viernes, 17 de junio de 2016

To kill a mockingbitch.

En el último capítulo, os pasaba un enlace de cómo me imaginaba a Scott. Ni corta ni perezosa, he terminado haciendo una colección de fotos de cómo me imagino más o menos a los personajes de la novela. Podéis acceder a ella pinchando aquí.
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Por cierto, estoy recibiendo un montón de comentarios (AY MADRE MÍA, OS COMO LOS MOFLETINOS); más comentarios que gente tengo en la lista de Twitter para avisarla según publico, así que, si alguien quiere que le mencione cada vez que suba un capítulo, que me lo diga bien por twitter, o bien dejándome su user aquí abajo en un comentario.
Muchísimas gracias por vuestro amor y apoyo; sois la razón de que quiera subir tan seguido y me haga mucha ilusión entrar en el blog. No me enrollo más; disfrutad de la lectura. 


En cuanto le dije que había venido Layla, una chica, a pasar una semana en mi casa, Kiara se empeñó en que quería ir a conocerla. La culpa era mía, en realidad. Sabía cómo se ponía cuando tenía visita. Siempre quería conocerlos.
               -Así aumentaré mi red de contactos. Ya sabes. Para comer, y eso, cuando nos independicemos.
               Siempre habíamos hablado de que, cuando fuéramos a la universidad, nos iríamos a vivir juntos a un piso. A poder ser, pequeño. Yo quería una vida normal. Kiara quería sentir que por fin tenía una oportunidad en la vida. Que su familia no iba a ser una carga siempre. Que podía volar, a pesar de sus orígenes.
               A ninguno de los dos se nos había ocurrido que el otro tal vez fuera a una universidad distinta. Éramos nosotros. Podíamos estar separados todo el verano y juntarnos de nuevo y sería como si nada hubiera pasado. Un curso entero era otra cosa.
               En realidad, insistía porque le gustaba conocer a la gente de mi entorno. Le fascinaba toda la vida de papá. Supongo que se debía a que eran muy diferentes.
               Oh, y también era muy protectora conmigo.
               -Eres un pobre melocotón-me solía decir-, y se acerca el verano, ¿y qué pasa en verano?
               -¿Helados de melocotón?-preguntaba yo, aunque estuviéramos en invierno.
               -¡Exactamente! No consentiré que ninguna fulana te coja y te chupe y te reduzca a cuatro gotitas en el suelo-era su contestación. Y yo sonreía.
               -Estás en contra del sexo oral, lo hemos captado, K-y ella negaba con la cabeza.
               -Como bisexual consagrada…
               -Eres lesbiana, Kiara-le corregía yo.
               -… tengo que decir que la penetración está sobrevalorada.
               En invierno, se metía delicadamente un trozo de galleta en la boca, mordido con unos dientes que brillaban con luz propia. En primavera, recogía una flor de algún jardín y se la ponía en el pelo (a ver cómo se las apañaría este año, con las trenzas). En verano, removía un poco su batido con la pajita y daba un sorbo. En otoño, arrancaba la hoja más oscura del árbol más cercano. Lo de otoño era un acto de caridad.
               Todo ese afán por protegerme hacía que fuera desconfiada con la gente nueva a la que conocíamos. Sabía que yo me encariñaba muy rápido, y me costaba perder el cariño cogido. Ella era al revés. Éramos como un perro y un gato; el perro te adora enseguida y le cuesta olvidarte. El gato, por el contrario, tiene que tenerte alrededor mucho tiempo hasta empezar a tolerarte, pero cuando sales de su vida, se olvida de ti.
               O eso quería decir ella. Porque la verdad era que se había emborrachado varias veces para olvidar a su última ex. Creo que por fin estábamos haciendo progresos. Los dos chicos con los que se enrolló los hicimos, quiero decir.
               Por eso, me sorprendió mucho lo rápido que conectó con Layla. Kiara no era borde, ni mucho menos. Pero le costaba abrirse a otras personas. Puede que fuera algo que sintió en Layla. Tal vez notara lo rota que estaba por dentro.
               El caso es que llevaban media hora de amistad cuando Kiara le dio un consejo sobre rupturas. Para nada era años menor que ella.
               -Cámbiate el corte de pelo-sugirió-. Yo me puse las trenzas para olvidar a mi última ex.
               -Sí, y mira lo bien que le ha salido: la otra semana lloró de nuevo por ella, y encima está más fea que de costumbre.
               -Cómeme el rabo, Chad-bramó.
               -Cómeme tú el coño, Kiara.
               Nos intercambiábamos las gónadas cuando nos queríamos ofender porque éramos amigos y lo compartíamos todo. Hasta los genitales del otro.
               -Le estaba dando vueltas, ¿sabes? Diana también me lo sugirió.
               -Novio nuevo, pelo nuevo. Es mi lema.
               -Querrás decir "novia".
               -Me agotas la paciencia, Chad.
               Pero la cosa no se detuvo ahí. Oh, no. Kiara le lavó el pelo y se lo cortó como Layla se lo pidió.
               -Con esa cara preciosa que tienes, seguro que te va bien el flequillo hacia delante-meditó mi amiga, tijera en mano.

               Layla me había preguntado si las manos de Kiara eran de fiar. Y yo le dije que eran las mejores.
               -Quiero ser estilista. Pero no como Lou Teasdale o Lottie Tomlinson. No quiero dar vergüenza ajena con mi aspecto físico, así que me expreso tanto conmigo como con Chad-relató, afanándose en los rizos de Layla, que casi ni tocó. Detestaba a la mayoría de las estilistas por las pintas que llevaban. Siempre que cogía una revista y salía una, sostenía su imagen muy cerca de mi cara y espetaba:
               -¿Tú dejarías que esta individua te tocara el pelo?
               -Ni un mechón.
               -Dios mío, son la deshonra de este oficio.
               Y tiraba la revista al suelo. Luego la volvía a recoger y seguía con su vida.
               -Ella me corta el pelo también a mí-expliqué, viendo la confusión en los ojos de Layla-. Por eso parezco el puto crío de Jurassic World. No me deja llevarlo más corto.
               -Cuanta menos cara se te vea, mejor.
               -Me da calor-protesté.
               -Cómeme el rabo.
               -Y tú a mí, el coño.
                -Estoy tan harta de ti.
               Y los dos sonreímos, porque sabíamos que era mentira. Era como un novio al que le había obligado a jurar que no haría nada con ella hasta el día en que se casaran. Y yo no me animaba a pedir su mano en matrimonio. Pero, de no ser por las muestras de atracción sexual, el resto, lo teníamos: yo me pasaba la vida abrazándola, ella me daba besos en la mejilla, yo le hacía regalos caros y ella se curraba más los míos…
               Lo de los regalos era más bien porque me daba rabia ver con qué envidia miraba a las demás. Estaba en nuestro instituto por una beca que había conseguido gracias a su cerebro. El resto, por el dinero de sus padres. Yo incluido. Las diferencias no se quedaban ahí.
               En un principio, habíamos llevado uniforme de manera obligatoria. Así que no había mucha diferencia entre ella y yo. La falda, únicamente.
               Todo cambió con el nuevo director. Era más liberal. “El arte no es disciplina, es sentimiento”. Y todo el mundo se tomó aquello como un “es hora de desfilar, damas, caballeros”. Y vestían sus mejores galas y se pintaban como puertas e iban al gimnasio para lucir cuerpo mientras Kiara, entristecida, se rompía la cabeza para combinar la poca ropa que tenía, casi toda heredada.
               Las demás no se daban cuenta. Pero yo, sí. No estaba cómoda con unos vaqueros, porque eran de su hermana y le quedaban grandes. O estaban gastados. O una blusa estaba descosida por un lado.
               -K, sólo tienes que pedírmelo-le decía siempre, pero sacudía la cabeza.
               -No te voy a pedir limosna.
               -¿Y si te la doy yo?
               -Seguiría siendo limosna.
               Así que yo empecé a inventarme acontecimientos sólo para tener excusas para regalarle algo. Su cumpleaños. Su santo. El día en que se estrenó su película favorita. San Patricio. Fin de exámenes. El día que perdió la virginidad (con una chica, no conmigo). El día en que nos acostamos.
               Y a ella le gustaba que la mimara con regalos. También le gustaba mimarme a mí. Me devolvía los favores de maquillaje, ropa interior cara (la pobre era pija hasta para eso, y me obligaba a acompañarla y me pedía opinión porque sabía que me moría de vergüenza), ropa de la que se encaprichaba pero se intentaba olvidar…
               -Por lo menos ten la decencia de comprarla en rebajas-me espetaba cuando la cazaba contemplando una camiseta o lo que fuera durante más de 5 segundos.
               A cambio, ella removía cielo y tierra para hacerme un regalo que me gustara. Revolvía en sus cajones buscando pegamento. Se quedaba en la biblioteca del instituto buscando historias sobre mitología; sabía que me encantaba. Dibujaba fotos nuestras con cualquier papel a desechar que encontrara. También copiaba dibujos que encontraba por internet. Y los unía todos en una especie de álbum-anuario que resumía nuestro año.
               Y me compraba una camisa. Yo protestaba, pero era terca como una mula, igual que yo.
               Me daba mucha rabia porque mi cumpleaños no caía cerca de ningunas rebajas.
               Una vez, pensando en qué podía regalarme porque se acercaba la fecha de estreno de Pocahontas (su película favorita), me había mirado a los ojos. Y sorbió despacio por su batido, con los ojos fijos siempre en mí.
               -¿Me estás sugiriendo ir al baño y hacerme una mamada?-quise saber.
               -Me he dado cuenta de una cosa-alcé las cejas.
               -Procede.
               -Prepárate para tan inconmensurable verdad-dijo, poniendo los codos en la mesa e inclinándose hacia mí. Me revolví en el asiento. Aseguré mi posición, aparté los paquetes de las hamburguesas que nos habíamos comido, y la invité:
               -Procede.
               -El mundo se maravillará ante semejante descubrimiento.
               -Kiara.
               -La raza humana jamás volverá a ser la misma.
               -K.
               -Estamos en un punto clave en la historia de la humanidad; la historia empieza en este preciso instante-colocó su índice como un puñal encima de la mesa.
               -Kiara, ve al grano.
               -¿Listo, pequeño mortal?
               -Nací listo.
               -Eres mi sugar daddy-dijo por fin, muy convencida.
               Una carcajada nació en mi estómago y escaló por todo mi esófago. La contuve a tiempo.
               -¿Tú crees?
               -Estoy convencida. Bueno, lo que nos falta es acostarnos, eso no lo hemos hecho…
               -Todavía-respondí, cruzándome de brazos e inclinándome de nuevo hacia delante. Ella sonrió, mordió la pajita y coqueteó:
               -¿Acaso me deseas?
               -Tal vez.
               Alzó las cejas.
               -Sólo tienes que pedirlo, cariño.
               Estiró la mano y me acarició el brazo. Se nos hizo raro a los dos. Pero nos gustó. Era como cruzar una última frontera.
               Igual que fue tenerla entre mis brazos una vez. Fue raro porque era ella, pero me gustó también por la sensación de adrenalina de estar haciendo algo mal. Imagínate que ahora nos cazan. Sería imposible, claro. Papá estaba en la ciudad, entre las piernas de alguna chica, probablemente. Imagínate que os pilláis el uno por el otro. Pero no era posible; era de Kiara de quien estábamos hablando.
               Era como mi hermana.
               Una hermana que se movía bien, vale. Pero era mi hermana.
               -Lo que no me compra Chad-le estaba diciendo a Layla-, lo cojo de la tienda de mi hermana mayor. Me da todas las muestras que le mandan las marcas y me enseña a crear mis propios productos. Por lo demás, Chad me tiene consentida. Es como mi novio.
               -Qué más quisieras-me burlé yo. De puertas para adentro, lo admitía. Ahora, hacia el exterior, había que mostrar una fachada.
               -Porque yo no me dejo, que si fuera por ti…
               -¿Nunca habéis salido juntos?-espetó Layla, incrédula. Ay, pequeña. Si tú supieras.
               -No-contestamos a la vez. Ni siquiera nos miramos. Nos llevaríamos el secreto a la tumba. No le diríamos a nadie que yo era el único chico con el que ella había acabado, ni yo le diría que me había gustado mucho el tacto de sus labios sobre los míos.
               -Pues haríais buena pareja-se lamentó Layla. Parecía querer, a toda costa, convertirse en la única soltera de Irlanda.
               -Yo sería el hombre de la relación-se adelantó Kiara, pasándole los dedos por el flequillo y alineándoselo.
               -Eres lesbiana-protesté.
               -Perdona. Soy bisexual.
               -¿Con cuántos tíos has estado?-ataqué.
               -Con dos-reconoció.
               -¿Y con cuántos has pasado a mayores?
               Me miró de soslayo.
               -No lo sé, Chad, ¿me lo dices tú?
               -¿Y tías?
               -No las cuento-se encogió de hombros.
               -Yo sí-era mentira, pero si le decía un número impar, distinto de un múltiplo de 5, parecería que llevaba la cuenta en serio. Y ella se ofendería.
               -Pues enhorabuena.
               -Chicos, en serio. Niall me ha dicho que compartís cama cuando Kiara duerme aquí y que no me deje incomodar por vosotros.
               -Dormimos arrimaditos porque nos queremos mucho-expliqué.
               -Yo soy la cuchara grande-arremetió-, sólo por si él se empalma (lo cual sería normal, es decir, estoy buenísima), para que no tengamos problemas.
               -Soy yo el que impide que nos portemos mal, golosa-respondí.
               -Travieso-respondió, sacudiendo las caderas y mordiéndose un poco el labio. Layla alzó las cejas.
               -Seguro que terminaréis juntos.
               -¡Que es lesbiana!-ladré.
               -Chad es poco hombre para mí.
               -No, mi defecto es que soy un hombre. Punto.
               Le secó el pelo y le hizo unas ondas con el propio secador. Asintió con la cabeza.
               -Cuando vayamos a Mullingar, yo te maquillo. Tienes unos ojos preciosos. Eyeliner so sharp, you could kill a bitch.
               -Sí, como en Matar a un ruiseñor, sólo que cambias bird por bitch.
               ­-To kill a mockingbitch-anunció Kiara, abriendo las manos como si siguiera con los dedos un cartel. Layla se echó a reír y los dos nos miramos. Kiara se mordió un poco el labio con su sonrisa, y metió la lengua entre sus dientes. Zayn hacía lo mismo cuando tenía nuestra edad.
               Kiara sonreía así cuando estaba orgullosa de sí misma.
               Layla se miró al espejo y sonrió. Se atusó un poco el pelo, contemplándose desde diferentes ángulos.
               -Estoy muy guapa.
               -Menuda novedad-respondimos Kiara y yo al unísono.
               -Gracias, K.
               -No hay de qué, mujer. Da gusto trabajar en alguien atractivo, para variar.
               -No le tires la caña, K-la reñí.
               -Desde luego, cómo sois los hombres: escucháis un cumplido y ya os pensáis que queremos pasar a mayores. Las mujeres somos más elegantes y comedidas. Y también más directas. Si queremos sexo, os lo pedimos.
               -Tampoco es que haga falta pedir mucho-meditó Layla.
               -Al margen de eso… son chicos. No es plan de pedir milagros. No son sutiles.
               -Yo soy sutil-protesté.
               -Lo eres conmigo porque nos pasamos las 24 horas del día juntos, Chad, pero con el resto…-sacudió la cabeza y se volvió hacia Layla-. ¿Sabes? Una vez una tía le tiró los trastos en una fiesta un sábado. Se enteró al segundo domingo. Estamos sentados, y de repente se gira y me dice: “K, creo que esa chica ha intentado ligar conmigo”. Y yo “¿Intentado ligar? Te tiró tantas fichas que me llamaron desde Las Vegas; se habían quedado sin ellas y las necesitaban de vuelta”.
               Layla volvió a reírse, tapándose la boca. Odiaba cuando alguien se reía así, era como si no soportara sus dientes. Como si quisiera ocultarlos del mundo, cuando una risa es de las cosas más bonitas que hay. La gente debería reírse más y criticar menos.
               -Parece mentira del hijo de Niall Horan, ¿eh?-continuó Kiara.
               -Tenía 12 putos años.
               -Mira, tesoro, todavía te falta entrenamiento. Es la verdad-mi amiga se encogió de hombros-. No pienso dejarte solo hasta que no aprendas a interpretar la señales.
               -Son confusas. Hacéis muchas cosas que pueden significar cosas distintas dependiendo de detalles que nadie más ve, sólo vosotras.
               -Si te miran los labios mientras hablas con una persona, es que quieren besarte-anunció Layla.
               -Kiara, ¿quieres rollo conmigo? Porque cada vez que abro la boca, te la quedas mirando.
               -La culpa es tuya. No vocalizas.
               -¿Qué más, Lay?
               -Si se tocan el pelo, también. Y si se lo enredan en los dedos, quieren pasar a mayores.
               Me quedé mirando a mi mejor amiga.
               -Te pasas la vida zorreándome.
               -¿Ves lo que te decía, Layla? 15 años de amistad y se entera ahora de que quiero con él. Qué cruz. ¿No era lesbiana, Chad?
               -Bueno, yo puedo convertirte, si se me antoja.
               Pasamos al salón y seguimos preguntándole a Layla, que para algo era mayor y más experimentada en esos temas. No pareció recordar lo que había pasado en toda la semana, ni lo que me había confesado el día anterior, en la playa. Se apartaba el pelo detrás de la oreja, levantaba la mirada y sacudía despacio la cabeza. Era como si tuviera un tanque de agua alrededor del cerebro y, consiguiendo que hiciera burbujas, pudiera pensar mejor.
               -¿Por qué sabes tanto, tía?-espetó Kiara, abriendo mucho los ojos.
               -Una de mis amigas quiere ser ginecóloga, así que un día fue a la biblioteca y sacó un montón de libros sobre sexualidad, sexología… esas cosas-se encogió de hombros.
               -¡Ah! ¿Estudias medicina?
               -Ya te lo dije-recriminé. Kiara escondió su iris más allá de los párpados, dejándome ver unos ojos blancos como la nieve en las montañas más oscuras del planeta.
               -No escucho la mitad de las cosas que dices, C. No son más que tonterías.
               -Zorra malparida. Despídete de los pintalabios de Kylie Jenner esta Navidad.
               -No serás capaz.
               -¿Que no?
               Me acarició los brazos. Y luego el cuello. Sabía lo que me gustaba. Yo mismo se lo contaba.
               -Mira, Lay, ahora sí sé que Kiara quiere algo conmigo.
               Layla volvió a reírse. Le estaba haciendo bien estar con nosotros. Sin preocupaciones, sólo preguntándose cuándo tardaríamos en enrollarnos.
               Kiara me dio un beso en la mejilla y luego me mordió la oreja, y yo le pegué en el brazo.
               -Eso en la intimidad, cariñito.
               -Te pones tan sexy cuando te enfadas, C.
               Nos reímos los tres y Layla siguió instruyéndonos.
               -Oye-espetó de repente Kiara-, ¿hay algún gen que determine la sexualidad de una persona?
               Yo me la quedé mirando.
               -Es. La. Mayor. Gilipollez. Que. Te. He. Escuchado. Decir. En. La. Vida.
               -Yo creo-meditó Layla-, que eso tiene que ver más con el campo de la psicología. Hay muchísimas cosas que están en la mente y no en el genoma humano, ¿sabéis? Bastante más de lo que creéis. No obstante, el año intentaré coger sexología para resolveros la duda.
               -Te lo preguntaré de nuevo dentro de un año. ¿Chad? ¿Tú qué crees?
               -Que los tíos son heterosexuales porque no te conocen. Un día contigo bastaría para hacerlos gays.
               -Dejé de soportarlo hace años-le confesó a mi huésped-, pero me hace regalos caros, así que me compensa estar con él.
               -Salimos juntos por interés: es un hecho. Ella, porque es una mantenida, y yo, porque ligo más cuando la tengo al lado. Parezco más guapo.
               -Sí, pasas de coco malayo a anacardo silvestre.
               Otra vez la sonrisa con la lengua entre los dientes. Puse los ojos en blanco.
               Kiara se quedó a cenar y, con la invitación de papá y una llamada a su casa (“Hola, Ayleen, soy Niall. Sí. Oye, que Kiara se queda a dormir, espero que no te importe, ¿vale?”, “Niall, de verdad, eres un santo. Todo el día con mi hija en casa, con el gasto que os hace. Pondré una vela en la Iglesia en tu honor”), terminó de acampada en mi habitación.
               Se pasó la hora y pico desde que cenamos hasta que nos fuimos a dormir dándole lecciones magistrales a Layla sobre maquillaje. Le dijo que quería ser estilista tanto de famosos como de películas. Le encantaba, por ejemplo, el maquillaje de The Walking Dead o Mad Max.
               -Es que es bestial, ¿no te parece? Las heridas que les hacen, cómo le resaltaron a Charlize Theron los ojos… ¡y cómo tapan los tatuajes de los actores en las demás películas! ¿Sabías que a Josh Hutcherson tardaban en maquillarlo 7 horas para quitarle todos los tatuajes?
               -Eso son muchas horas.
               -Pues sí-asintió Kiara-. La verdad es que no lo entiendo; si quieres ser actor, y se supone que tienes que ser lo más camaleónico posible, ¿para qué te tatúas? Es contraproducente. Vas a hacer perder un montón de tiempo al director. Que yo no me quejo, ¿sabes? Los tatuajes de otros deberían darme de comer en un futuro no muy lejano, pero… sigo sin entenderlo. No sé, es como si te piden que vayas a la peluquería con el pelo un poco sucio para que sea más fácil teñirte, y tú te lo lavas en la misma mañana. ¿Qué vas a hacer luego? ¿Rebozarlo en la comida para que vuelva a ensuciarse?
               Kiara siguió hablando y hablando. Le encantaba que la escucharan. Sobre todo cuando lo hacía alguien que no era yo. Jugaba con sus trenzas, las que le había hecho su hermana y las que había conseguido hacerse ella cuando le alcanzaban las manos. Las lanzaba hacia delante y hacia atrás. Se las enredaba para hacer trenzas mayores y no las soltaba.
               Pero Layla se había perdido. Asentía con la cabeza y la miraba a los ojos ya los labios con regularidad. No creo que quisiera besarla. Intentaba parecer concentrada en la conversación. Sin embargo, no estaba atenta a lo que mi amiga le decía. Y le dolía y molestaba mucho, pero no podía concentrarse.
               Sólo podía pensar en sus moratones.
               Se preguntaba el tiempo que le llevaría tapárselos si decidía irse al hemisferio sur con sus padres, a pasar unas vacaciones muy merecidas en la playa. Tal vez ésa fuera su salida: una tonelada de maquillaje para no tener que dar explicaciones.
               Para poder seguir yendo a vivir a Londres y estudiando una carrera que le apasionaba en una facultad que le encantaba. Su verdadera casa. Su vía de escape de la realidad.
               Seguramente no se cruzara con su novio allí. Me imagino que el campus de Cambridge es inmenso.
               Se fue a dormir cuando lo hicimos nosotros. Madrugaría igual que yo. No lo hacía porque no le quedara otro remedio. Estaba acostumbrada a dormir poco. Además, se concentraba mejor por la mañana. Y quería estar despierta para desayunar con nosotros y con papá. Papá se levantaba incluso antes que yo. Se iba a correr tres cuartos de hora y volvía cuando yo me estaba levantando.
               Desayunábamos juntos, él con las mejillas coloradas y yo todavía con los rastros del sueño en la cara, nos despedíamos, y cada uno salía de la cocina. Él, hacia el baño; yo, hacia el instituto.
               -Me da apuro dejarte solo, Niall.
               -No te preocupes, mujer. Estoy acostumbrado. Me gusta disfrutar de mi propia compañía.
               Nos abrazó con fuerza, nosotros, con más aún. Dejó escapar una exclamación, creo que de alivio de que por fin alguien la abrace como se merece.
               -Layla me cae genial-comentó, aceptando el pijama que le pasé, quitándose los pantalones y metiéndose en los míos. Kiara tiene dos pijamas: uno, en su casa, y otro, en la mía. Pero son de verano.
               En invierno, usa los míos.
               -Me he dado cuenta-dije, y nos quitamos la camiseta a la vez y nos pusimos la del pijama también a la vez. Abrí la manta y la invité a pasar. Le gustaba dormir con las mantas metidas por el colchón. A mí, no. Es por eso que yo la dejaba pasar por mi lado y ella giraba sobre sí misma hasta llegar al suyo.
               Se quedó tumbada en la cama, alisando las mantas, y aleteó con las pestañas. Dio una palmada a su lado en el colchón.
               -Tesoro-dijo, y yo me eché a reír y me metí con ella. Le di un beso en la nariz y ella frunció el ceño-. No me he quitado el sujetador, adivina quién es retrasada.
               -Pues les vas a faltar al respeto a tus tetas si duermes con sujetador. Que lo sepas.
               Se incorporó, se pasó las manos por la espalda, siempre por dentro del pijama. Se lo desabrochó. Se sacó los tirantes por los brazos con habilidad aplastante. Se lo deslizó por el vientre, lo sacó, y me lo tiró a la cara.
               -Toma. Para que te hagas pajas pensando en alguien que te quiere.
               -¿Sólo pajas?-protesté, girándome y abrazándole la cintura. Y se echó a reír, sacudió la cabeza-. Vaya-dije, volviendo a mi sitio.
               -¿Me pasas el móvil?
               Se lo acerqué mientras lanzaba el sujetador como un bumerán hacia la silla con nuestra ropa. Torció el gesto.
               -¿Puedes tratarlo bien, por favor? Es de marca.
               -Lo sé. Te lo compré yo.
               Le sonrió a la pantalla del teléfono.
               -Cómo te gusta ser un sugar daddy.
               Yo cogí el mío y respondí los mensajes que me habían mandado Scott y Diana de parte de Tommy, y los de Eleanor, de parte de ella misma. Kiara sonrió con su típica sonrisa de ligar: mordiéndose el labio con los dientes superiores, pero no pasando la lengua.
               Me mandó un batallón de emojis.
               -¿Qué pasa?
               -Me están hablando-la miré.
               -¿Cuántas?
               -Tres.
               -Estás en racha, hermana.
               -Pues sí.
               Diana me contaba que la habían machacado en el entrenamiento esa tarde. Scott, que tenía mucha suerte de no tener hermanas que me amargaran la vida. Eleanor protestaba. Estaba cansada de escuchar a su hermano con Diana.
               Kiara chasqueó la lengua. Suspiró. Se pasó una mano por el pelo, mirándose la punta de las trenzas. Y se mordió el labio.
               Sabía en qué estaba pensando. La conocía mejor que a la palma de mi mano.
               -No te vas a masturbar en la misma cama en la que estoy yo.
               -Tengo decencia, aunque sea mínima.
               -¿Foto tetas?-quise saber.
               -No. Son mensajes, simplemente.
               Bloqueó su teléfono y bufó. Estaba aburrida.
               Y, ¿qué hacía cuando estaba aburrida?
               Tocarme a mí los huevos.
               Estiró las piernas, me subió una pernera del pantalón, y me acarició desde la rodilla hasta el tobillo con un pie.
               -Chad-baló.
               -Mm.
               -Hazme caso.
               Me la quedé mirando.
               -Ni. Se. Te. Ocurra.
               Sonrió con maldad. Con muchísima maldad.
               Y me tiró de los pelos de las piernas con los dedos de los pies.
               Le di una patada.
               -¡Serás hija de puta! ¡Déjame los pelos tranquilos!
               Se echó a reír, se cayó sobre el colchón y empezó a patalear como una flamenca enloquecida.
               -¡Pues! ¡Ahora! ¡Te! ¡Saco! ¡La! ¡Manta!-bramé, y tiré de la manta con todas mis fuerzas, consiguiendo que se liberara de su prisión del colchón. Y ella chilló, se rió y siguió pataleando.
               -¡No, Chad, deja la manta, noooooooooooooo!-se lamentó entre carcajadas.
               Conseguí ponerla en su sitio amenazándola con echarla de la habitación y echar el pestillo. Atrancar la puerta de alguna forma, en realidad. En mi habitación, no había pestillo. Sólo lo había en el baño.
               Nos quedamos sentados, mirando al vacío, pensando cada uno en sus cosas.
               -¿Cómo crees que será su novio?
               -Ex. Lo han dejado. Espera, ¿cómo sabes que está aquí por su novio?
               -Intuición femenina. ¿Qué le hacía?
               -La maltrataba. Se ha ido de casa. Necesita tiempo para pensar.
               -Pobrecita. ¿Le han dado su merecido?
               -Sabrae, Eleanor y Diana.
               Asintió con la cabeza.
               -¿Tommy y Scott no hicieron nada?
               -Se quedaron en la calle. Ya sabes, para que las cosas no se complicasen más.
               -Ya-jugó con el borde de la manta-. Oye, ¿crees que…?
               -Sí.
               Se quedó callada un momento.
               -Bueno, no mucho. Era mulato, en realidad.
               Asintió despacio con la cabeza. Sabía cuál había sido la pregunta  que no se atrevía del todo a formular. ¿Crees que es como yo?
               Kiara tenía la firme creencia de que los colores de piel formaban una unidad. Que había una especie de vínculo cósmico entre las personas con una misma tonalidad. Apreciaba muchísimo nuestra amistad porque le parecía algo especial. Una excepción que confirmaba la regla.
               Ella se había fijado en mí, y no en mi piel, cuando empezamos a ser amigos. Lo mismo me pasaba a mí con ella. Pero con el resto de gente, no era así. Siempre se mostraba un poco más abierta con los inmigrantes. A veces, incluso se refería a ellos como “mi gente”. No importaba de dónde vinieran.
               Yo era “su chico”, pero los otros, los homogéneos con ella, eran “su gente”.
               -Me siento un poco mal.
               -No es culpa tuya.
               -Ya lo sé. Pero, ¿y si lo ve reflejado en mí?
               -No os parecéis en nada.
               Torció un poco la boca.
               -Es muy buena chica, no entiendo por qué… alguien querría hacerle eso, al margen de…
               -Es la excepción que confirma la regla, pequeña. Tú lo sabes.
               Habían matado a su hermano mayor cuando ella era una niña. Problemas con las drogas. Un par de navajazos en un callejón oscuro, y su deuda estaba salvada. Una vida a cambio de 20.000 euros.
               Tenían mi tono de piel.
               Y yo sabía que, cada vez que me miraba o miraba a alguien con mi mismo color, ella no veía a los asesinos de su hermano. Veía a personas, simple y llanamente. Sin embargo, cada vez que veía a un chico de piel oscura, con una sudadera gris y la capucha subida, se acordaba de su hermano. No le pasaba con chicos blancos. Todo tenía que ser oscuro.
               Necesitaba la oscuridad para escuchar a su madre llorando en un rincón de la cocina y diciendo:
               -Ahora ya sabemos lo que valen nuestros hijos.
               Veinte mil euros no eran nada. Una putísima mierda. No daban para casi nada; sólo te podrías comprar un coche pequeño. Ni siquiera te podrías comprar una despensa en Dublín con ese dinero.
               Y, a pesar de todo, para ella eso era muchísimo. Más de lo que conseguía su madre trabajando durante un año.
               La vida de su hermano había valido eso: un año de trabajo de su madre.
               Éramos muy pequeños cuando lo mataron. Fue la primera noche que pasó en casa. La policía había llamado a la puerta de su familia y los hijos se habían ido a una habitación mientras les daban a los padres la terrible noticia.
               Fuimos a buscarla. Yo le cogí la mano durante todo el trayecto. También se la cogí en el funeral. Se la apreté con mucha fuerza, y ella, todavía con más. Había pensado en ofrecerme para sustituirlo, pero no le dije nada mientras la contemplaba llorar en silencio. Sería una falta de respeto.
               Lo tenía superado. Su madre había vuelto a reír. Su padre le había dado más hijos. No olvidaban, pero tampoco se estancaban. Excepto cuando un tronco se apoyaba en la orilla y se cruzaba a lo ancho del río. Entonces, ella se detenía un momento. Y volvía a ser una niña a la que papá cogía en brazos y le acariciaba la cabeza. Le prometía a su madre que cuidaría de ella como si fuese propia, y su madre le daba las gracias. Nos ofrecíamos a llevárnoslos a todos, pero su madre rehusó. Necesitaba a las mayores con ella.
               Kiara era, en aquel momento, la más joven.
               -Sí-asintió-. Yo lo sé.
               Me besó en la mejilla y se deslizó hasta quedarse tumbada. Yo hice lo propio. Se acurrucó contra mí. Al fin y al cabo, yo era el chico. Además, yo era más alto. Lo corriente era que fuera ella la que se acurrucase contra mí.
               -Si alguien te hace eso-susurró-, tienes que contármelo. Y nos lo cargamos los dos juntos.
               -Claro-respondí-, y tú también.
               Cerró los ojos. Papá encendió la luz del pasillo. Lo cruzó, desanduvo el camino andado, y regresó al salón. En su habitación, Layla se revolvía en la cama.
               Tenía una pesadilla.
               Sólo estando con Tommy conseguía esquivarlas.

Una de las pocas veces en que no me quedaba a comer en casa de Kiara después de que ella se quedara a dormir en la mía fue esa semana en la que Layla durmió en mi casa. La madre de K lo entendió a la perfección. K me dio un puñetazo cariñoso en el hombro y luego nos abrazamos.
               -Distráela-me pidió.
               Para hacerlo, fuimos al cine. K también vino. Layla bromeó sobre ser una sujetavelas, pero sacudió el pelo de corte recién estrenado cuando nosotros protestamos. No estábamos saliendo ni nunca íbamos a salir.
               -Puaj-conseguí articular yo. Y Kiara me puso los ojos en blanco y empezó con su perorata de soy-mucho-más-guapa-de-lo-que-tienes-a-tu-alcance.
               Layla se sentó entre nosotros. Los dos nos dimos cuenta de cómo cruzaba las piernas cuando los protagonistas se besaban.
               Kiara se fijó especialmente en cómo contraía el vientre cuando empezaron a desnudarse. Yo me fijé en cómo se clavaba las uñas en las palmas de las manos, incapaz de apartar la vista de la pantalla. Estaba hipnotizada y horrorizada a partes iguales. Kiara le tocó el brazo y ella dio un brinco.
               -¿Estás bien?
               -Sí, no pasa nada. Es que a él no lo soporto como actor y ella es mi favorita-mintió.
               -Yo no lo trago tampoco, pero Chad se me hizo el digno hoy diciendo que no quería ver la nueva peli de Spiderman.
               -Tom Holland nació para ese papel, me da igual lo que haga Marvel con tal de seguir sacando dinero.
               -En tus sueños. Andrew Garfield fue Spiderman. Lo dice hasta el Vaticano.
               -Bueno, peor que el Spiderman de Tobey Maguire no podría ser, ¿o sí?-coincidió Layla.
               Le conté lo que había pasado en el cine a Tommy a través de Diana. Me sentía un poco culpable, pero tanto Kiara como él me dijeron que yo no tenía la culpa. Las escenas de sexo son casi necesarias en las películas con una trama mínimamente consistente.
               -Por lo menos no había ninguna violación-respondió Tommy. Fue un consuelo. Pobre, pero un consuelo.
               Esa misma noche, me acerqué a papá. Layla ya dormía. Él veía una película de persecuciones en coches de lujo cuando entré en el salón. Se me quedó mirando.
               -¿No tienes clase mañana?
               -Sí.
               -Pues a dormir.
               -No hagas nada con nadie mientras Layla esté aquí, ¿vale?
               Frunció el ceño.
               -Layla es mayorcita para…
               -Tú sólo… no hagas nada, ¿vale?
               -Está bien. Cancelaré lo de Lucy.
               -¿La italiana?-quise saber, cruzándome de brazos-. ¿Qué te pasa, papá? ¿Repitiendo mujeres? ¿Te has quedado sin ellas?
               -Cállate.
               Sonreí y alcé las cejas.
               -No, papá, en serio, me alegro de que…
               -A la cama-ordenó.
               Y empezó a morderse las uñas. No lo vi, pero lo supe. Se empezó a comer la cabeza más que cuando le tocó darle “la charla”. ¿Cómo me iba a acomodar yo a que tuviera pareja después de tanto tiempo estando los dos solos? ¿Me parecería mal que empezara a sentir algo por otra mujer?
               ¿Me ofendería porque me lo tomaría como si estuviera intentando reemplazar a mamá?
               No, claro que no.
               Tuvo otras cosas con las que comerse la cabeza antes de irnos a las fiestas de Mullingar. Cuando volvía a la mañana siguiente del instituto, y después de dejar la mochila en la mesa de la cocina para liberar mi espalda y coger una manzana, le sugirió a Layla que saliera un momento al jardín.
               Le dio una excusa que ninguno de los dos se tragó, algo del tipo “las aves están emigrando y hacen figuras muy bonitas en el cielo”. Layla me miró con ojos de corderito degollado y aceptó salir y sentarse en los adoquines con sus apuntes en la mano. También se puso los auriculares. Sabía que papá quería intimidad.
               No sabía lo mucho que odiaba gritarme. Esas cosas se las dejaba a mamá. Él era más de golpes bajos, comentarios dolorosos del tipo “me has decepcionado más de lo que pensé que me podrías decepcionar”, y cosas por el estilo. Por eso me sorprendí cuando me metió en su habitación, cerró la puerta, y empezó a dar voces como si estuviera de vuelta en algún estadio y tuviera que hacer que las miles de personas allí congregadas le oyeran sin ayuda de un micrófono.
               -¡¿Por qué cojones no me dijiste que Layla lo había dejado con su novio porque él era un hijo de puta que le pegaba?! ¿Acaso no es ésta mi casa? ¿Acaso no merezco saber qué pasa dentro de ella? ¿Las razones por las que me tengo que andar con cuidado, o, para empezar, que tengo que andarme con cuidado? ¡Hoy le dije una tontería, ni siquiera la pensé, tal cual se me pasó por la cabeza pum, se la solté, pensando que le haría gracia, y ella se rió, pero cuando le vi el moratón y se derrumbó, me dijo que le había dolido muchísimo! ¿Qué cojones te pasa, Chad? ¿Qué he hecho para ser tan indigno de tu confianza? ¿Me lo podrás decir algún día, eh?
               Me sentía un niño otra vez. Tenía cinco años y mamá me reñía por haber cogido su caja de maquillaje y haberla estampado contra el suelo por no parecerme normal que me mantuviera en mi habitación hasta que me comiera las verduras. Consiguió que me avergonzara como si me acabara de cazar teniendo sexo sin protección con alguien en su propia cama.
               Todavía se me encendían las mejillas recordando sus gritos.
               -Ella no quería que… sus padres lo supieran.
               -¿¡Y qué!? ¿Acaso soy yo familia de ella?
               -No, pero…-eres un bocazas, pensé, pero me contuve a tiempo.
               -¡Pero nada, Chad! ¡Ya no es sólo que me hayas hecho quedar como un verdadero gilipollas, es que has hecho que ella se sienta mal por tenerme a mí engañado! ¡Yo que pensaba que venía para desconectar un poco y poder concentrarse mejor para los exámenes, y resulta que la traéis aquí para que no le hagan más daño! ¡Hay que pensar un poco las cosas, no vives tú solo en esta casa, digo yo que también tendré algo que decir!
               Me encogí un poco.
               -Me pareció raro que me dijeras nada sobre las cosas que hago o dejo de hacer, pero tampoco le di mucha importancia. Sinceramente, pensé que te daba vergüenza que me acostara con una mujer diferente cada día porque, seamos honestos, Chad, nuestra familia está rota y mi vida es un desastre dado que fui incapaz de mantener a tu madre a mi lado, ¿no?
               Sacudí la cabeza. No, no, para nada. Se pertenecían lo suficiente como para tener un hijo juntos, pero no eran el uno para el otro lo bastante como para quedarse juntos. Yo no me quejaba. Se llevaban bien, me querían y me cuidaban y procuraban no contradecirse el uno al otro, lo cual es más de lo que pueden decir muchos.
               -¡Joder, estuve media noche dándole vueltas, pensando si te daba vergüenza la vida que llevamos, si crees que debería haber luchado un poco más por conservar a tu madre o si preferías ser ella, o Kiara, y por eso estaban ellas aquí, pero todo era muchísimo más gordo que mis comeduras de cabeza!
               -Ni Kiara ni Layla me dan envidia-murmuré.
               -¡Normal! ¡Si te la dieran, sería para darte un par de bofetadas para que espabilaras! ¿Sabes lo mal que lo pasé cuando me fijé en el moratón de su cuello cuando ella estaba estudiando, y le pregunté pensando que no era nada, y ella se acojonó y se echó a llorar? ¿Sabes lo impotente que me sentí abrazándola y no consiguiendo de ninguna manera calmarla porque no sabía lo que estaba pasando? ¿Sabes lo mal que lo pasó ella sólo por tus secretitos?
               Respiré hondo. No, nadie podía imaginarse lo duro que era ser Layla, porque Layla sólo había una, y sólo ella había pasado por lo que había pasado.
               -Pero lo peor no es eso, Chad. Lo peor es que esta casa era su refugio y ahora la he puesto en peligro. Sólo porque a ti no te parezca que sea digno de que me cuentes las cosas. Ya  sé que no soy Kiara, y es normal que te  calles algunas cosas y te las guardes para ti, pero esto no era tu secreto para…
               -Ella me lo pidió. No quería contártelo y que la mirases con pena.
               -Yo no la miraré con pena.
               -Papá-contraataqué-. La han golpeado, insultado, humillado, aterrorizado y violado sistemáticamente durante un año. Hasta yo la miro con pena a veces.
               Se cruzó de brazos.
               -Pues no lo hagas. ¿Qué te tengo dicho?
               -Que me fije en las personas, no en lo que las rodea.
               -Exacto. Y Layla es una buena persona. Mira con pena a los que son egoístas, racistas, homófobas o directamente gilipollas, porque a ellos les va a ir siempre mal en la vida, por muchas cosas que consigan. En cambio, a las personas que merecen la pena, como Layla, no las mires con pena ni un solo segundo. No te compadezcas de ellas. Compadécete de ti mismo si no puedes ser como ellas.
               Cerró la puerta de la habitación y me dejó allí solo con mis pensamientos, meditando. Joder, tenía razón. Como siempre, por otra parte. Sólo que ahora era muy evidente que tenía razón.
               Salí al jardín. Layla releía un post it. Me senté a su lado. Se quitó un auricular y me miró.
               -He disgustado a tu padre.
               -La culpa es mía.
               Sus ojos atravesaron las puertas de mi alma. Fueron mucho más allá de donde nadie había ido sin permiso. No le había dejado entrar, y sin embargo ella ya había bajado hasta el último piso.
               Pero no había prejuicios en aquella mirada. Sólo calidez. Y cariño. Un poco de tristeza. Ni una gota de enfado.
               -No sabía cómo reaccionaría cuando se lo contaras.
               -Fui una egoísta, pensando que podía venir aquí sin dar explicaciones…
               -No tienes que darlas. Puedes venir cuando quieras.
               -Quiero contárselo a Niall. Creo que se merece saberlo.
               -¿Estás segura?
               -Sí. Tú sólo… no me sueltes la mano.
               Se me quitó el hambre cuando empezó a hablar. Papá la escuchó con muchísima atención. Insistió en que no hacía falta que le contara nada si ella no quería, pero necesitaba sacarlo de dentro igual que lo había necesitado conmigo el lunes.
               Quería olvidarlo, pero bastaba con que alguien le recordara un trocito para que ella necesitara contar la historia entera. Cerró los ojos un par de veces. Se apartó el pelo de la cara. Sonrió cuando le acaricié los dedos con los míos. Y siguió adelante porque era una diosa de la fortaleza.
               No le dijo nada de lo de sus pensamientos suicidas. Se refirió a aquellos momentos como “cruciales, en los que quería desaparecer por un tiempo, pero no lo hice por mi familia”.
               Tampoco dijo nada de lo de Tommy. No era de la incumbencia de papá.
               Pero lo demás, se lo contó todo. No escatimó en detalles. El demonio está en los detalles, decía George RR Martin. Y cuánta razón tenía.
               Ella sabía la inmensa diferencia que había entre hablar de una violación y experimentarla. Que la persona a la que más quieres te traicione de esa forma. Que tu cuerpo no responda. Que el miedo se apodere de ti. Que el dolor sea lo único que queda. Que tus manos se vuelvan inútiles porque las sostienen en alto para que no te defiendas. Que te duelen las rodillas porque las separan a la fuerza si es preciso.
               Que necesites ducharte después de que te lo hagan porque te sientes sucio. Que la ducha no sea suficiente ni aunque dure 5 horas. Que te sientas sometido aun estando solo y libre.
               Que lo veas en cada chico que se te acerca. En todos, salvo en uno. En uno de ojos oceánicos.
               Pero eso se lo guardó para ella. Ni siquiera me lo dijo a mí. No me dijo que mi pelo negro y el pelo negro de Scott le recordaban a él.
               Eran pequeños detalles los que Scott y yo compartíamos con su maltratador. Pero el demonio estaba en los detalles.
               -¿Sigues queriendo ir a Mullingar o prefieres que nos quedemos en casa, más tranquilos?-preguntó papá. Ella sacudió la cabeza.
               -Vamos a Mullingar. Me irá bien un poco de socialización. Kiara se viene, ¿no?-quiso saber. Asentí con la cabeza.
               Se plantó en la puerta de mi casa con la puntualidad de un suizo. Llevaba su mochila del instituto y una pequeña maleta. Íbamos a empezar los exámenes y había que ir preparándose.
               Pero también queríamos disfrutar.
               Layla se sentó en la parte delantera del coche, al lado de mi padre. Kiara y yo fuimos en la de atrás, cada uno en un extremo. Cuando nos metimos en la autopista, Kiara se inclinó hacia delante. Colocó los codos en la ventanilla y taladró con la mirada el paisaje que corría ante nosotros.
               Recordé la primera vez que montó en avión. La invité a venir un fin de semana a Inglaterra, aprovechando que papá tenía que hacer negocios allí. Cogió el asiento de la ventanilla y observó con muchísima atención a los operarios que iban y venían. Reclinó el asiento y lo volvió a enderezar varias veces.
               Me cogió la mano con mucha fuerza cuando el avión se dirigió hacia la pista de despegue. Y me clavó las uñas cuando los motores empezaron a rugir y el aparato empezó a andar, primero, para terminar corriendo una carrera enloquecida después.
               Me hizo sangre.
               Continuó mirando por la ventana con mi mano entre las suyas. Contuvo una exclamación cuando estuvimos a cierta altura y vio Dublín desde un ángulo inédito hasta la fecha.
               Teníamos 13 años. Nos había llevado 13 años convencer a su madre de que la dejara salir del país con nosotros. No lo había hecho nunca. Apenas había atravesado media Irlanda para conocer a su familia.
               Y ahora salía de nuestra isla con un chico con el que no tenía nada que ver… y todo, a la vez.
               Recordé darle un beso en la mejilla y provocar que ella me mirara con mucho cariño.
               -Gracias, Chad.
               Yo me encogí de hombros.
               -Los billetes nos salen más baratos.
               -Te quiero un montón.
               -Y yo a ti.
               Papá se puso las gafas de sol en el otro extremo del pasillo, estiró los pies y tumbó el asiento, y suspiró con satisfacción.
               -Despertadme si nos estrellamos para poder morir chillando histérico perdido-nos dijo.
               Pusieron una película en las pantallas del asiento siguiente. Pero tanto yo como Kiara pasamos olímpicamente de ellas.
               Ella miraba el suelo, y yo la miraba a ella. No había estado tan feliz desde que la correspondieron por primera vez.
               -¿Alguna vez os preguntáis cómo son las vidas de la gente que vive en las casas de al lado de la autopista?-preguntó Layla-. Yo lo hago un montón cuando voy en el tren.
               -Constantemente-dijimos Kiara y yo.
               -Seguro que son aburridas-intervino papá-. Todo el día viendo pasar coches…
               Nos echamos a reír.
               Papá tomó un desvío, y en 10 minutos atravesábamos Mullingar. Kiara ahora se había sentado con las piernas cruzadas y miraba por la ventana como lo hacía la reina. “Tu padre es el rey, lo cual te convierte a ti en el príncipe”, me dijo cuando le pregunté a qué se venía el cambio de actitud, “y, a falta de que te eches novia, tu princesa seré yo”.
               Nos detuvimos en un semáforo y alguien saludó a papá. Él hizo sonar el claxon. El hijo pródigo volvía a casa.
               Por fin, llegamos a la casa de mi abuela. Mis tíos estaban allí para ayudarla a preparar la cena. Entramos sin llamar y fuimos directamente a la cocina.
               -¡Niall! ¿Qué horas son éstas? ¡Deberíais estar aquí hace una hora!-bramó la abuela, pero se puso de puntillas, le agarró la cara y le plantó dos besos-. ¡Chad! ¡Qué guapo estás! ¡Deja de crecer, ya te vale! ¡Y Kiara! ¡Desde luego, cada día que pasa te pones más guapa!-celebró, dándonos besos a los dos. A Kiara se le encendieron un poco las mejillas. Nadie más que yo lo notó. Había que saber mirar en su piel del color del tofe-. ¡Uy! ¡¿Y esta chica?! ¿Tienes novia, Chad? ¿O es la tuya, Kiara? No perdéis el tiempo, ¿eh?
               -¿No te acuerdas de mí, Maura?-preguntó Layla, apartándose un mechón de pelo del flequillo detrás de la oreja. La abuela se quedó plantada en el sitio. Inclinó un poco la cabeza.
               -Esos ojos…-musitó-. ¿Layla? ¡¿Layla Payne?! ¿¡Cuándo has decidido crecer tanto!? ¡Ya eres toda una mujer, seguro que tienes a todo Wolverhampton revolucionado con esas piernas!
               -¡Mamá!-ladró papá-. ¡Calla, me estás avergonzando!
               Pero la abuela no le hizo caso y siguió bombardeándola a preguntas. Layla las llevó con mucha elegancia, asintiendo y negando con la cabeza cada vez que la abuela le hacía comentario.
               Por fin, se volvió hacia su hijo menor.
               -Niall, ¿qué haces ahí parado? ¡Coge algo de beber para los niños! ¡Y fuera de mi cocina, no me atosiguéis mientras cocino!
               Salimos al jardín, húmedo por la lluvia. Mis tíos y mi primo ya estaban allí, sentados a la mesa. Bueno, sólo mi tío. No había ni rastro de Denise.
               -Greg-saludó papá, abrazando a su hermano y también a su sobrino. Greg hizo lo mismo conmigo. Theo y y yo chocamos los cinco. Le guiñó el ojo a Kiara y se quedó mirando a Layla, la más cercana en edad a él.
               -¿Layla Payne?-preguntó, y ella sonrió, asintió y le dio un par de besos. Theo la estudió de arriba abajo-. Dichosos los ojos, Layla. ¿Cuántos años hacía que no nos veíamos?
               -Creo que yo tenía 13 años.
               -El tiempo te ha tratado muy bien.
               -¿Y a ti, qué? La última vez que te vi, fue en alguna revista del corazón. Salías muy guapo, por cierto.
               -Me cogen bien hasta en las rupturas-respondió mi primo, sacando una silla y ofreciéndole asiento. Empezó a tirarle los tejos descaradamente. Layla le reía las gracias. Con lo buena que era, puede que incluso le parecieran buenas.
               Greg le preguntó por mamá a papá, y él respondió encogiéndose de hombros.
               -Puede que la vea hoy.
               -¿Todo bien con ella?
               -Sí, claro. ¿Denise?
               -Dentro, ayudando a mamá.
               -Pobrecita.
               -Sí, lleva unos días que no hace más que quemar la comida, ¿sabes? Le hemos traído ya tres veces tuppers llenos.
               -Me refería a Denise.
               -Ah. No te preocupes. Se las apaña bien con su suegra.
               Theo le repitió por tercera vez sin ninguna sutileza a Layla que había roto con su novia hacía una temporada. Bien podrían ser 15 días o 3 horas. Era peor que mi padre: iba de tía en tía como abeja de flor en flor.
               Kiara y yo nos fijamos en que no paraba de mirarle la boca a Layla cuando ella hablaba. Se tocó un par de veces los labios.
               -Por favor, ¿por qué no le enseña una foto de su polla ya?-se burló Kiara, poniendo los ojos en blanco.
               -Los hombres somos así de básicos.
               -Con lo fácil que sería ser hetero en tu caso, Chad-mi amiga sacudió la cabeza.
               Se pasó una mano por el pelo.
               -Uy, lo que le haría si ella se dejara…
               -No la va a tocar. No vamos a consentirlo, ¿a que no?
               Le tocó una rodilla a Layla. Ella se echó a reír, dio un sorbo de su bebida, descruzó y volvió a cruzar las piernas.
               Por lo menos no parecía estar tensa por los continuos intentos de asegurarse contacto sexual de mi primo.
               -¿Chad? ¿Estás ocupado?-me llamó la abuela.
               -Sí. Estoy viendo un ritual de apareamiento que va a terminar mal.
               -¿Crees que le dará una bofetada?-inquirió Kiara, arrebatándome el vaso y terminándose mi Coca Cola.
               -¡Eh!
               -Yo se la habría dado hace ya diez minutos.
               -Es que eres muy agresiva.
               -Ven a ayudarme a colocar esto bonito, anda-exigió. Dejé a Kiara vigilando que mi primo no se sobrara con Layla. Le di la vuelta al inmenso pollo que la abuela había asado y lo coloqué en el plato que me tendió.
               Empezó a adornarlo con zanahorias y brócoli. Yo hice lo mismo por el otro lado.
               -¿Kiara ya es tu novia?
               -Abuela, es mi mejor amiga.
               -Es muy guapa.
               -Es mi mejor amiga-repetí, porque decirle “sí, la verdad es que es muy guapa” sería como decirle “bueno, abuelita, nos hemos acostado y la he dejado preñada, enhorabuena, vas a ser bisabuela, el clan de los Horan-Gallagher se amplía”.
               -¿Tú sigues sin elegir equipo?
               -Prefiero hacer de árbitro-bromeé. Se me quedó mirando. Suspiré-. Sí, abuela. Me va el vicio. La sodomía y todo eso. Y comerme bebés crudos. Es muy bueno para el cutis.
               No se rió. Creo que no lo había pillado del todo. A veces se me olvidaba que no todos en casa eran como papá.
               -Tendré que probarlo, entonces. Mañana miraré en la guía de teléfonos qué orfanatos hay cerca-musitó, y yo me eché a reír-. Bueno, entonces, ¿tienes novia? ¿O novio? ¿Algo intermedio? ¿Alguien especial?
               -Alguien hay.
               -¡Ajá! ¿Es un chico? ¿Me lo vas a presentar? Mira, me tienes que avisar con tiempo para adecentar la casa.
               -No le he dicho nada.
               -¿A qué esperas?
               Me encogí de hombros.
               -Se te va a pasar el arroz.
               -¡Mamá!-advirtió papá desde el jardín.
               -¿Es que una ya no puede interesarse por la vida sentimental de su nieto?
               -¡Deja al crío tranquilo!
               -¿Y tú, abuela? ¿Tienes a alguien especial?
               -Buah-sacudió la mano-. Qué va. Todo el mundo en esta puta isla está enamorado de tu padre. Valiente el día que lo acompañé a hacer su audición. Estaba mejor encerrada en casa viendo alguna telenovela. Todos, sin excepción, ya me preguntan en la cuarta cita que cuándo van a conocer a Niall.
               -¿Y tú qué haces?
               -Les agradezco la sesión sexo de la noche anterior, me levanto, y me voy, porque soy una señora.
               -¿A tu edad todavía lo haces, abuela?
               Me dio un golpe en el hombro con el rodillo de amasar el pan.
               -¡Oye! ¡Tú a mí no me llamas vieja! ¿Qué te piensas, eh? ¿Que soy un dinosaurio? ¿De dónde crees que ha sacado tu padre esa vena de vividor? Porque no fue de tu abuelo, oh, no, señor-sacudió la cabeza-. ¡No! ¡Seré vieja y seré abuela, pero aún estoy viva! Seguro que me consideras la última dinosauria en la tierra, ¿eh? Pues que sepas que pienso morirme con los tacones puestos.
               -Usa protección-la pinché-, que luego acabas embarazada, y a ver cómo le explicas a tu hijo que tiene un sobrino 15 años mayor que él.
               -No te apures, una tiene sus métodos-respondió. Se asomó a la ventana y gritó-: ¡Theo! ¡Deja de ligar! ¡Ven a poner la mesa!
               Mi primo puso los ojos en blanco, bufó y se reunió con nosotros. Repartió los platos por la mesa.
               -Vergüenza te tendría que dar-empezó la abuela-, querer utilizar mi casa como picadero. Os voy a meter en cintura a todos los hombres de esta familia, ya veréis lo rápido que se os quita la tontería. ¿No pensarás emborracharte hoy?
               -Nana, déjame, aún soy joven.
               -¡Mira, que como te líes con la nieta de Ashling, tú y yo la tenemos!
               -Tiene un buen culo-la pinchó Theo, y mi abuela se convirtió en Godzilla.
               -¡La hija de puta de su abuela me echó lejía en los gladiolos porque los tenía más bonitos que los suyos y quería ganar el concurso de jardines, pero, JÁ, un cuerno! ¡Perdedora de los cojones! ¡Víbora! ¡No veas cómo disfruté que le dieran el premio a Morris, ella que sabía cómo cuidar unas plantas, y no jugaba sucio como esa arpía! ¡¡Nadie en mi familia se juntará con nadie de la suya!! ¡¡Como si me tengo que levantar de la tumba y aparecer aquí como un zombie exterminador a poneros en vuestro sitio!!
               Empezó a gesticular y ponerse roja. Movió mucho los brazos en el aire, como espantando una bandada de cuervos pesados que te quieren robar los objetos de valor.
               Se sentó en una silla a recuperar fuerzas, y sus hijos entraron.
               -¿Qué pasa?-preguntó Greg.
               -Se ha acordado de Ashling.
               -Me cago en la puta, mamá, esa mujer se marchó de Irlanda cuando yo tenía tres años-protestó papá.
               -¡¡Me da igual!! ¡Mis preciosos gladiolos! ¡Seguro que ocupan un puesto de honor en el cielo de las flores!
               Se quedó callada, luchando por coger aire.
               -Ya no estás para estas tonterías-espetó Greg, que no le hizo caso a su mujer cuando entró preguntando qué pasaba.
               -Te vamos a meter en una residencia a este paso, mamá. Ya empiezas a desvariar.
               -Tú sí que desvarías, Niall, metiéndote con 50 en la cama cada semana cuando sigues enamorado de la madre de tu hijo.
               Papá se puso colorado.
               -Lo que haga o deje de hacer con mi vida no es de tu incumbencia.
               -¿Disculpa? Sí que lo es. Ándate con ojo, deja de hacer gilipolleces, que igual que te traje a este mundo, te saco de él.
               -Mañana llamo a la residencia-amenazó papá.
               -¿Cuánto has bebido?-quiso saber Greg.
               -Dos copas.
               -Mamá-exigió Greg.
               -Está bien, tres.
               -Mamá-dijeron los dos.
               -¿Qué caza de brujas es ésta? Estoy en mi casa, y si me quiero beber dos botellas de ginebra, me bebo dos botellas de ginebra. No hay nada que podáis hacer para detenerme.
               Y se echó a reír como lo hacían las villanas de Disney en sus películas. Lloró de la risa. Yo también. Y Theo. Y Kiara. Layla sólo sonrió. Igual que Denise.
               Greg y papá se miraron.
               -No sabes lo que me alegro de que nos fuéramos a vivir con papá cuando se divorciaron-le confesó Greg a mi padre. Y papá asintió y puso su cara de “qué razón tienes”.
               La abuela cogió el rodillo con el que me había golpeado con cariño y les propinó dos buenos leñazos a cada uno.
               -Tu abuela es una estrella del rock, la quiero adoptar-me dijo Kiara cuando terminamos de cenar y salimos en dirección al centro, donde había un concierto de alguna estrella irlandesa olvidada. Éramos un pueblo orgulloso que no dejaba a sus artistas morir así como así. Les arrancábamos hasta la última gota de talento, luego exprimíamos su técnica, y por último les succionábamos la vida exigiéndoles actuaciones hasta que se desplomaban en el escenario.
               Entonces, bebíamos a su salud. La de su espíritu, vaya, porque, ¿qué salud va a tener un muerto?
               Y lo enterrábamos. Y les recordábamos a los ingleses constantemente dónde se había grabado la serie más grande y espectacular de la historia. ¿Acaso fue Leicestershire Invernalia?
               ¡No! ¡Lo fue nuestra hermosa Irlanda!
               ¡Meteos a vuestro David Bowie por donde os quepa!
               -¿Bebe mucho?-quiso saber Layla.
               -Qué va. Le gusta hacer de rabiar a mi tío y a mi padre. No bebe casi nunca; sólo cuando estamos nosotros en casa, porque sabe que, si se queda dormida en el sofá, echaremos el pestillo de la puerta y le tiraremos una manta por encima.
               -Me dejáis más tranquila.
               Navegamos entre la gente siguiendo a nuestros padres. La sonrisa maliciosa de la abuela cuando papá y mamá se encontraron y se dieron dos besos lo dijo todo. Reforzaba su teoría de que papá nunca encontraría a una tan buena como mamá.
               -Quédate, Vee, corazón-la invitó, y mamá se echó a reír y accedió a sentarse con nosotros. Cogió una silla, la colocó entre papá y yo, y se quedó mirando a Layla hasta que por fin la situó, sin que ella le dijera nada.
               -¡Madre mía, Layla, cómo has crecido! ¡Te has puesto muy guapa!
               -Me he cortado el pelo-anunció mi amiga, triunfal-. Me lo hizo Kiara.
               -Kiara es una artista-coincidió mamá. Y K se hinchó como un pavo.
               Los dejamos solos. Fuimos a dar una vuelta y acabamos en un parque lleno de parejas dándose el lote… o haciendo algo más gordo.
               Nos sentamos al lado de un estanque, en un banco.
               -Perdón por lo baboso que es mi primo-le dije a Layla. Ella se encogió de hombros.
               -No me molesta, en serio.
               -Si se pasa un pelo, le partes la cara-la invité. Se echó a reír.
               -De tu parte-respondió.
               -No, de la tuya, pero hazlo sin miedo. Es la única forma que tiene de entender.
               Miramos a la Luna. La Luna nos miró a nosotros. No dijo nada. Nosotros tampoco.
               -Aquí estoy muy bien-murmuró Layla por fin.
               -Irlanda es curativa-presumió Kiara.
               -La suerte del irlandés, ¿eh?-Layla se echó a reír con su propia imitación de nuestro acento. Achinó los ojos durante sus carcajadas.
               -Nosotros no hablamos así.
               -Sí que lo hacéis.
               -Los irlandeses no tenemos acento, sois el resto de angloparlantes los que oís mal-me quejé yo, y Kiara se echó a reír.
               -¡Sí! ¿Dónde se ha visto marcar tanto las terminaciones de las palabras? Sois unos exagerados.
               -Perdona, la Reina lo hace.
               -Ahí está la cosa; nosotros somos república-contestó Kiara, orgullosa.
               -Parecía que ibas a decir “nosotros somos legión”-intervine yo.
               -¿Verdad que sí? Pero no. Soy una caja de sorpresas.
               Layla se echó a reír y subió las piernas al banco.
               -Jo, chicos, cómo me gustaría llevarme con alguien tan bien como os lleváis vosotros.
               -Es cuestión de práctica-confió K.
               -Y paciencia. Es insoportable.
               -¿Y tú? No hay quien te aguante cuando eliges qué camisa ponerte.
               -Porque cuando voy contigo, la gente me mira más a mí. Si te dan a elegir entre mirar a un orco o a un unicornio, miras al unicornio, ¿a que sí?
               -¿Y el unicornio se supone que eres tú? Porque no llegas ni a leprechaun. Eso sí que es triste.
               Layla volvió a reírse. Kiara y yo seguimos peleándonos. Cuanto más discutíamos, más se reía Layla. Creo que empezó a curarse con nosotros.
               Lanzaron los fuegos artificiales. El primero nos asustó; conseguimos disfrutar del resto. Las parejas del parque salieron de entre los árboles y se acercaron al estanque. Querían verlos dobles.
               Layla sonrió mientras el cielo se iluminaba momentáneamente con los colores de la pólvora artística. Un gato pasó corriendo por entre nuestros pies. Ella bajó la mirada al sentirlo chocar contra sus piernas. Se agachó y cogió algo del suelo.
               Era un trébol de cuatro hojas.
               Sonrió y se lo guardó en el bolsillo.
               Por fin las cosas empezaban a ir bien.

               

12 comentarios:

  1. Chiara son lo más cuqui joder

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  2. THEO LIGANDO CON LAYLA NO. NO. Y NO.

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    1. Va a aparecer Tommy y va a haber una pelea de machos UF TE IMAGINAS

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  3. Chad es lo más cuquiiiiiiiiiiii de to la novela. Y Kiara me encanta y su nombre más. Y me alegro mil de que Layla ya vaya bien porque se merece lo mejor del mundo

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    1. Es un bizcochito ayyyyy mi chiquitín. A KIARA LE PUSE EL NOMBRE POR EL REY LEÓN, ES QUE ME ENCANTA CÓMO SUENA, NO SÉ, JAJAJAJAJAJAJA.
      Las cosas van a ir poco a poco enderezándose para nuestra preciosa Layla❤

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  4. "Y Layla es una buena persona. Mira con pena a los que son egoístas, racistas, homófobas o directamente gilipollas, porque a ellos les va a ir siempre mal en la vida, por muchas cosas que consigan. En cambio, a las personas que merecen la pena, como Layla, no las mires con pena ni un solo segundo. No te compadezcas de ellas. Compadécete de ti mismo si no puedes ser como ellas."
    Niall es el mejor padre de los cinco madre mía lloranding

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    1. Se preocupa tanto por hacerlo bien con Chad de verdad le como un moflete

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  5. AY ME ENCANTA CHAD, DE VERDAD, ES UN BOLLO DE NATA

    LA RELACIÓN DE C Y K ES MUY GOALS Y, COMO TE DIJE LA ÚLTIMA VEZ, SE PARECE MUCHO A LA QUE YO TENGO CON MI MEJOR AMIGO PORQUE ES QUE YO SOY TAN BASTA COMO KIARA Y ME MEO JAJAJJAJAJAJA

    TIA THEO THEO TAMBIÉN ME ENCANTA (aunque sea un poco babosillo but) Y PARECERÉ LOCA DEL COÑO, PERO TAMPOCO HARÍA MALA PAREJA CON LAYLA KSJDJSKS

    TIA TENGO UN DILEMA ME ENCANTAN TANTO LA FAMILIA MALIK Y LA HORAN QUE YA NO SE CUAL ES MI FAVORITA PORQUE ME HE MEADO MUCHO CON MAURA Y JAJAJAJAJAJAJAJAJA (tienes que hacer que aparezca Bobby porque es mi tercer Horan favorito, liderando la lista Greg y siguiéndole a este Theo, Niall es el quinto, vale (antes está Chad aunque sea producto de tu imaginación) jeje)

    VENGA YA ME VOY,
    TE REQUETEQUIERE VIR

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    1. SÍ DIOS MÍO ES QUE CHAD ES TAN BUENÍSIMO ME DUELE EL CORAZÓN CUANDO ME LO IMAGINO DE VERDAD DEBEMOS PROTEGERLE A TODA COSTA.
      Yo a d o r o a Chad y Kiara, no sé, es que son como Tommy y Scott pero en distinto sexo, y claro, así pueden aprender más del otro y tener puntos de vista más amplios porque me imagino que el sexo en algo influirá en la percepción de una cosa, ¿no? (????? no sé si tiene sentido pero bueno, yo me entiendo). Encima Kiara es tan, pero TAN protectora con Chad de verdad es como su hijito, si tú eres así con tu mejor amigo, te doy un beso (y si no pues también, porque eres linda).
      Theo con Layla NO. Eso sí que NO. Por su comportamiento me lo imagino como un Chris suave pero sigue siendo una especie de Chris y NO. Layla de momento solita, déjate de hombres para ella.
      NO PASA NADA, YO TAMBIÉN SUFRO CON LOS HORAN ES QUE DE VERDAD LAS FAMILIAS DE ESTA NOVELA ME TRAEN POR LA CALLE DE LA AMARGURA. Maura es básicamente la puta ama, encima es que #veo a Sabrae como ella cuando tenga su edad y buf.
      No sé si podré meter a Bobby, todavía estoy decidiendo si está vivo o murió :( es que los Horan son con diferencia la familia que más indiferente me es (en la vida real, quiero decir). El hermano de Niall no me da más y como de Maura no se habla mucho (o por lo menos y no me entero), tampoco los tengo tan controlados como para meterlos aquí y ser lo más fiel posible.
      Aunque se intentará ❤
      TE REQUETEQUIERE ERI

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  6. Me quiero comer a Chad

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