viernes, 31 de diciembre de 2021

2021, ¡gracias, adiós!

 


No hace ni quince días hablé de lo extraño que es la manera que tenemos de dividir el tiempo, y cómo, a pesar de que las fechas son una invención nuestra, no hemos conseguido establecer una fiesta internacional a escala planetaria, que todo el mundo celebre y en el que sepas que los fuegos artificiales están garantizados allá donde vayas.
               Creo que ésa es de las últimas cosas que he aprendido en este año en el que, por suerte, no me ha abandonado esa vena curiosa que me hacía (y me hace) levantar la cabeza hacia el cielo y mirar fijamente un punto para descubrir si nosotros (un “nosotros” del que me habría encantado participar de forma mucho más íntima de lo que lo hago) lo pusimos allí, o si ese punto llevaba tiempo en el cielo el día en que nosotros llegamos, y si seguirá ahí el día que nos vayamos, que cada vez parece terriblemente más cercano.
               Es en esa misma curiosidad en la que me apoyo pensando en mi futuro, por el que estoy luchando por primera vez en mi vida. Después de dar tumbos sin rumbo, de angustiarme y no ver más que una terrorífica luz al final de un terrorífico túnel hace un par de años, por fin estoy siguiendo el sendero para convertirme en la persona que me gustaría ser. Tanto en lo profesional, como en lo personal.
               En lo profesional, he descubierto lo que es tener un grupito para tomar el café, que las apariencias engañan y que puedo encontrar una amiga en una sucesora. Que las despedidas son sinceras, y que las tarjetas de regalo con firmas no son cutres, sino uno de los regalos más bonitos que pueden hacerte, especialmente cuando te dicen que te echarán de menos y, al volver de visita, descubres que es verdad. Y que, a tu manera, también eres muy, muy especial: no a todos les llama su antigua jefa para despedirse porque tu último día le coincidió en vacaciones, ni lloran quienes te enseñaron lo poco que has aprendido cuando les dices que tienen tu número para lo que necesiten, ni te dicen entre risas en una comida despedida que, sin un público tan entregado como tú, van a ser mucho más duros los lunes y todavía más cuesta arriba los viernes.
               Y en lo personal… tengo la inmensa suerte de sólo haber sumado este año, tanto amigos en el trabajo como lejanos que se han vuelto increíblemente cercanos. En el segundo año en el que no he salido de España desde que empecé a ahorrar para los veranos, he afianzado la idea de que aquí está todo lo que necesito. No podría quedarme sólo con una cosa de todas las que he vivido: todas son importantes, todas me componen y todas han formado una parte esencial de mi 2021. El año de la vacuna. El año en que celebré mi cumpleaños el día correcto con mis amigas por primera vez; el año que descubrí el dicho japonés “el tiempo que pasas con los dioses es tiempo que pasas riendo” y que no ha hecho más que reforzar cuánto tiempo he pasado en mi Olimpo personal. Probar el sushi, regalar plantas, descifrar notitas en ruso por mi cumpleaños, los maratones de películas que ya he visto mil veces y que tengo que dejar a medias porque soy un bebé, ir a un indio, comerme pastelitos recalentados que hemos llevado de paseo por media Asturias y que no son tan glamurosos como tomarme un San Francisco como si fuera Samantha Jones son los pequeños descubrimientos de este año, esos retazos de dorado en, por lo demás, una vida de plata que, a veces, no parece suficiente. Pero supongo que es como todo, ¿no? Por muy bien que suene la plata, siempre hay algo un pelín mejor por encima que hace que nos muerda un poco la envidia en la parte baja del vientre.
               Sorprendentemente, no ha pasado lo que tanto temía mientras trabajaba y me aferraba a mis últimos momentos de tiempo libre como si me fuera la vida en ello: el tiempo de estudio no ha hecho que Sabrae se resienta, y a día de hoy, seguimos tan bien como siempre, con nuevas lectoras de cuya presencia estoy inmensamente agradecida. Un cambio de escritorio me vino bien para centrarme para estudiar, pero eso es lo único que ha cambiado en mí: sigo escribiendo, sigo consiguiendo asombrarme con lo que hago, y sigo haciendo que mi vida gire en torno al número 23. Un año más, ni siquiera hago mención a que me gustaría acabar la novela en el que entra; sé que es imposible, y la verdad, me da un poco de vértigo pensar en lanzarme a otros proyectos. Así que cambiemos de tema; 200 capítulos, a pesar de ser un mundo, ni de broma son suficientes. Ya veremos si, acaso, el doble.
                Y si de algo nuevo tengo que estar particularmente orgullosa, es de la forma en que estoy aprendiendo a valorar mi tiempo y a mí misma. De la manera en que estoy consiguiendo, poco a poco, establecer límites y pedir que se cumplan, reclamar cuidados y decirme a mí misma “no me merezco esto”. Tuve la suerte de que mis primeros intentos salieran bien, y le he cogido el gusto a no sentirme decepcionada porque ya no intento tanto, ni tampoco tan fuerte. Un nuevo amigo ha hecho que vea las cosas como son, que aprecie mis esfuerzos y que no me conforme con menos, y por ello estoy muy, muy agradecida: en un año en el que lo que empieza a faltarme es tiempo, no puedo ir regalándolo por ahí sin valorarlo como se debe. Son demasiadas pelis (121, creo) y demasiados libros (15), de los que tengo que quedarme con Atomic Habits. La autopista hacia mis sueños.
               ¿Una lección? Que las personas somos estrellas, y como tales, nuestras constelaciones no se pueden forzar.
               Sólo le pido a 2022 que me trate tan bien como 2021… o, bueno, siendo un poco ambiciosa, cumplir mis propósitos de año nuevo. Y llegar completamente feliz a diciembre. Otra vez.
               Así que, ¡gracias por las lecciones, 2021! ¡Gracias por no quitarme mi optimismo! ¡Y gracias por ser el pistoletazo de salida para mi futuro! No hay mejor momento para empezar que en un año terminado en 1.
 
Libros leídos este año: 15.
Películas vistas este año: 121.
Total películas hasta la fecha: 1359 (103 días, 6 horas, 3 minutos).
Capítulos: 1952 (72 días, 20 horas, 2 minutos).
 

jueves, 23 de diciembre de 2021

Poseidón.

Antes de que empieces a leer, y dado que éste será el último capítulo del año, quiero aprovechar para desearte ¡feliz Navidad, feliz año nuevo, y felices fiestas en general! Nos vemos el año que viene ☺

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-¿Cómo va esa tortillita?-canturreé, acercándome a Tommy por detrás mientras revolvía en la sartén, que chapoteaba burbujitas de aceite con las que tenía que contenerme para no coger una cuchara y llevarme un buen pedacito de cielo a la boca.
               Mi humor había mejorado bastante desde la charla con Sabrae. Había empezado el día anterior con el pie izquierdo (bueno… ¿debería ser el derecho? Siendo zurdo, la verdad, no sé cómo se me aplica el refrán), de un mal humor que se había pospuesto mientras lo hacía con ella, y que no sabía a qué se debía hasta que no pusimos rumbo al aeropuerto. Me di cuenta de que, efectivamente, no quería que mis amigos vinieran. Por mucho que los quisiera, quería pasar ese tiempo con Sabrae, quería que cada precioso segundo que pasáramos juntos fuera de los dos, no comunal, como sería en el momento en que ellos aterrizaran.
               Supongo que me daba miedo pensar en lo que suponía que mis amigos vinieran en tropa a Grecia, hacinándose en mi casa como si no hubiera otra oportunidad: implicaba que venían a despedirse, que yo iba a irme realmente, y que los echaría de menos a todos. Con Sabrae era fácil vivir en una fantasía en la que el futuro simplemente no existía: con perderme en su cuerpo me bastaba para volverme loco y creer que no había nada más allá del siguiente amanecer, que no me importaba nada más allá del siguiente amanecer, que era inmune a todo lo que pudiera venir.
                Con Sabrae, Mykonos se convertía en el paraíso de una luna de miel. Nuestra estancia allí se resumiría en sexo, paseos, sexo, comilonas, sexo, mimos, sexo, sol y… ah, sí. Sexo. Nadie tenía una vida así, de modo que la ilusión me evadiría de la realidad.
               Pero con mis amigos allí presentes… la cosa cambiaba, y drásticamente. Con los nueve de siempre en ella, Mykonos se convertía en un puerto de paso, la terminal de un aeropuerto en el que cogeríamos vuelos distintos, cada uno en dirección a un punto perdido en el horizonte en el que ya no nos distinguiríamos.
               Me daba miedo lo que significaba que los chicos estuvieran allí.
               Significaba que había empezado el final.
               Claro que yo no me había dado cuenta de lo que me preocupaba hasta que no volví a irme a la cama con ella, con los párpados pesados, los músculos agarrotados, y la cabeza en otra parte. Dejé que pasara para que se quedara entre mi cuerpo y la pared, y así no corriera peligro de caerse, y me tumbé a su lado.
               -¿Vamos a hablar de lo que ha pasado antes?-preguntó, y yo la miré en la penumbra. Repasé todo lo que había hecho hasta entonces, a qué podía referirse ese “antes”… y nop. Nada.
               -Creo que vas a tener que ser un poco más específica, nena-respondí, acurrucándome a su lado y regodeándome en el aroma que desprendía su piel y que ya estaba empezando a impregnar la almohada. Me pregunté si podría llevarme la funda de su almohada a África, y de ser así, cuánto tiempo aguantaría su olor en ella antes de desvanecerse y dejarme sin nada más que unos recuerdos que no le hacían justicia.
               Alzó una ceja, y luego, se incorporó. Se inclinó por encima de mí para encender la luz, y yo no aproveché ese gesto para besarle los pechos, porque sabía que se avecinaba algo gordo si necesitaba mirarme a los ojos. Probablemente, otra bronca. Como si Karlie no me hubiera acojonado lo suficiente.
               La verdad, no sé qué bicho le había picado a mi lesbiana preferida en el mundo. Yo siempre la había defendido el primero, me había asegurado de que estuviera cómoda, e incluso había tratado de hacer de Celestina cuando había conocido a chicas a las que les fueran las tías y que me parecieran lo bastante buenas como para estar en presencia de Karlie, así que, ¿ponérseme chula ahora? ¿Después de todo lo que había hecho por ella?
               -Vale, Alec, ¿qué te pasa?-preguntó Sabrae, pasándose una mano por el pelo y dejándola a mi lado en el colchón. Torcí el gesto.
               -¿A mí? Nada. ¿Quién dice que me pase nada?
               -Creía que ya lo habíamos solucionado con la conversación que tuvimos esta tarde.
               -Confías mucho en hablar, nena. A veces los actos dicen mucho más que las palabras-le acaricié la cara interna del brazo, confiando en que puede que yo también me subiera al carro de los afortunados de esa noche.
               No obstante, cuando puso los ojos perdí toda esperanza, por minúscula que fuera.
               -Jamás te he visto decirles ni media palabra a tus amigos sobre sus ligues. Y sin embargo, hoy con Karlie…
               -Ah. Karlie. Ya-me di la vuelta hasta quedar con la espalda completamente pegada al colchón y me froté la cara-. Mira, nena, entiendo perfectamente que desde tu posición de…-casi le suelto algo de coña, pero logré contenerme a tiempo- oprimida, te haya ofendido lo que he hecho. Y te pido perdón si ha sido así. Pero no puedo llevarme otra bronca. Ahora mismo no.
               -No me ha ofendido que te hayas puesto en modo machito territorial homófobo en casa. Aunque si te soy sincera, evidentemente, habría preferido que no lo hicieras, pero-se encogió de hombros-. Un desliz puede tenerlo cualquiera. Yo tampoco soy perfecta-se llevó una mano al pecho-. Lo que no quiero es que sigas por este camino.
               -Que es…
               -Alec-Sabrae suspiró, cansada, y en su voz escuché a mi madre, no a mi novia. Fue el típico suspiro de “no puedo más”, no a los que me tenía acostumbrado de “no pares, por favor”-. Te estás comportando como si les tuvieras tirria a tus amigos.
               -Bueno, pues no lo hago-me defendí-. Los quiero un montón. Ya deberías saberlo.
               -Ajá. Y lo hago. La cuestión es, ¿se te ha olvidado a ti, por la razón que sea?
                La miré.
               -¿Qué quieres decir?
               -Quiero decir que la manera en que bajaste a por las chicas fue… horrible. Era como si te estuvieran molestando de verdad, y me pregunto-sacudió la cabeza, clavó la vista en sus manos-. Bueno, me pregunto si una parte de ti no estaría cabreado porque oírlas significaba que no podías fingir que tú y yo estábamos solos.
               Fue ahí cuando lo supe. Le darían un Nobel, posiblemente dos. Si fueran mínimamente listos, le darían cincuenta cada año, pero los suecos no estaban tan avanzados, por mucho servicio que le hicieran a Europa a través de Eurovisión. Era increíble la manera en que ella podía leer en mí mejor de lo que me leía yo mismo, cómo veía dentro de mi ser con la misma claridad que si estuviera sentada frente a un cuadro, justo en el ángulo desde el que el pintor querría que se contemplara. Me había sentado para hablar con ella, decirle que no era así, que simplemente me había molestado que no nos dejaran dormir después del día de locos que habíamos tenido, y que necesitábamos descansar para el siguiente, pero la realidad era que Sabrae tenía razón. Sabrae siempre tenía razón.
               Lo que verdaderamente me había molestado de Tam y Karlie teniendo sexo en la habitación de abajo ni siquiera era el hecho de que lo estuvieran haciendo salvajemente y yo no, o que no me dejaran dormir, sino que estuvieran tan endiabladamente presentes que me resultara imposible ignorar que la casa estaba llena de gente.
               Una casa que yo había deseado disfrutar a solas con Sabrae, en la que había querido follármela en cada esquina.
               -Vas a tenerme toda la vida para follarme en cada esquina de esta casa-me había prometido, pasándome una pierna por encima de las mías, tomándome del rostro y acercándose mi cara para darme un suave beso en los labios. Habíamos vuelto a tumbarnos, y de alguna forma, ella estaba casi tan encima de mí como cuando tomaba el control del polvo. Me acarició las piernas con el pie-. Deja de agobiarte como si fueras a vender esta casa, o a dejarme en cuanto volvamos a Inglaterra. Porque no vas a dejarme, ¿verdad?-coqueteó.
               -Nunca-le respondí, muy serio. Una sonrisa sensual le atravesó la cara.
               -Mi hombre-ronroneó con posesividad, y su muslo rozó mi entrepierna. Sabrae se mordió el labio, recorriéndome la mandíbula con la yema de los dedos, marcándome con medias lunas que encajaban con sus uñas-. Tan obsesionado conmigo que es incapaz de dejarse disfrutar del resto de gente a la que quiere.
               Me besó en los labios y su mano fue bajando por mi torso hasta llegar a mi entrepierna. La metió dentro de los calzoncillos y yo jadeé.
               -Me apeteces-gorjeé, besándole la sonrisa satisfecha que esbozó al notarme duro y listo para ella.
               -Y tú a mí-contestó, alcanzando mi polla y rodeándola con los dedos. Presionó suavemente y empezó a mover la mano, recorriendo toda mi envergadura mientras nuestro beso se volvía voraz, invasivo.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Paréntesis.

 
¡Hola, flor! Probablemente te sorprenda terminar de leer este capítulo mucho antes que los otros. Eso se debe a que no quería dejarte esperando hasta el jueves (¡que ya es 23 otra vez!) para subir uno nuevo, así que toca algo un poco más breve que me permita hacer que pasen cositas interesantes en el Día Oficial de Sabrae™. ¡Disfruta, y hasta el jueves que viene! ᵔᵕᵔ

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Al sonido de una pieza de cristal estrellándose contra el suelo y resquebrajándose en un millar de añicos le siguió un grito tan agudo que bien podría haber destrozado los restantes cristales de la casa. Yo di un brinco en el sitio, pero Alec apenas se inmutó: simplemente exhaló un suspiro cansado por la nariz que se deslizó por mis labios, se relamió los suyos, y se giró para mirar al piso superior.
               No pude evitar recorrer con adoración la silueta de su rostro, el filo de su mandíbula, la protuberancia de la nuez de su garganta… y comprendí a la perfección por qué se había enfadado en Capri. Sus amigos apenas llevaban unas horas en la casa y yo ya me moría de ganas de que se fueran por donde habían venido y nos dejaran solos.
               La sesión de limpieza había sido una absoluta locura más por la cantidad de gente que había en casa y la forma en que nos chocábamos constantemente los unos con los otros que por las tareas que había que hacer, más bien pocas, en realidad. Que hubiera doce personas en una casa que normalmente ocupaban 5 era todo un caos, y que los muros hubieran resistido la actividad de un equipo de fútbol con entrenador incluido todavía me parecía un milagro. Organizarnos para comer habría sido aún más traumático de no haberse plantado Alec en medio de la cocina, haber puesto un plato sobre la mesa y haber ordenado que todo el mundo echara lo que estaba dispuesto a gastarse para comer. Con ese dinero pidió lo que le pareció en la pizzería del pueblo, a la que tuvimos que ir a recoger el pedido ya que, de tanto como era, no se fiaban del repartidor para ir por ahí con tanta pasta.
               El único respiro que habíamos tenido él y yo después de ese día de locos acababa de terminarse, al parecer. Después de terminar con la comida, todos apelotonados en la terraza al ser el único sitio en que podíamos estar juntos con un mínimo de respeto al espacio personal que cada uno requería, sus amigos habían insistido en que nos fuéramos un rato al piso de abajo mientras ellos limpiaban, ya que “era lo mínimo que podían hacer por abrirles Alec las puertas de su casa”.
               Alec me dedicó la mirada de un cachorrito abandonado durante un par de segundos, los que tardó en darse cuenta de que, efectivamente, tal y como me había dicho antes de que dejáramos de estar solos, yo no iba a poder hacer nada con tanta gente en casa. Así que, en lugar de detenernos en su habitación, seguimos bajando las escaleras, nos sentamos en el sofá, y nos dedicamos a besarnos mientras escuchábamos el ruido de la casa atestada de gente que se preparaba para la tarde. Era lo máximo a que podía aspirar conmigo, sobre todo teniendo en cuenta que ya nos habíamos enrollado hasta los límites que imponía la ropa en otras ocasiones, nunca sin pasar más allá de lo que permitía el decoro.
               El Alec de mi presente desencajó la mandíbula, pasándose la lengua por las muelas, decidiendo si debía intervenir o no. A pesar de que adoraba a sus amigos y era plenamente consciente de que iba a morirse de añoranza cuando se marchara a África, y probablemente lamentara hasta lo más hondo de su alma no haber aprovechado al máximo el tiempo con ellos, en este momento le apetecía mandarlos de vuelta a casa de una patada en el culo.
               Asintió con la cabeza y se levantó con cansancio del sofá, frotándose la cara y suspirando de nuevo.
               -Joder, no me puedo creer que tenga que ser yo el que ponga orden-gruñó por lo bajo, y no pudo evitar echarse a reír ante lo irónico de la situación: a pesar de ser el mayor del grupo, y por lo tanto el que debería predicar con el ejemplo, Alec era responsable de la inmensa mayoría de tonterías que habían hecho sus amigos. Bien porque siempre se le ocurrían las ideas más surrealistas, o bien porque era incapaz de echarse atrás en un reto aunque le fuera la vida en ello, el caso es que si los nueve de siempre se habían metido en algún lío, era prácticamente imposible que Alec no estuviera involucrado en él. Si no era el cerebro, era el ejecutor, igual que un padre travieso que no sabe decirles que no a unos hijos que no hacen más que aprender de él.
               Habría hecho buena pareja con Bey precisamente porque ella era justo lo contrario a él: analítica, prudente, y se lo pensaba mucho antes de lanzarse a la piscina. Si no fuera por Bey, Alec se habría matado antes de cumplir los nueve años.
               Y si no fuera por Alec, el mayor riesgo que habría asumido Bey en toda su vida sería descargarse un bloqueador de anuncios para los vídeos inspiradores para estudiar de Youtube.
               Me miró un segundo por el rabillo del ojo, recorriéndome un momento para recordar por qué estaba aguantando lo que estaba aguantando (porque había sido idea mía, y había conseguido convencerlo de que no era una de las malas que yo tenía a veces, una vez cada conjunción astral) y echó a andar en dirección al piso de arriba.
               Escuché el silencio gélido de las chicas en las habitaciones cuando oyeron las escaleras crujiendo bajo el peso de Alec.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Dejarse llevar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que no me lo iba a poner nada fácil, y precisamente por eso llevaba recolectando sus momentos de buen humor como preciados tesoros que más tarde exhibiría en una exposición privada ante los visitantes más exigentes…
               …pero no pude evitar que se me escapara un suspiro de agotamiento. Entendía que le preocupara la moto, y tenía todo el derecho del mundo a no querer acercarse a una en lo que le quedara de vida, pero ¿realmente era necesario todo esto? Tampoco era para tanto. Habíamos hecho cosas más arriesgadas antes (por ejemplo, follármela en un balcón, con mis manos siendo lo único que impedían que cayera al vacío), y a los dos nos había puesto como motos. ¿Por qué no podía, por una vez, ponerme las cosas fáciles?
               Le había prometido que le enseñaría la isla entera, y el pueblo era sólo una diminuta parte de ésta. No esperaría en serio que nos pasáramos las vacaciones al completo metidos en un bus.
               Además, por mucho que lo entendiera, me reventaba que me estuviera montando un pollo delante de Niki. Si bien sabía que a él le gustaba Sabrae, también sabía que era malo guardando secretos, y todos en la isla estaban deseando conocer los trapos sucios de la extranjera que yo había traído para que, a su modo de ver, ocupara el puesto de Perséfone. Ni siquiera la más educada de las princesas tendría posibilidades contra Pers, pero si encima Sabrae se cabreaba así…
               No quería que pensaran mal de ella. No porque fueran a decirle algo o porque le importara algo lo que pensaran, sino porque no se lo merecía. De modo que di un paso hacia ella y, juntando las manos, le pedí:
               -¿No podemos siquiera hablarlo?
               -¿De qué quieres hablar, exactamente? ¿Del cabezazo que te debes de haber pegado esta noche para que creas que voy a dejar que te acerques a esa cosa endemoniada? ¡Porque dudo que hablarlo lo solucione!
               -La moto es el mejor medio para movernos por…
               -¡ME DA IGUAL!-bramó, inclinándose hacia delante para vomitar aquel grito como si fuera un rayo láser saliendo de su cuerpo para derrotar al villano. Joder.
               No debía entrarle al trapo. Si le entraba al trapo, tendríamos una bronca muy gorda, y no nos lo podíamos permitir aquí. Podía sentir la mirada de Niki entre las sombras, escuchando con atención para desgranar todo lo que Sabrae me estaba chillando.
               -Vale, Saab… a ver, entiendo que no te haga gracia, pero es la única manera que tenemos de movernos por la isla. Te prometí que te la enseñaría, y éste soy yo cumpliendo mi promesa. No tiene que haber ningún problema. Lo tengo todo bajo control.
               O eso esperaba. Nunca me había pasado tanto tiempo sin conducir; esperaba que fuera como andar en bici y nunca se olvidara, aunque prefería no pensar en esa incómoda sensación en la parte baja del vientre, como si tuviera una piedra tirando de mis entrañas.
               -¿¡Que no supone ningún problema!? ¡Alec, tuviste un accidente! ¡CASI TE MATAS! ¡ESTUVISTE EN COMA! ¡Te quitaron medio pulmón!
               -Ni siquiera llega a un cuarto lo que me quitaron, no seas exagerada, Sab… bombón-me corregí, porque estaba notando la cadencia sarcástica en mi voz que bien podía hacernos caer por el precipicio.
               -¡NI BOMBÓN NI HOSTIAS, ALEC! ¡ESTUVISTE EN COMA!
               -¡Tuve mala suerte, eso es todo! No va a pasar nada. ¿Cuáles son las posibilidades de que pase algo ahora, la primera vez que vuelvo a subirme a una moto después de tanto tiempo?-me fulminó con la mirada, pero me pareció que se aplacaba un poco, porque tenía razón: la gente que sobrevive a accidentes de avión no deja de coger aviones, precisamente porque las probabilidades juegan a su favor: si están en un accidente y no les pasa nada, ¿cómo van a vivir dos?-. Tarde o temprano iba a volver a subirme a una moto, así que, ¿por qué no ahora que la necesitamos? Es el momento. Además, te pareció bien que arreglara la mía. Tenías que saber que en algún momento, esto pasaría, ¿no?
               -¡QUE LA ARREGLARAS!-me recordó, señalándome con un dedo acusador-. ¡Que la arreglaras, Alec! ¡Ibas a tardar bastante en ponerla a punto, así que...! ¡No contaba con que fueras a subirte a una justo ahora, cuando ni siquiera hace un mes de tu alta!
               -Han pasado casi dos meses.
               -¡ME DA ABSOLUTAMENTE IGUAL!-tronó-. ¡ALEC, TE JURO POR DIOS QUE COMO LA ARRANQUES NO TE VUELVO A DIRIGIR LA PALABRA! ¡No voy a volver a…!-se le quebró la voz y se le inundaron los ojos, recordando lo que habíamos pasado ambos por mi accidente. Ella se había llevado la peor parte: puede que yo estuviera lleno de cicatrices de por vida, pero por lo menos no me había enterado de lo que había pasado. No había estado a mi lado, tratando inútilmente de despertarme, durante una larguísima semana. No había presenciado mis ataques de ansiedad y mis negativas tajantes a buscar ayuda.
               Contra eso era contra lo que se revolvía Sabrae. Contra la posibilidad, siquiera remota, por muy ínfima que fuera, de volver a pasar por aquello.
               -Haz lo que te dé la gana-escupió por fin-. Pero yo no pienso subirme ahí. No pienso participar en tu… lo que sea que sea esto-agitó la mano en el aire y negó con la cabeza.
               -No hemos venido porque a mí me apetezca hacer unos caballitos para hacerme el guay con la moto, Sabrae. Hemos venido porque la necesito para enseñarte la isla.
               -Pues no pienso subirme ahí-sentenció, cruzándose de brazos. Contuve un gruñido de frustración; era terca como una mula.
               Pero yo lo era más. Podía ver que estaba asustada ante la posibilidad de que volviera a pasar algo, que ella no quería jugársela… y sólo necesitaba un empujoncito para volver a creer, para volver a ser mi Saab valiente.
               No la había traído a Mykonos para quedarnos en el pueblo. Quería enseñársela entera, de cabo a rabo, y la moto era necesaria. Tenía que hacerle ver que lo necesitábamos, que las vacaciones no estarían completas sin ella, que no podría cumplir mi promesa si no cedía en esto.
               Pero, para eso, necesitaba acercarme. Ya habría distancia suficiente entre nosotros cuando me fuera de voluntariado; aquel viaje era, precisamente, para no separarnos.
               Así que di un par de pasos para acercarme a ella, y comprobé con alivio que no se apartó de mi lado. Disgustada como estaba, también se había dado cuenta de que lo estábamos enfocando por el lado equivocado.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Limón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Saab apoyó el codo en la mesa y clavó la vista en el mar hecho de ónice cuando vinieron a recoger los platos.
               -¿Todo a vuestro gusto, Alec?-me preguntó la camarera en griego, sin molestarse siquiera en usar el inglés para que Sabrae la entendiera, aunque no era para menos: desde que nos habíamos sentado, mi chica se había esforzado en llamar la atención lo menos posible.
               Y eso me parecía divertidísimo, ya que había tirado de mis hilos para conseguir que nos reservaran una mesa en la terraza del restaurante más pijo de todo el pueblo, al que venían los ricachones a regodearse tras un día de compras en los que sus mujeres habían asegurado la economía de la isla entera durante, al menos, un par de años más; y con el que muchas de mis amigas soñaban que las invitaran para que les pidieran allí la mano, en alguna de las mesas que se esparcían por el mirador con forma de ostra igual que si fueran perlas. Estábamos en el sitio más visible del restaurante, y participábamos de la vista igual que los demás.
               Lo cual hacía muchísimo más difícil para Sabrae disimular sus gemidos y la forma en que sus caderas se rebelaban contra ella, buscando una fricción con la que la incitaba el vibrador por control remoto que llevaba.
               Y del que yo, por supuesto, tenía el control.
               -Estaba todo genial.
               -Os ha quedado un poco-observó, señalando las fuentes de cerámica con dibujos en azul en los que aún quedaban biscotes con montañitas de foie y manzana caramelizada, cucharitas con gambas sobre mayonesa, aceitunas especiadas, daditos de queso, y pimientos rellenos de queso feta-. ¿Os lo pongo aparte para que os lo llevéis a casa?
               La verdad era que la mayoría de lo que me lo había comido yo, primero porque estaba famélico de tanto sexo como habíamos tenido mi chica y yo, y segundo porque ella estaba demasiado ocupada asiéndose a los bordes de la mesa como si le fuera la vida en ello como para poder meterse algo en la boca. Ahora mismo sólo le apetecía llevarse una cosa, y por mucho que a mí me entusiasmara la idea, sabía que si lo hacíamos mamá me mataría, ya que no podríamos volver a salir de casa en Mykonos durante los siguientes 120 años.
               -Pues mira, ya que lo dices, te lo agradecería un montón, Calíope-sonreí, arqueando las cejas. Sabrae me miró de reojo, pero cruzó las piernas con más fuerza, sonrojándose todavía más de lo que ya lo estaba. Una ligerísima película de sudor le cubría la piel de un fulgor que me moría por lamer, pero me estaba divirtiendo tanto viendo cómo luchaba, con apenas éxito, contra sí misma, que merecía la pena reprimir mis instintos más bajos.
               -No es nada-respondió, apilándose las fuentes en el brazo-. Enseguida os traigo los principales, ¿vale?
               -No hay prisa. Tienes el restaurante a tope-comenté, haciendo un gesto con la cabeza hacia el resto de la sala. Sabrae siguió mi gesto con la mirada, se giró lo suficiente como para echar un vistazo alrededor, y se giró de nuevo rápidamente, notando que le ardía hasta la espalda. No es coña. Vi cómo se sonrojaba por todo el cuerpo-. ¿Son por mis reseñas en internet, tal vez?
               Calíope se echó a reír.
               -No nos va mal, la verdad. Espero que dure. La universidad es cara.
               -Mm. Es un coñazo tener que ir al continente.
               -Pues sí, y el alquiler del piso no se paga solo.
               -Bueno, menos mal que vamos a llenar un poco la hucha esta noche Saab y yo-le guiñé un ojo y Calíope se echó a reír.
               -Nunca está de más un par de euros extra-respondió-. ¿Te importaría…?-preguntó, cambiando al inglés con un suave acento que era prácticamente imperceptible para los griegos, pero que yo como nativo podía distinguir perfectamente, para dirigirse a Sabrae. Sabrae la miró con ojazos de cervatillo pillado en medio del bosque por un lobo, y retiró los codos de la mesa para que Calíope pudiera retirarle los platos con comodidad-. Gracias-sonrió la griega.
               -Gracias a ti-farfulló Sabrae, apartándose apresuradamente el pelo tras la oreja y clavando los ojos en el hueco vacío en la mesa frente a ella. Esperó a que se fuera para comentar-. Dios mío, creía que no se iba nunca. Le has dado conversación sólo por fastidiarme, ¿a que sí?
               -No tengo ni idea de qué me hablas, nena-respondí, dando un sorbo de mi copa de vino y dedicándole mi mejor sonrisa torcida. Sabrae puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio, y sacudió la cabeza-. ¿Qué? Estás muy callada esta noche. Cualquiera diría que hace apenas un par de horas querías someterme a un interrogatorio exhaustivo para descubrir mis más oscuros secretos-me reí, cogiendo la botella de vino y rellenándole la copa-. Tendré que sacarle conversación a alguien para no aburrirme. O puede que, tal vez…-comenté, cogiendo el móvil de encima de la mesa. Sabrae se puso pálida, y luego, colorada-. Quizá necesites un aliciente.
               -Alec-gimoteó, pero yo ya había entrado en la aplicación del vibrador y se lo había activado. Sabrae cuadró los hombros, estiró la espalda y jadeó, el calor subiéndole desde los muslos hasta la cara, y explotando en un fuego artificial del color de la bandera china.
               Se tiró del vestido que llevaba puesto, el que se había comprado en el barco, para disimular la manera en que sus caderas la abandonaron una vez más. Joder, adoraba esa parte de su anatomía en particular, pues era el único rincón que siempre había hecho lo que yo quería y no lo que quería ella. Incluso cuando ella se empeñaba en decirme que no y negarme lo que yo más deseaba, sus caderas siempre me habían suplicado que les diera todo de mí. Absolutamente todo.
               Reduje la intensidad de la vibración hasta detenerla del todo, y me mordí el labio, conteniendo una sonrisa. Noté cómo la lengua se me paseaba por los dientes, algo en lo que yo nunca me había fijado que hacía hasta que Sabrae no me lo dijo.
               -Pareces un león salivando al mirar una cebra herida.
               -Puede que lo sea-le había respondido, y los dos nos habíamos echado a reír antes de enrollarnos de la forma más sucia que lo habíamos hecho en mucho tiempo.
               -Apuesto a que ya no te parece tan buena idea lo de llevarlo en sitios públicos-comenté, haciendo girar el móvil en la mesa, como si fuera una peonza. Sabrae me miró, jadeando, intentando normalizar su respiración. Creo que nunca había hecho que una chica tardara tanto en correrse…
               … lo cual había sido un tremendo error por mi parte.
               -Con lo que no contaba es con que  fueras tan hijo de puta-respondió, todavía con la voz al borde del gemido, en ese tono tan delicioso que siempre me regalaba los oídos cuando estaba dentro de ella, esmerándome en darle el placer que se merecía y que yo ansiaba. Me incliné hacia delante, sonriéndole, emborrachándome del excitación que empapaba su alma y que yo podía percibir, con la que podía fantasear.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Cadena perpetua.

¡Pss, pss! No te asustes, pero estás a punto de empezar a leer el capítulo 200 de la novela. Quería darte las gracias por haber llegado hasta aquí, no importa si llevas desde 2012, 2017 o la semana pasada. Cada comentario, cada tweet, cada mensaje y cada voto han hecho posible que hoy estemos las dos aquí.
bueno, las tres


Por 200 capítulos más!! 


(A poder ser, no exclusivamente en Sabrae JSJSJJSJSJS)🥂


Tamborileó con los dedos en la mesa, una sonrisa nerviosa pintarrajeándose poco a poco en su boca. Sentí que la tentación de decirle que mejor lo olvidara y que su historial no importaba, que su pasado ya había pasado y ya sabía todo lo que necesitaba saber de él, que lo que hubiera hecho no le definía, pero supe que aquello sería cobardía. Él había escuchado las peores cosas de mí y no había vacilado lo más mínimo en asegurarme que mis sentimientos eran válidos, que mi vida merecía que la escucharan, y que los celos que sentía escuchándome hablar de los que le habían precedido sólo hacía que mi amor fuera más dulce, igual que la miel alivia más tras una comida especialmente picante.
               Cuando le pedí que me hablara de Perséfone, había asentido con la cabeza, inclinándose hacia atrás en la silla, pegando la espalda al respaldo y cuadrando los hombros como si estuviéramos en una sala de interrogatorios, yo llevara una placa y a él lo hubieran pillado intentando meter droga en el aeropuerto.
               Abrió la boca, tomó aire, la volvió a cerrar, y frunció el ceño. Se había relamido los labios y había jadeado una risa nerviosa, de ésas que exhalaba cuando me vacilaba y yo le vacilaba más fuerte, lo suficiente como para que no supiera qué contestarme, y se había hundido un poco en la silla, espatarrándose.
               Cuando se pasó una mano por el pelo, ya no lo pude soportar más. Necesitaba preguntarle. La tensión de no saber qué era lo que estaba pensando, ya que se había vuelto más opaco que el muro de Berlín en plena posguerra, me estaba matando. Jamás me había sentido así con él desde que habíamos empezado lo nuestro: en el momento en que me había abierto de piernas para él, Alec me había abierto su corazón, y yo le había leído mejor que a nadie.
               Hasta ahora.
               -¿Qué pasa?-pregunté-. ¿Demasiado que contarme? Soy más fuerte de lo que parezco-alcé una ceja y levanté el mentón, altiva. Puede que fuera a hacerme un daño tremendo, pero me prometí a mí misma que no dejaría que se me notara. Le había pedido que me lo contara, habían usado a Perséfone como arma arrojadiza hacia mí, y le había fastidiado la noche a Alec. Tenía que saber a qué me enfrentaba, no importaba si era una mariposa o un titán.
               Además, no era tonta. Sabía de sobra qué era lo que predominaría en la historia de Alec y Perséfone: placer. Placer en todas sus formas: borracheras, noches de fiesta, juergas hasta el amanecer, tardes disfrutando de ese paraíso cuyo idioma ambos compartían, y… sexo. Sexo, sexo, sexo. Muchísimo sexo.
               Alec volvía demasiado radiante de Grecia como para que aquel brillo fuera sólo por el sol. Era el tipo de fulgor que sólo una mujer puede dejar en un hombre, y se me encogió el estómago al darme cuenta de que era eso, precisamente, lo que había pasado siempre, la atracción que había sentido hacia él cuando regresaba de Mykonos: la llamada que había escuchado en mi interior no era más que el eco de los gritos de Perséfone mientras alcanzaba incontables orgasmos con él. Mientras él hacía que los alcanzara.
               Hay algo intangible que tienen los chicos que follan bien. No sabes muy bien qué es, ni tan siquiera eres consciente de que estás reconociendo a uno: simplemente la manera en que hacen disfrutar a las chicas impregna su piel de tal forma que se convierte en parte de ellos, una parte que sólo tu subconsciente es capaz de percibir, pero de la que se hace prácticamente imposible escapar.
               Por supuesto, Alec era perfectamente consciente de que yo me esperaba mucho sexo de su historia con Perséfone, así que sus dudas y su cuidado no hacían más que colocarme al borde del precipicio. ¿Estaba dándose cuenta de que había sido tanto? ¿Demasiado, quizá? ¿Lo suficiente como para sentir que debía avergonzarse, o que los demás hacían bien burlándose de mí porque era imposible que estuviera a la altura de Perséfone, incluso cuando apenas podíamos parar de hacerlo?
               -No es eso, nena-negó con la cabeza, riendo de nuevo, pero esta vez esta risa fue un poco más atractiva, más aliviada y menos nerviosa. Era Alec sabiendo que, a pesar de que lo habían cazado con las manos en la masa, tenía carisma de sobra para salir airoso de cualquier asunto-. Es que…-se pasó una mano por el pelo y se encogió de hombros, dejándola caer sobre la mesa, lo suficientemente cerca de la mía como para dejarme claro que quería cogérmela y salvar la distancia que sentía que nos separaba, pero no lo bastante como para que yo sintiera la obligación de cogérsela. Tenía derecho a estar molesta con él, era lo que me decía. Tenía derecho a cabrearme por todo lo que se había callado, sobre todo después de mi sinceridad sin tapujos.
               Como si mi sinceridad no fuera en parte producto de mi corta vida sexual. Comprendía a la perfección que Alec se hubiera callado ciertas cosas: no sólo por respeto a mi ego, sino también porque es mucho más complicado comerse hasta el último bocado en un banquete que de un simple tentempié.
               -… no sé muy bien cómo empezar-admitió, girando la mano de forma que su palma quedara hacia arriba, a la vista de todos los reunidos en aquella habitación: dioses, mortales, y fantasmas del pasado-. Y no sé si sería mejor para ti que vaya directamente a lo que te interesa o que te prepare un poco el terreno.

martes, 23 de noviembre de 2021

Sagitarios de primavera.

¡Gracias por la espera, flor! El capítulo de hoy es un pelín más cortito que los demás, espero que merezca la pena Nos vemos de nuevo el domingo, ¡disfruta!  

¡Toca para ir a la lista de caps!

Lo primero que noté fue la mezcla de sonidos, una mezcla de los que eran mis dos sonidos preferidos por separado, y entre los que nunca había pensado en hacer un ránking hasta ese momento: la respiración de una chica a la que yo conocía mejor que a mí mismo, y la sinfonía de los árboles desperezándose, las olas rompiendo en la parte baja del pueblo, y las gaviotas surcando el aire, siguiendo las estelas de los primeros barcos que salían a navegar.
               La respiración de Sabrae.
               La música de Mykonos.
               Todavía no me había dado cuenta de lo extraña que era la mezcla cuando me volví consciente de la luz del sol acariciándome los párpados, animándome a levantarme como siempre hacía con independencia de la distancia que hubiera entre el ecuador y yo.
               Y luego, los olores. La mezcla perfecta del mar y el aroma de los limoneros con la esencia de Sabrae, a frutas y sexo.
               ¿Sabrae… en Mykonos?
               Debía de tener el cerebro medio dormido si pensaba que ella estaba allí. Llevaba demasiado tiempo soñando con despertarme a su lado en mi isla como para que aquello hubiera llegado y yo no…
               Oh.
               ¡Oh!
               ¡OH!
               Abrí un ojo y me encontré con sus pestañas temblando ligeramente mientras continuaba durmiendo tan tranquila, de espaldas a la ventana, con una pierna encima de mis caderas, el pelo alborotado a su alrededor, convirtiéndola en un cuadro impresionista, en una diosa de las tormentas más oscuras que, sin embargo, eran las que se aseguraban de que los marineros extraviados volvieran a puerto. Pequeñas estrellas moradas, azules y rosas le poblaban la melena, las florecitas de la hortensia que no le habíamos quitado. Se nos habían caído encima como una lluvia de pétalos, polen y perlas de colores, ajenas a todo lo que había pasado entre nosotros, no haciendo el más mínimo caso de la actividad a la que nos habíamos visto abocados.
               Se me dibujó una sonrisa boba al pensar en ella moviéndose encima de mí la noche anterior, todavía con las manos marcadas allí donde la había atado fuerte con mi corbata. Lo bien que se había movido, las ganas que le había puesto a ese polvo, la forma en que me había convertido en suyo incluso cuando me había cedido todo el control, entregándose con un entusiasmo que pocas veces había igualado.
               Parecía mentira que aquella mujer con la que había recorrido los caminos y desvelado los rincones más ocultos del placer carnal fuera la misma chica que ahora dormía plácidamente a mi lado, a pesar de que ambas estaban desnudas y compartían el mismo cuerpo, la misma cara preciosa y perfecta que ahora sonreía con la tranquilidad de quien sabe que tiene a todo el universo a sus pies.
               Recordé entonces por qué habíamos llegado a aquel punto, qué necesidad nos había empujado a ir subiendo y subiendo hasta salvar el límite de las nubes y reconocer ese cielo cargado de estrellas, y se me empañó un poco la felicidad. Parte de la culpa de que lo hubiera pasado mal en Grecia era mía; debería haberle advertido lo que había, debería haberle dado más importancia a Perséfone de la que se la daba, debería haberme dado cuenta de que todo lo que había vivido en Mykonos era con mucha más gente, y no en soledad, como siempre se lo había pintado inconscientemente a Sabrae, dibujando rostros difuminados en un cuadro en el que lo único nítido éramos la isla y yo.
               Pero, la verdad, me duró poco la tristeza. Tenerla así, enredada conmigo de una forma en la que nunca había estado ninguna chica, ni siquiera en aquella cama, me hacía darme cuenta de que habíamos superado un hito más en nuestra relación. Aunque yo era humano y por tanto lleno de defectos, ella era una diosa cuya divinidad me protegía como un paraguas. No nos iba a pasar nada. No nos pasaría en Mykonos, y tampoco cuando me marchara de voluntariado.
               No pienses en eso ahora, me dije, detestando una vez más lo imbécil e individualista que había sido cuando tomé la decisión de marcharme. No podía enfadarme conmigo mismo; no, si era yo el que había puesto esa sonrisa en el rostro de Sabrae. No, si era yo el que había hecho que su cuerpo brillara de esa forma. No, si habían sido mis manos las que habían enmarañado las flores en su melena.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Medusa.

¡Hola, flor! Antes de que se me olvide, y como soy partidaria de dar las malas noticias antes que las buenas, hoy te traigo una: La semana que viene, es decir, el domingo 14 es bastante posible que no haya capítulo. La razón es que me voy de viaje de fin de semana, y me va a ser difícil compaginar el estudio de la oposición con preparar las maletas y escribir. No obstante, intentaré sacar algo, pero dado que las posibilidades de que tardemos en volver a vernos son altas (95 frente a 5, diría yo), prefiero avisarte para que te pongas en lo peor y darte una sorpresa agradable a que sea al revés, y me estés esperando y esperando para luego decepcionarte diciendo que no tengo nada y que nos vemos a la semana siguiente. De nuevo, intentaré escribir algo para no dejarte colgada hasta el día 23, pero no te prometo nada. Tengo unos horarios infernales y estoy hasta arriba de trabajo, así que prefiero ponerme con Sabrae y Alec cuando realmente tenga tiempo y capacidad cerebral para dedicarles la intensidad que se merecen.

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Voy a ser un verdadero hijo de puta admitiendo esto que incluso me da asco a mí mismo, pero prefería mil veces las cosas que se me pasaron por la cabeza cuando me encontré a Sabrae llorando sola en aquel mirador bajo que la que me lanzó como una granada a punto de estallarme a la cara. Y eso que todas eran mil veces peores que lo que me preguntó y el camino que me hizo tomar pero, ¿qué puedo decir? Soy un puto egoísta de mierda.
               Prefería todo lo que había pensado porque sabía que tenía mejor solución para mí. Si le habían molestado, si le habían dicho algo, incluso si la habían tocado sin su consentimiento, yo podría explotar como me apeteció en aquel momento: abriéndole la cabeza a alguien. En el breve lapso de tiempo que pasó entre que la vi y le pregunté lo que sucedía, una hilera de nombres y caras desfiló ante mi cabeza. Podría haber sido cualquiera, pero algo me decía que Dries era culpable. Él siempre me había desafiado cuando estaba con Perséfone, como si le divirtiera tratar de enfrentarnos para, así, también, conseguir liarse con ella, y que yo me quedara con Chloe, a quien el hacía una campaña que me hacía pensar que más que primos, eran amantes.
               Una palabra de Sabrae serviría para que fuera a por él y me asegurara de que no lo contara, bien por quedarse sin dientes o bien porque le metería tantos golpes que, por fuerza, se le metería el miedo en el cuerpo.
               Con lo que no contaba era con que Sabrae me diera un nombre contra el que yo apenas podía hacer nada.
               O eso pensaba yo.
               -¿Era tu novia?-me preguntó con un hilo de voz, como si cada palabra le costara un esfuerzo que no podía permitirse, como si cada letra fueran diez kilómetros buceando en la fosa más profunda del océano.
               Yo ya sabía a quién se refería. Era imposible no saberlo, dada la manera en que le estaban dando la tabarra con ella. Pero quería que me dijera su nombre. Necesitaba que me dijera su nombre para saber que no estaba equivocado, que lo que iba a hacer era lo correcto, que iría a por la persona indicada.
               -¿Quién?
               Apenas había un par de metros de distancia entre nosotros, pero de repente fui plenamente consciente de todo lo que se estaba concentrando allí, los miles de cuatrillones de átomos que había entre los dos, la infinidad de segundos eternos que convertían aquellos centímetros en años luz. Todos los veranos que habíamos pasado separados, cada vez que mi presencia había molestado a Sabrae, cada vez que ella había puesto los ojos en blanco después de mirarme y yo me había reído al notar su irritación.
               La había lanzado de cabeza a contemplar un pasado en el que ella nunca había participado esperando que se moviera en él como pez en el agua, que reconociera en la noche unas constelaciones bajo las que nunca había podido observarme. Y a un estanque de tiburones.

domingo, 31 de octubre de 2021

Extranjera.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Alec se mordió el labio, conteniendo una sonrisa cargada de lujuria, cuando me crucé con él recién salida del baño, envuelta en una toalla que apenas lograba cubrirme los pechos y descender a la vez dos dedos por debajo de mis muslos, dejando muy poco a la imaginación, una imaginación que él tenía muy vívida, y que combinada con su memoria podía ser fatal.
               -Ni se te ocurra-le dije, reconociendo perfectamente esa mirada e ignorando el hecho de que no era ni la primera vez que se la veía ni yo era la única a la que se la había dedicado en su vida: era la típica mirada de Alec, la típica mirada de mi hermano, la típica mirada de los chicos que salían por la noche sabiendo que la cama de sus casas no sería la única que visitarían. Lo mucho que había cambiado todo en apenas unos meses, la manera en que había pasado de detestar esa mirada a anticipar la promesa que había en ella.
               Alec inclinó la cabeza a un lado, mordiéndose el labio.
               -Que no se me ocurra, ¿qué?-preguntó, juguetón, y yo contuve las ganas de echarme a reír. Porque sí, la verdad era que a mí me apetecía jugar, pero teníamos responsabilidades que atender. Que Iria nos hubiera invitado a su boda era todo un detalle, y yo tenía mucho que hacer para conseguir estar a la altura. Todo el pueblo estaría allí, y yo tenía el listón demasiado alto como para dejarme llevar por mis impulsos, por muy fuertes que fueran y apetecible quien me los provocaba.
                -No tenemos tiempo para eso, Al-negué con la cabeza y me llevé una mano al turbante con el que me había envuelto el pelo para que no me chorreara por la espalda cuando amenazó con caerse, desparramando así mi melena. No tenía ni un segundo que perder, ni siquiera recolocándome el pelo.
               Había lavado a mano el vestido que pretendía llevar esa noche y lo había colgado en el patio trasero, en el que el sol debería estar secándolo, pero de poco servían mis previsiones si Alec se dedicaba a distraerme. Él lo tenía tan fácil… todo el mundo estaba encantado de verlo (sentimiento que yo, por supuesto, compartía), y con cualquier cosa que se pusiera ya estaba increíble; podía permitirse pensar en otras cosas.
                Además, el sexo para él no era saciante, sino todo lo contrario: cuanto más conseguía, más quería. No me cabía duda de que esas ganas venían de todo lo que habíamos hecho en la ducha, apretujados el uno contra el otro, piel con piel, curvas y ángulos, los dos enredados en una maraña que habíamos formado para, supuestamente, ahorrar tiempo (“y agua”, había coqueteado él).
               Yo, en cambio, tenía que permanecer centrada. Cuando salió de la ducha y me dejó un poco de espacio para pensar, mi cerebro aún atontado por el orgasmo y las endorfinas del sexo fue trazando el mapa mental que debía seguir para que me diera tiempo a todo y poder llegar a tiempo a la ceremonia. Quizá no debería haberme entregado tan alegremente a mi chico en el baño, pero afortunadamente aún no había llegado al momento de mi vida en que me arrepentía de tener sexo. Quizá sí estaba en el punto de tratar de resistirme, pero no de lamentarlo en retrospectiva.
               -¿Tiempo para qué?-preguntó, plantándose en medio del pasillo de forma que me impidiera acceder a las escaleras. Levanté la cabeza para mirarlo y arqueé las cejas, incapaz de contener la infinita paciencia que era capaz de tener con él cuando se ponía en ese plan. A veces era como un niño, y a mí me encantaban los niños.
               -No vas a obligarme a decirlo-dije, sacándole la lengua. Sus ojos chispearon al ver esa pequeña parte de mi cuerpo que podía hacerle disfrutar tanto.
               -¿Decir el qué? Estoy un poco perdido, bombón, la verdad-se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cabeza. Todavía lo tenía un poco húmedo, pero esos rizos que se le formaban cuando se le mojaba eran un claro llamamiento para que hundiera los dedos en ellos, bien acariciándolos, o bien enredándolos con las manos para conducir su boca mientras me…
               -Tener sexo-dije, poniéndome de puntillas, decidida a zanjar aquello lo antes posible. Si quería flirtear, flirtearíamos, pero nada más-. Vamos muy justos de tiempo, y no podemos llegar tarde.
               -Ya tenemos los asientos reservados-coqueteó él, acariciándome el brazo-. Bastian me ha mandado un mensaje confirmándomelo. Nos sentamos en la mesa de los solteros-alzó una ceja-. Me imagino que no te supondrá un problema, con lo nostálgica que tú eres.
               Me eché a reír.
               -Quiero llegar pronto a la ceremonia para coger un buen sitio.
               Su lengua asomó ligeramente cuando una gotita de agua, que ardió en mi piel como lágrimas de meteorito, se deslizó por mi cuello, mi clavícula, y se escondió en el valle entre mis pechos.
               -Siempre había creído de las que prefería llegar a los sitios elegantemente tarde-ronroneó, acercándose a mí y tirando suavemente de un mechón de pelo que sobresalía ligeramente, como un puente colgante, del turbante. Se me adhirió a la piel húmeda y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando Alec me dio un beso en el lugar en que la mandíbula y el cuello se encontraban.
               No era verdad, y él lo sabía. Me ponía histérica cuando llegábamos a la parada de bus con menos de cinco minutos de adelanto a que éste pasara, y me gustaba planear lo que íbamos a hacer cada vez que salíamos. O así había sido antes de que él me hiciera ver lo divertido que es ceder el control, lo bien que sienta dejar que todo fluya de vez en cuando, lo bonito de vagabundear por la ciudad sin rumbo fijo o ir improvisando sobre la marcha igual que un artista feliz en su concierto añadiendo florituras a sus canciones para disfrute de un público entregado. 

sábado, 23 de octubre de 2021

La contaminación acústica hecha música.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La maleta de Sabrae tamborileaba contra el suelo de adoquines desgastados por el paso de procesiones de turistas y pescadores durante siglos y siglos y la acción del viento, la marea y los temporales a partes iguales, pero a ninguno de los dos nos importaba. Yo no había traído una maleta de ruedas precisamente por eso: los veranos peleándome con las piedras del suelo me había hecho aprender que cargar con algo era mejor que arrastrarlo por esos caminos empinados, pero, claro, Sabrae era tan pequeña y quería llevar tanto equipaje que sería imposible pedirle que se llevara una bolsa cargada al hombro.
               Además, me gustaba esa sensación. Disfrutaba del sonido de sus pies caminando por delante del martilleo incesante de las ruedas de su maleta, porque no sonaba a turista, sino a ella. Creo que podría haber distinguido el ruido de sus ruedas de entre toda la orquesta caótica que componía Mykonos: las olas al fondo del pueblo, las voces de mis vecinos saludándose unos a otros, los coches rodando lentamente por los caminos, las escobas apartando la suciedad de los caminos blancos como la cal, o las campanillas de las ventanas, titilando con cada mínima ráfaga de aire; o el crujido de las celosías, el susurro de las hojas de las buganvillas rozándose y el tronar de las gaviotas surcando el aire en busca de un nuevo sitio donde posarse. Era molesto y hermoso a la vez, como si Mykonos fuera una cacofonía que te gustaba escuchar, un concierto de heavy metal que te relajara, la contaminación acústica de Londres hecha música.
               Giré la cabeza para mirarla, comprobando que seguía en el mismo estado de asombro con el que se había bajado del ferry. Había estado bastante nervioso por si le había creado tales expectativas con Mykonos que ella hubiera construido una ensoñación en su cabeza imposible de alcanzar, pero cuando arribamos a puerto y vi su expresión, comprendí que me había preocupado para nada, y que incluso un desierto al que la llevara le parecería el rincón más paradisíaco del mundo simplemente porque se lo enseñaba yo.
               Sin desmerecer a Mykonos, por supuesto. Es, con diferencia, la mejor isla de todo el mundo.
                Por fin llegamos a mi casa, al final de una de las cuestas beige que iba rodeando la orografía de la isla y extendiendo el pueblo frente al mar, como si fueran las capas de una tarta nupcial. Me detuve y le di un apretón en la mano a mi chica cuando ésta siguió andando, con los ojos saltando de un lado a otro, analizándolo absolutamente todo, igual que un acróbata del Circo del sol que está a punto de ejecutar su número más peligroso y espectacular.
               -¿Nena?-la llamé, y Sabrae puso los ojos en mí. Creía que su sonrisa no podía ensancharse más hasta que se dio cuenta de que yo era real, estaba ahí, enseñándole mi isla. Su expresión se dulcificó, su sonrisa extendiéndose y sus labios entrecerrándose un poco más-. Es aquí.
               Arqueó las cejas, sorprendida, y levantó la vista para mirar mi casa. No le di tiempo a reponerse y que echara a andar detrás de mí; tenía muchas cosas que adecentar antes de dejarla pasar. No quería que viera la casa en el estado lamentable en que nos la encontrábamos cada verano, con el que parecía reprocharnos que no le hubiéramos dado el uso que se les supone a todas las casas: el de ser un hogar.
               -Espera aquí un segundo, ¿vale?-le pedí, salvando la distancia que me salvaba de la puerta de dos zancadas. A diferencia del resto de veces que había atravesado la puerta, la sombra fresquita de la celosía que cubría la puerta y el perfume de las flores no me relajó, sino que me puso más nervioso aún. Sabía que Sabrae se fijaría en ellas, y no podría evitar comparar el exterior de la casa con el interior, y a mí me parecía evidente quién ganaría.
               Descorrí todos los cerrojos de la puerta y la empujé con fuerza y cuidado. Chirrió y crujió ante la acción de mis manos, pero cedió como venía haciendo todos los años, arrojando un haz de luz sobre el pasillo de la casa. La abrí de par en par y atravesé el corto pasillo para abrir las contraventanas y las ventanas de la cocina. Volví por el pasillo en dirección al salón, de donde retiré las sábanas cubriendo los muebles, las hice una bola y las arrojé en una esquina de la cocina. Pasé a la habitación de mis padres, que conectaba con la cocina y el salón, y repetí la hazaña. Luego, subí a todo correr las escaleras en dirección a mi habitación y a la de Mimi, y tras pensármelo un momento, decidí juntar todas las sábanas en el mismo sitio para que Sabrae pudiera elegir qué habitación nos quedaríamos; la mía era más pequeña, pero tenía mejores vistas; la de Mimi era más grande y la más tranquila. Abrí y ventilé el baño del piso superior; caí en la cuenta de que no había abierto aún el del inferior, y bajé corriendo las escaleras, saltando los últimos escalones y girando tan rápido que escuché el pasamanos de madera de la escalera crujir ante el peso de mi cuerpo. Rezando porque no se astillara, tiré de la cadena, dejé correr el agua de la ducha hasta que dejó de salir turbia, y aclaré el plato para librarme del polvo. Cogí una escoba de la esquina y la pasé lo más rápido que pude por la casa, sintiendo no sólo la presión de tener que hacerlo bien, sino también de hacerlo rápido para que Sabrae no se impacientara.
               Recogí las alfombras y las sacudí con fuerza en la ventana de la habitación de mis padres, que daba a la parte trasera de la casa, a la que no permitiría que Sabrae se acercara. Pasé los dedos por las contras desteñidas por el salitre, y se me ocurrió que este año sería el primero en el que Dylan tendría que repintarlas solo. O también podía darle una sorpresa a mamá y pedirles a mis colegas que me echaran una mano, ya que básicamente iban a venir y a vivir del cuento varios días, con techo y cama por la que no me iban a dar nada (ni tampoco pensaba permitir que lo intentaran, la verdad).
               Me quedé plantado en la puerta del salón, mirando en derredor: las sillas de la cocina ya bajadas de la mesa, el sofá frente a la tele ya descubierto, las macetas apelotonadas en los alféizares de las ventanas para que las vecinas las regaran de la que pasaban, las camas desnudas, con los colchones al aire…
               A ver, la casa no estaba para entrar en la guía Michelín, la verdad. No es que fueran a venir a entrevistarme por tener uno de los pocos “rincones auténticamente pintorescos y cucos” que quedaban en el mundo, las cosas como son. De hecho, pocas veces la había visto tan mal, ya que normalmente una vecina le hacía el inmenso favor a mamá de empezar a ventilarla una semana antes de que llegáramos, con lo que el ambiente no estaba compuesto de tanto polvo en suspensión. Pero, dado que nos habíamos adelantado bastante a nuestra fecha de llegada habitual, y no habíamos dado aviso (lo cual había hecho que muchos de mis vecinos me miraran dos veces, la primera con hostilidad al ver a un extraño tan alto tan lejos de las zonas más turísticas, y luego con asombro en la mirada al darse cuenta de que era yo), así que la atmósfera de la casa estaba compuesta en un diez por ciento de oxígeno, y en un noventa de nubecillas de polen, polvo y pétalos secos, que flotaban en el aire como supervivientes extraviados de la última limpieza general, que había tenido lugar a principios de la primavera, de manos de mi tía Sybil.
               Pero también podía estar peor. Seguro que Sabrae entendía el estado de la casa.
               Así que, con un nudo en el estómago y sintiendo la vomitona de palabras de rigor que siempre se me apelotonaba en la garganta cuando me ponía nervioso, atravesé la puerta del salón y salí al pasillo.

domingo, 17 de octubre de 2021

Londinense antes que nada.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Alec se revolvió en el asiento, seguro de que no me había oído bien. Si no le hubiera llamado antes y no hubiera tenido sus ojos puestos en mí, habría interpretado su mirada como un intento de dilucidar si se había imaginado que acababa de hablar o no. Parpadeó despacio, tan despacio que por un instante me sentí un colibrí, viendo un mundo inmenso y pesado ralentizarse delante de mí, como regodeándose en el hecho de que era muy superior a mis fuerzas.
               Por favor, no te lo tomes como lo que no es, le supliqué al aire, confiando en que oiría mis plegarias. Adoraría estar a solas contigo el resto de mi vida, pero no puedo monopolizarte sabiendo que hay gente que sufre por mi felicidad. No puedo tenerte para mí sola si eso significa echarte de menos. Sé muy bien la manera en que escuece añorarte, y Mykonos no es sólo tu hogar. También es el de tu hermana. Debemos preservarlo de su dolor.
               -¿A qué te refieres exactamente con no estar solos en Mykonos?-preguntó, y en su tono de voz escuché mis plegarias rebotando contra un muro insondable que Alec había levantado demasiado rápido, demasiado grueso, demasiado alto, sin tan siquiera ser consciente de que lo hacía. Me relamí los labios para responderle, pero él continuó, bromeando sin ganas-. Porque, bueno, la isla es muy turística y también vive bastante gente. No es que tengamos la casita en un peñasco al que se llega cruzando un puente colgante de madera podrida.
               -No me refiero a eso-respondí con calma, inclinándome hacia él y poniendo las manos despacio sobre mis piernas. Me costó horrores no terminar con un “y lo sabes”, que haría la situación más difícil. Vi cómo Alec clavaba los ojos en mis manos, y por primera vez en mi vida, me lamenté de que hubiera empezado a ir a terapia. Claire había leído tan bien sus emociones en él que le había dado un cauce para leer las conductas de los demás, y ahora allí estábamos, yo intentando ser diplomática, y él exasperándose porque no quería ser directa como una bala clavada en el pecho.
               -Entonces, ¿a qué te refieres, Sabrae?-me preguntó, y dijo mi nombre no como a mí me gustaba, como lo gemía cuando estábamos en la cama o lo jadeaba cuando yo decía algo que le hacía tanta gracia que necesitaba besarme. Lo dijo como lo hacía cuando nos peleábamos, como si mi nombre no sólo fuera la palabra más hermosa salida de sus labios, sino también el insulto más horrible ahora que sabía lo que era responder a “nena”, “bombón” o “mi amor”.
               Me removí en el asiento, tratando de apartar las voces de mi cabeza que se preguntaban qué coño me esperaba. Alec llevaba hablando de llevarme a Grecia con él meses, había corrido a buscarme en cuanto supo que habíamos cambiado el viaje para poder invitarme a lo que ambos habíamos llamado, medio en broma medio en serio, “nuestra primera luna de miel”. Aquel era el primer viaje que hacíamos oficialmente como pareja, y él iba a llevarme a conocer su segundo hogar, tanto oficial como extraoficial: el primero oficial era Inglaterra; el primero extraoficial era yo. Pues claro que le iba a molestar que le ofreciera cambiar los planes. Llevábamos calentándonos la cabeza el uno al otro demasiado tiempo como para que ahora él se levantara y me aplaudiera por mi idea fantástica.
               Pero yo no podía echarme atrás. No, si sentía que aquello era lo correcto. Lo que verdaderamente debíamos hacer. Al y yo llevábamos demasiado tiempo enredándonos el uno en el otro como para parar ahora, pero debíamos parar ahora que aún estábamos a tiempo. Todavía podíamos sanarnos las heridas el uno al otro antes de que se fuera. Si esperábamos, se nos haría mil veces peor cuando él se marchara. Compartirnos el uno al otro con el resto del mundo sería lo más inteligente, sobre todo cuando sabíamos que medio mundo iba a separarnos. Mamá ya me había advertido de lo peligroso que podía ser lo que estábamos haciendo, lo sano que era el espacio en una relación… podía desembocar en eso que los dos estábamos sintiendo, eso contra lo que yo luchaba y que a Alec estaba dominando: un rechazo absoluto a reconocer que no éramos exclusivamente nuestros, sino un poco también de todo aquel que nos quería.
                -Quiero decir que si sería muy malo que nos acompañaran-expliqué, frotándome las manos. Alec volvió a lanzar en picado sus ojos a mis manos, y yo intenté que se centrara en mi cara escondiéndomelas entre los muslos. Me revolví en el asiento, incómoda, notando la brisa marina de repente gélida en lugar de fresca. Estábamos completamente expuestos allí arriba: a las estrellas, sí, pero también a todo aquel que quisiera presenciar una buena pelea. Nuestra posición privilegiada en el balcón del hotel hacía que tuviéramos las mejores vistas de la isla, pero también nos convertía en las mejores vistas de la isla. No teníamos dónde escondernos, salvo en el interior de la habitación. Y yo tenía el estómago demasiado cerrado como para intentar levantarme, con todo el esfuerzo que eso suponía-. Mimi. Tus amigos.
               Alec tragó saliva despacio, con los ojos fijos en mí.
               -Shasha-me atreví a decir finalmente. Porque sí, era increíblemente feliz con Alec, no quería que nuestro viaje se acabara nunca, pero una parte de mí, una parte egoísta y familiar, miraba de reojo el calendario cada vez que pasaba frente a uno, y contaba las horas para volver con ella. Especialmente ahora que sabía lo mal que lo estaba pasando. Al dolor de Mimi había que sumar, por supuesto, el de Shasha. Mi hermana no se merecía tener solamente unos días la familia al completo ese verano, no poder disfrutar de Scott por echarme de menos, y viceversa. No sabíamos cuándo se marcharía Scott, así que cada segundo con él era valiosísimo, y yo se lo estaba estropeando.
               Me pregunté si Shasha estaría viéndome en ese momento, y deseé que los satélites no tuvieran la resolución suficiente como para que adivinara por nuestro lenguaje corporal, igual que estaba haciendo Alec, lo que pasaba.
               Alec se rió con cinismo. Bajó la mirada hasta entre sus pies y asintió con la cabeza, una sonrisa en sus labios muy parecida a la de los monstruos de los cuentos infantiles cuando acorralan a Caperucita. Tragó saliva, frunció el ceño, y se incorporó lo justo y necesario para servirse una nueva copa de limoncello. Y luego, otra más. Se bebió ambas de un trago, y a punto estuvo de hacer lo mismo con una tercera cuando, con el borde de la copa contra sus labios, se lo pensó mejor. La dejó sobre la mesita entre los dos sillones y se incorporó. Empezó a pasearse por el balcón como un gato encerrado. Apoyó los codos en la barandilla, se inclinó a mirar el horizonte, y se giró al instante para quedarse mirándome. Se irguió cuan alto era, pero a la dolorosa distancia a la que nos encontrábamos, nuestros ojos estaban casi a la misma altura.
               Yo no dije nada. La pelota estaba en su tejado y, además, me daba la sensación de que todo lo que yo dijera no haría más que añadir tensión al momento. Podía ver que Alec estaba intentando controlarse, que no quería reaccionar con el rechazo con el que lo estaba haciendo, que le dolía que estuviéramos lejos, pero era la única solución mientras libraba una durísima batalla en su interior. Necesitaba entender, y para entender, necesitaba una nueva perspectiva.
               O eso creía yo.
               -¿A qué viene esto ahora, Sabrae? ¿He hecho algo mal?
               -No, es que…
               -¿Seguro? Porque… no te ofendas, bombón, pero estuviste nerviosísima toda la comida. Parecía que ibas a saltar encima de mí en cualquier momento. De hecho, ahora que lo pienso, llevas comportándote de manera un poco extraña toda la tarde, pero quizá sean paranoias mías.
               -Yo no me doy cuenta de haber cambiado de actitud-respondí, fingiendo tranquilidad, aunque dentro de mí estaba sonando una alarma. Mierda. Se ha dado cuenta de que lo sé.
               Alec se rió de nuevo con cinismo, pero en su boca ya no estaba esa sonrisa de pesadilla, sino la que poblaba los sueños de todas las chicas que la habían visto aunque fuera sólo una vez. Su sonrisa de Fuckboy®.
               -Ya. Bueno, nena, la cosa es que yo tampoco soy gilipollas, ¿sabes? Puede que consigas venderme la moto de que no te pasaba nada esta tarde, pero no me vas a hacer creer que en la comida estuviste relajada. Te conozco mejor que nadie, ¿sabes? Sé que te pasaba algo. ¿Por eso me preguntas ahora esto? ¿Cambiaste de opinión en la comida y estabas decidiendo cuándo decírmelo?
               -No.
               -¿Entonces?

lunes, 11 de octubre de 2021

Diamantes en obsidiana.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Desembarcamos en Capri al atardecer, con el cielo pintándose de los colores de la primavera y la felicidad mientras las farolas que se desperdigaban por la isla comenzaban a encenderse con pereza, igual que luciérnagas que vivían mejor de vacaciones con el mundo cobijado bajo el imperio del sol.
               Y, a pesar de que llevaba casi dieciocho horas despierto y todavía nos quedaban unas cuantas antes de poder irnos a la cama, seguía tan pendiente de Sabrae como desde que nos levantamos a primerísima hora de la mañana; tanto que nos cruzamos con gente aún en el auge de sus fiestas en lugar de los primeros trabajadores municipales a los que estábamos acostumbrados. El trayecto desde Roma hasta la zona de Nápoles era de los más largos que habíamos hecho en el circuito, de dos horas y media en la que el bus no paró más que en los semáforos del principio y el final. Habíamos abandonado una Roma aún dormida y rodeamos un Nápoles que se despertaba poco a poco, en dirección a Pompeya, a los pies del Vesubio que parecía vigilarlo todo con atención y magnanimidad. Sabrae había cogido una chaqueta vaquera con la que se había tapado los hombros y se había dedicado a dormitar sobre mi regazo durante el viaje, perdiéndose un amanecer que yo grabé para ella, en los videomensajes de siempre, pero se había puesto unas zapatillas de lona blanca, unos shorts vaqueros de color gris ceniza, y una camiseta de tirantes negra que había cruzado a la espalda de manera que no necesitaba sujetador. De nuevo, había combinado sus ganas de estar guapa para las fotos que colgaría en Instagram con su necesidad de ir cómoda, y a mí me tenía babeando.
               Apenas nos había dado tiempo a revolotear y explorar las ruinas de Pompeya cuando tuvimos que volver a subirnos al autobús y pusimos rumbo a Nápoles. Sabrae estaba exaltada, corriendo de un lado a otro y pidiéndome que le hiciera fotos mientras hacía poses muy específicas que, a continuación, le enviaba a Sherezade para picarla: tardé varias horas en darme cuenta de que estaba imitando las posturas de su padre en una serie de fotos que le habían hecho junto a su novia de la época, Gigi Hadid, la única chica a la que Sher tenía envidia porque su relación con Zayn había estado a un pelo de solaparse con la de la modelo.
               -Me ha bloqueado-proclamó orgullosa Sabrae, enseñándonos a todos la conversación con su madre en la que las fotos iban seguidas de mensajes cargados de emoticonos rojos y naranjas chillones, en la que ya no podía ver ni el estado de conexión de su madre, ni su foto de perfil-. ¿Me dejas tu teléfono?-preguntó, aleteando con las pestañas en mi dirección.
               -Ni hablar-le dije, guardándomelo en el bolsillo lo más rápido que pude, ya que la conocía lo suficiente como para saber que no se andaría con miramientos si quería pinchar a alguien de su familia, entre lo cual contaba, por supuesto, mangarme el móvil cuando yo no mirara.
               Supongo que podría haber aprovechado ahora, cuando tenía la piel resplandeciente a causa del atardecer, y una sonrisa radiante le cruzaba la cara, haciendo que sus ojos brillaran con una luz con la que ni tan siquiera el sol podía competir. Joder, llevaba todo el viaje estando tan jodidamente preciosa que no sabía cómo iba a hacer para subirme al avión de vuelta a casa. Pensar siquiera en África quedaba descartado, sobre todo con lo bien que nos lo estábamos pasando. Descubrir el país que más interés me había despertado en toda mi vida con la chica que más especial sería en mi vida era un sueño que ni sabía que tenía; todas las mañanas me despertaba dando gracias a esos caprichos del destino que habían terminado haciendo que Sabrae me acompañara en este viaje, en lugar de venir simplemente con Mimi.
               Saab se apartó el pelo de la cara, analizando la isla como quien visita a una cariñosa abuela que vive al otro lado del mundo y a la que sólo vio en su más tierna infancia, cuando los familiares desfilan por tu vida para comprobar que eres real, y no sólo un sueño. Podía ver cómo sus ojos escaneaban la silueta de la isla, comparando con los recuerdos borrosos que se agolpaban en su memoria. Hacía más trece años que Sabrae no pisaba aquella isla, y sin embargo podía ver el reconocimiento que había en esas lágrimas que se agolpaban en sus ojos mientras se tomaba un momento para admirar la isla. Un momento más largo que el resto de nuestros compañeros de viaje, que apenas se detenían en el muelle gastado por el embate de las olas y la sal que flotaba en el ambiente. El momento de reencuentro con alguien especial, alguien que no sabías cuánto te importaba que no lo has vuelto a tener delante, como si echar de menos fuera el estado de salud plena del que sólo eres consciente una vez enfermas.
               Toda ella resplandecía. Hacía que el atardecer palideciera y que las casitas en la montaña que conformaba la isla, salpicando de blanco la superficie verde y marrón oscuro como explosiones de espuma en un cuadro de oleaje, no fueran más que manchas difuminadas. Su melena negra ondeando al viento era la única bandera por la que yo estaba dispuesto a morir luchando, y el dulce tono caramelo que había recubierto su piel morena con tanto tiempo expuesta bajo un sol que no tenía nada que hacer contra ella era la única golosina capaz de saciar mi hambre.
               -Qué bonita-alabó Mimi, haciéndose visera con la mano mientras observaba la silueta de la isla.
               -Sí-jadeó Sabrae, maravillada, como si hubiera nacido para estar allí de nuevo, como si toda su vida se redujera a una larguísima espera cuya desesperación había merecido la pena-, preciosa.
               Me quedé allí plantado mirándola sin poder creerme lo guapa que estaba, lo poco que le había afectado el trote que nos habíamos pegado ese día, la manera en que hacía empalidecer a absolutamente todo a su alrededor. Ahora entendía por qué los anuncios de colonia se grababan en aquel lugar: dado que ninguno lo protagonizaba Sabrae, por lo menos recurrían a un escenario casi tan espectacular como ella para compensar la belleza de la que no disponían.
               -Alec “me he follado a más de cien tías pero una cría de quince años me hace perder la cabeza” Whitelaw-se burló Eleanor, rompiendo la burbuja. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba parada a mi lado, o de que yo me había quedado allí plantado en medio del muelle como un puto pasmarote, tan empanado con Sabrae como ella lo estaba con la isla. Puse los ojos en blanco y le di un empujoncito juguetón.
               -¿No tienes ningún novio posesivo al que follarte? Ah, sí. Se me olvidaba que Scott lleva más de 24 horas sin sentirse amenazado por mí-me di un golpecito en la frente y Eleanor se echó a reír-. Cierto.
               -Lo dices como si tú no fueras capaz de subirte a un avión con tal de asegurarte de que Sabrae no se olvida de ti.
               -Eso es lo que nos diferencia a tu novio y a mí, muñeca: yo soy el guapo de los dos. Los dos lo sabemos. Scott no tiene nada que hacer conmigo si yo no quiero que me haga la competencia.
               -Ya. ¿Por eso él tiene una gira de conciertos este verano, y tú te vas a hacerte el héroe en el culo del mundo?
               -Me caías mejor cuando no eras tan chulita, ¿sabes, diva del pop? Alguien debería bajarte esos humos.