sábado, 30 de agosto de 2014

Pasteles salados.

Ojalá nunca tomes un postre que te sepa ácido por las lágrimas saladas que te estás tragando y se mezclan con él.
Estas lágrimas aparecen en el momento más inoportuno, cuando la mente comienza a dar vueltas y el pánico te atenaza la garganta al darte cuenta de una cosa: la fórmula del éxito contiene en su ecuación la incógnita familia aderezada con la variable apoyo. Nadie, que yo sepa, ha conseguido llegar a nada sin el apoyo de su familia. Y, cuando ese apoyo se reduce a hacerte chantaje emocional, a manipular tu mente y hacerte sentir culpable por no cumplir con las expectativas que desde niño habían cargado sobre tus hombros, cuando te obligan a malgastar cuatro años de tu vida estudiando para un trabajo cuyo contrato no quieres firmar, y para colmo quieren extender ese calvario dos años más y hacer de tu verdadera vocación el "hobby que bajo ningún concepto debe ocupar todo tu tiempo y todos tus esfuerzos" es cuando las cataratas del Niágara se ven reducidas a un simple arroyo comparadas con la tempestad que llevas dentro.
Te dices "mantente fuerte". Te dices que no te importa. Te dices que ere lo suficientemente valiente como para conseguirlo por ti mismo.
Pero la realidad es que te mata, que tienes miedo de no cumplirlo porque vas a intentar hallar solución a esa cuenta sin ser capaz de resolver la ecuación. Que sabes que tienes bastantes obstáculos en el mundo como para malgastar energías esquivándolos en lo que se supone que es tu "hogar". El cual, para colmo, no lo es.
Seguramente la calle sea mayor hogar que el sitio en el que duermes y comes.
Ojalá la familia fueran aquellos que te apoyan, aunque no te hayan visto en persona, aquellos que creen en ti... y no aquellos de los que desciendes, con los que compartes sangre, y quienes te cortan las alas. Bastantes hijos de puta hay por el mundo como para vivir entre ellos.
Bastante competencia hay como para ser pesimista.
Bastante gente hay sobreviviendo a duras penas como para que te alisten en las listas de los que sobreviven bien, pero malviven en tristeza.
Ojalá nunca tomes un postre que te sepa ácido por las lágrimas saladas que nacen del manantial del pensamiento "si gano algo, no podré mencionarlos a ellos... a no ser que quiera restregarles que, a pesar de todo, lo he conseguido".
Y, justo cuando ese pensamiento se materializa en una idea y en una posibilidad que amenaza con desvanecerse, lloras.
Haunted, de Cristina Otero


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