Es gracioso que comenzara este año pensando que el tiempo
es una creación de una especie que está demasiado ocupada inventando cosas
intangibles como para preocuparse de preservar las tangibles, las que las
rodean, porque no podía estar más equivocada. El tiempo y el espacio son dos
realidades que se necesitan la una a la otra para poder existir, y si bien ya
me había hecho una idea de esto en noviembre del año pasado, no es hasta ahora
cuando me he dado cuenta de que una cosa
es el tiempo y otra nuestra forma de medirlo. Y sí, la teoría de la
relatividad existe, y está en lo cierto, porque no es lo mismo la duración de
un año y el provecho que le has sacado.
Y a este 2015 he tenido la suerte de poder sacarle un
gran provecho, de descubrirme como persona. He sentido por primera vez ese
orgullo longevo, que no viene dado por un triunfo momentáneo, sino por lo que
ha sido una evolución en toda regla. Sí, leer Harry Potter en su versión original, cuando antes el idioma había
sido un escudo y no un puente, ha sido una de las cosas que con más cariño voy
a recordar, uno de esos logros que destacan en el año, reforzado por haber conseguido
el Advanced. Próxima parada, Proficency. Ya
que soy de Ravenclaw, voy a serlo a tope, porque no hay tesoro más grande para
el hombre que la sabiduría sin parangón. Va por ti, Rowena.
También he vuelto a sentir ese orgullo que viene cuando acabas
algo que te ha llevado mucho tiempo; Light
Wings ha sido un viaje, con sus subidas y bajadas, que espero poder repetir
en el futuro. De momento, me aferro a Chasing
the stars, y les abro la puerta a las musas; que ellas hagan su magia en mi
cabeza como llevan haciendo tanto tiempo.
Oh, y no olvidemos la vuelta al Palacio Valdés. Puede que
ya no fuera una actriz, sino una espectadora, pero poder volver a pisar ese
escenario, contemplar la inmensidad del teatro vacío y ver cómo se iluminaba
(literalmente) ante mis ojos ha ayudado a que me reforzara en mis deseos de
escalar.
Me lo he pasado muy bien. Genial, la verdad. Aunque no ha
sido siempre, me quedo con momentos increíbles que todavía me arrancan sonrisas
mientras escribo esto; la Holi Party, el pasarme Julio y Agosto con mi mejor
amiga metida en el cine, el obligarla a ver Harry Potter (qué monotemática soy,
por Dios) porque no había internet cuando las fiestas del pueblo, el hacer que Eclipse ya no sea la única película que
he visto en el cine dos veces (porque Margarita y sus congéneres se lo
merecen), el decirle adiós a Los juegos
del hambre y hola a Star Wars, decidiendo
darle una oportunidad, de recibir a otra amiga a la que había visto sólo una
vez en persona, y redescubrir Asturias con ella… Y sí, joder, claro que sí.
Viajar a Inglaterra, visitar King’s Cross, hacerme una foto caminando hacia el
Tower Bridge y poder cantar a grito pelado Bang
Bang. Comprobar que Nicki Minaj también existe y no es un conjunto de
píxeles, como hasta hacía casi un año se habían empeñado a ser One Direction.
Oh, dios, ¿y ver los Oscar en directo? ¿Ver cómo se hacía
justicia en un mundo que a veces es hasta cruel, ver a Meryl alzando las manos
justo cuando lo hacía, sin ser en diferido ni nada, y a Eddie recogiendo un
premio que yo sabía que se merecía como nadie, pero que no tenía del todo claro
que iba a ganar? Eso ha sido una meta personal, marcada en parte por las
palabras de Penélope Cruz, “era la única en el barrio que se quedaba levantada
despierta para poder ver los Oscar en directo, no importaba lo tarde que
fuera”. Este año, por fin, lo consiguió. Y mereció la pena pertrecharme con
comida y bebida que luego casi no utilicé, a formar parte de la única fiesta
del año que El becario (no,
no he visto El Padrino, ya tengo algo
que anotar) de la que nunca se podrá desprender; o el desear que Chloë Grace
Moretz hubiera nacido dos meses antes para glorificar aún más a mi generación
por su papel en Viaje a Sils Maria, o
poder ver que actores a los que los demás glorifican por ser “espectaculares”,
en realidad son menos estrellas y más estrellados, y a la inversa…
verdaderamente me importa: la fiesta del cine, el Cine con
mayúsculas. Porque si tuviera que definir este año con pocas palabras, “cine”
estaría entre ellas. No sólo por empezarlo viendo a uno de mis actores
favoritos demostrar de qué es capaz, ni por atreverme a ver una peli de miedo
sólo porque otra la protagonice (mira, hasta la puta polla me tienen los
actores de Harry Potter), sino porque con cada película, con cada frase, siento
que aprendo algo nuevo, que empiezo a apreciar mejor los matices de las
actuaciones y que mi repertorio de actores se va ampliando poco a poco, siempre
dejando espacios inamovibles, como la calificación de “bizcocho” a Robert De
Niro por su papel en
La compañía, inmejorable. Viejas amigas han vuelto a mí y
las nuevas han permanecido a mi lado, demostrándome que, después de todo, los
animales gregarios también pueden unirse. No había tenido un grupo definido
hasta ahora, y nunca había entendido qué gracia le veía la gente a salir “en
manada”, pero ahora no sólo lo entiendo, sino que lo comparto. La universidad
me ha regalado a unas personas geniales con las que espero seguir compartiendo
uvas, aunque ahora mismo sea cada una en su casa y Dios en la de todas.
Pero también me han quitado cosas este año; no todo han
sido momentos dulces de color de rosa, como el sentirme realizada porque por
fin tengo el derecho que me reconoció Virginia Wolf, a poder tener un espacio
de trabajo para mí misma con el que intentar conquistar el mundo, un mundo que
queremos más igualitario y más ecológico, en el que todos tengamos las mismas oportunidades, tanto en nuestro paso como
a pasar por ello, compartiendo diferentes sexos y especies el único hogar que,
por suerte o por desgracia, tenemos. También he estado triste año y he tenido
miedo; miedo, por no saber si Night
Changes sería el último vídeo de One Direction, miedo, porque sin Zayn esto
no podía tirar para delante; y tristeza, porque he dejado de ser una nieta. En
julio de este año perdí a mi abuela, la única que me quedaba. Y el 28 de este
mes, se cumplían 10 años de este inicio de ciclo en el que empecé a perder a
mis abuelos. Sé lo que es tener claro que en ocasiones perdí el tiempo con
ellos, que debería haberlos obligado a contarme más historias de cuando eran
jóvenes o yo no había nacido, o incluso de cuando era pequeña, porque cada recuerdo
de sus voces es una forma de revivirlos. Cada recuerdo es el cielo cristiano,
el único lugar donde ellos vivirán para siempre.
Sin embargo, soy optimista. No quiero anclarme en el
pasado; se avecinan siempre tiempos
mejores. Con cada golpe la piel se hace más fuerte y conocemos nuestras
debilidades; con cada lágrima valoramos un poco más las sonrisas. Este año,
creo, no he llorado, a pesar de todo lo malo que me haya podido pasar. Este año
he seguido eligiendo ser la chica blanca que sacude el culo en el Wireless
Festival con tanta rabia que las negras de al lado se descojonan, todas
cantando a coro con una mujer que nos ha reunido allí para obligarnos a
intentar alcanzar las estrellas. He decidido ser la mujer que se busca la vida
por sí sola, comprando lo que necesita, preguntando por la calle cuando está
perdida. La que consiguió aprobar el primer curso de una carrera a la que le
está cogiendo cariño, más por la gente que la rodea que por otra cosa, a pesar
de que le habían dicho que había que mentalizarse de que en 1º siempre llevas
una, que “no habrá pasado un verano en que no hayas estudiado romano”.
La suerte favorece a los audaces, así que, madre Tierra,
cuando vuelvas a estar en esta posición con respecto a la estrella que nos dio
vida y nos alimenta, sólo te pido una cosa: déjame seguir siendo audaz. Seguir
siendo valiente. Seguir siendo optimista y seguir luchando. Deja que siga
acompañada de tan buena gente, y que quienes no me hacen falta continúen su
camino; déjanos flotar a la deriva en direcciones distintas. Escúchame cuando
te hablo cuando una estrella fugaz te araña la piel que es la atmósfera.
Sigue siendo buena conmigo. Yo prometo no dejar de
apreciarte y cuidarte nunca. De las estrellas, al cielo.
Hasta siempre, 2015. Gracias por tanto.
Y
bienvenido, 2016, ¿qué sorpresas me traes hoy?