lunes, 27 de junio de 2016

Cachalotes tramposos intergalácticos.

¡Hola! Vuelvo a daros el coñazo con un mensaje antes del capítulo en sí, pero es que, si no lo digo, reviento. Muchísimas gracias  por los casi 60 comentarios de la anterior entrada, no sabéis lo feliz que me habéis hecho por la ilusión que me hacía que al menos un capítulo superara los 100 comentarios (contando mis respuestas, evidentemente). Fui un poco imbécil no dándome cuenta de que muchas estaríais celebrando San Juan, y si soy sincera me cabreé un poco pensando que no ibais a poder leerlo, pero habéis sido más listas y buenas de lo que yo me merezco. Casi me pongo a gritar cuando me meto al día siguiente y veo 41 comentarios, y 44, y 47, y subiendo...
En resumen: gracias por reaccionar tan bien a esta novela, por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo extras contándome qué os parece. Yo construyo Chasing the stars, pero sois vosotras (+Guillermo) las que la hacéis grande.
Y dicho esto... disfrutad del capítulo más explícito de toda a novela (al menos, hasta la fecha). Con bombona de oxígeno cerca, a poder ser.


Viernes por la tarde.
               Me quedé tumbada, recobrando el aliento, mientras él se incorporaba un poco y me observaba con orgullo. Había hecho que me estremeciera, gritara su nombre, me rompiera y me recompusiera con una facilidad increíble.
               No había sentido eso con ningún otro chico; a los demás les había costado dios y ayuda hacerme llegar a la mitad del camino, pero Scott lo hacía todo tan fácil…
               Nos miramos el uno al otro; el sol se acababa de poner, pero todavía quedaban en el cielo los recuerdos de su existencia. De ser un cadáver, aún estaría caliente.
               -¿Qué?-susurré, con las mejillas sonrosadas, el pelo alborotado (¡y las medias de color!... es broma, soy una Tomlinson, ser gilipollas me viene de familia) y los ojos brillantes por el sexo… y por estar mirando al chico con el que quería pasar el resto de mi vida, el chico con el que había pasado toda mi vida.
               -Nada-respondió, se mordió el labio y algo en mi interior, que estando él cerca espabilaba rápidamente, se desperezó. Me moriría de agotamiento, pero no de ganas de tenerlo dentro de mí-, es sólo que…
               -¿Qué?-murmuré, y sabía que venía algo bonito, porque Scott me tenía acostumbrada a ello. Cuando Tommy se pasaba conmigo, él me defendía. Cuando yo quería un juguete, él me lo cedía.
               Cuando había empezado a tontear con él, lejos de ponerme en mi sitio y rechazarme de plano para que yo no le tomara la delantera, él me había correspondido…
               … pero porque llevaba queriéndome, en secreto y en silencio, sin darse cuenta ni siquiera él, desde que nací.
               -… eres preciosa, El, pero… cuando estás en la cama, después de acostarnos… lo eres más todavía. Eres como una diosa, pero sin el “como”-se encogió de hombros-, y…
               -… ¿y?
               -Y no puedo creer la suerte que tengo de ser yo el que te devuelva tu inmortalidad.
               Boom. El Big Bang en mi interior, la primavera arrasando las nieves, instando a las nubes a que se lleven todo el frío del invierno y lloviendo vida sobre los campos inertes. Las carcajadas de los niños jugando de nuevo en el parque, el primer plato de ensaladilla rusa, el primer ramo de rosas que florece en el jardín.
               -Algún día conseguiré decirte algo la mitad de bonito de lo que me dices tú a mí-le prometí, acariciándole la mejilla.
               -Ya lo haces. Cada vez que me llamas.
               -Scott-susurré, y él se inclinó y me besó, y en su beso pude sentir lo satisfecho que estaba, pero también las ganas incipientes de volver a estar dentro de mí. Me acarició el costado, yo hundí las manos en su pelo y arqueé un poco la espalda, pegando mi cuerpo más al suyo, y le acaricié la mandíbula, y…
               -¡¡Scott!!-bramé, y él dio un brinco.
               -¿Qué pasa?
               -¿¡Te estás dejando barba!?
               Se pasó la mano por la barbilla.
               -¿No me dijiste que querías…?    
               -¡Pero no pensé que lo hicieras en serio! ¡Dios, muchas gracias! Ven aquí, caliéntame otro poco y lo volvemos a hacer, te lo has ganado-susurré, tirando de él y volviendo a pegarnos. Él se rió, se tumbó encima de mí, yo nos hice rodar y me puse encima.

               Un helicóptero pasó rozando el edificio de enfrente, semioculto por la manzana contigua, pero seguro que sus ocupantes se habrían muerto de envidia si miraran en nuestra dirección. Me moví despacio encima de él; y él se dejó hacer, mirándome, contemplando cómo volvía a ascender a los cielos, llamaba a la puerta del Olimpo, me ajustaba la toga y anunciaba a Zeus que había vuelto.
               Sólo que Zeus no estaba en casa.
               Estaba en mi cama.
               Zeus era Scott.
               El rey de todos los dioses tenía que ser, por la fuerza, Scott.
               Aunque sus rasgos eran un poco diferentes de como los habían imaginado los griegos, eso tenía que admitirlo.
               Esta vez, yo acabé antes. Estaba agotada, pero me sentía bien. En mi interior había una tormenta, vale, pero las tormentas pueden ayudar a los barcos a hacer una travesía en la mitad de tiempo.
               Scott estaba tardando mucho, y empecé a preocuparme.
               Me acerqué a sus labios y se los besé muy despacio, frenando un poco.
               -¿Estás bien?
               -Estoy disfrutando-respondió.
               -¿Seguro? Podemos cambiar lo que te apetezca, no…
               -El-murmuró, incorporándose un poco-, muchas veces, el orgasmo es la meta, pero, en ocasiones, es el camino.
               Me lo quedé mirando, pero mis caderas siguieron insistiendo. No me iba a dar por rendida tan fácilmente; llevaba quince años esperándolo. No era de las que dicen “Muy bien, tú mismo”, y renunciaba a hacer que su chico la siguiera al Edén.
               Era luchadora. Era de las que tiraban, arrastraban, empujaban, hacían lo que fuera… pero al final, lo conseguían.
               Scott empezó a espabilarse, pero más porque le gustó mi tenacidad que por lo que estábamos haciendo (aunque, evidentemente, lo que estábamos haciendo influía bastante).
               Empezó a sonar un móvil; por la música, era el suyo.
               -No lo cojas-ordené. Y en sus ojos y su boca apareció una sonrisa malévola que hizo que me echara a temblar. Era la misma mirada del probador; la misma mirada de hacía un momento, cuando me quité el jersey y le mostré mi regalo atrasado de aniversario.
               -Ahora es cuando empezamos a cumplir fantasías del otro, nena-se inclinó, me apartó un mechón de pelo y me acarició el costado mientras estiraba el brazo en dirección a sus pantalones, tirados en el suelo, muy cerca de nosotros.
               -¿Como cuáles?
               -Como follar mientras contesto una llamada. A ver si consigues que me corra.
               Miró la pantalla. Recé mentalmente para que no fuera Tommy. Si fuera Tommy, había dos posibilidades:
               La primera: que Scott no cogiera el teléfono, porque mi hermano era poco menos que telépata con él (salvo cuando se trata de descubrir que su mejor amigo tiene una hermana pequeña; entonces, Tommy era ciego, sordo y mudo), y sería muy, muy fácil que supiera lo que estábamos haciendo, incluso por teléfono. Con lo ruidosa que era yo, seguro que me reconocería por la voz.
               La segunda: que Scott lo cogiera, animado ante el peligro de esa nueva aventura, y Tommy nos cazara cuando se corriera diciendo mi nombre.
               Porque no os equivoquéis: la pregunta no era si Scott se iba a correr. La pregunta era cuándo.
               Miró la pantalla, me la mostró, rezaba “mamá”. Suspiré con alivio, él me besó en los labios, me miró a los ojos y me dijo:
               -Tienes minuto y medio para hacer tu magia, bruja.
               Deslizó el dedo por la pantalla y se dejó caer.
               -Hola, mamá.
               -Te vas a cagar-le prometí yo, y él tapó el micrófono del móvil.
               -Eleanor, por favor, estoy al teléfono.
               -La madre que te parió.
               -Exactamente, hablando con la madre que me parió… nada, mamá, Eleanor está buscando una toalla… Pues porque puede ella, ¿no tiene manos? ¿Y no sabe usarlas?-me miró con malicia, y yo sonreí. Vaya que sí.
               El cuello. Vete al cuello.
               -No, voy a bajar las ventanas cuando nos acostemos… para dormir, sí, claro. Mira, mamá, no te interesa, pero ya hemos estrenado la cama… para nada, el colchón es genial. Papá es un histérico, no sé por qué…-cerró los ojos cuando le acaricié la mandíbula mientras le besaba el pecho-… esto… decía que estaba tan duro… o sea, blando, sí, mierda.
               Me clavó las uñas en la espalda, como diciendo que me detuviera y que a la vez no se me ocurriera parar.
               -¿Es duro o blando, Scott?-me burlé, y me habría cruzado la cara de no ser yo, y él no ser él.
               -Pues no sé, puede que nos quedemos viendo una peli o lo que sea. Todavía estoy machacado de ayer y … es romería, mamá. El que va de romería, se lamenta al otro día. ¿Tan difícil es aprenderte un puñetero dicho en español? Tenemos un idioma con el doble de letras que el de Eri, no es tan difícil…-cerró los ojos cuando le mordí un pezón. A ver si la única que los tenía sensibles era yo-. ¿Qué?
               Escuché a Sherezade repetirle algo cuando empecé a subir por su pecho, me detuve en su clavícula, seguí por su hombro y me quedé en sus bíceps. Cogió aire y lo soltó despacio, intentando concentrarse, pero ya no era hijo de Sherezade, sino el compañero de Eleanor, y no iba a ceder ni una sola molécula de su cuerpo.
               -He comprado fruta… pues… no lo sé…
               -Plátano-sonreí yo en su mandíbula.
               -Sí, plátano, por ejemplo. Eh…-se pasó la mano por la cara-. ¿Seguimos con la tele por cable?
               Sherezade respondió que sí.
               -Genial, porque no sabía si tendría que resintonizarla y…-cerró los ojos y su cuerpo empezó a responder al mío.
               -Éste es mi Scott-susurré.
               -Por supuesto que voy a … cocinar… está conmigo… en mi casa… seguramente esté cansada…
               -En absoluto-murmuré.
               -¿La calefacción? Qué va, mamá, hace calor…
               -Ya lo creo.
               Su respiración se volvió irregular. Redujo la sensibilidad del micrófono del móvil y volvió a pegárselo al auricular.
               -¿Qué tal el viaje? ¿Ya habéis… llegado?
               -Tú estás a punto-sonreí, y le besé la mandíbula y me fui por su cuello, y Scott se puso tenso, tenso como se pone un chico cuando está a punto de correrse dentro de ti, ese tipo de tenso.
               -No le compres… azúcar… a la cría. Ya sabes… se… excita.
               -Igual es lo que tengo que hacer yo, bañarte en azúcar para ver si espabilas.
               Volvió a tapar el micrófono.
               -Tú ganas, ¿vale? Tú ganas, El. Para.
               -No.
               -Menos mal-replicó, y volvió al móvil-. ¿Mamá? ¿Sigues…? Vale, pues… dale recuerdos a… uf… esto, no me acuerdo de cómo se llama. Sí, a ella también. Bueno, en casa, en general, ¿vale?
               Se mordió el labio y me envalentonó. Lo sentía crecerse dentro de mí. Eso es, mi vida, córrete para mí.
               -¿Mamá? Tengo que colgar, te llamo después, Eleanor está llamándome. Sí, descuidatequieroadiós-dijo, colgó, tiró el móvil lejos y luchó por contenerse.
               -Eso ha sido trampa.
               -Trampa es que tú existas, me cago en mi puta vida.
               Cerró los ojos, dejó caer su antebrazo encima de la cara.
               -Madre. Mía.
               -Lo hago bien, ¿eh?
               -No me han follado así en mi vida-concedió.
               -Scott.
               -MmmmmMMMMMMMMMMMM-replicó, cuando empezó a acercarse de nuevo. Su cuerpo iba y venía, tan pronto lo tenía al borde como se me desconcentraba y lo perdía de nuevo en las praderas de su subconsciente.
               -Mírame a los ojos. Déjame ver cómo te corres para mí.
               Se apartó el brazo y al segundo, lo sentí. Las pequeñas sacudidas dentro de mí, y me quedé quieta mientras él cerraba los ojos, arqueaba la espalda y dejaba caer la cabeza por el borde del colchón.
               Lo besé en los labios.
               -Tienes razón. Se nota cuando alguien acaba de correrse en su boca.
               Sonrió.
               -Vas a acabar conmigo, joder.
               -Soy medio española, ¿a qué quieres que te gane?
               -A Eurovisión.
               Nos echamos a reír y yo me estremecí. Se me había olvidado que yo era la otra pieza del puzzle. Con tanto centrarme en él, me había olvidado de mis propias sensaciones.
               -¿Scott? ¿Te importa si…?
               -Úsame a gusto, mi niña. Soy todo tuyo.
               Me besó en la frente, me animó, colaboró un poco como pudo, me susurró lo que me haría de no estar agotado, y me acunó cuando volví a acabar, gritando, evidentemente, su nombre.
               Nos quedamos tumbados en medio de la cama, con la funda nórdica enmarañada y sin ningún propósito aparente más que esperar con paciencia a que uno de los dos acabara con el otro.
               -Eleanor.
               -¿Qué?
               -Estaba pensando…
               -¿Tú? ¿Pensar? ¿Llamo a la policía, los bomberos, o la prensa?
               -Gilipollas-replicó.
               -Ilústrame.
               -Yo tengo la libido sexual del tamaño de un cachalote.
               -Ajá.
               -Ahora bien-se incorporó un poco, se apoyó sobre los codos y juntó las puntas de sus dedos frente a su cara-. Si ese cachalote desarrollara inteligencia y construyera un cachalote artificial con un tamaño de cachalote respecto de él (o sea, el cachalote normal tendría un tamaño de humano en comparación con este cachalote biónico), y si a su vez éste cachalote robótico desarrollara inteligencia artificial, matara a todos los cachalotes vivos y se adueñara del planeta, y construyera una nave espacial para su ejército de cachalotes metálicos, y fuera por el espacio conquistando mundos… tu libido tendría el tamaño de la Estrella de la Muerte que crearían para acabar con toda la flota de cachalotes galácticos.
               Me lo quedé mirando.
               -¿Me acabas de insultar?
               -No-replicó, y una sonrisa adorable, de niño pequeño el día de navidad que abre su regalo y descubre el cochecito por el que lleva suplicando años.
               -¿Me lo podrías decir en cristiano?
               -Soy musulmán.
               -¡Joder, Scott!
               -A eso quiero llegar-señaló-. Yo estoy cachondo todo el día, pero tú estás cachonda todo el día y toda la noche también.
               Alcé las cejas.
               -¿Tan jodidamente complicado era decirlo así?
               -Mi padre es profesor de Literatura. Además de ganador de varios Grammys-replicó, girando la cabeza como si tuviera melena y quisiera darme un latigazo capilar.
               -Eres imbécil.
               -¿Quieres echar otro?
               -No lo sé, Scott, ¿el agua moja?
               Sonrió.
               -¿Ves a lo que me refiero?
               -Estaba de coña-protesté.
               -Vale, entonces, ¿qué pasaría si ahora te metiera mano?
               -Que me mostraría ofrecida-repliqué, parpadeando despacio y sonriendo con satisfacción. Volvió a reírse, me besó el hombro y los labios.
               -Dame un respiro, mi amor.
               -No. Tenemos dos cajas de condones que gastar. Hay que aprovecharlas. Venga, venga, no sé a qué esperas para volver a empalmarte.
               Nos echamos a reír, le dejé que me acariciara el costado mientras yo le besaba, apartándome el pelo de la cara para que no nos molestara, le decía que le quería mirándole los labios y me cabreaba porque él me decía que él me quería más.
               Tócate los cojones, Maritere. Soy yo la que anda toda la vida detrás de él, soy yo la que le zorrea en cada ocasión que se le presenta, soy yo la que besó al otro por primera vez, soy yo la que separo las piernas antes siquiera de que él termine de quitarse los calzoncillos, soy yo la de la libido espacial… pero es él el que me quiere más a mí.
               Ni de putísima coña, vaya.
               Empezamos a pelearnos, y me ganó porque hizo lo que todos los chicos hacen cuando no tienen otra manera de superarte: te bombardean con amor.
               Te dicen que estás preciosa cuando te enfadas, te besan cuando les gritas, te acarician cuando tú les sueltas una bofetada…
               O te hacen cosquillas cuando estás desnuda y debajo de ellos porque son más fuertes que tú y…
               Creo que Scott haciéndome cosquillas viene a ser el cielo desplomándose sobre mí mientras me recibe con señoras vestidas con trajes de frutas al grito de “vamos a gosar, mulata”.
               Los tíos son unos cabrones, no os fieis de ellos, y menos cuando son guapos y follan bien. Es la peor combinación del mundo. Deberían prohibirlos por ley.
               Scott empezó a besarme, y a acariciarme como sólo él sabía, y me hizo caer en la cuenta de que si Scott se volvía ilegal, yo me convertiría en una forajida feliz.
               Me pasó los dedos por los muslos, siguiendo una camino que en un principio no parecía marcado previamente. Pero luego me di cuenta de que sus dedos se sentían diferentes.
               Me puse tensa, abrí los ojos y me quedé mirando el techo cuando comprendí lo que estaba haciendo.
               Mis estrías.
               No no no no no.
               Empezó a besármelas, y yo volví a cerrar los ojos. No podía ser tan malo… ¿o sí?
               Sí. Diana no las tenía. Diana era perfecta.
               -Eres preciosa-susurró en mi piel, bajando hacia mis rodillas.
               -Bueno, por ahí… no mucho.
               Se incorporó.
               -¿Qué acabas de decir?
               -Tengo estrías-expliqué, y puso los ojos en blanco.
               -Sí, bueno, lo que tú digas.
               -Las has acariciado, Scott.
               -Porque también son bonitas.
               -No lo son-respondí, sacudiendo la cabeza, pero estremeciéndome con el contacto de sus dedos.
               -Sí-repuso, terco-, porque son la prueba de que tu cuerpo es una casa, y no una cárcel.
               Siguió besándome, ahora más despacio. Ya no teníamos prisa y yo estaba tranquila. Subió por mi cuerpo, se detuvo en mi obligo, hizo que me estremeciera, siguió subiendo hasta mis clavículas, y volvía a tenerlo delante de mí, con los ojos brillando por lo que acababa de hacerle y por lo que le había hecho siempre.
               -Yo te quiero más-murmuré, y él sonrió.
               -Como tú digas.
               Una parte de mí lo deseó una vez más, pero la mayoritaria dijo que habíamos tenido suficiente por él. No debíamos forzar la máquina y acabar reduciendo la calidad de los productos.
               Nos quedamos acurrucados el uno contra el otro en silencio, con la almohada demasiado lejos de nuestras cabezas y muy pegada a nuestros pies. Me sonó el móvil un par de veces, y a él también, pero estábamos tan a gusto enmarañados el uno en el otro que no hicimos ademán de cogerlo.
               Nos quedamos a oscuras; todo rastro de sol o algo que se le pareciera abandonó Londres, camino de iluminar el avión en el que Diana atravesaba medio mundo para volver a casa.
               -No quiero salir de esta cama-susurré.
               -Yo tampoco.
               -No quiero que nos vayamos de aquí el lunes por la mañana.
               -Me estás matando, mi amor.
               Seguimos contemplando el techo, sintiendo el cuerpo del otro, bebiendo de su calor corporal y dejando que el otro nos arrebatara el nuestro.
               -Pídemelo.
               Lo miré.
               -Que huya contigo. Pídemelo, y lo haré. Me da igual adónde vayas. Te seguiré hasta el fin del mundo, y si quieres salir de este planeta e irte a descubrir otros, también te acompañaré.
               -¿Cómo se supone que tengo que contestarte a eso sin quedar mal?
               Su sonrisa dulce, cariñosa, la sonrisa que habían esbozado tanto él como mi hermano cuando fueron la tercera y la segunda persona, respectivamente, en cogerme en brazos nada más nacer, volvió a su boca.
               -Di mi nombre.
               -Scott.
               Me besó, saboreó la única palabra en el mundo que daba una ligera idea de su perfección de mis labios. Me acarició la cintura, volvió a activarme como lo hacían los habitantes de la Atlántida tocando sus artefactos en la película de Disney. Jamás iba a cansarme de él, jamás iba a tener suficiente, jamás iba a poder dejarlo…
               Se puso encima de mí, y yo me dejé hacer. Volvió a besarme, y estábamos a punto de perdernos otra vez en la inmensidad del cuerpo del otro cuando volvió a sonar un móvil. Esta vez, era el mío. Me miró a los ojos.
               -Dime que no lo coja-le pedí-. Dime que no lo coja y que me emborrache de ti y que nunca, jamás, vaya a alcohólicos anónimos, porque si no eres lo mejor que me ha pasado en la vida, tampoco quiero vivir para descubrir qué es.
               Su piercing brilló, pero no tanto como su sonrisa.
               -No lo cojas.
               -Hazme el amor, Scott.
               -Estoy cansado. Y tú también. Deberíamos comer algo, salir de esta cama, ¿no crees?
               -Sí-susurré, en parte aliviada de que él fuera el sensato de los dos. Estaba agotada, no sabía hasta dónde iba a poder llegar, pero no sería muy lejos. Me incorporé un poco, rebusqué entre mi ropa hasta dar con el móvil, y descolgué.
               -Hemos llegado hace casi una hora, Anastasia Steele-se burló Mary, y la noté sonreír, y escuché a mis amigas brindar a la salud de Scott y la mía. Éramos dos partes de un todo indivisible,  y ellas serían las primeras en abogar por nuestra unidad.
               -Vale, ¿ya habéis avisado en casa?
               -Estábamos esperando a que lo cogieras para llamar. En lo que a la hora respecta, el tren se atrasó por una avería. Nada grave, ¿de acuerdo?
               -¿De verdad?
               -No, El, pero alguna excusa habrá que darles a nuestros padres. Bueno, que lo paséis bien.
               -¡Chúpasela a Scott de mi parte!-gritó alguna; curiosamente, no fue Marlene, antes de que se echaran a reír a coro y se despidieran deseándonos lo mejor.
               Colgué y me acaricié el pelo. Scott estaba atendiendo su aldea guerrera. Tommy no le había mandado recursos aún y se las tenía que apañar esclavizando a los vasallos de la montaña.
               -Una de mis amigas te manda mamadas-susurré, tirándome a su lado y observando la pantalla. Suspiró con incredulidad, cerrando los ojos un momento-. ¿Qué pasa?
               -Estoy muy jodido.
               -¿Por qué?
               -Porque no me interesa nada del sexo si no es contigo, nena.
               Ésa era la tercera cosa más bonita que podía decirme. La segunda era que me quería.
               La primera, me la diría la noche siguiente, y me alegraría tantísimo que nos acostaríamos sin importarnos en absoluto el hacerlo sin protección. Solos él y yo, haciendo del otro un dios y arrebatándole su mortalidad, intercambiándola por una inmortalidad que sólo nos gustaba porque era una ofrenda de nuestro compañero.
               -Menos mal que tengo una libido intergaláctica-bromeé, besándole el hombro, y luego el cuello y la oreja, y sonriendo cuando él me miró, preguntándome si quería que se metiera de nuevo entre mis piernas, porque lo haría gustoso. Pero no, yo tenía que llamar a mis padres, y él, ocuparse de su aldea.
               Recogí el teléfono y me senté en la cama, de espaldas a él. Mamá tardó varios toques en responder.
               -Hola-saludé-. Mamá, ya estoy en Canterbury.
               -Ajá, ¿no habéis tardado un poco en llegar?
               -Una avería en el tren-mentí, y me merecí un Oscar igual que se lo mereció Jennifer Lawrence en Silver Linings Playbook-. Estuvimos paradas un rato; nada serio.
               -Vaya por dios, ¿dónde parasteis?
               Me quedé a cuadros. Ahora sí que me merecía un Oscar igual que se lo mereció Jennifer Lawrence.
               Porque Jennifer Lawrence sólo sabía exagerar sus papeles, y había competido contra una espléndida Naomi Watts que sobrevivía a un tsunami en Lo imposible.
               -No me fijé-susurré, porque las verdades vagas son mejores que una mentira elaborada. Nadie se fijaría entre qué estaciones se había detenido su tren; sólo te fijabas en el paisaje.
               -Bueno, tesoro, no importa. Lo que cuenta es que estás bien, ¿o no?
               -Estoy genial.
               -Me pregunto por qué-murmuró Scott, y yo le tiré un cojín y él se rió en silencio.
               -Y Scott, ¿qué tal está?
               Me quedé tiesa. Casi la tenía delante, sonriéndole a su reflejo en el espejo de la habitación donde trabajaba, a la luz del sol (en este caso, de las estrellas), alzando las cejas en dirección a papá porque era lista, pero lo peor era que se lo sabía.
               Le habían bastado un par de minutos observándonos a los dos para darse cuenta de que algo pasaba, y no era para menos: a mí, me había parido. A Scott, prácticamente lo había criado. Scott y Tommy eran el producto de un trabajo conjunto entre Sherezade, Zayn, mamá y papá. Era lo que tenía ser los mayores y haber llegado en una época de muchos cambios en sus vidas. La universidad mezclada con los tours, las entrevistas de trabajo y los estudios de grabación, las semanas de promoción de un disco con nuestros padres ausentes y nuestras madres quedando cada tarde porque Scott no podía comer tranquilo si no tenía a Tommy cerca, y Tommy no dormía bien la siesta si no estaba compartiendo cuna con Scott.
               -Algo le pasa a la cría-le había dicho papá, que también se había fijado en que acompañaba a T y S más que de costumbre, y me encerraba en la habitación (para hablar con Scott sin que Tommy nos cazara) cuando nunca, en mi vida, lo había hecho.
               -Tiene novio-soltó mamá sin más.
               -¿Qué dices?-replicó papá, abriendo la cama y dejando que pasara a su lado, porque a mamá le encantaba dormir con las mantas metidas por el colchón, y papá se moría de calor-. ¿Tú crees? ¿Sabes quién es?
               -Scott-y mamá sonrió al decir su nombre, feliz de que por fin la vida dejara de darme la espalda y me concedieran el único deseo que sólo podía pedir, lo único que quería por lo que no podía luchar-. Tú fíjate.
               -Qué va a ser Scott-terció papá, terco como una mula-. Perdóname, nena, pero tú te chutas.
               -Ya lo verás-replicó mamá, haciendo un movimiento de diva: giró la cabeza un poco y parpadeó con orgullo-. Fíjate en cómo interactúan ahora. Siguen tonteando-vaya si lo seguíamos haciendo, me atrevería a decir que con violencia y desenfreno-, pero lo hacen con cuidado, como si no quisieran resultar sospechosos.
               No hay nada que sea tan difícil de imitar como la rutina.
               -Scott-susurré, girándome en su dirección. Él alzó las cejas.
               -Te dije que no ibas a poder engañar a tu madre.
               -Escucha tu novio; es bastante más listo que tú. Seguro que eres una Gryffindor, igual que tu padre-se lamentó-. ¿Has comido algo?
               -¿Eso va con segundas?
               -Depende, Eleanor. ¿Has comido algo, sí o no?
               -No.
               -Pues acuérdate de que tu mundo no se reduce a una cama, por mucho que ahora mismo a ninguno de los dos os apetezca salir de ella.
               -Ahora ya puedo dejar que me crezca el culo, para que Scott me lo agarre.
               -Ahora mismo te preparo algo.
               -¿Qué dice?-sonrió mamá.
               -Que me va a sobrealimentar.
               -Seguro que bajas varios kilos este fin de semana. Procura no machacarlo mucho, anda. A ver si Sherezade me va a llamar la atención.
               Me mordí los labios, sonriendo.
               -¿Vosotros estáis bien?
               -Sí, cariño.
               -¿Y Tommy?
               -Arriba, con Diana, deshaciéndole la maleta y suplicándole que se quede.
               -Pobre hermano mío, qué enamoradísimo está-mamá se rió-. Te dejo, ¿vale? Vamos a… no sé, hacer algo.
               -Fingir que fabricáis bebés pero en realidad no porque la materia prima de Scott no va a entrar en tu fábrica, lo capto-chillé su nombre a modo de castigo; no el que le habían dado sus padres, sino el que le habíamos otorgado mis hermanos y yo-. Que os divirtáis. Con cabeza, ¿eh?
               -Que sí.
               -Dale un beso a Scott de mi parte.
               -¿Con lengua, o sin ella?
               -De mi parte, Eleanor, no de mis partes.
               Me eché a reír y colgué el teléfono. Me miró.
               -¿Qué pasa?
               -Bueno, que de mi casa te mandan recuerdos, pero yo ni les he dicho que estaba contigo, y…
               -¿No? Yo sí, evidentemente. ¿Cómo iba a escaquearme de ir a Bradford y coger las llaves del piso, si no?
               -Ya.
               Me tumbé en su espalda.
               -Podrías haber dicho algo, tus padres me conocen y les caigo medianamente bien.
               -Pero es que Tommy es un pesado, no me deja tranquila, está todo el rato encima de mí, más que de costumbre, para mí que se huele algo…
               -Y cuando no tienes a tu hermano encima, me tienes a mí. Qué vida más agobiante.
               Lo miré.
               -Ya ves.
               -¿A quién prefieres tener encima, por cierto?
               -A mi hermano-respondí sin dudar, y se echó a reír. Dijo que tomaría nota y que haría que me arrepintiera de esa contestación, pero yo hice que se olvidara de su rencor deslizándome por su espalda y mordiéndole despacio la oreja. Cerró los ojos y se mordió el labio.
               Si íbamos a pasar el fin de semana provocándonos el uno al otro, tenía que aprovechar hasta la más mínima ventaja que tenía sobre él.
               Sacó el tema de que se sentía un poco mal porque le parecía que le había faltado al respeto a su madre. Yo asentí con la cabeza; también me remordía la conciencia que hubiera llamado a Scott y yo estuviera encima de él, luchando por hacerlo mío y por monopolizar su conciencia. Terminó llamándola, y Sherezade, que era una santa y un rollito de canela demasiado bueno para este mundo, le dijo que no pasaba nada, que no se había molestado y que de hecho se esperaba que hiciéramos eso, porque éramos jóvenes y estábamos locos el uno por el otro.
               -No sabes hasta qué punto, mamá-replicó él, mirándome, y todas las medidas contra el cambio climático tomadas desde que DiCaprio hubiera dicho en el escenario de los Oscar que éste era real y estaba sucediendo en el mismo momento en que él hablaba se revirtieron. En mi interior se desató un incendio, pero un incendio bueno, de esos que purifican y sientan bien, no de los abrasadores que terminan indiscriminadamente con lo bueno y lo malo.
               Sherezade dijo que eso lo eximiría de la ira de sus abuelos; se despidió de él, le dijo que más le valía tratarme como a una reina (“ya lo hace, Sherezade”), me tiró un beso y colgó.
               Nos quedamos solos, mirándonos el uno al otro, bebiendo de nuestras almas.
               -Voy a llamar a tu hermano-se decidió por fin, echándole un último vistazo a su aldea guerrera. Se incorporó, se dejó caer en el colchón como una persona normal, y no como un gatito al que le encanta que le acaricien, y palmeó el espacio a su lado. Gateé hasta el mismo lugar y me tendí con su brazo en los míos. Nos tapé con la manta y escuché los tonos del teléfono mientras Scott se mordía el labio, esperando.
               -Scott-bufó Tommy por fin, con la voz ronca y el aliento entrecortado. Scott me miró.
               -Te he cazado en buen momento, ¿eh?
               -¿Qué cojones quieres?
               -¿Dónde pollas están mis redes de pesca? Las necesito para las catapultas.
               -¡Será puta coña! ¿Me llamas para eso? Cuando acabe con Diana te las mando, joder.
               -No tengo una semana.
               -Eres un imbécil.
               -Relájate, hermano, sólo será un momento. Además, ¿no se supone que a la americana le tiene que llegar la regla pronto? No sé, lleva aquí un mes y tú no has parado de echar polvos. Cuando ella se marche, vas a tener unas agujetas de la de Dios.
               Diana protestó algo que ninguno consiguió entender.
               -¿Qué dice mi chica favorita en el mundo?
               -Te sugiere por dónde te puedes meter su regla.
               -¿Ya no me dice que le coma el coño a dos velocidades?-Scott chasqueó la lengua; yo no podía quererle más-. Vaya por dios, con lo que me gustaban esas proposiciones suyas…
               -Luego te las mando, ¿vale, S? ¿Crees que podrás aguantar?
               -No lo sé, bastante tengo con estar sin ti, cariñito.
               -Scott. La tengo dura. No quieres ponerte a hacer eso ahora-mi hermano se echó a reír-. Tú no juegas cuando sabes que vas a perder.
               -¿Qué llevas puesto?-replicó Scott, mordiéndose el labio. Contuve una carcajada.
               -Mi traje de nacimiento, ¿y tú, mi amor?
               -¡Te juro por dios que no me puedo creer lo que estáis haciendo! ¿Puedes centrarte, Tommy? ¿En mí? ¡Estaba a punto! ¡Cuelga ese teléfono!
               -Te dejo, mi vida, me riñe mi amante. Procura no aburrirte mucho sin mí.
               -Que folléis bien.
               -Y tú también. Conquista Bradford.
               -A la orden, general.
               Y colgaron.
               -Y ahora-me informó-, voy a aprovechar que está distraído para invadir su aldea.
               -Tommy… no parecía él-murmuré, viendo cómo preparaba a su ejército y lo mandaba marchar sobre el pueblo de Tommy. Tenía soldados dentro, no le costaría mucho tomar su fortaleza.
               -Es lo que le pasa cuando folla. Se le pone voz de camionero. Con Megan era peor. Parecía que tenía 40 años-puso los ojos en blanco-. Esa zorra le chupaba toda la energía vital, pero claro, yo no lo pude ver hasta que fue tarde.
               -Tenemos que decírselo-insté mientras sus soldados golpeaban las puertas del que hasta hacía poco fuera el mejor aliado de todos. Él asintió.
               -Cuando volvamos se lo cuento, ¿vale?
               -¿No será mejor que lo hagamos juntos?
               -A mí no me va a poner la mano encima. No tiene cojones. Pero tú eres su hermana. Es distinto. No te quiero cerca de él cuando se lo diga.
               Tragué saliva.
               -¿Cuáles son las posibilidades de que se lo tome bien?
               -No sé, Eleanor, ¿cuáles son las posibilidades de que una paloma deje preñada a una mujer?
               Alcé las cejas.
               -Eres musulmán.
               -Soy musulmán, no gilipollas. Ahí tuvo que haber movida. Fijo.
               Sus tripas rugieron. Él puso los ojos en blanco. Decidimos que era hora de ir pensando en hacer la cena, y mientras nos vestíamos, no podíamos dejar de protestar porque el otro se estaba poniendo demasiada ropa (al parecer, yo no tenía derecho a llevar sujetador, bragas y una de sus camisas, que por cierto olían muy bien; sólo podía aspirar a dos prendas en mi cuerpo, pero no me daba la gana regalarle una vista de mis pechos cada vez que le apeteciera si él se iba a quedar con sus pantalones y su camiseta).
               Para cuando decidimos lo que íbamos a hacer (algo rápido, carne con un poco de verdura y a la cama otra vez), todavía quedaba muchísimo tiempo para comer.
               Me di cuenta tarde de que no habíamos cogido nada para tomar de postre, pero bajo ningún concepto iba a sugerir salir en busca de comida cuando acabábamos de empezar el fin de semana. Sentía en mis huesos que, si alguno de los dos salía por aquella puerta, con independencia de que fuera acompañado o no del otro, la magia se rompería.
               El ambiente estaba impregnado de nosotros, y que uno se marchara sería letal para esa fragancia que sólo percibían nuestros subconscientes.
               Revolviendo en los cajones, nos encontramos con ingredientes suficientes para hacer un bizcocho, y nos pusimos manos a la obra con la misma habilidad con que lo había hecho mi madre hacía unas semanas, con Tommy aún castigado y Diana a punto de iniciar su camino culinario.
               Pero, claro, nosotros podíamos besarnos mientras cocinábamos, y aprovechábamos cada oportunidad para meter el dedo en el bote de cacao y pasárselo por la cara al otro, para tener una excusa para pasarle la lengua.
               Nos quedamos mirando cómo el bizcocho se iba calentando poco a poco, pero aún no subía, a la luz del horno. Terminamos desistiendo de nuestras miradas insistentes: el postre no se iba a hacer más rápido por mucho que siguiéramos mirándolo. Bajamos las persianas y nos reunimos de nuevo en la cocina, para decidir que sería mejor que preparásemos todo cuando el bizcocho estuviera enfriándose.
                A los dos nos habían dicho que no era bueno comer bizcocho caliente, pero nos daba igual. Podríamos con un poco de dolor de tripa.
               -Quedan 38 minutos-observé-, ¿te apetece hacer algo?
               Sonrió.
               -Ver cómo te corres en el suelo conmigo.
               Me acerqué a él y le acaricié la cadera con la mía.
               -Es coña, El.
               -Es tarde. Ya estoy receptiva.
               Se mordió el labio, mirándome, y aceptó mi mano y me guió hasta la cama. Me dejó caer y se puso encima de mí, me desabrochó los botones de la camisa y yo le quité su camiseta, tiré de sus pantalones hasta dejarlo en calzoncillos, y él se encargó con facilidad del tirante de mi sujetador.
               No me dejó quitarle los bóxers. Lo miré, inquisitiva.
               -¿Confías en mí?
               -Sí-susurré, igual que Jasmine en Aladdín. Creo que con el mismo tono, creo que con la misma expresión.
               Se tumbó a mi lado y empezó a bajar la mano por mi vientre, encendiéndome, pasó a mis muslos y luego descendió por ellos, siguiendo la línea de las estrías otra vez, pero ahora no era eso lo que le preocupaba.
               -Pierdes el tiempo-susurré cuando sus dedos llegaron al borde de mis bragas.
               -En el sexo uno nunca puede perder el tiempo-respondió, besándome despacio.
               -No creo que lo con…-empecé, pero me rozó en algún lugar que yo no había conseguido conquistar, y dejé morir la frase, me mordí el labio y me incliné un poco para que su mano explorara mejor-. Oh. Mmm. Pues sí. Vale, estaba equivocada.
               -¿Nunca has llegado sola?
               -No.
               Frunció el ceño.
               -Entonces, cuando las fotos…
               -¿Por qué crees que tengo siempre tantas ganas, S? Sólo me sirves tú-susurré, y noté cómo se me encendían las mejillas, porque en eso era una chiquilla, no servía para aquello, y seguro que a él le molestaba que no se lo hubiera dicho, pero me daba tanta vergüenza…
               -Eso podemos solucionarlo, mi amor.
               Me recostó mejor sobre la cama, me acarició los pechos, me los besó y subió por mi mandíbula. Siguió por mi barbilla hasta mi boca.
               Me besó los labios, nuestras lenguas, que ya eran viejas conocidas, se juntaron. Me pasó el dedo por la boca y lo metió dentro, muy despacio. Lo miré a los ojos, entendiendo lo que quería, y sorbí despacio. Se echó a reír.
               -Muy bien, nena.
               Con la mano libre, me separó las piernas y me las levantó un poco. Sacó el pulgar de mi boca y lo llevó a mi sexo. Empezó a masajearme en círculos muy, muy despacio. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación. Era casi mejor que tenerlo dentro. Casi. Me mordí el labio y solté un gemido que nació en lo más profundo de mi ser.
               -Presta atención, pequeña. Quiero que aprendas a llegar sola. Como novio tuyo, no me convendría enseñarte a masturbarte-susurró en mi oído, su dedo no se detenía, y yo me estaba descentrando por momentos-, porque así follaríamos-uf, esa palabra otra vez, cómo la pronunciaba-cuando yo quisiera, porque tendrías la libido a tope…
               -Ya me haces tenerla.
               -Pero como amigo, y como un novio que te quiere, te voy a enseñar a darte placer a ti misma. Porque te conozco desde que eras pequeña.
               Me eché a reír, y mi carcajada se convirtió en un suspiro. Me ardían las mejillas, pero ya no era de vergüenza. Era algo mejor.
               -Qué considerado, pero eso… viene de “como… amigo”. ¿Y la parte del novio?
               -Porque así sabremos mejor lo que te gusta, y nos harás disfrutar a los dos. Y los mensajes serán mejores. Así, podré imaginarte masturbándote pensando en mí mientras yo lo hago pensando en ti.
               Volvió a besarme los pechos. Me recorrió un escalofrío que nació en la parte baja de mi espalda, no en la alta.
               -Así, cuando no estemos juntos, no me echarás tanto de menos.
               ­-Voy a morirme este fin de semana-murmuro-. Ah. Scott…
               Noté su piercing en la boca cuando me besó. También su erección contra mis muslos. Me apetecía muchísimo tenerlo dentro, pero también no dejarle parar tan fácilmente.
               Ahora, la estrella era yo.
               -Tengo la impresión de que te voy a matar yo antes.
               Si no tuviera todos los músculos en tensión, esperando con expectación lo que sabía que él iba a darme, me habría echado a reír. Sólo pude morderme el labio. Sentí cómo bajaba su otra mano hacia sí mismo y se empezaba a acariciar, también muy despacio. Me lo mordí con más fuerza.
               -No hagas eso, El, vas a hacer que me desconcentre.
               Un poco más de fuerza. Podría llegar a hacerme sangre.
               -Me las vas a pagar todas juntas, que conste.
               Sonrió, me acarició la pierna por la cara interna, olvidándose de él. Y yo me quería morir.
               -Eleanor, Eleanor, Eleanor-susurró en mi oído, su boca me acarició el lóbulo de la oreja, y yo sentí que empezaba a deshacerme-. Tengo dos manos, ¿sabes? No me obligues a usarlas.
               -Yo… también. En… séñame-susurré; mis caderas dejaron de responderme y empezaron a seguir el movimiento de sus dedos.
               Me cogió una mano y la llevó al encuentro de la suya. Me recogió con su mano laboriosa y me guió hasta el epicentro de todo. Estaba mojada, muy mojada, bastante más de lo que lo estaba cuando venía de la piscina y me quitaba el bikini y me secaba con la toalla. Muchísimo más que eso.
               -Visualiza algo que te guste-musitó. Y yo lo miré, arqueé la espalda, le regalé una vista preciosa de aquel cuadro que estaba pintando con tanta habilidad-. Que te excite-y yo sólo parpadeé, él se echó a reír, y volvió a darse unos mimos-. Más que yo.
               -Muérdete el labio.
               Hizo lo que le pedía y mis entrañas se contrajeron y estiraron repetidas veces, pero no era aquello aún.
               -¿No tienes fantasías que te dé vergüenza evocar?
               -Sí.
               -Cuéntamelas-me besó el cuello y yo me acerqué muchísimo, pero no llegué.
               -No.
               -Eleanor.
               -Me da vergüenza, cállate.
               -Por favor-ronroneó como un gatito, madre mía, iba a acabar conmigo.
               -Tú me cuentas la tuya y yo te cuento la mía.
               -No quiero que pienses que soy un pervertido-negó con la cabeza, se dejó en paz y volvió a mí.
               -Ya lo hago-susurré, y mi cuerpo dijo que ya estaba bien de que le torturásemos de aquella manera, mi mente se desconectó y cerré los ojos, arqueé la espalda, dejé escapar una exclamación muy parecida a su nombre, pero que no era exactamente su nombre, y me quedé tendida en la cama, intentando recuperar el aliento, respirando con dificultad, con el cerebro alborotado y los oídos taponados.
               Scott sonreía, satisfecho. Seguía ocupado consigo mismo. Lo miré a los ojos. Seguía el mismo ritmo que había seguido conmigo: no tenía prisa, disfrutaba del viaje, se centraba en los detalles para darle al producto general más calidad. Le besé en los labios.
               -Voy a ver qué tal va el postre.
               -Va genial-replicó, y yo me eché a reír y me incliné a besarlo.
               -Te quiero-le dije-. Háztelo despacio. Como te lo haría yo.
               -Vale, mi amor.
               Me odié un poco por salir de la habitación para ir a vigilar la comida, pero también había de poner en orden mis pensamientos.
               Scott había conseguido algo que yo no creía posible ni en un millón de años.
               Scott, al que yo había aspirado toda la vida, me acababa de demostrar que había hecho muy bien esperando, siendo paciente, luchando por él.
               Tenía que defenderlo de Tommy.
               Tenía que conseguir que Tommy cambiara de opinión con respecto a cómo podía ser conmigo, porque lo cierto era que Scott ya era bueno para mí.
               Nunca había estado con un chico que hubiera conseguido eso de mí, ya no digamos buscado enseñarme. Ellos siempre te metían mano, te acariciaban y se asombraban de lo húmeda que estabas (aunque podías no estar nada excitada, pero daba igual), y enseguida aprovechaban eso.
               Miré mi reflejo semioculto en la puerta del horno. Era feliz. Feliz como no lo había sido en mi vida. Me veía más guapa, más fuerte, más segura…
               … y Tommy se empeñaba en decir que Scott me hundiría en la miseria, me arrastraría a los bajos fondos, me destrozaría hasta el punto de que mis pedazos no se volvieran a reunir.
               Lo escuché terminar, y me lo imaginé tendido en la cama, con los bóxers otra vez en su sitio, el pelo revuelto y una mano enredándose en su mata azabache. Cerrando los ojos, imaginándome encima de él, besándole.
               -Scott-llamé, y él apareció a mi lado en menos de medio minuto. Me lo quedé mirando-. Mira lo que me has hecho.
               -¿Qué…?-empezó, pero lo corté.
               -Me estás haciendo mejor. Y sólo llevamos un mes. Quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible porque Tommy se dé cuenta de que lo único que eres, es bueno para mí. Quiero que sepas que voy a luchar por ti y me enfrentaré a quien sea. Destruiré a todo el que intente llevarme la contraria en lo único que sé seguro en esta vida: que he nacido para quererte, que estar enamorada de ti es lo mejor que he hecho nunca… y que una vida esperándote, aunque hubiera durado 80 años en lugar de 15, es una vida que merece la pena vivirse.
               Vi en sus ojos cómo quería decírmelo. Eleanor, estoy enamorado de ti. Me entraron ganas de escucharlo, pero por otra parte, sabía que no era el momento, y él también. Yo era la protagonista; ninguno de los dos se merecía que me lo dijera en ese instante.
               No era una moneda que se pudiera cambiar, no era una propina que darle al camarero que ha sido rápido con tu pedido. Era nuestro destino, la frase por la que me habían puesto en ese mundo. La frase por la que él no había nacido mudo.
               Se acercó, me tomó de la cintura y me besó en los labios.
               -No puedo creer que me sacaras de la cama para decirme eso.
               -Llevamos en la cama un mes, pero llevamos juntos quince años.
               Me apartó un mechón de pelo de la cara y me lo colocó detrás de la oreja, y dejó su mano en mi cuello, asegurándose de yo no bajara la vista, de que pudiera sentir los latidos de mi corazón en la palma de su mano, trasladados por una arteria orgullosa de todos y cada uno de los sentimientos que por ella pasaban.
               -Te lo digo aquí porque… no sé. Así  sabes que lo pienso también en frío.
               -Y luego se supone que soy yo el que habla bien.
               -Eres un poeta.
               -Puede-concedió, y se inclinó para besarme-, pero, ¿Qué es poesía? ¿Tú me lo preguntas? Poesía eres tú.
               Me apeteció pegarle, me apeteció teletransportarme a la esquina más alejada del mundo y hacerme un ovillo. Le había escuchado soltar palabras sueltas en la lengua de mi madre; sabía que lo entendía, sabía que Tommy le enseñaba todo lo que podía… pero no que su voz sonara más ronca cuando hablaba en español, no sabía que tenía acento, no sabía que las pocas células de mi cuerpo que se encontraban tranquilas a su lado perderían la calma en cuanto lo escucharan hablar así.
               Y recitarme un poema.
               Y dejarme sin aliento.
               Y besarme despacio, como si me fuera a romper, como si fuera lo más bonito que había sostenido entre sus brazos, como si fuera Howard Carter y yo, el sarcófago de Tutankamón. Mi corazón dio un vuelco, mis manos temblaron cuando subieron a su cuello, pero mis labios fueron firmes, le dijeron todo lo que no podía decirle, porque todavía no se habían inventado palabras que contuvieran bien lo que Scott me hacía sentir.
               Desde siempre, mi parte favorita de mi cuerpo había sido mi boca. En un principio, porque me escuchaba cantar.
               Y ahora, porque en mi boca reposaba mi razón para cantar: sus labios.
               El horno pitó y se apagó. Nos lo quedamos mirando los dos, un poco con odio por haber roto el hechizo, pero, a la vez, agradecidos de que nos hubiera sacado de aquella espiral de sexo en la que estábamos metidos. Observé sentada encima de la mesa cómo revolvía en los cajones, buscando uno de esos guantes inmensos típicos de sacar las cosas del horno.
               -Scott-dije yo, y él se giró y se me quedó mirando. Separé las piernas, abrí el cajón de la mesa y saqué con gesto triunfal el guante que estaba buscando. Se pasó una mano por la cara.
               -Me estás haciendo algo. Yo, antes, no era así.
               -Te pongo nervioso-sonreí, tirándole el guante e inclinando la cabeza hacia un lado.
               -No lo digas como si te tuvieran que dar el Nobel por ello, El-se burló, y en su boca apareció su sonrisa de Seductor™, la que medio Londres había disfrutado, y el otro medio, envidiado. Pero ahora, sólo era para mí.
               Deberíamos cambiarle el nombre de “sonrisa de Seductor™” a “sonrisa de Eleanor™”.
               Lo depositó en la encimera y volvió a revolver hasta encontrar dónde colocarlo. Nos miramos cuando terminó de desmontar el molde en el que se había hecho.
               -¿Lista?
               -Lista.
               Lo sacamos poco a poco, y no se desarmó, pero tenía un aspecto bastante malo. Quizás hubiera bastado con dejarlo menos tiempo. Quizás no se creyera del Carbonífero si hubiéramos estado vigilándolo.
               Scott se mordió el labio, mirando el bizcocho, y yo me mordí el labio mirándolo a él. Sinceramente, prefería pasarme una tarde entera sentada frente a él, viendo cómo estudiaba o hacía cualquier gilipollez aburrida sin hacerme el más mínimo caso, a renunciar a una media hora preciosa en la cama del piso de Zayn y Sherezade.
               Empezó a rascar la superficie, buscando algo que salvar.
               -Lo de dentro debería estar bien…
               -¿Me leerías el diccionario?
               Se me quedó mirando.
               -¿Qué?
               -El diccionario. El español. Que si me lo leerías.
               -¿Por qué coño quieres que te lea el puñetero diccionario en español, Eleanor?-alzó las cejas como estuviera loca, porque, vale, aquella proposición era un poco… una gilipollez soberana. Pero seguro que él conseguía hacer que el diccionario resultara entretenido. Más con su acento. Más con cómo se le ponía la voz cambiando de idioma.
               -Suenas bien en español-susurré, y noté cómo se me encendían las mejillas. Se echó a reír.
               -Me vas a dar el fin de semana, ¿eh? Por favor, enfermera, tenemos a un convaleciente en estado crítico. Necesito que se centre.
               -¿Cuál es el pronóstico?
               -Va a tener que donar sus órganos, no vamos a poder hacer mucho.
               Lo corté y comprobé que la parte interna estaba un poco gelatinosa. Torcí el gesto.
               -Es como… un brownie escocés que ha ido a Benidorm y se ha negado a echarse crema solar.
               Volvió a mirarme.
               -Vete a sentarte. El estar tanto tiempo sin comer te está afectando al riego cerebral.
               -¿Y si es el sexo?
               -Entonces, habrá que aguantar tus frases célebres todo el fin de semana-bromeó. Nos repartimos las tareas, él se encargó de rescatar lo poco que quedaba salvable del bizcocho mientras yo me ocupaba de freír carne y un puñado de verduras. Nos sentamos en el sofá, con sendas bandejas en el regazo, viendo las noticias (más por inercia de escucharlas en nuestras respectivas casas que por otra cosa), y pasándonos el uno al otro el kétchup, la mostaza, el agua, o un poco más o un poco menos de pan.
               Me acarició un pie con uno suyo.
               Yo lo miré.
               Él me miró a mí.
               Y antes de que nos diéramos cuenta, nos estábamos besando, cenándonos el uno al otro más que a los filetes, sin mucha intención de parar. Probé sus besos con sabor a mostaza, él, los míos con sabor a cereza y un toque de kétchup.
               Dieron una noticia de la Bolsa europea, que iba mal, evidentemente, que nos hizo espabilar. Nos miramos a los ojos un segundo, recuperando el aliento, y nos inclinamos hacia el bizcocho.
               La parte interna, lo que merecía la pena ser salvado, tampoco estaba para tirar cohetes. Desmenuzamos lo que habíamos salvado para seleccionar aún más: nadie echaría de menos a aquel bizcocho. No tenía mujer ni hijos por haber sido feo y con una personalidad horrible; ni sus padres lo soportaban.
               La parte interna, hecha de una masa gelatinosa, era lo único que podía pasar, pero ni de coña el plato podría aspirar a una final de Masterchef.
               -Tengo que aprender a usar mejor este horno-murmuró él, pensativo, chupándose los dedos, porque en ellos estaba lo único que merecía la pena.
               -Sí-asentí yo.
               Volvimos a mirarnos.
               Le aparté una miguita que tenía en la comisura de la boca y me la comí. Y él se puso encima de mí, y volvió a besarme, y ahora su boca sabía a chocolate, un chocolate más oscuro que su piel, que aun así tenía una pizca de cacao en ella; un chocolate más acorde con la piel de su hermana. Un chocolate que a veces era una onza, y a veces, una cucharada, dependiendo de cómo pusiéramos las lenguas.
               Llegaron los deportes, él empezó a acariciarme y yo a suspirar, pero detuve sus manos acariciándole los brazos cuando pasaron del fútbol y llegaron a la sección de baloncesto. No lo escuchó, porque eran malas noticias, y no reaccionó a ellas.
               -Vamos a la cama-sugerí cuando metió sus manos por mi camisa la segunda vez. La primera, informaban de que los Lakers habían perdido un partido.
               -Es la mejor idea que has tenido en horas-sonrió. Lo guié por el pasillo, con su mano entre las mías. La televisión siguió encendida, pero nos dio igual. Era de bajo consumo, triple A+. El planeta podía permitírselo.
               Le quité la camiseta, disfrutando de la fuerza de su espalda y su pecho, y él empezó a desabrocharme la camisa, su camisa, que terminaría siendo mía porque yo la había usado más ese fin de semana que él en todos los meses que habían pasado desde que la compró.
               Nos peleamos con sus pantalones. Teníamos la caja de preservativos a mano. Siguió besándome, me quitó el sostén y bajó hasta mis bragas. Las deslizó lentamente por mis piernas, haciéndome suspirar por lo despacio que lo hacía, con qué parsimonia me acariciaba, porque sabía que toda yo le pertenecía.
               -Vamos a hacer lo de antes-anunció, besándome el hombro, mordiéndome un poco, haciendo que sintiera su boca a kilómetros de donde estaba realmente.
               -¿Qué?
               -Estás más excitada, te va a ser más fácil llegar. Vas a ser tú la que lo haga, pero no te preocupes. Te ayudaré.
               Se me hizo un pequeño nudo en el estómago, preguntándome si la clase había sido suficiente, si había prestado la suficiente atención.
               Terminó de quitarme las bragas; me las sacudí con los pies y cayeron lejos. Iba a darle un espectáculo muy interesante cuando fuera a por ellas. Él empezó a bajarse los bóxers, y yo le ayudé, y de pronto estábamos los dos desnudos, con las bocas unidas y nuestros cuerpos más que listos para unirse.
               Pero no tocaba.
               Me recosté al lado de él y bajé la mano a mi sexo. Él se mordió el labio, contemplándome. Siguió besándome y sus besos aumentaron la profundidad y la sensación cuando imité sus masajes, con bastante menos torpeza de la que me esperaba.
               Estaba duro contra mis muslos, y eso me envalentonaba. Me gustaba saber lo que podía ocasionar en él.
               -S-susurré cuando su boca bajó a mis pechos.
               -Mm.
               -Házmelo tú también. Los dos juntos. Por favor.
               Fue obediente, por una vez en su vida. Llevó su mano hasta la mía y siguió mis movimientos, de vez en cuando, los contrarrestaba, y yo no sabría decir qué me gustaba más.
               No me di cuenta de que había cerrado los ojos, concentrándome en la sensación de nuestras manos unidas en el rincón de mi cuerpo donde yo le pertenecía más, hasta que lo escuché bajar con la mano libre hacia su propio centro.
               Lo miré a los ojos, él no apartaba la vista de mis piernas.
               Estiré la mano libre, acercándome a él.
               -¿Quieres que…?-empecé. Y me dejó vía libre.
               -Hazme lo que quieras.
               Mi mano llegó hasta su miembro, ligeramente duro, que terminó de espabilar cuando mis dedos hicieron prisión y empezaron a moverse. Creo que demasiado despacio para su gusto. Tenía miedo de hacerle daño.
               -¿Lo prefieres más rápido?
               -Así…-tomó aire-. Uf. Así está… ah. Bien.
               Sonreí y le besé en la boca, ahora estaba ocupada, pero él pudo acariciarme la mandíbula. Me envalentoné al sentir el efecto que tenía en él; se le aceleró la respiración, su cuerpo respondía al mío.
               -¿Seguro?
               -Sí.
               -Te lo hago como prefieras.
               Me gustaba su mano en mis muslos, pero nada comparado con el conocimiento de mi recién adquirido poder.
               -Lo hacemos como tú quieras, S-insistí, y él sonrió-. ¿Qué pasa?
               -¿Sinceramente?-suspiró cuando yo apreté un poco más-. Ahora mismo… mm. Estoy tan… borracho de ti… que… lo único que me falta es pedirte que me des un… hijo.
               -Sea, pues-repliqué yo, dejándome tranquila, dejándolo a él, sentándome a horcajadas sobre él, recogiendo un paquetito, rasgándolo y poniéndole el preservativo despacio. Scott parpadeó muy despacio.
               -Madre mía.
               Aparté la mano de su sexo y me senté muy despacio encima de él. Scott cerró los ojos, arqueó la espalda y gimió.
               -Qué me estás haciendo.
               -Obligarte a decir mi nombre-sonreí en su boca, moviendo muy despacio la cadera. No, su mano no era mejor que él en sí; no, mis manos tampoco. Él era lo mejor, lo que más me gustaba.
               -Mi amor-fue todo lo que dijo, mejor que mi nombre.
               Disfruté muchísimo obligándolo a arquear la espalda, moviéndome despacio, haciendo que casi suplicara por mí. Qué suerte tenía de tenerme, pero qué suerte mayor tenía de tenerlo yo a él. Me acarició el costado, preguntándose si era real; leyó el Quijote en braille de mi cuerpo, y yo me dejé acariciar mientras nos acercábamos.
               Volví a gritar su nombre por el mero hecho de que él no me tapó la boca. No había necesidad. Daba igual que nos oyeran.
               Me observó mientras me deshacía sobre él. Me contempló desde abajo con adoración, como hacían los antiguos cuando entraban en los templos de sus dioses y depositaban ofrendas a los pies de las estatuas que los representaban.
               -Eleanor-llamó, yo me aparté el pelo de la cara y lo miré como hacían los dioses a los que dejaban ofrendas a los pies de sus estatuas. Con cariño, muchísimo cariño-. No sabes lo que me alegro de haber visitado tantos museos, porque así soy capaz de reconocer una obra de arte cuando estoy delante… o, bueno, debajo de ella.
               Si las almas tuvieran forma de animal, y cambiaran según tu estado de ánimo, la mía se habría alzado del suelo como un gatito que se retuerce entre tus piernas ronroneando como nunca. Hasta hablando de sexo, de con cuántas chicas se había acostado, era adorable.
               -Yo soy el lienzo, S. Tú eres la pintura y el pincel.
               -No-respondió-. Yo soy el martillo y el cincel. Y tú eres la estatua oculta en el rectángulo de mármol. Te quito lo que te sobra.
               -¿La ropa?-me burlé. Sacudió la cabeza, acariciándome.
               -No, el miedo que tienes a no ser suficiente.
               Sí, eso es verdad, también me lo había quitado. Lo saqué de mi interior, me quedé sentada con las piernas dobladas a cada lado, mirándolo. Él se incorporó y me miró.
               -Me van a llamar la atención del Vaticano. Quieren que les devuelva su Capilla Sixtina.
               Me eché a reír, me dejé besar, yo también lo besé.
               -No sé qué decir cuando me dices estas cosas.
               -¿Qué tal “gracias”?
               -Te quiero.
               Su piercing brilló.
               Eso también estaba bien.
               Recogí la camisa y las bragas; no me molesté en buscar mi sujetador. Fuimos hasta el salón, estaban poniendo una película. Se echó en el sofá cuan largo era y yo me tendí encima de él, metida entre sus piernas. Nos tapamos con una manta.
               La manta nos sobraría, como terminaríamos comprobando con Cisne negro. Muchísima tensión, y la escena de sexo lésbico no ayudaba nada a mantener el ambiente tranquilo.
               Se revolvió un poco debajo de mí, y yo entendí lo que en el fondo le apetecía. Me senté a su lado, lo miré a los ojos, como pidiendo permiso, y metí la mano en sus pantalones. No tardó en seguirme. Apenas medio minuto después, nos dábamos placer el uno al otro.
               La escena se acabó y siguió un ensayo. Estiré la mano libre en busca del mando y apagué la tele. La negrura nos envolvió, pero Scott lo solucionó encontrando un interruptor y encendiendo una lámpara de una esquina. Le quedaba bien estar en penumbra, le quedaba bien la luz, le quedaba bien la noche y le quedaba bien el día.
               Le quedaba bien todo, a la tierna avellana que era mi novio.
               Él acabó primero, derramándose en mi mano.
               Tardé muchísimo en seguirlo, y empecé a comerme el coco. ¿Y si ahora no puedo? ¿Y si se siente mal? ¿Debería ayudarlo?
               Estaba empezando a agobiarme, lo conocía desde que era una niña, sabía lo mucho que se decepcionaba consigo mismo cuando no cumplía las expectativas…
               Además, con esa película, precisamente, que terminaba tan mal, en la que acosaban sexualmente a Natalie… no como a mí, creo, pero aun así…
               Me tomó del mentón y me obligó a mirarme.
               -Concéntrate en mí. Estoy contigo. Yo no te voy a hacer daño.
               Asentí despacio y dejé que me besara, y, no sé por qué, mi mente empezó a vagar por los confines de mi conciencia. Intenté concentrarme en él, pero lo primero que me vino a la mente fue él jugando cuando yo todavía era un bebé.
               No le había dicho a nadie que mi primer recuerdo era de Scott riéndose. A la primera persona a la que recuerdo era a él; no a mi hermano, no a mi madre ni mi padre. A Scott. El primer plano era suyo. Llevaba perdida en él desde que tuve uso de razón, recuerdos a los que aferrarme.
               Scott le tendía un cubo a Tommy y terminaban su castillo, aplaudiendo. Yo reclamaba su atención. Cuando yo era pequeña, les costaba dios y ayuda saber a quién de los dos llamaba, porque lo fácil eran las vocales, y Tommy para mí era “oi” y Scott, simplemente, “o”.
               Se peleaban muchísimo por decidir a quién quería.
               Recordé abrir la boca, dejar salir un sonido, y a los dos niños volverse y mirarme. Mi hermano lo hizo una milésima de segundo antes que Scott.
               Pero Scott me cuidaba con más fiereza, tal vez porque era mayor que Tommy, y a esas edades, se notaba muchísimo.
               Lo recordé más mayor, en un campo, cogiéndome él de una mano, y Tommy de otra, y levantándome los dos en el aire mientras yo me reía.
               Scott defendiéndome cuando Tommy se pasaba de borde conmigo.
               Scott sonriéndome. Scott besándome. Scott haciéndome el amor. Scott follándome duro. Scott en la cancha de baloncesto, quitándose la camiseta por la cabeza, haciéndome estar segura de que no voy a poder controlarme. Scott apoyado en el sofá, a mi lado, mientras Tommy y Diana suben a cambiarse, asegurándome que Tommy mataría por mí, callándose que él también lo haría, sin dudarlo, y más ahora.
               Scott en ese mismo sofá, contemplando con entusiasmo cómo me acercaba al clímax.
               Scott con la boca entre mis muslos, descubriéndome un universo de posibilidades.
               Scott poniendo mi placer por delante del suyo. Ya nos ocuparemos de mí más tarde.
               Scott sonriendo cuando digo su nombre en el tono en que lo llevo diciendo toda la vida… pero, ahora, él escucha.
               Scott llamándome…
               -Córrete para mí-susurró en mi oído el Scott de verdad, mil veces mejor que le de mis recuerdos, porque el Scott de ahora existe, pero el del pasado, ya no más.
               Llamándome…
               -… mi amor.
               Mi cuerpo se rindió, mi alma se destrozó. Por un segundo, vi a Dios. La luz divina que lo rodeaba desapareció, y la cara de Scott se materializó ante mis ojos.
               Sigo viendo a Dios, pensé mientras me sonreía, me besaba y me decía que estaba orgulloso de mí. Al final, había estado yo sola. Él sólo había sido un soporte, la estrella era yo.
               Me besó en los labios. Me dijo que me quería, y yo también a él, mientras por mi mente sólo cobraba sentido una idea.

               Madre mía. Jamás voy a encontrar a otro como él. El día en que me deje, mi vida se acaba.

48 comentarios:

  1. TENGO LA BOCA SECA ME CAGO EN MI VIDA

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    1. No te preocupes, tesoro, ya tengo yo otra cosa mojada por ti ;)

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  2. SON MI PUTA OTP. NO QUIER QUE NADA MALO LES PASE POR FAVOR.

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  3. Pensé que hablarias en este capítulo del momento post-confesión :(
    Pd:DE TODAS FORMAS HE MUERTO DE AMOR

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    1. No, eso lo va a contar Scott y va a tardar un poco porque quiero seguir una línea más o menos temporal y van a pasar cosas con Tommy, Diana y Layla ese mismo fin de semana.
      Pasado mañana os subo otro capítulo, pero lo va a narrar Eleanor de nuevo; es la continuación del fin de semana (ten en cuenta que sólo estamos a viernes y Scott se lo dice el domingo de madrugada, queda la noche del viernes, madrugada del sábado y sábado entero aún) :3

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  4. EL MOMENTO DEL PRIMER RECUERDO DE ELEANOR. HE CHILLADO MUY FUERTE. QUE JODIDAMENTE BONITO.

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    1. Me he puesto triste así a lo tonto ay, es tan bonita :(

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  5. En serio, lloro cada noche pensando que no existe una pareja ni nunca existirá una como ellos.

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  6. Pues me he puesto cachonda. Así como dato eh

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    1. Yo no sé qué cojones me pasaba mientras escribía pero ES QUE NO PODÍA DEJAR DE HACER QUE FOLLASEN Y ENCIMA DAR DETALLES UF creo que es Eleanor, que flipa más que él y quiere contarlo todo. Scott es más elegante porque es mayor y más experimentado.

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  7. entre el capítulo y el calor que hace en mi puñetera ciudad creo que no hace falta decir nada más

    y eri hazlos eternos o algo porque de verdad que estoy triste por pensar que algún día dejaremos de leerlos :(

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    1. Cada letra de este capítulo ha sido un disparo a mi himen de verdad :( son tan hermosos y están tan enamorados quiero preñar a Eleanor 200 veces, todas de Scott

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  8. ERIKA, PERO QUÉ PRECIOSA LA ÚLTIMA PARTE, EL RECUERDO DE ELEANOR Y TODO SEÑOR PERO ES QUE SON PRECIOSOS, DAN HASTA ASCO (en el sentido bonito de la palabra (si es que lo tiene, claro, ya sabes a qué me refiero))

    Y SON COMO CONEJOS PERO SIN EL COMO ME MEO

    POR QUÉ YO NO PUEDO TENER UN SCOTT PARA MI

    POR

    QUÉ

    *se va llorando y gritando, desolada y desesperada*

    YA SABES QUIEN TE QUIERE, COMO SIEMPRE
    (Vir, por si acaso, jeje)

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    1. VERDAD QUE SÍ ES QUE AY DIOS MÍO ES TAN BONITA LE QUIERO MORDER UN MOFLETE

      Estaba perrísima escribiendo este capítulo no sé qué cojones me ha pasado, me descojono conmigo misma (en el fondo ha sido ser súper fiel a ellos, porque con las ganas que se tienen casi me sorprende que hayan conseguido salir de la cama para cocinar o hacer cualquier cosa, si yo fuera Eleanor le diría a Scott que cenaba de él y él podía cenar de mí).
      Tenemos que hablar con la NASA para que empiecen a hacer seres humanos por encargo :(
      YA SABES QUIÉN TE QUIERE, COMO SIEMPRE ♥

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  9. Entre que Scott por fin se ha declarado, se ha confirmado que Jon Snow es un Targaryen y mi querida Dany ya tiene su Ejército y va a patearle en culo a Cersei es la mejor semana de mi vida.

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    1. Lo mejor de que Jon sea Targaryen es que sigue siendo bastardo por lo que NO tiene derechos al Trono de Hierro ay por dios la vida es tan hermosa <3

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  10. "Madre mía. Jamás voy a encontrar a otro como él." NI YO TAMPOCO ZORRA Y VOY A ACABAR SOLTERA DE POR VIDA POR SU CULPA

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    1. Este comentario lo he escrito yo estando sonámbula, seguro

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  11. POR QUE SON TAN BONITOS POR QUE JODER

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    1. Son mi otp así que no puedo dejar de darles todo lo bueno que mi cerebro fabrica :3

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  12. "-Eres preciosa, El, pero… cuando estás en la cama, después de acostarnos… lo eres más todavía. Eres como una diosa, pero sin el “como”-se encogió de hombros- Y no puedo creer la suerte que tengo de ser yo el que te devuelva tu inmortalidad." ESTE CHAVAL ME VA A MATAR. LO VA A HACER.

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    1. ES MI META EN LA VIDA, VER SI A ALGUIEN LE DA UN CHUNGO AL CORAZÓN POR CULPA DE SCOTT JAJAJAJAJAJA

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  13. SON TAN JODIDAMENTE BONITOS QUE QUIERO LLORAR.

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  14. "Mamá? ¿Sigues…? Vale, pues… dale recuerdos a… uf… esto, no me acuerdo de cómo se llama. Sí, a ella también. Bueno, en casa, en general, ¿vale?" NO ME ACUERDO DE COMO SE LLAMA LOL. ESTA PARTE HA SIDO GRACIOSISIMA ME DA.

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    1. Para mí lo mejor ha sido el "sídescuidatequieroadiós" o sea estaba A PUNTO DE CORRERSE POR FAVOR PODEMOS APRECIAR EL HECHO DE QUE ES DE ELEANOR HASTA LAS TRANCAS INCLUSO HABLANDO CON SU MADRE ???????????!!!!!!!!!!!!!

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  15. Quiero momento post declaración :(

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  16. Mi libido si que se ha vuelto intergalactica después de este capítulo.

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  17. "-Que huya contigo. Pídemelo, y lo haré. Me da igual adónde vayas. Te seguiré hasta el fin del mundo, y si quieres salir de este planeta e irte a descubrir otros, también te acompañaré." En un puto poeta, los mierdecillas de la Generación del 27 no son nada comparado con el.

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  18. Hablemos del hecho de que follan como dos putos conejos. La madre que me parió, me he puesto cachonda al final.

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    1. Corroboro eso último.

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    2. Pues ya veréis en el próximo ;)

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    3. PD: os quejaréis de ideas que os doy para poner en práctica, eh, pillines.

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  19. "No sabes lo que me alegro de haber visitado tantos museos, porque así soy capaz de reconocer una obra de arte cuando estoy delante… o, bueno, debajo de ella." A mi me dicen algo asi y del ataque de diabetes que me da me muero en el acto.

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  20. Quiero que está novela nunca se acabe para que sean eternos y pueda seguir leyendo sobre ellos hasta el día en el que me muera.

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    1. YO TAMBIÉN CORAZÓN, SOBRE TODO TENIENDO EN CUENTA QUE ME LEVANTÁIS MUCHÍSIMO EL ÁNIMO CON VUESTRAS VISITAS Y COMENTARIOS, el día que la termine voy a coger depresión.

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  21. Quiero que cuando Eleanor audicione para X Factor Scott esté allí sintiéndolo y mirándolo orgullosa y que ella se de cuenta que a pesar de todos los Grammys que algún día pueda conseguir una sonrisa de Scott y en si Scott es el mejor premio.

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    1. "Quiero que cuando Eleanor audicione para X Factor Scott esté allí sintiéndolo y mirándolo orgulloso"
      tus deseos son órdenes (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
      "que ella se de cuenta que a pesar de todos los Grammys que algún día pueda conseguir una sonrisa de Scott y en si Scott es el mejor premio." MADRE MÍA, QUÉ HERMOSO, CON TU PERMISO ME LO APUNTO, A VER SI LO METO EN ALGÚN PUNTO DE LA NOVELA.

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  22. Pregunta. A parte del Tema Tommy que dijo que nos traera por la calle de la amargura varios capítulos, va a haber otros momentos salseantes entre Sceleanor??

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    1. Te contesté el 29 de junio a las 18:25 pero soy imbécil y le di a redactar comentario en lugar de "responder" así que te copio lo que puse:
      EVIDENTEMENTE, QUERIDA JULIANNA.
      Ya está☺

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  23. Hola soy young_bloodx y:
    Joder, Eleanor no sé cómo cojones puedes caminar después de tanto sexo!
    Es mi puñetera heroína.

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    1. JAJAJAJAJAJAJAJAJ ES UNA TRIUNFADORA EN LA VIDA NO SÉ CÓMO LO HACE

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