A pesar del poco
poder y la nula utilidad de sus alas, Gwen se las apañó para volar
lejos de mí a toda velocidad en cuanto nos alejamos de aquella gran
sala acristalada y volvimos a los laberínticos pasillos. No dejaría
de revolotear por mi cabeza durante el resto de la semana, y
probablemente del mes; eso lo sabía.
Sin embargo, se
permitió irse para dejar que yo me ocupara de otros asuntos. Como,
por ejemplo, la inminente visita a Perk.
Realmente no sabía
qué esperar de la visión de mi compañero, al que me ligaban muchos
más hilos conectores que los simples tatuajes idénticos que
compartíamos, los propios de nuestra sección y nuestro sector.
Tampoco era el hecho de que fuéramos parte de un movimiento de
resistencia contra un grupo armado cuya violencia era legal, y para
colmo legitimado por los votos de personas que llevaban mucho tiempo
muertas y en cuya conciencia no se revolvía nada, pues lo habían
hecho engañados, creyendo que luchaban por lo mejor para sus hijos
con armas de papel secreto en las que en realidad el veneno del
futuro se estaba gestando.
No era sólo eso lo
que nos unía, sino algo mucho más fuerte, dos cosas esenciales que
muy pocos antes que nosotros y otro puñado después compartiría...
desgraciadamente en ambos casos. En uno por ser demasiado abundantes,
ya que no deberíamos ser ni uno solo, y en otro por todo lo
contrario: por ser demasiados pocos, por pertenecer a una élite.
El primer caso, el
bueno, era que habíamos disfrutado de las vistas de la cima del
Cristal, habíamos estado más alto que nadie en aquel momento
durante unos instantes...
… hasta que todo
se torció y pasamos a la segunda parte de nuestra conexión.
Llegaron los ángeles, nos capturaron, y nos hicieron prisioneros en
una cárcel que, a falta de barrotes, se regía por cadenas.
No éramos los
primeros runners en estar encadenados, de eso estaba segura. Pero de
lo que sí tenía conciencia era de que al menos yo era la primera
que no tenía las muñecas en carne viva por luchar contra el
mordisco helado de las esposas, que me arañaban la piel y me
pellizcaban de vez en cuando, para recordarme que estaban allí, y
asustarme por la facilidad con la que las había aceptado.
Todo lo vivido
antes y todo lo que estábamos viviendo en ese instante complicó
mucho la manera en que vi a Perk.
Louis me arrastró
hasta un pasillo con poca iluminación, de puertas de acero cerradas
con barras que se clavaban en la pared semejantes a puñales
redondos. Había un ángel cuidando el pasillo, al final del todo, y
asintió con la cabeza cuando Louis alzó la mano, como presentando
sus respetos. Se echó a un lado, y pude ver el color de sus plumas,
que en un principio habrían pasado por blancas en aquella oscuridad.
Eran más bien grises, y en una franja se tornaban más oscuras,
igual que las alas de las palomas que surcaban los cielos y a las que
solía espantar cuando corría por los tejados.
Claramente,
aquellas ratas voladoras no me esperaban allí. No sucedía así con
aquel ser monstruoso.
-¿Vienes a por el
otro, Louis?
-Sólo queremos
verlo-replicó mi compañero, que se había esforzado en sujetar con
más fuerza las esposas que traía entre los dedos. El muchacho
asintió, echando mano de una porra que llevaba a la espalda (pude
constatar que era una especie de policía de pájaros, y me pregunté
con sorna si también les pondría multas por volar demasiado
rápido), y sacando de paso un manojo de llaves que tintineó en el
silencio sepulcral que se calaba hasta los huesos.
Louis suspiró,
cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y me miró, impaciente.
No sabía cuánto tiempo podría soportar aquella espera y el no
saber qué me esperaba. Estaba acostumbrada a la incertidumbre, pero
no a no ser parte activa en el desarrollo de los acontecimientos. Y
sabía que me gustaba precipitarlos.
Yo también estaba
preocupada por cuánto tiempo mantendría la calma, pero por motivos
bien diferentes.
En lo que pareció
una eternidad, la llave elegida dejó de resistirse y surgió
triunfal entre las otras, capturada por los dedos poco hábiles del
custodio. La clavó en una zona de la pared lejana a la puerta, lo
suficiente como para que yo frunciera el ceño y me preguntara de qué
iba todo aquello.
Una pantalla que no
había visto hasta entonces se encendió en medio de la puerta, y el
vigilante se volvió para mirarlos.
-Tal vez sea mejor
que lo vea antes de entrar.
Louis asintió,
soltó la cadena que unía mis horrorosas pulseras y me cogió por el
brazo. Me arrastró hasta la puerta, haciendo más presión de la
debida en mi carne, consiguiendo que yo me tensara y que el guardia
sonriera con satisfacción. Decidí que lo mataría a la mínima
oportunidad. Le eché un vistazo antes de dar un paso y mirar por la
rendija de cristal azulado que daba al interior de la celda: en su
cinturón descansaba una pistola, colocada al lado de un hueco que
debería haber sido para la porra... de no haber sido imbécil el tío
y habérsela colocado a la espalda. Lo normal, vamos.
Cuando por fin me
digné a echar un vistazo al interior, pude respirar tranquila,
aunque fuera tan sólo un par de segundos. Perk estaba allí, con la
cabeza baja, vivo. Sabía que era así porque sus hombros se alzaban
y descendían al compás de su respiración, y uno de sus pies
dibujaba formas incongruentes en el suelo, como si quisiera dibujar
un mapa y el único instrumento que tuviera a la mano fuera su
cuerpo.
Mis pulmones
podrían haber explotado de tanto aire que les insuflé de repente.
-Podemos hacer esto
otro día, si quieres. Entiendo que puede ser demasiado para ti.
Negué con la
cabeza.
-Necesito verle
ahora, saber que está bien.
-¿Acaso no lo ves,
runner? Respira, si eso era lo que te preocupaba-espetó el guardián.
Le pegaría un tiro en una pierna antes de pegárselo entre las
cejas. No iba a permitir que se fuera de este mundo sin chillar y
berrear un poco.
-Cállate, Max,
joder-ladró Louis, mirándolo, y el tal Max agachó la cabeza con
gesto sumiso. Vaya, parecía que los encantos de Louis no me
afectaban sólo a mí. Tal vez sí que fuese alguien especial en
Villa Raritos-. Mete el código.
Louis volvió a
tirar de mí, pero eso no impidió que yo me pusiera de puntillas
para seguir viendo. El guardia se acercó a nosotros, y una de sus
alas me rozó.
-Permiso,
señora-gruñó con una sonrisa cínica en los labios, y yo me
aparté. No porque quisiera hacerle un favor, sino porque realmente
me daban asco las alas de paloma gigante. Bastante tenía con
soportar a los putos bichos en su tamaño natural cuando iba por ahí
corriendo, como para encima tener que aguantarlo ahora en versión
XXL. De risa, vamos.
El mundo se volvió
negro y me acarició por un momento. Era mi ángel, tapándome los
ojos. Me puse aún más nerviosa. Si ya estaba ilusionada por el
hecho de tener las manos retenidas, el que se me privara de la vista
era ya el colmo. Me mordí el labio.
Tras unos sonidos
de teclas que pitaban, el mundo volvió a cobrar color y luminosidad
ante mis ojos, a la par que las barras se arrastraban sin apenas
esfuerzo hasta dejar libre a la pared de su puñalada.
Max el simpático
empujó la puerta, y una luz se encendió automáticamente. O al
menos yo no le vi accionar ningún interruptor.
-No tengo
hambre-gruñó Perk con una voz rota, dolorida. A través de ella
percibías el sufrimiento que se alojaba en su alma con garras
sangrientas.
-No es comida lo
que te traigo, runner. Es una visita.
-No os voy a contar
nada.
-Puede que esta vez
quieras escuchar.
-No me vais a
convencer de nada.
-Como quieras. Le
diré a tu amiga que venga más tarde.
En todo ese
diálogo, Perk no levantó los ojos ni una vez. Sólo cuando escuchó
mi voz se dignó a alzar la cabeza.
-¿Perk?
Casi pude sentir
cómo su torrente sanguíneo y sus pensamientos se detenían de pura
sorpresa. Alzó la cabeza de pelo rapado al uno y me miró con unos
ojos que me helaron el corazón.
En ellos no había
más que miedo, todo el terror y el pánico del mundo se almacenaba
en aquellos dos iris castaños. Sin saber cómo, me zafé de las
manos de Louis y corrí a abrazarlo como pude. Le pasé las manos por
la cabeza y me las apañé para envolver su cuello con unos brazos de
gran limpieza, que no combinaban en nada con un cuerpo lleno de
heridas y magulladuras.
Le besé una y mil
veces bajo la atenta mirada de los dos ángeles. El guardia comentó
que tal vez pudieran sacar algo de mí a través de Perk, pero Louis
guardó silencio. Sentía sus ojos clavados en los míos mientras
cubría de besos a Perk, que lloraba de felicidad al comprobar que
estaba viva y bien.
Oh, dios, podríamos
haber follado tranquilamente de tanto que nos alegrábamos de vernos.
Mis ojos también
habían decidido convertirse en presas de compuertas abiertas ante la
gran riada que se aproximaba.
-Kat, Kat, no
llores, Kat, estoy bien, ¿y tú, Kat, cómo estás?-preguntaba él,
que tiraba y tiraba de las cadenas que lo mantenían en suspensión
para poder tocarme la cara y comprobar que era real.
-Dios, Perk, estoy
muy bien, ¿tú cómo estás? Estás horrible, Perk, ¿qué te han
hecho, por todos y cada uno de los dioses que hemos tenido?-susurré,
sabiendo que no iba a poder parar en un rato, y que tampoco iba a
hacerlo. Aquellas heridas no eran obra exclusiva del Cristal. Por muy
fuerte que hubiera sido la lucha, y por muy cerca que se hubiese
caído del suelo para poder contarlo, no se tenían heridas como
aquellas tan repentinamente y se vivía para contarlo. No, cada una
tenía una edad diferente.
-Son estúpidos y
no saben nada, y quieren sacármelo. Menos mal que tú eres guapa y
sirves para algo sin tener que dar sangre-sonrió, y me eché a reír,
juntando mi frente a la suya y taladrándolo con mis ojos. Cualquiera
diría que no éramos íntimos amigos y que no habíamos jugado
juntos en los parques de la ciudad de pequeños, sino que más bien
apenas nos conocíamos.
Pero no era para
menos: aquel pequeño runrún que había en el interior de mi
cerebro, que no paraba de revolver mi conciencia a cada segundo, se
apagó durante un instante, cesando para dejarme sola con el disfrute
de saber que no era la única runner superviviente de aquella masacre
que bien podía haberse llevado las vidas del resto.
Lo único que me
atreví a desear en ese instante fue que Blondie hubiera muerto
luchando... si es que había muerto.
No me atrevía a
focalizar mis pensamientos en Taylor o en los otros que nos habían
acompañado.
Una vez nuestras
lágrimas dejaron de correr a mares y mi visión se desempañó, Perk
sorbió por la nariz y me estudió de arriba a abajo, flotando en el
aire con aquellas cadenas que lo mantenían suspendido a centímetros
del suelo, lo suficiente como para hacer de aquella la postura más
incómoda que se me pudiera imaginar. Tomé aire y le seguí una
línea de sangre idéntica a la mía en su curso desde la sien hasta
el cuello, donde el río se escondía entre las piedras de una
camiseta blanca que se había tornado amarilla por el sudor y las
heridas que lo provocaban.
-¿No te han curado
nada?
Negó con la
cabeza, alzando el cuello orgulloso. Más heridas de guerra que
exhibir... si es que llegábamos a salir de aquella. Cosa que dudaba.
Habíamos visto
demasiado como para que nuestra cabeza no hubiera sobrepasado los
millones de dólares.
Ve lo que
esconden, me dijo una voz interior, la misma que me guiaba en las
ocasiones en las que el camino se bifurcaba y el pinganillo se
quedaba en silencio. Obedecí, abrí los ojos realmente y comencé a
ver.
Tenía varios
huesos rotos, eso era un hecho. Uno de la pierna, a juzgar por su
hinchazón, y otro en el brazo contrario, que se encontraba vendado
apresuradamente con una tela más inútil que otra cosa.
Al margen de las
roturas, que no supe achacar bien a una pelea en el Cristal o a las
torturas subterráneas, Perk presentaba magulladuras por todo el
cuerpo, especialmente en el costado, que manchaba la camiseta de un
tono mucho más rosado que el de los demás. La muñeca de esa mitad
también estaba ennegrecida, nada que no pudiera curarse, por
supuesto. La mano tenía pequeñas heridas repartidas cuales
estrellas en el cielo nocturno, y el pie, desnudo, había perdido
gran parte de su piel.
Perk había caído
del lado izquierdo de su cuerpo.
De manera que las
heridas del derecho habían sido un patético y cruel intento de los
ángeles por equiparar los daños en ambas mitades.
Perk apenas respiró
cuando le pasé los dedos de las manos encarceladas por la piel, pero
cuando llegué a una parte limpia, que aparentemente no tenía nada,
se retorció en las cadenas y emitió un sonido gutural que nada
tenía que envidiar a los de las bestias de mis peores pesadillas.
-¿Te pegan
aquí?-inquirí con un hilo de voz, y el asintió con los labios
tensos. Palpé un poco más, y el siguió chillando, pero todo valió
la pena para poder volverme y sentenciar:
-Tiene una costilla
rota.
El tal Max acarició
la porra que tenía entre las manos con lascivia, y Perk se la quedó
mirando con el odio grabado a fuego en los ojos. Louis ni siquiera se
movió. No supe si me habría oído o no.
-Eso es porque hago
bien mi trabajo.
-No colaboraremos
en lo que sea que queráis si no le miráis esa costilla.
Incluso si no me
hubiera entrenado y hubiera sabido de heridas y de sus más
variopintas consecuencias, sabía que una costilla rota no era algo
de lo que reírse cuando estabas borracha y envalentonada por el
alcohol: la costilla podía perforarte un pulmón, y la muerte
ahogada en tu propia sangre se me presentaba como algo tan dulce que
prefería evitarlo. No me gustaban las golosinas, era una persona más
salada.
-No le va a matar.
-Eso no lo
sabes-replicó Louis, mirándolo de soslayo, con la cabeza
ligeramente inclinada, y las manos en los bolsillos. Max le devolvió
la mirada, pero sin ninguna valentía esta vez: en su aura podías
leer un respeto casi reverencial. Si Louis le hubiera dicho que se
tragara la porra, probablemente él hubiera respondido “¿hasta
dónde?”
Cuando me volví a
girar, pude ver con sinceridad el alma de Perk. Lejos de aquella
fachada de tipo duro al que no le afectan las torturas de sus
captores, se encontraba acurrucado en la penumbra un niño asustado,
que no sabía cómo escapar, y cuya única defensa se encontraba en
su postura; acurrucado contra una esquina, la más alejada posible de
ti, se abrazaba las piernas y temblaba de la cabeza a los pies.
Jamás había visto
tanto dolor en una persona, ni tanto miedo, y supe que había que
acabar con aquello cuanto antes.
Perk ni siquiera me
permitió trazar un plan de huida bien orquestado pero inútil. Con
una única palabra, alentó mis instintos más primarios, y ejecuté
la única traición que se nos permitía a los runners.
-Sal,
avísalos-ordenó él, y antes de que terminara la frase, yo ya me
había dado la vuelta y me había lanzado como un resorte contra
Marx, que evidentemente no se esperaba mi reacción. Le empujé con
todas mis fuerzas, y él trastabilló hasta finalmente caer al suelo,
en unos saltitos tétricos que duraron apenas unos segundos pero que
me hicieron temer lo peor.
No fue mi fuerza lo
que le llevó al suelo, sino aquellas alas que le hacían tan
especial y peligroso a mis ojos. Pisó una de sus inmensas alas
grisáceas, aulló de dolor, y cayó al suelo en un abrir y cerrar de
ojos.
Momento que
aproveché para lanzarme contra Louis, derribarlo y salir de aquella
habitación infernal como alma que lleva el diablo. Cuando giré el
pasillo, ya habían saltado las alarmas, que uno de los dos ángeles
habían activado.
Me giré un
momento, preguntándome si alguna vez volvería a ver a Perk. La
imagen que se me quedó grabada en las retinas me gustó: con uno de
los ángeles en el suelo y el otro luchando por levantarse, Perk no
hacía más que dar patadas al aire, tratando de alcanzar a aquellas
dos bestias productos de abominaciones genéticas. Se debatía a
centímetros del suelo, colgando de sus muñecas, que a su vez
luchaban por liberarse y poder huir también. No había dolor en sus
gestos, ni miedo. Sólo furia, una furia justiciera que habría
arrasado con todas y cada una de las vidas de aquella ciudad que
tenían algo de que avergonzarse.
Los pasillos que
antes habían sido laberínticos y blancos ahora eran claros mapas
mentales teñidos del rubí y del caos que traían las alarmas. Salí
a uno muy amplio, en el que varios ángeles corrieron a mi encuentro,
pero me las apañé para colarme entre sus gigantescas alas y entrar
en aquella sala de proporciones estratosféricas en la que hasta
hacía poco estaba la mariposa humana.
No sabía qué me
proponía metiéndome allí: lo único que recordaba era que había
recovecos que me serían útiles, y que aquella era la
representación, en parte, de la ciudad. Y donde más cómoda estaba
era en los tejados, sin importar lo altos y peligrosos que éstos
fueran.
Claro que no
contaba con el factor esposas y, cuando quise escalar al primero y
aprovechar los desniveles mientras una bandada de pájaros de todos
los colores y tamaños se precipitaba hacia mí, mis manos me
fallaron. Me hice un lío con mi propio cuerpo, algo que no me había
sucedido nunca desde que aprendí a andar.
Me caí al suelo.
Y una masa rubia
inundó mi campo de visión, me alzó en el aire entre un aleteo que
me heló la sangre...
… y me dejó caer
como ya había hecho otra vez en el Cristal.
Lo siguiente que
recuerdo es un terrible dolor de cabeza mezclado con una maraña de
voces de susurros ininteligibles. Había dos que predominaban: una
femenina, y una masculina. Sabía que las había escuchado en alguna
ocasión, pero me era imposible cubrirlo todo.
El dolor era
omnipotente y abarcaba todas y cada una de mis células, y no iba a
dejar que un imperio tan apetecible se le escapara entre los dedos
como el agua de un río se hace paso entre las rocas del fondo para
moldearlas a su gusto.
Unos dedos me
acariciaban el pelo. Abrí los ojos, cosa que me costó un triunfo.
Los ojos de Louis,
teñidos de su eterno azul, se colocaron dulcemente sobre los míos.
Sonrió, pero su sonrisa no escaló hasta sus ojos.
-Te advertí que
no te separaras de mí.
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