viernes, 29 de agosto de 2014

Margaery.

Ella buscaba en todas las revistas una frase que le dijera qué hacer. Cuándo se conectaban los mundos, en qué parada e metro que no salía en los mapas debía bajarse, qué comida pedir en el restaurante de alguna esquina incierta que se escondía del menú...
Y la encontró. “No tengas un plan b), ni colchón, a esto tienes que dedicarte con todo. Sólo si es tu única oportunidad podrás hacerlo: entregarás hasta lo que no tienes, tu alma”.
Mientras tanto, en lugares diferentes de la ciudad, a la otra le buscaban editoriales que quisieran publicarla. A ella le prohibían buscar cámaras con batería cargada, lente colocada y memoria libre. A la otra le construían puentes mientras a ella le sellaban túneles.
Cabe imaginar quién, de las que triunfó, se estremeció más. Porque ella decidió dejar de sentarse llorando al lado de la ventana, mirando al horizonte que se teñía de melocotón al caer el sol, con lágrimas que reflejaban el miedo a que esas historias de triunfadores en el fracaso y conformistas nostálgicos algún día hablasen de ella también.
Ese era el colchón al que la musa se refería. Y decidió destruirlo.
Y, para empezar, admitió ser yo. Y le devolvió el nombre robado a la musa: Natalie Dormer. Gracias a ella, las noches eran un poco más luminosas, porque con cada una ardía en el cielo un día menos antes de alcanzar la felicidad.
No iba a ser fácil, pero no tendría otra opción. La caída no iba a ser “dura”. Iba a ser “mortal”.

2 comentarios:

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