lunes, 2 de diciembre de 2024

Ciento sesenta y un amaneceres a solas.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabía que debería ducharme después de todo lo que habíamos hecho porque exudábamos sexo por los cuatro costados, pero considerando lo poco que me quedaba de disfrutar de Alec, perder el tiempo preocupándome por complacer a una sociedad que no me importaba lo más mínimo no estaba dentro de mi lista de prioridades.
               Además, encontraba un secreto placer en creer que estar con él cambiaba todo dentro de mí, desde mis sentimientos hasta mi olor. Así que lo sentía mucho por los geles de ducha que me había llevado a casa de Alec y con los que me sentía como una princesa frutal después de tomarme mi tiempo de aseo, pero hoy ellos no iban a ser los protagonistas.
                Después de acabar juntos, una fórmula milagrosa que sólo servía para reforzar nuestro vínculo y que yo sintiera que todo lo que iba a sufrir mientras él no estuviera mereciera la pena, nos habíamos vuelto a tumbar en la cama a besarnos y acariciarnos como si el tiempo fuera un invento que todavía nos quedaba muy lejos en la historia. Vivíamos en la dulce etapa de la Prehistoria, en la que los días duraban lo que reinaba el sol en el cielo y no lo que dictaba un reloj, y la mayor tecnología que habíamos visto nunca era el fuego y las sombras que proyectaba en la pared. No necesitábamos nada más para ser felices que tenernos el uno al otro, y yo no iba a rendirme ahora a los caprichos de un mundo que ni siquiera existía para mí.
                Tenía su mano en mi espalda, su pulgar dándole forma a mis lumbares, y su respiración como canción de cuna tan hermosa que no quería dormirme para no perdérmela. De verdad que no me hacía falta nada más.
               -¿Te ha gustado?-preguntó con la inocencia del niño que sospecha que el dibujo que le ha hecho a su madre le ha quedado especialmente bonito, pero quiere confirmar que la sonrisa de ella de verdad le pertenece. Decir que me había “gustado” sería quedarse muy corto: había estado en el punto medio perfecto entre lo picante y lo dulce, lo ardiente y lo suave, hacer el amor de forma lenta y follar como animales. Era todo lo que yo tenía con Alec, todo lo que necesitaba y todo lo que iba a echar de menos.
               Asentí con la cabeza, me aparté un mechón de pelo tras la oreja y le di un beso en el pecho.
               -Ha estado genial. ¿Y a ti?
               -Ha sido increíble-sonrió mirando al techo y besándome la cabeza. Sabía que estaba mirando nuestro reflejo en la claraboya, que despedía un halo dorado producto del sol cayendo lentamente por el horizonte. Mis noches iban a ser larguísimas ahora que sabía que tardaría mucho en tenerlo de nuevo conmigo, y la latitud y la época del año, desde luego, no ayudaban.
               Pero eso no importaba, porque de momento Alec estaba aquí, y yo tenía todo el cuerpo empapado de él.
               Al empezó a reírse y yo sonreí, aunque no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia.
               -¿Qué pasa?-quise saber mientras él tiraba un poco de mí para pegarme un poco más a él, como si no me tuviera tumbada literalmente encima de él, no tuviéramos las piernas enredadas o nuestras respiraciones no estuvieran acompasadas.
               -Nada, es que…-se rió de nuevo entre dientes con una risa masculina que me hizo derretirme por dentro, tanto de amor como de anticipación. Era increíble la fuerza gravitatoria que ejercía sobre mí, lo atractivo que podía resultarme incluso cuando estaba totalmente saciada de él-. Estaba pensando en que tenías razón hace un año.
               Levanté la cabeza para mirarlo con una ceja alzada.
               -¿Respecto a qué?

sábado, 23 de noviembre de 2024

Constelación de casualidades.

¡Toca para ir a la lista de caps!
 
Era la primera vez que detestaba despertarme al lado de Alec.
               Claro que también era la primera vez que me despertaba a su lado siendo plenamente consciente de lo que me hacía que se marchara; de lo mucho que iba a echarlo de menos y cómo cada día sería como un año sin él.
               También era la primera vez que sabía cuánto tardaría en verlo; lo sabía de verdad, y no como quien sabe que en invierno hace frío pero al que el verano le ha hecho olvidar la sensación del viento helado azotándote en la cara, cortándote los labios y robándote la sensibilidad en los dedos.
               Por eso me permití ser egoísta y no me conformé (si es que podía usar la palabra “conformarme” cuando se trataba de Alec) con mirarlo desde mi rinconcito preferido en el mundo, que era su lado, como solía hacerlo siempre. Esta vez fui egoísta y no me preocupé de su sueño, de la falta que le hacía descansar o de lo guapo que estaba mientras dormía.
               De lo único que me preocupé fue de que pronto dejaría de tenerlo, con todas las consecuencias. Así que cada segundo contaba.
               Así que arrastré cada célula de mi cuerpo que estaba a veinte centímetros o más de él y me colé de nuevo en el hueco celestial de sus brazos. Pegué la cara a su pecho e inhalé profundamente para empaparme del aroma que desprendía su cuerpo, y sonreí al notar que respondía a mi contacto apretándome instintivamente contra él.
               -¿Estoy en Nechisar?-preguntó con voz somnolienta, y yo levanté la mirada. Todavía tenía los ojos cerrados.
               -No-respondí, depositando un beso sobre la mayor de sus cicatrices, la que más le había preocupado la primera vez que se quitó la ropa siendo oficialmente mío y teniéndome oficialmente para él.
               Y pensar que le había dicho hacía un millón de años que yo no podía ser de nadie… y ahora, mírame: acurrucada a su lado, declarándole la guerra la segundero de su despertador, que me recordaba lo inevitable de mi derrota.
               -¿Me he muerto?-preguntó, y yo me reí por lo bajo y negué con la cabeza. Le rodeé la cintura con un brazo, y colé el otro por debajo de su cuerpo para entrelazarlos y que su corazón latiera con más fuerza contra el mío. Puede que, si nos apretábamos lo suficiente, al final se nos sincronizara el pulso y no hubiera manera de separarnos.
               Puede que, si remoloneábamos lo suficiente en su cama, su familia no subiera a buscarnos y Valeria no tuviera más remedio que mandarle sus  cosas de vuelta. De repente, pensar sólo en mí y no en él y lo que quería me resultaba mucho más sencillo que el resto de veces.
               Supongo que se debía a lo bien que se sentían sus brazos en mi espalda desnuda, la forma en que el fino vello que los cubría me hacía cosquillas en la línea de la columna vertebral.
               -Tampoco, sol-respondí, y él suspiró sonoramente, retorciéndose a mi lado como si necesitara estirarse pero tampoco quisiera alejarse de mí ni un mísero milímetro.
               -Pues estoy en el cielo-contestó, y yo me reí de nuevo-. Me encanta ese sonido-añadió, besándome la cabeza y atrayéndome hacia sí. Su pulgar empezó a recorrer la línea de mi omóplato, apaciguando una bestia legendaria y herida en mi interior.
               -Apuesto a que lo vas a echar mucho de menos los próximos meses-bromeé, para mi sorpresa. La dinámica de mi relación con Alec giraba en torno a un pique constante, pero ninguno de los dos había puesto el voluntariado sobre la mesa aún. Y, sin embargo, quitarle hierro hizo que me sintiera un poco mejor.
               Hizo que me creyera, aunque fuera por un momento, que lo podía conseguir.
               -Como cada vez que no lo oigo-contestó. Me colocó una mano detrás de la cabeza y me besó de nuevo justo en la línea que dividía mi pelo. Me acomodó contra él, todo ángulos tremendamente confortables, y yo suspiré. Le pasé la mano por la espalda, mis dedos trazando las líneas de un mapa que sólo me estaba permitido leer a mí, y mi respiración se acompasó a la suya. Todo lo que podía estar en contacto entre nuestros cuerpos lo estaba, pero, lejos de agobiarme por el poco espacio que tenía, lo cierto es que quería más. Mucho más. Era como si necesitara compensar el tiempo durante el que no iba a tenerle cambiándolo por espacio de contacto.
               Era como si todo lo que había construido nuestra relación se condensara en esos puntos en los que mi piel se perdía entre la suya y nos volvíamos uno. Todas las palabras que nos habíamos dicho, todos los besos que nos habíamos dado, todas las miradas desde extremos opuestos de una habitación cuando se suponía que debíamos ser sociables… todo lo que componía la relación más importante y hermosa que yo había tenido y tendría en toda mi vida se concentraba en las yemas de mis dedos bailando sobre su espalda.
               Tu novio, le pese a quien le pese.
               No necesito a mil chicas, te necesito a ti.
               Creía que me gustaba el sexo cuando lo tenía con las demás, pero tú… contigo me he dado cuenta de lo mucho que lo adoro y lo necesito en mi vida.
               Perséfone no se compara contigo.
               Quería que mi hogar conociera a mi casa.
               Volvería de entre los muertos por ti.
               ¿Continuará?
               ¡Continuará!
               Continuará. Me regodeé en la palabra, en todas las promesas que había acogido entre sus sílabas, en todas sus implicaciones y cómo nos habíamos apañado para obtener solamente las mejores.
               Podríamos haber sido un rollo de una noche que se repetía en dos y tres; amigos que se acostaban de vez en cuando y nada más. Podríamos haber sido un error que el alcohol y la euforia nos había hecho cometer y del que no nos arrepentiríamos por lo bien que nos lo habíamos pasado, pero que juraríamos no repetir.
               Podríamos haber seguido como el gato y el ratón y nunca habríamos hecho de mi cama “nuestra” cama; de su habitación, “nuestra” habitación.
               Pero él me había buscado y yo había dejado que me encontrara. Él me había hecho tener miedo por primera vez del amor, porque le otorgaba el poder más peligroso que puede tener una persona, y es el de destruir totalmente las ilusiones de otra.
               Y, a pesar de todo, estando así… yo sólo podía pensar en lo mucho que me gustaba esto. Cómo un corazón roto por él sería un privilegio, porque supondría que él lo había tocado. Cómo que me rompiera el corazón también sería tener mucha suerte, porque él nunca me haría algo así.
               Puede que mi vida se hubiera dado la vuelta y que todo lo que creía seguro ahora me hiciera morirme de dudas, que todo mi mundo hubiera cambiado su punto de gravedad y todavía estuviera habituándome a vivir en una piel que ya no sentía del todo mía…
               … pero estaba segura de una cosa. Sólo de una cosa. Y era que Alec nunca me haría daño, que siempre podría contar con él.
               Que siempre sería mío y yo siempre sería suya, sin importar la distancia que nos separara, sin importar el tiempo que pasáramos sin vernos. Siempre seríamos del otro.
               Le iba a echar terriblemente de menos cuando se fuera esta tarde; de hecho, una parte de mí estaba convencida de que no sería capaz de dejarle ir. No, cuando su cuerpo era tan cálido y fuerte al lado del mío, cuando su respiración me hacía cosquillas de un modo que me encantaba, o cuando sus dedos sabían exactamente dónde tocarme para que yo me sintiera a gusto en una piel que ya no reconocía del todo como mía.
               Alec era mi hogar, e iban a desahuciarme en unas horas. Y en lugar de angustiarme por lo jodido de la situación, lo único que me apetecía hacer era disfrutar de esa casa en la que había sido tan feliz y a la que sabía a ciencia cierta que sin duda volvería. Su luz, sus ángulos, su sonido, su olor… todo parecía diseñado específicamente para conseguir mi felicidad más plena, mi amor más absoluto.
               Ni siquiera podía preocuparme por lo mucho que iba a dolerme tener que decirle adiós mientras estaba entre sus brazos, protegida del mundo, del frío y de mis inseguridades. Me sentí florecer en lo más profundo de mi ser, inundada con la luz cálida y dorada de una estrella que se expandía entre mis costillas, se colaba por sus huecos y me daba esperanza de que el futuro era brillante, porque mi presente también lo era.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Trescientos sesenta y cinco San Valentines.

¡Toca para ir a la lista de caps!

Siempre me había gustado su expresión confusa.
               Incluso cuando no le soportaba, incluso cuando estar en la misma habitación que él era un castigo en lugar de una bendición, incluso cuando el que Scott lo invitara a venir a casa me ofendiera sobremanera… una parte de mí siempre había disfrutado con su expresión confusa, la manera en que entrecerraba ligeramente los ojos y fruncía el ceño mientras una sonrisa se le empezaba a formar en la boca. La verdad es que en el pasado no me había permitido pensar mucho en Alec por los sentimientos fundamentalmente negativos que él me despertaba, pero en las pocas ocasiones en que me detenía en él más de lo que a mí me gustaría, me decía que me gustaba la cara que ponía porque solía suponer que yo había dominado la interacción, algo que era bastante complicado con alguien cuya agilidad mental era legendaria, y una de las razones por las que tenía el éxito y la fama que tenía.
               La realidad, ahora que me permitía aceptarla, era que se volvía incluso más atractivo cuando esa sonrisa le iba poco a poco curvando los labios, sus ojos se encendían mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad para encajar las piezas que tenía ante él… y era más hombre que nunca. Sorprendentemente, su expresión de niño emocionado en la mañana de Navidad era la más cercana a ese hombre en el que iba a convertirse algún día, el que me pasaría la mano por la cintura y me atraería hacia sí y me haría sentir orgullosa de que me llamara suya y de yo poder llamarlo mío.
               En la intimidad de mi habitación y en la discreción de mi mente me lo imaginaba con esa misma expresión encontrando a la chica con la que pasaría la noche; una chica que yo había creído desafortunada cuando mis conversaciones con Alec era algo que yo quería terminar pronto, pero que ahora sabía que era la más suertuda de su grupo de amigas o, incluso, del local en el que se encontraba. Hasta hacía un año decía que no entendía cómo Alec podía tener tanto éxito entre las chicas como para volverse tan creído y chulo si era así de cretino, pero ahora sabía que era incluso humilde para todo lo que nos hacía y lo especial que era.
               Y ahora, en la euforia de mis recuerdos y mi presente, podía disfrutar abiertamente de esa expresión que, en el fondo, aunque no quisiera admitirlo, siempre me había gustado, y siempre disfrutaría. Especialmente porque era tan bueno que todavía se la reservaba para cuando me ponía ropa más bonita…
               … o cuando me la quitaba.
               Era el entrante perfecto para lo que sabía que sería una cena increíble, literal y metafóricamente.
               -Estás loca-dijo por fin, después de analizar las puertas de los Jardines de Kew encima de mí, una sonrisa completa finalmente formándose en sus labios. Una sonrisa que me moría de ganas por comerme. Se pasó una mano por la mandíbula y negó con la cabeza, una suave risa pendiendo de sus labios como mi vida pendía de sus manos.
                -¿Te gusta la sorpresa?-pregunté, pasándole de nuevo un dedo por los labios y sonriéndole. Por supuesto ya sabía la respuesta, pero de todos modos quería que me lo dijera; nunca estaba de más escuchar que habías hecho las cosas bien, especialmente cuando lo habías  organizado todo a contrarreloj.
               -¿Bromeas? Me encanta. Sólo a ti se te podría ocurrir algo así, bombón-sonrió, dándome un beso en la mejilla e incorporándose en el coche hasta volver a quedar sentado junto a mí. Un inmenso alivio me inundó al escucharlo.
               Todo había salido bien, o todo iba a salir bien. Las horas previas a llegar a casa de Karlie habían sido una verdadera pesadilla, cruzando emails tanto con la dirección de los Jardines, que en principio se había negado educadamente a concederme el capricho de ir con Alec en un día en que no había eventos organizados, como con las representantes de papá, a las que había tenido que acudir para que hicieran mi presión y también mis promesas más creíbles y útiles; haciendo el seguimiento del vestido que había encargado y confirmando con Karlie que estaría en casa todo el día, y que no se daría un baño o algo que hiciera que no estuviera disponible para abrir la puerta; pasando también por organizar el itinerario de la noche o la cena que íbamos a tomar.
               Tendríamos que esquivar a los paparazzi y todos aquellos que querían obtener aunque fuera la más mínima información de a qué se dedicaba la hermana pequeña de Scott de Chasing the Stars, y sobre todo mantener un perfil bajo para que no pudieran recriminarle nada a mi familia de que yo me iba de fiesta pija con mi novio mientras mi hermano cancelaba una gira por los mismos motivos por los que mi padre había abandonado otra en el pasado. El comportamiento de mi familia tenía que ser ejemplar, y no podíamos dar la más mínima pista de lo que teníamos preparado o de lo que estaba pasando, pues el factor sorpresa era nuestro principal aliado en el tema de Diana.
               Fui a abrir la puerta del coche para salir, pero Alec no me dejó: con un “ni se te ocurra”, tiró de la manilla para volver a cerrarla, salió del coche, lo rodeó y, abotonándose la chaqueta del traje que le quedaba de cine, se acercó a la puerta y la abrió con un guiño ya preparado. Me tendió una mano que yo acepté gustosa, y mentiría si dijera que no me sentí como una estrella de cine que va al día de la première de la película con la que sabe que triunfará en la temporada de premios.
               Me acomodé el abrigo sobre los hombros, regodeándome en el calorcito que me daba en la espalda y que se compenetraba a la perfección con el que sentía en mi interior y en la parte baja del vientre. La sesión de besos en la parte de atrás del coche había estado de lujo; tanto, que incluso me había excitado lo suficiente como para que Alec encontrara entre mis piernas esa película de lujuria con la que tanto le gustaba jugar. Si no fuera porque el trayecto había durado menos de lo esperado gracias al poco tráfico y las habilidades de Alfred, creo que al final no habría sido capaz de seguir resistiéndome a Alec y a sus ganas de mí.
               Mi vestido había sido una idea genial y terrible a partes iguales; genial, porque me había producido un subidón de confianza cuando había visto su reacción hambrienta al verme con él puesto, pues la tela como de satén se adhería a todas mis curvas y no dejaba nada a una imaginación ya de por sí experimentada; y terrible, porque era una envoltura demasiado prometedora como para que Alec se resistiera a probar el bombón que había en su interior. De hecho, era tan revelador que incluso se me notaban los pezones, esos con los que Alec había sido incapaz de dejar de jugar, besar, probar y mordisquear mientras yo me frotaba contra él y sus dedos en los asientos del coche.
               Oh, pero su traje no se quedaba atrás. No, señor. También había sido de mis mejores ideas, pues le sentaba como un guante y hacía que se me acelerara el corazón sólo con mirarlo, por cómo le hacía exudar elegancia y lujo por los cuatro costados; y de las peores, porque, al haber supuesto todo un reto el encargarlo a medida y en tiempo récord (había hablado largo y tendido con Bey a través de mensajes para averiguar cómo sería la mejor manera de tomarle medidas sin que él se diera cuenta de que lo hacía, y cuando se le ocurrió que lo hiciera mientras dormía a mí casi me había dado algo al pensar en que se despertara), el ver que había conseguido el mismo resultado que si nos hubiéramos presentado en la tienda de alguna marca cara hacía que todavía me gustara más lo que veía.
               No pude evitar imaginarnos desde fuera, la pinta que tendríamos, las portadas que ocuparíamos si dejaran que nos fotografiaran.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La flor más hermosa.

Me he pensado mucho si publicar este capítulo después de los trágicos acontecimientos de la DANA de Valencia, pues me parecía algo frívolo continuar con mi calendario habitual mientras hay gente que lo ha perdido todo; no sólo su casa, sino también a sus familiares. Sin embargo, después de todas las noticias que abarrotan tanto los telediarios como las redes sociales, creo que también hace falta una ventanita que haga de respiradero con lo que poder distraerse un poco de toda la situación si alguien lo necesita. Sé que hablo desde el privilegio al no haberme visto afectada por la DANA más allá del horror que me produce el darme cuenta de que estamos totalmente solos ante una clase política que parece decidida a no estar nunca a la altura de las circunstancias, así que espero que el que publique este capítulo estando todo tan reciente no se considere una falta de respeto a las víctimas y sus familiares afectados. Nada más lejos de la realidad: me gustaría que, de ser posible, esto fuera un pequeño paréntesis de distracción y alivio de la tragedia que están viviendo, si alguna de las afectadas también se cuenta entre mis flores.
Si vives en España, no dejes de informarte sobre los medios en que puedes ayudar: desde donaciones (preferiblemente en especie, como materiales de limpieza, mascarillas, o alimentos no perecederos libres de alérgenos como sin gluten o sin lactosa) hasta voluntariado si está dentro de tus posibilidades, todo a raíz de medios oficiales o canales fiables que son tantos y tan variados en función de tu origen que me resultaría imposible enumerarlos todos en esta entrada. Por el contrario, si vives en el extranjero, como me consta que algunas personas que me leen lo hacen, también te pido ayuda para Valencia con la correspondiente información y, si tus medios y país lo permiten, enviando ayuda también. Quizá sea demasiado ingenuo por mi parte, pero creo que a más gente concienciada en el ámbito internacional, más fácil será que se depuren las responsabilidades políticas en España.
Gracias por tu tiempo y que disfrutes del capítulo. Mis pensamientos están en Valencia y con todos los afectados.
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Apenas había sido capaz de concentrarme en los juegos en los que me habían hecho participar Shasha, Duna, Dan y Astrid, de cómo me ardía todavía la sangre después de la mañana tan intensa que había tenido con Sabrae; y, desde luego, tampoco ayudaba que ella no estuviera disfrutando de un momento de desconexión como el que se suponía que iba a tener yo jugando con los críos en el salón de mi casa mientras mi madre hacía la comida canturreando al otro lado de la casa, sino que estuviera enganchada al móvil como si le fuera la vida en ello recibir la contestación a algún mensaje arriesgado que había enviado nada más cruzar la puerta de mi casa.
               -¿Todo bien, nena?-le había preguntado en una tregua que me habían dado los críos cuando mamá los llamó a la cocina para que la ayudaran a espolvorear con sus toppings preferidos las galletas que estaba preparando, y que pretendía meterme en la maleta para que no pasara hambre en el vuelo y, de paso, le diera las gracias a Valeria por su “generosidad” al “permitirle que me disfrutara un poco más” (como si Valeria no fuera a hacer que lo pagara con creces).
               Sabrae había levantado la cabeza como una liebre que escucha el sonido de unos crujidos a su espalda en medio del bosque en el que se creía sola y me miró con ojos como platos antes de pegarse el móvil al pecho.
               -Sí. Eh… sí-repitió, mirando la pantalla una última vez, y luego bloqueándolo y bajando el brazo con que lo sostenía en un gesto derrotado-. Es que estoy pendiente de que las chicas me confirmen que han terminado la parte que me correspondía de un trabajo en grupo que tenemos que presentar el lunes, y… bueno, ya sabes. Me preocupa mi expediente académico.
               Asentí con la cabeza. Me habría gustado tomarle el pelo diciéndole que mentía fatal pero no pensaba tenérselo en cuenta, pero no quería que sintiera que tenía que rehuirme para poder ocuparse de sus sentimientos. Al contrario: quería que contara conmigo y que supiera que estaría ahí para ella, y que esperaba con paciencia al momento en que decidiera abrirse a mí.
               Su humor había cambiado un poco justo después de la comida, cuando el móvil le vibró junto a su plato e, incapaz de contener su preocupación, lo comprobó a pesar de que nunca lo hacía cuando estábamos a la mesa. Exhaló un suspiro de alivio que hizo que Mimi la mirara con los ojos más abiertos de lo normal, y nos dedicó a todos una sonrisa de disculpa.

domingo, 27 de octubre de 2024

La fruta más dulce.

 ¡Hola, flor! Me paso por aquí rápidamente para agradecerte tu paciencia ¡que disfrutes del cap! ᵔᵕᵔ

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Me había aferrado a la cama y a su abrazo como el último bastión de mi salud mental desde que había llegado agosto, y los fines de semana siempre habían sido mi modo de escape de la realidad, la excusa perfecta para quedarme un poco más en ese rincón en el que le había pertenecido a Alec más de lo que le había pertenecido a ninguna otra persona. El único rincón del mundo en el que yo era sólo suya, y él era sólo mío. El sueño había sido una bendición, y remolonear en la oscuridad, donde mis problemas no podían encontrarme, el único modo en el que había sido capaz de arañar un poco de felicidad en mis momentos más bajos.
               Era un cambio en mi rutina estar ansiosa por abrir los ojos, pero la presencia cálida y fuerte que había a mi lado, hundiendo el colchón más de lo que lo hacía mi cuerpo, era la prueba viviente de que ni el hotel más lujoso del mundo puede competir con tu habitación cuando tienes en ella a la persona amada.
               Me acerqué un poco más a Alec notando cómo una sonrisa me cruzaba la boca y me incliné a darle un beso en el bíceps del brazo con el que me estaba rodeando el cuerpo. A veces nos despertábamos en las posturas más incómodas imaginables, pero no notábamos el más mínimo dolor. Escucharnos respirar profundamente a lo largo de la noche era cura suficiente para la más grave de las enfermedades que pudiéramos sufrir.
               Aunque pronto tendríamos nuestra recaída, pero no quería pensar en eso ahora. Poniendo cuidado de no apoyarme demasiado cerca de él para no despertarlo, me incorporé en la cama a su lado y me estiré para alcanzar la mesita de noche y mi móvil descansando en ella. Tenía todavía muchos cabos sueltos que atar, y aprovechar que Alec dormía era el momento perfecto para terminar de perfeccionar las demasiado escasas horas que le quedaban en casa.
               A la luz tenue de la pantalla de mi móvil pude ver su expresión plácida mientras dormía, su cara vuelta hacia el borde de la cama en vez de hacia la pared y hacia mí. Su pecho subía y bajaba despacio al compás de una respiración que conocía mejor que la mía propia, y cuyo abanico de cadencias era mi momento de indecisión preferido; y la sombra de su barba iba acentuándose poco a poco a medida que pasaban los días. No quería que se afeitara. Aunque me rascara y me pinchara, no quería que se afeitara hasta que no estuviera de vuelta en Etiopía: quería sentir sus besos y su presencia en mi piel, recordándome lo amada y deseada que era, como él podía hacerlo con mis arañazo en su espalda.
               Su barba y mis labios doloridos lo hacían todo más real, y estaba demasiado en una nube después de lo que había pasado la noche anterior, de lo que estaba a punto de pasar, como para renunciar a un poco de realidad.
               Así que le hice un par de fotos, sonriendo para mis adentros al reconocer mi suerte, y desactivé el modo avión de mi móvil, decidida a comprobar mi correo electrónico en busca de confirmaciones de las reservas que había intentado hacer o de respuestas a las preguntas que había mandado a unos responsables de atención al cliente que, la verdad, no se tomaban demasiado en serio su trabajo.
               Fracasé estrepitosamente porque, en cuanto me conecté de nuevo a la red, me llovieron las notificaciones pendientes, pero había una irresistible. El tono característico de los mensajes de Alec resonó en mi habitación, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba entrando en nuestra conversación de Telegram y esperando mientras cargaba el círculo con su nuevo videomensaje, uno que me había mandado sin contar con que estaría ahí para verlo conmigo.
               Mi Alec de verdad se revolvió en sueños, abrió los ojos e inhaló profundamente. Los entrecerró de nuevo un momento, intentando descubrir dónde estaba, y se giró instintivamente hacia mí.
               -Mi amor-saludé con cariño, inclinándome a darle un beso en los labios.
               -Hola. ¿Qué hora es?

miércoles, 23 de octubre de 2024

No es 23 de julio de 2020, pero hoy tampoco habrá Sabrae.

La única vez en que no subí capítulo el día 23 en siete años y medio que llevo escribiendo la novela fue el día del décimo aniversario de 1D. Nada, aparte de eso, me hizo fallar un solo día; ni siquiera cuando tuve el primer examen de la oposición al que me presentaba con preocupación por si no lo aprobaba; ni siquiera en junio de 2019, cuando tuve que organizarme en un mes demencial en el que se me juntó un viaje de fin de universidad con dos amigas y luego un circuito por Alemania. No ha habido nada que fuera prioritario a publicar el día 23. Ni siquiera tener un examen un día 23.

               Nada, salvo el décimo aniversario de One Direction. Por eso, me parece un buen homenaje hacia Liam y todo lo que nos dio no subir tampoco hoy; no hacer como si no pasara nada y no dedicarle simplemente un parrafito antes de un capítulo en el que, como ya veréis, los ánimos son bastante distintos a como están ahora mismo.

               De modo que, Liam… esto va por ti.

               Sabrae, Alec y compañía os esperan el domingo que viene, ansiosos por hacer que, si lo estáis pasando mal, podáis pasar página un poco mejor. Yo todavía estoy tratando de adaptarme a la pérdida, esperando con cautela y una pizca de preocupación creciente a que me asalte la inmensidad de lo que ha pasado y pueda reaccionar por fin como lo están haciendo mis compañeras de fandom, mis hermanas. Pero mientras ese momento no llega estará Sabrae.

               Espero que ésta sea la última excepción que tenga que hacer. Gracias por vuestra comprensión.

               Nos vemos el domingo en la región de las estrellas estivales.



jueves, 17 de octubre de 2024

Aquí está mi corazón abierto, y se va a quedar así, vacío, durante días.

 
               Queda poco para que pasen 24 horas y sin embargo todavía sigo en el mismo estado inicial que cuando vi el primero de los tweets por la tl hablando de “lo de Liam”, sin yo saber qué era, y ni siquiera sin saber qué esperar o qué imaginarme y, con todo, no haber sido capaz nunca de llegar a sospechar la verdad. Escribir esto es raro, como dominar un idioma que no recuerdas haber aprendido y cuya gramática tampoco entiendes, pero con el que consigues que te den las indicaciones necesarias para llegar a un destino que ni siquiera sabes cuál es.
               A lo largo del día he ido escribiendo notas para tratar de racionalizarlo y que por fin me entre en la cabeza que One Direction ya jamás volverá a ser lo de antes, porque en mi cabeza nadie que haya estado en One Direction puede morirse nunca. He rescatado la libreta que en 2012 fue testigo de cómo me hacía directioner, y he tomado notas de todo lo que quiero decirte, o quiero decirle al vacío, en la libreta en la que tengo todavía subrayado en el color con el que ahora oposito las cosas que se me ocurrían de la novela por la que os empecé a querer a ti, a Louis, a Zayn, a Niall e incluso a Harry. Y todavía, a pesar del tiempo pasado, a pesar de las evidencias, de los tweets, de las publicaciones y de las despedidas de compañeros, no parece real. Aún no me parece real ver tu foto en las noticias que todavía espero (pero no con esperanza, sino con incapacidad de procesar que hayamos acabado así) que en cualquier momento desmientan. Todo porque, en mi cabeza, nada que haya estado en 1D puede morir. Los cuatro con cara de 5 lo dijisteis: nena, ¿no sabes que podemos vivir para siempre? Así que no entiendo por qué ninguno de vosotros no elegiríais ese camino.
               El 12 de octubre de 2012 escribí que queríamos mantener el fuego, pero estaba lloviendo. Y ahora han pasado años, y no dejo de preguntarme cómo estará la amiga con la que te casé y te hice tener unos hijos cuya historia estoy escribiendo ahora y en la que te puedo dar una segunda oportunidad (otra más, otra de cientos). Doce años ha estado esperando esa frase para ver la luz, y más que iba a esperar si no te hubieras convertido en un villano de actos nobles cuya muerte (“muerte”… esto no es real) me permite echar la vista atrás.
               Y ahora acabo de subrayar en color verde, como hacía hace doce años, las palabras que han pasado de la libreta a mi ordenador, pero que quiero seguir conservando igual que me gustaría no tener que conservar a One Direction porque todavía existiría una pequeña posibilidad, por nimia que fuera, de que se alinearan los astros y One Direction volviera a pasar.
               Porque puede que haga nueve años de que se acabó la banda, pero hoy se ha acabado One Direction. Nos hicisteis una promesa, Louis nos hizo una promesa, y ahora han obligado a Louis a incumplir esa promesa.
               El pasado más reciente es el testigo de que, a veces, los ascensos meteóricos son los de un fuego artificial en lugar de los de un cohete, y que incluso las estrellas se consumen a sí mismas a veces. O también pueden hacerlas consumirse.
               No soy partidaria de la caza de brujas que están haciendo muchas personas porque hace quince días el sentimiento hacia ti era bien distinto y ahora todas sentimos más o menos pena, pero tampoco de fingir que no ha pasado nada. Por eso puedo decir, por horrible que suene, que no me da pena que haya muerto la persona que ha muerto. No siento pena por la muerte de un abusador que le ha hecho daño a tantas mujeres (y más de las que no sabemos nada), en las que no paro de pensar y espero que pasen este temporal lo más plácidamente posible.
               Pero no puedo no sentir pena por la persona que fuiste, incluso aunque dejara de existir hace más tiempo; es como añorar a una amistad que ya no es igual pero a la que sigues escribiendo por si acaso la recuperáis; ahora ya sabemos que no pasará. No hay margen para engañarse, ni tampoco posibilidad de esperanza.
               Porque lo más triste de todo esto es que hoy nos despedimos de dos personas distintas: la “persona atormentada y que atormenta a los demás”, como dijo una chica en Instagram, a la que no me importaría decirle adiós; y el chico que podrías haber vuelto a ser después de tu redención, de tu ayuda y de tu reflexión. El chico al que yo podría llorar.
               Escribir esto sigue sin parecerme real. Soy bastante visceral cuando escribo: no han sido pocas las veces en que se me han saltado las lágrimas al escribir frases especialmente duras, pero incluso con los ojos anegados podía verlo todo con claridad. Ahora no. A pesar de que mi cuerpo está reaccionando con fuerza (me tiemblan las manos, tengo el estómago cerrado, me duele la cabeza, tengo gamas de vomitar) mi cerebro se niega en redondo a procesar que la persona de la que se están despidiendo sea la misma persona que el Liam Payne de la misma banda de mi adolescencia, la de mi primer concierto y por la que a día de hoy soy quien soy. Mujer, amante de la música en inglés, escritora. Escritora. Tú y los demás me disteis lo que más me gusta de mí y ahora nunca voy a volver a teneros a los cinco delante. Nunca vamos a volver a cantar canciones que desgarran el corazón pero de cuya profundidad y crudeza no te das cuenta hasta que no les dan sentido con cosas como ésta.
               Esto es tremendamente injusto. La explotación y las drogas nos han quitado la posibilidad de despedirnos como debíamos hacerlo: dentro de muchos años, recordándote con un cariño pulcro que no se viera empañado de los reproches por todo lo que hiciste y por lo que no pediste perdón. De un duelo sin condiciones, sin tener que dar explicaciones. De poder hablar de que te habías ido en busca de los corazones rotos para darles esa casa a partir de un hogar roto; de que, cuando la noche nos caiga encima, tú ya habrías encontrado el camino para guiarnos por la oscuridad.
               Hubo una época en que de verdad me creí que nos llevaríais a través del agua y del fuego por nuestro amor. Y ahora… ahora echo de menos al que fuiste hace diez años, a una persona que ya no existe y que lleva mucho sin hacerlo, pero que yo creía de verdad que podía volver.
               Al menos nos queda el consuelo de que nos encontraremos de nuevo en despedidas agridulces, en cada videodiario, cada entrevista, cada videoclip… entre páginas digitales hechas de píxeles y no de papel. Una vez hablé de cómo no erais píxeles sino células, y aunque me encantó que no hubiera pantallas entre todos nosotros, y nada de opciones de resolución para elegir, agradezco a los píxeles que siempre vayas a estar ahí. Incluso cuando ya no estás en absoluto, mucho después de que el chico que enamoró a tantas ya no exista.
               Se haya ido.
               Y se me queden las ganas de vomitar.
               Quiero creer que nos veremos de nuevo en la región de las estrellas estivales, donde todo es más bonito y no tenemos que preocuparnos… y tú nunca dejaste de ser el que fuiste hasta 2015. Pero ahora hay una fecha maldita más en mi vida, y el cumpleaños de Tommy estará siempre empañado por su víspera y la tristeza por todo lo que fue, dejó de ser, y ya jamás volverá.
               Gracias por One Direction. Gracias por mis amigas. Gracias por mis historias. Te daré en ellas la felicidad que perdiste; ahí también vivirás para siempre.
               Adiós, Liam… hasta siempre.
                


domingo, 13 de octubre de 2024

No puedo creer que esta vaya a ser la entrada número MIL de mi blog.

 
¡Hola, flor! Creo que el título es bastante representativo de mi asombro y que, a estas alturas de la película, seguramente ya sospeches lo que te voy a decir; que es, básicamente, lo que te he venido diciendo en bastantes ocasiones a lo largo de este año. No obstante, mi comodidad para tomarme descansos y compatibilizar Sabrae con mi vida personal viene de haber superado ya la etapa de “tengo que subir esta semana sí o sí, independientemente de lo que pase, porque si dejo de subir una semana al final se convertirá en no volver a subir ningún capítulo”, porque había momentos en los que decía que “la novela no estaba en peligro” tanto para tranquilizarte a ti como para convencerme a mí (pero no; Sabrae no está en peligro, y esto lo digo exclusivamente para tranquilizarte, porque estoy convencida de ello).
El caso, que me enrollo como una persiana. ¿Recuerdas que estoy opositando? Bueno, pues resulta que me han convocado para una prueba precisamente el día 23. Voy a cogerme unos días en el trabajo para poder estudiar y preparar este examen lo más a fondo posible, y no sería consecuente con mi esfuerzo ni tampoco responsable por mi parte el subir hoy un capítulo y luego, después del examen, tener que correr a casa para ponerme a escribir el del día 23 (o, peor aún, y muy factible conociéndome: estar pensando en el capítulo los días previos al examen en lugar de centrarme en estudiar), de modo que ni este domingo ni el que viene habrá capítulo. Ya he empezado el siguiente, y aunque en el momento en el que escribo este pequeño comunicado sólo tengo un par de páginas de las 20 que normalmente ocupan los capítulos, tengo pensado ir escribiendo poco a poco tras estudiar (si no termino demasiado cansada, se entiende) para poder subir el día 23. Era algo que cuando empecé a opositar ya consideré que podía pasarme, y me alegro de que haya sido tan avanzada en mi estudio y en mi escritura, porque he tenido momentos de estar bastante chalada y pensar “PUES NO VOY AL EXAMEN PORQUE TOTAL NO VOY A SACAR LA PLAZA Y POR LO MENOS NO PERJUDICO A LA NOVELA🤪🤞🤙🤘”, lo cual da una idea de mi estado mental en más ocasiones de las que me gustaría reconocer LMAO.
¡Lo dicho! Muchísimas gracias por tu paciencia; eso sí, te agradecería que, con un poco más de asiduidad, no me hicieras sentir como que le estoy escribiendo al vacío o gritándole a la nada. Sé que estás por ahí, o por lo menos quiero pensar que es así.
Por mi parte, nada más. Nos vemos el día 23… con, espero, un capítulo que merecerá mucho la pena tanto tu paciencia como mi esfuerzo logístico.😉 ¡Un beso, y hasta dentro de diez días!



domingo, 6 de octubre de 2024

Reina de corazones.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Acariciarle la espalda mientras estaba tumbada boca abajo en una cama, completamente desnuda y con la piel perlada de un sudor que llevaba mi nombre y sabía a mis jadeos siempre iba a parecerme la octava maravilla del mundo. Era como ser un joven dragón que, cuando por fin consigue alzar el vuelo, atraviesa el manto de nubes y descubre la bóveda de estrellas que lo observan todo desde arriba, concedentes de deseos y tesoreras de sueños imposibles por igual.
               Quizá no estuviera en mi mejor momento con mi suegro, pero, joder, cómo había dado en el clavo cuando dijo que aquello era como polvo de estrellas flotando a nuestro alrededor.
               Su respiración iba haciéndose más y más lenta a medida que mis dedos avanzaban por su espalda y la luna atravesaba el cielo con pereza, como si ella tampoco quisiera dejar pasar este momento, como si cada segundo fuera el último.
               El avión que se suponía que iba a coger originalmente debía de estar a punto de despegar, y sin embargo yo acababa de posar los pies en el suelo. Saab había estado increíble, moviéndose como una amazona que echaba de menos cabalgar después de una dura lesión que la había mantenido apartada de la acción, y yo… yo sólo había hecho lo que haría cualquiera en mi situación: darle todo lo que tenía, todo mi entusiasmo y todas mis ganas, con la esperanza de que aquello fuera suficiente.
               Aparentemente así había sido, pues después de terminar, completamente empapados en sudor, los dos teníamos una sonrisa tonta en la boca que nos costaría mucho quitarnos… y muy pocas ganas de separarnos.
               O de salir de la cama, ya puestos.
               -Mi amor-había ronroneado mi chica, acariciándome el pecho mientras me miraba con la pereza propia de la mujer que acaba de echar uno de los mejores polvos del siglo y está recordándolo todavía, mientras las endorfinas del sexo son poco a poco sustituidas por el cansancio que supone la actividad física tan intensa a que se ha sometido. A duras penas había conseguido convencerla para que fuéramos al baño, y cuando nos habíamos tumbado en la cama, aún completamente desnudos, Sabrae se había acercado a mí y había empezado a besarme con tranquilidad, saboreando su excitación que todavía permanecía en mi lengua y todo mi cuerpo expuesto para que ella lo disfrutara.
               Me había puesto duro de nuevo con sus caricias, que no se habían dejado ningún hueco por explorar en mi cuerpo, y el segundo asalto había llegado antes de que los dos nos diéramos cuenta, cuando ella se sentó encima de mí, me rodeó con sus piernas y jadeó contra mi boca mientras me deslizaba en su interior:
               -Mi hombre…
               Se había lucido como pocas veces se había lucido ninguna chica conmigo y, a la vez, como siempre se lucía ella. Y, curiosamente, ahora que habíamos terminado y nos habíamos saciado en nuestra sed del otro, se habían invertido los papeles y era yo el que quería quedarse charlando hasta las tantas mientras a ella sólo le apetecía dormir. Su cuerpo se le rebelaba, y aunque normalmente solía ser más fuerte, no fue así esta vez.
               Su respiración fue relajándose, la subida de su espalda al compás del ritmo que marcaban sus pulmones fue ralentizándose con la calma que sólo el sueño puede darte, y yo seguí acariciándola mientras Sabrae se me escapaba entre los dedos, presa de Morfeo, como un puñado de la arena más fina a la orilla del mar.
                Una sensación de calma absoluta me invadió mientras la sentía dormirse a mi lado, acompañada de un amor infinito que amenazaba con abrirme de nuevo las cicatrices y derramarse en la cama y a nuestro alrededor, en el primer lugar en el que nos habíamos conocido de veras y donde habíamos sellado nuestro amor.
               Tenía la boca seca y el estómago vacío a pesar de la comida que habíamos tomado en mi casa, de modo que al tercer rugido decidí que lo mejor sería buscar provisiones abajo con las que saciar este hambre que amenazaba con arrancar a Saab de ese lugar tan placentero que son los sueños sin sueños.
               Separé la mano de su espalda y ella se revolvió de nuevo, igual que había hecho cuando me había rugido el estómago las demás veces. Estiró la mano en mi dirección mientras luchaba con unos párpados que pesaban toneladas.

domingo, 29 de septiembre de 2024

Tormenta incipiente.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Puedes decir que soy un cobarde. Puedes decir que todo lo que cuento sobre mi legado en el boxeo es mentira. Puedes decir que soy un embustero y que no paro de exagerar todas mis victorias.
               Seguro que crees que tú no te cagarías de miedo si midieras un metro ochenta y siete, estuvieras más musculado que el mismísimo Cerbero, tuvieras los reflejos de una pantera puesta de coca, y tu novia de apenas metro cincuenta te mirara de lado cuando insistieras en que la ayudarías a recoger la mesa para estar un poco más con ella. Sí, seguro que pensarías que eres súper valiente y que tu amor y atracción por ella vencerían a cualquier cosa, incluyendo sus miradas envenenadas y sus giros sobre sus talones más propios de una bailarina en el cénit de su carrera.
               ERROR. Recularías como un cachorrito abandonado cada vez que se pone el sol, porque no tienes ni idea del miedo que puede llegar a dar Sabrae cuando decide ser terrorífica. Sería capaz de detener un meteorito en plena trayectoria de colisión con la Tierra y hacer que se diera la vuelta a toda velocidad, así que piensa en lo que harías tú si te fulminara con la mirada como lo hizo conmigo cuando insistí en ayudarla a recoger las sobras de la comida y fregar los platos.
               La verdad es que, para lo complicado de la situación, yo lo había manejado con muchísima dignidad.
               Apenas había llorado.
               Dylan había tirado la casa por la ventana y había pedido doce pizzas tamaño familiar para las doce personas que había en casa (de las cuales tres eran niños pequeños y una, directamente, un bebé), y yo había convertido en mi misión personal el comerme casi la mitad de todas y cada una de ellas ignorando deliberadamente que estaba zampando por sueño y no por hambre. La mesa se había quedado hecha unos zorros ya que la conjunción de cajas de comida grasienta con niños pequeños no daba un resultado que defendiera el orden y la limpieza, precisamente. Mamá iba a tener mucho trabajo cuando yo me marchara lavando los manteles que Duna, Astrid y Dan habían ensuciado con sus manitas, pero a los que no había pensado reñir ni una sola vez. Sin embargo, tenía pensado aprovechar cada segundo que tuviera conmigo, por lo que cuando Sabrae dijo que ella se ocuparía de recoger la mesa, por primera vez desde que la conocía (y ya eran muchos años), no protestó cuando trataron de suplantarla en su papel de ama de casa.
               Lo cual no me pareció del todo justo porque Sabrae había cambiado gustosa dos días de su cumpleaños a cambio de que mamá me disfrutara un poco, así que Saab se merecía que le premiaran con mi presencia.
               O eso pensaba yo; y estaba en minoría, al parecer, pues Kiara, que había salido con Dylan a por el desayuno y se había encargado de Avery con relativo éxito (la bebé iba para diva de la ópera y estaba decidida a hacer historia), siguió a Saab a la cocina y desapareció con ella allí.
               Me senté en el sofá con el ruido del tintineo de las copas y la charla ininteligible de Sabrae y Kiara al otro lado del vestíbulo con toda mi familia rodeándome y apoyada en mí en mayor o menor medida mientras me preguntaban qué quería ver en la televisión.
               Cuando dije que me daba lo mismo pusieron el canal de deportes, donde estaban echando una carrera de Fórmula 1. Joder, qué bien me conocían.
               Tenía pensado mantener los ojos abiertos y hacer que el sacrificio de Sabrae mereciera la pena, de verdad. Además, Sabrae me había acojonado tanto que creí que no me dormiría hasta el mes que viene, así que no entendía por qué habían empezado a cerrárseme los ojos a pesar de los ruidos de los críos jugando a mi espalda, la presión de Trufas entre mis brazos para que continuara rascándole la barriga, o el calorcito que desprendía mi casa y que desafiaba el frío de la tarde lluviosa de mediados de noviembre que arañaba las ventanas y convertía los cristales en un cuadro de arte posmoderno.
                O la dulce caricia de la manta que mi madre me colocó sobre los hombros.
               -No estoy dormido-protesté, pero no me la quité de encima ni tampoco dejé de acariciarle el lomo a Trufas, que parecía un sol minúsculo y peludo que dormitaba en mi regazo.
               -Ya lo sé, mi amor-ronroneó mi madre, dándome un beso en la frente.
               -Ni me voy a dormir-añadí. Sabrae no había hecho un sacrificio tan grande ni estaba dejándonos nuestro espacio a los Whitelaw como para que yo ahora lo estropeara todo sobándome.
               -Bueno-sonrió mamá.
               Pero en algún momento de la carrera la cancelaron tras haber dado sólo un par de vueltas, y los pilotos subían eufóricos a un podio que apenas les había costado esfuerzo.
               Otros que se cagarían de miedo si Sabrae los mirara mal.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Hay vida después de mí.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La única razón por la que no recurría a mi infalible truco de meter la cabeza debajo de la almohada para poder volver a conciliar el sueño cuando empezaron las audiciones del concierto de heavy metal a las que se estaba presentando el bebé del piso inferior era porque Sabrae tenía la cabeza apoyada en la misma almohada. Créeme, tengo que querer a alguien mucho para renunciar a ese as bajo la manga que había tenido que ir perfeccionando a lo largo de los años, cuando Mimi decidía que ya había dormido lo suficiente después de pasarme toda la noche del viernes de fiesta y la mañana del sábado encerrado en el gimnasio quemando la testosterona que había ido acumulando por la noche, y se ponía su música clásica infernal en el piso de abajo para practicar los mismos movimientos que ya se sabía de memoria y que no podía pulir más.
               Pero es que así de enamorado estoy.
               Aunque los pulmones de Avery, que parecía más bien hija de Zayn que de Niall, estaban poniendo a prueba ese amor y llevándolo a sus límites, que estaban más lejos de lo que nadie podía esperar de alguien con mis antecedentes y peligrosamente más cerca de lo que me gustaría admitir.
               De momento sólo me quedaba dar vueltas en la cama y tratar de contar ovejas. Ovejas esponjosas, de lana blanca como la nieve que las hacía parecer nubes con patas, y, sobre todo, ovejas mudas.
               Para salir con la hija y hermana de dos de los mejores cantantes del país, toleraba bastante mal el ruido, pero es que estaba ya hasta los huevos. ¿Niall y Vee no tenían más sitios donde dejar a la cría que en mi puta casa, o por lo menos hacerlo cuando ella estuviera dormida y no los echara de menos? Joder. Mimi tenía sus motivos para pincharme, pero Avery había venido a joderme de gratis, cuando yo sólo me había chupado las horas de avión por estar con mi familia, ser un buen hermano, amigo y novio.
               Bufé y me di la vuelta de nuevo en la cama cuando los gritos de Avery se desplazaron del salón a la cocina y reverberaron por todo el pasillo en cuanto alguien atravesó el pie de las escaleras con ella en brazos. Tomé tanto aire que me dolieron las costillas, y cuando lo solté por la nariz, escuché una risita a mi lado.
               Abrí los ojos y me encontré con los más bonitos que había visto en mi vida, a pesar de que ahora mismo estaban un poco apagados por el cansancio de las noches en las que habíamos dedicado muy poco tiempo a dormir y bastante a hacer otras cosas. Sabrae me sonrió con dulzura y metió una mano debajo de la almohada, acurrucándose un poco más sobre la almohada y poniéndome unos ojitos que me metían en problemas cada vez que aparecían.
               Pero a mí me encantaban los problemas, así que estiré la mano hacia ella y se la coloqué sobre la cadera.
               -Dime que vamos a tardar en tener críos-le pedí en un susurro, porque a pesar del concierto, Shasha todavía estaba dormida. Tenía la cara girada, de modo que no podía ver su expresión, pero podía ver que sus ojos apenas se movían mientras respiraba despacio. Se me ocurrió una idea siniestra: si Avery no la había despertado ya, pocas cosas lo harían. Quizá hubiera heredado la capacidad de Scott de seguir dormido incluso cuando se desataba un apocalipsis a su alrededor.
               Lo cual me dejaba un par de opciones para quitarme el mal humor que me producía el sueño…
               -Por lo menos hasta que recupere las horas de sueño que tengo atrasadas-asintió Sabrae, frotándose la cara. Me eché a reír y me acerqué un poco más a ella, de modo que la punta de su nariz estaba pegada a la mía y podía inhalar su respiración.
               -Ya que va a estar un poco difícil que durmamos ahora mismo-ronroneé contra sus labios antes de darle un beso-, ¿qué te parece si añadimos unas pocas más al saldo?-Metí la mano que le había dejado sobre el costado por dentro de la camiseta y la deslicé hacia sus tetas. Apenas le había rozado el pezón con la yema de los dedos cuando Sabrae se mordió el labio, se frotó las piernas y me agarró el bíceps. Hizo un gesto con los ojos en dirección a Shasha y yo puse los ojos en blanco-. No se va a enterar.
               -Sí me voy a enterar-respondió Shasha todavía sin girarse. Debí de poner una cara curiosa, porque Sabrae se rió en silencio y asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.
               -¿Cuánto llevas haciéndote la dormida, enana?
               -Desde que Avery empezó a llorar. Todavía me ha dado tiempo a escucharte roncar un par de veces.
               -Yo no ronco-protesté, incorporándome.
               -Te lo dije: sí que lo haces. A veces-Sabrae se encogió de hombros, enrollándose en la sábana igual que hacía cuando terminábamos de acostarnos-. No siempre, pero sí.
               -Pensé que un huracán de categoría 3 estaba pasándonos por encima-se burló Shasha.
               -¿Y por qué no has protestado? Ah, se me olvidaba. Seguro que te hizo ilusión porque te ha hecho fantasear con la vida que vas a tener cuando te cases con Josh, que también ronca, y mucho-la pinché, y Shasha se puso en pie de un brinco y trató de darme un manotazo. Normalmente la habría dejado (como siempre hacía, porque era bastante previsible en sus movimientos por mucho que Sabrae lloriqueara sobre que se movía con más rapidez de la que le correspondía a ningún ser humano; pero Sabrae no era campeona de boxeo y no tenía los reflejos que tengo yo), pero como iba derecha a mis huevos, ya que no se guiaba por ningún código de honor por el que respetara algunas partes, la detuve antes de que pudiera llegar a rozarme siquiera.
               -¡Deja de decir que me gusta Josh, pesado!

martes, 10 de septiembre de 2024

Felicidad improbable.

¡Hola, flor! De nuevo un mensaje de estos que podemos empezar a calificar como Del Terror™. Después de este agosto atareadísimo en el que apenas has sabido nada de Alec y Sabrae, quería avisarte de que la semana que viene no habrá cap, excepto que me dé un ramalazo y lo suba de sábado (estaría genial, pero ya nos vamos conociendo y sabes que cuando digo que “intentaré” subir x día, en realidad no lo voy a hacer). La razón es que me voy de vacaciones, mi avión sale muy temprano el domingo, y creo que no me va a dar tiempo a preparar nada digno de tu tiempo antes de que tenga que acostarme. Así que, ¡eso! Nos vemos, entonces, el lunes 23, con el que ya volveré a mi calendario de publicaciones habitual.
¡Muchísimas gracias por tu paciencia y fidelidad! Sé que este año estoy siendo un poco inconsistente, pero, si todo va bien, sólo tendré que repetir lo de los capítulos espaciados un año más. Y después ¡seré toda tuya! ᵔᵕᵔ
Disfruta del cap
 
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Había sido una noche muy complicada y no creí que su rumbo pudiera cambiar tan rápido para ninguno de los dos, pero ver a Alec correr hacia mi hermana intentando hacer el menor ruido posible mientras Shasha se encogía en una esquina del sofá, preparada para recibir el impacto de todo el peso de mi chico me hizo darme cuenta de mi error.
               Me noté sonreír de forma sincera, relajada y quizá un poco agradecida al presenciar los efectos que Shasha tenía en Alec, quien necesitaba desesperadamente que alguien le permitiera quitarse ese peso de los hombros con el que siempre se empeñaba en cargar. Era agradable escuchar cómo trataba de mantener ese silencio cargado de tensión y preocupación en el que nos habíamos sumido en el taxi, nuestras manos entrelazadas mientras contemplábamos las posibilidades grises que ahora parecían definir nuestro futuro, porque ahora era un silencio más acogedor, propio de un hogar en el que le querían y en el que había personas dispuestas a mantenerse despiertas hasta altas horas de la madrugada sólo para pasar unos minutos con él.
               Eso sí: me dolió un poco por mi hermana. Sabía que lo echaba de menos por la forma en que se acercaba a mí, cariñosa incluso, cuando regresaba después de dormir en casa de Alec, con la esperanza de poder encontrar en mí unos restos de ese delicioso aroma que impregnaba su cama y que era testigo de que él existía, y que se hubiera quedado en casa de los Whitelaw, donde nunca había dormido, donde no se movía con la naturalidad con que yo lo hacía y donde podía sentirse más juzgada que en nuestra casa, porque nosotros estábamos hechos a sus rarezas y mi familia política no, era una buena manera de medir las ganas que mi pequeñita tenía de ver a mi chico.
               -Au-gimió Shasha, riéndose, cuando Alec aterrizó sobre ella. Trufas había tenido la perspicacia de apartarse corriendo, y ahora los observaba con los ojos muy abiertos y el hocico tamborileando en pulsaciones silenciosas. Trató de escurrirse de debajo del peso de Alec, pero él era mayor en todos los sentidos: físicamente y también en edad, así que se las sabía todas, y no iba a dejarla escapar tan fácilmente. Shasha sacó la lengua y gruñó, metiendo las manos entre sus cuerpos y empujando con todas sus fuerzas.
               -No puedo creerme que te hayas quedado a esperarme-le ronroneó mi novio, burlón, mientras la miraba con una adoración que me hizo estremecer. Comprendí antes que él que Shasha también era algo a lo que él renunciaba regresando a Etiopía, una razón más para permanecer en Inglaterra en lugar de continuar viviendo su sueño a miles de kilómetros de casa, de mí, de nosotros.
               Mi hermana era también una de esas piezas que conformaban el puzzle de esa vida que a Alec le encantaba y a la que se moría de ganas por volver, una vida de la que yo le mandaba retazos cada quincena para recordarle que tenía un hogar en el que todos le queríamos muchísimo, y queríamos que fuera feliz. Donde le mantendríamos caliente, satisfecho, con el apetito saciado y una cama bien cómoda en la que pudiera descansar; donde corregiríamos sus errores y le serviríamos de consuelo, donde le haríamos reír cuando más lo necesitara… y donde nos alejaríamos una noche de los métodos para combatir el insomnio porque, por una vez, nos venía demasiado bien mantenernos despiertos cuando todo el mundo dormía si eso significaba tener un momento a solas con él.
               -Es que Fuckboy Island Indonesia está muy interesante, no te flipes.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Veintiocho veranos.

Recuerdo perfectamente la noche del 7 al 8 de septiembre de 2014; era la noche de mi mayoría de edad, y la última noche antes de iniciar mi etapa universitaria, una etapa en la que sentía que me habían cortado las alas y que, preveía, sería exactamente como me la habrían previsto en el instituto, cuando fui al orientador a pedirle consejo sobre cómo perseguir mis sueños por aquel entonces (y de cuya renuncia perjuraba en entradas que criticaban la madurez después del descubrimiento) y me dijo que enfermaría y seguramente no llegaría a acabarla. A pesar de que todo el mundo me decía que mis 18 iban a ser geniales, que iba a estar orgullosísima de poder hacer por fin lo que quisiera (jaja), yo los cumplí llorando. Mi decimoctavo cumpleaños era el último día antes de embarcarme en lo que sería la peor pesadilla de cualquier hijo que ha crecido escuchando a sus padres asegurar que le dejarán estudiar lo que quiera, pero que ahora tenía que limitarse a mirar a solas ese post-it a modo de receta que le había dado el orientador en el que ponía “Erika necesita hacer teatro (de momento)”, como si fuera eso lo que yo quisiera o como si fuera aquella la duración que mis sueños debían tener. “De momento”. Ese “de momento” se terminaba el 8 de septiembre de 2014, y para mí se acababa también el mundo.

               Diez años después, el 8 de septiembre de 2024, el reloj ha tocado las doce de la noche mientras yo estaba tranquila, sana, viva, y por encima de todo, contenta: contenta por haber escapado de ese destino, contenta por poder ser feliz, contenta por el futuro que veo frente a mí y el empuje que voy a encontrar en el año que he tenido. Cumplir los 27 me amedrentaba bastante por ser esa edad en la que muchas estrellas se apagaban, y aunque creo que no me paré demasiado a pensar en ello mientras los tenía, supongo que me daba un poco de miedo convertirme en una estrella fugaz que ni siquiera había tenido la oportunidad de brillar, de disfrutar de ese brillo, ni de conectar con otras formando una constelación con la que se guíen los marinos. Qué equivocada estaba; mis 27 han sido una edad genial: al día siguiente de cumplirlos, me fui a Menorca de nuevo, esta vez armada con aletas y unas gafas de buceo para poder ver ese fondo marino que hace que no tenga nada que envidiarle a las Maldivas. Tras unas semanas complicadas en el trabajo en las que ni siquiera reservar el coche sobre el que llevaba puesto el ojo durante meses conseguía arrancarme la ilusión, llegaba una llamada que yo estaba esperando y que me daba la oportunidad de ir a trabajar a mi casa. ¡A mi casa! La oportunidad de echar de menos el conducir después de haber descubierto que me encantaba.

               El 1 de octubre de mis 27 también volví a ver a Louis, el que supuestamente iba a ser mi primer concierto en solitario y que acabó siendo el tercero (con Louis perdí un miedo que ahora me alegra muchísimo haber superado por las experiencias increíbles que me ha permitido vivir), y con el que escuchar Where do broken hearts go en directo, al fin, después de casi nueve años de cantarla a gritos en el coche, fuera el precio más rebajado que nadie había pagado nunca por confirmar las sospechas de que quienes creía sus amigas no lo eran tanto.

               Mis 27 han sido una edad en la que un sueño loco, que jamás en mi vida me atreví siquiera a albergar por lo surrealista que era (más, incluso, que sostener en mis manos el primer Oscar que le entregarían a Leonardo DiCaprio), y que se cumplió por la inmensa suerte que tengo de ser asturiana: ver con mis indignos ojos miopes a Meryl Streep no una, sino DOS veces en persona. Esperarla de pie en la noche, o más tarde bajo la lluvia, me hizo recordar aquella frase que escribí cuando tenía 17 años y hablé de lo que era haber visto a One Direction por primera vez: no son píxeles, son células. Convertir a Meryl en células después de años admirándola en la gran pantalla, de que fuera sin saberlo el foco que me guiaba cuando me subía al escenario del Palacio Valdés, fue un regalo que nunca pensé que se me haría y que por tanto jamás pensé siquiera en pedir.

               Mis 27 también me trajeron mi primer coche nuevecito de paquete; aunque ya había comprado uno de segunda mano, hay algo particularmente especial en el primer coche en el que eres la que toma las decisiones: color, propulsión (híbrido, que el climate change is real and it’s happening right now), interiores… eres un adulto funcional, pero sin las complicaciones de haberlo logrado teniendo hijos. Hacer la peregrinación con el coche a Covadonga para poder presumirlo en redes en la publicación de fin de año de Instagram ha sido una de las cosas más pseudoinfluencers que he hecho en mi vida, pero también de las más divertidas.

               Mis 27 fueron la edad en la que cumplí de nuevo con el reto de lectura de Goodreads después de eones sin llegar a ese tope bastante modesto que me marco todos los años, y que al ritmo que voy con este, también volveré a cumplir. Fueron la edad en la que hice nuevas amigas con las que compartir preocupaciones de la oposición, dudas y también momentos de animarnos las unas a las otras, probando mi teoría de que los opositores somos compañeros salvo en el tiempo que dura el examen, nada más. Fueron la edad de pasear a casa con compañeras de trabaja que ahora llamo amigas, de descubrir restaurantes nuevos en mi propia ciudad, de enamorarme del sushi, de leer con la televisión encendida gracias a la magia que es la cancelación de ruido en unos auriculares.

               Fueron la edad en la que me reencontré con amigas: primero en enero, entre musical y musical, con cenas largas en las que la noche es joven hablando de Sabrae; y después, en el Eras tour: ahí me esperaban amigas que no había visto nunca, que hacía un año no tenía; amigas que había visto por cámara mientras estudiábamos juntas, y amigas que había desvirtualizado después de años siendo amigas en el CCME de 2019.

               Fueron la edad del entretenimiento: el musical de Peter Pan, del Fantasma de la Ópera, de Chicago… de Aladdín, y del sueño que supuso ver alfombras volando de verdad a metros de mí.

               Fueron la edad del Eras Tour: de hacer pulseras de cuentas simplemente para regalárselas a desconocidas, de pensar un outfit que finalmente me dejé en casa y con el que me habría asado en el Bernabéu; de posar para fotos con las manos haciendo un corazón y de reconectar con la cría que fui en 2009, viendo a Taylor Lautner entregarle un premio a Taylor Swift y cantar You belong with me en el Nokia con el que estaba grabando ese momento. Las colas virtuales improvisadas y la mañana desperdiciada por mis nervios antes de que finalmente consiguiera acceder a comprar las entradas con tan sólo 800 personas delante en una de las tres pantallas con las que me conectaba a Ticketmaster y los asientos que logramos bien se merecen la experiencia que fue el ser sólo una chica el 29 de mayo de 2024.

               Mis 27 han sido una edad de ser feliz, de ser libre (¡y no perderme en la oscuridad!), pero también de cuidarme y defenderme. De conocer Sevilla y redescubrir Puerto Banús, de permitirme por fin un descanso con la novela sin tener miedo de que suponga que no volveré a abrir el Word. Aunque confieso que me he malacostumbrado a no tener que escribir los findes, también he descubierto que echo demasiado de menos a Alec y Sabrae cuando no los tengo entre mis dedos como para tenerles miedo a mis descansos. Una edad de cuidarme y de tratar de encontrar el equilibrio entre estudiar, escribir, y el darme mi espacio para disfrutar de un poco más de tiempo libre.

               Las últimas semanas de mis 27 he tenido un cambio de mentalidad con la que ahora puedo estudiar como se supone que debo hacerlo si quiero garantizarme las tardes libres. Y, aunque eche de menos, aunque a veces me cueste concentrarme porque añoro conversaciones en las que ahondo todavía más en el mundo de mis personajes, y a veces me distraiga preguntándome por qué no podemos volver a ser amigas cuando ya habíamos cruzado la línea de lectora-escritora, me gusta lo que veo delante de mí. Me gusta la mujer en la que me estoy convirtiendo, lo que prometen mis 28. Poco a poco estoy luchando por no depender tanto de los demás, por no decepcionarme tanto y no creerme tan especial, por darles a los demás un espacio que también necesito yo misma y por no tener un optimismo que raye en la bobería, porque cuando tienes la cabeza por encima de las nubes casi nadie está dispuesto a subir al Everest para darte un beso, así que no tienes por qué sentirte sola, sino comprender y apreciar los sacrificios que los demás hacen por ti.

               Y hacer tú los propios. Estoy tan ansiosa por enamorarme de mis 28, incluso aunque no me sucedan tantas cosas geniales como en mis 27 y mis 26, que no puedo esperar a ver lo que me depara este año que ahora se abre para mí. Ya no tengo miedo al futuro que me estoy labrando, ni me duermo llorando por las noches, pensando en lo que vendrá.

               Y, lo mejor de todo, es que en las últimas he descubierto que sí. Hay gente dispuesta a subir al Everest para darme un beso. Sólo espero que les gusten las vistas desde allí.



viernes, 23 de agosto de 2024

Un mar triste, sin sirenas.

¡Hola, flor! Quería darte las gracias otra vez por tu paciencia, y recordarte que, aunque el domingo que viene estaremos ya en septiembre, como la semana que viene todavía es íntegramente agosto en lo laboral, el domingo no habrá cap para que pueda terminar de corregir mis temas.
¡Gracias! Nos vemos pronto
 


¡Toca para ir a la lista de caps!

Diana todavía tardó un par de horas en despertarse; tiempo suficiente para que sus padres por fin llegaran del otro lado del océano y pudieran velarla junto a Tommy, Layla, Chad y Scott; pero suficiente también para que la tensión entre nosotros fuera creciendo y creciendo.
               Annie había respondido a la llamada de Alec a mitad del primer tono, como si hubiera pasado la noche con el móvil en la mano y pendiente de que su hijo diera señales de vida para asegurarle que no pasaba nada, que entendía perfectamente que quisiera estar con sus amigos y que estaba muy orgullosa de que fuera tan bueno con ellos.
               -Quizá sea contraproducente por tu tendencia a sacrificarte por los demás, mi amor, pero me hace sentir muy orgullosa la delicadeza con la que nos estás tratando a todos. Es muy valiente por tu parte.
               Alec había tragado saliva y se había mordido el labio, los ojos un poco húmedos, y yo le había dado un apretón en la cintura y un beso en el costado, demostrándole que seguía allí, con él. Que siempre lo iba a estar.
               -Tampoco es para tanto, mamá. Simplemente estoy donde tengo que estar; ellos harían lo mismo por mí.
               -Aun así… quiero que lo sepas.
               -Siento no poder estar ahí.
               -Lo sé. No te preocupes. Ve con tus amigos. Te quiero mucho, mi vida.
               -Y yo a ti. Nos vemos pronto, mamá.
               Había bajado la vista para mirarme cuando al fin colgó el teléfono, el alma un poco más resquebrajada después de esa llamada, porque él había sabido escuchar lo que Annie no le había dicho con palabras, pero sí con su tono de voz, su paciencia y su comprensión: que ella también tenía muy presente la otra vez en que habíamos esperado que alguien muy querido se despertara, que los fantasmas de bata blanca muy familiarizados con la muerte nos dieran noticias más halagüeñas que la precaución con la que nos informaban de todo lo que habían estado haciendo.
               Annie también estaba velando a Alec a través de Diana, y creo que también se sentía culpable por no haber sabido ver que ella tenía un problema más grave del que quería hacernos creer. Incluso cuando Annie pocas veces había tratado con Didi, y jamás cuando la americana no estuviera completamente en sus cabales. Entendía a mi suegra porque vivía en su misma piel; ahora que sabíamos lo serio de la situación (como si lo de Nueva York no hubiera sido un toque de atención lo bastante importante), todos los que conocíamos y queríamos a Diana estábamos analizando minuciosamente cada interacción que habíamos tenido con ella. Cada palabra que hubiéramos intercambiado de repente adquiría un nuevo significado que no habíamos sido capaces de ver por una cuestión de pura torpeza, porque ahora era evidente. Cada sonrisa complaciente que ella nos dedicaba, cada guiño, cada coqueteo cariñoso y cada visita al baño después de asegurar que no necesitaba compañía… todo eran señales que indicaban un destino claro ahora que nos habíamos pasado la última salida y su silueta se recortaba contra el horizonte, a ratos prometedora, a ratos amenazante.
               Habíamos regresado a la habitación sin pena ni gloria, en la que la comida y bebida que habían subido para Tommy seguía sin tocar. Nos sentamos en el sofá de estructura de madera y cojines de color azul turquesa en el que ya estaba Chad, que ni siquiera se apartó para hacernos sitio. Tenía la nariz pegada a su móvil, en el que cambiaba de aplicaciones y tecleaba a toda velocidad, la vibración del aparato con cada toque en el teclado como única indicación de que estaba afanándose en algo que ni me atreví a preguntar. Si Chad prefería estar pegado a su móvil en un momento así, era porque su tarea debía de ser muy importante.
               Layla se levantaba de vez en cuando a comprobar los goteros que le pasaban medicación a Diana, a contarle el pulso con los dedos en el cuello, como si no se fiara de lo que indicaban las máquinas que reducían a nuestra amiga a un montón de estadísticas, y a ponerle una mano en la frente para asegurarse de que la fiebre no le aumentaba.
               Scott se cambió de postura un par de veces; de una de las sillas como nuestro sofá pasó a levantarse y quedarse apoyado en la pared con la vista fija en Tommy; luego se giraba para observar las inmediaciones del hospital, frunciendo el ceño cada vez que una ambulancia interrumpía el silencio de la habitación, y negando con la cabeza cuando alguno de nuestros amigos se asomaba para comprobar si había novedades.
               Y Tommy… Tommy se limitó a seguir mirando a Diana con determinación, con el mismo ceño fruncido en ese gesto concentrado tan típico de quien sabe, a ciencia cierta, que si se concentra lo suficiente en conseguir que vuelva su ser más querido, éste lo hará. Daban igual las migrañas, las noches sin dormir, la pesadez en los párpados o cómo el ambiente estéril del hospital acababa haciendo que te picaran los ojos; daba igual que te hormiguearan las piernas o que directamente se te durmieran. Tu única misión en la vida era no apartarle los ojos de encima a esa persona, sin importar tu sufrimiento y cómo fuera creciendo éste.