viernes, 24 de febrero de 2012

Tenemos obsesión con el final.

Cuando alguien muere es cuando más famoso se hace. Sus seguidores en Twitter y fans en Facebook se disparan, la gente que nunca había oído hablar de él, o que simplemente pasaba de él o de ella, ahora dice que es un dios. Que su voz era inigualable. Que era un genio. Que era una de las mejores cantantes.
Es entonces cuando entro yo y grito: "¿Estamos locos o qué? Llamasteis a Michael Jackson pedófilo, a Amy Winehouse borracha y drogadicta, a Marco Simoncellli kamikaze suicida, o no teníais idea de quién era Steve Jobs. Para vosotros esos que ahora tanto adoráis eran la escoria de la tierra, no entendíais qué hacían siendo famosos. Yo no entiendo dónde carajos se ha metido vuestra decencia."
La gente puede decirme que es que estaban equivocados, pero en un episodio de Aquí No Hay Quien Viva, donde el cura hablaba de Paloma a las mil maravillas, Emilio y su padre plasmaban bien lo que está pasand en la sociedad:
Emilio-¿Seguro que está hablando de la misma persona?
Y su padre-Cuando morimos, todos somos santos.
Yo preferiría que la gente no se hiciera más famosa al morir. Bastante tienen los pobres con estar muertos ya. Yo preferiría que disfrutaran de los fans que van a tener cuando no estén en vida, y que solo sus fans los admiren después de muertos. Que se queden ahí. Estamos obsesionados con que el final es bueno.
Baila hasta morir, cantaba Santana en The Rocky Horror Show de Glee.
Sigue bailando hasta que el mundo se acabe, anima Britney Spears en una de mis canciones favoritas.
Yo preferiría bailar hasta morir, hasta que el mundo se acabe, que la gente me viera por ello, a bailar después de muerta y después de que se acabara el mundo. Bueno, eso tendría más mérito. La gente correría. De mí, pero correría.
El caso es: parece que un famoso necesita morirse para ser genial. Me entristece pensar que muy poca gente les vemos la genialidad incluso en vida. Amy Winehouse cantaba como una negra, y era más pálida que la luna. Michael Jackson bailaba como solo podía hacerlo él, violara niños o no. A Steve Jobs apenas lo conocía, pero sabía que él creó una de las armas de nuestra sociedad: el ordenador. No voy a hablar de Simoncelli, bien mal me caía y me sigue cayendo ese tío, pero por lo menos no me alegro de su muerte.
Para eso ya están los haters.

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