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El anuncio de que pronto habría una nueva inquilina en casa fue una especie de pistoletazo de salida que hizo que todos los Tomlinson, tanto los que habían nacido con ese apellido como los que lo habían adquirido con el tiempo, se prepararan para la llegada de una especie de hermana que era en realidad una prima falsa.
El anuncio de que pronto habría una nueva inquilina en casa fue una especie de pistoletazo de salida que hizo que todos los Tomlinson, tanto los que habían nacido con ese apellido como los que lo habían adquirido con el tiempo, se prepararan para la llegada de una especie de hermana que era en realidad una prima falsa.
Louis sabía que
serían semanas muy intensas para él y para su familia.
Al menos, para sus
hijos, según los planes originales. Que se reducían, básicamente,
a ver los partidos de la Premier League antes de las vacaciones de
Navidad, en la que Inglaterra se sumía en un estado de sopor del que
sólo podían salir a través de fiestas navideñas, carreras por
obtener regalos, y demás cosas que en el resto del año se
considerarían ridículas pero que se aceptaban y casi requerían
cuando la nieve comenzaba a caer.
Y ahora sus padres
se veían truncados y se veía obligado a ayudar a limpiar el ático
mientras en el resto de las casas se oían gritos de “gol”, con
una “o” infinitamente larga que no dejaba casi espacio en los
pulmones. ¿Por qué Eri quería castigarlo de aquella manera?
Podrían preparar las cosas perfectamente cuando llegara Diana,
incluso el lunes. Sí, le encontrarían la manera de dormir en una
habitación (Eleanor era la candidata perfecta), al menos hasta darle
un espacio sólo para ella. Pero cuando lo hablaron Eri no había
querido saber nada de las postergaciones a las que se dedicaría su
marido de tener la oportunidad.
-O, si acaso, la
llevamos a mi pueblo y que duerma en un establo, ¿eh, Louis? ¿No
molaría eso más?-le espetó ella, negando con la cabeza, con los
brazos en jarras-. A veces me pregunto si eres así de tonto o si te
lo haces.
-Antes te gustaban
mis sugerencias.
-¿Cuándo? ¿Antes
de parir a tus hijos, o antes de comerme el marrón al que te has
apuntado tú solo?-suspiró ella, dándose la vuelta y terminando de
fregar los platos. Aquel día ya no habría sexo, y él lo sabía. De
modo que, en lugar de ponerse zalamero, dio media vuelta, cogió una
cerveza de la nevera y se tiró cuan largo era a ver qué echaban en
la tele. Se negaba en redondo a ver fútbol francés, no por los
jugadores, sino porque le ponía muy nervioso escuchar a los
comentaristas... y porque siempre había algún “Louis” por ahí
suelto que no le dejaba desconcentrarse y dormitar.
-Vas guapa si te
crees que voy a perderme el partido el Arsenal por andar moviendo
cajas-le espetó a la tele, animado por la cerveza. Menos mal que
ella se había sentado a leer en el exterior de la casa, aprovechando
la luz que todavía se salvaba del ocaso.
Por suerte, sus
hijos lo habían llevado bastante mejor de lo que se esperaba. Los
pequeños no habían sido un problema: les encantaban las visitas.
Incluso Eleanor se había mostrado relativamente contenta con la idea
(si es que había algo de alegría en su expresión concentrada en el
teléfono, a través del que seguramente estaría recibiendo noticias
muy importantes para el desarrollo de la humanidad). Y Tommy se
limitó a cruzarse de brazos y asentir con la cabeza cuando se lo
dijeron, con el ceño fruncido. Los dos Tomlison mayores supieron qué
iba a decir el pequeño antes incluso de que la pregunta cobrase una
forma definida en su cabeza.
-¿Va a compartir
las tareas?
-Pues
claro-respondió su madre-. No soy la esclava ni de la gente a la que
estoy directamente ligada, ¿cómo coño voy a trabajar para alguien
ajeno a esta casa?
Louis sintió ganas
de protestar por la cantidad de veces que había ayudado a los chicos
cuando la necesitaban, pues el pacto de sangre que habían hecho
hacía años sólo requería de los servicios de él, y no de los de
ella, pero se calló... porque quería conocer a Eri aquella noche.
Le apetecía.
-Entonces, por mí,
como si traéis a terroristas. Que se encargue de los platos-exigió,
señalándolos. Y se dio la vuelta y no hubo más discusión.
Y, para colmo, no
iba a tener descanso ni siquiera en la cama. Cuando se tumbó
dispuesto a ver una película, Eri no hizo amago de echarse a su
lado, sino que se quedó sentada, con la espalda apoyada a medias
entre la almohada y el cabecero, sin mediar palabra.
Louis resistió la
primera media hora al pánico, pero luego éste se hizo demasiado
poderoso, y terminó abriendo la boca, a pesar de que sabía que iba
a cagarla en cuanto le diera pie a su mujer para despotricar a gusto.
-¿No te gusta la
peli?
-Me cago en tu
puta madre-replicó ella en español. Él sonrió, y luego
levantó la mirada.
-Vale, no he estado
muy fino, ¿qué pasa?
-Ah. Me lo notas
ahora.
-Sabes que no puedo
con eso mucho tiempo.
-Es tu problema.
-Eri. Me tienes
hasta los huevos. ¿Qué?-ladró él con su acento,
incorporándose en la cama. Y ella sonrió.
-Sólo estaba
dándole vueltas a algo.
-Me gustaría
oírlo-respondió él, acariciándole el brazo. Ella no lo apartó,
pero tampoco dio muestras de que la aplacara.
-No te va a gustar
lo que tengo que decir.
-Tampoco me han
gustado muchas cosas que he hecho a lo largo de mi vida, pero, ¿qué
vamos a hacerle? La vida no es un baño eterno en aguas cristalinas.
A veces llegan olas que te arrastran al fondo, y tienes que pelear
por volver a la superficie.
Eri se lo quedó
mirando un segundo, con las cejas alzadas y la boca entreabierta.
-Me gusta cuando te
pones en plan Sócrates.
-Lo sé. Bueno,
nena, soy todo oídos. Habla por esa boquita que tienes-ordenó él,
besándola en los labios suavemente y agradeciendo que ella se dejara
hacer. Eri suspiró, se cruzó de piernas y comenzó a jugar con las
sábanas, la mirada baja, los hombros gachos. Sabía que no le iba a
gustar lo que le iba a decir, pero no podía quedárselo dentro más
tiempo. No era su estilo, y se habían prometido sinceridad ante
todo. La última vez que no fueron totalmente sinceros el uno con el
otro, ella había sido lo bastante estúpida como para jugárselo
todo a una mala mano de póquer. Menos mal que la casa ese día fue
piadosa y decidió rescindirle la deuda. Podría jugar más días,
pero con un recuerdo imborrable en los brazos.
-Estoy molesta
porque Harry nos ha obligado a aceptar sin hablarlo.
-Lo estamos
hablando ahora-replicó Louis, y Eri frunció el ceño y chasqueó la
lengua.
-En serio, Louis.
Hablarlo con más tiempo. Meditar los pros y los contras.
-Nunca hemos sido
mucho de meditar. Tú eres atea y yo cristiano. ¿Para qué coño
quieres meditar, hablar con un dios que no te escucha porque para ti
no existe?
-¿Podemos dejar
los debates religiosos para otro día? Estoy cavilando.
-Cavila,
cavila-concedió él, abriendo los brazos-. Pero haremos lo que
quieras. No podemos hacer esto sin estar los dos seguros.
-¿Quién está
seguro de ser capaz de sacar adelante una vida? Además, no puedes
rechazarlo sin quedar mal con Harry, Lou. La única forma de hacerlo
es que sea yo la que se niegue a ello.
-Oh, no-él se
incorporó y negó con la cabeza. Cerró los ojos un momento mientras
la movía, queriendo hacer ver que por aquel callejón no estaba
dispuesto a pasar-. No voy a dejar que quedes como la mala de la
película. Estamos en esto juntos.
-Estoy acostumbrada
a serlo, no te preocupes. No me va a doler cumplir con ese papel otra
vez-dijo ella, pero en su voz se notaba un triste, cansado, tildado
de un agotamiento que a Louis no le gustó nada en absoluto. Suspiró
y le miró con esos ojos que lo volvían totalmente loco, sobre todo
cuando ella se lo proponía.
-Yo no quiero que
lo hagas-le apartó un mechón de pelo de la cara.
-Tampoco está tan
mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no
serlo. El malo tiene mil maneras de reaccionar. Mira a Meryl en El
Diablo viste de Prada. Se sale.
-Eri. No.
-Es el papel que
tenemos. Y, de verdad, no me importa seguir interpretándolo. Soy
buena en esto, pero debería parar de vez en cuando.. ya sabes, para
que no me encasillen-le guiñó un ojo, pero él no lograba
encontrarle la gracia al asunto.
-Yo te quiero, Eri.
No voy a dejar que seas siempre algo que no eres. Me gusta ese lado
tuyo de cabrona, pero no es lo que más me apasiona de ti... ni lo
que hizo que me enamorase.
-Es curioso, porque
si estamos aquí discutiendo es porque yo me enamoré del cabrón de
One Direction precisamente por ser el cabrón de One Direction.
Louis se la quedó
mirando largo y tendido; por un momento creyó que ella bajaría la
vista, intimidada por su largo escrutinio. Pero Erika se mantuvo fiel
a todo lo que era, a la fuerza que le daban las peleas ganadas que
llevaba a su espalda, y no apartó los ojos.
-Louis.
-No me gusta nada
que tengas razón.
-Debes de vivir
toda tu vida sufriendo, entonces-susurró ella, besándolo en la
frente y sonriendo al ver que él se dejaba hacer-. Tenemos que hacer
muchas cosas-musitó, acurrucándose en el colchón a su lado y
negándose a alejarse. Sabía de la influencia que su cuerpo ejercía
sobre el de Louis, y estaba más que dispuesta a utilizarla.
Todo el mundo debía
aprovechar sus ases en la manga, por pocos y sucios que fueran, pues
podían suponer la diferencia entre la victoria y la derrota.
No volvió a abrir
la boca hasta el final de la película, en el que un suave suspiro se
escapó de entre sus labios. Louis se la quedó mirando, incapaz de
saber si de verdad estaba dormida, o sólo fingía para coronarse
campeona de la discusión.
Parecía dormir de
verdad.
Al contrario que
él, que no pegaría ojo en casi toda la noche.
Eran muchas las
cosas en las que tenía que pensar: toda una vida llena de recuerdos
y vivencias, tanto de las que quería olvidar como de las que
esperaba atesorar siempre, se amontonaban en su cabeza y le hacían
dar vueltas y más vueltas en la cama. Aquella situación le había
recordado a su infancia, su adolescencia, su juventud, el miedo que
había tenido, las dudas a las que se había enfrentado... y lo solo
que se había sentido mientras todo el mundo encontraba su lugar y él
no lograba encajar en el gran puzzle de la vida. Sus amigos se habían
graduado mientras él se quedaba atrás por aquel año perdido
haciendo el tonto, hacía reír a los demás y él también se reía.
Era una joya, pero él no terminaba de sentirse a gusto. Sus
aspiraciones no eran las mismas que las del resto de la gente, y
aquello lo asustaba, le hacía ver las cosas con una visión
radicalmente opuesta a las de los demás.
Se sentía como si
estuviera viviendo en un mundo donde todo el mundo hubiera nacido,
pero que para él era extraño.
Justo lo que
sentiría la pequeña Styles en cuanto pusiera un pie en aquella isla
que había pisado en muy contadas ocasiones, en todas, acompañada de
su madre.
Eri y él harían
lo que fuera por hacer que la cría se sintiera en su casa, pero
jamás podrían sustituir a dos figuras esenciales en la vida de
Diana: Noemí y Harry. Harry y Noemí. La sangre era más importante
de lo que a él le gustaría admitir, y, a medida que crecías, más
fuerte se hacía ese vínculo por el que podrías matar y morir.
Podías compartirlo todo con tus hermanos salvo parte de su sangre, y
serías capaz de obviar ese pequeño detalle en cualquier batalla.
Pero en la oscuridad de la noche, cuando nadie vigilase y tu armadura
estuviese descansando en un armario con la llave en la cerradura, te
preguntarías si los demás se sentirían diferentes. Si entre ellas
había una conexión de la que tú no sabías nada. Un éter que no
estaba al alcance de todos.
Harto de dar
vueltas en la cama, decidió levantarse en medio de la noche, con
cientos de ideas bailando en su cabeza al ritmo de una música que
nadie más en la casa podía ni debía escuchar, pues el dulce sueño
de su familia dependía de ello.
Bajó las escaleras
acompañado por la soledad, y en un gesto fantasma del que se dio
cuenta más tarde, echó mano del ordenador, su único compañero
realmente universal, que le había seguido por todo el mundo con
fidelidad, incluso más que su familia. Se tumbó en el sofá cuan
largo era y dejó que la pantalla lo deslumbrara un momento. A
continuación, inició sesión en todos los sitios posibles. Buscaba
algo, pero no lo sabía, al igual que no sabía qué era eso.
No había nadie a
esas horas de la noche. Frunció el ceño y apretó la mandíbula,
aunque era algo natural. Seguía sin saber qué quería exactamente.
Dormir,
susurró una voz en su cabeza a la que él acogió con un
encogimiento de hombros y los ojos en blanco.
Se levantó y fue a
la cocina. Si iba a pasarse la noche en vela, por lo menos no sería
con el estómago vacío. Vería una película, miraría noticias
interesantes, tal vez buscaría información útil acera de su
ahijada a punto de estrenar...
Cuando regresaba a
su búnker privado con las manos llenas de provisiones, descubrió un
icono que parpadeaba en la barra de estado. Era Niall, hablándole a
través de Skype. Seguramente acabase de volver de una de sus
legendarias juergas nocturnas, y le apetecía compañía... o fardar
de ésta.
O simplemente
quisiese ponerle al día. Louis estaba de humor para escuchar. Volvió
a tumbarse con el sándwich frío cerca y la cerveza aún más,
apoyada en el suelo, al alcance de la mano. Descubrió que Niall lo
incitaba a verle a través de la cámara. Aceptó, y se encontró con
un alegre rostro irlandés por el que los años se habían olvidado
de pasar, a pesar de todo por lo que había pasado, y que seguía
iluminando el día a los demás, a pesar de todo el tiempo
transcurrido.
-¿No puedes
dormir, Tommo?-preguntó el aún rubio. El falso color de pelo de
Niall siempre sería una seña de identidad, no importaba cuántas
veces tuviera que teñírselo para que así fuera. Louis sonrió y
negó con la cabeza.
-Preocupaciones
extrafamiliares. ¿Y tú qué?
-Estuve escribiendo
hasta hace un rato-Niall también tenía su propia cantimplora de
cristal, de la que echó mano-. Te tiene preocupado lo de Diana, ¿eh?
-Ni te lo imaginas.
No hago más que... oh. Espera, ¿cómo lo sabes?
-Liam es un
bocazas. Las noticias vuelan.
-Aún no he hablado
con Liam.
-Pero sí con Zayn.
No podríais mantener el secreto durante mucho, y menos entre
nosotros. Bueno, inglés-se echó hacia atrás en su silla, uniendo
las manos tras la cabeza-, seguramente tu adorable mujer ya haya
escuchado tus lloriqueos, pero yo también quiero hacerlo, así que
escúpelo.
Louis le contó una
versión resumida, prometiendo detalles en la guardia del sol.
Iniciaron varias partidas online en las que Louis aprovechaba las
pausas para explicarse, desnudar su alma y descubrir secretos que ni
con Eri habían surgido.
-No puedo dejar de
pensar en qué va a ser de la cría-admitió Louis, ante la escolta
de una botella vacía de cerveza y el ánimo de una segunda que se
acababa por momentos-. En lo que va a sufrir cuando venga. En cómo
Harry la está colocando lejos de sí, y en el daño que le va a
hacer sin darse cuenta. Me recuerda a mí, a esa sensación de
abandono por quien se supone que más te debería querer durante toda
la vida. Estar sin tu padre es una mierda.
-Tú tuviste uno,
Louis.
-Ya, pero, quieras
o no, la sangre es la sangre. No me malinterpretes: Troy es
gilipollas, me cae mal, y me da absolutamente igual. Pero sé lo que
es sufrir porque piensas que no te quieren y que la culpa es tuya. Al
menos, los primeros años. Diana no estaría mejor en ningún lugar
más que al lado de su auténtica familia, y no de la que intenta
serlo pero no lo conseguirá jamás. Y esto es como un divorcio, y...
joder. Tiene la edad de Fizzy cuando mis padres se separaron. Y mira
cómo ha quedado mi hermana.
-Tu hermana ya era
así antes.
-También así. El
ejemplo no ha sido muy acertado. De todas formas-se encogió de
hombros, Niall escuchaba atentamente- no puedo sacarme esa sensación
de encima.
El irlandés
sugirió que una película sería la solución. Tras disfrutar de una
película que vieron juntos en pantallas distintas, Niall acabó
aconsejándole a Louis lo que éste hacía siempre que se sentía de
aquella forma: encerrarse en silencio, escuchar la melodía del
universo y traducirla a símbolos consistentes en puntos y rayas,
acompañados de una poesía callada que, con suerte, miles de
personas cantarían a coro. Unas con micro, y otras a gritos
desnudos.
Componer, lo
llamaban.
Y Louis, por
primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente necesitaba
dedicarse a ello. Encontrarse él solo, sentado en la oscuridad con
el único escudo de una pequeña lámpara, dejando que de su mano
salieran las palabras que su corazón susurraba a través de papel y
tinta. Sólo eso serviría para calmar la tormenta que había en su
interior. Izaría las velas, levaría anclas, y dejaría que el mar
embravecido se llevase todo lo que llevaba a bordo con la esperanza
de que no devorara su barco con dientes salinos.
-Eres un maldito
genio, irlandés-replicó Louis, apurando el trozo de sándwich que
aún le quedaba y una nueva cerveza (¿la tercera o la cuarta, tal
vez?).
-Eso me dicen
muchas señoras, pero me alegra que no se sólo algo femenino-Niall
le guiñó un ojo, se pasó una mano por el pelo y agitó la mano en
señal de despedida. Louis le devolvió el saludo y, sin apagar el
ordenador, cerró la tapa, cogió la botella y atravesó el salón en
penumbra en dirección a una habitación en la que no entraba casi
nunca. Sus hijos nunca habían atravesado aquel umbral, y Eri jamás
lo cruzaba sin no haber llamado a la puerta primero. Era su
santuario.
El lugar donde
dejaba de ser Louis y pasaba a ser otra vez Louis Tomlinson, de One
Direction.
El habitáculo
donde guardaba los trofeos ganados. Le parecía una falta de respeto
tirarlos, ya que habían sido el resultado del esfuerzo y la
dedicación que todos en la banda habían echado en un mismo caldero,
esperando que la pócima saliera bien. Y allí estaban los hechizos,
de distintas formas y tamaños, fechas y reconocimientos: premios y
premios que no hacían más que recordarle una vida que no terminaba
de pasar, una vida por la que estaba infinitamente agradecido, y que
le había traído muchas bendiciones, pero por la que también había
tenido que hacer abundantes sacrificios.
Louis tragó
saliva, contemplando su pequeño imperio. Allí estaban todos: las
estatuas de los Brits presidiendo en la estantería más alta, con
figura de vigilantes; las tablas de sur de los Teen Choice Awards
apoyadas contra la pared como si fueran tablas de surf normales y
corrientes; los hombres de la Luna que les había otorgado la Mtv
por orden directa de las legiones de fans; los cervatillos, la mano
haciendo el gesto de “todo está bien”, juntando pulgar e
índice...
El cantante y
compositor se acercó a una caja colocada en el suelo, tan discreta
que cualquiera podría haberla pasado por alto. De hecho, por ello
estaba en aquella posición. Tragó saliva, arrancó la cinta
aislante con un golpe seco y abrió el cartón, sacando de sus
entrañas un bebé dorado, en una cesárea de la que nació un
gramófono.
Louis dejó el
Grammy encima de la mesa y se quedó mirándolo, sin saber muy bien
qué hacer. Siguió su silueta redondeada con la yema de los dedos,
temiendo dejar más marca que la del sudor de sus manos, como si
tuviera una fuerza sobrehumana y una simple caricia pudiera destrozar
la forma perfectamente simétrica del Oscar de la música.
Todavía no se
creía que hubiera uno con su nombre debajo del de la banda que lo
encumbró. Era irreal. Ni tan siquiera se hubiera atrevido a soñarlo
cuando era pequeño: agotar estadios, que un público coreara tu
nombre, incluso que una afición de fútbol se comprara tu camiseta
era algo factible para aquel pequeño de Doncaster que corría al
estadio de su hogar para ver los partidos en la mejor posición
posible.
Pero un Grammy era
otra historia. Y que se lo dieran a mejor álbum lo era aún más.
Pero es que el séptimo fue tan nuestro y... pensó para sus
adentros, contemplando cómo la superficie recubierta de oro le
arrancaba destellos a la lámpara, tratando de competir con ella en
un intento por ser el sol. La presencia de aquel objeto enfrente suya
aún le causaba pavor, escalofríos, respeto y admiración. Sabía
que no debía sacarlo cuando estaba a punto de componer, pero no
podía evitarlo. Le daba fuerzas al mismo tiempo que se las quitaba.
No volvería a conseguir uno de aquellos, ya había dado lo mejor
así. Debía retirarse, dejar las cosas como estaban, matar al malo
de la película y negarse en redondo a hacer secuelas, por mucho que
el mundo amase a su protagonista.
Y aun así, no era
lo bastante fuerte como para resistir la tentación.
Lo colocó
cuidadosamente a un lado de la mesa en la que se iba a sentar a
estrujarse los sesos y rebuscó hasta encontrar un bolígrafo que
pintara en condiciones y una libreta con hojas suficientes para dar
rienda suelta a su creatividad. Apagó el móvil para aislarse aún
más, y dejó la puerta entreabierta.
El resto fue otra
vez magia como la que se describía en los libros que sus hijos más
pequeños leían y que él había leído cuando tenía su edad. Todo
fluía de su interior sin él hacer más esfuerzo que correr por
evitar que las palabras le tomaran la delantera. Llenó páginas con
tachones, corrigió cosas, movió flechas de un lado para otro,
envolvió frases en círculos nubosos porque sabía que aquellas
frases, sí o sí, debían ver la luz. El tiempo dejó de tener
sentido y pasó a toda velocidad, con la única huella dejada en sus
dedos doloridos por la lucha frenética. Le pesaban los párpados,
pero se negaba a cerrarlos. Estaba orgulloso de sí mismo como pocas
veces lo había estado en su vida. Por primera vez en mucho tiempo
sentía que las cosas volvían a ir bien, porque marchaban solas, sin
tener él que empujar para que salieran. El tren partía después de
un pitido, dejaba la estación en una nube de vapor de agua que, al
disiparse, no mostraría más que vacío.
Tenía que
aprovechar mientras la nube aún era poderosa.
Iba por su tercer
cigarro de la noche cuando una mano se posó en su hombro. Él dio un
brinco y miró hacia arriba. Eri estaba allí, con el sueño marcado
en el rostro, y los ojos clavados en el pequeño gramófono de oro
que presidía la mesa.
-Louis...
Él se limitó a
gruñir un “mmm” vago y a tenderle el cigarro. Luego recordó que
ella no fumaba. El asma. Después recordó que le había hecho
prometer que lo dejaría, y se sintió un traidor por faltar a su
promesa. Dio otra calada, que hizo que aquel asunto de la traición
se hundió en el pasado.
-Lou, es tarde.
Deberías ir a dormir.
-Ya-replicó él, y
se abalanzó de nuevo a su papel. Había encontrado la palabra
perfecta que rimaba con aquella otra que tanta guerra le había dado,
y debía escribirla antes de que desapareciera.
-Los niños están
durmiendo. Toda la casa está durmiendo, salvo nosotros...
-Los microondas no
sueñan, nena.
-No creo que sea
justo.
-No los programan
para eso, sólo para calentarte la comida. No tienen aspiraciones
vitales. La vida del microondas es triste.
Eri le dio una
colleja, y Louis sonrió con el cigarro colgado de sus labios. Alzó
la mirada y las cejas.
-No es justo que no
estemos durmiendo nosotros también cuando somos los que más
ocupados vamos a estar de noche.
-Si la vida fuera
justa, no me habría casado con quien me casé.
-Estoy de acuerdo.
Me merecía un presidiario-asintió ella, inclinándose hacia delante
y echando un vistazo a lo que su marido había escrito. Louis echó
un vistazo por el hueco que dejaba el escote de su camiseta prestada,
robada de su propio armario, y decidió que le gustaba lo que vio...
y que no debía desconcentrarse en ese instante. Aunque, claro,
cuando tenías a tu mujer medio desnuda al lado, se te permitía
despistarte, ¿verdad?
-Más bien a
Leonardo DiCaprio-musitó después de que ella le arrebatara el
bolígrafo y garabateara una palabra con letra radicalmente opuesta:
redonda y pequeña, muy cuidada, frente a la suya: grande, estirada y
casi ilegible.
-Eres un sol-se
llevó un beso en la mejilla como premio.
-Así podríamos
tener cita doble con Blake Lively y aquí no habría pasado nada.
-Gilipollas.
Volvió la sonrisa
pícara que reblandecía el corazón de Erika. Le masajeó los
hombros y le besó el cuello. Louis contuvo la respiración cuando su
boca le rozó el oído y sus dientes se detuvieron en el lóbulo de
la oreja, una de las partes más sensibles de su cuerpo y de las que
más preferían los besos.
-¿Quieres que me
vaya?
-Después de esto,
no.
-¿Y que me quede?
-Puedes serme útil
para ayudarme a escribir canciones pornográficas. Un poco más de
pasta nunca está mal-se separó de la mesa lo justo para que ella
pudiera sentarse en sus piernas. Se había hecho un moño (qué raro)
para que el pelo no la molestara-. Puedes leerlo, Eri-sonrió,
apartándole un mechón de pelo de la cara y acariciándole los
muslos, divertido ante el cuadro de indiferencia del que hacía gala.
Entonces, Eri se volvió y echó un vistazo a la hoja de papel.
-Es genial-susurró.
-Ese tono de
sorpresa me ofende mucho, amor. ¿No es genial todo lo que yo hago?
-No-replicó,
tajante.
-Dime dos cosas-la
retó.
-Fumar. Beber.
Sus ojos se
encontraron: chocolate contra mar, marrón contra azul. Alzaron las
cejas a la vez.
-Eres rápida.
-En lo que tengo
que serlo-contestó, volviendo a sus papeles.
-En otras cosas, no
tanto.
-Menudo gilipollas
eres, Louis.
Esta vez, ella no
se giró. Pasó páginas, contempló frases y asintió con la cabeza
en algunas estrofas. Casi podía oír la música que se tocaba en la
cabeza de su compañero.
-Me sorprende que
hagas esto tan bien a estas horas de la mañana.
-¿Quieres que te
siga sorprendiendo con las cosas que hago bien por la mañana?-musitó
él, bajándole lentamente el tirante de la camiseta. Ella lo paró
antes de que la cosa se pusiera más interesante.
-Puedes contármelo,
¿sabes? Yo no te juzgo, y te entiendo muy bien, son muchos años. Te
apoyé siempre, y lo seguiré haciendo, pase lo que pase...-le pasó
el brazo por detrás de la cabeza y apoyó la suya sobre su pelo.
Casi podía escuchar sus pensamientos al mismo volumen al que él
escuchaba los latidos de su corazón en su pecho. Aun con el paso de
los años, todavía se descontrolaban un poco cuando la tocaba. Las
corrientes eléctricas se iban atenuando, pero jamás desaparecían.
Cerró los ojos y aspiró el aroma que manaba del pelo chocolate de
él.
-Troy-se limitó a
susurrar Louis. Eri pegó más la mejilla a su cabeza y parpadeó.
-Tú no eres él.
-Ya. Jamás.
Pero... Harry está haciendo lo que haría él.
-Harry es buena
persona, sólo tiene problemas con su hija y necesita alejarla de sí
un tiempo.
-Espero que no sean
18 años.
Eri suspiró.
-Mi pequeño
rencoroso.
Se levantó de sus
rodillas, le apagó el cigarrillo y la luz de la habitación tras
sacarlo de ella. El Grammy aún vigilaba la estancia. Lo llevó
escaleras arriba y se desnudó delante de él. Dejó que la poseyera
despacio, porque sabía que no necesitaba follar, sino más bien
hacer el amor esa noche. Le acarició el pelo, lo besó en la boca,
en las mejillas, la frente, la nariz, el cuello, el pecho y detrás
de las orejas. Todo por hacerle sentir mejor.
Y lo consiguió.
Una sola cosa, Eri.
ResponderEliminarERES UNA JODIDA DIOSA.
No, en serio, tienes un poder sobrenatural para hacer esto, escribes de tal forma que quien lo lee, se mete de lleno en la historia y eso es demasiado genial.
Eres una genia, te lo digo de verdad.
Mari
Jo Mari, muchísimas gracias, de verdad. No sabes lo que me alegran tus comentarios ♥
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