La confesión de
Louis hizo estragos en nuestra relación... en el buen sentido. El
cambio tan drástico que sufrió esta después de que aquellas
palabras que contenían y prometían muerte a partes iguales salieran
de su boca fue tan radical como rápido.
En cuestión de
segundos, Louis había pasado de ser un monstruo creado como la más
vulgar de las abominaciones de novelas del milenio pasado a un ser de
soledad patética que despertaba ternura en mí. Sentía que debía
protegerlo y liberarlo, a pesar de ser yo la cautiva.
Comencé a
colocarme lo más cerca posible de él cuando estábamos solos, y a
no perderlo de vista cuando una de las innumerables visitas aparecía
por la puerta de su “pequeña” casa, bien para trazar planes con
él, o bien para ver al elefante jugando con pelotas multicolores en
que los ángeles me habían convencido. Y me mantenía orgullosa, a
pesar de que no podía dejar de mirar las alas de los demás,
tratando de constatar que habían nacido con ellas y que mi ángel,
en realidad, no estaba solo.
Pero también noté
cambios por su parte: se volvía más cercano, hablaba conmigo de
cosas sobre las que no hubiera hablado con otra persona, y menos con
una de mi condición... y volvía lo más rápido posible a su hogar
de las misiones que le encomendaban, entrando directamente por las
ventanas, que ya dejaba sin cerrar del todo con tal fin. No me
preguntaba qué hacía en esos períodos de tiempo, pero yo se lo
contaba de todas formas: ojeaba los libros que tenía por las
estanterías, veía la televisión muerta del asco (me habían
entrenado para ignorar la propaganda gubernamental, y cuando no la
había en tal medio, era del tipo económico), o simplemente me
sentaba a contemplar la ciudad en todo su esplendor, mientras un
millar de preguntas quemaban mi boca con el sabor de la miel sin
respuesta. ¿Podría volver a casa? ¿Cuándo sería el golpe? ¿Podía
volver a entrenar?
Supe que habíamos
llegado a un punto de no retorno cuando una de las sirvientas de los
ángeles (al parecer no tenías que tener alas necesariamente
para entrar allí sin ser un cautivo) me trajo mi comida, que, según
sospechaba, distaba mucho de la bazofia que le daban a Perk, a quien
visitaba tan a menudo como podía, y yo esperé a que volviera a
entrar por aquellas ventanas de tamaño ridículamente enorme para
inquirir con gesto casual:
-¿Podría volver a
entrenar?
Él se me quedó
mirando, con una bolsa de papel colgando de su mano, gimiendo a los
dedos que no la soltaran al acantilado de aguas embravecidas que era
el suelo de parqué.
-¿Por qué quieres
entrenar?
-Estoy perdiendo
tono-me limité a decir. La idea llevaba rondándome por la cabeza
antes incluso de despertarme, sin dolor y sin cicatrices, en su cama,
pero se convirtió en algo real cuando me asomé a la azotea en un
acto de estupidez y me dediqué a dar brincos por un lado y por otro,
esquivando e impulsándome en los ventiladores. Un ángel se creyó
que me disponía a hacer algún acto heroico y desinteresado, como
lanzarme al vacío (parecía ser que era gilipollas y, antes de
suicidarme, quería calentar mis músculos un poco), y se enzarzó en
una rápida persecución que me dejó sin aliento. Creí que me
mataría. Seguramente lo habría hecho. Yo lo habría hecho de ser él
mi rehén y yo la carcelera.
Los ojos de mi
ángel se pasearon por mi cuerpo, y yo crucé mis largas piernas, no
tan fuertes como antes pero aún orgullosas. Si de algo nos
enorgullecíamos los runners era de nuestras piernas, porque,
literalmente, nos salvaban la vida con cada paso que dábamos. En
realidad, eran nuestra única arma, la más leal y la que menos
problemas nos daba.
En otro tiempo,
habría escondido mis piernas a otros que no fueran de mi... clase;
esos días se habían acabado. Ya no me parecía que hubiera peligro
en que los ángeles se me quedasen mirando y sus dedos oculares se
extendieran como tentáculos por mi cuerpo, descendiendo a lo que me
hacía peligrosa, porque me había dado cuenta de que estaba
indefensa en un lugar donde había dos pares de piernas: unas para el
suelo y otras para el aire.
-Yo te veo bien.
Sabía que le
preocuparía el simple hecho de pensarme saliendo de aquél búnker
en el que no podían hacerme daño, pero ya había planeado mis
argumentos.
Era toda una
estratega.
-Necesito estar en
plena forma para darlo todo en la lucha. Sé que aún no hemos
planeado nada, pero no está de más trabajar para conservar lo que
ya tengo.
En los miles de
tráileres que había creado en mi cabeza para la película que ahora
se desarrollaba frente a mí hubo infinidad de cosas: desde gritos,
negativas, reproches o simples miradas lánguidas antes de
abalanzarse sobre mí y encadenarme... pero no me esperé lo que al
final ocurrió pasando; sacudió despacio la cabeza, con los ojos
cerrados, y me pidió que le diera un tiempo para pensárselo.
Una mañana,
desapareció, y no volvió hasta bien entrada la noche, por lo que no
pude bajar a ver a Perk, a hacerle compañía y pedirle que fuese
fuerte. Tenían pensado subirlo a la habitación de algún ángel
poderoso (evidentemente no lo iban a meter conmigo, lo cual era tan
lógico como lamentable), pero la ascensión no llegaba y él se
limitaba a quedarse tirado en el suelo de su celda, con la nuca
apoyada en la pared, y los huesos cicatrizándose. Me alegró saber
que desde mi visita sólo le dieron una paliza: la última de
advertencia para que no hiciera más gilipolleces ni me incitara a mí
a hacerlas. Desde entonces, mejoraba. Todo lo que puedes mejorar en
un hospital sin camas y con grilletes en lugar de sueros.
Una sonrisa cubría
sus labios cuando se retorcieron como serpientes bailando una cumbia
cuando me comunicó:
-Te dejan entrenar.
Yo le devolví la
sonrisa, y me quedé toda la noche despierta, demasiado emocionada
ante la perspectiva de volver a correr.
Lamenté no haber
pedido que Perk también pudiera entrenarse, pero tenía cosas más
importantes que hacer. Debía curarse, ante todo, y luego debía
iniciar una preparación mental nueva para ambos. A falta del
entrenamiento psicológico del que carecíamos en nuestro encierro,
yo me pasaba horas y horas relatándole escenarios y preguntándole
qué había de hacer en tales situaciones. Empezaba siempre en puntos
que yo había vivido para terminar en lugares que los dos conocíamos
pero ninguno había pisado.
El mismo día en
que yo bajé a la réplica de la ciudad donde había visto a la
pequeña mariposa tratar de emprender el vuelo, encontraron a alguien
que pudiera y quisiera quedarse con Perk.
Angelica.
La neutralidad en
la voz de mi compañero me asustó cuando me lo contó, porque me
hizo saber que desconocía quién era aquella chica y lo peligrosa
que era. Estaba ilusionado por salir de aquel rincón oscuro y
escapar del ojo siempre vigilante del estúpido gorila de la puerta,
que sacaba la porra en cuanto me veía aparecer. Aprendía rápido,
el cabrón, pero la cosa era que no lo había sido en su momento, y
había terminado ganando yo.
-Es peligrosa.
-¿No lo son
todos?-replicó él, pasándose las manos por la cabeza. Pude oír
perfectamente el sonido que fabricaron su piel y su pelo rapado
acariciándose mutuamente.
-Algunos más que
otros-susurré, jugando con mi índice en el suelo. Quise convencerme
de que quien me cuidaba no era diferente, pero la realidad era bien
distinta. Podía ser un asesino, había nacido matando y, aunque no
era culpa suya, una vez probabas la sangre era muy difícil parar. El
poder que te daba el gatillo se volvía extremadamente adictivo-.
Prométeme que tendrás cuidado.
-Lo tuvimos
siempre, Kat. El problema era que no siempre teníamos suerte.
Nos quedamos en
silencio, y yo terminé por soltarle la bomba:
-Voy a empezar a
entrenar aquí.
Él frunció el
ceño mirándome sin comprenderlo.
-¿Te dejan salir?
-Tienen una réplica
de barrios de la ciudad en el centro de este edificio. Es inmensa.
Puedo entrenarme ahí. Hay de todo.
Pero Perk se limitó
a sacudir la cabeza.
-No deberían saber
de qué somos capaces.
-Ya lo saben, Perk.
Y correr no nos va a hacer daño a ninguno. Es de lo que vivimos, así
es como sobrevivimos.
No volvió a abrir
la boca, y yo no insistí más, porque en el fondo había descifrado
la expresión de sus ojos: tenía envidia. Envidia de que yo me
paseara por ahí y durmiera en colchones de plumas mientras él
estaba encadenado a una pared de la que no se había separado en
muchos días, y tuviera que dormir en un colchón enmohecido.
Comprendía que no
quisiera que yo corriera por el mero hecho de que las cadenas no
dejaban de mordisquearle muñecas y tobillos, recordándole que
habíamos pasado de ser las únicas personas libres de la ciudad, a
engrosar la lista de los más esclavizados.
-Sólo... ten
cuidado. Hasta que yo llegue y podamos hablar de estrategias, hazte
pasar por una de ellos-murmuró con un hilo de voz, temiendo que su
vigilante le oyera. Cómo habían cambiado las cosas: antes, no
necesitábamos susurrar más que para que nos oyera la voz de nuestra
cabeza, y los gritos eran mejores cuando te perseguían y te jugabas
el pellejo; ahora, en cambio, lo ideal era hablar con los labios
inertes, esperando que no escucharan lo que decías y rezando porque
no captaran fragmentos de una palabra con los que acabar descifrando
la conversación al completo.
Me marché de allí
tras asentir con la cabeza, y me dirigí, siempre escoltada por mi
ángel de la guarda (al que llamaban así ya muchos de sus
compañeros, y no precisamente con el cariño con que lo hacía yo),
hacia la zona en la que se entrenaban los ángeles, aquel pequeño
intento de ciudad en cuyo cielo las alas se multiplicaban hasta
números elevadísimos. Eso sí, siempre pares.
Después de varias
miradas de soslayo y palabras cortantes de Louis, nos dejaron pasar a
regañadientes. Me sorprendió la cantidad de vigilancia que tenían
en aquel lugar: le exigieron saber cuánto tiempo llevaba planeando
aquello, cuánto tiempo me quedaría, por qué zonas me movería... a
lo que él se limitó a encogerse de hombros y luchar por no parecer
más tenso de lo que ya estaba.
Aquél era un punto
crucial. Si me dejaban entrar, traspasar la última frontera, no
habría ningún secreto sobre la preparación de los ángeles que yo
desconociera. Entendía a la perfección que no quisieran que entrase
en su santuario, donde seguramente todos habían despegado los pies
del suelo por primera vez, pero, ¿a dónde iba a irme? Yo no tenía
alas, y tampoco una cola de sirena. No podría escapar sumergida
varias decenas de metros por debajo de la superficie del agua que
rodeaba en su casi totalidad a la Central.
Pasadas todas las
barreras, una sombra se precipitó hacia nosotros como un meteoro a
la superficie de un planeta. Louis chasqueó la lengua, ya
acostumbrado a las apariciones y desapariciones fantasmagóricas que
permitía tener dos alas clavadas en la espalda, pero yo di un
brinco. Por muchos reflejos que tuvieras, no podías dejar de
reaccionar ante aquello, ya que no te lo esperabas. Los ángeles no
entraban así en mi cárcel de barrotes dorados.
-¿Qué hace ella
aquí? ¿Has cambiado de opinión? ¿Le van a poner alas?
Quise preguntar un
“¿qué?” agudo que me habría dejado más en ridículo aún
pero, por suerte, logré contenerme. Fue mi guardián personalizado
el que habló por mí.
-No van a ponerle
alas-replicó, tajante. Angelica sonrió.
-¿Sabes, Louis? Yo
también tengo algo que decir respecto a ella. Yo la arranqué del
suelo, así que, técnicamente, me pertenece.
-Tienes a tu
golosina encerrada aún en su tarro. ¿Por qué iba a darte la mía?
-Porque echas de
menos mi compañía nocturna-sonrió, capturando un tirabuzón dorado
entre sus dedos, rizándolo aún más. Miré a Louis con la boca
abierta-. ¿No te lo ha dicho, princesita? Tienes a todo un Don Juan
en tu cama, y tú no tenías ni idea.
-Sí que lo
sabía-repliqué, recuperando la voz y sorprendida por lo segura,
confiada y rencorosa que sonaba-. Me lo contó.
-Qué romántico.
-Sabes que tenemos
una conexión especial-la pinché, para estupefacción de Louis, cuya
protesta se perdió en el aire, escondida en nuestra discusión-. Por
eso me trajiste aquí; para que él pudiera cuidarme. Fue amable por
tu parte la manera en que me trajiste del Cristal.
Angelica se acercó
tanto a mí que podía notar perfectamente su aliento azotando mi
rostro cual tormenta solar azotaba a la Tierra. Sus ojos, sin
embargo, despedían un aura tan helada que la comparación se me
antojó, como poco, desafortunada.
-No te creas que te
dejé cogerte a mi cuello para que fueras más cómoda, porque no es
así, runner-pronunció la palabra como si fuera el peor de los
insultos, y yo me hinché como un pavo, orgullosa-. Yo tengo alas, y
soy lo más parecido a una de las antiguas divinidades que hay en
este mundo, así que deberías adorarme, niña. Por sólo respirar a
tu lado. Si lo hice, fue porque me costaba volar con tu resistencia.
No soy una mula de carga, a diferencia de ti y tus amigos los
ratas-saltamontes.
Alcé las cejas sin
poder creerme la chulería de esa tía. Si no tuviera alas, le daría
mil vueltas. Con las alas, le daba novecientas noventa y nueve.
-Deberías
calmarte, aborto de paloma, no te vayan a salir arrugas en esa
preciosa cara que tienes.
-Podrás decir todo
lo que quieras, niña, pero las palabras susurradas a través de
barrotes pierden valor-contestó, y se giró y emprendió el vuelo
con la elegancia de quien lleva años y años volando.
Suspiré.
-¿Ratas-saltamontes?
¿En serio? ¿Nos llamáis así?
Y Louis dio un paso
más en nuestra confianza mutua.
-No sois los únicos
que le ponen motes a los demás. De hecho, lo de llamaros “ratas”
se me ocurrió a mí-confesó, no sin un tono de orgullo en su voz,
como si fuera la cosa más inteligente que había hecho en su vida.
Suspiré de nuevo.
-Me lo vas
explicar, ¿verdad? ¿En qué me parezco yo a una rata, o a un
saltamontes?
-Bueno, vas de
edificio en edificio dando brincos. Por eso lo de “saltamontes”.
Y te cuelas en los conductos de ventilación, y te escondes en los
recovecos más pequeños, y te refugias en el metro. Eres como una
rata, a todas luces. Lo único que te falta es la cola.
Puse los ojos en
blanco, me eché a reír, lo empujé y salí corriendo a todo lo que
daban mis piernas, sintiendo el viento en la cara por primera vez en
mucho tiempo. Y lo disfruté como no lo había disfrutado nunca.
Al principio,
algunos ángeles trataron de ir a por mí, creyendo que la estúpida
de la runner se las había apañado para escaparse de nuevo. Pero
tenía más guardianes de los que pensaba, y varios ángeles,
comandados por el de las alas más perfectas y bonitas que había.
Entre aquellas filas había gran diversidad: uno con alas de
murciélago, otra con alas negras (¿las de un cuervo, quizás?),
otra muchacha muy joven que se balanceaba demasiado aún en sus
virajes con unas alas cristalinas... y todos se concentraban a mi
alrededor, enredándose en una complicada danza aérea sólo
reservada para los más expertos.
Escalé muros,
salté vallas, me escabullí entre edificios en una miniatura no tan
pequeña y me sonreí con autosuficiencia cuando llegué al punto más
alto de la zona, una especie de réplica del Cristal con cientos de
pisos menos, desde la cual se contemplaba todo el lugar.
Me senté en el
borde de mi trono y contemplé aquel imperio que no me pertenecía,
pero que tanto se parecía al mío, aquél en el que había
respirado, vivido y crecido. La diferencia sustancial era el tamaño,
cierto, y lo limitado de aquel espacio, pobre imitación de una
ciudad en la que se erguía un nuevo edificio cada día, de la que se
decía que no tenía fin... y tampoco principio.
Tampoco había que
despreciar, por supuesto, el gran cambio que suponía un cielo
plagado de ángeles que se entremezclaban hasta tal punto de hacer
imposible el seguimiento de uno solo. Intenté buscar a la chica de
las alas negras, considerando que sería la más fácil de seguir (a
pesar de la gran variedad de alas que tenían los aspirantes a
ángeles, la mayoría se decantaban por las blancas de los cisnes),
pero tres veces la encontré y seis acabé perdiéndola. Sacudí la
cabeza, imaginándome la sensación de agobio que podrías llegar a
sentir si algún día levantabas la cabeza y veías tal cantidad de
personas como tú surcando los cielos.
-¿Disfrutando del
paisaje?-preguntó una voz detrás de mí. Volví a dar un brinco.
Debían dejar de sobresaltarme tan a menudo, si no querían quedarse
sin juguete. Me giré y contemplé a Louis, que se agachó a mi lado,
las alas encogiéndose y abriéndose en milímetros, lo que me hizo
pensar que era el viento el que las sacudía.
Las corrientes de
aire que se generaban allí eran producto de un sistema de ingeniería
tan complicado como, seguramente, estudiado. El edificio en el que
vivían los ángeles tenía estructura circular, como si de un nido
se tratara, en cuyo centro se situaba aquel simulacro de ciudad.
Había un techo de cristal que se abría o cerraba a voluntad, para
protegerse de la lluvia. Sospechaba que lo cerraban más
excepcionalmente de lo que habían pensado en un principio, porque
los ángeles también volaban cuando llovía. Sólo en los auténticos
diluvios podías correr sin tener un ojo en el cielo, porque sabías
que ningún halcón abandonaría su nido para perseguir a una rata.
En el centro del
nido se concentraba gran cantidad de calor, que por las noches
ascendía a toda velocidad y disparaba a los ángeles hacia arriba
(Louis me había contado cómo fue la primera vez que lo metieron en
aquella zona, cómo sin que nadie le dijera nada abrió las alas y se
catapultó en el aire, a la friolera de cinco años de edad), lo cual
era ideal para los que emprendían su primer vuelo o no dominaban ese
complicado arte que era planear.
Además, el gran
edificio circular se alzaba y bajaba conforme giraba sobre sí mismo,
por lo que había una zona mucho más alta y otra mucho más baja, lo
que aumentaba aún más las corrientes de aire.
El edificio en el
que yo me encontraba estaba en la cúspide de la zona baja, donde
dejaba de menguar y comenzaba a crecer. Con todo, no podía
contemplar la ciudad más allá del edificio, pues el edificio se
apoyaba casualmente en apenas unas vigas de acero, lo suficientemente
largas como para no poder saltar hacia la azotea y explorar los
alrededores.
-Todo esto es tan
bonito-susurré, girándome para echar un vistazo al lugar por el que
habíamos entrado, un pequeño jardín que daba paso a la ciudad,
como el bosque cedía elegantemente su sitio al asfalto-. Ojalá
vosotros no trabajarais con quien trabajáis.
Louis miró a ambos
lados, incómodo.
-Así, Cyn. Sigue
con esa actitud. Finge que podrías traicionar a los tuyos a cambio
de unas alas. Con suerte, se lo tragarán.
Me volví para
contemplarlo.
-¿Les has dicho
que pensaba unirme a vuestras filas?
Asintió con la
cabeza.
-Les he dicho que
podrían corromperte con unas alas, pero rápidamente me he opuesto a
ello. Por supuesto, no quiero que las tengas, pero, ¿qué puedo
decir? Soy un estratega. Se me da bien esto. El alumno ha terminado
por superar al maestro.
Lo contemplé
maravillada, como quien ve el Cristal desde alguna azotea por primera
vez: ve una maravilla, ve todo a lo que aspiras, ve el centro de la
ciudad y de su pequeño universo alzarse imponente y orgulloso en una
perspectiva que muy pocos pueden disfrutar...
La última fase de
la confianza era el arriesgarse a uno mismo por el otro, y nosotros
la habíamos cruzado en aquel instante, solo que no lo sabíamos.
-¿Cantas, acaso?
Él se rió. Antes,
cuando no nos dividíamos en caminantes y voladores, hacíamos saber
a los demás que eran especiales preguntándoles si sabían volar.
Pero cuando eras un experimento del gobierno, cuando realmente había
gente con sus propias alas que sabía volar, de repente la voz bonita
dejó de importar. La gente dejó de querer ser una estrella del rock
por ser un ángel, cambió la guitarra eléctrica o el micrófono por
unas alas. La música pasó a ser un lujo del pasado, un recuerdo de
que una vez se hizo arte, pero de que, finalmente, el poder triunfó
sobre la creatividad.
Ahí es cuando
deberíamos habernos dado cuenta de que las cosas empezaban a ir mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤