lunes, 11 de agosto de 2014

El diablo viste de Prada.

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El anuncio de que pronto habría una nueva inquilina en casa fue una especie de pistoletazo de salida que hizo que todos los Tomlinson, tanto los que habían nacido con ese apellido como los que lo habían adquirido con el tiempo, se prepararan para la llegada de una especie de hermana que era en realidad una prima falsa.
Louis sabía que serían semanas muy intensas para él y para su familia.
Al menos, para sus hijos, según los planes originales. Que se reducían, básicamente, a ver los partidos de la Premier League antes de las vacaciones de Navidad, en la que Inglaterra se sumía en un estado de sopor del que sólo podían salir a través de fiestas navideñas, carreras por obtener regalos, y demás cosas que en el resto del año se considerarían ridículas pero que se aceptaban y casi requerían cuando la nieve comenzaba a caer.
Y ahora sus padres se veían truncados y se veía obligado a ayudar a limpiar el ático mientras en el resto de las casas se oían gritos de “gol”, con una “o” infinitamente larga que no dejaba casi espacio en los pulmones. ¿Por qué Eri quería castigarlo de aquella manera? Podrían preparar las cosas perfectamente cuando llegara Diana, incluso el lunes. Sí, le encontrarían la manera de dormir en una habitación (Eleanor era la candidata perfecta), al menos hasta darle un espacio sólo para ella. Pero cuando lo hablaron Eri no había querido saber nada de las postergaciones a las que se dedicaría su marido de tener la oportunidad.
-O, si acaso, la llevamos a mi pueblo y que duerma en un establo, ¿eh, Louis? ¿No molaría eso más?-le espetó ella, negando con la cabeza, con los brazos en jarras-. A veces me pregunto si eres así de tonto o si te lo haces.
-Antes te gustaban mis sugerencias.
-¿Cuándo? ¿Antes de parir a tus hijos, o antes de comerme el marrón al que te has apuntado tú solo?-suspiró ella, dándose la vuelta y terminando de fregar los platos. Aquel día ya no habría sexo, y él lo sabía. De modo que, en lugar de ponerse zalamero, dio media vuelta, cogió una cerveza de la nevera y se tiró cuan largo era a ver qué echaban en la tele. Se negaba en redondo a ver fútbol francés, no por los jugadores, sino porque le ponía muy nervioso escuchar a los comentaristas... y porque siempre había algún “Louis” por ahí suelto que no le dejaba desconcentrarse y dormitar.
-Vas guapa si te crees que voy a perderme el partido el Arsenal por andar moviendo cajas-le espetó a la tele, animado por la cerveza. Menos mal que ella se había sentado a leer en el exterior de la casa, aprovechando la luz que todavía se salvaba del ocaso.
Por suerte, sus hijos lo habían llevado bastante mejor de lo que se esperaba. Los pequeños no habían sido un problema: les encantaban las visitas. Incluso Eleanor se había mostrado relativamente contenta con la idea (si es que había algo de alegría en su expresión concentrada en el teléfono, a través del que seguramente estaría recibiendo noticias muy importantes para el desarrollo de la humanidad). Y Tommy se limitó a cruzarse de brazos y asentir con la cabeza cuando se lo dijeron, con el ceño fruncido. Los dos Tomlison mayores supieron qué iba a decir el pequeño antes incluso de que la pregunta cobrase una forma definida en su cabeza.
-¿Va a compartir las tareas?
-Pues claro-respondió su madre-. No soy la esclava ni de la gente a la que estoy directamente ligada, ¿cómo coño voy a trabajar para alguien ajeno a esta casa?
Louis sintió ganas de protestar por la cantidad de veces que había ayudado a los chicos cuando la necesitaban, pues el pacto de sangre que habían hecho hacía años sólo requería de los servicios de él, y no de los de ella, pero se calló... porque quería conocer a Eri aquella noche. Le apetecía.
-Entonces, por mí, como si traéis a terroristas. Que se encargue de los platos-exigió, señalándolos. Y se dio la vuelta y no hubo más discusión.
Y, para colmo, no iba a tener descanso ni siquiera en la cama. Cuando se tumbó dispuesto a ver una película, Eri no hizo amago de echarse a su lado, sino que se quedó sentada, con la espalda apoyada a medias entre la almohada y el cabecero, sin mediar palabra.
Louis resistió la primera media hora al pánico, pero luego éste se hizo demasiado poderoso, y terminó abriendo la boca, a pesar de que sabía que iba a cagarla en cuanto le diera pie a su mujer para despotricar a gusto.
-¿No te gusta la peli?
-Me cago en tu puta madre-replicó ella en español. Él sonrió, y luego levantó la mirada.
-Vale, no he estado muy fino, ¿qué pasa?
-Ah. Me lo notas ahora.
-Sabes que no puedo con eso mucho tiempo.
-Es tu problema.
-Eri. Me tienes hasta los huevos. ¿Qué?-ladró él con su acento, incorporándose en la cama. Y ella sonrió.
-Sólo estaba dándole vueltas a algo.
-Me gustaría oírlo-respondió él, acariciándole el brazo. Ella no lo apartó, pero tampoco dio muestras de que la aplacara.
-No te va a gustar lo que tengo que decir.
-Tampoco me han gustado muchas cosas que he hecho a lo largo de mi vida, pero, ¿qué vamos a hacerle? La vida no es un baño eterno en aguas cristalinas. A veces llegan olas que te arrastran al fondo, y tienes que pelear por volver a la superficie.
Eri se lo quedó mirando un segundo, con las cejas alzadas y la boca entreabierta.
-Me gusta cuando te pones en plan Sócrates.
-Lo sé. Bueno, nena, soy todo oídos. Habla por esa boquita que tienes-ordenó él, besándola en los labios suavemente y agradeciendo que ella se dejara hacer. Eri suspiró, se cruzó de piernas y comenzó a jugar con las sábanas, la mirada baja, los hombros gachos. Sabía que no le iba a gustar lo que le iba a decir, pero no podía quedárselo dentro más tiempo. No era su estilo, y se habían prometido sinceridad ante todo. La última vez que no fueron totalmente sinceros el uno con el otro, ella había sido lo bastante estúpida como para jugárselo todo a una mala mano de póquer. Menos mal que la casa ese día fue piadosa y decidió rescindirle la deuda. Podría jugar más días, pero con un recuerdo imborrable en los brazos.
-Estoy molesta porque Harry nos ha obligado a aceptar sin hablarlo.
-Lo estamos hablando ahora-replicó Louis, y Eri frunció el ceño y chasqueó la lengua.
-En serio, Louis. Hablarlo con más tiempo. Meditar los pros y los contras.
-Nunca hemos sido mucho de meditar. Tú eres atea y yo cristiano. ¿Para qué coño quieres meditar, hablar con un dios que no te escucha porque para ti no existe?
-¿Podemos dejar los debates religiosos para otro día? Estoy cavilando.
-Cavila, cavila-concedió él, abriendo los brazos-. Pero haremos lo que quieras. No podemos hacer esto sin estar los dos seguros.
-¿Quién está seguro de ser capaz de sacar adelante una vida? Además, no puedes rechazarlo sin quedar mal con Harry, Lou. La única forma de hacerlo es que sea yo la que se niegue a ello.
-Oh, no-él se incorporó y negó con la cabeza. Cerró los ojos un momento mientras la movía, queriendo hacer ver que por aquel callejón no estaba dispuesto a pasar-. No voy a dejar que quedes como la mala de la película. Estamos en esto juntos.
-Estoy acostumbrada a serlo, no te preocupes. No me va a doler cumplir con ese papel otra vez-dijo ella, pero en su voz se notaba un triste, cansado, tildado de un agotamiento que a Louis no le gustó nada en absoluto. Suspiró y le miró con esos ojos que lo volvían totalmente loco, sobre todo cuando ella se lo proponía.
-Yo no quiero que lo hagas-le apartó un mechón de pelo de la cara.
-Tampoco está tan mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no serlo. El malo tiene mil maneras de reaccionar. Mira a Meryl en El Diablo viste de Prada. Se sale.
-Eri. No.
-Es el papel que tenemos. Y, de verdad, no me importa seguir interpretándolo. Soy buena en esto, pero debería parar de vez en cuando.. ya sabes, para que no me encasillen-le guiñó un ojo, pero él no lograba encontrarle la gracia al asunto.
-Yo te quiero, Eri. No voy a dejar que seas siempre algo que no eres. Me gusta ese lado tuyo de cabrona, pero no es lo que más me apasiona de ti... ni lo que hizo que me enamorase.
-Es curioso, porque si estamos aquí discutiendo es porque yo me enamoré del cabrón de One Direction precisamente por ser el cabrón de One Direction.
Louis se la quedó mirando largo y tendido; por un momento creyó que ella bajaría la vista, intimidada por su largo escrutinio. Pero Erika se mantuvo fiel a todo lo que era, a la fuerza que le daban las peleas ganadas que llevaba a su espalda, y no apartó los ojos.
-Louis.
-No me gusta nada que tengas razón.
-Debes de vivir toda tu vida sufriendo, entonces-susurró ella, besándolo en la frente y sonriendo al ver que él se dejaba hacer-. Tenemos que hacer muchas cosas-musitó, acurrucándose en el colchón a su lado y negándose a alejarse. Sabía de la influencia que su cuerpo ejercía sobre el de Louis, y estaba más que dispuesta a utilizarla.
Todo el mundo debía aprovechar sus ases en la manga, por pocos y sucios que fueran, pues podían suponer la diferencia entre la victoria y la derrota.
No volvió a abrir la boca hasta el final de la película, en el que un suave suspiro se escapó de entre sus labios. Louis se la quedó mirando, incapaz de saber si de verdad estaba dormida, o sólo fingía para coronarse campeona de la discusión.
Parecía dormir de verdad.
Al contrario que él, que no pegaría ojo en casi toda la noche.
Eran muchas las cosas en las que tenía que pensar: toda una vida llena de recuerdos y vivencias, tanto de las que quería olvidar como de las que esperaba atesorar siempre, se amontonaban en su cabeza y le hacían dar vueltas y más vueltas en la cama. Aquella situación le había recordado a su infancia, su adolescencia, su juventud, el miedo que había tenido, las dudas a las que se había enfrentado... y lo solo que se había sentido mientras todo el mundo encontraba su lugar y él no lograba encajar en el gran puzzle de la vida. Sus amigos se habían graduado mientras él se quedaba atrás por aquel año perdido haciendo el tonto, hacía reír a los demás y él también se reía. Era una joya, pero él no terminaba de sentirse a gusto. Sus aspiraciones no eran las mismas que las del resto de la gente, y aquello lo asustaba, le hacía ver las cosas con una visión radicalmente opuesta a las de los demás.
Se sentía como si estuviera viviendo en un mundo donde todo el mundo hubiera nacido, pero que para él era extraño.
Justo lo que sentiría la pequeña Styles en cuanto pusiera un pie en aquella isla que había pisado en muy contadas ocasiones, en todas, acompañada de su madre.
Eri y él harían lo que fuera por hacer que la cría se sintiera en su casa, pero jamás podrían sustituir a dos figuras esenciales en la vida de Diana: Noemí y Harry. Harry y Noemí. La sangre era más importante de lo que a él le gustaría admitir, y, a medida que crecías, más fuerte se hacía ese vínculo por el que podrías matar y morir. Podías compartirlo todo con tus hermanos salvo parte de su sangre, y serías capaz de obviar ese pequeño detalle en cualquier batalla. Pero en la oscuridad de la noche, cuando nadie vigilase y tu armadura estuviese descansando en un armario con la llave en la cerradura, te preguntarías si los demás se sentirían diferentes. Si entre ellas había una conexión de la que tú no sabías nada. Un éter que no estaba al alcance de todos.
Harto de dar vueltas en la cama, decidió levantarse en medio de la noche, con cientos de ideas bailando en su cabeza al ritmo de una música que nadie más en la casa podía ni debía escuchar, pues el dulce sueño de su familia dependía de ello.
Bajó las escaleras acompañado por la soledad, y en un gesto fantasma del que se dio cuenta más tarde, echó mano del ordenador, su único compañero realmente universal, que le había seguido por todo el mundo con fidelidad, incluso más que su familia. Se tumbó en el sofá cuan largo era y dejó que la pantalla lo deslumbrara un momento. A continuación, inició sesión en todos los sitios posibles. Buscaba algo, pero no lo sabía, al igual que no sabía qué era eso.
No había nadie a esas horas de la noche. Frunció el ceño y apretó la mandíbula, aunque era algo natural. Seguía sin saber qué quería exactamente.
Dormir, susurró una voz en su cabeza a la que él acogió con un encogimiento de hombros y los ojos en blanco.
Se levantó y fue a la cocina. Si iba a pasarse la noche en vela, por lo menos no sería con el estómago vacío. Vería una película, miraría noticias interesantes, tal vez buscaría información útil acera de su ahijada a punto de estrenar...
Cuando regresaba a su búnker privado con las manos llenas de provisiones, descubrió un icono que parpadeaba en la barra de estado. Era Niall, hablándole a través de Skype. Seguramente acabase de volver de una de sus legendarias juergas nocturnas, y le apetecía compañía... o fardar de ésta.
O simplemente quisiese ponerle al día. Louis estaba de humor para escuchar. Volvió a tumbarse con el sándwich frío cerca y la cerveza aún más, apoyada en el suelo, al alcance de la mano. Descubrió que Niall lo incitaba a verle a través de la cámara. Aceptó, y se encontró con un alegre rostro irlandés por el que los años se habían olvidado de pasar, a pesar de todo por lo que había pasado, y que seguía iluminando el día a los demás, a pesar de todo el tiempo transcurrido.
-¿No puedes dormir, Tommo?-preguntó el aún rubio. El falso color de pelo de Niall siempre sería una seña de identidad, no importaba cuántas veces tuviera que teñírselo para que así fuera. Louis sonrió y negó con la cabeza.
-Preocupaciones extrafamiliares. ¿Y tú qué?
-Estuve escribiendo hasta hace un rato-Niall también tenía su propia cantimplora de cristal, de la que echó mano-. Te tiene preocupado lo de Diana, ¿eh?
-Ni te lo imaginas. No hago más que... oh. Espera, ¿cómo lo sabes?
-Liam es un bocazas. Las noticias vuelan.
-Aún no he hablado con Liam.
-Pero sí con Zayn. No podríais mantener el secreto durante mucho, y menos entre nosotros. Bueno, inglés-se echó hacia atrás en su silla, uniendo las manos tras la cabeza-, seguramente tu adorable mujer ya haya escuchado tus lloriqueos, pero yo también quiero hacerlo, así que escúpelo.
Louis le contó una versión resumida, prometiendo detalles en la guardia del sol. Iniciaron varias partidas online en las que Louis aprovechaba las pausas para explicarse, desnudar su alma y descubrir secretos que ni con Eri habían surgido.
-No puedo dejar de pensar en qué va a ser de la cría-admitió Louis, ante la escolta de una botella vacía de cerveza y el ánimo de una segunda que se acababa por momentos-. En lo que va a sufrir cuando venga. En cómo Harry la está colocando lejos de sí, y en el daño que le va a hacer sin darse cuenta. Me recuerda a mí, a esa sensación de abandono por quien se supone que más te debería querer durante toda la vida. Estar sin tu padre es una mierda.
-Tú tuviste uno, Louis.
-Ya, pero, quieras o no, la sangre es la sangre. No me malinterpretes: Troy es gilipollas, me cae mal, y me da absolutamente igual. Pero sé lo que es sufrir porque piensas que no te quieren y que la culpa es tuya. Al menos, los primeros años. Diana no estaría mejor en ningún lugar más que al lado de su auténtica familia, y no de la que intenta serlo pero no lo conseguirá jamás. Y esto es como un divorcio, y... joder. Tiene la edad de Fizzy cuando mis padres se separaron. Y mira cómo ha quedado mi hermana.
-Tu hermana ya era así antes.
-También así. El ejemplo no ha sido muy acertado. De todas formas-se encogió de hombros, Niall escuchaba atentamente- no puedo sacarme esa sensación de encima.
El irlandés sugirió que una película sería la solución. Tras disfrutar de una película que vieron juntos en pantallas distintas, Niall acabó aconsejándole a Louis lo que éste hacía siempre que se sentía de aquella forma: encerrarse en silencio, escuchar la melodía del universo y traducirla a símbolos consistentes en puntos y rayas, acompañados de una poesía callada que, con suerte, miles de personas cantarían a coro. Unas con micro, y otras a gritos desnudos.
Componer, lo llamaban.
Y Louis, por primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente necesitaba dedicarse a ello. Encontrarse él solo, sentado en la oscuridad con el único escudo de una pequeña lámpara, dejando que de su mano salieran las palabras que su corazón susurraba a través de papel y tinta. Sólo eso serviría para calmar la tormenta que había en su interior. Izaría las velas, levaría anclas, y dejaría que el mar embravecido se llevase todo lo que llevaba a bordo con la esperanza de que no devorara su barco con dientes salinos.
-Eres un maldito genio, irlandés-replicó Louis, apurando el trozo de sándwich que aún le quedaba y una nueva cerveza (¿la tercera o la cuarta, tal vez?).
-Eso me dicen muchas señoras, pero me alegra que no se sólo algo femenino-Niall le guiñó un ojo, se pasó una mano por el pelo y agitó la mano en señal de despedida. Louis le devolvió el saludo y, sin apagar el ordenador, cerró la tapa, cogió la botella y atravesó el salón en penumbra en dirección a una habitación en la que no entraba casi nunca. Sus hijos nunca habían atravesado aquel umbral, y Eri jamás lo cruzaba sin no haber llamado a la puerta primero. Era su santuario.
El lugar donde dejaba de ser Louis y pasaba a ser otra vez Louis Tomlinson, de One Direction.
El habitáculo donde guardaba los trofeos ganados. Le parecía una falta de respeto tirarlos, ya que habían sido el resultado del esfuerzo y la dedicación que todos en la banda habían echado en un mismo caldero, esperando que la pócima saliera bien. Y allí estaban los hechizos, de distintas formas y tamaños, fechas y reconocimientos: premios y premios que no hacían más que recordarle una vida que no terminaba de pasar, una vida por la que estaba infinitamente agradecido, y que le había traído muchas bendiciones, pero por la que también había tenido que hacer abundantes sacrificios.
Louis tragó saliva, contemplando su pequeño imperio. Allí estaban todos: las estatuas de los Brits presidiendo en la estantería más alta, con figura de vigilantes; las tablas de sur de los Teen Choice Awards apoyadas contra la pared como si fueran tablas de surf normales y corrientes; los hombres de la Luna que les había otorgado la Mtv por orden directa de las legiones de fans; los cervatillos, la mano haciendo el gesto de “todo está bien”, juntando pulgar e índice...
El cantante y compositor se acercó a una caja colocada en el suelo, tan discreta que cualquiera podría haberla pasado por alto. De hecho, por ello estaba en aquella posición. Tragó saliva, arrancó la cinta aislante con un golpe seco y abrió el cartón, sacando de sus entrañas un bebé dorado, en una cesárea de la que nació un gramófono.
Louis dejó el Grammy encima de la mesa y se quedó mirándolo, sin saber muy bien qué hacer. Siguió su silueta redondeada con la yema de los dedos, temiendo dejar más marca que la del sudor de sus manos, como si tuviera una fuerza sobrehumana y una simple caricia pudiera destrozar la forma perfectamente simétrica del Oscar de la música.
Todavía no se creía que hubiera uno con su nombre debajo del de la banda que lo encumbró. Era irreal. Ni tan siquiera se hubiera atrevido a soñarlo cuando era pequeño: agotar estadios, que un público coreara tu nombre, incluso que una afición de fútbol se comprara tu camiseta era algo factible para aquel pequeño de Doncaster que corría al estadio de su hogar para ver los partidos en la mejor posición posible.
Pero un Grammy era otra historia. Y que se lo dieran a mejor álbum lo era aún más. Pero es que el séptimo fue tan nuestro y... pensó para sus adentros, contemplando cómo la superficie recubierta de oro le arrancaba destellos a la lámpara, tratando de competir con ella en un intento por ser el sol. La presencia de aquel objeto enfrente suya aún le causaba pavor, escalofríos, respeto y admiración. Sabía que no debía sacarlo cuando estaba a punto de componer, pero no podía evitarlo. Le daba fuerzas al mismo tiempo que se las quitaba. No volvería a conseguir uno de aquellos, ya había dado lo mejor así. Debía retirarse, dejar las cosas como estaban, matar al malo de la película y negarse en redondo a hacer secuelas, por mucho que el mundo amase a su protagonista.
Y aun así, no era lo bastante fuerte como para resistir la tentación.
Lo colocó cuidadosamente a un lado de la mesa en la que se iba a sentar a estrujarse los sesos y rebuscó hasta encontrar un bolígrafo que pintara en condiciones y una libreta con hojas suficientes para dar rienda suelta a su creatividad. Apagó el móvil para aislarse aún más, y dejó la puerta entreabierta.
El resto fue otra vez magia como la que se describía en los libros que sus hijos más pequeños leían y que él había leído cuando tenía su edad. Todo fluía de su interior sin él hacer más esfuerzo que correr por evitar que las palabras le tomaran la delantera. Llenó páginas con tachones, corrigió cosas, movió flechas de un lado para otro, envolvió frases en círculos nubosos porque sabía que aquellas frases, sí o sí, debían ver la luz. El tiempo dejó de tener sentido y pasó a toda velocidad, con la única huella dejada en sus dedos doloridos por la lucha frenética. Le pesaban los párpados, pero se negaba a cerrarlos. Estaba orgulloso de sí mismo como pocas veces lo había estado en su vida. Por primera vez en mucho tiempo sentía que las cosas volvían a ir bien, porque marchaban solas, sin tener él que empujar para que salieran. El tren partía después de un pitido, dejaba la estación en una nube de vapor de agua que, al disiparse, no mostraría más que vacío.
Tenía que aprovechar mientras la nube aún era poderosa.
Iba por su tercer cigarro de la noche cuando una mano se posó en su hombro. Él dio un brinco y miró hacia arriba. Eri estaba allí, con el sueño marcado en el rostro, y los ojos clavados en el pequeño gramófono de oro que presidía la mesa.
-Louis...
Él se limitó a gruñir un “mmm” vago y a tenderle el cigarro. Luego recordó que ella no fumaba. El asma. Después recordó que le había hecho prometer que lo dejaría, y se sintió un traidor por faltar a su promesa. Dio otra calada, que hizo que aquel asunto de la traición se hundió en el pasado.
-Lou, es tarde. Deberías ir a dormir.
-Ya-replicó él, y se abalanzó de nuevo a su papel. Había encontrado la palabra perfecta que rimaba con aquella otra que tanta guerra le había dado, y debía escribirla antes de que desapareciera.
-Los niños están durmiendo. Toda la casa está durmiendo, salvo nosotros...
-Los microondas no sueñan, nena.
-No creo que sea justo.
-No los programan para eso, sólo para calentarte la comida. No tienen aspiraciones vitales. La vida del microondas es triste.
Eri le dio una colleja, y Louis sonrió con el cigarro colgado de sus labios. Alzó la mirada y las cejas.
-No es justo que no estemos durmiendo nosotros también cuando somos los que más ocupados vamos a estar de noche.
-Si la vida fuera justa, no me habría casado con quien me casé.
-Estoy de acuerdo. Me merecía un presidiario-asintió ella, inclinándose hacia delante y echando un vistazo a lo que su marido había escrito. Louis echó un vistazo por el hueco que dejaba el escote de su camiseta prestada, robada de su propio armario, y decidió que le gustaba lo que vio... y que no debía desconcentrarse en ese instante. Aunque, claro, cuando tenías a tu mujer medio desnuda al lado, se te permitía despistarte, ¿verdad?
-Más bien a Leonardo DiCaprio-musitó después de que ella le arrebatara el bolígrafo y garabateara una palabra con letra radicalmente opuesta: redonda y pequeña, muy cuidada, frente a la suya: grande, estirada y casi ilegible.
-Eres un sol-se llevó un beso en la mejilla como premio.
-Así podríamos tener cita doble con Blake Lively y aquí no habría pasado nada.
-Gilipollas.
Volvió la sonrisa pícara que reblandecía el corazón de Erika. Le masajeó los hombros y le besó el cuello. Louis contuvo la respiración cuando su boca le rozó el oído y sus dientes se detuvieron en el lóbulo de la oreja, una de las partes más sensibles de su cuerpo y de las que más preferían los besos.
-¿Quieres que me vaya?
-Después de esto, no.
-¿Y que me quede?
-Puedes serme útil para ayudarme a escribir canciones pornográficas. Un poco más de pasta nunca está mal-se separó de la mesa lo justo para que ella pudiera sentarse en sus piernas. Se había hecho un moño (qué raro) para que el pelo no la molestara-. Puedes leerlo, Eri-sonrió, apartándole un mechón de pelo de la cara y acariciándole los muslos, divertido ante el cuadro de indiferencia del que hacía gala. Entonces, Eri se volvió y echó un vistazo a la hoja de papel.
-Es genial-susurró.
-Ese tono de sorpresa me ofende mucho, amor. ¿No es genial todo lo que yo hago?
-No-replicó, tajante.
-Dime dos cosas-la retó.
-Fumar. Beber.
Sus ojos se encontraron: chocolate contra mar, marrón contra azul. Alzaron las cejas a la vez.
-Eres rápida.
-En lo que tengo que serlo-contestó, volviendo a sus papeles.
-En otras cosas, no tanto.
-Menudo gilipollas eres, Louis.
Esta vez, ella no se giró. Pasó páginas, contempló frases y asintió con la cabeza en algunas estrofas. Casi podía oír la música que se tocaba en la cabeza de su compañero.
-Me sorprende que hagas esto tan bien a estas horas de la mañana.
-¿Quieres que te siga sorprendiendo con las cosas que hago bien por la mañana?-musitó él, bajándole lentamente el tirante de la camiseta. Ella lo paró antes de que la cosa se pusiera más interesante.
-Puedes contármelo, ¿sabes? Yo no te juzgo, y te entiendo muy bien, son muchos años. Te apoyé siempre, y lo seguiré haciendo, pase lo que pase...-le pasó el brazo por detrás de la cabeza y apoyó la suya sobre su pelo. Casi podía escuchar sus pensamientos al mismo volumen al que él escuchaba los latidos de su corazón en su pecho. Aun con el paso de los años, todavía se descontrolaban un poco cuando la tocaba. Las corrientes eléctricas se iban atenuando, pero jamás desaparecían. Cerró los ojos y aspiró el aroma que manaba del pelo chocolate de él.
-Troy-se limitó a susurrar Louis. Eri pegó más la mejilla a su cabeza y parpadeó.
-Tú no eres él.
-Ya. Jamás. Pero... Harry está haciendo lo que haría él.
-Harry es buena persona, sólo tiene problemas con su hija y necesita alejarla de sí un tiempo.
-Espero que no sean 18 años.
Eri suspiró.
-Mi pequeño rencoroso.
Se levantó de sus rodillas, le apagó el cigarrillo y la luz de la habitación tras sacarlo de ella. El Grammy aún vigilaba la estancia. Lo llevó escaleras arriba y se desnudó delante de él. Dejó que la poseyera despacio, porque sabía que no necesitaba follar, sino más bien hacer el amor esa noche. Le acarició el pelo, lo besó en la boca, en las mejillas, la frente, la nariz, el cuello, el pecho y detrás de las orejas. Todo por hacerle sentir mejor.

Y lo consiguió.

2 comentarios:

  1. Una sola cosa, Eri.
    ERES UNA JODIDA DIOSA.
    No, en serio, tienes un poder sobrenatural para hacer esto, escribes de tal forma que quien lo lee, se mete de lleno en la historia y eso es demasiado genial.
    Eres una genia, te lo digo de verdad.

    Mari

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    Respuestas
    1. Jo Mari, muchísimas gracias, de verdad. No sabes lo que me alegran tus comentarios ♥

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