Parpadeé, sin poder
creérmelo.
-¿Eres hijo de un
ángel?
-Mejor aún. Soy el
primer ángel que han conseguido que nazca vivo.
Seguí mirando, con
mi cerebro todavía negándose a que aquella información entrase en
él. Me sentía como una caja registradora cuyo detector de códigos
de barras era incapaz de descifrar el que tenía delante, seguramente
porque pertenecía a otra tienda.
Negué con la
cabeza, apretando el sofá. Mis dedos se clavaron en él, el último
contacto con aquel mundo en el que no me quería ver envuelta. Estaba
al borde de un precipicio, con el mar rugiendo embravecido debajo de
mí, y con la única esperanza de que las rocas del acantilado no se
desprendieran antes de que yo pudiera correr a tierra firme.
-Eso es...
imposible. No...
-¿No teníais
constancia de ello?-él se limitó a sonreír. Me hizo sentir muy
pequeña a su lado, tanto física como psicológicamente: me
encontraba ante un gigante alado que, con el mínimo movimiento,
podría aplastarme. Estaba sentada frente al anciano más longevo y
sabio del mundo, y yo era una simple niña de cinco o seis años, que
balanceaba las piernas en el sofá mientras pasaba la lengua por una
piruleta multicolores.
-Sabemos cómo os
hacen, pero no...
-Sabéis que les
incrustan las alas a los demás, y sabéis que la clonación lleva
siendo posible mucho tiempo, y que es un hecho en las fuerzas de la
ciudad. Lo que no sabíais hasta hace nada es que han dado un paso
más, y ahora no os enfrentáis a dictadores con aires de
emperadores, sino a científicos cuyos delirios de grandeza les han
llevado a creerse dioses.
-Dijiste que
buscara información sobre ti. Estabas vivo hace siglos, ¿desde
cuándo llevan a cabo eso?-mi voz se alzó varias octavas, presa del
pánico. Sí, me apetecía gritar, sí, acababa de descubrir que no
teníamos nada que hacer contra gente que podía manipular la
genética, por mucho que nos entrenásemos y por muy selectivos y
estrictos que fuéramos con los que se unían a nuestras filas. La
manipulación genética era lo más parecido a la magia que había en
el mundo, y no se podía combatir la magia si no tenías una varita
equiparable en poder.
-Es mi cuarto
tatarabuelo, creo. Tal vez sea más lejano. Nunca lo he preguntado.
Simplemente sé que desciendo de él.
Comparé la
fotografía que había visto en la pantalla del ordenador surgir ante
mí, triunfante, con el muchacho que tenía enfrente. Sí que había
diferencias, pero tan mínimas que bien podrían ser porque su edad
fuera diferente al del chico de la fotografía. Tenía barba donde el
de principios de milenio mostraba un mentón desnudo, el pelo era
ligeramente diferente... pero estaba allí, era el chico de la
fotografía, aquel cantante que había desaparecido hacía tanto
tiempo que tan sólo pervivía en los anales de la historia y en
libros especializados. Al fin y al cabo, todos éramos pequeñas
anécdotas en la historia, después de todo.
-Sois
idénticos-susurré. Me llevé la mano a la trenza, y por primera vez
en mucho tiempo, sentí la imperiosa necesidad de deshacérmela y
volvérmela a hacer delante de alguien.
La última vez que
había hecho eso, estaba con Taylor en su habitación, y había sido
después de una sesión de sexo tan salvaje que me había dejado el
pelo hecho un desastre. Y no soportaba tener la trenza sin control.
El pelo me molestaba al correr, y aquella era la única manera que
tenía de controlar una mata tan larga y abundante como la mía.
Solté la goma y
mis dedos se afanaron en deshacer los bailes del pelo, que se negaba
en parte a liberarse frente a mi captor.
-Pero eso no
explica que todos te traten de la manera en que lo hacen.
Él alzó las
cejas. Me pregunté si sería genético o si sería una marca
personal, que había surgido en su familia sólo con los miembros
alados. Y deduje que él era el único. No podían tener una estirpe
especializada en hacer ángeles.
-Sí, si tienes en
cuenta que soy el único ángel natural que ha pisado este mundo-sus
ojos se clavaron en un nudo en mi pelo que me estaba dando más
trabajo del que me esperaba. Tanto tiempo correteando de un lado para
otro y el estrés de las misiones en las que me había embarcado
(desde la subasta hasta mi patético intento de huida) habían
terminado pasándole factura a mi melena-. Te traeré un cepillo-se
limitó a decir, y antes de que yo declinara la invitación, se
levantó y se encaminó hacia una puerta. Reapareció unos segundos
después, con un objeto oscuro en la mano. Me lo tendió, lo cogí,
y lo miré a los ojos, esperando algo, pero aún sin saber qué.
-Sabes usarlo,
¿verdad? En tu casa también los tenéis-inquirió, abriendo y
cerrando las manos. Y yo me eché a reír.
Le habría pedido
que me contara toda su historia mientras yo me afanaba en acicalar lo
más peligroso de mi cuerpo (cuántas veces habría discutido con
Puck por la trenza, porque era muy larga, porque así me podrían
cazar con tan sólo tirar de ella), pero no pude.
Mientras me
peinaba, y después dividía mi pelo en tres mechones, a cada cual
más grueso, me contempló con aquellos ojos del mismo color del
cielo que surcaban, y me dio la sensación de que me volvía a
arrancar la ropa a jirones, y me contemplaba desnuda, estudiando
cuánto podría pedir si decidía vender mi cuerpo del mismo modo en
que le había regalado mi alma a él.
No paró de
frotarse las manos en el proceso, ni siquiera cuando éste finalizó.
Me lo quedé
mirando, sumí la jungla amazónica de mis ojos en la lluvia del
monzón de los suyos, y supe que confiaba en él, que en realidad
sabía que no me haría daño... y que me sentía muy sola, que
llevaba sintiéndome así toda la vida, incluso cuando estaba
acompañada, incluso cuando estaba con Taylor, incluso cuando todo el
mundo estaba a mi alrededor. La única vez en que no me había
sentido sola fue en aquella oficina cuyos cristales tuve que romper
para precipitarme dentro, escapando de él, huyendo de aquella
sensación de que algo se avecinaba y no debía quedarme para que
cambiara mi vida.
Las palabras
salieron de mis labios sin que yo les diera permiso para hacerlo. El
corazón lo había hecho antes, y con más diligencia.
-Vamos a la cama,
Louis.
Seguí a mi
instinto de nuevo, aquel que tanto me había ayudado. Y éste premió
mi confianza con la sonrisa que apareció en la boca del ángel, que
me tendió la mano y me condujo a su habitación, donde nos quitamos
la ropa y nos dimos lo único que le puedes entregar a alguien cuando
estás desnudo.
Más tarde, tenía
la cabeza apoyada en mi pecho, y yo le acariciaba el pelo chocolate
con la mirada fija en los cuadros de la pared.
-Quieres que te lo
cuente-murmuró.
-Sólo si tú
quieres-repliqué, frunciendo el ceño. Él asintió con la cabeza.
-Sí, la verdad es
que... los dos queremos que te lo cuente.
Se puso unos
pantalones, esperó a que me cubriera con una camisa (me recreé en
los botones, un pequeño lujo que no solíamos tener los runners), y
los dos nos dirigimos al salón-cocina.
Sin mediar palabra,
cogió dos latas de la nevera y las dejó encima de la barra
americana de acero. Me senté en uno de los altos taburetes y abrí
el pequeño contenedor sin mediar palabra. Eché un trago y casi
inmediatamente lo escupí.
-¿Qué cojones es
esto? ¡Pica!
Él sonrió, pero
su sonrisa no era alpinista, y decidió que no merecía la pena
escalar hasta sus labios.
-Es cerveza,
Cyntia. Relájante.
Que me llamara
Cyntia me hizo relajarme, tenía que admitirlo. Me hacía... sentir
en casa.
Pero no probé
aquel líquido infernal y asqueroso nunca más.
-¿Por dónde
empiezo?-preguntó, haciendo bailar la lata.
-¿Por el
principio?-sugerí yo.
-Aunque viva en el
ático más lujoso de toda la ciudad, y probablemente uno de los más
caros del mundo, mis orígenes no son para nada de la alta sociedad
de esta metrópoli-espetó de repente, y sentí un poco de vértigo
por la primera revelación. Creía que todos los ángeles eran ricos,
y que sus padres pagaban para que sus hijos tuvieran alas y fueran la
créme de la créme en la especie-. No me mires así. Es
cierto-dio otro trago-. Mi familia fue pobre. Es decir, mi...
llamémosle “abuelo” no lo fue, pero... digamos que no dejó
mucha herencia. Sólo un montón de pufos que no pagó en vida, y que
les tocó pagar a sus hijos cuando desapareció de este planeta. De
modo que pasamos de ser lo mejor de Inglaterra a ciudadanos normales,
corrientes, de a pie.
»Cuando empezaron
los cambios, mi familia fue una de las primeras en notarlos. No sólo
se acabó la libertad, también cerraron de repente el grifo de
muchas familias que malvivían con una pensión de ayuda de los
gobiernos, para que sus hijos no pudieran ir a estudiar y se
convirtieran en súbditos de lo que más tarde le salvaría la vida.
Les salió bien, más o menos.
»Ni mis abuelos ni
mis padres se metieron en líos de protestas-juraría que me miró
con condescendencia un segundo, como diciendo “mi familia fue más
lista que la tuya”, pero, sea como fuere, el gesto desapareció tan
pronto como apareció-. En el fondo, sabían que no iba a servir de
nada y que el que tiene las armas, tiene el poder... no fue una
“Segunda Revolución Francesa”, como algunos la llaman, porque ni
somos franceses, ni fue el pueblo el que se levantó. Más bien al
contrario, fueron los de arriba los que bajaron de sus tronos para
destrozar a los de abajo.
»Todo
pasó rápido, como te contaran, y el Gobierno empezó con sus planes
de ángeles antes de que la gente se diera cuenta de la situación de
verdad, y el primero de ellos, Gabriel, ya estaba en el aire apenas
un año después de que las sangres dejaran de ser ríos que manaban
por la ciudad. Ya sabes cómo acabó Gabriel.
Sí,
acabó estampado contra el suelo, porque nadie previó que fuera a
cansarse rápido y que su egocentrismo lo fuera a llevar a volar a
casi un kilómetro de altura... exactamente, hasta la cima del
Cristal, a la que no llegó. Algunos decían que le faltaron 10
metros, otros, que le faltó 1, otros incluso decían que se quedó a
centímetros de llegar a la cima. El caso era que nunca logró subir
hasta allá arriba, y que al Gobierno le venía tan bien como mal:
nadie alcanzaba a su edificio más emblemático, pero tampoco sus
ángeles eran tan poderosos como creían.
-Así
que-continuó él, después de cerciorarse de que sabía su historia
(lo cual es el trabajo de todo buen enemigo)-trabajaron muy a fondo
en mejorar a mi raza. Los primeros ángeles surgieron despacio, con
los compañeros de Gabriel siendo cautelosos y bailando siempre a
metros de las azoteas de los edificios. Una vez el cielo se fue
llenando de manchas blancas y la gente se acostumbró a que nos
cayéramos, a alguien se le ocurrió la idea de que tal vez la
variedad en las alas hiciera que pareciera que éramos más fuertes.
De modo que se pusieron con ello: pasaron de las simples alas de
cisne, como las de Angelica, a las alas de paloma, de murciélago, de
águila... todo valía con tal de hacer experimentos y encontrar las
alas perfectas.
»Cuando
ya dominaron todas las alas, pasaron a una fase superior, en la que
no tendrían que invertir tanto dinero y tanto tiempo buscando
candidatos ideales en cuya espalda se pudieran insertar un par de
alas. Como sabrás, entrenar a un aprendiz es más complicado de lo
que parece. Y es agotador-los dos asentimos con la cabeza; él dio un
nuevo sorbo a su bebida, tragó saliva y continuó, contemplando las
letras plateadas tatuadas en la lata rubí-. Y así surgió la idea
de ángeles naturales, niños que nacieran con alas, bebés mitad
humanos mitad pájaros. Los llamaron “cachorros de Pegaso”-se
echó a reír-. Cuando me lo contaron, no me hizo ni puta gracia.
¿Tengo cara de caballo?
Negué
con la cabeza, mordiéndome la sonrisa. Él asintió.
-Me
lo parecía. Bueno, el caso es que no les suponía mucho esfuerzo
crear un embrión de esas características: ya dominaban la genética,
porque ya sabían hacer crecer las alas de los animales que cazaban
hasta límites que nadie hubiera imaginado, y la cirugía ya la
tenían, sólo hacía falta dejar de coser las alas a los cuerpos de
los chiquillos, y hacer cesáreas a las mujeres que estuvieran
embarazadas de ángeles.
Se
quedó callado un momento, y miró por la ventana. Las sombras se
sucedían con calma; nadie subía tan alto, a excepción de los
aprendices que saltaban desde la azotea para coger impulso y dominar
el planeo.
O,
al menos, eso habíamos averiguado en la Base.
-Implantaron
200 embriones con el gen de las alas en mujeres que se ofrecieron
voluntarias a cobrar un dineral y a pasar a la historia como la
primera madre de ángeles.
Me
giré para volver a mirarlo. Su mandíbula hacía tanta fuerza que me
sorprendió que no le reventaran los dientes.
-Hubo
197 abortos, y sólo 3 cesáreas se llevaron a cabo. Los tres niños
nacieron muertos, con malformaciones que seguramente les mataron
antes incluso de que se les formara el corazón.
Hizo
una pausa, y luego prosiguió:
-Cambiaron
el gen. Probaron en 100 mujeres. 60 abortos, los demás, niños que,
o bien eran deformes y estaban muertos cuando abrieron el vientre de
sus madres, o bien murieron al poco tiempo porque el organismo
humano no
está hecho para volar.
»
Pero ellos no se rindieron, y siguieron bajando las tasas de ensayo y
teniendo cada vez más éxito, hasta que a uno se le ocurrió la
genial idea de probar y dejar que la madre diera a luz de manera
natural al bebé, sin importar el tiempo que le llevara. Sin importar
que el pequeño sería mucho mayor de lo que vuestras caderas están
diseñadas para soportar.
»Como
tenían miedo de que más muertes y abortos pasaran al conocimiento
de la ciudad (no sé cuántas madres murieron, pero te aseguro que no
fueron pocas), decidieron dar sólo dos oportunidades. Para un chico
y una chica. Las compensaciones económicas que se prometieron
llegaron a límites que mucha gente podría solo soñar, límites que
tal vez no puedas ni concebir en tu imaginación, Cyn-susurró. Me
miró a los ojos, y entendí por qué había empezado así.
-No-susurré.
Si
lo decía, si yo lo oía, sería como si su madre volviera a quedarse
embarazada... de él.
Asintió
con tristeza.
-Para
cuando fue esto, hace 20 años, mi familia ya no tenía nada de lo
que había ganado ése cuya cara es idéntica a la mía. No tenían
nada. No vivían debajo de un puente porque la ciudad no permite la
mendicidad, pero créeme si te digo que antes de que yo llegara a mi
casa, no había muebles, porque todo lo que mis padres ganaban, la
miseria que les daban, iba al supermercado. Es mejor comer que tener
un sofá en el que sentarse-murmuró con amargura-. A mi madre le
pareció bien probar suerte y dejar que su sangre entrara en el
concurso; a mi padre la idea no le convencía del todo, pero no
sabían nada, ¿y si aquello funcionaba realmente y era la cura
prometida? ¿Y si dejaban escapar la oportunidad de salir de la
miseria y criar a su familia lejos de aquella casa sin muebles? Todo
era demasiado tentador, y mis hermanos tenían mucha hambre.
Me
mordí el labio.
»Así
que mi madre se presentó. Y la cogieron, sorprendentemente. En su
defensa dirán que era la más hermosa de la que había pasado por
las pruebas, y el sacrificio era muy triste, porque no había nadie
con un ADN tan puro y fuerte como el suyo. Se quedó embarazada de mí
al primer intento; su óvulo modificado acogió con alegría al
espermatozoide de mi padre. Esperó para verme la cara durante casi
año y medio (resultó que las alas necesitaban mucha energía para
formarse, y no dejaban que el cuerpo se desarrollara hasta que
estuvieran totalmente hechas, por eso todas las cesáreas habían
sido un puto fracaso). Se hinchó como nunca nadie había visto antes
hincharse a una mujer. Se discutió mil y una veces si había que
sacarme de ella antes de que fuera demasiado tarde, antes de que ella
muriera y yo con ella, antes de que yo no tuviera sitio para
desarrollarme y la mujer que me estaba dando la vida me aplastara.
»Pero,
por fin, me animé a salir. Fue de noche. Los gritos de mi madre se
oyeron por todo el vecindario, y luego por toda la ciudad, cuando la
ambulancia nos llevaba al hospital. Ahora podían practicarle una
cesárea, pero ella se negó. Tenía miedo de que muriera al poco de
estar entre sus brazos, como si los utensilios del cirujano
estuvieran malditos, o algo-miró a un punto del vacío, y sonrió-.
Quería cogerme en brazos, era lo único que deseaba. Llevaba
demasiado tiempo esperando para abrazarme como para soltarme nunca.
»Le
rompí varios huesos mientras salía, y ella chillaba, y chillaba, y
chillaba. Por mucha anestesia que le pusieran, yo era demasiado
grande, no cabía, no iba a poder salir. Era ella o yo.
»Y
terminé siendo yo. Se dio por vencida y dejó de respirar, y los
demás, lejos de ayudarla, de tratar de reanimarla, se limitaron a
tirar de mí con fuerza, y sacarme de ella, robándole lo poco que le
quedaba de vida a aquel cuerpo-le apreté la mano, tenía los ojos
llenos de lágrimas. Una valiente se deslizó por su mejilla-. Sólo
quería sostenerme una vez en brazos, y ni eso le permití.
Rodeé
la mesa y le pasé un brazo por el hombro. Le besé el pelo,
sintiendo cómo se me revolvían las entrañas. Tantas vidas
desperdiciadas, tanto sufrimiento, y todo porque el Gobierno no se
atrevía a venir a por nosotros. Necesitaba masacrarnos de la manera
más lenta y agónica posible.
-Mi
hermana decía que fui la cosa más bonita y más horrible que le
había pasado a mi familia. Que me vio allí, con aquellas alas
blancas como la nieve, y que aunque se había propuesto odiarme no
había podido. Quería odiarme por las alas y por matar a nuestra
madre, pero me quiso porque era lo último que quedaba de ella.
-Tú
no mataste a tu madre.
-Yo
ayudé a que mataran a mi madre. Y no voy a olvidar que me mancharon
las manos con la sangre más preciada que hay-alzó la vista-. Por
eso estás aquí arriba, Kat-me recorrió un escalofrío al escuchar
aquella palabra: era darle esencia otra vez a lo que era-. Por eso te
conté lo que tenía preparado para este Gobierno y todos los que
intentarán venir después. Por eso quiero luchar. Porque yo no soy
su arma, sino la vuestra.
-Serías
más útil con nosotros-le invité, sin saber si le aceptarían.
Probablemente le acribillasen a tiros sin preguntar, y lo mandarían
todo al traste. Desde la esperanza hasta las vidas perdidas, la de la
madre de Louis... todo porque tenía alas en la espalda y esa era la
mayor señal de peligro.
Pero
negó con la cabeza.
-No,
la resistencia está bien, pero una bomba en el corazón es aún
mejor. Aquí tengo amigos. Aquí puedo convencer a gente. Y lo que es
más importante-me rodeó la cintura y pegó la cabeza a mi cuerpo-.
Te tengo a ti. Eres Ulises, y yo soy tu caballo de Troya. Adivina
dónde están las murallas de la ciudad.
Le
tomé el mentón y le obligué a alzar la vista. Era un buen momento
para decírselo.
-Te
quiero, y traicionaré por ti.
-Yo
también te quiero, Cyn. Y voy a matar por ti.
Intercambiamos
un beso salado, salado por sus lágrimas, salado por el mar que tenía
en los ojos... un mar que ahora se deslizaba por nuestros rostros.
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