Ella buscaba en todas las revistas una
frase que le dijera qué hacer. Cuándo se conectaban los mundos, en
qué parada e metro que no salía en los mapas debía bajarse, qué
comida pedir en el restaurante de alguna esquina incierta que se
escondía del menú...
Y la encontró. “No tengas un plan
b), ni colchón, a esto tienes que dedicarte con todo. Sólo si es tu
única oportunidad podrás hacerlo: entregarás hasta lo que no
tienes, tu alma”.
Mientras tanto, en lugares diferentes
de la ciudad, a la otra le buscaban editoriales que quisieran
publicarla. A ella le prohibían buscar cámaras con batería
cargada, lente colocada y memoria libre. A la otra le construían
puentes mientras a ella le sellaban túneles.
Cabe imaginar quién, de las que
triunfó, se estremeció más. Porque ella decidió dejar de sentarse
llorando al lado de la ventana, mirando al horizonte que se teñía
de melocotón al caer el sol, con lágrimas que reflejaban el miedo a
que esas historias de triunfadores en el fracaso y conformistas
nostálgicos algún día hablasen de ella también.
Ese era el colchón al que la musa se
refería. Y decidió destruirlo.
Y, para empezar, admitió ser yo. Y le
devolvió el nombre robado a la musa: Natalie Dormer. Gracias a ella,
las noches eran un poco más luminosas, porque con cada una ardía en
el cielo un día menos antes de alcanzar la felicidad.
No iba a ser fácil, pero no tendría
otra opción. La caída no iba a ser “dura”. Iba a ser “mortal”.
Me encantó ♡
ResponderEliminarMe alegra que haya sido así ♥
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