sábado, 11 de junio de 2016

Mi pequeña selkie.

A papá le ponía nervioso recibir visitas.
               Pero más cuando las visitas eran los hijos de sus compañeros de banda.
               Él no quería decírmelo, pero yo sé que se auto convencía de que iba a hacer algo mal.
               Porque él era uno, y el resto siempre eran dos.
               Era el único del grupo que había sacado a un hijo adelante estando solo. Bueno, más o menos. Y se comía un montón la cabeza con cada decisión que tenía que tomar con respecto a mí. Ya no digamos cuando era el único en decidir; por lo menos, cuando tenía que consultar con mamá, sabía que tenía el apoyo de haber hablado con alguien y contrastado opiniones.
               Sinceramente, yo creo que hizo un trabajo muy bueno conmigo. Bastante mejor de lo que él pensaba. Tan bueno como yo podría esperar de él. Y mamá. A mamá también le parecía que entre los dos me habían convertido en una persona decente.
               Pero yo también tenía unos límites. Y que dejara vagar sus pensamientos mientras conducía por la autopista, acercando el coche demasiado a la línea del arcén porque sólo sujetaba el volante con una mano, estaba más allá de ellos.
               Con la otra mano, se mordía las uñas. Estaba rememorando todas y cada una de las meteduras de pata que había tenido conmigo. No podía permitírselas con Layla. Con la hija de Liam, no.
               -Papá-susurré yo, y él me miró un segundo. Suspiré, acerqué la mano al volante y corregí un poco el rumbo. Mejor que hubiera dos manos de dos personas controlando el coche a que las ruedas pisaran las plantas que crecían más allá del asfalto.
               Un poco de culpa la tenía yo. Para empezar, había pedido permiso para no ir al instituto esa mañana (cosa que yo nunca hacía, y él se lo tomó como que no me fiaba de que consiguiera completar la misión con éxito). Lo había arreglado un poco preguntando:
               -¿O crees que debería ir?
               -Eres un Horan-respondió. Nuestro apellido era el apellido de un rey en Irlanda, al parecer. No había cosa que los irlandeses amaran con más pasión que a sí mismos, salvo una excepción: Niall Horan-. No me extrañaría que cuando cumplieras los 20 te convirtieran en el presidente de este país... sin tener que presentarte a las elecciones.
               En nuestro idioma, quería decir algo así como: “¿es broma?, prácticamente eres tú el que debería darles clase a tus profesores, y no al revés”.
               Y luego, estaba su intento de llevar una camiseta de tirantes blanca que cualquiera que hubiera seguido a la banda en su segunda gira conocía muy bien.
               -Quítate eso-le dije nada más verlo.
               -¿Por qué?-me preguntó.
               -Porque no vas a llevar una camiseta relacionada con One Direction a recoger a Layla.
               -Pero si no trae nuestra foto, ni nada por el estilo.
               -¡Papá!-protesté yo-, ¡no vas a llevar la puñetera camiseta de Crazy Mofos a recoger a Layla!
               -¿Por qué?
               -¡Porque me muero de vergüenza!
               Me miró muy serio, ofendido y dolido en lo más profundo de su ser. Y ahí llegó la amenaza:
               -Voy a escribir una canción de 10 minutos que lleve tu nombre en la que daré cuenta de todas las tonterías que me decías cuando eras pequeño y que aún me dices. La sacaré en un disco en solitario y también en uno con los demás. Cuando gane un Brit, te lo dedicaré, y así te morirás de vergüenza por algo.
               Se marchó balbuceando algo del “puñetero crío, quién se ha creído que es, decirme a mí lo que tengo que llevar o no, si es que se te ha subido a las barbas, Niall, la culpa es tuya por no ponerte firme cuando le pintó el bigote de Hitler a la figura de Obama del jardín, vale que fue gracioso, pero deberías haberlo castigado; ahí te tomó la delantera y ahora te acaba de doblar”.

               Lo esperé sentado en el salón. Tirado en el sofá, mirando fijamente el Grammy.
               -¿Así mejor?
               Traía un polo verde con un trébol pequeño en el pecho. Lo había llevado en algún concierto, estaba seguro. Puse los ojos en blanco.
               -Chad.
               -Sí-suspiré, poniéndome en pie, sacudiéndome los vaqueros. Dije que era hora de ponernos en marcha. Cuando nos metimos en el coche, y salimos del garaje, confesó con malicia:
               -Traigo los calzoncillos con el logo del grupo.
               Amenacé con tirarme en marcha. Me dijo que era broma. Cuando nos metimos en la autopista y mi integridad física peligraba, dijo:
               -En realidad, es verdad que los traigo.
               -Joder, papá-repliqué yo, pasándome una mano por la cara. Nos echamos a reír.
               Y empezó a comerse la cabeza.
               Cogió el desvío del aeropuerto. Aparcó prácticamente a la entrada y me ordenó ponerme las gafas de sol. Empezaron las fotos nada más salir del coche. Cualquiera diría que había anunciado en alguna cadena internacional que íbamos a recoger a Layla.
               Terminó de atender a la gente, que se había puesto en fila para asegurarse un buen sitio. Me buscó y nos metimos en la terminal. Nos acercamos al panel que anunciaba los vuelos; el de Layla debería llegar en 25 minutos.
               Me dio un billete.
               -Para el desayuno-explicó. Compré dos cafés, uno extra grande; y un par de bollos con chocolate. Y una revista, la Rolling Stone.
               Se hizo con un bollo, se comió la mitad y esperó a que me terminara el mío para ofrecérmela. Se bebió el café de una sentada, y yo le pasé el mío. No acostumbraba a beber café y me estaba poniendo nervioso. Yo no necesitaba cafeína para levantarme por las mañanas; él, sí.
               Se detuvo a leer atentamente un reportaje mientras yo miraba a la gente. Un montón de turistas japoneses seguían a su guía, una joven pelirroja, por el aeropuerto. La chica me miró un segundo, apartó la vista, volvió a mirarme, me reconoció, y sonrió. Paseó la mirada hacia el hombre que tenía a mi lado. Y sonrió más. Papá levantó la vista, alzó las cejas, le dedicó una sonrisa, y siguió a lo suyo. La pelirroja se fue, seguida de cerca por su séquito de japoneses.
               -¿Quién es ésta, C?-quiso saber papá, señalándome a una muchacha cubierta de tatuajes, con media cabeza rapada, que sostenía una guitarra apoyada entre sus piernas. La guitarra era parecida a la que habíamos comprado hacía poco.
               Le dije el nombre, y me preguntó si la escuchaba.
               -No. Creo que por las pintas, se deduce que no es mi estilo.
               Bufó.
               -Louis, Liam y Harry pasan la centena de tatuajes juntos, y bien que hablamos en el primer disco los cuatro solos de tocar a una chica “donde tiene el corazón”.
               -Era por ti, porque estabas esperando a tu princesa-me burlé, y él sonrió, negó con la cabeza, dio un trago de su café y musitó:
               -Una polla, “mi princesa”.
               Quedaban 5 minutos para que llegara el vuelo de Layla cuando me acercó la revista. Me puse a hacer los crucigramas. Estaba a punto de terminarlo cuando anunciaron que el vuelo acababa de tomar tierra. Nos levantamos y fuimos hasta la zona de llegadas. A través de las paredes de cristal, se veía a la gente llegar y recoger sus maletas. Sólo un par de personas no hicieron eso. Una de ellas, una chica de pelo largo, castaño y rizado y piernas larguísimas, casi tanto como yo.
               Layla se apartó el pelo de la cara con el pasaporte aún en la mano y se puso un poco de puntillas para buscarnos entre la gente. Nosotros éramos de estatura normal; no estacábamos como hacía ella.
               Papá sonrió y los dos levantamos la mano a modo de saludo. Ella también sonrió, esquivó a la gente como buenamente pudo para acercarse a nosotros. Se tuvo que volver un par de veces y pedir disculpas: su maleta era rebelde, y también sociable, y le gustaba arrimarse a desconocidos.
               Se inclinó un poco para estrecharnos entre sus brazos, o más bien dejar que la estrecháramos. Nos acarició la espalda con la mano y sonrió cuando le dimos cada uno un beso en la mejilla.
               -Cómo has crecido, C.
               -Tres centímetros desde el verano, tampoco es para tanto-dije, sin darme importancia, fingiendo que no me medía cada 15 días para ver si me libraba de ser “el bajo” de los hijos de los demás. Sólo podía rezar por que a Rob no se le manifestara ningún gen de su familia… o, por lo menos, que no se le manifestara el que tenía Layla.
               -¿Y tú?-replicó papá-. Si parece que fue ayer cuando estabas correteando por los escenarios y Alba me gritaba que no te dejara acercarte tanto a las guitarras. Antes de ayer mismo nos peleábamos los cinco para cogerte en brazos-aseguró, mirándola, maravillado-, y ahora, ¡mírate! Eres toda una mujer.
               Layla se apartó el pelo de la cara de nuevo, bajó la mirada, las mejillas un poco sonrosadas, y murmuró un tímido “gracias”.
               -No llores, ¿eh, papá?-intervine yo, y ella se echó a reír.
               -Sí, Niall, no llores.
               -Es que… eras tan pequeña… los dos lo erais… y ahora miraos-musitó, y se le empezaron a enrojecer los ojos.
               -¡Papá!-le reñí.
               -¡Niall!-recriminó Layla, pero le dio un abrazo otra vez.
               -Bueno, basta de llorar, que acabas de llegar-asintió papá, pasándose una mano por los ojos-. ¿Qué tal el vuelo?
               -Cansado. Hubo turbulencias-explicó la inglesa, volviendo a tirar de su maleta y negando con la cabeza cuando yo hice amago de hacerme cargo de ella-. Sherezade y Shasha me acompañaron al aeropuerto. Esperaron hasta que casi salió mi avión conmigo. Menuda excusa os he dado a Shasha y a ti para faltar a clase, ¿eh, Chad?
               -Tenía un examen complicadísimo ahora mismo; iba a hacer el ridículo, así que mejor dejarlos con la duda y no presentarte.
               -A veces valoran el esfuerzo.
               -¿Tú qué tal por clase, Lay?-preguntó papá, ya llegando al coche. Nadie nos molestó, porque Niall Horan sólo tenía un hijo, no dos. Y, en caso de que le saliera una hija sorpresa, no se parecería a Liam, con esos ojos y ese pelo.
               No, si tuviera una hermana, debería parecerse a mí: pelo negro, ojos azules.
               -Bien-dijo ella, que esperó a que me metiera en el coche para descubrir cuál era su asiento. Me fui a la parte de atrás y ella se sentó delante, con papá-. Al principio te cuesta acostumbrarte porque no te marcan las pautas, pero una vez te vas haciendo tus propios horarios, es lo mejor.
               -Te tienen que dar mucha caña.
               -En diciembre me veo un poco apurada, y al final de curso también, pero el resto del tiempo tampoco es para tanto. Me cambian prácticas por clases teóricas, a veces tenemos horas libres porque los profesores tienen guardia, así que adelantamos bastante trabajo.
               Papá se puso al día con ella en el trayecto a casa mientras yo simplemente escuchaba. Layla miraba el paisaje, por el retrovisor a mí, y a papá de vez en cuando para evitar que se distrajera demasiado.
               Alguien tuvo que hablar con él, porque no le preguntó nada sobre su novio… bueno, ex novio.
               Tommy me había llamado después de que Layla comprara los billetes. También había hablado con ella antes. Me pidió, casi suplicó, que la tratara con todo el cariño que pudiera. Que la cuidara y la protegiera por él (añadió “y por Scott”, pero supe que pedirlo por él ya era suficiente). Que hiciera lo posible porque no pensara en lo que acababa de dejar atrás.
               -Tú eres lo que más necesita ahora, C. Scott y yo destruimos mientras tú proteges.
               Había asentido y le dije que haría lo que fuera por ella.
               -Iría con ella hasta el aeropuerto; me subiría al mismo avión si así estuviera más tranquila, o ella me lo pidiera… pero estoy castigado. Sin salir de casa. Sí, todavía tengo edad para que me castiguen.
               -Mi padre no lo hace nunca-respondí, sonriendo.
               -Porque tú eres bueno y obediente, no como yo.
               Me sentí un poco como un premio de consolación. Seguro que Layla venía porque no quería estar sola y no había otra manera. Diana tenía las tardes ocupadas atravesando medio Londres; Eleanor tendría que estudiar, y los chicos no podían estar ahí para ella…
               -Tiene muchas ganas de ir-me aseguró Tommy, como oyendo mis pensamientos-. No habrías podido tener una mejor idea.
               -Va a estar un tiempo sola, yo tengo que ir a clase.
               -Niall estará con ella.
               Me quedé en silencio.
               -Seguirá estando sola, papá es bastante… especial para eso.
               -Aunque se quede sola por las mañanas, yo estoy más tranquilo porque él no puede seguirla hasta ahí-me confesó, suspirando.
               -Tommy-musité yo-, ¿por qué no se lo dices a tus padres para que te pospongan el castigo? Te costaría más… pero puede que mereciera la pena.
               -Me quedaría dos meses encerrado en casa con tal de poder estar con ella ahora-respondió-, pero Layla nos hizo prometer que no les diríamos nada a nuestros padres. Y, ¿cómo se supone que los voy a convencer de que me castiguen más tarde, si no les puedo decir por qué Layla nos necesita?
               Se me ocurrió sugerirle que mintiera. Que dijera que se estaba pillando por ella. Que ella también. Que necesitaban estar juntos para saber qué pasaba. Que lo estaba pasando mal y sólo él podía calmarla. La causa no importaría, sólo el efecto.
               Se me ocurrió pedirle que me mintiera cuando en realidad me estaría diciendo la verdad.
               Pero no lo hice, y él no tuvo que disfrazar una verdad incipiente con una mentira. En lugar de eso, susurré:
               -La cuidaré como tú cuidarías a tu hermana.
               -¿A Eleanor, o a Astrid?-bromeó, como si pudiera distinguir entre las dos. Bueno, ya no necesitaba estar tan encima de Eleanor ni vigilarla tan de cerca como a la pequeña. Pero de todo lo que me contaba Eleanor, sabía que la protegía más de lo que se atrevería a admitir. Y bastante más de lo que a ella le gustaría. “Es agobiante”, aseguraba la inglesa.
               Escuchándola, me alegraba de ser hijo único. Cuando respondía a mis mensajes en la cola del cine estando con su hermano, no tanto. Cuando me mandaba fotos de partidas en las que le había ganado, no tanto.
               Cuando compartía fotos de sus fines de semana, consistentes en leerles párrafos de sus libros a Dan o Astrid, me moría de envidia.
               Me hacía recordar hacía un par de años, en el que me acerqué a mi madre y le pregunté sin rodeos:
               -Mamá, ¿estás ovulando?
               -¿Qué?-dijo ella. Y yo me encogí de hombros.
               -Bueno, es que, si te apetece, pues… me gustaría tener un hermano. O hermana. No tiene por qué ser con papá. A ver, estaría bien, pero…
               Mamá se había echado a reír, me había revuelto el pelo y me había dicho que se lo pensaría.
               A la semana siguiente, se acostó con papá. Lo hacían de vez en cuando. Se echaban de menos, aunque ninguno lo admitía sin un par de copas en la sangre. Se querían demasiado para estar alejados el uno del otro, pero no lo bastante como para intentar resolver sus diferencias.
               Se alegraban de tenerme y me querían tanto por ser hijo propio como del otro.
               Claro que siempre se harían los dignos cuando me lo preguntaran.
               Mamá no estaba ovulando cuando pasó la noche en casa. Una lástima.
               Layla se bajó del coche justo después que yo. Se apartó de nuevo el pelo de la cara, capturando el flequillo dividido en dos tras las orejas. Contempló la casa.
               -Es diferente de como la recordaba. Más…
               -… ¿blanca? La pintamos este verano-sugerí yo.
               -… ¿pequeña?-fue la oferta de papá-. Has crecido desde la última vez que viniste.
               Cuando yo era más pequeño, los Payne solían venir a visitarnos bastante a menudo. En un fin de semana largo en el que no les apeteciera bajar a España, decidían seguir descendiendo, pero no tanto. Aterrizaban en Irlanda en lugar de en el país de Alba. Y se quedaban en la casa de Dublín.
               Recordaba que Layla me cuidaba mientras nuestros padres se encerraban en el estudio a decidir qué canción sacaban adelante. Nos peleábamos por recoger mis juguetes. Ella me cogía y me levantaba para que pusiera la última pieza del castillo de turno. También me quitaba las cosas que intentaba meterme en la boca. Me reñía y me cuidaba.
               Me tocaba devolverle el favor.
               Ahora, seguía viendo a los Payne, pero en la casa de Mullingar. Dublín se volvía muy agobiante en verano. Demasiados turistas. Pero no podíamos renunciar a tener un lugar cerca en el que bañarnos. En la ciudad de mi padre, teníamos tres lagos cerca de los que elegir.
               Además, el cielo de Mullingar no tiene nada que envidiarle al de Dublín. Y papá me había acostumbrado a echarme en el jardín a contemplar las estrellas.
               Siempre sabía qué constelación era la que yo señalaba. Las conocía como me conocía a mí.
               -Papi-le dije una vez-, ¿de qué las conoces?
               -De que gracias a ella te tengo a ti-respondió. El primer beso que se dio con mamá fue en una noche estrellada. Mamá no las tenía todas consigo, por eso de cómo se decía que eran los famosos, y la fama de vividor de papá. Él insistió en invitarla a cenar hasta que finalmente aceptó.
               Luego, fueron a dar una vuelta en coche. Encontraron un mirador desde una montaña. Mamá se quedó mirando el paisaje.
               -Dublín es preciosa-murmuró.
               -Lo precioso está arriba-contestó papá. Mamá levantó la mirada. Los dos miraron a la misma estrella. Eso es el destino. Hay una regla no escrita de que, si dos personas miran a la misma estrella sin ponerse de acuerdo, tienen que enamorarse.
               Mamá fue la primera en bajar la mirada. Y miró a papá. Y decidió podía merecer la pena que le rompiera el corazón.
               -Niall-le dijo.
               -¿Vee?-respondió papá.
               -Bájamelas esta noche.
               -Ésta, y las que tú quieras.
               Y la besó.
               Y creo que se acostaron en el coche. Papá no quería decírmelo. Sonreía como lo hacía cuando arrancaba un acorde inesperado.
               Mamá se sonrojaba un poco, “eso no es de tu incumbencia, Chad”, me cortaba cuando yo insistía en que me diera más detalles.
               Los dos se hacían los duros pero eran unos románticos como pocas personas había conocido. Eran como una galleta rellena de crema de avellanas. Por fuera está rica, pero por dentro es deliciosa.
               Aunque, siendo totalmente sincero, me parecía un poco cutre acostarte con la madre de tu único hijo (legítimo, al menos, quién sabe cuántos medio-hermanos mayores tendré por el mundo) por primera vez en un coche. Vale, la cena estaba ahí, pero… ¿qué había de las velas y los pétalos de rosa?
               ¿Es que ya nadie se preocupaba por la ambientación? Pues menuda mierda.
               Papá le abrió la puerta y la invitó a pasar. Quería que se comportara como una gatita que investiga su nueva casa. Era lo que hacían sus conquistas. Sin embargo, se quedó en el vestíbulo, esperándonos.
               -A ver de qué te acuerdas-la pinchó papá, haciendo un gesto para que avanzara. Layla se aseguró la correa del bolso y echó a andar, estudiando la casa.
               -La cocina. El salón. Las habitaciones. El baño. El pequeño, quiero decir. El otro baño. Tu mini gimnasio, Niall…
               -Hay que mantenerse en forma-papá se encogió de hombros.
               -… y el estudio.
               Se asomó a la puerta, se apoyó en el marco. Encendí la luz y me senté en la silla de mezclas.
               -Aquí se ha hecho magia, nena.
               Sonrió, a pesar de que odió la última palabra. De haber sabido que era la que escuchaba mientras la violaban, yo también lo haría. La borraría de mi vocabulario. No la usaría nunca más.
               -¿Como el disco en el que One Direction volvieron a ser cinco?
               -O la primera canción que hicimos “colaborando” con Zayn. Fue Eri la que sugirió que la grabásemos aquí.
               -Sus ideas siempre son geniales-murmuró Layla, paseando la mirada por la estancia.
               Se empecinó en cocinar ella para agradecernos que le abriéramos las puertas de nuestra casa. Como si hubiera algo que agradecer, o fuéramos un hotel al que pagar en especie.
               Papá consiguió meter mano y hacer el plato principal. Ella se encargó de la ensalada, a regañadientes, después de que nos peleáramos con ella porque era nuestra invitada.
               Luego, se sentó en el espacioso salón, al lado de un jarrón de cristal con unas orquídeas (mis flores favoritas). Sacó ceremoniosamente sus libros, sus apuntes, folios de colores, tijeras y un celo. También sacó dos estuches. No le bastaba con uno.
               Yo le pedí lo deberes a Kiara, mi mejor amiga, y le cancelé nuestros planes de por la tarde. No se enfadó. Nunca se enfadaba, ni yo con ella. Sólo lo hacíamos cuando quedábamos en volver juntos a casa (a pesar de que vivíamos en extremos opuestos de la ciudad), y uno se emborrachaba demasiado y el otro tenía que llevarlo casi a rastras.
               -Tengo visita.
               -No me importa-se burló.
               -Es una chica.
               -Felicidades.
               -Es guapa.
               -Dobles felicidades.
               -Ponte celosa.
               -Qué más quisieras-y un lacasito sacando la lengua-. Mañana te veo y me cuentas qué tal con tu ligue.
               -No es mi ligue.
               -Más te vale, como me reemplaces, te asesino-y un cuchillo, y un tomate que simbolizaba el kétchup que usaría para simbolizar la sangre. Era adicta a los emoticonos, y yo no ponía ni uno.
               Sólo se controlaba con las chicas a las que quería ligarse. Y terminaba desahogándose conmigo, comiéndose palabras porque con los emoticonos sobraba. Había confianza.
               Nos habíamos acostado una vez, cuando ella no estaba segura de si era bisexual o directamente lesbiana, ni yo sabía si era bisexual, gay, y no quería reconocerlo; o un “hetero travieso”, como Kiara los llamaba. A ella le bastó con darme un beso en los labios para darse cuenta de que sólo le gustaban las chicas.
               Pero no protestó cuando nos emborrachamos (un poco) y nos fuimos a una cama apartada (bastante) estando solos (muchísimo). Volví a besarla. Los dos nos estremecimos. Ella me besó a mí, sólo para estar segura. Sí, definitivamente, le iban las chicas.
               -Bueno, pero yo soy como tu hermano, tal vez yo no cuente.
               Se encogió de hombros, asintió con la cabeza y se quitó la camiseta. Era la segunda vez que veía un sujetador en toda mi vida. Puesto, quiero decir. Será que no revolví poco en los cajones de mi madre y me los puse en la cabeza igual que hacía Shin Chan.
               -Eres bi, Chad-sentenció ella.
               -Las tetas molan-dije yo.
               -¿Seguro que quieres hacer esto?
               -¿Y tú?
               -Tengo curiosidad por lo que es estar con un chico.
               Ninguno de los dos era virgen cuando nos quitamos la ropa y nos metimos en mi cama. Ella había estado con chicas y yo con una chica y un chico.
               A ella le había besado un chico en una fiesta y había sentido algo en el estómago, lo mismo que sentí yo cuando me acosté con el mío. Las dudas son lo peor. ¿Y si?
               Me había considerado hetero hasta la fecha. Y ella, lesbiana, simple y llanamente. Aunque nunca habíamos comentado los cuerpos de las chicas con las que nos cruzábamos. Simplemente un “es guapa” o “me gusta para ti”.
               Nada de “vaya tetas”, “menudo culo”, “se lo hacía por delante y por detrás”, porque no éramos unos gilipollas ni unos misóginos.
               Kiara se había quedado mirando mi entrepierna, que no parecía querer colaborar.
               -No sé si sentirme ofendida, insultada, divertida, o todo a la vez.
               -Es que impones mucho-expliqué.
               -Va a ser eso, sí-me senté a su lado. Me besó. La besé. Me acarició. Y yo a ella. Se puso encima porque yo me acojonaba a pasos agigantados. Si fuera por ella, no nos habríamos visto desnudos nunca. Pero yo necesitaba saber. Y ella necesitaba ayudarme a saber.
               Noté una presión cuando me centré en ella. La presión desapareció. Bufó.
               -¿C?
               -¿K?
               -Creo… y sólo creo… que me acabas de desvirgar. A ojos de Dios, claro.
               -¿Qué le importas tú a Dios, si no eres más que una enferma invertida que ha abrazado a Satán?
               Y los dos nos echamos a reír.
               Conseguimos acabar. No muchos amigos podían decir eso.
               Nos quedamos sentados, en silencio. Fue ella la que rompió el silencio.
               -Eres bi, Chad.
               -Tú también.
               Me dio una palmadita en la rodilla.
               -¿Qué se siente al sentirse atraída por personas del sexo contrario?
               -¿Quieres que te sea sincera?-dijo-. Es un poco raro estar con un chico. No te ofendas.
               -No lo hago.
               Volvimos a quedarnos callados.
               -¿Crees que hay salvación para mi alma, medio enferma invertida que ha abrazado a Satán, medio cristiana que ha abrazado el camino de la rectitud?
               -No.
               -El calor me seca el pelo, espero que en el infierno no haya humedad.
               -Te tiraré vasos de agua cuando me aburra.
               Volvimos a callarnos.
               -No te enamores de mí, ¿vale, K?
               -¿Acaso quieres echar otro?
               -¿Tanto se me nota?
               -Vas listo. Invítame a cenar-así había zanjado la conversación. Se había vestido y me había tirado la ropa-. Venga, van a poner Los vengadores en la BBC. Puede que la cojamos sin empezar.
               No volvimos a sacar a relucir el tema, pero me alegraba de haberme enterado con ella y no con un desconocido. También me alegré de haber sido la primera persona que descubría esa nueva faceta suya. “Puedo correrme con tíos, ¿qué te parece?”, nos habíamos reído una vez.
               No volvió a estar con ningún otro chico. Eso me hacía sentir un poco especial. A veces, cuando estábamos solos, nos acurrucábamos el uno contra el otro y decíamos “¿a que sería raro que ahora empezáramos a enrollarnos?”.
               “Bueno, al menos sabemos que el orgasmo es posible, ¿o no?”, contestaba el que no había hablado.
               El único que no parecía haber descubierto nada cuando me acosté con Kiara fue papá. Cuando le espeté en el recreo que quería decírselo, me dio una palmada en la espalda.
               -Chad, no te pongas nervioso.
               -Me gustan los tíos y las tías, papá más hetero y no nace, ¿cómo coño quieres que me ponga?
               -Es tu padre. Te va a querer igual.
               No sería la primera persona que salía del armario (¿los bisexuales estábamos en armarios o nos tocaba otro mueble? ¿El armario era exclusivo de los homosexuales? ¿Dónde se escondían los asexuales? ¿Hola? ¿Hay alguien? ¡Necesitamos respuestas!) a la que su familia repudiaba. Ni siquiera en clase.
               Me llevaba demasiado bien con papá para cagarla.
               Pero se volvió insoportable el que no lo supiera.
               -Papá-espeté mientras comíamos, porque con el estómago lleno sería más fácil que no se lo tomara muy mal-, soy bi.
               -¿Bilingüe?-contestó, pinchando un par de patatas, llevándoselas a la boca y masticando en silencio. No me miró. Volvió a pinchar. Así una vez más.
               -No, bisexual.
               -Felicidades-contestó-, yo me tiño el pelo. Pásame la sal, anda.
               Mamá lloró y me abrazó. Me dijo que ya era hora de que lo asumiera. ¿Qué cojones? ¿Asumir el qué? ¿Pero? ¿Qué? ¿Estaba? ¿Pasando? ¿Cómo podía saberlo antes que yo?
               -Mi vida, estas cosas se saben.
               Me hice con una esquina de la mesa y empecé a ponerme al día con los deberes. Papá se apoltronó  en el sofá. Miró a Layla.
               -¿Te molesta si pongo la tele?
               -A mí sí-protesté. Me mandó callar poniéndose el dedo índice en los labios, y sonrió. Y yo sonreí. No me molestaba para nada. Me aislaba.
               Excepto cuando me daba por escuchar las desgracias ajenas. Entonces, me ponía triste.
               Layla negó con la cabeza. Terminó de colorear unos apuntes (preciosos, por cierto, si los expusiera en alguna galería de arte y tratara de venderlos, yo se los compraría) y se sacó unos auriculares blancos del bolso.
               -¿Os molesta? Me concentro mejor con música.
               Papá y yo negamos con la cabeza. Podíamos pasarnos días juntos diciéndonos sólo “hola” y “adiós”. Éramos como cavernícolas en ese sentido.
               Y otros días, no nos callábamos. Dependía de cómo tuviéramos el cuerpo. Cacatúas o cavernícolas, pero nunca nada intermedio.
               Terminé los deberes. Le mandé fotos a Kiara para que comprobara que estaban bien. Cuando lo hizo y me declaró un experto en la materia, fui a por la guitarra. Papá desapareció también.
               Volvió con una camiseta de tirantes. De la banda.
               Puse mala cara. Me estiré en el sofá y lo miré, rascando las cuerdas del instrumento.
               -¿También quieres que me rape porque sigo con el pelo rubio?-ladró.
               -Lo que quiero es que te calmes. Dos vidas.
               -Tengo un montón, me salieron gratis y el diseño mola.
               Layla se quitó un auricular y se nos quedó mirando. Sonrió al ver la camiseta de su padre.
               -En verano yo duermo con una igual.
               -¿Ves? Gracias, Layla, por fin alguien agradecido con sus raíces.
               -Yo estoy agradecido y en armonía con mis raíces, pero no puedes pretender que te tome en serio cuando te pasas la vida vistiendo así.
               -Chad-gruñó-, que no viva poniéndome camisas como haces tú-¿me estaba llamando pijo?-no quiere decir que no debas respetarme. A la gente se la respeta por lo que lleva dentro, no por lo que lleva puesto.
               Y se fue muy digno, con la cabeza alta, a hacer ejercicio.
               Layla se mordió el labio y se echó a reír.
               -¿Siempre tenéis estas broncas?
               -Le dije que no se pusiera nada del grupo por si a ti se te hacía violento.
               -Mi padre estuvo en una boyband, ¿cuántos pueden decir lo mismo?-respondió. Suspiré y seguí arrancando acordes de la guitarra-. Chad.
               -Mm.
               -¿No te gusta el grupo?
               -Me encanta, pero lo veo hasta en la sopa.
               -No te enfades conmigo, ¿vale?-pidió, y quitó el enganche de los auriculares. Tocó la pantalla de su móvil. Me dedicó una sonrisa dulce mientras yo escuchaba. Tenía los dientes muy blancos, y los labios de un rosa muy pálido que le contrastaba con la piel ligeramente bronceada.
               Alzó un poco una comisura de su boca, achinando su ojo, mientras yo intentaba situar la melodía de aquel piano.
               Hasta que cambiaron de canción. A una que de verdad empezaba con un piano.
               -Tienes que estar de broma-respondí, echándome a reír.
               -Me relaja para estudiar.
               -¿Cuántas hay?
               -Cuatro horas.
               -¿Las has hecho tú?
               -No, estaban en Spotify. Son varias listas de reproducción; yo sólo junté las canciones en una. One Direction piano tribute, por si te interesa.
               -Creo que seguiré y usaré la tuya directamente.
               Dejó la música puesta mientras yo la acompañaba por la guitarra. Me había aprendido de memoria todos los acordes de cada canción. La notaba sonriendo mientras tocaba, siguiendo las teclas del piano. Siguió haciendo dibujos, colocando post its de colores por todas partes y pegando resúmenes a un lado y otro.
               Dejó con mucho cuidado una hoja apartada. Había dibujado un corazón con la mayor precisión posible en dos post its. Si los separabas, encontrabas la parte interna del corazón, con un corte transversal. Era el mejor truco que había visto nunca.
               Sacó su iPad. Y chasqueó la lengua.
               -No tengo internet.
               -Tenemos wifi.
               -¿Contraseña?
               -1drocks69.
               Para mi estupefacción, tecleó.
               -No es esa.
               -¡Evidentemente! ¿Con qué cara me quedaría si le hubiera dejado poner esa contraseña y luego se la tuviera que decir a mis amigos? Se reirían de mí. Y con razón.
               -Niall es bueno, no seas tan duro con él.
               -Es que me puede cuando se pone en modo fangirl.
               -Es apasionado.
               Seguí tocándola suavemente. Layla apartó las cosas, frotó los ojos y se quedó mirando por la ventana. Le empezaron a brillar las pestañas.
               -No llores, Lay. Ahora estás bien.
               -Aquí sí, pero, ¿qué va a pasar cuando vuelva a casa?
               -Que estarás en casa. Te cuidarán los demás.
               Se pasó una mano por el cuello, siguiendo la línea de nacimiento del pelo. Tenía un moratón allí.
               -No voy a estar en casa nunca.
               Eso me encendió una bombilla. Y, como si la hubiera visto encenderse también, papá se materializó en la puerta.
               -Tengo que ir a comprar, ¿necesitáis algo?
               -Llévanos a la playa-pedí.
               -¿Qué?-preguntaron los dos a la vez, y yo repetí mi petición. Seguro que el mar le hacía tanto bien como a nosotros. Mamá solía llevarme a caminar por la orilla cuando era pequeño y me notaba triste. Acercarme a las olas y dejar que el mar me lamiese los pies me tranquilizaba. Hundir los dedos en la arena húmeda y ver cómo el mar arrastraba la arena alrededor de ellos era lo mejor del mundo. El océano intentaba seducirme. Llevarme con él.
               Además, Layla traía un colgante de una cruz y una concha. No podía ser una de ellas, porque ellas eran solamente irlandesas… pero tal vez tuviera sangre de una.
               -Así nos relajaremos después de una tarde de estudio.
               -No has hecho nada-protestó papá. Me encogí de hombros.
               -Pero Layla sí.
               -¿Te apetece, Layla?
               La miré. Ella me miró a mí. Se pasó la misma mano por la misma zona del cuello de antes. Se tapaba el moratón.
               Pestañeó un par de veces, y terminó asintiendo. Recogimos nuestras cosas, metí un par de bocadillos en una mochila, con un poco de dinero, el móvil, y el cargador portátil, y nos subimos al coche.
               -Te voy a dar más dinero y vais en tren, ¿vale? Será más rápido. Yo me quedaré en casa y os prepararé la cena.
               Asentí.
               -¿Qué quieres cenar, Layla?
               Ella se encogió de hombros.
               -Cualquier cosa estará bien.
               -¿C?
               -Hoy no me tocaba elegir-contesté. No tenía nada en mente. Lunes, miércoles y viernes, él era el que mandaba en la cocina. Los martes y los jueves eran de mi jurisdicción. Los fines de semana, lo echábamos a suertes.
               Debería quejarme, pero él era el padre. Era normal que tuviera más días para decidir que yo. Además, era un poco agobiante pensar en el menú de cada día. Prefería dejárselo a él… salvo cuando me apetecía algo. Y eso pasaba los martes y los jueves.
               Nos dejó en la estación donde paraba el tren al que debíamos subirnos. En esa dirección, y a esas horas, no solía haber mucha gente. Sólo en verano, pero no estábamos en verano.
               Bordeamos Dublín hasta dejarla un poco atrás. Luego, el tren se desvió hacia la costa. Nos bajamos en la primera parada, con Layla mirándolo todo y siguiéndome de cerca. Yo cargaba con la mochila.
               Había farolas cada 20 metros que seguían la línea de la playa. Kiara y yo solíamos ir hasta allí en las épocas del verano en que yo me quedaba en Dublín. Nos sentábamos al sol a comer bocadillos y contemplar a los que hacían surf. Nos prometíamos el uno al otro que de ese junio no pasaba aprender a surfear.
               En julio, empezábamos a hacer planes para subirnos a una tabla en agosto. Visitábamos los puestos de la playa. Elegíamos nuestras tablas. Decidíamos que iríamos cada día a recoger conchas, hacer collares o cosas así, y se las venderíamos a los turistas para pagárnoslas.
               Ella no tenía mucho dinero. Era la mediana de una familia numerosa que vivía en una casa tan grande como mi cocina y mi salón. Sus padres sufrían para darle un poco de dinero para que saliera. Le dolía mucho que yo la invitara al cine o a chupitos, o a lo que fuera. Pero era eso o no salir.
               No iba a permitir que también le comprara una tabla de surf. Eran demasiado caras.
               Y yo no quería comprarla sin más, mientras ella se la ganaba. Trabajaría y me lo curraría igual que ella. Estábamos juntos en eso y en todo lo demás.
               En cada farola, estaban grabadas las iniciales de alguna pareja. Recordaba plantarme frente a ellas de pequeño. Algunas habían empezado a salir antes de que yo naciera. Con la llegada de mayo y el buen tiempo, el ayuntamiento daba orden de volver a pintar las farolas de blanco, al igual que las vallas. El color se iba cada año debido a la sal y la arena. Pero siempre había una pareja que grabara sus iniciales en una farola. Era una tradición.
               Layla se acercó a una y siguió con los dedos la silueta de las letras. Una L y una C.
               Suspiró.
               -¿Qué pasa?
               -Son las de mi ex novio y las mías.
               Saqué las llaves de casa del bolsillo pequeño de la mochila y me acerqué a la farola. Me cogió la mano para detenerme.
               -No las hemos hecho nosotros. ¿Y si haces que rompan?
               -¿Y si están destinadas a vosotros? ¿Y si por dejarlas ahí, vuelves con él?
               Negó con la cabeza.
               -No podemos hacerles nada malo a gente a la que no conocemos para salvar a la que queremos, Chad.
               -Tú mandas-repliqué, devolviendo las llaves al bolsillo al que pertenecían y dejando tranquilas a las iniciales. Se habían salvado por la misericordia de un ángel de un acto de justicia universal.
               Su karma se desequilibraba más y más.
               -No te enfades-pidió, acercándose a las escaleras llenas de arena.
               -¿Contigo? No podría, Lay.
               Me sonrió con calidez. El sol se estaba acercando al lugar en el que moriría, pero decidió volver a calentar con mucho cariño.
               Llegamos hasta la arena, nos descalzamos y metí mis playeros en una bolsa dentro de la mochila. Ella no quiso. La verdad es que era una imagen bastante bonita verla caminar por la arena, con los vaqueros remangados para no ensuciarlos ni mojarlos, mientras sostenía con una mano las zapatillas y con la otra se apartaba el pelo de la cara. La brisa marina les daba al pelo de las chicas vida propia.
               Menos al de Kiara, claro, por sus trenzas negras, que competían con lo oscuro de su piel. Juntos, su madre decía que éramos como una tarta de chocolate con nata.
               Y cuando íbamos a la playa y yo me hacía el duro y no me echaba crema, pasábamos de ser una tarta de chocolate con nata a un bistec con gambas. O con cangrejos. Dependía de lo quemado que estuviera y lo roja que se me pusiera la piel.
               -¿Estás bien?-pregunté, y lo hice de verdad. Ella asintió, mirándose los pies. Le gustaba hundirlos en la arena y sacarlos. Nos quedarían más suaves después de ese paseo crepuscular-. ¿Seguro?
               -Bueno, estoy un poco mejor.
               -Es el mar-expliqué.
               -Eres tú.
               -No-repuse, terco-. Es el mar. Eres como una selkie.
               Se detuvo y me miró. La alcanzó una ola en su último estertor. Dio un brinco. El agua estaba fría.
               -¿Qué es una selkie?
               -Espíritus irlandeses. Seres mitológicos, más bien. Gente que se convierte en focas. Hombres y mujeres. Con lo guapa que tú eres, deberías ser su reina. Pero, claro, eres inglesa-me encogí de hombros.
               Me pasó el brazo por el mío y empezamos a caminar a la par. Primero el pie derecho, luego el izquierdo.
               -Háblame de ellas-me pidió. Me enorgullecí de estar cumpliendo mi misión mejor de lo que Tommy se podría esperar de mí. “Cuídala, pero no la protejas demasiado. No la dejes sola, pero tampoco la agobies. Y distráela, distráela todo lo que puedas. Haz que se olvide de quién es. De lo que ha vivido. A cualquier precio. A toda costa.”
               A cualquier precio. Un billete de tren.
               A toda costa. La de la playa a la que más venía.
               A cualquier precio. Las leyendas de mi pueblo.
               A toda costa. A hacerla soñar con perderse en el mar como lo hacían las selkies.
               -Son… eran… son-me aclaré. Hablaría de ellas en presente. Como si siguieran apareciendo de vez en cuando por nuestras costas- unas criaturas de nuestra mitología. Algo así como “focas mágicas”, que pueden cambiar de forma…
               -¿Focas? ¿Me estás llamando gorda?-bromeó, dándome un empujón. Me eché a reír.
               -Para nada, Lay. El caso es que son criaturas con la capacidad de convertirse en focas o humanos según les plazca. Son de ambos sexos; mujeres y hombres. Aunque creo que hay más hembras que machos-nos alcanzó otra ola-. Normalmente salen del agua en las noches de luna llena o en ocasiones especiales.
               -¿Como por ejemplo…?
               -Es la forma elegante de decir “cuando les da la gana”-me encogí de hombros-. Vamos, que no necesitan que haya luna llena para poder adoptar forma humana.
               Asintió con la cabeza.
               -Dejan sus pieles entre las rocas y salen de fiesta-sonrió sin mostrar los dientes, contemplando el suelo-. Bailan y… a veces se acuestan con gente de los pueblos a los que van.
               -¿Zoofilia? Continúa, esto se pone interesante.
               -Técnicamente, no es zoofilia. Son personas como tú y como yo cuando salen del agua. A veces, se enamoran y se quedan en tierra durante mucho tiempo. Pero terminan echando de menos el mar-ella miró el agua, era una sirena que había conseguido piernas… ¿cuánto le habría costado?-. Así que o abandonan a sus familias, si es que las han formado o…
               -¿O?
               -O no pueden irse, porque sus familias les esconden las pieles de foca para que no los dejen solos. Y ellas sufren. Muchísimo. Como es natural.
               Se le humedecieron un poco los ojos. Definitivamente era una selkie a la que le habían quitado su piel de foca. Pero había conseguido recuperarla. Estaba ajada, envejecida y sucia, pero le serviría para poder volver al mar. Volver a ser feliz.
               -¿Y sus familias no las dejan marcharse?
               -Sus maridos, normalmente, no. Ellas son preciosas, las adoran, y son muy buenas personas. No es tan fácil decirle adiós a algo tan bueno; seguro que tú lo sabes-torció la boca. Tommy me habría pegado un puñetazo. Iba tan bien, y acababa de cagarla tan estrepitosamente…-. Pero con sus hijos es diferente. Todo hijo quiere que su madre sea feliz. Y los niños les acaban dando las pieles a sus madres, y ellas se van al mar, pero cuidan de ellos con cada marea y los besan con cada ola.
               Le brillaban los ojos más de lo normal. Me detuve.
               -No llores, Lay.
               -Es que es tan bonito…-se limpió las lágrimas. Yo la abracé-. ¿Qué pasa si no se enamoran de un humano?
               -Cuando sale el sol, vuelven al mar. Y si el humano va a buscarlas, y las espera en la costa cada luna llena, pues…-alcé las cejas.
               -Más zoofilia-se burló.
               -¡Que no hay zoofilia!
               Me dio un beso en la mejilla. Un beso que le supo a mar, pero por sus lágrimas, no por el agua que nos acariciaba los pies.
               -¿Y con los machos?
               -Eso mola más. Suelen fijarse en mujeres tristes, especialmente en viudas de pescadores que murieron en el mar. Si ellas quieren que las visiten, tienen que derramar siete lágrimas en el agua. Y ellos irán.
               Llegamos a unas rocas afiladas por el paso de los años en una costa rebelde.
               -¿Se vengan?
               -¿Las selkies? Oh, sí, claro. Cuando las tratan mal. No quieres cabrear a una, créeme.
               -Siempre podrías huir del mar.
               -Somos irlandeses. No podemos alejarnos mucho del mar.
               -No me extraña-susurró. Me cogió la mano y dimos la vuelta. Me habló de todo lo que había pasado. Yo deseé que fuera una criatura de nuestras historias. Le daría lo que se merecía. No sólo la violó y la maltrató; la llegó a anular como persona.
               Tiene que ser muy duro tener miedo de ir a tu propia casa. Desear estar solo cuando estás con alguien. Que tus únicos momentos de tranquilidad vengan cuando tu cuerpo se deshace por dentro.
               Nadie quiere algo que se deshace por dentro, me dijo.
               Yo le acaricié la mano y la escuché atentamente. Me habló del bar. De la ancianita. Del chico de barba que le pedía los cafés del mismo color que su pelo. De las clases. Enumeró todas las mentiras que les tuvo que contar a sus amigas. Se odiaba muchísimo. Lo notabas en su voz. En sus titubeos. En sus pausas. En sus miradas al océano que despedía al sol, la estrella que se escondía por el otro lado.
               Lo notabas en cómo se aferraba a tu mano cuando tenía que parar a tomar aire mientras te contaba las cosas que le habían hecho. También en cómo sorbía por la nariz.
               -No tienes por qué contármelo todo ahora si ves que te sobrepasa, Lay-le dije. Pero ella sacudió la cabeza. Se le enmarañó el pelo por la brisa marina.
               -Si no lo hago, yo…-volvió a sacudir el pelo. Y yo le aparté un mechón detrás de la oreja. Y me miró como a un hijo.
               Podía entender que Tommy se preocupara tanto por ella. Te miraba como si fueras su única esperanza. Te miraba como si le acabaras de entregar la piel de foca y le hubieras dado vía libre para volver al mar. Libertad para cantar canciones con sus hermanas.
               Con cómo me miró esa tarde me bastó para querer protegerla como me había dicho Tommy. Y eso que jamás podría mirarme como lo miraba a él.
               Nos sentamos sobre una toalla en la arena a comernos los bocadillos y mirar cómo subía la marea.
               Le dio un par de bocados al suyo antes de volver con su monólogo. Me lo ofreció pero me negué. Me comería un cachalote yo solo si me lo pusieran delante, pero ella lo necesitaba más que yo.
               Le quedaba casi nada, las luces de las farolas ya se habían encendido y las primeras estrellas, las más valientes, se intuían en el horizonte, cuando llegó a la parte en la que los Malik descubrieron su moratón. Me contó cómo se fue al piso de Louis y Eri. Lo mal que se sintió cuando Scott se levantó porque no la dejaba dormir.
               La mañana siguiente. La tarde con Keira, comiéndose la cabeza… hasta que finalmente ganó el impulso y fue a su casa a recoger sus cosas.
               Tuvo que mentirle. Decirle que se había dejado algo importante y dio la vuelta de camino a Wolverhampton. Él estaba feliz de tenerla consigo. O de tenerla, simplemente. Empezó a besarla. Ella se resistió un poco.
               Se me hizo un nudo en el estómago, pero tenía que escucharla mientras lo expulsaba.
               La arrastró a la cama. Era más fuerte que ella. Y ella había aprendido a ser dócil. Le quitó la ropa y ella no se atrevió a mirarlo mientras se desnudaba. Gritó cuando entró en ella. Creía que él había pensado que gritó de placer.
               Le había hecho tanto daño en muy pocas ocasiones.
               La mordió. Lo hacía cuando el polvo era bueno. La mordió y a ella se le saltaron las lágrimas. Él no lo notó. Se corrió en ella, y al menos no insistió. La dejó vacía, triste, desnuda y rota en la cama mientras iba a preparar la cena.
               Ella se dio asco a sí misma. Asco, pena y miedo. Estuvo media hora mirando la ventana, decidiendo si tirarse o no.
               -Al final decidí que no-susurró-, porque Tommy y Scott ya lo sabían… y no se habrían perdonado en la vida el haberme dejado sola en mi último fin de semana. Acabaría con ellos.
               Le había dicho que iba a salir, pero se emborrachó antes, y volvió a montarla. Esta vez, en el sofá. Cuando ella intentaba calmarse viendo la televisión, sin verla.
               Y se fue a la ducha. Y ella llamó a Tommy. Se odiaba y se daba asco, y sabía que si no escuchaba su voz y él no le decía que iría a cuidar de ella, se suicidaría esa misma noche.
               El dolor te hace olvidar la esperanza, y el remordimiento por algo que vas a ocasionar.
               Pero llegaron las chicas. Y casi matan a Chris. Y a ella no le pudo importar menos. Luego, llegaron Tommy y Scott. Y se la llevaron de aquella casa de los horrores.
               Tommy no dejó de llamarla “princesa”. Y era reconfortante.
               Al igual que me reconfortaba a mí ver cómo sus ojos brillaban un poquito, casi imperceptible, más, cuando mencionaba su nombre. Me lo contó todo. Incluso que se desnudó para él, pero se guardó los besos que él le dio por todo el cuerpo, bendiciéndola de nuevo cuando se creía maldita. Me contó que se lo imaginó besándola y que ella lo besó. Y por un segundo, todo estaba bien.
               Por un segundo, tenía entre sus manos la piel de foca y estaba en la orilla del mar.
               -Un clavo saca a otro, Lay.
               -Está con Diana-respondió. Sabía Dios cuántas veces se había repetido eso cuando encontraba consuelo pensando en él-. Además... yo no podré volver a enamorarme nunca.
               No un “quiero”. No un “me niego”. No un “no tengo pensado”.
               “Yo no podré”.
               -Eso dices ahora, pero piensa que esto algún día será…
               -Estoy rota por dentro, Chad. Han quemado mi piel. Jamás podré volver al mar. Jamás volveré a estar en casa. Nunca podré volver a estar con alguien así… ¿y quién iba a querer un juguete roto, de todas formas?
               -No eres un juguete. Eres una persona. La mejor que conocemos todos-añadí.
               Jugó con su cadena.
               -Mi mayor sueño es ser madre-murmuró-, y me han hecho lo único que podrían hacerme para no soportar quedarme embarazada. No quiero despertarme cada noche y tocarme el vientre y contener la respiración hasta que mi hijo se mueva, no como el de mis pesadillas.
               Se abrazó las rodillas y miró al mar.
               -La mejor manera de castigarlo por lo que te hizo es volver a estar bien.
               -No quiero castigarle. Quiero volver a tener ilusión por estar viva.
               Empezaron a picarme los ojos. Ella me abrazó, me acunó contra su pecho y me acarició la cabeza. Nos echamos a llorar los dos.
               El sol terminó de ponerse en ese instante. Seguimos llorando con el mar de fondo.
               Por fin, ella se calmó.
               -Deberíamos pensar en volver.
               -Sí-admití. Recogimos las cosas y las metimos en la mochila. Se limpió los pies a conciencia (“Odio la arena cuando estás calzado”, confesó), y finalmente se puso las zapatillas.
               Nos anudamos los cordones y nos fuimos. El mar no se despidió. Sabía que volveríamos.
               El trayecto en tren lo pasamos en silencio. Ella parpadeaba despacio, siguiendo la línea de luces que había más allá de las vías. Yo la miraba a ella.
               Tiró de las mangas de su jersey hasta ocultarse media mano. Los dedos salían de éste ya separados. Me miró y sonrió un poco, mordiéndose el pulgar.
               -¿Qué?
               -Vas a encontrar a alguien que te quiera de verdad, Lay. Te está esperando. Dale tiempo a llegar. Alguien con quien puedas volver a estar a gusto. Alguien con quien puedas tener hijos sin tener pesadillas por la noche. Tú sólo tienes que tener paciencia y seguir tirando. Volverás a tener ilusión.
               Sonrió y asintió con la cabeza. Seguro que su sonrisa estaba tasada en varios miles de millones de euros.
               Europa debía invertir cada céntimo que tuviera en rescatarla.
               Mientras esperábamos para coger el bus que nos acercara aún más a casa, me dio las gracias por haberla escuchado así. Y por haberla llevado al mar. Y por abrirle mi casa.
               Yo le dije que no tenía que dar las gracias.
               Y que no se lo merecía.
               Y que no había sido nada, de veras.
               No lo había sido.
               Teníamos más hambre de la que debíamos. No había partido esa noche. Le supliqué a papá que viera con nosotros una película en el salón. Él se mostró reticente. Hasta que le dije cuál.
               Hicimos palomitas, revolvimos en la despensa hasta encontrar algunas golosinas. Y nos apiñamos en el sofá, tapados con una manta y con los pijamas ya puestos. Layla estaba entre los dos. Alzó las cejas al ver el título de la película.
               -¿La canción del mar?
               -Va sobre selkies-expliqué.
               -¡Oh!-fue su contestación, y se arrebujó un poco más en el sofá. Subió los pies y apoyó la cabeza en mi hombro.
               -La mejor película que ha producido este país y ningún otro, Lay-informó papá-, pero, claro, había que ignorarla porque no es de Pixar…
               -No te sigo-manifestó ella. Yo le cogí la mano por debajo de la manta. No se sobresaltó. En Irlanda, tenía conciencia de su cuerpo. Estaba a salvo.
               -Estuvo nominada a mejor película de animación en los Oscar, pero la ganó Big Hero 6.
               -Una puta mierda sobre un robot ninja inflable plagiado del muñeco de Michelin ganó a esta obra de arte con mayúsculas-bufó Niall-. Se lucieron con ese premio. Desde entonces, no he vuelto a ver ninguna película de Pixar.
               -Sí que las has visto, papá.
               -Evidentemente, porque producen mierda de una calidad óptima-respondió papá-, pero la veo por Internet. Pirateada.  A todos los efectos, es como no verla. Y da muy mala imagen que Niall Horan diga que lleva sin ver películas de Pixar desde 2015.
               Layla se echó a reír.
               -A mí también me pareció bastante decepcionante.
               -¿Decepcionante? Que Zayn pusiera los títulos de las canciones alternando mayúsculas y minúsculas en su primer disco en solitario fue decepcionante. Lo que hizo la Academia con La canción del mar fue insultar a toda Irlanda, escupirle en la cara y luego apalearla hasta dejarla sin dientes.
               Layla volvió a echarse a reír, esta vez con más fuerza. Achinó los ojos igual que lo hacía Liam. Se palmeó la tripa, y papá y yo terminamos riéndonos también. Los tres juntos, en paz y armonía.
               Unas neuronas se apagaron durante esa noche. Esas neuronas custodiaban una conversación corta, pero importante. No creo que nunca pudiera eliminarlas. Ni drogándome.
               -¿Qué pasa si alguien maltrataba la piel de una selkie?-me preguntó en el tren, viendo cómo se alejaba el mar de nosotros.
               -Ella sufría.
               -¿Y si la quemaban? O sea, ¿si la destruían?
               -No lo sé-confesé.
               Fue una mentira.
               Sí que lo sabía.
               Se arrojaban a las llamas. No para salvar su piel. Para suicidarse.

34 comentarios:

  1. KIERA Y CHAD. LA NUEVA OTP TÍAS.

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  2. DIOS MÍO. ME HE REÍDO MUCHÍSIMO CON EL CAPÍTULO. (La última parte no. Casi he llorado)

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  3. Necesito que Layla vuelva a estar viva. Odio verla sufrir. Me da igual que sea Tommy, Chad, Dan o un puto León marino pero quiero que alguien la quiera como a merece.

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    1. ¿Te imaginas que ahora le hago comprarse un león marino y la mando a vivir a Alaska porque allí su mascota estará más a gusto?

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  4. Me he echado a llorar como una idiota cuando le ha confesado que pensó en suicidarse. Por que tiene que sufrir tanto alguien tan bueno??

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    1. Ay mi vida, yo casi lloro escribiendo esa parte, no te preocupes, te entiendo (sorprendentemente, porque yo antes tenía la capacidad emocional de un ladrillo).

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  5. NIALL HORAN EL MAYOR FANGIRL DE LA HISTORIA.

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  6. Ala. Ya me he convertido en stan de Kiera y Chad.Has que ocurra zorra (con amor)

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    1. Tratala bien que me hace más ameno el tener que aguantarte cuando estas leyendo su novela. (Es broma nena. Te quiero)

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    2. KIARA Y CHAD SON #SÓLO AMIGOS HAN CRECIDO JUNTOS ESO ES INCESTO LO MIRES POR DONDE LO MIRES
      Y KIARA ES LESBIANA

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    3. PD: podéis ser más cuquis la pregunta es seria

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  7. Kiera y Chad van a acabar liados. We already know.

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  8. "-Papá-espeté mientras comíamos, porque con el estómago lleno sería más fácil que no se lo tomara muy mal-, soy bi.
    -¿Bilingüe?-contestó, pinchando un par de patatas, llevándoselas a la boca y masticando en silencio. No me miró. Volvió a pinchar. Así una vez más.
    -No, bisexual.
    -Felicidades-contestó-, yo me tiño el pelo. Pásame la sal, anda." ME ESTOY MEANDO

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  9. ESTOY LLORANDO D ELA RISA POR LO DE LOS CALZONCILLOS ME DA SOCORRO

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    1. Seguro que no los sacan para que Niall no lo haga de verdad, ¿te imaginas que se vuelve a caer jugando al golf y se le ve el logo de la banda al lado de la raja del culo? JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

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  10. Layla me da tantísima pena... Ojalá se de cuenta pronto que alguien algún día podrá quererla de la mañeta que a merece.

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  11. Me da tanta pena Layla.... Espero que los próximos que se enteren la convezcan de que ese cabron necesita pagar por lo que hizo

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  12. me encanta Chad es que es un cuqui ojalá pueda narrar más :(
    y cada vez que nombras algo de Layla en plan de alguien que la quiera y demás SIEMPRE se me viene a la cabeza Tommy son mi otp fav después de Sceleanor vale

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    1. Creo que va a volver a narrar después de Scott, se me quedaron un montón de cosas en el tintero porque Layla va a pasar 5 días en Irlanda y sólo he podido hablar de uno, así que ¡tus deseos son órdenes, María!
      Y no te preocupes que a mí también se me viene a la cabeza Tommy cuando habla de que alguien la quiera, pero claro, él está con Diana y no es tan cabrón de andar mareando a las dos a la vez...
      ... a no ser...

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  13. ERIKA AMO A.M.O A CHAD CON TODA MI ALMA Y MI CORAZÓN DE VERDAD

    LOL ME ENCANTA LA RELACIÓN QUE TIENEN C Y K PORQUE ES SÚPER PARECIDA A LA QUE YO TENGO CON MI MEJOR AMIGO

    Y NIALL TÍA?!?!?!?! ME LO HE IMAGINADO TODO TAL CUAL, OSEA LA ESCENA DEL COCHE QUE SE MUERDE LAS UÑAS, LA DISCUSIÓN CON C...

    MIRA ME ENCANTAN LOS MALIK PERO ES QUE LOS HORAN>>>>>>>>

    EN FIN, DEJO YA DE PETARTE

    TE QUIERE, COMO SIEMPRE, VIR

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    1. Es un pobre melocotón igual que Layla por favor protejámosle con nuestras vidas.
      MIRA MENOS MAL POR FIN ALGUIEN QUE NO SHIPPEA A KIARA Y CHAD ES QUE DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJA HAN CAUSADO SENSACIÓN.
      A Niall creo que lo he conseguido captar muy bien, no sé, últimamente me noto más cercana a él que a Louis (porque el hijo de puta no hace más que decepcionarme y estoy hasta los cojones de él ya uf).
      Y BUENO LOS MALIK MANDAN PERO LOS HORAN CUIDAO EH, CUIDAO.
      Pétame lo que quieras.
      TE QUIERE MÁS, COMO SIEMPRE, ERI.

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    2. Te prometo que es la novela, de todas las que he leído, que mejor capta la esencia de Niall, su personalidad y él (vaya la que pienso que tiene porque claro JAJAJAJ), es impresionante, cada vez que narras algo de él, me lo imagino haciendo exactamente eso, cosa que no me pasa por ejemplo con Zayn (sinceramente, no le veo con un libro en las manos JAJAJAJAA), no sé

      Si te pasas a este bando, te cogemos con los brazos abiertos #niallsgirlsaf
      JAJAJAJA

      ❤❤❤

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    3. BUF pues a mí con Zayn me pasa todo lo contrario, pienso en él y vale, lo primero que me lo imagino es haciendo un graffiti como en el 1DDay, pero luego me lo imagino leyendo en una cafetería con una taza de café humeante al lado. No sé, siempre me pareció como... muy intelectual (?) [MENOS MAL QUE ESTOY CABREADA CON ÉL LOL ME DESCOJONO]
      Además, si no recuerdo mal, creo que dijo en una entrevista que quería ser profesor de literatura universal (igual me estoy flipando mucho ya, pero me la bufa, a mí me encaja totalmente con él). Zayn es un Ravenclaw, fight me on this.
      No me tientes que termino abandonando a Louis, hasta la polla me tiene ya, en las pocas fotos que salen de él no me gusta cómo aparece y encima anda todo el día para alante y para atrás con Alfredito y su banda.

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    4. Creo que dijo que le gustaría ser profesor de inglés, idk, puede ser que sea algo intelectual y tal pero mi mente no registra eso JAJAJAJAJ, ay pobrecico mío, si es un bebé, yo dejé de estar cabreada hace mucho ya porque ❤
      Yo estoy hasta el chocho de Oli, dios mio, está en todas partes, parece la madre de la criatura, además de que me cae fatal (y no se por qué porque es que el chaval no ha hecho nada pero uf)
      En fin viva Niall, soy muy feliz siendo Niall stan/girl/lo que coño sea, ya me entiendes JAJAJJAJA

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    5. No sé, igual luego es un ignorante de la virgen, quién sabe, pero que es artístico es INNEGABLE y eso Ravenclaw lo valoraba mucho❤
      Yo sigo cabreada porque soy una rencorosa y no ha pedido perdón (estoy ofendidísima y eso que a mí me la empezó a bufar un poco la banda antes de eso, pero es que esas cosas no se hacen), y encima ahora con la cancelación del otro día, lo he recordado todo y ha sido muy u.u
      Dios, el puto Oli, aka El Maligno. Otro indeseable al que hacerle la cruz. Viva Niall con sus amistades no invasivas y sus palos de golf.

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    6. Bueh, la verdad es que ya me da igual un poco todo, él sabrá, si de verdad no se encontraba bien, si tenía ansiedad o lo que sea... Pues bueno, siempre hay que mirar antes por ti mismo que por otros idk

      Bog, de verdad que sí, viva Niall, no te digo yo que estoy muy tranquila JAJAJAJAJ

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    7. Ya bueno, eso sí, pero no coger y largarte con un puto post de Facebook que encima te escriben los managers y no decir nada más JAJAJAJAJAJAJA

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