lunes, 22 de septiembre de 2014

Foxtrot.

Se incorporó con un simple movimiento de sus alas, y me tendió la mano, invitándome a un placer secreto que sólo él conocía... de momento.
-¿Qué?
-Te voy a bajar.
Noté cómo toda la sangre huía de mi rostro. ¿Bajarme? ¿Cómo que “bajarme”? Si se refería a otro paseo similar al que me había dado con Angelica, iba listo. No estaba preparada para que volvieran a tratarme como un saco de patatas, fuera quien fuera. Traía recuerdos demasiado dolorosos, aún no había pasado el tiempo suficiente para que yo me acostumbrara, pero me sentía más débil que antes.
Dudaba mucho que pudiera cargar con un peso muerto durante un rato, y más en descenso, donde, según me había dicho, la concentración y el esfuerzo eran brutales. Y ya no hablásemos si el peso muerto resultaba una resistencia que tenía que calcular de memoria, y que poco iba a colaborar en los bailes si no era pisando a su acompañante.
A nadie le gustaba bailar un foxtrot con la persona más patosa del salón de fiestas, y sentía que yo era esa persona cuyos pies serían demasiado grandes para manejarlos con ninguna soltura.
-¿Cómo? Yo no... voy... no vas a poder conmigo.
-Estas alas pueden cargar el doble de peso al que las tengo acostumbradas. No va a ser un paseo para mí, vale, pero puedo hacerlo-se encogió de hombros, sus alas vibraron. En parte por la emoción, en parte por las corrientes de aire que me arrancaban con celo mechones de pelo de la trenza.
Negué con la cabeza.
-Puedo bajar.
-¿Confías en mí?
Me lo quedé mirando. Lo hacía. ¿Lo hacía?
Sí, claro que lo hacía. Se había asegurado de que me cogieran a mí y no a otro runner (sin contar a Perk, claro estaba) para poder cuidar de mí personalmente y procurarme un futuro en el que conociera cada detalle de la revolución que aún ni se gestaba. Se había ocupado de que me dieran los mejores cuidados, de que no me quedaran marcas de la lucha en el Cristal, donde había cambiado el curso de mi vida, y había pasado de ser un río de corrientes embravecidas cuyos rápidos se reservaban a los más expertos piragüistas, a un lago que se secaba poco a poco debido a que la estación de las lluvias se retrasaba cada vez más en el calendario, y las nubes habían abandonado aquel paraje desértico donde los oasis no eran más que un mito.
El problema era bien diferente: ¿no debería preocuparnos lo que los demás creyeran que había entre nosotros? ¿No se suponía que estábamos atravesando fronteras que ni siquiera gente como nosotros (es decir, gente libre), podía cruzar? ¿No se suponía que éramos enemigos mortales y que la sola presencia del otro bastaba para ponernos de mal humor? ¿Que yo no estaba de vacaciones en la mejor suite del mejor hotel de la ciudad, sino encarcelada en una prisión de máxima seguridad, con el más atento de los vigilantes?
¿No sospecharían los demás?
¿Y si me cambiaban de zona?
Que Louis fuera poderoso e influyente no significaba que fuera Dios en aquel lugar. Y ni siquiera un dios podría cambiar la suficiente cantidad de cosas como para conseguir que los demás vieran nuestra relación como la más normal entre un runner y un ángel.
-Sí-susurré, abrazándome las piernas. Su mano recordó de repente que la gravedad estaba ejerciendo una fuerza ineludible, y se dejó caer a un lado de su pierna-. Pero... de ellos no me fío tanto-hice un gesto con la cabeza en dirección a los ángeles, que o bien volaban en círculos o bien no tenían una trayectoria fija. Unos pocos aprendices se situaban en la parte más baja, con los pies en el suelo y las cabezas imaginando que no lo tocaban, soñando con unirse inmediatamente a los que los observaban desde arriba, cuales estrellas en el cielo nocturno.
-Yo te protegeré. Llevo haciéndolo desde que nos encontramos en aquella oficina.
No necesitó más. No necesité más. Asentí con la cabeza, me incorporé y le cogí la mano. El resto vino solo.
Me agarró de la cintura en un gesto tan inocente como desinteresado y me arrastró hasta el borde. Una parte de mí, no muy fuerte pero sí presente, pensó Se acabó. Es el fin. Te va a tirar. Y una menos. Puf. Adiós.
Pero esa parte se equivocaba, tal y como llevaba haciéndolo desde que lo conocí. Fue él el primero en saltar, y me pegó a su cuerpo para que no le resultara más difícil controlar nuestro peso. Íbamos cogiendo velocidad; el suelo se acercaba más rápido de lo que nunca lo había visto acercarse, y yo me obligué a mantenerme lo más quieta posible, pero con los ojos abiertos. Siempre me había causado mucha impresión caerme, y la sensación de que el estómago se moviera en tu interior no era agradable en absoluto.
Desde el primer entrenamiento mi punto débil había sido mantener los ojos abiertos, porque mi instinto me llamaba a cerrarlos, diciendo que era antinatural llamar a la muerte y mirarla a la cara mientras se te llevaba. Sin embargo, me había convertido en una de las mejores por dominar mi miedo y moldearlo a mi gusto, por aprovechar la adrenalina que disparaba y aprender a utilizarla en mi cabeza para encontrar recovecos a los que agarrarme; rincones desde los que mirar a la cara a la muerte y reírme de ella.
Tras lo que se me antojó una eternidad, Louis abrió las alas, que dejaron de cubrirme con su suave y níveo abrazo, para desplegarlas en toda su envergadura. El golpe imaginario de la repentina disminución de la velocidad fue tan potente que me dejó sin aliento durante unos segundos. Me aferré con todas mis fueras al codo de él, entrelacé mis piernas en su cintura y clavé las uñas en su piel hasta casi hacerle sangrar.
Y, a pesar de todo, se reía. A pesar de cargar conmigo, a pesar de que le estaba dando más trabajo del que le quitaba (porque lo de pasarle las piernas por la cintura como si fuera un koala le jodía mas de lo que le ayudaba, y yo lo sabía), a pesar de que le estaba haciendo sangrar ya sin ninguna duda, se reía. Seguramente porque me comportaba como una cría.
Tal vez porque le recordaba al niño que no pudo ser debido a que ya nació siendo una máquina de matar preparada para todo.
O tal vez porque pocas veces habíamos estado tan cerca el uno del otro, independientemente de estar solos o acompañados por miles de miradas que se clavaban en nuestros cuerpos enredados.
-Relájate un poco, Cyn. No voy a dejar que te caigas.
E hizo magia con esas palabras, porque mi cuerpo dejó de temblar, mis uñas dejaron de hacer herida, y mis piernas dejaron de apresarlo con toda la fuerza que tenían. Pasé de estar enganchada a apoyarme en él, asegurando que no me cayera. Cerré los ojos un segundo, intentando disfrutar del sonido del viento silbando enfurecido en mis oídos, e inhalé su aroma.
-No te pierdas esto-susurró en mi oreja, que captó los pliegues aterciopelados de su voz de la misma forma que lo hacía una mano acariciando un vestido. Abrí los ojos y bajé la cabeza.
En ese instante, pasábamos por la parte del río diminuto que luchaba por hacerse pasar por el real, aquella bestia por la que pasaban barcos de tamaños inimaginables, que de vez en cuando había que asaltar.
Por supuesto, nada de aquello pasó por mi cabeza cuando alcé la mirada para posarla en el suelo y descubrí a un ángel y una runner enganchada a éste siguiéndonos en paralelo, sus siluetas claramente definidas con la superficie del agua. El ángel agitaba las alas con elegancia y observaba el reflejo con una sonrisa, mientras la trenza de acero ígneo de la runner se mantenía casi pegada a su espalda debido a la velocidad. La chica tenía la boca abierta en un gesto de sorpresa del que se deducía que pocas veces había vivido nada semejante.
Tanto la chica del agua como yo deseábamos poder capturar aquel instante para siempre, atraparlo en una fotografía que pudiéramos contemplar cuando estuviéramos cansadas. Ojalá mis ojos pudieran hacer fotos.
El agua se terminó, y la extraña pero aparentemente feliz pareja desapareció con la misma celeridad con la que había aparecido. El agua dejó paso a la hierba, los edificios, a los árboles, y antes de poder darme cuenta Louis alzaba el vuelo ligeramente para poder esquivar con más facilidad las copas de éstos.
Llegamos a un claro, el mismo en el que había estado la joven mariposa, y descendimos en círculos. Agarrándome de la cintura, consiguió dejarme en el suelo con más o menos delicadeza... hasta que sus alas decidieron abandonarle y todo su peso cayó sobre mí, dejándome sin aliento por un segundo. Esto se debía a dos cosas: la primera, a que de repente me encontraba aprisionada entre el suelo mullido y su pecho duro, y la segunda a darme cuenta de lo cerca que estábamos, de lo mucho que me gustaba, de lo mucho que lo necesitaba. Cerré los ojos una vez más, esta vez, deseando capturar el momento al completo. No sólo mi visión, sino lo que sentía. Su piel contra la mía, su cuerpo apretando el mío, sus alas posándose en el suelo y arrancando susurros de complacencia de éste...
… podría quedarme así toda la vida, pero había cosas que hacer. Gobiernos que derrocar. Posiciones que defender. Ángeles a los que convencer de que la cruzada era una causa justa, y de que no podía repetirse algo tan único y especial como Louis. A toda costa.
Así que volví a abrirlos, sólo para encontrarme con aquel cielo infinito contemplándome con la más absoluta de las adoraciones. Supe en ese momento que me daría todo lo que yo le pidiera; la Luna si hacía falta. Le acaricié el cuello, y esto pareció activar un interruptor en su cabeza que le hizo incorporarse inmediatamente.
Sus ojos se levantaron como dos depredadores y escrutaron el espacio. En su boca nació una sonrisa al constatar otra presencia, que deduje agradable.
Se levantó sin más dilación y me tendió la mano para ayudarme. La acepté, y me incorporé en el instante justo en el que una de las alas de la pequeña mariposa, Gwen, se agitaba ansiosa. La chiquilla alzó la mirada y una mano, buscando alcanzar a los demás, pero no lo consiguió. Al menos, no en ese instante.
-No te apures, Gwen. Las obras de arte requieren más tiempo que el resto para perfeccionarse.
La niña bajó los hombros; la luz de sus alas pareció atenuarse un poco. Cerró los ojos oscuros y asintió con gesto triste.
-Es sólo que... tengo ganas de volar.
Louis me miró un segundo, evaluando la situación. Hizo un gesto para que me situara entre los árboles, lejos de la vista de los demás ángeles, y se acercó a la chiquilla. Le rodeó la cintura desde atrás, le dijo que extendiera las alas, y le preguntó si confiaba en él.
La niña lo contempló, no del todo segura.
-¿Qué vas a hacer?
-Voy a hacerte volar. Si puedo con una runner, podré con una mariposa, ¿no te parece?-le dedicó una sonrisa que podría derretir los polos. La niña se la devolvió, tímida-. ¿Me das permiso?
La pequeña asintió, su pelo castaño dorado brillando más gracias a sus alas reflectantes y a la luz que se filtraba del techo. Y, sin más dilación, Louis agitó sus alas y los catapultó hacia delante, en el momento en que otras alas de cisne surcaban el horizonte.
La pequeña chilló al principio, pero sus gritos se fueron atenuando a medida que ganaban altura. Louis consiguió calmarla; la arrastró en varias direcciones para, finalmente, regresar al claro.
Por el rostro de la pequeña corrían lágrimas de felicidad.
-¿Siempre duele tanto?
Louis no supo qué contestarle mientras una mano helada me atenazaba la garganta.
-Las primeras veces es así. Luego, casi no lo notas.
Pero yo sabía que era mentira. Sabía que le había hecho daño aceptando que me llevara. Le había dolido la espalda, le habían dolido las alas, le había dolido el corazón, pero había merecido la pena porque habíamos estado solos en un lugar lleno de gente.
La pequeña no lo soportaría. No tenía nadie por quién sufrir ni pelear. No era su lucha.
Era la nuestra, y corría prisa.

2 comentarios:

  1. ASEREJE DE JA DE JE
    de jebe tu de jebere
    seibiunouva majavi
    an de bugui an de güididípi
    Aserejé ja de je
    de jebe tu de jebere
    seibiunouva majavi
    an de bugui an de güididípi
    ASEREJE DE JA DE JE

    xdxdxdx

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