¡Hola! Vuelvo a daros el coñazo con un mensaje antes del capítulo en sí, pero es que, si no lo digo, reviento. Muchísimas gracias ❤ por los casi 60 comentarios de la anterior entrada, no sabéis lo feliz que me habéis hecho por la ilusión que me hacía que al menos un capítulo superara los 100 comentarios (contando mis respuestas, evidentemente). Fui un poco imbécil no dándome cuenta de que muchas estaríais celebrando San Juan, y si soy sincera me cabreé un poco pensando que no ibais a poder leerlo, pero habéis sido más listas y buenas de lo que yo me merezco. Casi me pongo a gritar cuando me meto al día siguiente y veo 41 comentarios, y 44, y 47, y subiendo...
En resumen: gracias por reaccionar tan bien a esta novela, por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo extras contándome qué os parece. Yo construyo Chasing the stars, pero sois vosotras (+Guillermo) las que la hacéis grande.
Y dicho esto... disfrutad del capítulo más explícito de toda a novela (al menos, hasta la fecha). Con bombona de oxígeno cerca, a poder ser.
Viernes por la tarde.
Me quedé tumbada,
recobrando el aliento, mientras él se incorporaba un poco y me observaba con
orgullo. Había hecho que me estremeciera, gritara su nombre, me rompiera y me
recompusiera con una facilidad increíble.
No había sentido eso
con ningún otro chico; a los demás les había costado dios y ayuda hacerme
llegar a la mitad del camino, pero Scott lo hacía todo tan fácil…
Nos miramos el uno al otro;
el sol se acababa de poner, pero todavía quedaban en el cielo los recuerdos de
su existencia. De ser un cadáver, aún estaría caliente.
-¿Qué?-susurré, con las
mejillas sonrosadas, el pelo alborotado (¡y las medias de color!... es broma,
soy una Tomlinson, ser gilipollas me viene de familia) y los ojos brillantes
por el sexo… y por estar mirando al chico con el que quería pasar el resto de
mi vida, el chico con el que había pasado toda mi vida.
-Nada-respondió, se
mordió el labio y algo en mi interior, que estando él cerca espabilaba
rápidamente, se desperezó. Me moriría de agotamiento, pero no de ganas de
tenerlo dentro de mí-, es sólo que…
-¿Qué?-murmuré, y sabía
que venía algo bonito, porque Scott me tenía acostumbrada a ello. Cuando Tommy
se pasaba conmigo, él me defendía. Cuando yo quería un juguete, él me lo cedía.
Cuando había empezado a
tontear con él, lejos de ponerme en mi sitio y rechazarme de plano para que yo
no le tomara la delantera, él me había correspondido…
… pero porque llevaba
queriéndome, en secreto y en silencio, sin darse cuenta ni siquiera él, desde
que nací.
-… eres preciosa, El,
pero… cuando estás en la cama, después de acostarnos… lo eres más todavía. Eres
como una diosa, pero sin el “como”-se encogió de hombros-, y…
-… ¿y?
-Y no puedo creer la
suerte que tengo de ser yo el que te devuelva tu inmortalidad.
Boom. El Big Bang en mi
interior, la primavera arrasando las nieves, instando a las nubes a que se
lleven todo el frío del invierno y lloviendo vida sobre los campos inertes. Las
carcajadas de los niños jugando de nuevo en el parque, el primer plato de
ensaladilla rusa, el primer ramo de rosas que florece en el jardín.
-Algún día conseguiré
decirte algo la mitad de bonito de lo que me dices tú a mí-le prometí,
acariciándole la mejilla.
-Ya lo haces. Cada vez
que me llamas.
-Scott-susurré, y él se
inclinó y me besó, y en su beso pude sentir lo satisfecho que estaba, pero
también las ganas incipientes de volver a estar dentro de mí. Me acarició el
costado, yo hundí las manos en su pelo y arqueé un poco la espalda, pegando mi
cuerpo más al suyo, y le acaricié la mandíbula, y…
-¡¡Scott!!-bramé, y él
dio un brinco.
-¿Qué pasa?
-¿¡Te estás dejando
barba!?
Se pasó la mano por la
barbilla.
-¿No me dijiste que
querías…?
-¡Pero no pensé que lo
hicieras en serio! ¡Dios, muchas gracias! Ven aquí, caliéntame otro poco y lo
volvemos a hacer, te lo has ganado-susurré, tirando de él y volviendo a
pegarnos. Él se rió, se tumbó encima de mí, yo nos hice rodar y me puse encima.
Un helicóptero pasó
rozando el edificio de enfrente, semioculto por la manzana contigua, pero
seguro que sus ocupantes se habrían muerto de envidia si miraran en nuestra
dirección. Me moví despacio encima de él; y él se dejó hacer, mirándome,
contemplando cómo volvía a ascender a los cielos, llamaba a la puerta del
Olimpo, me ajustaba la toga y anunciaba a Zeus que había vuelto.
Sólo que Zeus no estaba
en casa.
Estaba en mi cama.
Zeus era Scott.
El rey de todos los
dioses tenía que ser, por la fuerza, Scott.
Aunque sus rasgos eran
un poco diferentes de como los habían imaginado los griegos, eso tenía que
admitirlo.
Esta vez, yo acabé
antes. Estaba agotada, pero me sentía bien. En mi interior había una tormenta,
vale, pero las tormentas pueden ayudar a los barcos a hacer una travesía en la
mitad de tiempo.
Scott estaba tardando
mucho, y empecé a preocuparme.
Me acerqué a sus labios
y se los besé muy despacio, frenando un poco.
-¿Estás bien?
-Estoy
disfrutando-respondió.
-¿Seguro? Podemos
cambiar lo que te apetezca, no…
-El-murmuró,
incorporándose un poco-, muchas veces, el orgasmo es la meta, pero, en
ocasiones, es el camino.
Me lo quedé mirando,
pero mis caderas siguieron insistiendo. No me iba a dar por rendida tan
fácilmente; llevaba quince años esperándolo. No era de las que dicen “Muy bien,
tú mismo”, y renunciaba a hacer que su chico la siguiera al Edén.
Era luchadora. Era de
las que tiraban, arrastraban, empujaban, hacían lo que fuera… pero al final, lo
conseguían.
Scott empezó a
espabilarse, pero más porque le gustó mi tenacidad que por lo que estábamos
haciendo (aunque, evidentemente, lo que estábamos haciendo influía bastante).
Empezó a sonar un
móvil; por la música, era el suyo.
-No lo cojas-ordené. Y
en sus ojos y su boca apareció una sonrisa malévola que hizo que me echara a
temblar. Era la misma mirada del probador; la misma mirada de hacía un momento,
cuando me quité el jersey y le mostré mi regalo atrasado de aniversario.
-Ahora es cuando
empezamos a cumplir fantasías del otro, nena-se inclinó, me apartó un mechón de
pelo y me acarició el costado mientras estiraba el brazo en dirección a sus
pantalones, tirados en el suelo, muy cerca de nosotros.
-¿Como cuáles?
-Como follar mientras
contesto una llamada. A ver si consigues que me corra.
Miró la pantalla. Recé
mentalmente para que no fuera Tommy. Si fuera Tommy, había dos posibilidades:
La primera: que Scott
no cogiera el teléfono, porque mi hermano era poco menos que telépata con él
(salvo cuando se trata de descubrir que su mejor amigo tiene una hermana
pequeña; entonces, Tommy era ciego, sordo y mudo), y sería muy, muy fácil que
supiera lo que estábamos haciendo, incluso por teléfono. Con lo ruidosa que era
yo, seguro que me reconocería por la voz.
La segunda: que Scott
lo cogiera, animado ante el peligro de esa nueva aventura, y Tommy nos cazara
cuando se corriera diciendo mi nombre.
Porque no os
equivoquéis: la pregunta no era si Scott se iba a correr. La pregunta era
cuándo.
Miró la pantalla, me la
mostró, rezaba “mamá”. Suspiré con alivio, él me besó en los labios, me miró a
los ojos y me dijo:
-Tienes minuto y medio
para hacer tu magia, bruja.
Deslizó el dedo por la
pantalla y se dejó caer.
-Hola, mamá.
-Te vas a cagar-le
prometí yo, y él tapó el micrófono del móvil.
-Eleanor, por favor,
estoy al teléfono.
-La madre que te parió.
-Exactamente, hablando
con la madre que me parió… nada, mamá, Eleanor está buscando una toalla… Pues
porque puede ella, ¿no tiene manos? ¿Y no sabe usarlas?-me miró con malicia, y
yo sonreí. Vaya que sí.
El cuello. Vete al cuello.
-No, voy a bajar las
ventanas cuando nos acostemos… para dormir, sí, claro. Mira, mamá, no te
interesa, pero ya hemos estrenado la cama… para nada, el colchón es genial.
Papá es un histérico, no sé por qué…-cerró los ojos cuando le acaricié la
mandíbula mientras le besaba el pecho-… esto… decía que estaba tan duro… o sea,
blando, sí, mierda.
Me clavó las uñas en la
espalda, como diciendo que me detuviera y que a la vez no se me ocurriera
parar.
-¿Es duro o blando,
Scott?-me burlé, y me habría cruzado la cara de no ser yo, y él no ser él.
-Pues no sé, puede que
nos quedemos viendo una peli o lo que sea. Todavía estoy machacado de ayer y …
es romería,
mamá. El que va de romería, se lamenta
al otro día. ¿Tan difícil es aprenderte un puñetero dicho en español?
Tenemos un idioma con el doble de letras que el de Eri, no es tan
difícil…-cerró los ojos cuando le mordí un pezón. A ver si la única que los
tenía sensibles era yo-. ¿Qué?
Escuché a Sherezade
repetirle algo cuando empecé a subir por su pecho, me detuve en su clavícula,
seguí por su hombro y me quedé en sus bíceps. Cogió aire y lo soltó despacio,
intentando concentrarse, pero ya no era hijo de Sherezade, sino el compañero de
Eleanor, y no iba a ceder ni una sola molécula de su cuerpo.
-He comprado fruta…
pues… no lo sé…
-Plátano-sonreí yo en
su mandíbula.
-Sí, plátano, por
ejemplo. Eh…-se pasó la mano por la cara-. ¿Seguimos con la tele por cable?
Sherezade respondió que
sí.
-Genial, porque no
sabía si tendría que resintonizarla y…-cerró los ojos y su cuerpo empezó a
responder al mío.
-Éste es mi
Scott-susurré.
-Por supuesto que voy a
… cocinar… está conmigo… en mi casa… seguramente esté cansada…
-En absoluto-murmuré.
-¿La calefacción? Qué
va, mamá, hace calor…
-Ya lo creo.
Su respiración se
volvió irregular. Redujo la sensibilidad del micrófono del móvil y volvió a
pegárselo al auricular.
-¿Qué tal el viaje? ¿Ya
habéis… llegado?
-Tú estás a
punto-sonreí, y le besé la mandíbula y me fui por su cuello, y Scott se puso
tenso, tenso como se pone un chico cuando está a punto de correrse dentro de
ti, ese tipo de tenso.
-No le compres… azúcar…
a la cría. Ya sabes… se… excita.
-Igual es lo que tengo
que hacer yo, bañarte en azúcar para ver si espabilas.
Volvió a tapar el
micrófono.
-Tú ganas, ¿vale? Tú
ganas, El. Para.
-No.
-Menos mal-replicó, y
volvió al móvil-. ¿Mamá? ¿Sigues…? Vale, pues… dale recuerdos a… uf… esto, no
me acuerdo de cómo se llama. Sí, a ella también. Bueno, en casa, en general,
¿vale?
Se mordió el labio y me
envalentonó. Lo sentía crecerse dentro de mí. Eso es, mi vida, córrete para mí.
-¿Mamá? Tengo que
colgar, te llamo después, Eleanor está llamándome. Sí,
descuidatequieroadiós-dijo, colgó, tiró el móvil lejos y luchó por contenerse.
-Eso ha sido trampa.
-Trampa es que tú
existas, me cago en mi puta vida.
Cerró los ojos, dejó
caer su antebrazo encima de la cara.
-Madre. Mía.
-Lo hago bien, ¿eh?
-No me han follado así
en mi vida-concedió.
-Scott.
-MmmmmMMMMMMMMMMMM-replicó,
cuando empezó a acercarse de nuevo. Su cuerpo iba y venía, tan pronto lo tenía
al borde como se me desconcentraba y lo perdía de nuevo en las praderas de su
subconsciente.
-Mírame a los ojos.
Déjame ver cómo te corres para mí.
Se apartó el brazo y al
segundo, lo sentí. Las pequeñas sacudidas dentro de mí, y me quedé quieta
mientras él cerraba los ojos, arqueaba la espalda y dejaba caer la cabeza por
el borde del colchón.
Lo besé en los labios.
-Tienes razón. Se nota
cuando alguien acaba de correrse en su boca.
Sonrió.
-Vas a acabar conmigo,
joder.
-Soy medio española, ¿a
qué quieres que te gane?
-A Eurovisión.
Nos echamos a reír y yo
me estremecí. Se me había olvidado que yo era la otra pieza del puzzle. Con
tanto centrarme en él, me había olvidado de mis propias sensaciones.
-¿Scott? ¿Te importa
si…?
-Úsame a gusto, mi
niña. Soy todo tuyo.
Me besó en la frente,
me animó, colaboró un poco como pudo, me susurró lo que me haría de no estar
agotado, y me acunó cuando volví a acabar, gritando, evidentemente, su nombre.
Nos quedamos tumbados
en medio de la cama, con la funda nórdica enmarañada y sin ningún propósito
aparente más que esperar con paciencia a que uno de los dos acabara con el
otro.
-Eleanor.
-¿Qué?
-Estaba pensando…
-¿Tú? ¿Pensar? ¿Llamo a
la policía, los bomberos, o la prensa?
-Gilipollas-replicó.
-Ilústrame.
-Yo tengo la libido
sexual del tamaño de un cachalote.
-Ajá.
-Ahora bien-se
incorporó un poco, se apoyó sobre los codos y juntó las puntas de sus dedos frente
a su cara-. Si ese cachalote desarrollara inteligencia y construyera un
cachalote artificial con un tamaño de cachalote respecto de él (o sea, el
cachalote normal tendría un tamaño de humano en comparación con este cachalote
biónico), y si a su vez éste cachalote robótico desarrollara inteligencia
artificial, matara a todos los cachalotes vivos y se adueñara del planeta, y
construyera una nave espacial para su ejército de cachalotes metálicos, y fuera
por el espacio conquistando mundos… tu libido tendría el tamaño de la Estrella
de la Muerte que crearían para acabar con toda la flota de cachalotes
galácticos.
Me lo quedé mirando.
-¿Me acabas de
insultar?
-No-replicó, y una
sonrisa adorable, de niño pequeño el
día de navidad que abre su regalo y descubre el cochecito por el que lleva
suplicando años.
-¿Me lo podrías decir
en cristiano?
-Soy musulmán.
-¡Joder, Scott!
-A eso quiero
llegar-señaló-. Yo estoy cachondo todo el día, pero tú estás cachonda todo el
día y toda la noche también.
Alcé las cejas.
-¿Tan jodidamente
complicado era decirlo así?
-Mi padre es profesor
de Literatura. Además de ganador de varios Grammys-replicó, girando la cabeza
como si tuviera melena y quisiera darme un latigazo capilar.
-Eres imbécil.
-¿Quieres echar otro?
-No lo sé, Scott, ¿el
agua moja?
Sonrió.
-¿Ves a lo que me
refiero?
-Estaba de
coña-protesté.
-Vale, entonces, ¿qué
pasaría si ahora te metiera mano?
-Que me mostraría
ofrecida-repliqué, parpadeando despacio y sonriendo con satisfacción. Volvió a
reírse, me besó el hombro y los labios.
-Dame un respiro, mi
amor.
-No. Tenemos dos cajas
de condones que gastar. Hay que aprovecharlas. Venga, venga, no sé a qué
esperas para volver a empalmarte.
Nos echamos a reír, le
dejé que me acariciara el costado mientras yo le besaba, apartándome el pelo de
la cara para que no nos molestara, le decía que le quería mirándole los labios
y me cabreaba porque él me decía que él me quería más.
Tócate los cojones,
Maritere. Soy yo la que anda toda la
vida detrás de él, soy yo la que le
zorrea en cada ocasión que se le presenta, soy yo la que besó al otro por primera vez, soy yo la que separo las piernas antes siquiera de que él termine de
quitarse los calzoncillos, soy yo la
de la libido espacial… pero es él el que me quiere más a mí.
Ni de putísima coña,
vaya.
Empezamos a pelearnos,
y me ganó porque hizo lo que todos los chicos hacen cuando no tienen otra
manera de superarte: te bombardean con amor.
Te dicen que estás
preciosa cuando te enfadas, te besan cuando les gritas, te acarician cuando tú
les sueltas una bofetada…
O te hacen cosquillas
cuando estás desnuda y debajo de ellos porque son más fuertes que tú y…
Creo que Scott
haciéndome cosquillas viene a ser el cielo desplomándose sobre mí mientras me
recibe con señoras vestidas con trajes de frutas al grito de “vamos a gosar, mulata”.
Los tíos son unos
cabrones, no os fieis de ellos, y
menos cuando son guapos y follan bien. Es la peor combinación del mundo.
Deberían prohibirlos por ley.
Scott empezó a besarme,
y a acariciarme como sólo él sabía, y me hizo caer en la cuenta de que si Scott
se volvía ilegal, yo me convertiría en una forajida feliz.
Me pasó los dedos por
los muslos, siguiendo una camino que en un principio no parecía marcado
previamente. Pero luego me di cuenta de que sus dedos se sentían diferentes.
Me puse tensa, abrí los
ojos y me quedé mirando el techo cuando comprendí lo que estaba haciendo.
Mis estrías.
No
no no no no.
Empezó a besármelas, y yo volví a cerrar los
ojos. No podía ser tan malo… ¿o sí?
Sí. Diana no las tenía.
Diana era perfecta.
-Eres preciosa-susurró
en mi piel, bajando hacia mis rodillas.
-Bueno, por ahí… no
mucho.
Se incorporó.
-¿Qué acabas de decir?
-Tengo
estrías-expliqué, y puso los ojos en blanco.
-Sí, bueno, lo que tú
digas.
-Las has acariciado,
Scott.
-Porque también son
bonitas.
-No lo son-respondí,
sacudiendo la cabeza, pero estremeciéndome con el contacto de sus dedos.
-Sí-repuso, terco-,
porque son la prueba de que tu cuerpo es una casa, y no una cárcel.
Siguió besándome, ahora
más despacio. Ya no teníamos prisa y yo estaba tranquila. Subió por mi cuerpo,
se detuvo en mi obligo, hizo que me estremeciera, siguió subiendo hasta mis
clavículas, y volvía a tenerlo delante de mí, con los ojos brillando por lo que
acababa de hacerle y por lo que le había hecho siempre.
-Yo te quiero
más-murmuré, y él sonrió.
-Como tú digas.
Una parte de mí lo
deseó una vez más, pero la mayoritaria dijo que habíamos tenido suficiente por
él. No debíamos forzar la máquina y acabar reduciendo la calidad de los
productos.
Nos quedamos
acurrucados el uno contra el otro en silencio, con la almohada demasiado lejos
de nuestras cabezas y muy pegada a nuestros pies. Me sonó el móvil un par de
veces, y a él también, pero estábamos tan a gusto enmarañados el uno en el otro
que no hicimos ademán de cogerlo.
Nos quedamos a oscuras;
todo rastro de sol o algo que se le pareciera abandonó Londres, camino de
iluminar el avión en el que Diana atravesaba medio mundo para volver a casa.
-No quiero salir de
esta cama-susurré.
-Yo tampoco.
-No quiero que nos
vayamos de aquí el lunes por la mañana.
-Me estás matando, mi
amor.
Seguimos contemplando
el techo, sintiendo el cuerpo del otro, bebiendo de su calor corporal y dejando
que el otro nos arrebatara el nuestro.
-Pídemelo.
Lo miré.
-Que huya contigo.
Pídemelo, y lo haré. Me da igual adónde vayas. Te seguiré hasta el fin del
mundo, y si quieres salir de este planeta e irte a descubrir otros, también te
acompañaré.
-¿Cómo se supone que tengo
que contestarte a eso sin quedar mal?
Su sonrisa dulce,
cariñosa, la sonrisa que habían esbozado tanto él como mi hermano cuando fueron
la tercera y la segunda persona, respectivamente, en cogerme en brazos nada más
nacer, volvió a su boca.
-Di mi nombre.
-Scott.
Me besó, saboreó la
única palabra en el mundo que daba una ligera idea de su perfección de mis
labios. Me acarició la cintura, volvió a activarme como lo hacían los
habitantes de la Atlántida tocando sus artefactos en la película de Disney.
Jamás iba a cansarme de él, jamás iba a tener suficiente, jamás iba a poder
dejarlo…
Se puso encima de mí, y
yo me dejé hacer. Volvió a besarme, y estábamos a punto de perdernos otra vez
en la inmensidad del cuerpo del otro cuando volvió a sonar un móvil. Esta vez,
era el mío. Me miró a los ojos.
-Dime que no lo coja-le
pedí-. Dime que no lo coja y que me emborrache de ti y que nunca, jamás, vaya a
alcohólicos anónimos, porque si no eres lo mejor que me ha pasado en la vida,
tampoco quiero vivir para descubrir qué es.
Su piercing brilló,
pero no tanto como su sonrisa.
-No lo cojas.
-Hazme el amor, Scott.
-Estoy cansado. Y tú
también. Deberíamos comer algo, salir de esta cama, ¿no crees?
-Sí-susurré, en parte
aliviada de que él fuera el sensato de los dos. Estaba agotada, no sabía hasta
dónde iba a poder llegar, pero no sería muy lejos. Me incorporé un poco,
rebusqué entre mi ropa hasta dar con el móvil, y descolgué.
-Hemos llegado hace
casi una hora, Anastasia Steele-se burló Mary, y la noté sonreír, y escuché a
mis amigas brindar a la salud de Scott y la mía. Éramos dos partes de un todo
indivisible, y ellas serían las primeras
en abogar por nuestra unidad.
-Vale, ¿ya habéis
avisado en casa?
-Estábamos esperando a
que lo cogieras para llamar. En lo que a la hora respecta, el tren se atrasó
por una avería. Nada grave, ¿de acuerdo?
-¿De verdad?
-No, El, pero alguna
excusa habrá que darles a nuestros padres. Bueno, que lo paséis bien.
-¡Chúpasela a Scott de
mi parte!-gritó alguna; curiosamente, no fue Marlene, antes de que se echaran a
reír a coro y se despidieran deseándonos lo mejor.
Colgué y me acaricié el
pelo. Scott estaba atendiendo su aldea guerrera. Tommy no le había mandado
recursos aún y se las tenía que apañar esclavizando a los vasallos de la
montaña.
-Una de mis amigas te
manda mamadas-susurré, tirándome a su lado y observando la pantalla. Suspiró
con incredulidad, cerrando los ojos un momento-. ¿Qué pasa?
-Estoy muy jodido.
-¿Por qué?
-Porque no me interesa
nada del sexo si no es contigo, nena.
Ésa era la tercera cosa
más bonita que podía decirme. La segunda era que me quería.
La primera, me la diría
la noche siguiente, y me alegraría tantísimo que nos acostaríamos sin
importarnos en absoluto el hacerlo sin protección. Solos él y yo, haciendo del
otro un dios y arrebatándole su mortalidad, intercambiándola por una
inmortalidad que sólo nos gustaba porque era una ofrenda de nuestro compañero.
-Menos mal que tengo
una libido intergaláctica-bromeé, besándole el hombro, y luego el cuello y la
oreja, y sonriendo cuando él me miró, preguntándome si quería que se metiera de
nuevo entre mis piernas, porque lo haría gustoso. Pero no, yo tenía que llamar
a mis padres, y él, ocuparse de su aldea.
Recogí el teléfono y me
senté en la cama, de espaldas a él. Mamá tardó varios toques en responder.
-Hola-saludé-. Mamá, ya
estoy en Canterbury.
-Ajá, ¿no habéis
tardado un poco en llegar?
-Una avería en el
tren-mentí, y me merecí un Oscar igual que se lo mereció Jennifer Lawrence en Silver Linings Playbook-. Estuvimos
paradas un rato; nada serio.
-Vaya por dios, ¿dónde
parasteis?
Me quedé a cuadros.
Ahora sí que me merecía un Oscar igual que se lo mereció Jennifer Lawrence.
Porque Jennifer
Lawrence sólo sabía exagerar sus papeles, y había competido contra una
espléndida Naomi Watts que sobrevivía a un tsunami en Lo imposible.
-No me fijé-susurré,
porque las verdades vagas son mejores que una mentira elaborada. Nadie se
fijaría entre qué estaciones se había detenido su tren; sólo te fijabas en el
paisaje.
-Bueno, tesoro, no
importa. Lo que cuenta es que estás bien, ¿o no?
-Estoy genial.
-Me pregunto por
qué-murmuró Scott, y yo le tiré un cojín y él se rió en silencio.
-Y Scott, ¿qué tal
está?
Me quedé tiesa. Casi la
tenía delante, sonriéndole a su reflejo en el espejo de la habitación donde
trabajaba, a la luz del sol (en este caso, de las estrellas), alzando las cejas
en dirección a papá porque era lista, pero lo peor era que se lo sabía.
Le habían bastado un
par de minutos observándonos a los dos para darse cuenta de que algo pasaba, y
no era para menos: a mí, me había parido. A Scott, prácticamente lo había
criado. Scott y Tommy eran el producto de un trabajo conjunto entre Sherezade,
Zayn, mamá y papá. Era lo que tenía ser los mayores y haber llegado en una
época de muchos cambios en sus vidas. La universidad mezclada con los tours,
las entrevistas de trabajo y los estudios de grabación, las semanas de
promoción de un disco con nuestros padres ausentes y nuestras madres quedando
cada tarde porque Scott no podía comer tranquilo si no tenía a Tommy cerca, y
Tommy no dormía bien la siesta si no estaba compartiendo cuna con Scott.
-Algo le pasa a la
cría-le había dicho papá, que también se había fijado en que acompañaba a T y S
más que de costumbre, y me encerraba en la habitación (para hablar con Scott
sin que Tommy nos cazara) cuando nunca, en mi vida, lo había hecho.
-Tiene novio-soltó mamá
sin más.
-¿Qué dices?-replicó
papá, abriendo la cama y dejando que pasara a su lado, porque a mamá le
encantaba dormir con las mantas metidas por el colchón, y papá se moría de
calor-. ¿Tú crees? ¿Sabes quién es?
-Scott-y mamá sonrió al
decir su nombre, feliz de que por fin la vida dejara de darme la espalda y me
concedieran el único deseo que sólo podía pedir, lo único que quería por lo que
no podía luchar-. Tú fíjate.
-Qué va a ser
Scott-terció papá, terco como una mula-. Perdóname, nena, pero tú te chutas.
-Ya lo verás-replicó
mamá, haciendo un movimiento de diva: giró la cabeza un poco y parpadeó con
orgullo-. Fíjate en cómo interactúan ahora. Siguen tonteando-vaya si lo
seguíamos haciendo, me atrevería a decir que con violencia y desenfreno-, pero
lo hacen con cuidado, como si no quisieran resultar sospechosos.
No hay nada que sea tan
difícil de imitar como la rutina.
-Scott-susurré,
girándome en su dirección. Él alzó las cejas.
-Te dije que no ibas a
poder engañar a tu madre.
-Escucha tu novio; es
bastante más listo que tú. Seguro que eres una Gryffindor, igual que tu
padre-se lamentó-. ¿Has comido algo?
-¿Eso va con segundas?
-Depende, Eleanor. ¿Has
comido algo, sí o no?
-No.
-Pues acuérdate de que
tu mundo no se reduce a una cama, por mucho que ahora mismo a ninguno de los
dos os apetezca salir de ella.
-Ahora ya puedo dejar
que me crezca el culo, para que Scott me lo agarre.
-Ahora mismo te preparo
algo.
-¿Qué dice?-sonrió
mamá.
-Que me va a
sobrealimentar.
-Seguro que bajas
varios kilos este fin de semana. Procura no machacarlo mucho, anda. A ver si
Sherezade me va a llamar la atención.
Me mordí los labios,
sonriendo.
-¿Vosotros estáis bien?
-Sí, cariño.
-¿Y Tommy?
-Arriba, con Diana,
deshaciéndole la maleta y suplicándole que se quede.
-Pobre hermano mío, qué
enamoradísimo está-mamá se rió-. Te dejo, ¿vale? Vamos a… no sé, hacer algo.
-Fingir que fabricáis
bebés pero en realidad no porque la
materia prima de Scott no va a entrar en tu fábrica, lo capto-chillé su nombre
a modo de castigo; no el que le habían dado sus padres, sino el que le habíamos
otorgado mis hermanos y yo-. Que os divirtáis. Con cabeza, ¿eh?
-Que sí.
-Dale un beso a Scott
de mi parte.
-¿Con lengua, o sin
ella?
-De mi parte, Eleanor,
no de mis partes.
Me eché a reír y colgué
el teléfono. Me miró.
-¿Qué pasa?
-Bueno, que de mi casa
te mandan recuerdos, pero yo ni les he dicho que estaba contigo, y…
-¿No? Yo sí,
evidentemente. ¿Cómo iba a escaquearme de ir a Bradford y coger las llaves del
piso, si no?
-Ya.
Me tumbé en su espalda.
-Podrías haber dicho
algo, tus padres me conocen y les caigo medianamente bien.
-Pero es que Tommy es
un pesado, no me deja tranquila, está todo el rato encima de mí, más que de
costumbre, para mí que se huele algo…
-Y cuando no tienes a
tu hermano encima, me tienes a mí. Qué vida más agobiante.
Lo miré.
-Ya ves.
-¿A quién prefieres
tener encima, por cierto?
-A mi hermano-respondí
sin dudar, y se echó a reír. Dijo que tomaría nota y que haría que me
arrepintiera de esa contestación, pero yo hice que se olvidara de su rencor
deslizándome por su espalda y mordiéndole despacio la oreja. Cerró los ojos y
se mordió el labio.
Si íbamos a pasar el
fin de semana provocándonos el uno al otro, tenía que aprovechar hasta la más
mínima ventaja que tenía sobre él.
Sacó el tema de que se
sentía un poco mal porque le parecía que le había faltado al respeto a su
madre. Yo asentí con la cabeza; también me remordía la conciencia que hubiera
llamado a Scott y yo estuviera encima de él, luchando por hacerlo mío y por
monopolizar su conciencia. Terminó llamándola, y Sherezade, que era una santa y
un rollito de canela demasiado bueno para este mundo, le dijo que no pasaba
nada, que no se había molestado y que de hecho se esperaba que hiciéramos eso,
porque éramos jóvenes y estábamos locos el uno por el otro.
-No sabes hasta qué
punto, mamá-replicó él, mirándome, y todas las medidas contra el cambio
climático tomadas desde que DiCaprio hubiera dicho en el escenario de los Oscar
que éste era real y estaba sucediendo en el mismo momento en que él hablaba se
revirtieron. En mi interior se desató un incendio, pero un incendio bueno, de
esos que purifican y sientan bien, no de los abrasadores que terminan
indiscriminadamente con lo bueno y lo malo.
Sherezade dijo que eso
lo eximiría de la ira de sus abuelos; se despidió de él, le dijo que más le valía
tratarme como a una reina (“ya lo hace, Sherezade”), me tiró un beso y colgó.
Nos quedamos solos,
mirándonos el uno al otro, bebiendo de nuestras almas.
-Voy a llamar a tu
hermano-se decidió por fin, echándole un último vistazo a su aldea guerrera. Se
incorporó, se dejó caer en el colchón como una persona normal, y no como un
gatito al que le encanta que le acaricien, y palmeó el espacio a su lado. Gateé
hasta el mismo lugar y me tendí con su brazo en los míos. Nos tapé con la manta
y escuché los tonos del teléfono mientras Scott se mordía el labio, esperando.
-Scott-bufó Tommy por
fin, con la voz ronca y el aliento entrecortado. Scott me miró.
-Te he cazado en buen
momento, ¿eh?
-¿Qué cojones quieres?
-¿Dónde pollas están
mis redes de pesca? Las necesito para las catapultas.
-¡Será puta coña! ¿Me
llamas para eso? Cuando acabe con Diana te las mando, joder.
-No tengo una semana.
-Eres un imbécil.
-Relájate, hermano,
sólo será un momento. Además, ¿no se supone que a la americana le tiene que llegar
la regla pronto? No sé, lleva aquí un mes y tú no has parado de echar polvos.
Cuando ella se marche, vas a tener unas agujetas de la de Dios.
Diana protestó algo que
ninguno consiguió entender.
-¿Qué dice mi chica
favorita en el mundo?
-Te sugiere por dónde
te puedes meter su regla.
-¿Ya no me dice que le
coma el coño a dos velocidades?-Scott chasqueó la lengua; yo no podía quererle
más-. Vaya por dios, con lo que me gustaban esas proposiciones suyas…
-Luego te las mando,
¿vale, S? ¿Crees que podrás aguantar?
-No lo sé, bastante
tengo con estar sin ti, cariñito.
-Scott. La tengo dura.
No quieres ponerte a hacer eso ahora-mi hermano se echó a reír-. Tú no juegas
cuando sabes que vas a perder.
-¿Qué llevas
puesto?-replicó Scott, mordiéndose el labio. Contuve una carcajada.
-Mi traje de
nacimiento, ¿y tú, mi amor?
-¡Te juro por dios que
no me puedo creer lo que estáis haciendo! ¿Puedes centrarte, Tommy? ¿En mí?
¡Estaba a punto! ¡Cuelga ese teléfono!
-Te dejo, mi vida, me
riñe mi amante. Procura no aburrirte mucho sin mí.
-Que folléis bien.
-Y tú también.
Conquista Bradford.
-A la orden, general.
Y colgaron.
-Y ahora-me informó-,
voy a aprovechar que está distraído para invadir su aldea.
-Tommy… no parecía
él-murmuré, viendo cómo preparaba a su ejército y lo mandaba marchar sobre el
pueblo de Tommy. Tenía soldados dentro, no le costaría mucho tomar su
fortaleza.
-Es lo que le pasa
cuando folla. Se le pone voz de camionero. Con Megan era peor. Parecía que
tenía 40 años-puso los ojos en blanco-. Esa zorra le chupaba toda la energía
vital, pero claro, yo no lo pude ver hasta que fue tarde.
-Tenemos que
decírselo-insté mientras sus soldados golpeaban las puertas del que hasta hacía
poco fuera el mejor aliado de todos. Él asintió.
-Cuando volvamos se lo
cuento, ¿vale?
-¿No será mejor que lo
hagamos juntos?
-A mí no me va a poner
la mano encima. No tiene cojones. Pero tú eres su hermana. Es distinto. No te
quiero cerca de él cuando se lo diga.
Tragué saliva.
-¿Cuáles son las
posibilidades de que se lo tome bien?
-No sé, Eleanor,
¿cuáles son las posibilidades de que una paloma deje preñada a una mujer?
Alcé las cejas.
-Eres musulmán.
-Soy musulmán, no
gilipollas. Ahí tuvo que haber movida. Fijo.
Sus tripas rugieron. Él
puso los ojos en blanco. Decidimos que era hora de ir pensando en hacer la
cena, y mientras nos vestíamos, no podíamos dejar de protestar porque el otro
se estaba poniendo demasiada ropa (al parecer, yo no tenía derecho a llevar
sujetador, bragas y una de sus camisas, que por cierto olían muy bien; sólo
podía aspirar a dos prendas en mi cuerpo, pero no me daba la gana regalarle una
vista de mis pechos cada vez que le apeteciera si él se iba a quedar con sus
pantalones y su camiseta).
Para cuando decidimos
lo que íbamos a hacer (algo rápido, carne con un poco de verdura y a la cama
otra vez), todavía quedaba muchísimo tiempo para comer.
Me di cuenta tarde de
que no habíamos cogido nada para tomar de postre, pero bajo ningún concepto iba
a sugerir salir en busca de comida cuando acabábamos de empezar el fin de
semana. Sentía en mis huesos que, si alguno de los dos salía por aquella
puerta, con independencia de que fuera acompañado o no del otro, la magia se
rompería.
El ambiente estaba
impregnado de nosotros, y que uno se marchara sería letal para esa fragancia
que sólo percibían nuestros subconscientes.
Revolviendo en los
cajones, nos encontramos con ingredientes suficientes para hacer un bizcocho, y
nos pusimos manos a la obra con la misma habilidad con que lo había hecho mi madre
hacía unas semanas, con Tommy aún castigado y Diana a punto de iniciar su
camino culinario.
Pero, claro, nosotros
podíamos besarnos mientras cocinábamos, y aprovechábamos cada oportunidad para
meter el dedo en el bote de cacao y pasárselo por la cara al otro, para tener
una excusa para pasarle la lengua.
Nos quedamos mirando
cómo el bizcocho se iba calentando poco a poco, pero aún no subía, a la luz del
horno. Terminamos desistiendo de nuestras miradas insistentes: el postre no se
iba a hacer más rápido por mucho que siguiéramos mirándolo. Bajamos las
persianas y nos reunimos de nuevo en la cocina, para decidir que sería mejor
que preparásemos todo cuando el bizcocho estuviera enfriándose.
A los dos nos habían dicho que no era bueno
comer bizcocho caliente, pero nos daba igual. Podríamos con un poco de dolor de
tripa.
-Quedan 38
minutos-observé-, ¿te apetece hacer algo?
Sonrió.
-Ver cómo te corres en
el suelo conmigo.
Me acerqué a él y le
acaricié la cadera con la mía.
-Es coña, El.
-Es tarde. Ya estoy
receptiva.
Se mordió el labio,
mirándome, y aceptó mi mano y me guió hasta la cama. Me dejó caer y se puso
encima de mí, me desabrochó los botones de la camisa y yo le quité su camiseta,
tiré de sus pantalones hasta dejarlo en calzoncillos, y él se encargó con
facilidad del tirante de mi sujetador.
No me dejó quitarle los
bóxers. Lo miré, inquisitiva.
-¿Confías en mí?
-Sí-susurré, igual que
Jasmine en Aladdín. Creo que con el
mismo tono, creo que con la misma expresión.
Se tumbó a mi lado y empezó
a bajar la mano por mi vientre, encendiéndome, pasó a mis muslos y luego
descendió por ellos, siguiendo la línea de las estrías otra vez, pero ahora no
era eso lo que le preocupaba.
-Pierdes el
tiempo-susurré cuando sus dedos llegaron al borde de mis bragas.
-En el sexo uno nunca
puede perder el tiempo-respondió, besándome despacio.
-No creo que lo
con…-empecé, pero me rozó en algún lugar que yo no había conseguido conquistar,
y dejé morir la frase, me mordí el labio y me incliné un poco para que su mano
explorara mejor-. Oh. Mmm. Pues sí. Vale, estaba equivocada.
-¿Nunca has llegado
sola?
-No.
Frunció el ceño.
-Entonces, cuando las
fotos…
-¿Por qué crees que
tengo siempre tantas ganas, S? Sólo me sirves tú-susurré, y noté cómo se me
encendían las mejillas, porque en eso era una chiquilla, no servía para
aquello, y seguro que a él le molestaba que no se lo hubiera dicho, pero me
daba tanta vergüenza…
-Eso podemos
solucionarlo, mi amor.
Me recostó mejor sobre
la cama, me acarició los pechos, me los besó y subió por mi mandíbula. Siguió
por mi barbilla hasta mi boca.
Me besó los labios,
nuestras lenguas, que ya eran viejas conocidas, se juntaron. Me pasó el dedo
por la boca y lo metió dentro, muy despacio. Lo miré a los ojos, entendiendo lo
que quería, y sorbí despacio. Se echó a reír.
-Muy bien, nena.
Con la mano libre, me
separó las piernas y me las levantó un poco. Sacó el pulgar de mi boca y lo
llevó a mi sexo. Empezó a masajearme en círculos muy, muy despacio. Cerré los
ojos, disfrutando de la sensación. Era casi mejor que tenerlo dentro. Casi. Me
mordí el labio y solté un gemido que nació en lo más profundo de mi ser.
-Presta atención,
pequeña. Quiero que aprendas a llegar sola. Como novio tuyo, no me convendría
enseñarte a masturbarte-susurró en mi oído, su dedo no se detenía, y yo me
estaba descentrando por momentos-, porque así follaríamos-uf, esa palabra otra
vez, cómo la pronunciaba-cuando yo quisiera, porque tendrías la libido a tope…
-Ya me haces tenerla.
-Pero como amigo, y
como un novio que te quiere, te voy a enseñar a darte placer a ti misma. Porque
te conozco desde que eras pequeña.
Me eché a reír, y mi
carcajada se convirtió en un suspiro. Me ardían las mejillas, pero ya no era de
vergüenza. Era algo mejor.
-Qué considerado, pero
eso… viene de “como… amigo”. ¿Y la parte del novio?
-Porque así sabremos
mejor lo que te gusta, y nos harás disfrutar a los dos. Y los mensajes serán
mejores. Así, podré imaginarte masturbándote pensando en mí mientras yo lo hago
pensando en ti.
Volvió a besarme los
pechos. Me recorrió un escalofrío que nació en la parte baja de mi espalda, no
en la alta.
-Así, cuando no estemos
juntos, no me echarás tanto de menos.
-Voy a morirme este fin de semana-murmuro-. Ah. Scott…
Noté su piercing en la boca
cuando me besó. También su erección contra mis muslos. Me apetecía muchísimo
tenerlo dentro, pero también no dejarle parar tan fácilmente.
Ahora, la estrella era
yo.
-Tengo la impresión de
que te voy a matar yo antes.
Si no tuviera todos los
músculos en tensión, esperando con expectación lo que sabía que él iba a darme,
me habría echado a reír. Sólo pude morderme el labio. Sentí cómo bajaba su otra
mano hacia sí mismo y se empezaba a acariciar, también muy despacio. Me lo
mordí con más fuerza.
-No hagas eso, El, vas
a hacer que me desconcentre.
Un poco más de fuerza.
Podría llegar a hacerme sangre.
-Me las vas a pagar
todas juntas, que conste.
Sonrió, me acarició la
pierna por la cara interna, olvidándose de él. Y yo me quería morir.
-Eleanor, Eleanor,
Eleanor-susurró en mi oído, su boca me acarició el lóbulo de la oreja, y yo
sentí que empezaba a deshacerme-. Tengo dos manos, ¿sabes? No me obligues a
usarlas.
-Yo… también. En…
séñame-susurré; mis caderas dejaron de responderme y empezaron a seguir el
movimiento de sus dedos.
Me cogió una mano y la
llevó al encuentro de la suya. Me recogió con su mano laboriosa y me guió hasta
el epicentro de todo. Estaba mojada, muy mojada, bastante más de lo que lo
estaba cuando venía de la piscina y me quitaba el bikini y me secaba con la
toalla. Muchísimo más que eso.
-Visualiza algo que te
guste-musitó. Y yo lo miré, arqueé la espalda, le regalé una vista preciosa de
aquel cuadro que estaba pintando con tanta habilidad-. Que te excite-y yo sólo
parpadeé, él se echó a reír, y volvió a darse unos mimos-. Más que yo.
-Muérdete el labio.
Hizo lo que le pedía y
mis entrañas se contrajeron y estiraron repetidas veces, pero no era aquello
aún.
-¿No tienes fantasías
que te dé vergüenza evocar?
-Sí.
-Cuéntamelas-me besó el
cuello y yo me acerqué muchísimo, pero no llegué.
-No.
-Eleanor.
-Me da vergüenza,
cállate.
-Por favor-ronroneó
como un gatito, madre mía, iba a acabar conmigo.
-Tú me cuentas la tuya
y yo te cuento la mía.
-No quiero que pienses
que soy un pervertido-negó con la cabeza, se dejó en paz y volvió a mí.
-Ya lo hago-susurré, y
mi cuerpo dijo que ya estaba bien de que le torturásemos de aquella manera, mi
mente se desconectó y cerré los ojos, arqueé la espalda, dejé escapar una
exclamación muy parecida a su nombre, pero que no era exactamente su nombre, y
me quedé tendida en la cama, intentando recuperar el aliento, respirando con
dificultad, con el cerebro alborotado y los oídos taponados.
Scott sonreía,
satisfecho. Seguía ocupado consigo mismo. Lo miré a los ojos. Seguía el mismo
ritmo que había seguido conmigo: no tenía prisa, disfrutaba del viaje, se
centraba en los detalles para darle al producto general más calidad. Le besé en
los labios.
-Voy a ver qué tal va
el postre.
-Va genial-replicó, y
yo me eché a reír y me incliné a besarlo.
-Te quiero-le dije-.
Háztelo despacio. Como te lo haría yo.
-Vale, mi amor.
Me odié un poco por
salir de la habitación para ir a vigilar la comida, pero también había de poner
en orden mis pensamientos.
Scott había conseguido
algo que yo no creía posible ni en un millón de años.
Scott, al que yo había
aspirado toda la vida, me acababa de demostrar que había hecho muy bien
esperando, siendo paciente, luchando por él.
Tenía que defenderlo de
Tommy.
Tenía que conseguir que
Tommy cambiara de opinión con respecto a cómo podía ser conmigo, porque lo
cierto era que Scott ya era bueno
para mí.
Nunca había estado con
un chico que hubiera conseguido eso de mí, ya no digamos buscado enseñarme.
Ellos siempre te metían mano, te acariciaban y se asombraban de lo húmeda que
estabas (aunque podías no estar nada excitada, pero daba igual), y enseguida
aprovechaban eso.
Miré mi reflejo
semioculto en la puerta del horno. Era feliz. Feliz como no lo había sido en mi
vida. Me veía más guapa, más fuerte, más segura…
… y Tommy se empeñaba
en decir que Scott me hundiría en la miseria, me arrastraría a los bajos
fondos, me destrozaría hasta el punto de que mis pedazos no se volvieran a
reunir.
Lo escuché terminar, y
me lo imaginé tendido en la cama, con los bóxers otra vez en su sitio, el pelo
revuelto y una mano enredándose en su mata azabache. Cerrando los ojos,
imaginándome encima de él, besándole.
-Scott-llamé, y él
apareció a mi lado en menos de medio minuto. Me lo quedé mirando-. Mira lo que
me has hecho.
-¿Qué…?-empezó, pero lo
corté.
-Me estás haciendo
mejor. Y sólo llevamos un mes. Quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible porque Tommy se dé
cuenta de que lo único que eres, es bueno para mí. Quiero que sepas que voy a
luchar por ti y me enfrentaré a quien sea. Destruiré a todo el que intente llevarme la contraria en lo único que sé seguro
en esta vida: que he nacido para quererte, que estar enamorada de ti es lo
mejor que he hecho nunca… y que una vida esperándote, aunque hubiera durado 80
años en lugar de 15, es una vida que merece la pena vivirse.
Vi en sus ojos cómo
quería decírmelo. Eleanor, estoy
enamorado de ti. Me entraron ganas de escucharlo, pero por otra parte,
sabía que no era el momento, y él también. Yo era la protagonista; ninguno de
los dos se merecía que me lo dijera en ese instante.
No era una moneda que
se pudiera cambiar, no era una propina que darle al camarero que ha sido rápido
con tu pedido. Era nuestro destino, la frase por la que me habían puesto en ese
mundo. La frase por la que él no había nacido mudo.
Se acercó, me tomó de
la cintura y me besó en los labios.
-No puedo creer que me
sacaras de la cama para decirme eso.
-Llevamos en la cama un
mes, pero llevamos juntos quince años.
Me apartó un mechón de
pelo de la cara y me lo colocó detrás de la oreja, y dejó su mano en mi cuello,
asegurándose de yo no bajara la vista, de que pudiera sentir los latidos de mi
corazón en la palma de su mano, trasladados por una arteria orgullosa de todos
y cada uno de los sentimientos que por ella pasaban.
-Te lo digo aquí
porque… no sé. Así sabes que lo pienso
también en frío.
-Y luego se supone que
soy yo el que habla bien.
-Eres un poeta.
-Puede-concedió, y se
inclinó para besarme-, pero, ¿Qué es
poesía? ¿Tú me lo preguntas? Poesía eres tú.
Me apeteció pegarle, me apeteció teletransportarme a
la esquina más alejada del mundo y hacerme un ovillo. Le había escuchado soltar
palabras sueltas en la lengua de mi madre; sabía que lo entendía, sabía que
Tommy le enseñaba todo lo que podía… pero no que su voz sonara más ronca cuando
hablaba en español, no sabía que tenía acento, no sabía que las pocas células
de mi cuerpo que se encontraban tranquilas a su lado perderían la calma en
cuanto lo escucharan hablar así.
Y recitarme un poema.
Y dejarme sin aliento.
Y besarme despacio, como si me fuera a romper, como si
fuera lo más bonito que había sostenido entre sus brazos, como si fuera Howard
Carter y yo, el sarcófago de Tutankamón. Mi corazón dio un vuelco, mis manos
temblaron cuando subieron a su cuello, pero mis labios fueron firmes, le
dijeron todo lo que no podía decirle, porque todavía no se habían inventado
palabras que contuvieran bien lo que Scott me hacía sentir.
Desde siempre, mi parte favorita de mi cuerpo había
sido mi boca. En un principio, porque me escuchaba cantar.
Y ahora, porque en mi boca reposaba mi razón para
cantar: sus labios.
El horno pitó y se apagó. Nos lo quedamos mirando los
dos, un poco con odio por haber roto el hechizo, pero, a la vez, agradecidos de
que nos hubiera sacado de aquella espiral de sexo en la que estábamos metidos.
Observé sentada encima de la mesa cómo revolvía en los cajones, buscando uno de
esos guantes inmensos típicos de sacar las cosas del horno.
-Scott-dije yo, y él se giró y se me quedó mirando.
Separé las piernas, abrí el cajón de la mesa y saqué con gesto triunfal el
guante que estaba buscando. Se pasó una mano por la cara.
-Me estás haciendo algo. Yo, antes, no era así.
-Te pongo nervioso-sonreí, tirándole el guante e
inclinando la cabeza hacia un lado.
-No lo digas como si te tuvieran que dar el Nobel por
ello, El-se burló, y en su boca apareció su sonrisa de Seductor™, la que medio
Londres había disfrutado, y el otro medio, envidiado. Pero ahora, sólo era para
mí.
Deberíamos cambiarle el nombre de “sonrisa de
Seductor™” a “sonrisa de Eleanor™”.
Lo depositó en la encimera y volvió a revolver hasta
encontrar dónde colocarlo. Nos miramos cuando terminó de desmontar el molde en
el que se había hecho.
-¿Lista?
-Lista.
Lo sacamos poco a poco, y no se desarmó, pero tenía un
aspecto bastante malo. Quizás hubiera bastado con dejarlo menos tiempo. Quizás
no se creyera del Carbonífero si hubiéramos estado vigilándolo.
Scott se mordió el labio, mirando el bizcocho, y yo me
mordí el labio mirándolo a él. Sinceramente, prefería pasarme una tarde entera
sentada frente a él, viendo cómo estudiaba o hacía cualquier gilipollez
aburrida sin hacerme el más mínimo caso, a renunciar a una media hora preciosa
en la cama del piso de Zayn y Sherezade.
Empezó a rascar la superficie, buscando algo que
salvar.
-Lo de dentro debería estar bien…
-¿Me leerías el diccionario?
Se me quedó mirando.
-¿Qué?
-El diccionario. El español. Que si me lo leerías.
-¿Por qué coño quieres que te lea el puñetero
diccionario en español, Eleanor?-alzó las cejas como estuviera loca, porque,
vale, aquella proposición era un poco… una gilipollez soberana. Pero seguro que
él conseguía hacer que el diccionario resultara entretenido. Más con su acento.
Más con cómo se le ponía la voz cambiando de idioma.
-Suenas bien en español-susurré, y noté cómo se me
encendían las mejillas. Se echó a reír.
-Me vas a dar el fin de semana, ¿eh? Por favor,
enfermera, tenemos a un convaleciente en estado crítico. Necesito que se
centre.
-¿Cuál es el pronóstico?
-Va a tener que donar sus órganos, no vamos a poder
hacer mucho.
Lo corté y comprobé que la parte interna estaba un
poco gelatinosa. Torcí el gesto.
-Es como… un brownie escocés que ha ido a Benidorm y
se ha negado a echarse crema solar.
Volvió a mirarme.
-Vete a sentarte. El estar tanto tiempo sin comer te
está afectando al riego cerebral.
-¿Y si es el sexo?
-Entonces, habrá que aguantar tus frases célebres todo
el fin de semana-bromeó. Nos repartimos las tareas, él se encargó de rescatar
lo poco que quedaba salvable del bizcocho mientras yo me ocupaba de freír carne
y un puñado de verduras. Nos sentamos en el sofá, con sendas bandejas en el
regazo, viendo las noticias (más por inercia de escucharlas en nuestras
respectivas casas que por otra cosa), y pasándonos el uno al otro el kétchup,
la mostaza, el agua, o un poco más o un poco menos de pan.
Me acarició un pie con uno suyo.
Yo lo miré.
Él me miró a mí.
Y antes de que nos diéramos cuenta, nos estábamos
besando, cenándonos el uno al otro más que a los filetes, sin mucha intención
de parar. Probé sus besos con sabor a mostaza, él, los míos con sabor a cereza
y un toque de kétchup.
Dieron una noticia de la Bolsa europea, que iba mal,
evidentemente, que nos hizo espabilar. Nos miramos a los ojos un segundo,
recuperando el aliento, y nos inclinamos hacia el bizcocho.
La parte interna, lo que merecía la pena ser salvado,
tampoco estaba para tirar cohetes. Desmenuzamos lo que habíamos salvado para
seleccionar aún más: nadie echaría de menos a aquel bizcocho. No tenía mujer ni
hijos por haber sido feo y con una personalidad horrible; ni sus padres lo
soportaban.
La parte interna, hecha de una masa gelatinosa, era lo
único que podía pasar, pero ni de coña el plato podría aspirar a una final de
Masterchef.
-Tengo que aprender a usar mejor este horno-murmuró
él, pensativo, chupándose los dedos, porque en ellos estaba lo único que
merecía la pena.
-Sí-asentí yo.
Volvimos a mirarnos.
Le aparté una miguita que tenía en la comisura de la
boca y me la comí. Y él se puso encima de mí, y volvió a besarme, y ahora su
boca sabía a chocolate, un chocolate más oscuro que su piel, que aun así tenía
una pizca de cacao en ella; un chocolate más acorde con la piel de su hermana.
Un chocolate que a veces era una onza, y a veces, una cucharada, dependiendo de
cómo pusiéramos las lenguas.
Llegaron los deportes, él empezó a acariciarme y yo a
suspirar, pero detuve sus manos acariciándole los brazos cuando pasaron del
fútbol y llegaron a la sección de baloncesto. No lo escuchó, porque eran malas
noticias, y no reaccionó a ellas.
-Vamos a la cama-sugerí cuando metió sus manos por mi
camisa la segunda vez. La primera, informaban de que los Lakers habían perdido
un partido.
-Es la mejor idea que has tenido en horas-sonrió. Lo
guié por el pasillo, con su mano entre las mías. La televisión siguió
encendida, pero nos dio igual. Era de bajo consumo, triple A+. El planeta podía
permitírselo.
Le quité la camiseta, disfrutando de la fuerza de su
espalda y su pecho, y él empezó a desabrocharme la camisa, su camisa, que
terminaría siendo mía porque yo la había usado más ese fin de semana que él en
todos los meses que habían pasado desde que la compró.
Nos peleamos con sus pantalones. Teníamos la caja de
preservativos a mano. Siguió besándome, me quitó el sostén y bajó hasta mis
bragas. Las deslizó lentamente por mis piernas, haciéndome suspirar por lo
despacio que lo hacía, con qué parsimonia me acariciaba, porque sabía que toda
yo le pertenecía.
-Vamos a hacer lo de antes-anunció, besándome el
hombro, mordiéndome un poco, haciendo que sintiera su boca a kilómetros de
donde estaba realmente.
-¿Qué?
-Estás más excitada, te va a ser más fácil llegar. Vas
a ser tú la que lo haga, pero no te preocupes. Te ayudaré.
Se me hizo un pequeño nudo en el estómago,
preguntándome si la clase había sido suficiente, si había prestado la
suficiente atención.
Terminó de quitarme las bragas; me las sacudí con los
pies y cayeron lejos. Iba a darle un espectáculo muy interesante cuando fuera a
por ellas. Él empezó a bajarse los bóxers, y yo le ayudé, y de pronto estábamos
los dos desnudos, con las bocas unidas y nuestros cuerpos más que listos para
unirse.
Pero no tocaba.
Me recosté al lado de él y bajé la mano a mi sexo. Él
se mordió el labio, contemplándome. Siguió besándome y sus besos aumentaron la
profundidad y la sensación cuando imité sus masajes, con bastante menos torpeza
de la que me esperaba.
Estaba duro contra mis muslos, y eso me envalentonaba.
Me gustaba saber lo que podía ocasionar en él.
-S-susurré cuando su boca bajó a mis pechos.
-Mm.
-Házmelo tú también. Los dos juntos. Por favor.
Fue obediente, por una vez en su vida. Llevó su mano
hasta la mía y siguió mis movimientos, de vez en cuando, los contrarrestaba, y
yo no sabría decir qué me gustaba más.
No me di cuenta de que había cerrado los ojos,
concentrándome en la sensación de nuestras manos unidas en el rincón de mi
cuerpo donde yo le pertenecía más, hasta que lo escuché bajar con la mano libre
hacia su propio centro.
Lo miré a los ojos, él no apartaba la vista de mis
piernas.
Estiré la mano libre, acercándome a él.
-¿Quieres que…?-empecé. Y me dejó vía libre.
-Hazme lo que quieras.
Mi mano llegó hasta su miembro, ligeramente duro, que
terminó de espabilar cuando mis dedos hicieron prisión y empezaron a moverse.
Creo que demasiado despacio para su gusto. Tenía miedo de hacerle daño.
-¿Lo prefieres más rápido?
-Así…-tomó aire-. Uf. Así está… ah. Bien.
Sonreí y le besé en la boca, ahora estaba ocupada,
pero él pudo acariciarme la mandíbula. Me envalentoné al sentir el efecto que
tenía en él; se le aceleró la respiración, su cuerpo respondía al mío.
-¿Seguro?
-Sí.
-Te lo hago como prefieras.
Me gustaba su mano en mis muslos, pero nada comparado
con el conocimiento de mi recién adquirido poder.
-Lo hacemos como tú quieras, S-insistí, y él sonrió-.
¿Qué pasa?
-¿Sinceramente?-suspiró cuando yo apreté un poco más-.
Ahora mismo… mm. Estoy tan… borracho de ti… que… lo único que me falta es
pedirte que me des un… hijo.
-Sea, pues-repliqué yo, dejándome tranquila, dejándolo
a él, sentándome a horcajadas sobre él, recogiendo un paquetito, rasgándolo y
poniéndole el preservativo despacio. Scott parpadeó muy despacio.
-Madre mía.
Aparté la mano de su sexo y me senté muy despacio
encima de él. Scott cerró los ojos, arqueó la espalda y gimió.
-Qué me estás haciendo.
-Obligarte a decir mi nombre-sonreí en su boca,
moviendo muy despacio la cadera. No, su mano no era mejor que él en sí; no, mis
manos tampoco. Él era lo mejor, lo que más me gustaba.
-Mi amor-fue todo lo que dijo, mejor que mi nombre.
Disfruté muchísimo obligándolo a arquear la espalda,
moviéndome despacio, haciendo que casi suplicara por mí. Qué suerte tenía de
tenerme, pero qué suerte mayor tenía de tenerlo yo a él. Me acarició el
costado, preguntándose si era real; leyó el Quijote en braille de mi cuerpo, y
yo me dejé acariciar mientras nos acercábamos.
Volví a gritar su nombre por el mero hecho de que él
no me tapó la boca. No había necesidad. Daba igual que nos oyeran.
Me observó mientras me deshacía sobre él. Me contempló
desde abajo con adoración, como hacían los antiguos cuando entraban en los
templos de sus dioses y depositaban ofrendas a los pies de las estatuas que los
representaban.
-Eleanor-llamó, yo me aparté el pelo de la cara y lo
miré como hacían los dioses a los que dejaban ofrendas a los pies de sus
estatuas. Con cariño, muchísimo cariño-. No sabes lo que me alegro de haber
visitado tantos museos, porque así soy capaz de reconocer una obra de arte
cuando estoy delante… o, bueno, debajo de
ella.
Si las almas tuvieran forma de animal, y cambiaran
según tu estado de ánimo, la mía se habría alzado del suelo como un gatito que
se retuerce entre tus piernas ronroneando como nunca. Hasta hablando de sexo,
de con cuántas chicas se había acostado, era adorable.
-Yo soy el lienzo, S. Tú eres la pintura y el pincel.
-No-respondió-. Yo soy el martillo y el cincel. Y tú
eres la estatua oculta en el rectángulo de mármol. Te quito lo que te sobra.
-¿La ropa?-me burlé. Sacudió la cabeza, acariciándome.
-No, el miedo que tienes a no ser suficiente.
Sí, eso es verdad, también me lo había quitado. Lo
saqué de mi interior, me quedé sentada con las piernas dobladas a cada lado,
mirándolo. Él se incorporó y me miró.
-Me van a llamar la atención del Vaticano. Quieren que
les devuelva su Capilla Sixtina.
Me eché a reír, me dejé besar, yo también lo besé.
-No sé qué decir cuando me dices estas cosas.
-¿Qué tal “gracias”?
-Te quiero.
Su piercing brilló.
Eso también estaba bien.
Recogí la camisa y las bragas; no me molesté en buscar
mi sujetador. Fuimos hasta el salón, estaban poniendo una película. Se echó en
el sofá cuan largo era y yo me tendí encima de él, metida entre sus piernas.
Nos tapamos con una manta.
La manta nos sobraría, como terminaríamos comprobando
con Cisne negro. Muchísima tensión, y
la escena de sexo lésbico no ayudaba nada a mantener el ambiente tranquilo.
Se revolvió un poco debajo de mí, y yo entendí lo que
en el fondo le apetecía. Me senté a su lado, lo miré a los ojos, como pidiendo
permiso, y metí la mano en sus pantalones. No tardó en seguirme. Apenas medio
minuto después, nos dábamos placer el uno al otro.
La escena se acabó y siguió un ensayo. Estiré la mano
libre en busca del mando y apagué la tele. La negrura nos envolvió, pero Scott
lo solucionó encontrando un interruptor y encendiendo una lámpara de una
esquina. Le quedaba bien estar en penumbra, le quedaba bien la luz, le quedaba
bien la noche y le quedaba bien el día.
Le quedaba bien todo, a la tierna avellana que era mi
novio.
Él acabó primero, derramándose en mi mano.
Tardé muchísimo en seguirlo, y empecé a comerme el
coco. ¿Y si ahora no puedo? ¿Y si se siente mal? ¿Debería ayudarlo?
Estaba empezando a agobiarme, lo conocía desde que era
una niña, sabía lo mucho que se decepcionaba consigo mismo cuando no cumplía
las expectativas…
Además, con esa película, precisamente, que terminaba
tan mal, en la que acosaban sexualmente a Natalie… no como a mí, creo, pero aun
así…
Me tomó del mentón y me obligó a mirarme.
-Concéntrate en mí. Estoy contigo. Yo no te voy a
hacer daño.
Asentí despacio y dejé que me besara, y, no sé por
qué, mi mente empezó a vagar por los confines de mi conciencia. Intenté
concentrarme en él, pero lo primero que me vino a la mente fue él jugando
cuando yo todavía era un bebé.
No le había dicho a nadie que mi primer recuerdo era
de Scott riéndose. A la primera persona a la que recuerdo era a él; no a mi
hermano, no a mi madre ni mi padre. A Scott. El primer plano era suyo. Llevaba
perdida en él desde que tuve uso de razón, recuerdos a los que aferrarme.
Scott le tendía un cubo a Tommy y terminaban su
castillo, aplaudiendo. Yo reclamaba su atención. Cuando yo era pequeña, les
costaba dios y ayuda saber a quién de los dos llamaba, porque lo fácil eran las
vocales, y Tommy para mí era “oi” y Scott, simplemente, “o”.
Se peleaban muchísimo por decidir a quién quería.
Recordé abrir la boca, dejar salir un sonido, y a los
dos niños volverse y mirarme. Mi hermano lo hizo una milésima de segundo antes
que Scott.
Pero Scott me cuidaba con más fiereza, tal vez porque
era mayor que Tommy, y a esas edades, se notaba muchísimo.
Lo recordé más mayor, en un campo, cogiéndome él de
una mano, y Tommy de otra, y levantándome los dos en el aire mientras yo me
reía.
Scott defendiéndome cuando Tommy se pasaba de borde
conmigo.
Scott sonriéndome. Scott besándome. Scott haciéndome
el amor. Scott follándome duro. Scott en la cancha de baloncesto, quitándose la
camiseta por la cabeza, haciéndome estar segura de que no voy a poder
controlarme. Scott apoyado en el sofá, a mi lado, mientras Tommy y Diana suben
a cambiarse, asegurándome que Tommy mataría por mí, callándose que él también
lo haría, sin dudarlo, y más ahora.
Scott en ese mismo sofá, contemplando con entusiasmo
cómo me acercaba al clímax.
Scott con la boca entre mis muslos, descubriéndome un
universo de posibilidades.
Scott poniendo mi placer por delante del suyo. Ya nos ocuparemos de mí más tarde.
Scott sonriendo cuando digo su nombre en el tono en
que lo llevo diciendo toda la vida… pero, ahora, él escucha.
Scott llamándome…
-Córrete para mí-susurró en mi oído el Scott de
verdad, mil veces mejor que le de mis recuerdos, porque el Scott de ahora
existe, pero el del pasado, ya no más.
Llamándome…
-… mi amor.
Mi cuerpo se rindió, mi alma se destrozó. Por un
segundo, vi a Dios. La luz divina que lo rodeaba desapareció, y la cara de Scott
se materializó ante mis ojos.
Sigo viendo a
Dios, pensé mientras me sonreía, me besaba y me decía que estaba orgulloso
de mí. Al final, había estado yo sola. Él sólo había sido un soporte, la
estrella era yo.
Me besó en los labios. Me dijo que me quería, y yo
también a él, mientras por mi mente sólo cobraba sentido una idea.
Madre mía. Jamás
voy a encontrar a otro como él. El día en que me deje, mi vida se acaba.
TENGO LA BOCA SECA ME CAGO EN MI VIDA
ResponderEliminarNo te preocupes, tesoro, ya tengo yo otra cosa mojada por ti ;)
EliminarSON MI PUTA OTP. NO QUIER QUE NADA MALO LES PASE POR FAVOR.
ResponderEliminarAMÉN.
EliminarPensé que hablarias en este capítulo del momento post-confesión :(
ResponderEliminarPd:DE TODAS FORMAS HE MUERTO DE AMOR
No, eso lo va a contar Scott y va a tardar un poco porque quiero seguir una línea más o menos temporal y van a pasar cosas con Tommy, Diana y Layla ese mismo fin de semana.
EliminarPasado mañana os subo otro capítulo, pero lo va a narrar Eleanor de nuevo; es la continuación del fin de semana (ten en cuenta que sólo estamos a viernes y Scott se lo dice el domingo de madrugada, queda la noche del viernes, madrugada del sábado y sábado entero aún) :3
EL MOMENTO DEL PRIMER RECUERDO DE ELEANOR. HE CHILLADO MUY FUERTE. QUE JODIDAMENTE BONITO.
ResponderEliminarMe he puesto triste así a lo tonto ay, es tan bonita :(
EliminarEn serio, lloro cada noche pensando que no existe una pareja ni nunca existirá una como ellos.
ResponderEliminarMe pasa mucho, son tan hermosos
EliminarPues me he puesto cachonda. Así como dato eh
ResponderEliminarYo no sé qué cojones me pasaba mientras escribía pero ES QUE NO PODÍA DEJAR DE HACER QUE FOLLASEN Y ENCIMA DAR DETALLES UF creo que es Eleanor, que flipa más que él y quiere contarlo todo. Scott es más elegante porque es mayor y más experimentado.
Eliminarentre el capítulo y el calor que hace en mi puñetera ciudad creo que no hace falta decir nada más
ResponderEliminary eri hazlos eternos o algo porque de verdad que estoy triste por pensar que algún día dejaremos de leerlos :(
Cada letra de este capítulo ha sido un disparo a mi himen de verdad :( son tan hermosos y están tan enamorados quiero preñar a Eleanor 200 veces, todas de Scott
EliminarERIKA, PERO QUÉ PRECIOSA LA ÚLTIMA PARTE, EL RECUERDO DE ELEANOR Y TODO SEÑOR PERO ES QUE SON PRECIOSOS, DAN HASTA ASCO (en el sentido bonito de la palabra (si es que lo tiene, claro, ya sabes a qué me refiero))
ResponderEliminarY SON COMO CONEJOS PERO SIN EL COMO ME MEO
POR QUÉ YO NO PUEDO TENER UN SCOTT PARA MI
POR
QUÉ
*se va llorando y gritando, desolada y desesperada*
YA SABES QUIEN TE QUIERE, COMO SIEMPRE
(Vir, por si acaso, jeje)
VERDAD QUE SÍ ES QUE AY DIOS MÍO ES TAN BONITA LE QUIERO MORDER UN MOFLETE
EliminarEstaba perrísima escribiendo este capítulo no sé qué cojones me ha pasado, me descojono conmigo misma (en el fondo ha sido ser súper fiel a ellos, porque con las ganas que se tienen casi me sorprende que hayan conseguido salir de la cama para cocinar o hacer cualquier cosa, si yo fuera Eleanor le diría a Scott que cenaba de él y él podía cenar de mí).
Tenemos que hablar con la NASA para que empiecen a hacer seres humanos por encargo :(
YA SABES QUIÉN TE QUIERE, COMO SIEMPRE ♥
Entre que Scott por fin se ha declarado, se ha confirmado que Jon Snow es un Targaryen y mi querida Dany ya tiene su Ejército y va a patearle en culo a Cersei es la mejor semana de mi vida.
ResponderEliminarLo mejor de que Jon sea Targaryen es que sigue siendo bastardo por lo que NO tiene derechos al Trono de Hierro ay por dios la vida es tan hermosa <3
Eliminar"Madre mía. Jamás voy a encontrar a otro como él." NI YO TAMPOCO ZORRA Y VOY A ACABAR SOLTERA DE POR VIDA POR SU CULPA
ResponderEliminarEste comentario lo he escrito yo estando sonámbula, seguro
EliminarPOR QUE SON TAN BONITOS POR QUE JODER
ResponderEliminarSon mi otp así que no puedo dejar de darles todo lo bueno que mi cerebro fabrica :3
Eliminar"-Eres preciosa, El, pero… cuando estás en la cama, después de acostarnos… lo eres más todavía. Eres como una diosa, pero sin el “como”-se encogió de hombros- Y no puedo creer la suerte que tengo de ser yo el que te devuelva tu inmortalidad." ESTE CHAVAL ME VA A MATAR. LO VA A HACER.
ResponderEliminarES MI META EN LA VIDA, VER SI A ALGUIEN LE DA UN CHUNGO AL CORAZÓN POR CULPA DE SCOTT JAJAJAJAJAJA
EliminarSON TAN JODIDAMENTE BONITOS QUE QUIERO LLORAR.
ResponderEliminarOTRO COMENTARIO QUE HE ESCRITO YO
Eliminar"Mamá? ¿Sigues…? Vale, pues… dale recuerdos a… uf… esto, no me acuerdo de cómo se llama. Sí, a ella también. Bueno, en casa, en general, ¿vale?" NO ME ACUERDO DE COMO SE LLAMA LOL. ESTA PARTE HA SIDO GRACIOSISIMA ME DA.
ResponderEliminarPara mí lo mejor ha sido el "sídescuidatequieroadiós" o sea estaba A PUNTO DE CORRERSE POR FAVOR PODEMOS APRECIAR EL HECHO DE QUE ES DE ELEANOR HASTA LAS TRANCAS INCLUSO HABLANDO CON SU MADRE ???????????!!!!!!!!!!!!!
EliminarQuiero momento post declaración :(
ResponderEliminarPronto, tesoro, en un puñadito de capítulos ♥
EliminarMi libido si que se ha vuelto intergalactica después de este capítulo.
ResponderEliminarAlgo malo me pasaba escribiendo, no es normal
Eliminar"-Que huya contigo. Pídemelo, y lo haré. Me da igual adónde vayas. Te seguiré hasta el fin del mundo, y si quieres salir de este planeta e irte a descubrir otros, también te acompañaré." En un puto poeta, los mierdecillas de la Generación del 27 no son nada comparado con el.
ResponderEliminarScott García Lorca
EliminarHablemos del hecho de que follan como dos putos conejos. La madre que me parió, me he puesto cachonda al final.
ResponderEliminarCorroboro eso último.
EliminarPues ya veréis en el próximo ;)
EliminarPD: os quejaréis de ideas que os doy para poner en práctica, eh, pillines.
Eliminar"No sabes lo que me alegro de haber visitado tantos museos, porque así soy capaz de reconocer una obra de arte cuando estoy delante… o, bueno, debajo de ella." A mi me dicen algo asi y del ataque de diabetes que me da me muero en el acto.
ResponderEliminarMás Ravenclaw y no nace el hijo de puta
EliminarQuiero que está novela nunca se acabe para que sean eternos y pueda seguir leyendo sobre ellos hasta el día en el que me muera.
ResponderEliminarYO TAMBIÉN CORAZÓN, SOBRE TODO TENIENDO EN CUENTA QUE ME LEVANTÁIS MUCHÍSIMO EL ÁNIMO CON VUESTRAS VISITAS Y COMENTARIOS, el día que la termine voy a coger depresión.
EliminarQuiero que cuando Eleanor audicione para X Factor Scott esté allí sintiéndolo y mirándolo orgullosa y que ella se de cuenta que a pesar de todos los Grammys que algún día pueda conseguir una sonrisa de Scott y en si Scott es el mejor premio.
ResponderEliminar"Quiero que cuando Eleanor audicione para X Factor Scott esté allí sintiéndolo y mirándolo orgulloso"
Eliminartus deseos son órdenes (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
"que ella se de cuenta que a pesar de todos los Grammys que algún día pueda conseguir una sonrisa de Scott y en si Scott es el mejor premio." MADRE MÍA, QUÉ HERMOSO, CON TU PERMISO ME LO APUNTO, A VER SI LO METO EN ALGÚN PUNTO DE LA NOVELA.
Pregunta. A parte del Tema Tommy que dijo que nos traera por la calle de la amargura varios capítulos, va a haber otros momentos salseantes entre Sceleanor??
ResponderEliminarTe contesté el 29 de junio a las 18:25 pero soy imbécil y le di a redactar comentario en lugar de "responder" así que te copio lo que puse:
EliminarEVIDENTEMENTE, QUERIDA JULIANNA.
Ya está☺
Hola soy young_bloodx y:
Joder, Eleanor no sé cómo cojones puedes caminar después de tanto sexo!
Es mi puñetera heroína.
JAJAJAJAJAJAJAJAJ ES UNA TRIUNFADORA EN LA VIDA NO SÉ CÓMO LO HACE
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