sábado, 27 de septiembre de 2014

Partners in crime.

La cuestión era, ¿cuánta prisa podíamos permitirnos?
Las cosas no eran tan sencillas como en un principio pudiera haber creído yo. Y digo “yo”, porque él nunca tuvo ni un sólo momento en el que pensar en aquello con tranquilidad, en configurar un plan con le que atacar a todo lo que conocía, lo que le había visto nacer y a lo que, en cierta manera, debía la vida.
Simplemente Louis llevaba toda su vida dedicando minutos sueltos a construir una fortaleza de naipes sabiendo de sobra que aquellas murallas serían las definitivas, que el foso sería mortífero y que la puerta no se alzaría así como así ante cualquier intrusión. Ya sabía cómo proceder, porque ya había estado dentro.
Cuando dejamos a la pequeña Gwen para que siguiera luchando contra el dolor físico y mental, no imaginé que fuéramos a tocar el tema tan rápidamente; ni siquiera habíamos llegado a cerrar la puerta de su casa tras cuarenta llaves diferentes ni nos habíamos asegurado de que nadie nos estuviera escuchando: en su lugar, nos afanamos en el esbozo de los detalles apenas se habían cerrado las puertas del ascensor que nos conduciría a la última planta, la que dominaba todo el edificio. Mi prisión, y su hogar.
-¿Cuándo va a ser?-inquirí, con el ceño fruncido y los hombros en tensión. Estaba preparada para salir y quemar todos los campos del enemigo, algo que él constató con un suspiro. Había girado la cabeza y me lo había quedado mirando, con los ojos llameantes de pura rabia. Podían hacerle eso a adolescentes, podían hacerles eso a adultos que ya habían tenido sus momentos de felicidad... pero hacerle eso a una niña que no tenía ni once años, obligar a un bebé a nacer con alas y matar a su madre en el parto, para luego, cinco años después, convertirlo en una bala que se disparaba con la simple llamarada del viento, hacía que el infierno se posicionara en mi interior, clamando por venganza, cegándome con su furia.
-Sólo unos pocos saben de ello.
-¿Cuántos?
-No los suficientes-apretó la mandíbula, gesto que me parecía sumamente atractivo en los hombres, y más en él. Sin embargo, en esa ocasión nada en mi interior se agitó de deseo, sino que las propias llamas del averno crepitaron con más furia aún, interpretando aquel gesto como algo que no salía de felicidad, sino de rincones más oscuros de la esencia humana.
-¿Cuántos?-insistí, y el ascensor se detuvo con un pitido. Di un paso adelante, pero él me cortó poniéndome el brazo en el pecho. La cara de un ángel enmarcada en alas negras nos contempló en silencio; primero con sorpresa, después con una chispa de admiración, y, por último, con odio. No hace falta que diga a quién miraba cuando esas emociones se manifestaron.
Louis se limitó a inclinar la cabeza, y el ángel, que había dudado entre entrar o quedarse fuera, estimó más conveniente lo último. Éste agachó la mirada, avergonzándose de algo que yo no logré comprender, y se esfumó en un truco de magia con telones de acero.
-Los que te vigilaron en tu carrera.
-¿Es en serio?
No me había parado a contarlos, pero dudaba que llegaran a la decena.
-¿Qué son? ¿Siete?
-Sí.
Negué con la cabeza, contemplando los números metamorfosearse sin descanso y a gran velocidad.
-Necesitaríamos setecientos.
-No creo que haya setecientos como yo.
-Como tú no hay dos-respondí automáticamente, para mi sorpresa. Y él sonrió.
-No estamos ligando, Cyn. Esto es serio.
-Lo sé-asentí con la cabeza. Las puertas se abrieron, yo fui prudente, estudié las cifras de la pantalla, y constaté con alivio que ya habíamos llegado a su casa. Sus alas me empujaron fuera de la caja metálica, que se despidió con el susurro de las puertas cerrándose y su huida semisilenciosa, seguramente en busca de su compañero de crímenes al que no había podido recoger antes.
Él se tiró en la cama. No supe si esperaba que yo fuera a hacerle compañía. En todo caso, no lo hice.
Me quedé toda la noche contemplando las luces de la ciudad; desde que cayó el sol por un lado, se alzó la Luna como un escudo de luz contra la oscuridad celeste, se libró la batalla en la que dicho escudo también se precipitó al vacío y, finalmente, después de horas negras sin gotas de estrellas en el suelo espacial, el sol volviendo a levantarse. Había apreciado a los pájaros recortándose contra el cielo azul, amarillo, naranja, rosado, sangrante, negro, y sangrante de nuevo, había contemplado sus vuelos en fragmentos no muy importantes: sólo los veía salir, perderse en el horizonte al cambiar su forma humana por la de una motita de polvo que se llevaba el viento, y, finalmente, perder la sustancia frente a mí.
No me sentó bien no dormir.
Estaba acostumbrada a obligarme a descansar en cuanto pudiera, y trasnochar era algo contra mi naturaleza.
Pero fui honesta conmigo misma, y me di cuenta de que no hubiera hecho más que dar vueltas en la cama, intranquila por no dormir con una pistola debajo de la almohada, y enfadada por no estar siendo de ayuda a nadie. En el fondo ya no me importaba a quién estuviera ayudando con mis planes; no sabía si beneficiaría a los runners una revolución de los ángeles, aunque sospechaba que sí. Solamente me había parado a pensar en la pobre niña, en lo injusta que era la vida, en el sufrimiento al que se la sometía con tal de hacernos desaparecer a mí y a los míos.
Ya no era cuestión de mi vida o de mi muerte, de la liberación de las masas que no iban a agradecerlo porque no sabían en qué prisión se hallaban. Se trataba de una lucha mucho más personal, más suicida, menos desinteresada, y con un rostro contraído por el dolor que se manifestaba ante mí con las luces crepusculares y albares. Un rostro que se dibujaba en las constelaciones que no se veían, ahogadas por la ciudad de cuyas calles manaba una iluminación solemne, artificial, cancerígena.
-Al principio, fueron pequeños cambios-susurré a la noche mientras pequeñas siluetas blancas destacaban sobre el negro-. Muchos no los notaron, o los aceptaron sin más. Eligieron lo más fácil-y seguí recitando durante horas la historia de los míos, cómo habíamos empezado a correr, pasando de mover los brazos en el aire a mover las piernas en el suelo. Sabía que aquellas primeras frases se habían escrito antes incluso de que los cambios sucedieran, pero eran tan geniales, tan ciertas, tan predictivas, que las había adoptado como propias. Como los demás. Así era como se les explicaba a los jóvenes de dónde venían y a dónde podían ir, si lo deseaban.
Sus manos rozaron mi cuello, la garganta aún me dolía de tanto susurrar al vacío, pero me sentía bien. Me sentía en paz. Era como si mi guardia hubiera hecho estragos en mí, limpiando todo lo malo cual corriente que sólo pule las piedras para darles una forma no cortante, redondeada y perfecta.
-Tenemos que empezar a trazar un plan ya-me sorprendí diciendo, pues las palabras raspaban en mi interior y me hacían sentir como si mi garganta fuera una montaña y éstas unos escaladores que se abrían paso a mi cumbre con afilado instrumental.
El aire se encargó de transmitirme su asentimiento.
-¿Estás pensando en algo en concreto?-inquirió, llevando sus manos a mis hombros y apretando con una sencillez que despertó una tormenta eléctrica en mi espina dorsal. Arqueé la espalda sin pretenderlo siquiera.
-Sólo... he estado... pensando toda la noche.
-¿Y?-empezó a apretar los dedos y aliviar su presa. Me juré que me mantendría estoica, que no gritaría, que no dejaría que me sacara de mí misma para arrebatarme lo poco que me quedaba de mi antiguo yo, por diminuto que ésto fuera.
-Nada concluyente. Todo pasaba por acudir a los demás, y... no creo que quieran ayudaros. Ni siquiera en este tema.
-Ese era uno de mis planes-se sentó detrás de mí y bajó las manos. La sangre me volvió al cerebro. Exhaló un suspiro teatral y clavó la vista en el horizonte, con la misma expresión que había tenido yo toda la noche-. Del otro me fío incluso menos.
-¿Cuál es?
-Revolucionarnos desde dentro. Conseguir que todos se pongan en contra del Gobierno, y marchar hacia allí antes de que la noticia llegue a sus oídos. Perderíamos muchas vidas, pero creo que tenemos alguna que otra posibilidad. Nuestras armas son las mejores.
-No creo que funcione-admití, mordiéndome la cara interna de la mejilla. Algo se nos escapaba, algo tan intangible como el éter, pero cuya existencia era innegable.
Yo era una de las mejores runners de toda la ciudad, vale, pero seguía estando prisionera, y no podían fiarse de que volviera a casa con la mente sana. De hecho, no había vuelto con ella sana cuando regresé de la misión de la cápsula. No me harían caso.
Y él, por muy importante que fuera, no dejaba de ser un ángel más. Era el mejor de todos, al que todos respetaban, pero fuera de allí, no pintaba nada. Era un pez mediano nadando en arrecife acompañado de plancton, mientras que más allá, en el mar abierto, auténticas orcas harían lo que fuera por mantener su dominio. Incluso comerse a un pobre pez que no les aportaría más que problemas intestinales y retrasos en el progreso tecnológico por el monopolio de las ideas.
-Eres necesario-murmuré, jugando con el cuero del sofá, que recibía mis uñas con chillidos-, pero...
-No imprescindible-terminó la frase por mí. Asentí con un nudo en la garganta que no me permitía respirar-. Sí, créeme. Lo sé. Y, aunque no lo parezca, lo tengo bastante asumido. Puedo hacer muchas cosas, pero eso no quiere decir que no vayan a castigarme. Y me matarán sin miramientos, por mucho que les duela, si decido que me parece más sensato correr por vuestros valores que volar por los suyos.
-Necesitamos consejo-zanjé, volviéndome hacia él y recibiendo su mirada celestial en mi piel con un escalofrío. Se pasó una mano por la barba incipiente.
-Me fío de gente aquí dentro.
-Los mejores estrategas de la ciudad son los runners, pero no podemos acudir a ellos, ¿podemos?-inquirí, para lo que recibí una negativa.
-Esas son la clase de cosas a las que no podemos arriesgarnos, ¿sabes, bombón? No puedo sacarte de aquí, y yo no puedo entrar allí solo. Sigo teniendo alas.
-Te las apañaste para colarte-acusé, recordando la Subasta y cómo había llegado hasta mí, documentos en mano, con la facilidad de cualquiera de los otros. Y yo me había asustado, y no por él, sino por mí, por haberlo recibido con alivio, por constatar que lo había echado de menos, y por pensar que no iba a salir de allí con vida y que me consideraría viuda de alguien con quien ni siquiera había estado formalmente, y que no era mi novi...
-TAYLOR-grité, a lo que dio un brinco-. Mi novio. Bueno, no sé si seguimos siéndolo. Últimamente estábamos distanciados.
-¿Tal vez porque follabas con un ángel?-espetó él, alzando una ceja. ¿Eran celos lo que había en su voz? Decidí ignorar lo sorprendentemente bastante que me enternecía que se pusiera celoso por mí.
-Sigue queriéndome, estoy segura. Podrías localizarlo, contactar con él, contarle la auténtica verdad, la que ni ellos saben. Te ayudaría.
-¿A cambio de qué?
-De liberarme.
Algo en la habitación se rompió. Y no era un mueble.
-Sigues queriendo volver con ellos.
-Sigo queriendo ser libre-repliqué.
Bufó a modo de respuesta, y se levantó.
-No he dicho al lado de quién-añadí, aterrorizada al ver cómo se alejaba de mí, creyendo que tal vez se iba para no volver, y que todo lo que habíamos construido se caería por su propio peso, ya que no había cimientos que lo sostuvieran con firmeza.
-Esto es lo que hay-dijo, abriendo los brazos.
-De momento-contesté yo.
-Sí, y tú sigues queriendo ser libre.
-Todo el mundo quiere eso, pero la cuestión es: ¿merece realmente la pena ser libre y temer siempre que te capturen, hasta el punto de levantarte por las noches y encañonar a la oscuridad con tu pistola, o, por el contrario, compensa estar un rato en la cárcel si después de eso, y si juegas bien tus cartas, ésta termina demoliéndose?
Sus ojos se entrecerraron hasta el punto de volverse negros.
-¿Y si perdemos?
-Perderíamos juntos. Volverías a traerme aquí.
Se acercó a una ventana, y la abrió. Me dio un vuelco el corazón. ¿Ya?
-No tiene por qué ser ahora.
-Cuanto antes empiece a buscar, antes acabaré encontrando a tu estúpido novio runner-ladró, colándose por ella y lanzándose al vacío. Abrí la mía y asomé la cabeza en el instante en que abría las alas y se catapultó hacia mí de nuevo. Sus alas se mantuvieron firmes, permitiéndole flotar a escasos metros de mí.
-¿Y si me matan?
-Entonces sí que seré libre. No van a poder cogerme. Necesitaron al mejor de los ángeles para coger a la mejor runner-repliqué, henchida de orgullo. Puso los ojos en blanco.
-Da gusto saber que no me echarías de menos, bombón.
-No te piques, ¿mm? Me romperían el corazón, pero no es con el corazón con lo que he sobrevivido hasta hoy.
Se acercó planeando hasta mí cual nube, y sus brazos se apoyaron en la ventana. Su rostro quedó por debajo del mío; seguramente era la primera vez que lo veía desde ese plano.
-A veces, pequeña runner, se te olvida que no son las ruedas lo más importante de los coches. Las ruedas no se mueven si el motor no funciona. Y mi motor funciona por ti.
Me besó en los labios. Fue un beso irregular, debido a que no se mantenía totalmente estable en el aire, pero fue uno de los mejores que me dio.
Lo contemplé alejarse, y cuanto más pequeño se hacía, más grande se volvía una idea en mi cabeza.
Tal vez Perk tuviera alguna solución extra. Una que no me obligara a jugar mi pequeña fortuna alada a una sola carta.


 Nadie sabía si aquélla iba a ser la adecuada o si acabaría en bancarrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤