sábado, 2 de agosto de 2014

Furia Justiciera.

A pesar del poco poder y la nula utilidad de sus alas, Gwen se las apañó para volar lejos de mí a toda velocidad en cuanto nos alejamos de aquella gran sala acristalada y volvimos a los laberínticos pasillos. No dejaría de revolotear por mi cabeza durante el resto de la semana, y probablemente del mes; eso lo sabía.
Sin embargo, se permitió irse para dejar que yo me ocupara de otros asuntos. Como, por ejemplo, la inminente visita a Perk.
Realmente no sabía qué esperar de la visión de mi compañero, al que me ligaban muchos más hilos conectores que los simples tatuajes idénticos que compartíamos, los propios de nuestra sección y nuestro sector. Tampoco era el hecho de que fuéramos parte de un movimiento de resistencia contra un grupo armado cuya violencia era legal, y para colmo legitimado por los votos de personas que llevaban mucho tiempo muertas y en cuya conciencia no se revolvía nada, pues lo habían hecho engañados, creyendo que luchaban por lo mejor para sus hijos con armas de papel secreto en las que en realidad el veneno del futuro se estaba gestando.
No era sólo eso lo que nos unía, sino algo mucho más fuerte, dos cosas esenciales que muy pocos antes que nosotros y otro puñado después compartiría... desgraciadamente en ambos casos. En uno por ser demasiado abundantes, ya que no deberíamos ser ni uno solo, y en otro por todo lo contrario: por ser demasiados pocos, por pertenecer a una élite.
El primer caso, el bueno, era que habíamos disfrutado de las vistas de la cima del Cristal, habíamos estado más alto que nadie en aquel momento durante unos instantes...
… hasta que todo se torció y pasamos a la segunda parte de nuestra conexión. Llegaron los ángeles, nos capturaron, y nos hicieron prisioneros en una cárcel que, a falta de barrotes, se regía por cadenas.
No éramos los primeros runners en estar encadenados, de eso estaba segura. Pero de lo que sí tenía conciencia era de que al menos yo era la primera que no tenía las muñecas en carne viva por luchar contra el mordisco helado de las esposas, que me arañaban la piel y me pellizcaban de vez en cuando, para recordarme que estaban allí, y asustarme por la facilidad con la que las había aceptado.
Todo lo vivido antes y todo lo que estábamos viviendo en ese instante complicó mucho la manera en que vi a Perk.
Louis me arrastró hasta un pasillo con poca iluminación, de puertas de acero cerradas con barras que se clavaban en la pared semejantes a puñales redondos. Había un ángel cuidando el pasillo, al final del todo, y asintió con la cabeza cuando Louis alzó la mano, como presentando sus respetos. Se echó a un lado, y pude ver el color de sus plumas, que en un principio habrían pasado por blancas en aquella oscuridad. Eran más bien grises, y en una franja se tornaban más oscuras, igual que las alas de las palomas que surcaban los cielos y a las que solía espantar cuando corría por los tejados.
Claramente, aquellas ratas voladoras no me esperaban allí. No sucedía así con aquel ser monstruoso.
-¿Vienes a por el otro, Louis?
-Sólo queremos verlo-replicó mi compañero, que se había esforzado en sujetar con más fuerza las esposas que traía entre los dedos. El muchacho asintió, echando mano de una porra que llevaba a la espalda (pude constatar que era una especie de policía de pájaros, y me pregunté con sorna si también les pondría multas por volar demasiado rápido), y sacando de paso un manojo de llaves que tintineó en el silencio sepulcral que se calaba hasta los huesos.
Louis suspiró, cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y me miró, impaciente. No sabía cuánto tiempo podría soportar aquella espera y el no saber qué me esperaba. Estaba acostumbrada a la incertidumbre, pero no a no ser parte activa en el desarrollo de los acontecimientos. Y sabía que me gustaba precipitarlos.
Yo también estaba preocupada por cuánto tiempo mantendría la calma, pero por motivos bien diferentes.
En lo que pareció una eternidad, la llave elegida dejó de resistirse y surgió triunfal entre las otras, capturada por los dedos poco hábiles del custodio. La clavó en una zona de la pared lejana a la puerta, lo suficiente como para que yo frunciera el ceño y me preguntara de qué iba todo aquello.
Una pantalla que no había visto hasta entonces se encendió en medio de la puerta, y el vigilante se volvió para mirarlos.
-Tal vez sea mejor que lo vea antes de entrar.
Louis asintió, soltó la cadena que unía mis horrorosas pulseras y me cogió por el brazo. Me arrastró hasta la puerta, haciendo más presión de la debida en mi carne, consiguiendo que yo me tensara y que el guardia sonriera con satisfacción. Decidí que lo mataría a la mínima oportunidad. Le eché un vistazo antes de dar un paso y mirar por la rendija de cristal azulado que daba al interior de la celda: en su cinturón descansaba una pistola, colocada al lado de un hueco que debería haber sido para la porra... de no haber sido imbécil el tío y habérsela colocado a la espalda. Lo normal, vamos.
Cuando por fin me digné a echar un vistazo al interior, pude respirar tranquila, aunque fuera tan sólo un par de segundos. Perk estaba allí, con la cabeza baja, vivo. Sabía que era así porque sus hombros se alzaban y descendían al compás de su respiración, y uno de sus pies dibujaba formas incongruentes en el suelo, como si quisiera dibujar un mapa y el único instrumento que tuviera a la mano fuera su cuerpo.
Mis pulmones podrían haber explotado de tanto aire que les insuflé de repente.
-Podemos hacer esto otro día, si quieres. Entiendo que puede ser demasiado para ti.
Negué con la cabeza.
-Necesito verle ahora, saber que está bien.
-¿Acaso no lo ves, runner? Respira, si eso era lo que te preocupaba-espetó el guardián. Le pegaría un tiro en una pierna antes de pegárselo entre las cejas. No iba a permitir que se fuera de este mundo sin chillar y berrear un poco.
-Cállate, Max, joder-ladró Louis, mirándolo, y el tal Max agachó la cabeza con gesto sumiso. Vaya, parecía que los encantos de Louis no me afectaban sólo a mí. Tal vez sí que fuese alguien especial en Villa Raritos-. Mete el código.
Louis volvió a tirar de mí, pero eso no impidió que yo me pusiera de puntillas para seguir viendo. El guardia se acercó a nosotros, y una de sus alas me rozó.
-Permiso, señora-gruñó con una sonrisa cínica en los labios, y yo me aparté. No porque quisiera hacerle un favor, sino porque realmente me daban asco las alas de paloma gigante. Bastante tenía con soportar a los putos bichos en su tamaño natural cuando iba por ahí corriendo, como para encima tener que aguantarlo ahora en versión XXL. De risa, vamos.
El mundo se volvió negro y me acarició por un momento. Era mi ángel, tapándome los ojos. Me puse aún más nerviosa. Si ya estaba ilusionada por el hecho de tener las manos retenidas, el que se me privara de la vista era ya el colmo. Me mordí el labio.
Tras unos sonidos de teclas que pitaban, el mundo volvió a cobrar color y luminosidad ante mis ojos, a la par que las barras se arrastraban sin apenas esfuerzo hasta dejar libre a la pared de su puñalada.
Max el simpático empujó la puerta, y una luz se encendió automáticamente. O al menos yo no le vi accionar ningún interruptor.
-No tengo hambre-gruñó Perk con una voz rota, dolorida. A través de ella percibías el sufrimiento que se alojaba en su alma con garras sangrientas.
-No es comida lo que te traigo, runner. Es una visita.
-No os voy a contar nada.
-Puede que esta vez quieras escuchar.
-No me vais a convencer de nada.
-Como quieras. Le diré a tu amiga que venga más tarde.
En todo ese diálogo, Perk no levantó los ojos ni una vez. Sólo cuando escuchó mi voz se dignó a alzar la cabeza.
-¿Perk?
Casi pude sentir cómo su torrente sanguíneo y sus pensamientos se detenían de pura sorpresa. Alzó la cabeza de pelo rapado al uno y me miró con unos ojos que me helaron el corazón.
En ellos no había más que miedo, todo el terror y el pánico del mundo se almacenaba en aquellos dos iris castaños. Sin saber cómo, me zafé de las manos de Louis y corrí a abrazarlo como pude. Le pasé las manos por la cabeza y me las apañé para envolver su cuello con unos brazos de gran limpieza, que no combinaban en nada con un cuerpo lleno de heridas y magulladuras.
Le besé una y mil veces bajo la atenta mirada de los dos ángeles. El guardia comentó que tal vez pudieran sacar algo de mí a través de Perk, pero Louis guardó silencio. Sentía sus ojos clavados en los míos mientras cubría de besos a Perk, que lloraba de felicidad al comprobar que estaba viva y bien.
Oh, dios, podríamos haber follado tranquilamente de tanto que nos alegrábamos de vernos.
Mis ojos también habían decidido convertirse en presas de compuertas abiertas ante la gran riada que se aproximaba.
-Kat, Kat, no llores, Kat, estoy bien, ¿y tú, Kat, cómo estás?-preguntaba él, que tiraba y tiraba de las cadenas que lo mantenían en suspensión para poder tocarme la cara y comprobar que era real.
-Dios, Perk, estoy muy bien, ¿tú cómo estás? Estás horrible, Perk, ¿qué te han hecho, por todos y cada uno de los dioses que hemos tenido?-susurré, sabiendo que no iba a poder parar en un rato, y que tampoco iba a hacerlo. Aquellas heridas no eran obra exclusiva del Cristal. Por muy fuerte que hubiera sido la lucha, y por muy cerca que se hubiese caído del suelo para poder contarlo, no se tenían heridas como aquellas tan repentinamente y se vivía para contarlo. No, cada una tenía una edad diferente.
-Son estúpidos y no saben nada, y quieren sacármelo. Menos mal que tú eres guapa y sirves para algo sin tener que dar sangre-sonrió, y me eché a reír, juntando mi frente a la suya y taladrándolo con mis ojos. Cualquiera diría que no éramos íntimos amigos y que no habíamos jugado juntos en los parques de la ciudad de pequeños, sino que más bien apenas nos conocíamos.
Pero no era para menos: aquel pequeño runrún que había en el interior de mi cerebro, que no paraba de revolver mi conciencia a cada segundo, se apagó durante un instante, cesando para dejarme sola con el disfrute de saber que no era la única runner superviviente de aquella masacre que bien podía haberse llevado las vidas del resto.
Lo único que me atreví a desear en ese instante fue que Blondie hubiera muerto luchando... si es que había muerto.
No me atrevía a focalizar mis pensamientos en Taylor o en los otros que nos habían acompañado.
Una vez nuestras lágrimas dejaron de correr a mares y mi visión se desempañó, Perk sorbió por la nariz y me estudió de arriba a abajo, flotando en el aire con aquellas cadenas que lo mantenían suspendido a centímetros del suelo, lo suficiente como para hacer de aquella la postura más incómoda que se me pudiera imaginar. Tomé aire y le seguí una línea de sangre idéntica a la mía en su curso desde la sien hasta el cuello, donde el río se escondía entre las piedras de una camiseta blanca que se había tornado amarilla por el sudor y las heridas que lo provocaban.
-¿No te han curado nada?
Negó con la cabeza, alzando el cuello orgulloso. Más heridas de guerra que exhibir... si es que llegábamos a salir de aquella. Cosa que dudaba.
Habíamos visto demasiado como para que nuestra cabeza no hubiera sobrepasado los millones de dólares.
Ve lo que esconden, me dijo una voz interior, la misma que me guiaba en las ocasiones en las que el camino se bifurcaba y el pinganillo se quedaba en silencio. Obedecí, abrí los ojos realmente y comencé a ver.
Tenía varios huesos rotos, eso era un hecho. Uno de la pierna, a juzgar por su hinchazón, y otro en el brazo contrario, que se encontraba vendado apresuradamente con una tela más inútil que otra cosa.
Al margen de las roturas, que no supe achacar bien a una pelea en el Cristal o a las torturas subterráneas, Perk presentaba magulladuras por todo el cuerpo, especialmente en el costado, que manchaba la camiseta de un tono mucho más rosado que el de los demás. La muñeca de esa mitad también estaba ennegrecida, nada que no pudiera curarse, por supuesto. La mano tenía pequeñas heridas repartidas cuales estrellas en el cielo nocturno, y el pie, desnudo, había perdido gran parte de su piel.
Perk había caído del lado izquierdo de su cuerpo.
De manera que las heridas del derecho habían sido un patético y cruel intento de los ángeles por equiparar los daños en ambas mitades.
Perk apenas respiró cuando le pasé los dedos de las manos encarceladas por la piel, pero cuando llegué a una parte limpia, que aparentemente no tenía nada, se retorció en las cadenas y emitió un sonido gutural que nada tenía que envidiar a los de las bestias de mis peores pesadillas.
-¿Te pegan aquí?-inquirí con un hilo de voz, y el asintió con los labios tensos. Palpé un poco más, y el siguió chillando, pero todo valió la pena para poder volverme y sentenciar:
-Tiene una costilla rota.
El tal Max acarició la porra que tenía entre las manos con lascivia, y Perk se la quedó mirando con el odio grabado a fuego en los ojos. Louis ni siquiera se movió. No supe si me habría oído o no.
-Eso es porque hago bien mi trabajo.
-No colaboraremos en lo que sea que queráis si no le miráis esa costilla.
Incluso si no me hubiera entrenado y hubiera sabido de heridas y de sus más variopintas consecuencias, sabía que una costilla rota no era algo de lo que reírse cuando estabas borracha y envalentonada por el alcohol: la costilla podía perforarte un pulmón, y la muerte ahogada en tu propia sangre se me presentaba como algo tan dulce que prefería evitarlo. No me gustaban las golosinas, era una persona más salada.
-No le va a matar.
-Eso no lo sabes-replicó Louis, mirándolo de soslayo, con la cabeza ligeramente inclinada, y las manos en los bolsillos. Max le devolvió la mirada, pero sin ninguna valentía esta vez: en su aura podías leer un respeto casi reverencial. Si Louis le hubiera dicho que se tragara la porra, probablemente él hubiera respondido “¿hasta dónde?”
Cuando me volví a girar, pude ver con sinceridad el alma de Perk. Lejos de aquella fachada de tipo duro al que no le afectan las torturas de sus captores, se encontraba acurrucado en la penumbra un niño asustado, que no sabía cómo escapar, y cuya única defensa se encontraba en su postura; acurrucado contra una esquina, la más alejada posible de ti, se abrazaba las piernas y temblaba de la cabeza a los pies.
Jamás había visto tanto dolor en una persona, ni tanto miedo, y supe que había que acabar con aquello cuanto antes.
Perk ni siquiera me permitió trazar un plan de huida bien orquestado pero inútil. Con una única palabra, alentó mis instintos más primarios, y ejecuté la única traición que se nos permitía a los runners.
-Sal, avísalos-ordenó él, y antes de que terminara la frase, yo ya me había dado la vuelta y me había lanzado como un resorte contra Marx, que evidentemente no se esperaba mi reacción. Le empujé con todas mis fuerzas, y él trastabilló hasta finalmente caer al suelo, en unos saltitos tétricos que duraron apenas unos segundos pero que me hicieron temer lo peor.
No fue mi fuerza lo que le llevó al suelo, sino aquellas alas que le hacían tan especial y peligroso a mis ojos. Pisó una de sus inmensas alas grisáceas, aulló de dolor, y cayó al suelo en un abrir y cerrar de ojos.
Momento que aproveché para lanzarme contra Louis, derribarlo y salir de aquella habitación infernal como alma que lleva el diablo. Cuando giré el pasillo, ya habían saltado las alarmas, que uno de los dos ángeles habían activado.
Me giré un momento, preguntándome si alguna vez volvería a ver a Perk. La imagen que se me quedó grabada en las retinas me gustó: con uno de los ángeles en el suelo y el otro luchando por levantarse, Perk no hacía más que dar patadas al aire, tratando de alcanzar a aquellas dos bestias productos de abominaciones genéticas. Se debatía a centímetros del suelo, colgando de sus muñecas, que a su vez luchaban por liberarse y poder huir también. No había dolor en sus gestos, ni miedo. Sólo furia, una furia justiciera que habría arrasado con todas y cada una de las vidas de aquella ciudad que tenían algo de que avergonzarse.
Los pasillos que antes habían sido laberínticos y blancos ahora eran claros mapas mentales teñidos del rubí y del caos que traían las alarmas. Salí a uno muy amplio, en el que varios ángeles corrieron a mi encuentro, pero me las apañé para colarme entre sus gigantescas alas y entrar en aquella sala de proporciones estratosféricas en la que hasta hacía poco estaba la mariposa humana.
No sabía qué me proponía metiéndome allí: lo único que recordaba era que había recovecos que me serían útiles, y que aquella era la representación, en parte, de la ciudad. Y donde más cómoda estaba era en los tejados, sin importar lo altos y peligrosos que éstos fueran.
Claro que no contaba con el factor esposas y, cuando quise escalar al primero y aprovechar los desniveles mientras una bandada de pájaros de todos los colores y tamaños se precipitaba hacia mí, mis manos me fallaron. Me hice un lío con mi propio cuerpo, algo que no me había sucedido nunca desde que aprendí a andar.
Me caí al suelo.
Y una masa rubia inundó mi campo de visión, me alzó en el aire entre un aleteo que me heló la sangre...
… y me dejó caer como ya había hecho otra vez en el Cristal.
Lo siguiente que recuerdo es un terrible dolor de cabeza mezclado con una maraña de voces de susurros ininteligibles. Había dos que predominaban: una femenina, y una masculina. Sabía que las había escuchado en alguna ocasión, pero me era imposible cubrirlo todo.
El dolor era omnipotente y abarcaba todas y cada una de mis células, y no iba a dejar que un imperio tan apetecible se le escapara entre los dedos como el agua de un río se hace paso entre las rocas del fondo para moldearlas a su gusto.
Unos dedos me acariciaban el pelo. Abrí los ojos, cosa que me costó un triunfo.
Los ojos de Louis, teñidos de su eterno azul, se colocaron dulcemente sobre los míos. Sonrió, pero su sonrisa no escaló hasta sus ojos.
-Te advertí que no te separaras de mí.

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