lunes, 6 de junio de 2016

Gold star.

¡Hola! Vuelvo a darte la tabarra con un mensaje antes de la historia en sí. Como tal vez sepas ya, quiero hacer lo posible por que Scott se declare el día 25, lo que me va a obligar a publicar como una loca porque faltan varios capítulos antes de que tan ansiado momento llegue. Y ahí es donde entras tú. En la cajita de los comentarios, puedes decirme qué día quieres que vuelva a subir; sé que hay gente que está con la Selectividad (🍀¡suerte!🍀), otra con los finales (🍀¡suerte!🍀), y tampoco quiero bombardearos con capítulos si no los podéis leer. Prefiero esperar un poco y que vayamos todos a la vez a que se me vaya descolgando gente por el camino.
Eso es todo, creo.
¡No! ¡Espera! GRACIAS otra vez por tu reacción en el capítulo anterior, ¡tenemos nuevo récord de comentarios! ¿No es como... mega ultra emocionante? TE DOY UN BESO. 
Vale, dicho eso... Dale caña, Didi.



Me dejé caer sobre la esterilla de yoga y me pasé la mano por la frente. Después de las sesiones de entrenamiento en grupo, en las que Kayla nos daba caña como nunca nos la habían dado hasta entonces, tocaba ocuparse de las novatas, las que se suponía que estábamos más verdes.
               -Levántate, Diana.
               -No puedo con la vida-respondí.
               -Vas a levantarte y vas a volver a hacer 25 flexiones-hizo caso omiso de mi súplica de parar, porque para eso le pagaban. Para eso, para ponernos en forma, y para hacer de nosotras una familia, como si necesitáramos una familia o como si no lo fuéramos ya.
               Habíamos pasado una hora y media metidas en una habitación sin paredes de un ático sin ninguna división, con el suelo de parqué y paredes con espejos, para que nos viéramos sufrir desde todos los ángulos. Las veteranas me miraron con pena; yo era la más joven del grupo y esperaban que me costara seguir el ritmo. Me odié a mí misma por darles la razón después de empezar con muchas ganas obedeciendo las órdenes de Kayla, a quien habían fichado como nuestra entrenadora “personal” (todo lo personal que puede ser compartir órdenes con otras 45 mujeres) después de conseguir coronarse como la reina del fitness en Instagram.
               Después de la peor hora y media de toda mi vida, finalmente hizo que nos sentáramos en círculo, con las piernas dobladas y la mente despejada. Nos quedamos en absoluto silencio durante diez minutos, meditando (o, al menos, intentándolo, la cabeza me daba muchísimas vueltas y me era imposible decir en qué fecha estábamos, qué día de la semana era o cómo se llamaban mis padres), para después romper a aplaudir y, como siempre, presentarnos.
               Empezaron por mí, porque hay que putear a la pequeña en la medida de lo posible. La parisina que tenía al lado se puso roja al darse cuenta de que la siguiente sería ella.
               -Diana. Styles-dije, mis compañeras sonrieron. Kayla se paseaba por la estancia como una leona que busca elegir su próxima presa-. Os conozco a todas, evidentemente-nunca estaba de más hacerles la pelota a las mayores, quién sabe cuál iba a quedarse embarazada porque le apetecía disfrutar de una versión más parecida a ella de lo que tú representabas-, y he trabajado con bastantes-la mayoría, en realidad. Todas las novatas y más o menos un tercio de las veteranas, los ángeles oficiales-. Ah, y os quiero pedir perdón por adelantado por la colección que viene de mi madre. Noemí Styles, ya sabéis. La Chanel de Nueva York. Seguro que estará muy triste porque haya venido a Inglaterra y se le cortará la vena creativa-se echaron a reír-. Intentaré que no nos haga llevar ropa demasiado horrible la siguiente temporada.
               Las chicas aplaudieron y le tocó el turno a la parisina. Terminó presentándose Kayla, dándonos un discurso súper motivador de por qué estábamos allí (“no estoy aquí para poneros en forma, me pagan por haceros alcanzar vuestra perfección particular, y es lo que vamos a hacer entre todas; conseguiremos que el mundo deje de respirar para poder concentrar hasta la última célula de su tiempo en admiraros, porque sois unas diosas y os merecéis que os pongan en un altar”), sentándose en el centro y girando sobre sí misma para contemplarnos.
               Aún sudorosas y exhaustas, costaría muchísimo encontrar a alguien que no estuviera dispuesto a vender su alma al diablo por un beso nuestro.
               -Muy bien, chicas, ¿quién de aquí tiene novio?
               Las veteranas levantaron la mano; todas menos una. Un par de jóvenes, también. Yo no me moví.
               -¿Y novia?
               La veterana que no levantó la mano lo hizo esta vez. También otra chica que había desfilado el año anterior, de piel negra como el carbón. La Nueva Naomi, la llamaban.
               -¿Nos hemos perdido algo, Gloria?-la pinchó una de las modelos, de rasgos escandinavos. La tal Gloria se encogió de hombros.
               -Siempre me han ido las mujeres, chicas. Por eso conseguí colarme aquí. Ya veréis qué bien me lo voy a pasar esta noche rememorando esta sesión.
               Nuestras carcajadas llenaron el ático, incluidas las de Kayla.
               -¿Qué hay de aquel chico de California?
               -La tenía tan minúscula que es imposible que me dejéis de considerar una lesbiana gold star.
               La parisina que tenía al lado se sonrojó a pesar de compartir las risas de las demás.
               -Vale, chicas, y de aquí, ¿quién tiene sexo de forma regular?
               -Define “regular”-le pedí. Kayla se encogió de hombros.
               -Levantad la mano las que os hayáis acostado con alguien en la última semana.
               ¿La última semana? Podría levantarla incluso si preguntaras por la última hora.
               Sorprendentemente, sólo tres de las veteranas alzaron la mano. Una, la que tenía novia, y no novio. Bastantes de las novatas las levantamos. Kayla sonrió.
               -Tened cuidado, ángeles, las nuevas os quitarán las alas como os despistéis. Vale, escuchad-se dio una palmada en los muslos y se levantó-. Estoy segura de que ninguna aquí es virgen. En caso contrario, podemos arreglarlo-risas coreando su proposición-. Es broma. No pasa nada porque no hayáis tenido ese tipo de relaciones interpersonales con nadie, ¿vale? En fin, el caso es que el sexo es un deporte que todo el mundo adora practicar. Pero-se llevó las manos unidas en forma de pistola a los labios- eso no le quita todos los buenos efectos secundarios que buscamos para vosotras. Os abre los poros. Hace que os brille el pelo. Os relaja. Rendís más. En todo. Practicadlo todo lo que podáis… sin haceros un bombo ni pillar nada raro, por favor. Me echarán si alguna de vosotras se coge la baja por un consejo mal dado por mi parte-más risas-. No reprimáis vuestros instintos más básicos.
               -¿Y si no lo hacemos?-provocó Gloria.
               -Seguid en esa línea. Os voy a someter a muchísima presión y no quiero que terminéis pegándome. Hacédselo a vuestros hombres o vuestras mujeres si eso es lo que os va. Aquí venís a sudar, a pagar con sangre… pero no es en el único sitio en que os recomiendo que paguéis, ¿os queda claro?
               Asentimos.
               -Vale. Sé que queda lejos, pero el día del desfile… que esto quede entre nosotras… procurad que os lo hagan bien. Si hay lenguas involucradas, tanto mejor. Los labios horizontales y los verticales casan muy bien, chicas. Creedme.
               -Lo sabes de primera mano, ¿eh, K?-dijo una veterana, sacudiéndose la melena negra como la noche.
               -¿Y tú? ¿O te tengo que recordar lo del año pasado?-se rió nuestra entrenadora.
               Kayla chasqueó los dedos frente a mí. Me cogió del brazo y tiró hasta conseguir levantarme.
               -Venga, venga, venga. Mueve ese culo, tenemos que terminar de darle forma.
               -Mi culo es precioso-ataqué.
               -Vaya que si lo es, corazón, pero aún podemos hacerlo todavía más bonito. Venga, al suelo. 25 flexiones y acabamos. Te lo prometo.
               Hice lo que me pedía y me dejé caer sobre la esterilla de nuevo. Esta vez, boca abajo.
               -Ahora, arriba. 5 minutos de cardio saltando a la comba.
               -¿¡Qué!?-chillé; ella se echó a reír.
               Siguió torturándome media hora extra, con lo que me tuvo 2 horas en exclusiva para jugar conmigo a sus juegos sádicos. Por fin, me dejó sentarme y me pasó una botella de agua.
               -¿Qué tal vas con la alimentación?
               -Esta noche imprimiré el menú que me habéis hecho.
               -Genial, ¿tendrás problemas cocinando?
               -A Erika no le pareció mal cuando le pregunté si podría hacer eso.
               -Estupendo. Y, ¿cómo te encuentras?
               -Quiero morirme-susurré, terminándome la botella de agua y pasándome la mano por la boca.
               -No digo ahora, mujer. Digo en Londres. Cambiar de aires puede ser complicado a veces. A mí me sigue costando volver de Australia en cuanto os escogen para prepararos, y mira que han pasado años.
               -Me he aclimatado bien.
               Kayla alzó las cejas.
               -Sí, me he dado cuenta. Me fijo especialmente en las nuevas cuando hago preguntas, ¿sabes?
               -¿Te refieres a lo del estilista? Porque ya he hablado con mi agente y mañana me vuelvo a teñir el pelo, estas raíces son insostenibles.
               -Lo dije más bien por el sexo.
               Sonreí y me abracé las piernas.
               -Te sorprendería en qué aspectos ha mejorado mi vida desde que estoy aquí.
               -¿Iba en serio?
               -Claro que sí, Kayla.
               -Mira, Diana, aquí no tienes que mantener ninguna fachada de dura. No pasa nada si se te hace complicado hacerte a tu situación. Podemos ayudarte. De hecho, nos juntamos para ayudarnos las unas a las otras.
               -Estoy bien, Kayla, en serio. Mi fama de chula no impide que sea sincera.
               -Te lo preguntaré otra vez, sólo para asegurarnos-yo asentí-. ¿Mantienes relaciones?
               -Evidentemente. Estoy exiliada, no muerta.
               -¿Cuántas veces?
               -Una. Si hay suerte, dos. Depende.
               -¿A la semana?
               -¿Estás de guasa? Al día, Kayla.
               Kayla abrió muchísimo sus ojos castaños. Yo asentí con la cabeza.
               -Tiene que estar encantado.
               -Uf, lo está. Hasta cuando me vuelvo insoportable a propósito se muere por estar conmigo.
               Creo que eso es lo que me  encanta de él. Que puede gritarme como no lo hacen los demás, que me trata como a una igual pero me adora a la vez como no lo ha hecho ningún otro.
               Y el sexo, uf. El sexo.
               Dos palabras.
               Sí, señor.
               -Y seguro que es muy guapo.
               -Está buenísimo, en serio.
               Kayla sonrió.
               -Y ahora, ¿cómo vas a hacer para mantener ese ritmo de vida? Viniendo a entrenar, yendo al instituto, participando en sesiones de fotos como lo hacías en Nueva York…
               -Me las apañaré con él-respondí, que quería mantener a Tommy, mi pequeño secreto, sólo para mí. Para mí y para Zoe, evidentemente.
               No iría contando que había encontrado la Cueva de las Maravillas así como así. No quería que alguien intentara quitármela.
               Antes, no me habría ni preocupado porque otra intentara coger lo que era mío, pero ahora ya no tenía las cosas tan aseguradas. Para empezar, él no era “mío”. Nos acostábamos porque yo era guapa y le ayudaba a olvidar, vale.
               Pero yo no quería olvidar lo que era tenerlo encima, debajo, o a mi lado.
               -Espero que te trate bien.
               -De lo contrario, no me abriría de piernas. Dios me ha dado dos manos, y he aprendido a usarlas.
               Kayla se echó a reír.
               -No sé de dónde os sale, pero las americanas estáis hechas de otra pasta.
               Me encogí de hombros, recogí las cosas y me fui a las duchas. Me recogí el pelo en un moño apresuradamente y cerré los ojos cuando el agua me recorrió todo el cuerpo, recordando la primera vez que me acaricié pensando en él.
               Sin querer, mi cabeza viajó hasta hacía un par de días, cuando había salido a dar una vuelta con Layla con el pretexto de que ella me enseñara el barrio. Lo que queríamos, en realidad, era estar solas e intercambiar opiniones.
               Apenas habíamos girado la esquina del edificio que se había convertido en su piso franco cuando confesó:
               -He besado a Tommy.
               Se miraba los pies y entrelazaba los dedos de la mano una y otra vez en un gesto de nerviosismo que no hizo más que causarme ternura.
               -Me lo ha contado-dije yo-. Bueno, que él te besó a ti. Ya sabes cómo son los hombres: les gusta darse méritos.
               Me había cabreado y jodido en lo más profundo, bastante más de lo que había pensado, cuando Tommy me lo contó. Pero parecía realmente arrepentido, en sus ojos había vergüenza… y tenía que valorar el que no hubiera cerrado el pico e intentado seguir metiéndose en mi cama como si nada, cuando bien podría convencer a Layla de que no me dijera nada o impedir incluso que la creyera. Yo lo haría, evidentemente, pero no tenía por qué estar de más intentarlo.
               Sólo es sexo, me recordé cuando me lo contó él. Sólo es sexo, sólo os acostáis, le tienes cariño porque vives con él y es amigo tuyo, pero no te equivoques, nena: folláis despacio, no hacéis el amor. Llámalo como quieras, pero folláis despacio.
               -Lo hice yo también. En serio, Diana.
               -No pasa nada-respondí, encogiéndome de hombros. Fingí que no me importaba y conseguí que no lo hiciera. De tantas veces que tías con complejos se gritan que son guapas cada mañana en el espejo, se lo acaban creyendo, aunque tengan una nariz que pueda despertar el ritual de apareamiento de unos tucanes si se atreven a ir al zoo.
               -No quiero interponerme entre vosotros, Didi, de verdad, así que perdona.
               -No hay nada que perdonar. Entre él y yo no hay nada.
               Me contempló en silencio con aquellos ojos castaños con visión de rayos X. mi alma se estremeció ante su escrutinio, pero yo le sostuve la mirada, un poco desafiante.
               -Sabes que eso es mentira-dijo por fin-. Sabes lo que es despertarte y tenerlo al lado-sí, joder, y es precioso querer abrazarlo, hacerlo, que él sonría, se despierte y te bese en los labios-. Que te abrace mientras duermes-uf, cuando hace eso, quisiera ser virgen para entregarle mi virginidad-. También sabes qué es… bueno, estar con él como yo no voy a estarlo nunca.
               -He dormido con él un par de veces-admití, y todas a escondidas, pero a los dos nos daba igual. Somos esos fans que se inflan a ver tráilers de la película que están esperando con impaciencia y que viven y sufren cada segundo del minuto y medio que suelen durar-. Y llevaba mucho tiempo sin dormir desnuda.
               Eso era mentira, lo hacía cada fin de semana en Nueva York… pero la mayoría de las veces se debía más a las drogas que a mis acompañantes.
               -Sienta bien, ¿verdad?-murmuró Layla, volviendo a echar a andar-. Quiero decir, sentir que está a tu lado, cuidándote.
               -Sí…-y me noté sonreír. A pesar de que yo no necesitaba que me cuidaran, sino que los demás se cuidasen de mí. Pero aun así. Sí, sentaba la mar de bien que te mirase a los ojos mientras te lo hacía, y no al culo o las tetas o donde fuera como hacían los demás. Podías verte reflejada en ellos-. Pero, cariño-le dije, cogiéndola de la mano y sosteniéndola entre las mías. Se detuvo y me miró a los ojos-, Tommy no es de nadie. Ojalá fuese mío-me reí, ella sólo sonrió, un poco sobrepasada por la situación, porque realmente creía que yo era su dueña o algo por el estilo-. Y, aunque lo fuera, te lo dejaría las veces que tú quisieras. Podemos compartirlo.
               Su sonrisa se amplió un poco, al igual que la tristeza de sus ojos.
               -¿Querría él?-fue lo que respondió.
               Una cremallera abriéndose y cerrándose me sacó de mi ensoñación. Sí, claro que querría él. Mírate. Míranos. Aunque yo fuera demasiado, seguiría queriendo más. Siempre quieren más.
               Me vestí rápidamente y me encaminé al ascensor. Me esperaba un coche que me llevaría directamente a casa, porque a Kayla le gustaba mimarnos, y a Victorias, más aún. Me sonaba el conductor; era el mismo que se ocupaba de traernos y llevarnos a mamá y a mí en las Semanas de la Moda londinenses desde que yo era una cría.
               -¿Mucho cansancio, señorita Diana?
               Asentí con una sonrisa.
               -Seguro que la esperan con impaciencia en casa.
               -Tengo ganas de volver, pero no se lo digas a mi madre, Alfred.
               Tenía una pita muy similar a Donald Sutherland en Los Juegos del Hambre, pero no dejaba de ser como un tierno abuelito al que confiarle todos tus secretos. Nada de lo que dijera en ese coche saldría de allí.
               -¿Me salto algún semáforo?-dijo, riéndose, y yo le imité.
               -No, creo que podrán soportar mi ausencia.
               -Lo bueno se hace esperar.
               Y que lo digas.
               Recogí la bolsa, le agradecí que me llevara, como siempre, y prácticamente volé el trayecto que separaba la puerta de la casa del asfalto sobre el que se deslizó en absoluto silencio el coche, con los ojos de Alfred aún clavados en mí, por si acaso lo necesitaba.
               El vehículo aceleró en silencio cuando Erika me abrió la puerta. Me habría hecho más ilusión que fuera su hijo, porque tenía muchísimas ganas de estar con él, besarlo y sentir cómo me rodeaba con esos brazos tan fuertes pero suaves mientras me devolvía el beso, subir como pudiéramos a mi habitación o la suya, quitarnos la ropa y demostrarnos el uno al otro que nos habíamos echado de menos en serio…
               … pero para eso ya tendríamos la noche, me dije. Igual que la habíamos tenido el domingo, cuando yo subí a la cama y, hablando con Zoe por el móvil, vi que él también estaba conectado. La conversación fue sencilla.
               -¿Estás despierto?
               -No-fue su respuesta casi al segundo de que yo mandara la mía.
               -¿Quieres que baje?
               -No lo sé, ¿sigo castigado?
               -… tal vez-y un diablo morado sonriente. Le dije a Zoe que me largaba a dormir; ella me respondió que ni se me ocurriera tragarme demasiado mientras se la chupaba a Tommy, yo la mandé a la mierda, y nos despedimos con un millar de corazones de diferentes formas y colores. Todos tenían el mismo tamaño.
               Tommy había sonreído cuando abrí la puerta con decisión y la cerré detrás de mí.
               -Creía que era broma.
               -Con quién paso mis noches no me lo tomo a broma-dije, encendiendo la luz y desanudándome el albornoz. Se incorporó un poco para verme mejor, y cuando lo hizo, me lo abrí y lo dejé caer.
               Él se relamió los labios inconscientemente mientras me acercaba a él. Puso una mano en mi muslo, yo me senté a horcajadas sobre él, y disfruté de cómo sonreía cuando sus dedos se deslizaron por mi anatomía.
               -Me estoy ganando a pulso que mis padres me maten-susurró, acariciándome. Me incliné hacia su oído y musité:
               -Vámonos al cielo antes de tiempo-repliqué, quitándole la camiseta y disfrutando de la visión de su pecho.
               Diana. Tía. No empieces. Ahora no podéis.
               -¿Vienes cansada?-sonrió Erika, haciéndose a un lado para que pasara.
               -No te haces idea. Cualquiera diría que Kayla nos odia.
               -Tal vez lo haga-sugirió mi anfitriona, encogiéndose de hombros.
               -¿Estás sola?-pregunté, porque la casa se hallaba muy vacía.
               -Louis tiene no sé qué puñetera reunión del colegio-explicó-, y los críos… por ahí andan. Con Tommy. Vas a tener que compartirlo.
               -Tengo deberes atrasados-contesté. Lo mejor para bajarme la libido eran unos cuantos ejercicios de matemáticas.
               -Si quieres compañía, estoy en el comedor-ofreció, y allí fui después de dejar mis cosas y coger la mochila del instituto. En Inglaterra no daban tanta caña como en Nueva York, pero aun así me veía bastante pillada por toda la materia que no había dado. Y, para colmo, la que había dado por adelantado en Nueva York no me servía para tener horas libres aunque, ¿para qué las quería?
               Desparramé mis cosas por encima de la mesa rectangular, en el otro extremo de donde se situaba Erika con el ordenador y un par de carpetas con distintos gráficos, y me puse a trabajar. De vez en cuando levantaba la vista y contemplaba a los hermanos disfrutando de un sol de noviembre inesperado. Eleanor se había sentado en una de las hamacas que los Tomlinson no se habían molestado en guardar después del verano y miraba de vez en cuando a sus hermanos, apartando dos segundos la vista del libro que tenía entre manos, para luego volver a bajar la mirada.
               Fruncía el ceño con la luz igual que lo hacía su madre, y abría los ojos con cosas interesantes o difíciles de entender de la misma forma en que lo hacía la mujer que tenía sentada frente a mí.
               Tommy, Dan y Astrid jugaban en una zona con rejillas para impedir que el césped se emocionara creciendo al baloncesto. Los pequeños habían hecho un equipo y querían machacar a Tommy, que se dejaba ganar a posta para no hacerles perder la ilusión. Perdía balones que estaban cantados, fallaba tantos con demasiado descaro como para no ser a propósito, y protestaba cuando los demás hacían pasos sólo después de que hubieran metido a la canasta.
               Erika levantó la mirada, clavó sus ojos castaños en mí, luego en sus hijos, y volvió a bajarla a su ordenador. Tecleó algo en él.
               Mordí el capuchón de mi bolígrafo cuando Dan y Astrid tiraron a Tommy al suelo y forcejearon con él para conseguir la pelota. Él se echó a reír, se levantó de un salto y se frotó las piernas y el culo (mmmmm), librándose de la hierba que sus hermanos le habían pegado a la ropa.
               Su venganza consistió en un mate; Eleanor puso los ojos en blanco, miró la pantalla de su móvil y siguió leyendo. Dan y Astrid aplaudieron con entusiasmo; Dan recogió la pelota y saltó para intentar meterla, queriendo imitar a su hermano.
               Tommy lo cogió, se lo puso a los hombros, recibió la pelota que le lanzó Astrid como pudo, se la pasó al pequeño y se acercó a la canasta. Saltó agarrando a su hermano de las piernas para evitar que se cayera y se echó a reír, con Ash y Eleanor, cuando Dan se quedó colgado de la canasta por haberse aferrado durante demasiado tiempo al aro. Había sido más fuerte que la gravedad.
               -¡Tommy! ¡AYÚDAME!-chilló el chiquillo, pataleando. Erika levantó la cabeza y cogió aire para echarle a su primogénito la bronca del siglo, pero lo soltó tranquila cuando vio que Tommy se acercaba a su hermano y estiraba los brazos.
               -Pero, ¡tírate, hombre!
               -¡AY DIOS MÍO, TOMMY, ESTOY MUY ALTO, SUBE A BUSCARME!
               -Tírate, Dan, que yo te cojo-le dijo, todo tranquilidad. Dan miró hacia abajo y gritó de alivio cuando Tommy le cogió el pie-. ¿Ves? Te tengo.
               -No me sueltes, ¿eh?
               -Que no.
               -Si me sueltas, se lo diré a mamá.
               -Seguro que me da las gracias si te suelto porque se te arreglará la cara.
               -¡¡Tommy!!-bramó el chiquillo. Tommy le hizo cosquillas en la tripa y Dan empezó a reírse a carcajadas, llamando a su madre tanto en inglés como en español. Erika se levantó, abrió la puerta corredera y ordenó:
               -Bájalo de ahí, T.
               Lo había castigado, estaba cabreadísima con él aún por lo del fin de semana, pero seguía siendo “T”.
               -Pero, ¡si no me deja! ¿Qué quieres que haga? ¿Que tire de él?
               -Suéltate, Dan, que tu hermano te coge.
               -¡AY MAMÁ POR FAVOR, AYÚDAME!
               Eri puso los ojos en blanco y se apoyó en el cristal, pero contuvo la respiración cuando Dan se armó de valor para soltarse y se precipitó por el aire, deteniéndose en el último momento a diez centímetros del césped. Tommy lo tenía bien sujeto.
               -¿Adónde ibas tú?
               -EL DÍA QUE SE TE CAIGA TE JURO POR DIOS QUE TE MATO-bramó Erika, fuera de sí.
               -Lo tenía bien agarrado, mamá.
               -¡QUE ME DA IGUAL, THOMAS!
               Vaya, ya no era “T”.
               -Está bien, ¿a que sí, campeón?
               -¡¡¡¡Otra vez!!!!-exigió Dan, aplaudiendo con las manos y tirándole a Astrid del pelo, quien le soltó una bofetada por tan gran ofensa.
               -¡Ahora es mi turno!
               -¡Tú ni siquiera querías jugar a baloncesto!
               -¡La pelota es MÍA!-chilló la niña.
               -¿Desde cuándo, fiera?-bufó Eleanor-. La pedí yo para Reyes.
               -Usucapión-explicó Astrid. Era su término favorito de los que le había oído a Sherezade jugando en casa de ella mientras la madre de Scott y Sabrae leía varios impresos de algún caso particularmente difícil. Venía del derecho romano, según les había explicado a las benjaminas de la casa, y consistía en que, quien usaba una cosa como si fuera su dueño, terminaba convirtiéndose en tal pasado un tiempo.
               Así, el balón que una vez había sido de Eleanor había pasado a ser de Astrid porque la pequeña lo había usado como propio durante el tiempo previsto.
               -¡Mamá!-gritaron todos a la vez; Erika alzó las manos.
               -No estoy-dijo, y se metió dentro, cerrando la puerta. Se sentó en su silla y trató de ignorar la pelea de sus hijos. La paró Tommy, diciendo que, sin tregua, no habría más mates. Los dos se callaron y se dieron un beso en la mejilla.
               -Ahora otro a mí, o me pongo celoso-dijo él, acuclillándose y sonriendo cuando sus hermanos obedecieron. Eleanor se lo tiró desde lejos-. Contigo no, bicho.
               -Gilipollas.
               Seguí mirándolos mientras Tommy hacía lo que sus hermanos le pedían; Dan, que girara la pelota sobre un dedo; Astrid, que la cogiera en brazos para hacer otro mate… Dan, que volviera a coger a Astrid y la tirara a la piscina.
               Astrid se aferró como si su vida dependiera de ello a los brazos de su hermano.
               Ser hija única no había sido una mierda hasta que no vi a los Tomlinson jugando.
               Me entristeció un poco tener que cruzar calles para disfrutar de tardes así cuando ellos, lo más que tenían que hacer, era levantarse cada mañana. Bueno, y los mayores, esperar a que nacieran los pequeños.
               No era justo que unos tuvieran tanto y otros tan poco.
               Además, Tommy estaba tan guapo riéndose con sus hermanos… conmigo no se reía así. Yo no recordaba que se hubiera reído así. Y quería que lo hiciera. Le sentaba bien, su sonrisa era una taza de chocolate caliente que te tomas mientras aún ascienden nubes de vapor de ella y contemplas la Quinta Avenida abajo, desde tu ventana, con los pies descalzos y un jersey más suave que el terciopelo.
               -A Tommy le encantan los niños-observé, ganándome a pulso el perpetrar ese dicho de que las rubias eran tontas. Claro que yo no era rubia de verdad, pero aun así.
               -Qué remedio le queda-fue la respuesta de su madre-. Era eso o vivir amargado por tener 3 hermanos.
               -Será un buen padre-comenté, sin darle más importancia. Si ya trataba así a sus hermanos, ¿qué haría con sus hijos, a los que se suponía que iba a querer más?
               Esta vez, Erika sí que levantó la mirada, una mirada ligeramente achinada por la sonrisa que se escondía tras la pantalla del ordenador, que hacía las veces de burka. Miró a su hijo con orgullo.
               -Sí-asintió-. Y tú también serás una buena madre.
               Me puse roja como un tomate.
               -Yo no quiero tener hijos-rebatí-. Te dejan horrible. Sin ánimo de ofender-me apresuré a añadir, porque, hola, señora, has tenido 4 putos embarazos.
               -¿Ofender? Oh, cariño, me dejaron todos unas estrías que parezco una jodida libreta cuadriculada. No sabes hasta qué punto tienes razón.
               -Mamá consiguió quitárselas-dije, y sentí un pinchazo en el corazón al pronunciar la primera palabra. Mamá. Me pregunté cómo estaría, y luego me enfadé conmigo misma por preguntarme qué tal estaba. Me importaba una mierda.
               Si se sentía un poco mal (que lo dudaba bastante), se lo había buscado ella.
               -Tu madre tuvo una hija. Yo tuve 4. Al margen de que a ti te tuviera casi un mes más tarde de lo previsto.
               -¿Cómo lo sabes?
               Sonrió con tristeza.
               -Todavía era íntima de tu madre cuando te fuimos a ver al hospital. Luego, bueno… dejaron de hacerse giras, Alba y yo fuimos a la universidad, y tus padres compraron el ático y se mudaron allí. Y luego, Alba se fue al norte. Es complicado llevarte igual con alguien con quien has convivido las 24 horas del día una vez que el único modo de contacto que tengáis pase a ser el teléfono.
               Miré la hoja a medio escribir en la que había copiado los enunciados. De repente, no tenía ganas de hacer nada más que tumbarme en la cama y dormir.
               -Deberías llamar a tu madre-aconsejó Eri. Levanté la cabeza.
               Tumbarme en la cama y morirme, más bien.
               -No tengo nada que hablar con ella-cerré el libro y saqué otro. Mira, música. Qué oportuno.
               -¿Le has contado lo de Victoria’s Secret?
               -Prefiero que se lleve la sorpresa cuando se emita el show.
               -Entonces, háblale del viaje. De los amigos que estás haciendo. Del acento que tienen aquí.
               -Es el que tiene ella. Lo finge para parecer sofisticada. Puede que por eso no me enseñara a hablar español.
               -El francés es el idioma internacional oficial, y sabiendo inglés tampoco necesitas aprender otro idioma.
               -Entonces, ¿por qué se lo enseñaste a tus hijos?
               -Porque quiero tener con quién hablar en el idioma que tiene la obra más traducida de todos los tiempos.
               -¿No era la Biblia?
               -En realidad, es El Quijote.
               Abrí el libro por una página aleatoria, bastante más avanzada de la que tocaba. Ella suspiró. Seguro que sus críos no eran tan difíciles de controlar como yo. Bueno, pues le tocaba prepararse.
               No se lo iba a poner nada fácil.
               -Pues llámala sólo para preguntarle qué tal está.
               -Me importa una mierda como esté, sinceramente. Igual que mi padre. A los dos les importo una mierda, pues ellos a mí, el doble-gruñí. Pasé una página con tanta rabia que la dividí en dos trozos inmensos.
               -No te equivoques, Diana-espetó-. Tus padres te adoran. Te quieren lo suficiente como para ponerte por delante de sus deseos y hacer lo que es correcto incluso cuando saben que es lo que más les duele.
               -Cuando algo te molesta, lo apartas de tu lado.
               Era lo que yo hacía siempre. Para una vida de mierda que nos tocaba, no iba a conformarme con aguantar tonterías si podía evitarlas.
               -Cuando quieres a alguien pero no está bien, renuncias a tenerlo a tu lado para seguir teniéndolo.
               La miré.
               -¿Eso es lo que hizo Louis contigo cuando te dejó? ¿Por eso te abriste las venas? ¿Para tenerlo más tiempo a tu lado?
               Se echó a reír.
               Dios, empecé a odiarla. Se rió como si le hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.
               -¿Es lo mejor que tienes para decirme?
               -A mí me parece bastante fuerte, sinceramente.
               -Qué lástima, Didi. Dejó de joderme que me recuerden que intenté suicidarme cuando tenía tu edad hace como…-miró al jardín-. Diecisiete años.
               Yo también miré al jardín. Tommy echaba unas canastas, ahora solo, mientras Astrid y Dan se acurrucaban alrededor de Eleanor, que les leía en voz alta las páginas de su libro.
               -¿Porque te convertiste en madre?-sugerí.
               -No. Porque en el momento en que di a luz a Tommy supe a ciencia cierta que no estaba muerta por dentro. Con Louis lo sospechaba, pero... con Tommy se me confirmó. Una gilipollez que haces en un momento puntual y que cambia el curso de tu vida no define quién eres. Las cosas que creas, que traes a este mundo y las que haces con ellas y contigo misma, sí.
               -Creo que voy a llamar a mi madre para contarle lo de la campaña pro-vida que te estás montando.
               Se reclinó en el asiento y cruzó las piernas.
               -Háblale de paso de Tommy desde tu perspectiva.
               Alcé las cejas.
               -¿Cuál es?
               -No sé. Dímelo tú. Seguro que la variáis.
               Levantó las cejas un segundo, como diciendo “¿qué, americana? ¿Creías que ibas a ganar? Pues vas guapa”.
               Noté cómo mi cara se enfriaba cuando toda la sangre, y por tanto el color, huía de ella.
               -No entiendo por qué os sorprendéis todos tanto. La hija de puta de las tres siempre se supo que era yo-se encogió de hombros-. O, ¿acaso os creíais que no me iba a enterar? Puede que me enterase incluso en el mismo día.
               -¿Cuándo?-tanteé.
               -El domingo pasado.
               -Uf. Casi. El jueves. Mi primer jueves aquí.
               -No pierdes el tiempo-replicó, sonriendo.
               -La vida es corta-me excusé-, pero, ¿cómo?
               -Os veo cuando os miráis pensando que no lo hago. Lo noto más feliz desde que tú estás aquí. Puedo decir el nombre de Megan sin preocuparme de que se encierre en su habitación con los auriculares puestos a todo volumen a pensar formas de hacer que las voces de su cabeza, que le detallan qué está haciendo ella y con quién en ese momento, se callen. Os oigo cuando visitáis la habitación del otro en plena noche mientras Louis duerme. Al menos sois más listos que él-puso los ojos en blanco-. Pero no os culpo de nada. Es natural. Sois jóvenes, sois guapos, vivís juntos, y lo más importante es que no hay nada que os ate. Yo no os lo habría recomendado-reconoció-, pero tampoco me habría recomendado a mí misma hace 20 años enamorarme de un inglés.
               -¿Por qué?-pregunté.
               -Mi hijo no te conviene.
               -¿Él no me conviene a mí o yo no le convengo a él? ¿Quién es el que no es lo bastante bueno para el otro?
               -Ninguno de los dos-replicó sin vacilar; podría ser embajadora-. Pero mi hijo está roto por dentro, Diana. Está destrozado y por más que lo intente no hay nada que pueda hacer para arreglarlo.
               -Yo podría…-empecé, porque no me entraba en la cabeza nada mejor que ayudar a otra persona para ayudarme a mí. Sacarlo a él a la superficie para que luego tirase de mi cuerpo y mis pulmones se llenasen de aire de nuevo.
               -Tú también estás rota. Da lo contrario, no estarías aquí. La diferencia entre tú y él es la profundidad… y que él vive recordándoselo mientras tú, simplemente, no sabes hasta dónde llega. Y tampoco te importa demasiado el no saber.
               -Todo esto, ¿me lo dices porque me voy a ir?
               -No, cariño-sonrió con tristeza. Tenía la misma sonrisa triste que Tommy: él la había heredado de ella-. Te lo digo porque estás aquí.
               La miré en silencio durante un rato, rato en el que ella no bajó la mirada, ni dio muestras de alegrarse de haber ganado aquella especie de discusión silenciosa. Elevó un poco la comisura del labio, se apartó el pelo de la cara y respiró hondo por la nariz.
               Me picaban los ojos.
               Miré al jardín. Me apetecía que Tommy me abrazara. Si podía calmar a Layla, también podría hacerme sentir mejor a mí. Explicarme por qué tenía un nudo en el estómago por primera vez en mi vida debido a una persona diferente a la mía, por qué aquella sensación de malestar en mi interior la primera vez que me acosté con alguien (bueno, decir “que me follaron” sería más correcto) había regresado cuando aquella persona de mis recuerdos ya ni siquiera existía. Una sobredosis se había encargado de ella.
               Los ojos me escocían, y me odiaba a mí misma por permitir que eso sucediera.
               Erika se incorporó por fin, se acercó a mí y se sentó en la silla que tenía más al lado. Me cogió la mano y me acarició los nudillos con el pulgar, tan despacio que me hizo perder 10 años. Volvía a tener 6 y lloraba en la acera de la calle nevada después de patinar con la bicicleta el segundo día en que salía con ella tras quitarme las ruedas de apoyo, y mamá se inclinaba hacia mí, me besaba en la mejilla y me acariciaba la rodilla.
               -No te preocupes, mi amor, se te pasará en seguida.
               No, se equivocaba, no se me iba a pasar en la vida. No me iba a olvidar nunca de por qué estaba allí. Toda la vida me perseguiría ese “no estés con él”, o con ella, o con quien fuera, porque por mucho que me dijeran que los demás no eran lo suficientemente buenos para mí, yo sabía la verdad: era yo la que no era buena para los demás.
               Me había ganado el ir a Inglaterra a pulso.
               -Hay algo más-dijo la que se suponía que tenía que sustituir a mi madre, la que se había dado por vencida conmigo y me había alejado de todo lo que yo más quería para que dejara de destruir todo lo que tocaba.
               Erika no se merecía que también destrozara a su hijo, pero él me hacía sentir tan bien por dentro, y sabía cómo tocarme para hacer que me deshiciera hasta en mi última molécula…
               Levanté la mirada para observarla. Algo en mi interior me decía que podía confiar en ella, tratarla como a la segunda madre que se suponía que tenía que ser, lo más parecido a mamá que pudiera. Al menos, antes de que las exigencias de madurez se hicieran con el control y los abrazos pasaran a ser un bien escaso.
               Creo que por eso me gustaba tanto estar con Tommy. Si yo se lo pedía, él me abrazaría. Y en sus brazos no podría alcanzarme nada malo de lo que no pudiera defenderme.
               La estudié atentamente acostumbrándome a su cuerpo, a las curvas que hacía. Era muy diferente de lo que acostumbraba a ver en mi entorno. No era Chanel, se trataba más bien de Dior: una figura de curvas que sacrificaba la elegancia en detrimento de la sensualidad. Y, aun así, su forma de mirarme era cálida como un día de verano en el que te tocaba ponerte un bikini y dar brincos detrás de algún guitarrista o cantante para su siguiente videoclip de ese single que, de no ser por las extras, haría aguas antes de botarse.
               Su actitud era la de la casa de la doble C, cercana y tierna, pero lejos de ese toque de pueblo que tanto me echaba para atrás.
               Sin menospreciar, eso sí, su figura. Aunque me gustaba más el cuerpo de mamá, que sabía llevar con elegancia cualquier cosa, tenía que reconocer que pocas mujeres tenían su cuerpo, ya no digamos mujeres que hubieran tenido hijos.
               Pero no iba a estar a mi nivel. Nadie nunca estaría a mi nivel. Me tocaba estar sola. Al fin y al cabo, sólo era un ama de casa cuya estrella, de haber existido realmente, había dejado de brillar hacía mucho tiempo.
               -Puedes contar conmigo, niña-dijo, apartándome el pelo de la cara y colocándomelo detrás de la oreja. Sus ojos cambiaron un momento de color, se volvieron verdes, sus labios se estiraron y afinaron un poco. Era papá.
               Papá… me escuché decir de pequeña, y los ojos empezaron a escocerme más y más.
               -Tu madre confía en mí. Y nada de lo que hayas hecho superará las cosas que ya han sucedido. No planeas la extinción de ningún grupo social, ¿cierto?
               Negué despacio con la cabeza.
               -Me lo parecía.
               Justo cuando sus manos se retiraron de las mías, bajé los ojos, y pude verlas. Estaba tan acostumbrada a su visión en el instituto que no se me pasó por la cabeza que hubieran existido antes, aun sabiendo que lo habían hecho… porque estaba claro que tenían tiempo.
               Pequeños cortes sonrosados, un tatuaje que antes había formado una d minúscula y que ahora se dividía en una c y l bien separadas por una línea que perseguía, como una cordillera, las venas que se entreveían por debajo…
               Nada más verlas, ser verdaderamente consciente de lo que Erika había hecho hacía tantísimo tiempo, me di cuenta de por qué, de todos los hogares del mundo a los que acudir, mamá me había enviado a ese.
               Una persona a la que le han dado una segunda oportunidad no va a darse por vencida así como así.
              

Se giró y me abrazó la cintura. Me acarició despacio el ombligo y me besó el hombro.
               -Te pasa algo-dijo por fin. Negué con la cabeza, cogiéndole la mano y siguiendo con los dedos la forma de los suyos.
               -Echo de menos Nueva York-expliqué. Si fuera sólo eso
               Después de casi echarme a llorar delante de Erika, pero controlarme en el último segundo y asentir cuando ella se ofreció a marcar el número de mi casa, me había sentado en la cocina con el auricular en la oreja y los dedos enredándose en un cable larguísimo, de varios metros de longitud.
               Respondieron a los tres toques; fue mamá, directamente, la que levantó el teléfono. Debió de reconocer el número.
               Dijo algo en español; reconocí el diminutivo de Erika y una pregunta.
               -Mamá-fue mi respuesta, y cambió al inglés. Y se echó a llorar. Y a mí me dio muchísima rabia tener que escuchar cómo lloraba, porque era yo la que estaba lejos de mi familia y mis amigos, de mi ciudad, de mi país, la que había tenido que adaptarse a contrarreloj a un estilo de vida radicalmente opuesto al mío…
               Lo único bueno de mi exilio había sido Tommy.
               -Te echo tanto de menos, mi amor, no te haces una idea de lo vacía que está la casa sin ti…-dijo, y yo le espeté enfurecida que si lo hacía era porque ella quería, pero no me escuchó, o fingió no hacerlo-. Harry. Harry. Es tu hija.
               Se pelearon por coger el teléfono, finalmente papá consiguió decirme un par de palabras y que me quería antes de que mamá recuperara mi atención. Me contó lo que había hecho, lo mucho que me echaba de menos, cómo Zoe venía de vez en cuando a verlos porque así sentían que yo seguía allí, cómo Zoe a veces se pasaba por la agencia y preguntaba por mis trabajos pendientes, las vacaciones forzadas de Kristen mientras yo estaba en Inglaterra (así que no sabía nada del desfile ni había llegado a sus oídos que yo había empezado a trabajar por libre en la Madre Patria), los nuevos diseños, que me mandaría por correo para que le diera mi opinión…
               -¿Erika sabe por qué estoy aquí?-la corté, limpiándome las lágrimas. Me estaba haciendo muchísimo daño escucharla hablar como si me hubiera ido yo por cuenta propia, y no me hubiera echado ella. Se calló durante diez segundos que se me hicieron eternos.
               -Claro, tesoro, hablé con ella el día en que llegaste. Antes de que bajaras del avión. ¿Es que no te cuida?
               -Sí, claro. Pero… antes dijo algo… estaba hablando con ella…
               -Sabe que te tiene que cuidar-informó.
               -Pero, mamá, ¿le has dicho qué he hecho para estar aquí?
               Más silencio.
               -Mamá.
               Siguió callada. La escuchaba respirar.
               -Mamá, por favor-supliqué, y yo también me eché a llorar.
               -No puedo decirlo en voz alta, Diana. Eres mi niña.
               Soy tu niña y me has mandado a un océano de distancia. Claro que sí.
               -Si no le has dado la carta…
               -La rompí. Intenté leerla, pero no la entendía. ¿La pusiste en español por eso?
               -La puse en español porque no podía escribirlo en inglés. El sobre marrón estaba en inglés.
               -Vale-susurré.
               -¿Por qué? ¿Te ha preguntado algo?
               -No-dije, limpiándome las lágrimas-. No, no. es sólo que… tenía curiosidad.
               -Mi amor. Mi vida. No te preocupes. No tienes que contárselo. Estás ahí para estar tranquila. Puedo intentar decírselo yo, o que Harry se lo diga a ella o a Louis, o escribirle otra carta…
               -No lo hagas-le pedí. Si ya era reticente a que me acercara a la única persona que me hacía estar bien, imagínate cuando se enterara del motivo de mi estancia allí-. No hace falta.
               -Mi amor…-musitó mamá.
               -Tengo que ir colgando. Me mandan un montón de deberes.
               -¿Y los haces?-inquirió, sorprendida. Asentí con la cabeza y luego dije que sí, recordando que no estaba conmigo-. Muy bien, cariño, estoy orgullosa de ti-eso era nuevo. Una portada en Vogue septiembre no era para tanto, pero hacer una mierda de ejercicios, sí-. Te quiero. Tu padre también. Te queremos los dos. Estate tranquila. Todo va a arreglarse.
               -Está bien. Adiós-dije, y colgué. Me quedé sentada mirando el vacío, sin escuchar, sin oír, sin pensar, sólo respirando.
               Tommy entró en la cocina a beber de la botella de agua que guardaba en la nevera, a pesar de ser finales de noviembre. Se detuvo en seco y se me quedó mirando. Yo levanté la vista.
               -¿Didi? ¿Qué te pasa?
               Me limpié las lágrimas de las mejillas.
               -Ey. No llores, tesoro. ¿Qué te pasa? Me lo puedes contar.
               -¿Tu madre?-pregunté.
               -Ha ido a comprar no sé qué. ¿Para qué la necesitas?
               -Para que no esté-susurré-. Cógeme de la mano. Llévame a mi habitación. Desnúdame y acuéstate conmigo. Como si estuvieras enamorado de mí-y terminé de destrozarme por dentro cuando añadí:-. Como si fuera Layla la que te lo pidiera y no yo.
               Hizo lo que le pedí excepto por una cosa. Me lo hizo como si fuera yo la que se lo hubiera pedido y no Layla.
               Me lo estaba poniendo muy difícil para que no me aterrorizara la sola idea de que Erika encontrara la carta metida dentro de la funda de la almohada, la leyera, y decidiera que no quería a un monstruo como yo cerca de sus hijos. Cerca de Tommy.
               Subió la mano hasta mi mandíbula y me obligó a torcer la cara para mirarlo. Me tumbé sobre la espalda y clavé mis ojos en los suyos.
               -¿Me lo vas a contar?
               -No. Es muy patético.
               Expulsó una risa por la nariz.
               -Sabes que me puedes contar lo que sea, ¿no? No sólo nos acostamos. Somos amigos.
               -Ya lo sé-respondí, y me pasó el pulgar por los labios. Bajó sus ojos allí donde me acariciaba y me besó.
               -Lo que me dijiste antes de Layla…
               -Fue sin pensar.
               -Perdona.
               -No hay nada que perdonar. Yo no soy tu novia. Puedes hacer lo que quieras con quien quieras.
               -No voy a hacer nada si te hace daño, pequeña.
               Pequeña.
               Me estremecí.
               -No deberías privarte de cosas sólo por no disgustarme. Me voy a ir.
               -Todas lo hacéis-respondió él, besándome el cuello-. Eso no significa que pueda ir por libre haciendo el gilipollas y dañando a cuanta más gente mejor porque al final del día me voy a quedar solo de todos modos.
               Su boca llegó a mi ombligo. Cerré los ojos y enredé los dedos en su pelo.
               Cuando los abrí, se había separado de mí y recostado de nuevo a mi lado. Paseé los ojos por su cuerpo, y mis manos lo siguieron. Él sonrió.
               -Ven-dijo, tomándome de la cintura y pegándome a él. Metí la cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro e inspiré. Ninguno con los que me había acostado había olido tan bien, por muchas colonias caras y con hormonas para excitar a las mujeres que se pusieran.
               Qué estás haciendo, Diana.
               -Coge mi móvil y llama a Scott.
               -No hasta que me cuentes qué te pasa.
               -Tommy-murmuré, pero mi voz sonó firme-. No te equivoques. Que follemos y salgamos de fiesta y tengamos ganas de regresar antes a casa para volver a follar no implica que te lo vaya a contar todo.
               -¿Ni siquiera lo que necesitas contarme?
               Era un puñetero sol. Qué asco me daba. No se cabreaba conmigo cuando no tenía que hacerlo para darme una excusa y hacerme la digna.
               -Estoy cabreada.
               -Así me gusta, que cooperes con el psicoanálisis. ¿Por qué?
               -Es patético-repliqué.
               -No, patético es que mi padre se cabree cada vez que pierde el equipo de fútbol de Doncaster como si acabaran de perder la Champions o algo así. No son buenos. Debería asumirlo. Tú no puedes ser patética.
               Se me volvió a formar el nudo en el estómago mientras escogía las palabras. ¿Cómo se lo digo y que sea verdad? ¿Qué puedo decirle que sea también mentira?
               ¿Cómo le pongo nombre a algo sin terminar de crearlo?
               -Cuéntamelo, pequeña-dijo, besándome en la frente, en la nariz, en los labios-. Enrique VIII murió hace mucho. Ya no les cortamos las cabezas a nuestras reinas.
               -T.
               -Mm-asintió.
               -Te estoy empezando a coger cariño.
               Sonrió, y su sonrisa escaló a sus ojos, y en aquellos ojos había galaxias y no océanos, galaxias azules que tenían vida en su interior, vida inteligente que lograba producir arte.
               Un arte que no se podía comparar con cómo me hacía sentir él.
               Yo también sonreí. Porque estaba desnuda y él también, en la cama y él también, acariciándolo y él a mí.
               -Y yo a ti.
               Nos besamos y nos acariciamos escuchando la respiración del otro, que resultó sonar muy bien.
               -Didi.
               -Mm.
               -¿Te das cuenta de los rodeos que damos para decirnos que nos queremos?
               Le acaricié los brazos.
               -Tú sólo bésame.
               Pero hizo más que besarme. Me acarició, me besó, se metió entre mis piernas y entró encantado cuando yo lo recibí con más entusiasmo aún. Layla tenía razón, sí que sentaba bien estar con alguien a quien le tienes cariño, que sabes que te va a tratar bien, como te mereces, que te respeta…
               … y te corresponde.
               Más o menos.
              

Cuando volví de entrenar, él me esperaba tirado en el sofá, con las piernas peleándose con las de su padre para ganar sitio. Louis gruñó cuando algún defensa no consiguió detener el balón, pero asintió complacido cuando el portero lo detuvo con facilidad antes de llegar a la portería.
               -Sí señor, te tenían que haber sacado de la cantera, si es que te comía la cara-murmuró él, Tommy puso los ojos en blanco y bufó cuando le tiré la bolsa de deporte encima.
               -Súbeme esto a mi habitación y déjate de ver fútbol, esclavo.
               Padre e hijo me miraron a la vez, y yo pude comprobar lo mucho que se parecían entre ellos. Empezaron a increparme por utilizar una palabra diferente de la que ellos usaban para referirme al deporte que estaban viendo. Louis sacudió la cabeza cuando Tommy por fin se levantó y dijo que se quedaría conmigo, porque tenía que usar el ordenador para algo del instituto y Erika había guardado bajo llave el suyo. Louis asintió con la cabeza y nos deseó una feliz caza de sabiduría. Tommy volvió a poner los ojos en blanco.
               También se puso encima, porque me apetecía estar con él en ese sentido pero estaba agotada. Se echó a reír cuando le pedí que me acercara la ropa, tirada en la cama, demasiado cansada para arrastrarme hasta el pie de la cama, estirarme y ponerme mis vaqueros.
               Se puso los suyos, se incorporó para abrochárselos, y en mi interior algo dio un tirón. Contemplé su espalda y cuando se dio la vuelta, su pecho y los huesos de su cadera. En Inglaterra los hacen muy bien, pensé.
               -¿Te gusta lo que ves?-preguntó. Asentí con la cabeza, me incorporé y tiré de su brazo para acercarlo a mí. Empecé a comerle la boca, a devorarle la sonrisa, y no protestó. Lo tumbé en la cama y me senté a horcajadas sobre él. Yo no llevaba nada puesto, y de lo que traía nos podríamos librar pronto-. ¿Quieres batir un récord?
               -Ajá.
               Me recorrió el cuerpo con las manos como si fuera ciego y quisiera hacerse una idea de lo guapa que era. Nuestras lenguas se enredaron, sus manos bajaron hasta mis caderas y sus pulgares me masajearon despacio. Dejé escapar una exclamación, la primera letra del abecedario.
               -Mi familia está abajo-nos recordó a los dos.
               -Eso le da más morbo.
               -Podrían oírnos.
               -Sigue-sonreí, girando la mano-. Sigue hablando.
               Se echó a reír, me apartó el pelo de la cara y detuvo sus caricias. Yo también paré.
               -Eres preciosa. Y tus ojos, Didi. Guau.
               Me eché a reír, le besé la mejilla y le acaricié los brazos. Nos contemplamos en silencio, nuestras almas intercambiaban información las unas con as otras mientras no rompíamos la conexión.
               Me miraba como si estuviera dispuesto a decirme que me quería. Creo que yo lo miraba igual. Pero no podía ser, no podíamos cruzar esa frontera.
               Nos haría mucho daño, nos romperíamos el corazón… pero me apetecía que fuera él quien me rompiese el corazón por primera vez.
               Si estuviéramos saliendo, aquel sería el típico momento en que nos confesaríamos lo que sentíamos por el otro, nos diríamos un montón de cursiladas para terminar volviendo a acostarnos. Pero no estábamos saliendo, así que sólo flirteamos. A los dos nos bastaba con eso.
               -Tommy-dije, después de cansarme de besarlo y recibir sus besos-. Tommy. Debería vestirme. Voy a coger frío y Kayla me matará.
               -Y yo tengo que hacer mi parte del trabajo de biología con Scott-suspiró. No hizo amago de mover sus manos de mis piernas. A mí tampoco me apetecía.
               Me pasó el pulgar por los labios. Era, con diferencia, lo más sexual que me podía hacer. Más incluso que metérseme dentro. Me encantaba que lo hiciera, y sus ojos chispeaban como si estuviera en el desierto, con los ojos vendados con un trapo desgastado, y a través de las hebras de éste se intuyeran las estrellas más brillantes.
               Le acaricié la nuca.
               -Dime que vas a volver en enero-pidió.
               -Voy a volver en enero.
               -Bien. Ahora, tienes que hacerlo de verdad.
               -¿Quieres pedirme algo?-bromeé. Él tragó saliva y deslizó la mirada de nuevo hacia mi boca. Escaló rápidamente a mis ojos, como habría hecho de haberse centrado en mi escote.
               -Cuando estoy contigo yo…-empezó, buscando las palabras. Frunció un poco el ceño. Qué mono era-. No puedo pensar en nada. Malo. No sé si me…
               -Megan-dije yo. Dejó escapar el aire retenido en sus pulmones por la nariz.
               -Sí. Y por eso estoy tan bien a tu lado pero… es más, ¿sabes? Me gustas. Un montón. No quiero hacerte daño, Di-susurró-. En serio.
               -Vale-asentí yo.
               -Soy hombre de una sola mujer, ¿entiendes?
               -Claro, pero no tienes que hacerlo por mí, ¿vale? O sea, he estado con otros antes y nos acostábamos… no tan de seguido, pero…-me encogí de hombros, me aparté un mechón de pelo de la cara.
               -No estoy preparado para estar con nadie como tú te merecías que estuvieran contigo-confesó. Yo asentí.
               -Pero…-lo animé, porque se intuía una contraposición en esa frase.
               -No te voy a exigir que te reprimas por mí. Eres libre de hacer lo que quieras-informó, como quien te lee tus derechos. Sí, ya sé que cualquier cosa que diga ante la policía puede ser utilizada en mi contra ante un juez. He visto películas. ¿Pasamos a la parte de las esposas, por favor? Tengo cierto fetichismo hacia eso-. Pero… a mí no me apetece.
               -¿Quieres que seamos exclusivos?-sonreí yo. Él asintió despacio, un poco asustado-. ¡Tommy! Eso es muy tierno. Acepto.
               -No te puedo dar más.
               -Está bien.
               -Voy a intentar…
               -Oye, está bien, de verdad-le dije, pasándole una mano por el pelo-. No he tenido novio nunca. Y no me apetece empezar ahora que ni siquiera estoy en casa y no sabemos cuándo voy a volver. El compromiso me da yuyu, el único contrato que estoy dispuesta a firmar será con alguna firma en condiciones. Pero sí, pequeño mortal, acepto atarme a tus pequeñas cadenas, renunciar a un poco de mi divinidad-dije, en tono dramático, apartándome el pelo-y comprometerme a estar contigo y no compartir mis dotes divinas con nadie más.
               -Que yo no quiero…
               -Pero te haría ilusión.
               Bufó, y yo me lo tomé como un sí, porque era un sí.
               -Deseo concedido.
               Me tumbó en la cama y volvió a recorrerme con su boca. Sentaba un poco mejor, ahora que podía pensar en él como “mío”.
               Me sorprendía lo posesiva que me estaba volviendo; lo único que me proporcionaba placer cuando lo etiquetaba de “mío” era el armario lleno a rebosar de ropa que me esperaba pacientemente en Nueva York.
               -Y no pienses que te lo digo para compensarte lo de Layla. No es así. Llevaba dándole vueltas un tiempo.
               -Llevo aquí tres semanas.
               -Ya, pero me caes bien.
               Me eché a reír.
               -Vale, galán, déjame vestirme, ya celebraremos nuestro compromiso otro día.
               Recogió el ordenador y se tiró en la cama, a mi lado. Revolví en la bolsa de deporte hasta sacar una revista que había conseguido de la que salía del entrenamiento y comencé a ojearla, aburrida.
               Bajó la tapa del ordenador después de un rato tecleando y me acarició con el pie. Puse los ojos en blanco.
               -Mira, Tommy, no voy a permitir que…
               -Cántame algo.
               Me volví.
               -Estás mal de la cabeza.
               -¡Cántame algo!-sonrió, suplicante.
               Sacudí el pelo, que ya estaba teñido de forma impecable.
               Y empezó a cantar la canción que llevaba mi nombre.
               -Te comes mi puto pie-le amenacé-. Como llegues al estribillo, te comes mi puto pie.
               Llegó al estribillo y yo le solté una patada, pero fue más rápido y me agarró el pie, tiró de mí y me hizo cosquillas. Qué asco le tenía a veces, de verdad. Me lo follaría hasta cargármelo para a) conseguir hartarme de él y b) no tener que aguantar sus gilipolleces.
               Unas gilipolleces que me encantaban, vale, pero seguían siendo gilipolleces.
               -No me hace ni puta gracia, Thomas.
               -Scott tiene el monopolio de esa palabra en ese tono.
               -Te llamas así.
               -Nadie me llama así de esa manera.
               -Scott ahora no está aquí.
               -¿Lo llamamos para que te riña?
               Le tiré el teléfono a la cara. Era un iPhone, el último modelo. Cualquier pordiosero se pondría a chillar por mi afición por tirar teléfonos a la cara, pero ellos tendrían que ahorrar durante un año para permitirse el último modelo mientras yo lo tenía gratis.
               Marcó el número de su amigo de memoria y puso el manos libres.
               A Scott le llevó casi 10 toques responder, pero lo hizo con ganas.
               -¡Por Dios, Diana! ¡Que me importa una mierda tu vida, me llamas para decirme que estás follando, de verdad, enhorabuena, yo estoy en mi casa-recalcó muchísimo esa parte de la frase, y yo me tuve que echar a reír porque sus intentos de ofenderme eran cómicos y tiernos-, viendo CSI más a gusto que…!
               -Scott-lo cortó Tommy-, que soy yo.
               -Pues empieza por ahí, hijo de puta, ¿qué? ¿Estabas echando un polvo y te has acordado de mí? “Anda, a Scott, mi mejor amigo, también le gustaba follar”, qué casualidad, ¿verdad? Deberíamos quedar un día para tomar algo. AH. NO-replicó él-, que estamos castigados. Yo sin salir, y tú a vivir en pleno siglo III antes de Cristo. Bravo.
               -Diana nos va a dedicar un concierto.
               -Como si me dedica 20. No me llames después de tirártela.
               -No me la he tirado.
               Scott se echó a reír.
               -Entonces, ¿por qué tienes la voz ronca?
               -Es imposible que me lo notes por teléfono.
               -Thomas-replicó el ausente-. En serio. Que soy yo.
               -¿Me echas de menos?
               -Evidentemente, pero no me cambies de tema. Os estaréis hinchando a follar los dos, ¿no es así? Desgraciados, Erika me ha castigado a mí, a ti te la suda que te encierre en una habitación si estás con ella-estaba intentando provocarlo, pero algo dentro de mí se revolvió. Tommy me sonrió y yo a él-. De verdad, es increíble la buena suerte que tienes, y luego te quejas porque suspendes. Normal, hijo, hay que equilibrar tu vida.
               -Yo también te echo de menos.
               Me imaginé a Scott sonriendo.
               -¿Quieres ponerte goloso?
               -Contigo siempre, mi amor.
               Puse los ojos en blanco.
               -Avisadme cuando acabéis de tener sexo por teléfono.
               -Mira cómo se pica la americana-se burló Scott.
               -¿Queréis que os cante o no?
               -Sí-dijeron los dos a la vez. Levanté la pantalla del ordenador y le di a aleatorio. Bordé la primera canción que salió, Toothbrush.
               Tommy me miraba como si me acabaran de salir alas o le hubiera curado el cáncer a su hermano pequeño.
               Me imaginaba a Scott subiéndose por las paredes y dándose cabezazos contra la puerta de su habitación porque “joder, la puta americana canta mejor que yo, jo-der”.
               Hice una reverencia mientras los dos se quedaban en silencio, hasta que Tommy se puso a aplaudir y Scott, sin provocación previa por mi parte, espetó:
               -Mira, Diana, en serio, ojalá no fueras una gilipollas de campeonato para ser la tía perfecta y poder pelearme con Tommy por ti.
               Y colgó.
               Tanto Tommy como yo nos echamos a reír.
               -No le había dicho nada semejante a ninguna chica, así que siéntete afortunada.
               -Ya lo hago-repliqué, tumbándome a su lado y acariciándole el vientre. Me besó la cabeza.
               -Para que conste en acta, yo no creo que seas gilipollas.
               -Lo había notado.
               Se echó a reír.
               Esta vez era yo la que estaba encima de él, con las piernas a su alrededor, cuando golpearon la trampilla. Tommy se incorporó, se aseguró de que no se notara nada de lo que estábamos haciendo, y fue a abrir mientras yo me tiraba de nuevo en la cama con la revista en las manos, en la pose más casual que había hecho en mi vida.
               -Joder, Eleanor-dijo él al separar la trampilla. Su hermana le tendió el teléfono.
               -Es Scott. Quiere decirte algo-dijo ella.
               Yo me incorporé y la miré. Eleanor se encogió de hombros.
               -¡Tommy, te echo de menos!-le oí gritar.
               -¡Y yo a ti, cariño! ¡Nada podrá separarnos!
               Eleanor puso los ojos en blanco mientras yo me reía. Pobrecita, tendría que compartir a su novio con su hermano toda la ida.
               -¡Tengo hasta ganas de ir a clase, mi vida!-
               -¡Y yo, tesorito!
               Tommy colgó y miró la pantalla del móvil con extrañeza.
               -¿Llevabas una hora hablando con Scott?
               Eleanor se puso pálida.
               Pero pálida, pálida.
               Y luego, enrojeció. Se apartó el pelo de la cara y balbuceó:
               -¿De qué voy a hablar con Scott durante una hora? ¿De lo que le haría si él me dejara?-sonrió con malicia, porque seguro que hablaban de eso en realidad-. Porque no acabaría en tres años de relatárselo.
               -A vosotros os pasa algo-espetó Tommy, y Eleanor enrojeció más aún.
               -Estaba hablando con Marlene y la puse en espera-respondió-. Por dios, Tommy.
               -No me cuentes tu vida, niña.
               De un salto, Eleanor entró en la habitación, se puso de puntillas y le lamió la cara a su hermano.
               -¡Pero serás cerca! ¡Uf, ahora me quiero lavar la cara con ácido!
               Eleanor se echó a reír y bajó corriendo las escaleras hasta caer en el pasillo y regresar a su habitación. Tommy se frotó la cara con la camiseta, porque su razón principal de ser era ponerme cachonda a mí.
               Su hermana volvió a golpear los nudillos con la puerta.
               -¿Qué cojones quieres? Me lames los huevos la próxima vez-espetó Tommy, pero bajó los hombros, arrepentido, cuando su hermana le tendió una bolsa de golosinas, las que le había pedido a su madre pero no consiguió cuando ella le dijo “¿por qué te tengo que traer chuches, Tommy? ¿Te parece que te las mereces?”.
               Bueno, yo era su gominola favorita, estaba claro, y bien que le permitía estar conmigo todo el rato.
               -Eso que te lo haga Diana, que seguro que se le da mejor.
               Los dos nos miramos y sonreímos.
               -Por favor, tened sexo ocular cuando me haya ido-nos pidió-. Ah, y Tommy… mamá va a hacer bizcocho de chocolate, te lo digo por si…
               -Vístete, Diana-dijo él.
               -… te interesaba-terminó la pequeña, saliendo de la habitación.
               -Estoy vestida-repliqué.
               -Te vamos a enseñar a cocinar.
               Me cogió de la mano y me guió a la cocina. Erika nos miró a los dos, sonrió para sí misma, sacudió la cabeza y musitó:
               -Las noticias vuelan en esta casa.
               -¿Necesitas ayuda?
               -Por favor, Tommy, no finjas que no vienes a rebañar el vaso de Nutella, que nos conocemos un poco-replicó, recogiéndose el pelo y metiéndose una camiseta que le quedaba enorme (tenía que ser de Louis) por los leggins.
               Menudas piernas tenía. El yoga puede hacer milagros.
               -Pero quieres que tu hijo favorito te ayude, ¿a que sí?
               -Claro, pero Dan ya estaba aquí antes de que llegaras.
               Dan le sacó la lengua mientras Tommy se fingía ofendido. Me acerqué al chiquillo y le pedí un beso en la mejilla.
               -¿Vas a ayudarnos, Diana?-quiso saber.
               -Lo voy a intentar.
               -¡Bien!-festejó.
               -T, baja el molde de…
               -Que te lo baje Dan-replicó él, sentado al lado de su hermano. Erika suspiró, cogió a su hijo en brazos y lo levantó hasta las alacenas. Tommy gruñó algo de que ya lo hacía él, se levantó, se puso de puntillas y revolvió en los estantes superiores.
               -¿Quién es el iluminado que los pone siempre lo más lejos posible?
               -Tu puñetero padre-replicó su madre, apartándose el pelo recogido. Tommy cogió a Dan y Dan se hizo con el molde-. Bajad ese bol también, nos puede servir…
               Recogió a su hijo pequeño, le dio un beso en la mejilla y lo dejó en el suelo.
               -¿Y yo qué? ¿O ya soy mayor?
               -Pero, ¿cómo eres tan celoso, mi niño?-se burló ella, pero accedió a su petición y le dio un beso en la mejilla. Se volvió hacia mí-. ¿Y tú, Diana? ¿Quieres otro?
               -Me siento un poco excluida, la verdad…
               Me cogió la cara y me dio un beso con muchísimo cariño, sin hacer distinción entre los que eran sus hijos naturales y los adoptivos.
               -Venga, todo el mundo a preparar… ¡Tommy, no! ¡Tú no te encargas del chocolate! ¡Dáselo a Dan!
               -¡Que no voy a hacer nada!
               -Que se lo des a Dan.
               Tommy bufó y le pasó el vaso repleto de Nutella a su hermano, que hundió en él una cuchara de sopa… y se la metió en la boca cuando su madre no miraba.
               -¡¡¡¡¡¡Mamá!!!!!!!!
               -MADRE MÍA, OS ECHO DE LA COCINA, NO ME ESTRESÉIS.
               Dan empezó a sacar lo del vaso a un bol de desayuno para calentarlo en el microondas mientras Erika encendía el horno y Tommy y yo nos ocupábamos de la masa. Pesamos los ingredientes y los fuimos mezclando armados cada uno con una cuchara gemela de la de Dan.
               El niño se levantó y fue a por huevos a la nevera.
               -Que los casque Diana-dijo Tommy, y me apeteció ahogarlo en masa de bizcocho.
               -Yo no sé…
               -Pues aprendes.
               Dan ocupó mi lugar revolviendo el bizcocho, pero enseguida se cansó de pelearse con la pasta y anunció que se iba. Su madre asintió con la cabeza mientras me contemplaba seleccionar los huevos. Me quedé con los más grandes, por si acaso.
               -¿Tus padres no te han enseñado a cocinar?-quiso saber cuando estudié con atención cómo Tommy rompía uno para que yo tuviera una referencia.
               -Tenemos criada.
               Susurró algo en español con el nombre de mi madre. Tommy puso los ojos en blanco.
               -Dale un golpe, no demasiado fuerte, hasta que se te rompa la cáscara. Luego tira suavemente de la grieta para separar las dos mitades.
               Hice lo que me pedía y media cáscara de huevo se precipitó al molde.
               -Lo siento-susurré, sintiendo cómo se me encendían las mejillas.
               -¿Por qué? Yo tiré por el fregadero los primeros 5 huevos que rompí.
               -Doy fe-gritó Louis desde el salón; Eri lo mandó callar, pero con una sonrisa en los labios. Lo llamó imbécil-. Te he oído, nena.
               -Te quiero-le gritó ella, y él le dijo que la correspondía.
               -Tienes que tirar sin meter los dedos-me dijo Tommy.
               -Eso es imposible.
               Sonrió, se puso detrás de mí, sacó un huevo de la huevera y me lo tendió. Lo golpeé contra el borde de la fuente y lo separé muy despacio, siguiendo sus manos. Me sentía muy a gusto rodeada de su cuerpo, sintiéndolo detrás de mí, guardándome las espaldas.
               Eri se giró para sacar el chocolate y yo me froté un poco contra él. Y le gustó, le gustó más de lo que estaría dispuesto a confesar.
               -Diana-susurró mientras su madre colocaba el bol sobre la encimera. Me volví y lo miré.
               -¿Mm?
               -Lo estás haciendo muy bien.
               Me froté un poco más. Se estaba poniendo duro.
               -Lo sé-respondí.
               Lo único que hizo que no me abriera las piernas y me follara encima de la mesa de la cocina (mira, una de mis fantasías sexuales) fue la presencia de su madre. Pero no fue por falta de ganas.
               Me acarició las piernas, pasando por entre mis muslos, y se separó de mí. Me dio una palmada en el culo y yo le saqué la lengua. Vació un yogur en la fuente y lo seguimos mezclando todo.
               Eri chasqueó la lengua, sacó una caja de oreos y empezó a desmenuzarlas mientras nosotros mezclábamos el chocolate ya derretido con todo lo demás. Lo vertió en un molde y lo metió en el horno.
               -¿Recogéis vosotros eso?-preguntó, señalando con la cabeza en dirección a los ingredientes desperdigados. Asentí; dijo que se iba a buscar no sé qué, y nos dejó solos en la cocina.
               Tommy guardó el azúcar, tiró el vaso de yogur y las cáscaras de huevo, y el sobre de levadura, y me miró.
               -No hagas nada, ¿eh? Ya me encargo yo de todo.
               Se echó a reír, sacudió la cabeza y me tiró un poco de harina.
               -¿Eres tonto?-ladré, cogí un puñado y se lo lancé. Terminamos iniciando una guerra de harina, gritándonos el uno al otro y usando los muebles a modo de escudo.
               Nos agachamos cada uno en un extremo de la mesa y, debido a que estaba pegada al suelo, no nos pudimos ver llegar… fuimos por el mismo lado hasta chocar el uno contra el otro, caernos al suelo, echarnos a reír, mirarnos a los ojos…
               … aquellos ojos que brillaban como dos zafiros a los que iluminan dos focos del más alto voltaje gracias al aura blanquecina…
               … y nos besamos. Fue sin querer, ni poder evitarlo. Sonrió en mi boca, yo lo hice en la suya, me acarició el cuello, un poco áspero por la harina.
               Se abrió la puerta de la cocina y se rompió el hechizo. Nos incorporamos rápidamente y ni siquiera nos limpiamos la boca, en la que teníamos restos de harina de la cara del otro.
               Me pasé una mano por los ojos, apartando el polvo de las pestañas.
               -Por mí no paréis-dijo Erika, colocando unos botecitos de colores encima de la encimera. Tommy se puso colorado, a su lado, Eleanor no se había inmutado cuando Tommy descubrió el tiempo que llevaba hablando con Scott-. Por dios, Tommy. Ni que os hubiera cazado en un ritual satánico o algo por el estilo.
               El inglés y yo intercambiamos una mirada.
               -¿No te enfadas?
               -Ya lo sabía-respondió su madre, alzando los hombros y pestañeando lentamente.
               Tommy abrió muchísimo aquellos ojos azules como ya le gustaría ser al cielo.
               -Thomas-bufó Eri-. Sabía que tenías los ojos azules antes incluso de parirte. Relájate.
               Él me tocó la mano.
               -Eso sí, procurad cortaros un poco delante de mí. No por nada, sino porque te dijimos que no intentaras nada con ella.
               -Fue ella la que empezó.
               -¿Disculpa? ¿Quién sedujo a quién?
               -Bueno, un poco los dos, pero… ¡mamá! Mira qué piernas tiene.
               -Pues te resistes. A ella y a sus piernas.
               Tommy suspiró.
               -¿Como se tiene que resistir papá a las tuyas?-probó suerte, y le tocó el gordo, porque a Eri le pareció gracioso.
               -Algo así. Con el bizcocho se le hará más ameno.
               Torcí la cabeza.
               -Es para compensarle el fin de semana sabático que no se han podido tomar-explicó Tommy.
               -¿Qué pasa en ese fin de semana?-quise saber, o más bien que se me confirmara.
               -Que los dejamos solos, bajamos a Londres, y no salimos de la cama en tres días.
               -Mamá-murmuró Tommy, frotándose la cara. La española sonrió.
               -Disculpa a mi hijo, Didi. Piensa que lo trajo la cigüeña.
               -¡Yo no pienso que me haya traído la cigüeña, pero, ¿no puedes, no sé, guardarte algunas cosas para ti?!
               -¿No podías guardártelas tú con Diana? ¿En los pantalones? ¿Para no cabrearnos ni a mí ni a tu padre?
               Había que reconocer que tenía estilo vacilando, más de aquel con el que los chicos no podrían más que soñar.
               Tommy sonrió, se pasó la mano por la boca, asintió con la cabeza y anunció que íbamos a quitarnos todo eso de encima.
               -Sí, quitaos los polvos que os debéis-replicó su madre, y él puso los ojos en blanco y me siguió fuera de la cocina. Eri no dijo una palabra del incidente; Dan apareció por arte de magia para limpiar lo que habíamos ensuciado, así que no tenía de qué quejarse. Cenamos entre risas, Louis besó a su mujer en la mejilla y luego en los labios mientras se repartía el bizcocho. Eleanor tampoco mencionó que se había pasado la tarde metida en su habitación, cuando no acostumbraba ni de lejos a hacerlo.
               Cuando subimos a nuestras habitaciones, ya con los pijamas limpios puestos, me incliné hacia Tommy y lo besé en los labios, acariciando mi nariz con la suya.
               -¿Crees que tu madre nos dejará dormir juntos algún día?
               -¿Necesitaste su permiso para hacerme lo que me hiciste en el sofá?-fue su contestación, porque por muy Tomlinson que fuera, tenía los genes de Erika en la sangre. Me apetecía muchísimo disfrutar de la sensación que había descrito Layla tan bien: dormirme con su brazo en mi cintura y su respiración chocando contra mi rostro, despertarme en medio de la noche y ver cómo dormía plácidamente, que me despertara besándome por la mañana, empezando bien el día… igual que lo habíamos terminado, dándonos placer el uno al otro como muy poca gente sabía hacerlo.
               Dicen que un gran descubrimiento es la cúspide de una cadena de incontables fracasos; el último metro del Everest es el que resalta, no los 8500 restantes que están por debajo, sosteniendo la cima del mundo.
               Supe, mirándole a los ojos y escuchando sus deseos en mi cabeza, porque eran los míos, que iba a ser la equivocación de Erika en una cosa: Tommy y yo estábamos jodidos al mismo nivel de profundidad.
               Sólo un océano puede consolar a otro y llegar a juntar sus fosas abisales. Lo mismo le pasaba a un corazón. Sólo él podría entenderme y sólo él podría curarme, igual que sólo yo podría entenderle y sólo yo podría curarle.
               Le acaricié la mejilla y pronuncié las palabras mágicas, las que él se moría por escuchar.
               -Duerme conmigo esta noche-le pedí. Y asintió, me besó, cerró la puerta de su habitación y me siguió a la mía. Descubrimos que nos habíamos puesto el pijama para nada, que lo que queríamos hacernos no requería más uniforme que nuestra propia piel… lo hicimos a oscuras, con la luz de la luna entrando por la claraboya, la misma luna que había contemplado a Scott y Eleanor la semana anterior, la misma que había observado con envidia y se había lamentado de ser siempre espectadora y no poder participar jamás.
               Acabé susurrando su nombre; él me acarició la espalda.
               -Ojalá nunca te canses de decírmelo, pequeña. Haces que suene tan bien…
               Él también terminó diciendo el mío, y yo no pude alegrarme más de que mis padres hubieran compuesto aquella canción.
               Ni Diana de Gales ni ninguna otra; yo era la verdadera reina Diana, yo era la verdadera diosa en Roma. Y Tommy lo sabía.
               Él era mi corona.
               Él era mi templo.

36 comentarios:

  1. A CALLAR TODAS LAS ZORRAS QUE ERAN PRO LOMMY

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  2. BUAHHHH POR FIN QUE HAN DICHO QUE SE QUIEREN. ALELUYA.

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  3. LAS LOMMY SHIPPERS DEBEN DE ESTAR CON LA CABEZA METIDA EN LA ALACENA PUAJAJAJA

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    1. Ya os tocará sufrir a las Tiana shippers cuando Diana vuelva a Nueva York, tranquilidad, aquí va a suplicar clemencia todo el mundo

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  4. Cuando Tiana le ha dicho a Eri lo de las venas he parado a leer y he soltado un "UOOOOOOO" en voz alta. Soy retrasada.

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  5. "Ni Diana de Gales ni ninguna otra; yo era la verdadera reina Diana, yo era la verdadera diosa en Roma. Y Tommy lo sabía.Él era mi corona.Él era mi templo." OS VAIS A CASAR IMBECIL Y A TENER MILES DE HIJOS

    POR MIS OVARIOS QUE LO HACÉIS.
    Pd: un capítulo cada dos días está genial

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    1. DIOS MÍO GRACIAS POR COPIAR ESE PÁRRAFO y perdón por contestar ahora doy todo el sida :(

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  6. Me comía a Dan con patatas.

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  7. Estoy toda rayada. Que cosa tan grave hizo Diana sos ????

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    1. AJÁ. La primera gran incógnita de la novela, que se desvelará a lo largo de la historia... bastante tarde... chan chan chan...

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  8. Y el otro diciéndoles que estaba viendo CSI... Y UNA POLLA COMO UNA OLLA XD

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    1. Claro que sí, Scott... claaaaaaaaro que sí.
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

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  9. vale, tengo que reconocer que Tommy y Diana son MUY cuquis juntos, pero me has roto mi corazoncito, y a pesar de esto seguiré shippeando a Tommy y Layla siempre
    Y me he quedado súúúúuúúúuper rayada con lo de Diana, es que hola? miedo me das lo que te traes entre manos

    y con respecto a la subida de capítulos, por mi sube uno cada día jejejej :) nah ya siendo sincera, la frecuencia me da igual, aunque creo que cada 2 días está bien, sobre todo que no tengas que estar tú delante del ordenador todo el rato... ya también depende de ti y los capítulos que tengas que hacer antes de EL MOMENTO

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    1. Lo de Diana no os lo esperáis, de verdad, pensad que es súper gordo porque para mandarla a Inglaterra así, alejándola de todo y de todos... pues cuidadito.
      JJAJAJAJAJA no puedo subir uno cada día, qué mas quisiera yo que tener siempre algo con lo que avisaros para que me podáis dejar comentarios (es que me hacen TANTA ilusión)... normalmente escribir un capítulo me lleva un par de días, y quería saber si me ibais a permitir un poco de margen o me queréis tener explotada. Ya veo que preferís la explotación.
      ¡Es broma!, en realidad, lo que me preocupaba era subir demasiado rápido y terminar saturándoos, me imagino que seguiré con este ritmo de un capítulo cada 2/3 días, dependiendo de cómo vaya avanzando (porque me paso el día con el ordenador, así que... tampoco tengo nada más que hacer).

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  10. Cada dos días capítulos está genial Eri. No te rayes.

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  11. Y yo me preguntó. Ya que Eri sabe todo a que cuando Eleanor le cuente que está con Scott se ríe en un cara porque ya lo sabe xd. Lo veo venir.

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    1. https://twitter.com/doncastersking/status/739917344240218113
      no tengo nada más que añadir

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  12. POR FIN SE HAN DICHO QUE SE QUIEREEEEENN. SIIIIII. MIS TETAS ESTÁN BAILANDO.

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    1. La pregunta es, ¿qué es lo que bailan? ¿El himno nuevo del PP en merengue? Porque es un temazo, yo lo mandaba a los 40 principales.

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  13. Joder E-R-I-K-A!! No sabes como me he puesto a chillar con este puto capítulo. De verdad que no hay nada más malditamente mejor que esta historia y quiero morderte los putos mofletes. SE HAN DICHO TE QUIERO SI SI SI SI. Mi diosa interior está bailando una danza hawaiiana.
    ¿No has pensado en escribir un libro y presentarlo en una editorial o así? Yo lo compraría si o si.

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    1. UF CÓMO ME ALEGRO DE QUE TE HAYA GUSTADO DE VERDAD HAY TANTO SALSEO QUE ME QUIERO APUÑALAR.
      Fuera coñas, te parecerá ridículo pero le hablé de la novela a una amiga mía que hace Filología hispánica y me dijo que por qué no intentaba marcarme un Canciones para Paula y acosar a los editores, a ver si me la publicaban. A mí me haría ilusión, pero como tengo pensado subirla entera al blog, no sé, no tendría mucho sentido... aparte de que es LARGUÍSIMA, ya pasa de los 500 folios en lo que llevo escrito, y vamos más o menos por la mitad...

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  14. "Le sentaba bien, su sonrisa era una taza de chocolate caliente que te tomas mientras aún ascienden nubes de vapor de ella y contemplas la Quinta Avenida abajo, desde tu ventana, con los pies descalzos y un jersey más suave que el terciopelo." Aqui tenemos a la tia que decía que el amor de su vida era New York y ahora compara la sonrisa de Tommy con estar ahí.
    Pd: Voto por lo de capítulo cada dos días también

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    1. QUÉ ES NUEVA YORK YO NO LO CONOZCO

      -Diana Styles probablemente

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  15. ERIKA ERIKA ERIKA, ME ENCANTAN VALE, RETIRO LO DICHO SEÑOORRRR, DIANA ES UN BIZCOCHO DE VERDAD

    ECHO DE MENOS A SCOTT, MUCHO, SOLO Y ACOMPAÑADO DE ELEANOR

    TE QUIERE POR SIEMPRE, VIR

    P.D. me olvidaba, a lo de la nota que has puesto arriba, gracias por desearme suerte, la necesitaré y yo a partir del viernes soy libre así que jejeje

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    1. EL PRÓXIMO CAPÍTULO LO VA A NARRAR ÉL Y SI NO OS PONÉIS CACHONDAS CON ALGUNAS COSAS YO CIERRO EL BLOG ASÍ DE CLARO OS LO DIGO.
      Te quiere por siempre, Eri. ♥

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  16. Mmmm... a la 1:00am me encuentro comentando aqui porque MENUDA INJUSTICIA JODER! No es que Diana y Tommy no me gusten, no me malinterpretes, son muy cukis, y el hecho de que Diana tambien tenga un transfondo que necesita arreglo la hace medianamente humana (cosa que no creía que fuera hasta ahora). Pero es que, VAMOS A VER, ACLAREMOS EL UNIVERSO, Tommy con Layla, aun sin tener una relación carnal de ningun tipo como lo tiene con Diana, YA REZUMAN SENSUALIDAD, SEXUALIDAD, AMOR Y TERNURA Y UN COLAPSO NERVIOSO PA' MI!!!!!! en fin, espero que haya quedado clara mi postura.

    Por cierto, no se si eres así de verdad, o si esperas ser una persona como lo es la Eri de la historia, pero de verdad, bravo. Si hubiese más Eri-s en el mundo, otro gallo cantaría.

    En otro orden de cosas, me da bastante igual la frecuencia de los capitulos, la verdad. Vivo por y para leer esta novela (literalmente, no hago nada con mi vida. Que puto desperdicio...)

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    1. A veces me da lástima lo muchísimo que odiáis a Diana algunas porque es una pobre bizcocha que se hace la dura pero que necesita amor desesperadamente y ahora que lo tiene va a empezar a abrirse y mostrar sus vulnerabilidades y mE ESTOY PONIENDO TRISTE
      Tommy con Diana tampoco excluye el Tommy con Layla, cuidado, el triángulo amoroso que algunas pensaban que iba a haber con Scott, Eleanor y Chad puede aparecer aquí (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞

      En realidad, yo soy más como Diana en su lado malo, súper bocazas y súper chula (por eso todos mis personajes lo son un poco, es que no me sale hacerlos de otra manera); Eri es mil veces más paciente que yo (para algo me saca 20 años) y no se ofende con tanta facilidad como yo, por eso es más adorable (aunque a ella tampoco hay quien le tosa).

      Vale, pues seguiré subiendo cada poco tiempo para estar entretenidas las dos; mientras tanto, toma el sol y ponte morenita para mí ;D

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  17. Erika tía acabo de leerme los tres últimos capítulos del tirón, porque llevo una semana de exilio social estudiando, y JODER, JODER TIA, JODER POR QUE ESCRIBES TAN PUTO BIEN? O SEA ME CAGO EN SATANAS BOMBERO ES TODO TAN PERFECTO ENSERIO TOMMY Y DIANA LPARA LA PUTA VIDA

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    1. Ayyyyyyyy corazón no veas lo que me alegro de que te guste mi novela y que te ayude a relajarte mientras estudias, ES QUE DE VERDAD MIRA TE COMO UN MOFLETÍN

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  18. ME CAGO EN ALÁ QUE NO RESPIRO OSTIA PUTA QUE El ALMA ME ARDE. ¡PERO QUÉ ROSQUILLAS DE CHOCOLATE SON! AH
    Estoy intentando superar esto pero es qje no puedo. No. Cómo cojones sigo con mi vida después de leer cosas tan bonicas.
    By the way, soy @young_bloodx en tw y perdooooon por no comentar.

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    1. POR QUÉ TARDO TANTO EN CONTESTAROS DOY TODO EL ASCO DE VERDAD :(((((((((((((( Tiana son deliciosos de verdad el ganador de MasterChef dulce es...

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