Se incorporó con un
simple movimiento de sus alas, y me tendió la mano, invitándome a
un placer secreto que sólo él conocía... de momento.
-¿Qué?
-Te voy a bajar.
Noté cómo toda la
sangre huía de mi rostro. ¿Bajarme? ¿Cómo que “bajarme”? Si
se refería a otro paseo similar al que me había dado con Angelica,
iba listo. No estaba preparada para que volvieran a tratarme como un
saco de patatas, fuera quien fuera. Traía recuerdos demasiado
dolorosos, aún no había pasado el tiempo suficiente para que yo me
acostumbrara, pero me sentía más débil que antes.
Dudaba mucho que
pudiera cargar con un peso muerto durante un rato, y más en
descenso, donde, según me había dicho, la concentración y el
esfuerzo eran brutales. Y ya no hablásemos si el peso muerto
resultaba una resistencia que tenía que calcular de memoria, y que
poco iba a colaborar en los bailes si no era pisando a su
acompañante.
A nadie le gustaba
bailar un foxtrot con la persona más patosa del salón de
fiestas, y sentía que yo era esa persona cuyos pies serían
demasiado grandes para manejarlos con ninguna soltura.
-¿Cómo? Yo no...
voy... no vas a poder conmigo.
-Estas alas pueden
cargar el doble de peso al que las tengo acostumbradas. No va a ser
un paseo para mí, vale, pero puedo hacerlo-se encogió de hombros,
sus alas vibraron. En parte por la emoción, en parte por las
corrientes de aire que me arrancaban con celo mechones de pelo de la
trenza.
Negué con la
cabeza.
-Puedo bajar.
-¿Confías en mí?
Me lo quedé
mirando. Lo hacía. ¿Lo hacía?
Sí, claro que lo
hacía. Se había asegurado de que me cogieran a mí y no a otro
runner (sin contar a Perk, claro estaba) para poder cuidar de mí
personalmente y procurarme un futuro en el que conociera cada detalle
de la revolución que aún ni se gestaba. Se había ocupado de que me
dieran los mejores cuidados, de que no me quedaran marcas de la lucha
en el Cristal, donde había cambiado el curso de mi vida, y había
pasado de ser un río de corrientes embravecidas cuyos rápidos se
reservaban a los más expertos piragüistas, a un lago que se secaba
poco a poco debido a que la estación de las lluvias se retrasaba
cada vez más en el calendario, y las nubes habían abandonado aquel
paraje desértico donde los oasis no eran más que un mito.
El problema era
bien diferente: ¿no debería preocuparnos lo que los demás creyeran
que había entre nosotros? ¿No se suponía que estábamos
atravesando fronteras que ni siquiera gente como nosotros (es decir,
gente libre), podía cruzar? ¿No se suponía que éramos enemigos
mortales y que la sola presencia del otro bastaba para ponernos de
mal humor? ¿Que yo no estaba de vacaciones en la mejor suite del
mejor hotel de la ciudad, sino encarcelada en una prisión de máxima
seguridad, con el más atento de los vigilantes?
¿No sospecharían
los demás?
¿Y si me cambiaban
de zona?
Que Louis fuera
poderoso e influyente no significaba que fuera Dios en aquel lugar. Y
ni siquiera un dios podría cambiar la suficiente cantidad de cosas
como para conseguir que los demás vieran nuestra relación como la
más normal entre un runner y un ángel.
-Sí-susurré,
abrazándome las piernas. Su mano recordó de repente que la gravedad
estaba ejerciendo una fuerza ineludible, y se dejó caer a un lado de
su pierna-. Pero... de ellos no me fío tanto-hice un gesto con la
cabeza en dirección a los ángeles, que o bien volaban en círculos
o bien no tenían una trayectoria fija. Unos pocos aprendices se
situaban en la parte más baja, con los pies en el suelo y las
cabezas imaginando que no lo tocaban, soñando con unirse
inmediatamente a los que los observaban desde arriba, cuales
estrellas en el cielo nocturno.
-Yo te protegeré.
Llevo haciéndolo desde que nos encontramos en aquella oficina.
No necesitó más.
No necesité más. Asentí con la cabeza, me incorporé y le cogí la
mano. El resto vino solo.
Me agarró de la
cintura en un gesto tan inocente como desinteresado y me arrastró
hasta el borde. Una parte de mí, no muy fuerte pero sí presente,
pensó Se acabó. Es el fin. Te va a tirar. Y una menos. Puf.
Adiós.
Pero esa parte se
equivocaba, tal y como llevaba haciéndolo desde que lo conocí. Fue
él el primero en saltar, y me pegó a su cuerpo para que no le
resultara más difícil controlar nuestro peso. Íbamos cogiendo
velocidad; el suelo se acercaba más rápido de lo que nunca lo había
visto acercarse, y yo me obligué a mantenerme lo más quieta
posible, pero con los ojos abiertos. Siempre me había causado mucha
impresión caerme, y la sensación de que el estómago se moviera en
tu interior no era agradable en absoluto.
Desde el primer
entrenamiento mi punto débil había sido mantener los ojos abiertos,
porque mi instinto me llamaba a cerrarlos, diciendo que era
antinatural llamar a la muerte y mirarla a la cara mientras se te
llevaba. Sin embargo, me había convertido en una de las mejores por
dominar mi miedo y moldearlo a mi gusto, por aprovechar la adrenalina
que disparaba y aprender a utilizarla en mi cabeza para encontrar
recovecos a los que agarrarme; rincones desde los que mirar a la cara
a la muerte y reírme de ella.
Tras lo que se me
antojó una eternidad, Louis abrió las alas, que dejaron de cubrirme
con su suave y níveo abrazo, para desplegarlas en toda su
envergadura. El golpe imaginario de la repentina disminución de la
velocidad fue tan potente que me dejó sin aliento durante unos
segundos. Me aferré con todas mis fueras al codo de él, entrelacé
mis piernas en su cintura y clavé las uñas en su piel hasta casi
hacerle sangrar.
Y, a pesar de todo,
se reía. A pesar de cargar conmigo, a pesar de que le estaba dando
más trabajo del que le quitaba (porque lo de pasarle las piernas por
la cintura como si fuera un koala le jodía mas de lo que le ayudaba,
y yo lo sabía), a pesar de que le estaba haciendo sangrar ya sin
ninguna duda, se reía. Seguramente porque me comportaba como una
cría.
Tal vez porque le
recordaba al niño que no pudo ser debido a que ya nació siendo una
máquina de matar preparada para todo.
O tal vez porque
pocas veces habíamos estado tan cerca el uno del otro,
independientemente de estar solos o acompañados por miles de miradas
que se clavaban en nuestros cuerpos enredados.
-Relájate un poco,
Cyn. No voy a dejar que te caigas.
E hizo magia con
esas palabras, porque mi cuerpo dejó de temblar, mis uñas dejaron
de hacer herida, y mis piernas dejaron de apresarlo con toda la
fuerza que tenían. Pasé de estar enganchada a apoyarme en él,
asegurando que no me cayera. Cerré los ojos un segundo, intentando
disfrutar del sonido del viento silbando enfurecido en mis oídos, e
inhalé su aroma.
-No te pierdas
esto-susurró en mi oreja, que captó los pliegues aterciopelados de
su voz de la misma forma que lo hacía una mano acariciando un
vestido. Abrí los ojos y bajé la cabeza.
En ese instante,
pasábamos por la parte del río diminuto que luchaba por hacerse
pasar por el real, aquella bestia por la que pasaban barcos de
tamaños inimaginables, que de vez en cuando había que asaltar.
Por supuesto, nada
de aquello pasó por mi cabeza cuando alcé la mirada para posarla en
el suelo y descubrí a un ángel y una runner enganchada a éste
siguiéndonos en paralelo, sus siluetas claramente definidas con la
superficie del agua. El ángel agitaba las alas con elegancia y
observaba el reflejo con una sonrisa, mientras la trenza de acero
ígneo de la runner se mantenía casi pegada a su espalda debido a la
velocidad. La chica tenía la boca abierta en un gesto de sorpresa
del que se deducía que pocas veces había vivido nada semejante.
Tanto la chica del
agua como yo deseábamos poder capturar aquel instante para siempre,
atraparlo en una fotografía que pudiéramos contemplar cuando
estuviéramos cansadas. Ojalá mis ojos pudieran hacer fotos.
El agua se
terminó, y la extraña pero aparentemente feliz pareja desapareció
con la misma celeridad con la que había aparecido. El agua dejó
paso a la hierba, los edificios, a los árboles, y antes de poder
darme cuenta Louis alzaba el vuelo ligeramente para poder esquivar
con más facilidad las copas de éstos.
Llegamos a un
claro, el mismo en el que había estado la joven mariposa, y
descendimos en círculos. Agarrándome de la cintura, consiguió
dejarme en el suelo con más o menos delicadeza... hasta que sus alas
decidieron abandonarle y todo su peso cayó sobre mí, dejándome sin
aliento por un segundo. Esto se debía a dos cosas: la primera, a que
de repente me encontraba aprisionada entre el suelo mullido y su
pecho duro, y la segunda a darme cuenta de lo cerca que estábamos,
de lo mucho que me gustaba, de lo mucho que lo necesitaba. Cerré los
ojos una vez más, esta vez, deseando capturar el momento al
completo. No sólo mi visión, sino lo que sentía. Su piel contra la
mía, su cuerpo apretando el mío, sus alas posándose en el suelo y
arrancando susurros de complacencia de éste...
… podría
quedarme así toda la vida, pero había cosas que hacer. Gobiernos
que derrocar. Posiciones que defender. Ángeles a los que convencer
de que la cruzada era una causa justa, y de que no podía repetirse
algo tan único y especial como Louis. A toda costa.
Así que volví a
abrirlos, sólo para encontrarme con aquel cielo infinito
contemplándome con la más absoluta de las adoraciones. Supe en ese
momento que me daría todo lo que yo le pidiera; la Luna si hacía
falta. Le acaricié el cuello, y esto pareció activar un interruptor
en su cabeza que le hizo incorporarse inmediatamente.
Sus ojos se
levantaron como dos depredadores y escrutaron el espacio. En su boca
nació una sonrisa al constatar otra presencia, que deduje agradable.
Se levantó sin más
dilación y me tendió la mano para ayudarme. La acepté, y me
incorporé en el instante justo en el que una de las alas de la
pequeña mariposa, Gwen, se agitaba ansiosa. La chiquilla alzó la
mirada y una mano, buscando alcanzar a los demás, pero no lo
consiguió. Al menos, no en ese instante.
-No te apures,
Gwen. Las obras de arte requieren más tiempo que el resto para
perfeccionarse.
La niña bajó los
hombros; la luz de sus alas pareció atenuarse un poco. Cerró los
ojos oscuros y asintió con gesto triste.
-Es sólo que...
tengo ganas de volar.
Louis me miró un
segundo, evaluando la situación. Hizo un gesto para que me situara
entre los árboles, lejos de la vista de los demás ángeles, y se
acercó a la chiquilla. Le rodeó la cintura desde atrás, le dijo
que extendiera las alas, y le preguntó si confiaba en él.
La niña lo
contempló, no del todo segura.
-¿Qué vas a
hacer?
-Voy a hacerte
volar. Si puedo con una runner, podré con una mariposa, ¿no te
parece?-le dedicó una sonrisa que podría derretir los polos. La
niña se la devolvió, tímida-. ¿Me das permiso?
La pequeña
asintió, su pelo castaño dorado brillando más gracias a sus alas
reflectantes y a la luz que se filtraba del techo. Y, sin más
dilación, Louis agitó sus alas y los catapultó hacia delante, en
el momento en que otras alas de cisne surcaban el horizonte.
La pequeña chilló
al principio, pero sus gritos se fueron atenuando a medida que
ganaban altura. Louis consiguió calmarla; la arrastró en varias
direcciones para, finalmente, regresar al claro.
Por el rostro de la
pequeña corrían lágrimas de felicidad.
-¿Siempre duele
tanto?
Louis no supo qué
contestarle mientras una mano helada me atenazaba la garganta.
-Las primeras veces
es así. Luego, casi no lo notas.
Pero yo sabía que
era mentira. Sabía que le había hecho daño aceptando que me
llevara. Le había dolido la espalda, le habían dolido las alas, le
había dolido el corazón, pero había merecido la pena porque
habíamos estado solos en un lugar lleno de gente.
La pequeña no lo
soportaría. No tenía nadie por quién sufrir ni pelear. No era su
lucha.
Era la nuestra, y
corría prisa.
ASEREJE DE JA DE JE
ResponderEliminarde jebe tu de jebere
seibiunouva majavi
an de bugui an de güididípi
Aserejé ja de je
de jebe tu de jebere
seibiunouva majavi
an de bugui an de güididípi
ASEREJE DE JA DE JE
xdxdxdx
Arsa
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