lunes, 18 de agosto de 2014

Pegaso.

Parpadeé, sin poder creérmelo.
-¿Eres hijo de un ángel?
-Mejor aún. Soy el primer ángel que han conseguido que nazca vivo.
Seguí mirando, con mi cerebro todavía negándose a que aquella información entrase en él. Me sentía como una caja registradora cuyo detector de códigos de barras era incapaz de descifrar el que tenía delante, seguramente porque pertenecía a otra tienda.
Negué con la cabeza, apretando el sofá. Mis dedos se clavaron en él, el último contacto con aquel mundo en el que no me quería ver envuelta. Estaba al borde de un precipicio, con el mar rugiendo embravecido debajo de mí, y con la única esperanza de que las rocas del acantilado no se desprendieran antes de que yo pudiera correr a tierra firme.
-Eso es... imposible. No...
-¿No teníais constancia de ello?-él se limitó a sonreír. Me hizo sentir muy pequeña a su lado, tanto física como psicológicamente: me encontraba ante un gigante alado que, con el mínimo movimiento, podría aplastarme. Estaba sentada frente al anciano más longevo y sabio del mundo, y yo era una simple niña de cinco o seis años, que balanceaba las piernas en el sofá mientras pasaba la lengua por una piruleta multicolores.
-Sabemos cómo os hacen, pero no...
-Sabéis que les incrustan las alas a los demás, y sabéis que la clonación lleva siendo posible mucho tiempo, y que es un hecho en las fuerzas de la ciudad. Lo que no sabíais hasta hace nada es que han dado un paso más, y ahora no os enfrentáis a dictadores con aires de emperadores, sino a científicos cuyos delirios de grandeza les han llevado a creerse dioses.
-Dijiste que buscara información sobre ti. Estabas vivo hace siglos, ¿desde cuándo llevan a cabo eso?-mi voz se alzó varias octavas, presa del pánico. Sí, me apetecía gritar, sí, acababa de descubrir que no teníamos nada que hacer contra gente que podía manipular la genética, por mucho que nos entrenásemos y por muy selectivos y estrictos que fuéramos con los que se unían a nuestras filas. La manipulación genética era lo más parecido a la magia que había en el mundo, y no se podía combatir la magia si no tenías una varita equiparable en poder.
-Es mi cuarto tatarabuelo, creo. Tal vez sea más lejano. Nunca lo he preguntado. Simplemente sé que desciendo de él.
Comparé la fotografía que había visto en la pantalla del ordenador surgir ante mí, triunfante, con el muchacho que tenía enfrente. Sí que había diferencias, pero tan mínimas que bien podrían ser porque su edad fuera diferente al del chico de la fotografía. Tenía barba donde el de principios de milenio mostraba un mentón desnudo, el pelo era ligeramente diferente... pero estaba allí, era el chico de la fotografía, aquel cantante que había desaparecido hacía tanto tiempo que tan sólo pervivía en los anales de la historia y en libros especializados. Al fin y al cabo, todos éramos pequeñas anécdotas en la historia, después de todo.
-Sois idénticos-susurré. Me llevé la mano a la trenza, y por primera vez en mucho tiempo, sentí la imperiosa necesidad de deshacérmela y volvérmela a hacer delante de alguien.
La última vez que había hecho eso, estaba con Taylor en su habitación, y había sido después de una sesión de sexo tan salvaje que me había dejado el pelo hecho un desastre. Y no soportaba tener la trenza sin control. El pelo me molestaba al correr, y aquella era la única manera que tenía de controlar una mata tan larga y abundante como la mía.
Solté la goma y mis dedos se afanaron en deshacer los bailes del pelo, que se negaba en parte a liberarse frente a mi captor.
-Pero eso no explica que todos te traten de la manera en que lo hacen.
Él alzó las cejas. Me pregunté si sería genético o si sería una marca personal, que había surgido en su familia sólo con los miembros alados. Y deduje que él era el único. No podían tener una estirpe especializada en hacer ángeles.
-Sí, si tienes en cuenta que soy el único ángel natural que ha pisado este mundo-sus ojos se clavaron en un nudo en mi pelo que me estaba dando más trabajo del que me esperaba. Tanto tiempo correteando de un lado para otro y el estrés de las misiones en las que me había embarcado (desde la subasta hasta mi patético intento de huida) habían terminado pasándole factura a mi melena-. Te traeré un cepillo-se limitó a decir, y antes de que yo declinara la invitación, se levantó y se encaminó hacia una puerta. Reapareció unos segundos después, con un objeto oscuro en la mano. Me lo tendió, lo cogí, y lo miré a los ojos, esperando algo, pero aún sin saber qué.
-Sabes usarlo, ¿verdad? En tu casa también los tenéis-inquirió, abriendo y cerrando las manos. Y yo me eché a reír.
Le habría pedido que me contara toda su historia mientras yo me afanaba en acicalar lo más peligroso de mi cuerpo (cuántas veces habría discutido con Puck por la trenza, porque era muy larga, porque así me podrían cazar con tan sólo tirar de ella), pero no pude.
Mientras me peinaba, y después dividía mi pelo en tres mechones, a cada cual más grueso, me contempló con aquellos ojos del mismo color del cielo que surcaban, y me dio la sensación de que me volvía a arrancar la ropa a jirones, y me contemplaba desnuda, estudiando cuánto podría pedir si decidía vender mi cuerpo del mismo modo en que le había regalado mi alma a él.
No paró de frotarse las manos en el proceso, ni siquiera cuando éste finalizó.
Me lo quedé mirando, sumí la jungla amazónica de mis ojos en la lluvia del monzón de los suyos, y supe que confiaba en él, que en realidad sabía que no me haría daño... y que me sentía muy sola, que llevaba sintiéndome así toda la vida, incluso cuando estaba acompañada, incluso cuando estaba con Taylor, incluso cuando todo el mundo estaba a mi alrededor. La única vez en que no me había sentido sola fue en aquella oficina cuyos cristales tuve que romper para precipitarme dentro, escapando de él, huyendo de aquella sensación de que algo se avecinaba y no debía quedarme para que cambiara mi vida.
Las palabras salieron de mis labios sin que yo les diera permiso para hacerlo. El corazón lo había hecho antes, y con más diligencia.
-Vamos a la cama, Louis.
Seguí a mi instinto de nuevo, aquel que tanto me había ayudado. Y éste premió mi confianza con la sonrisa que apareció en la boca del ángel, que me tendió la mano y me condujo a su habitación, donde nos quitamos la ropa y nos dimos lo único que le puedes entregar a alguien cuando estás desnudo.
Más tarde, tenía la cabeza apoyada en mi pecho, y yo le acariciaba el pelo chocolate con la mirada fija en los cuadros de la pared.
-Quieres que te lo cuente-murmuró.
-Sólo si tú quieres-repliqué, frunciendo el ceño. Él asintió con la cabeza.
-Sí, la verdad es que... los dos queremos que te lo cuente.
Se puso unos pantalones, esperó a que me cubriera con una camisa (me recreé en los botones, un pequeño lujo que no solíamos tener los runners), y los dos nos dirigimos al salón-cocina.
Sin mediar palabra, cogió dos latas de la nevera y las dejó encima de la barra americana de acero. Me senté en uno de los altos taburetes y abrí el pequeño contenedor sin mediar palabra. Eché un trago y casi inmediatamente lo escupí.
-¿Qué cojones es esto? ¡Pica!
Él sonrió, pero su sonrisa no era alpinista, y decidió que no merecía la pena escalar hasta sus labios.
-Es cerveza, Cyntia. Relájante.
Que me llamara Cyntia me hizo relajarme, tenía que admitirlo. Me hacía... sentir en casa.
Pero no probé aquel líquido infernal y asqueroso nunca más.
-¿Por dónde empiezo?-preguntó, haciendo bailar la lata.
-¿Por el principio?-sugerí yo.
-Aunque viva en el ático más lujoso de toda la ciudad, y probablemente uno de los más caros del mundo, mis orígenes no son para nada de la alta sociedad de esta metrópoli-espetó de repente, y sentí un poco de vértigo por la primera revelación. Creía que todos los ángeles eran ricos, y que sus padres pagaban para que sus hijos tuvieran alas y fueran la créme de la créme en la especie-. No me mires así. Es cierto-dio otro trago-. Mi familia fue pobre. Es decir, mi... llamémosle “abuelo” no lo fue, pero... digamos que no dejó mucha herencia. Sólo un montón de pufos que no pagó en vida, y que les tocó pagar a sus hijos cuando desapareció de este planeta. De modo que pasamos de ser lo mejor de Inglaterra a ciudadanos normales, corrientes, de a pie.
»Cuando empezaron los cambios, mi familia fue una de las primeras en notarlos. No sólo se acabó la libertad, también cerraron de repente el grifo de muchas familias que malvivían con una pensión de ayuda de los gobiernos, para que sus hijos no pudieran ir a estudiar y se convirtieran en súbditos de lo que más tarde le salvaría la vida. Les salió bien, más o menos.
»Ni mis abuelos ni mis padres se metieron en líos de protestas-juraría que me miró con condescendencia un segundo, como diciendo “mi familia fue más lista que la tuya”, pero, sea como fuere, el gesto desapareció tan pronto como apareció-. En el fondo, sabían que no iba a servir de nada y que el que tiene las armas, tiene el poder... no fue una “Segunda Revolución Francesa”, como algunos la llaman, porque ni somos franceses, ni fue el pueblo el que se levantó. Más bien al contrario, fueron los de arriba los que bajaron de sus tronos para destrozar a los de abajo.
»Todo pasó rápido, como te contaran, y el Gobierno empezó con sus planes de ángeles antes de que la gente se diera cuenta de la situación de verdad, y el primero de ellos, Gabriel, ya estaba en el aire apenas un año después de que las sangres dejaran de ser ríos que manaban por la ciudad. Ya sabes cómo acabó Gabriel.
Sí, acabó estampado contra el suelo, porque nadie previó que fuera a cansarse rápido y que su egocentrismo lo fuera a llevar a volar a casi un kilómetro de altura... exactamente, hasta la cima del Cristal, a la que no llegó. Algunos decían que le faltaron 10 metros, otros, que le faltó 1, otros incluso decían que se quedó a centímetros de llegar a la cima. El caso era que nunca logró subir hasta allá arriba, y que al Gobierno le venía tan bien como mal: nadie alcanzaba a su edificio más emblemático, pero tampoco sus ángeles eran tan poderosos como creían.
-Así que-continuó él, después de cerciorarse de que sabía su historia (lo cual es el trabajo de todo buen enemigo)-trabajaron muy a fondo en mejorar a mi raza. Los primeros ángeles surgieron despacio, con los compañeros de Gabriel siendo cautelosos y bailando siempre a metros de las azoteas de los edificios. Una vez el cielo se fue llenando de manchas blancas y la gente se acostumbró a que nos cayéramos, a alguien se le ocurrió la idea de que tal vez la variedad en las alas hiciera que pareciera que éramos más fuertes. De modo que se pusieron con ello: pasaron de las simples alas de cisne, como las de Angelica, a las alas de paloma, de murciélago, de águila... todo valía con tal de hacer experimentos y encontrar las alas perfectas.
»Cuando ya dominaron todas las alas, pasaron a una fase superior, en la que no tendrían que invertir tanto dinero y tanto tiempo buscando candidatos ideales en cuya espalda se pudieran insertar un par de alas. Como sabrás, entrenar a un aprendiz es más complicado de lo que parece. Y es agotador-los dos asentimos con la cabeza; él dio un nuevo sorbo a su bebida, tragó saliva y continuó, contemplando las letras plateadas tatuadas en la lata rubí-. Y así surgió la idea de ángeles naturales, niños que nacieran con alas, bebés mitad humanos mitad pájaros. Los llamaron “cachorros de Pegaso”-se echó a reír-. Cuando me lo contaron, no me hizo ni puta gracia. ¿Tengo cara de caballo?
Negué con la cabeza, mordiéndome la sonrisa. Él asintió.
-Me lo parecía. Bueno, el caso es que no les suponía mucho esfuerzo crear un embrión de esas características: ya dominaban la genética, porque ya sabían hacer crecer las alas de los animales que cazaban hasta límites que nadie hubiera imaginado, y la cirugía ya la tenían, sólo hacía falta dejar de coser las alas a los cuerpos de los chiquillos, y hacer cesáreas a las mujeres que estuvieran embarazadas de ángeles.
Se quedó callado un momento, y miró por la ventana. Las sombras se sucedían con calma; nadie subía tan alto, a excepción de los aprendices que saltaban desde la azotea para coger impulso y dominar el planeo.
O, al menos, eso habíamos averiguado en la Base.
-Implantaron 200 embriones con el gen de las alas en mujeres que se ofrecieron voluntarias a cobrar un dineral y a pasar a la historia como la primera madre de ángeles.
Me giré para volver a mirarlo. Su mandíbula hacía tanta fuerza que me sorprendió que no le reventaran los dientes.
-Hubo 197 abortos, y sólo 3 cesáreas se llevaron a cabo. Los tres niños nacieron muertos, con malformaciones que seguramente les mataron antes incluso de que se les formara el corazón.
Hizo una pausa, y luego prosiguió:
-Cambiaron el gen. Probaron en 100 mujeres. 60 abortos, los demás, niños que, o bien eran deformes y estaban muertos cuando abrieron el vientre de sus madres, o bien murieron al poco tiempo porque el organismo humano no está hecho para volar.
» Pero ellos no se rindieron, y siguieron bajando las tasas de ensayo y teniendo cada vez más éxito, hasta que a uno se le ocurrió la genial idea de probar y dejar que la madre diera a luz de manera natural al bebé, sin importar el tiempo que le llevara. Sin importar que el pequeño sería mucho mayor de lo que vuestras caderas están diseñadas para soportar.
»Como tenían miedo de que más muertes y abortos pasaran al conocimiento de la ciudad (no sé cuántas madres murieron, pero te aseguro que no fueron pocas), decidieron dar sólo dos oportunidades. Para un chico y una chica. Las compensaciones económicas que se prometieron llegaron a límites que mucha gente podría solo soñar, límites que tal vez no puedas ni concebir en tu imaginación, Cyn-susurró. Me miró a los ojos, y entendí por qué había empezado así.
-No-susurré.
Si lo decía, si yo lo oía, sería como si su madre volviera a quedarse embarazada... de él.
Asintió con tristeza.
-Para cuando fue esto, hace 20 años, mi familia ya no tenía nada de lo que había ganado ése cuya cara es idéntica a la mía. No tenían nada. No vivían debajo de un puente porque la ciudad no permite la mendicidad, pero créeme si te digo que antes de que yo llegara a mi casa, no había muebles, porque todo lo que mis padres ganaban, la miseria que les daban, iba al supermercado. Es mejor comer que tener un sofá en el que sentarse-murmuró con amargura-. A mi madre le pareció bien probar suerte y dejar que su sangre entrara en el concurso; a mi padre la idea no le convencía del todo, pero no sabían nada, ¿y si aquello funcionaba realmente y era la cura prometida? ¿Y si dejaban escapar la oportunidad de salir de la miseria y criar a su familia lejos de aquella casa sin muebles? Todo era demasiado tentador, y mis hermanos tenían mucha hambre.
Me mordí el labio.
»Así que mi madre se presentó. Y la cogieron, sorprendentemente. En su defensa dirán que era la más hermosa de la que había pasado por las pruebas, y el sacrificio era muy triste, porque no había nadie con un ADN tan puro y fuerte como el suyo. Se quedó embarazada de mí al primer intento; su óvulo modificado acogió con alegría al espermatozoide de mi padre. Esperó para verme la cara durante casi año y medio (resultó que las alas necesitaban mucha energía para formarse, y no dejaban que el cuerpo se desarrollara hasta que estuvieran totalmente hechas, por eso todas las cesáreas habían sido un puto fracaso). Se hinchó como nunca nadie había visto antes hincharse a una mujer. Se discutió mil y una veces si había que sacarme de ella antes de que fuera demasiado tarde, antes de que ella muriera y yo con ella, antes de que yo no tuviera sitio para desarrollarme y la mujer que me estaba dando la vida me aplastara.
»Pero, por fin, me animé a salir. Fue de noche. Los gritos de mi madre se oyeron por todo el vecindario, y luego por toda la ciudad, cuando la ambulancia nos llevaba al hospital. Ahora podían practicarle una cesárea, pero ella se negó. Tenía miedo de que muriera al poco de estar entre sus brazos, como si los utensilios del cirujano estuvieran malditos, o algo-miró a un punto del vacío, y sonrió-. Quería cogerme en brazos, era lo único que deseaba. Llevaba demasiado tiempo esperando para abrazarme como para soltarme nunca.
»Le rompí varios huesos mientras salía, y ella chillaba, y chillaba, y chillaba. Por mucha anestesia que le pusieran, yo era demasiado grande, no cabía, no iba a poder salir. Era ella o yo.
»Y terminé siendo yo. Se dio por vencida y dejó de respirar, y los demás, lejos de ayudarla, de tratar de reanimarla, se limitaron a tirar de mí con fuerza, y sacarme de ella, robándole lo poco que le quedaba de vida a aquel cuerpo-le apreté la mano, tenía los ojos llenos de lágrimas. Una valiente se deslizó por su mejilla-. Sólo quería sostenerme una vez en brazos, y ni eso le permití.
Rodeé la mesa y le pasé un brazo por el hombro. Le besé el pelo, sintiendo cómo se me revolvían las entrañas. Tantas vidas desperdiciadas, tanto sufrimiento, y todo porque el Gobierno no se atrevía a venir a por nosotros. Necesitaba masacrarnos de la manera más lenta y agónica posible.
-Mi hermana decía que fui la cosa más bonita y más horrible que le había pasado a mi familia. Que me vio allí, con aquellas alas blancas como la nieve, y que aunque se había propuesto odiarme no había podido. Quería odiarme por las alas y por matar a nuestra madre, pero me quiso porque era lo último que quedaba de ella.
-Tú no mataste a tu madre.
-Yo ayudé a que mataran a mi madre. Y no voy a olvidar que me mancharon las manos con la sangre más preciada que hay-alzó la vista-. Por eso estás aquí arriba, Kat-me recorrió un escalofrío al escuchar aquella palabra: era darle esencia otra vez a lo que era-. Por eso te conté lo que tenía preparado para este Gobierno y todos los que intentarán venir después. Por eso quiero luchar. Porque yo no soy su arma, sino la vuestra.
-Serías más útil con nosotros-le invité, sin saber si le aceptarían. Probablemente le acribillasen a tiros sin preguntar, y lo mandarían todo al traste. Desde la esperanza hasta las vidas perdidas, la de la madre de Louis... todo porque tenía alas en la espalda y esa era la mayor señal de peligro.
Pero negó con la cabeza.
-No, la resistencia está bien, pero una bomba en el corazón es aún mejor. Aquí tengo amigos. Aquí puedo convencer a gente. Y lo que es más importante-me rodeó la cintura y pegó la cabeza a mi cuerpo-. Te tengo a ti. Eres Ulises, y yo soy tu caballo de Troya. Adivina dónde están las murallas de la ciudad.
Le tomé el mentón y le obligué a alzar la vista. Era un buen momento para decírselo.
-Te quiero, y traicionaré por ti.
-Yo también te quiero, Cyn. Y voy a matar por ti.

Intercambiamos un beso salado, salado por sus lágrimas, salado por el mar que tenía en los ojos... un mar que ahora se deslizaba por nuestros rostros.

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