aire, ¿recuerdas? Bueno, pues dado que tu sudadera es lo bastante larga como para que mis nalgas no se queden de exposición, y lo bastante calentita como para que no haya peligro de que coja un resfriado, decidí que no tenía por qué pasar calor durante la comida… y que te merecías un poco de diversión. Claro que lo que yo no me esperaba era que te hiciera tanta ilusión que llevara puesta tu ropa interior-aclaró, riéndose-. De haberlo sabido, me habría estado quietecita. Todo sea por no romperte el corazón-me guiñó un ojo y yo intenté tragar saliva de forma un tanto desastrosa, pues me atraganté y tuve que ponerme a toser para no ahogarme.
               -¿O sea que… todo este tiempo… has estado…?-empecé, sin querer imaginarme la escena. No podía pensar en ella cruzando las piernas como lo había hecho a mi lado, acariciándome con el pie en el gemelo, riéndose e inclinándose hacia mí y dejándome acariciarla y acariciándome ella, todo mientras su sexo florecía entre sus muslos, abierto y descubierto para que yo lo alcanzara y le diera las atenciones que se merecía. No podía pensar en ello. No debía, o la poseería en el suelo de mi habitación. La arrastraría fuera de la cama y la haría mía sobre la alfombra.
               Pero, claro, de lo que yo podía y debía hacer a lo que Sabrae iba a  dejarme hacer había una diferencia abismal. Con una sonrisa triunfal que esperaba que no se le quitara nunca, tiró de la sudadera hasta subírsela por encima del muslo, arrastrándola con un dedo como una red de pesca que sale del agua por acción de un anzuelo. No me enseñó el cáliz de su pubis, tanto por la posición en la que se encontraba como por el cuidado que puso en no descubrir el paraíso que tenía entre las piernas, pero sí consiguió que yo  supiera que no había ninguna barrera entre su cielo personal y yo: se levantó la sudadera, dejando su glúteo al descubierto, y mostrándome el inicio de su costado, con unas caderas de chocolate en las que debería haber un envoltorio de algodón y espándex.

domingo, 27 de octubre de 2019

Theodore y Gugulethu.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Había hecho bien reservándose el baño para el último lugar. De habérmelo enseñado ayer por la noche, creo que no habría querido subir a su habitación y descubrir el único lugar de su casa que podría rivalizar con ella.
               Ante mí se abría una estancia luminosa y tremendamente amplia, de paredes del mismo mármol que componía las columnas griegas que daban la bienvenida a la casa y la sustentaban en el amplio vestíbulo del que nacían las escaleras en forma de paréntesis. Aquellas placas de colores arenosos te recordaban al palacio de algún emperador romano que no había conseguido pasar a la historia por ser su reinado tranquilo para su pueblo, y mantenían la armonía de la estancia con la eficacia de un buen fondo en cualquier cuadro. Sólo había una pared que no estuviera recubierta de aquel material: la amplia cristalera a través de la que se colaba la luz del sol, desprendiendo destellos de arcoíris en el suelo salpicado de unas cuantas alfombras en tonos arena, dorado y granate suave. Entre los huecos de los pequeños cristales que impedían que se viera nada desde el exterior, se formaba una vidriera unidireccional que te permitía ver el jardín desde cualquier punto, estuvieras en el excusado, lavándote los dientes y contemplándolo en el espejo, o  desde la bañera que presidía la estancia, que me esforcé para dejarla en último lugar.
               El baño era inmenso; puede que tuviera más de veinte metros cuadrados, y por aquí y allá había esparcidas pequeñas mesitas con macetas ocupadas por flores que combinaban con los colores de la habitación. En la pared contraria a la cristalera había un lavamanos que parecía surgir de la pared, con su propia cómodo y espejo incorporados. En una esquina, se encontraba el baño.
               Pero lo mejor de todo era la bañera: colocada estratégicamente cerca de la cristalera, se extendía en un rudo bloque que parecía arrancado directamente de la piedra, de formas irregulares en su contorno. El interior, sin embargo, estaba perfectamente pulido, primero por unas manos expertas y después por años y años de agua terminando de perfeccionar el trabajo. Un grito dorado con dos manillas para el agua caliente y la fría se situaba justo en el centro del bloque de piedra irregular.
               -¿Es…?-pregunté, acercándome con tanto respecto a la bañera que cualquiera hubiera dicho que había un cocodrilo en ella. Alec se estaba mordiendo la lengua con las muelas, por lo que sólo pudo confirmar mis sospechas con un:
               -Mfjé.
               Me volví para mirarlo. La bañera era de mármol de un rosa oscuro, con vetas blancas y doradas que delataban su origen de uno de los lugares más exclusivos de Italia.
               A pesar de que del techo colgaba una lámpara de araña que combinaba con los adornos dorados colocados aquí y allá por las paredes para darle un aspecto palaciego al baño, la que verdaderamente denotaba lujo era la bañera, perfectamente tallada en su parte útil, y perfectamente conservada en aquella que no servía para más que para adornar.
               Reparé de casualidad en que, al lado del bloque de la bañera, había una pequeña estantería, pero ni siquiera me fijé en su contenido. Estaba demasiado ocupada admirando el acabado perfecto del interior de ésta, lo cuidados que estaban los grifos, y los escalones sutilmente tallados en el exterior para facilitarte la entrada en ella. Ya desde la puerta podías apreciar que era inmensa, pero vista desde cerca era aún más impresionante: no sólo sus colores y sus formas te hacían pensar en el esplendor de Roma, sino que el tamaño y el corte te invitaban a compartirla con alguien.
               Con su metro casi noventa de estatura, Alec podría perfectamente tumbarse dentro de la bañera y flotar haciéndose el muerto sin tocar ninguno de los bordes. Más que una bañera, parecía una minipiscina de lujo.
               Me giré sobre mis talones, estudiando los diseños del techo, que se alejaban de los rectángulos nada desdeñables de las paredes, convirtiéndose en intrincados brocados que harían llorar a cualquier novia musulmana. Nosotras no nos poníamos los velos de las cristianas, sencillas telas de gasa blanca, sino que nos adornábamos en nuestro gran día con encajes de oro y plata más parecidos a los de los mantones de las vírgenes cuya religión era un poquito más antigua que la nuestra.
               Alec cerró la puerta, uno de los pocos elementos de madera de la habitación, junto con los cajones del lavamanos, y las mesillas redondas de entre las esquinas. Percibí entonces el perfume de las flores: peonías de pétalos blancos que acababan en puntas doradas. Mi chico se metió las manos en los bolsillos del pantalón y yo me di cuenta entonces de que volvíamos a estar solos.
               -No me extraña que tardaras en enseñármelo-comenté, volviendo a girarme sobre mí misma. La dorsal WHITELAW 05 resplandeció un segundo en el reflejo del espejo del lavamanos-. Seguro que ahora estás pensando cómo vas a hacer para conseguir que me vaya a mi casa.
               -Si supiera que enseñándote el baño querrías mudarte aquí, te habría traído derechita nada más llegar-respondió, y yo sonreí, inclinando la cabeza a un lado.
               -Ten cuidado, Al: puede que te tome la palabra.
               -Lo digo en serio-respondió con una sorprendente determinación que me dejó sin aliento-. Puedes venir a mi casa siempre que quieras. A mi habitación, al baño, a la cocina, o a donde se te antoje. Incluso cuando yo no esté. ¿Vale?-a medida que había ido hablando, se había acercado a mí, salvando la distancia que nos separaba, y me tomó de la mandíbula. Sus ojos ardían con una pasión tierna que muy pocas veces le había visto, y que sin embargo me resultó tremendamente familiar.
               Los Malik queremos con todo lo que tenemos, pensé para mis adentros. Pero los Whitelaw lo hacen con la tranquilidad de saber que tienen todo el tiempo del mundo.
               Supe que era eso lo que me estaba ofreciendo él, incluso aunque no lo supiera: todo el tiempo del mundo.