sábado, 8 de septiembre de 2012

Los Tudor.

Diez minutos después de terminar la segunda vez, estábamos tumbados, yo boca abajo sobre su pecho y él con una mano tras la cabeza y la otra acariciándome la espalda. Jugueteé con mi pulsera, le acaricié el pecho y le besé el cuello. Él sonrió.
-¿Qué obsesión tienes con mis pelos del pecho, nena?
Me encogí de hombros y él aprovechó para llegar hasta mis nalgas. Las acarició suavemente.
-Me hace gracia.
Continuó mirando al techo un rato más, bajo mi atenta mirada; y bostezó. Me deslicé a un lado para dejarlo respirar tranquilo, y él levantó la cabeza para cruzar la vista conmigo.
-No me molestas.
Volví a colocarme sobre él y le apreté la mano.
-¿Tienes sueño?
Se encogió de hombros, haciendo que los dos nos moviéramos sobre la cama.
-Estoy bien.
-Si quieres dormir, duerme, ¿vale? No me va a parecer mal.
No contestó, sino que siguió mirando al techo con una sonrisa en los labios, mientras su mano me recorría. Cada vez que yo me estremecía (cuando llegaba a los lumbares la corriente eléctrica se volvía insoportablemente excitante) sus dientes decidían asomarse un poco más para volver a esconderse rápidamente. Me besó la cabeza.
-¿Te puedo preguntar una cosa?-inquirí, alzando un poco la mirada y mirándole. Asintió.
-Ya lo estás haciendo, ¿no?
-¿Cuánto...-me incorporé sobre él y lo miré a los ojos mientras su vista se deslizaba hacia mis pechos, que quedaron rozándole el torso. Tragué saliva y lo intenté de nuevo cuando me miró, invitándome a continuar-... cuánto llevabas sin... hacerlo?
Negó con la cabeza y se echó a reír. Me bajé de encima de él y me crucé de brazos.
-Lou, venga.
-¿Para qué lo quieres saber?-replicó, tumbándose de costado y acariciándome el vientre, bajando más, más, aún más, hasta ese lugar donde había estado hacía apenas un cuarto de hora. Cerré los ojos, disfrutando de su contacto.
-Necesito saberlo.
Suspiró, retiró su mano y se me quedó mirando, en la cama, a su lado, desnuda.
Suya.
-Quince minutos-susurró, sonriendo. Lo empujé y él disfrutó del espectáculo de ver mis atributos femeninos al descubierto.
-Digo antes.
-¿Media hora?
-Eres imbécil-repliqué, pasando por encima de él y saliendo de la cama. Aún riéndose, se incorporó y me cogió del brazo.
-Vale.
Tiró de mí, pero yo me resistí. Alzó una ceja.
-Vuelve a echarte encima de mí y si quieres te doy hasta el teléfono de ella.
Eché un vistazo a la puerta, pero la idea de volver a colocarme sobre él, a repetir la experiencia de estar desnudos, piel contra piel, era demasiado tentadora. Me coloqué despacio sobre su pecho y esperé a que me lo contara.
-Fue... ¿en Pascua? Sí, creo que fue en Pascua.
Levantó la cabeza para contemplar mi expresión asombrada. Frunció el ceño.
-¿Qué?
-¿Por qué tanto tiempo?
Se echó a reír.
-Porque no ligaba.
-Eres un maldito mentiroso-repliqué, pero terminé riéndome con él-. No, ahora en serio. ¿Cuánto?
-Dios, Eri, es la verdad. Desde Pascua.
-¿Por qué?
Se encogió de hombros.
-No soy de los de polvos de una noche, ¿sabes? Tenía una... follamiga, si puedes llamarla así. Nos enrollábamos y eso, pero no éramos novios ni nada por el estilo. Se habrían enterado-dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la ventana. Las Directioners. Eran mejores que el FBI. Tenían tantos datos acerca de mí que yo me había asustado; sabían, por ejemplo, cuándo era el cumpleaños de mi perro, el instituto al que iba, en qué calle quedaba mi edificio...
Era en parte porque yo no me había preocupado de proteger esos datos, pues ellas no sabían (o fingían no saber) dónde vivían los chicos. No conocían su paradero, ni iban nunca a casa a pedir autógrafos.
¿Respeto, ignorancia, adoración? ¿O un poco de las tres cosas?
-El caso es que lo hicimos por última vez en Pascua, y... se enamoró.
-¿De ti?
Asintió.
-Bueno, no sé si de mí estaba enamorada, pero... nos teníamos cariño, ya sabes. El caso es que conoció a un chico y me dijo que lo sentía, pero que no podía estar haciéndole eso a él.
-¿Te enfadaste?
-¿Acaso debería? Le dije que no se preocupara, que fue bonito mientras duró, lo típico. Sí que me dolió un poco, al fin y al cabo, te están dejando por otra persona, y eso el ego lo nota, pero... éramos amigos. Aún lo somos. Ella quería lo mejor para mí y yo para ella.
Asentí lentamente, toqueteando mi pulsera.
-¿Cómo se llama?
-Lily. La conoces.
-¿COLLINS?-casi bramé. Negó con la cabeza, divertido.
-¿Cuándo he podido conocer a esa tía, Eri?
-Cuando vino a hacer promoción de Abduction el año pasado.
-Con tu amado Taylor.
-Exactamente.
Sonrió, me besó en los labios y luego miró al techo. Lo contemplé a la luz de la lamparilla de noche; las sombras que se formaban en su rostro, el brillo de sus ojos, el pelo echado a un lado pero que igualmente se notaba diferente...
Los dos éramos diferentes, eso lo tenía claro.
Antes de conocerlo, estaba segura de que estaría con mi novio siete meses, por lo menos, antes de hacerlo.
Y ahora, llevaba dos y ya no era virgen.
Pero, ¿por él? Por él merecía la pena haber cambiado.
Me quedé pensando en qué Lilys conocía (aparte de la ex novia de Taylor, a la que yo nunca había soportado y no sabía por qué, pues me habían caído bien las demás con las que había estado), y recordé a una chica de Doncaster.
-¿La novia de Stan?-di un brinco y me senté sobre él. Frunció el ceño y negó con la cabeza.
-Punto uno: antes de enrollarse con una ex mía, Stan permanece casto y puro el resto de su vida. Y eso se aplica a mí. Punto dos: la novia de Stan no se llama Lily. Punto tres: la tía de la que estamos hablando está con otro amigo mío, pero más lejano que Stan.
Asentí con la cabeza.
-¿Rubia?
Movió la cabeza a ambos lados, como si de un tiburón nadando se tratara, concentrándose en el aspecto de aquella tal Lily. Y aquello me gustó, porque significaba que ya lo tenía olvidado, que ya no significaba nada en aquel sentido.
-Creo que ahora está rubia, sí.
-¿Pelo liso?
-Sí.
-¿Ojos verdosos?
-Síp.
-Ya sé quién es-una chica que se había mostrado muy contenta de conocerme por fin; al principio, lo había atribuido a mi incipiente fama, pero ahora había descubierto la verdadera razón-. Parecía maja.
-Sí, lo es. Es muy abierta con la gente nueva-asintió con la cabeza y tiró de mí para que me volviera a tumbar sobre él. Sonrió y nos besamos.
-Millones de chicas pensarán que es estúpida por dejarte escapar, Lou-susurré. Se encogió de hombros, siempre sonriendo.
-Si no fuera por ella no te habría conocido a ti, ¿no? A mí solo me importa lo que piense una chica en particular.
-Victoria Beckham.
-Efectivamente-asintió, acariciándome el pelo y besándome más lentamente.
Me deslicé hacia delante hasta quedar con el rostro a la misma altura que el suyo, y dejé que me recorriera con las manos, con un apetito insaciable, apetito que sin embargo a ninguno de los dos le molestó en ese preciso momento. Nos besamos, nos susurramos al oído, nos abrazamos y nos acariciamos hasta que nos hartamos.
En ese momento sentí que podría estar una semana sin salir de esa cama, alimentándome de él.
-Te amo, Lou-susurré en mi idioma, él se apartó un poco y frunció el ceño, divertido.
-Eso es nuevo.
A veces se me escapaba algún "te quiero" en español, y la primera vez que lo oyó se me quedó mirando, sin entenderme, hasta que le traduje lo que le había dicho. Se había acostumbrado a oírmelo decir, pero él nunca se había lanzado a responderme lo mismo, algo que yo no le pediría jamás.
Me encogí de hombros y volví a besarlo. Me incorporé y me senté a su lado. Él rápidamente me imitó.
-Tenemos dos maneras de traducir to love. Bueno, hay más-dije, recordando lo de me encanta el tenis, y todo ese rollo. Hice un gesto con la mano-. El caso es que la parte sentimental de vuestro love tiene dos maneras de decirse en español. Una es te quiero. Se lo dices a todo al mundo al que tienes cariño y aprecio, tipo tus padres, amigos, y eso. La otra es te amo. Y te amo es solo para cuando de verdad necesitas a esa persona para vivir, cuando no concibes tu existencia sin ella. Es la forma fuerte de love. Y esa no se la dices a cualquiera. Muchas veces se les dice a los amigos que se les ama cuando en realidad no es cierto, ¿sabes? Aunque no es malo, en absoluto. Es la manera de demostrar que les quieres muchísimo, que los necesitas contigo. Pero amar es algo más. Amar es para tu pareja, y solo para tu pareja. ¿Comprendes?-me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y lo miré. Él asintió-. Es más poderoso. Más... es amor. Lo otro es cariño, amistad... pero te amo es amor. Solo y exclusivamente amor.
Asintió con la cabeza, embobado.
-Solo y exclusivamente amor.
-Sí, exacto.
-Lo que yo siento por ti.
Sonreí.
-Y lo que yo por ti, mi amor.
-Tendré que apuntarme eso, entonces.
 Se inclinó hacia mí y me besó los labios dulcemente.
-Mi españolita.
Sonreí en su boca.
-Para que veas, luego dices que soy tonta.
-Porque a veces me cabreas, nena. Pero sabes lo mucho que te quiero. Te amo, ¿eh?
Asentí.
-Muy bien, señor Tomlinson. Matrícula en español.
-Qué bien se me dan los idiomas, joder. Debería meterme a traductor.
Volvimos a tumbarnos, yo encima de él, y seguimos quietos, disfrutando de la respiración del otro mientras la noche avanzaba.
Como tenía la oreja pegada al pecho de Louis, enseguida noté cuándo se durmió. Los latidos se su corazón se volvieron más lentos sin perder regularidad, y su respiración se acompasó a ellos.
Y así, escuchando aquel corazón que latía por mí, me dormí.

 Cogió su teléfono, miró la pantalla y sonrió.
-Liam quiere saber cuántas veces lo hemos hecho. ¿Se lo digo?
Asentí.
-Sí, que sepa que hemos batido su récord.
Me miró sin mover el teléfono, simplemente moviendo sus ojos ligeramente hacia un lado.
-Pero si tan solo lo hemos alcanzado. Han sido cuatro, igual que él.
Cuatro, pero gloriosos, geniales.
Estaba segura de que llevaba toda mi vida esperando esos cuatro polvos.
El primero había sido nada más levantarnos. Nos deslizamos suavemente por la casa, después de protestar los dos porque no queríamos que el otro se vistiera, aunque Louis debía reconocer que le encantó que me pusiera su camisa, la que esperaba en el suelo desde la noche anterior, sin nada debajo, igual que mis bragas. Mientras él revolvía en los cajones de la cómoda buscando algún pantalón de pijama que ponerse, yo me puse de morros. Bastante tenía ya con haberle permitido ponerse los calzoncillos, como para encima tener que tapar aquellas preciosas piernas.
Si en realidad todo en él era precioso. Y cuando digo todo, es todo.
Llegó detrás de mí a la cocina, y yo me senté a la mesa.
-¡Esclavo, prepárame algo!
Alzó un pulgar en mi dirección.
-Ya no es tu cumpleaños, nena-me recordó, guiñándome un ojo-. Por tanto, milady, disculpadme si os molesta, pero no tengo por qué serviros comida alguna.
-Acabas de meter la pata hasta el fondo, Louis-dije, levantándome y paseándome por la cocina con la espalda recta, la barbilla alta y una mirada altanera en los ojos-. ¿Cómo osáis?-repliqué, y él sonrió-.¿Cómo os atrevéis a negarle un deseo a vuestra señora? Exijo inmediatamente mi desayuno, lacayo. Y es un orden, no una sugerencia. Debéis obedecerme, pues soy la marquesa de Gloucester.
-No hay marquesa en Gloucester, milady.
-¡CÓMO OSÁIS NEGAR MI INTELIGENCIA ABSOLUTA! Mandaré a mi marido que os azote por tanto descaro.
Me cogió de la cintura y me pegó a él.
-¿Vuestro marido?
-Mi fiel esposo, quien se ha ido de caza para distraerse de la tediosa vida en palacio, ese mismo-asentí, parpadeando muy lentamente. Se echó a reír.
-Entonces, milady, estáis desprotegida, ¿correcto?
-¿Qué pretendéis, plebeyo? ¿Forzarme? Adelante, pues. Dadle a mi esposo un heredero ilegítimo, y por el poder otorgado por su sangre y por la mía os prometo que no viviréis para ver un nuevo alba.
Aquello ya fue demasiado para él, me soltó y estalló en sonoras carcajadas, doblándose por la mitad. Sonreí pero mantuve mi personaje.
-Lacayo.
-¿Sí, milady?-preguntó, aún entre risas.
-Llevadme el desayuno a la cama-dije, dándome la vuelta y dejando que su camisa ondeara detrás de mí mientras caminaba, como si de un vestido se tratara. Me alcanzó y me agarró por la cintura, y, sin darme la vuelta, me susurró al oído:
-¿No desearíais más un hombre en vuestra cama que un desayuno, milady?
¡FÓLLAME, FÓLLAME YA! chillé para mis adentros cuando escuché su tono ronco, excitado. Di un paso atrás y disfruté de su dureza, me recreé con su deseo.
-Traedme un buen caballero de Su Majestad y mi desayuno, pues.
No lo soportó más, y yo no podría haberlo soportado tampoco. Me giró, se inclinó hacia mí y devoró mis labios, hambriento. Me acarició la cintura mientras nuestras lenguas jugaban a empujarse.
-¿Dónde has aprendido a hablar así?-jadeó, revolviéndome el pelo, rabioso. Gemí cuando me mordisqueó el cuello, y una fugaz idea pasó por mi mente.
Forzadme.
Hazme daño. Entra fuerte, hazme daño.
La encimera.
-Viendo Los Tudor, y leyendo a Ken Follet.
Se separó de mí y me miró.
-Es coña.
-¿El qué?
-¿Has visto Los Tudor?
-Sí. Pero porque había mucho sexo. Y porque Enrique estaba... Dios-suspiré y él se echó a reír.
-Creo que todo el mundo en este país ha visto Los Tudor por eso.
-¿Tú también?
-Los veía con mi hermana en mi habitación, porque nuestros padres no nos dejaban. Yo me iba a quedar con la reina joven, esa que le ponía los cuernos...
-Catalina Howard.
-Esa, la de 17 años. Y ella con Charles Brandon-asintió, convencidísimo.
-Te ponen las crías, ¿eh?-repliqué, divertida, dando un paso hacia él y pegando mi cuerpo contra el suyo. Bufó.
-Joder, Eri.
-Quiero pastelitos. ¿Quedan pastelitos?-espeté, a modo de respuesta, y él puso los ojos en blanco.
-¿Cómo puedes comer nada dulce a estas horas?
-Los americanos lo hacen.
-Es verdad, se me había olvidado que eres una puta yankee.
Me puse de puntillas y me deslicé hacia atrás, sentándome en la encimera.
-Por favor.
Alzó las manos al aire.
-Está bien-dijo, abriendo la nevera y rebuscando dentro.
-¿Tú qué vas a desayunar?
-Cualquier cosa-dijo, encogiéndose de hombros. Dio un brinco cuando algo que le lancé impactó contra él y se cayó al suelo. Me miró un segundo, yo crucé las piernas y sonreí, traviesa. Se agachó y miró el trozo de tela negra que tenía entre sus manos.
Levantó la mirada y me miró, incrédulo. Me subí su camisa hasta el costado para que comprobara que no llevaba nada.
Nada.
Sonrió, susurró un suave vale, asintió con la  cabeza y se acercó a mí. Me tendió mis bragas.
-¿Se te ha caído esto?
-Creo que lo he tirado.
-¿Por qué me haces esto? ¿Me odias?
-Muchísimo-asentí, abriéndome de piernas y dejando que él se metiera entre ellas. Me deslicé hacia delante y pegué mi cuerpo contra el suyo, disfrutando del deseo que emanaba de sus poros.
Había tenido calor de noche, los dos lo sabíamos, pero no le había dado la gana que yo me bajara de encima de él.
Y ahora podíamos sofocar ese calor, gracias a lo fresquita que estaba la encimera. Se me puso la piel de gallina en escasos segundos cuando me senté allí, pero a la vez, un fuego abrasador me recorrió de arriba a abajo, pensando en lo que quería hacer.
Le bajé lentamente los pantalones y me deleité con su pecho, no demasiado trabajado pero tampoco descuidado. Me encantaba aquel torso, los abdominales ligeramente marcados, la forma en que se estrechaba en una cadera que albergaba al culo más glorioso de todos los hombres... Y aquel culo me pertenecía.
Me incliné hacia delante y lo miré, las manos en mis rodillas, expectante.
-¿Tienes a mano?
-Oh, querida. Por algo me llaman Swagmasta-asintió, solemne.
Veinte segundos después, estaba dentro de mí, empujándome como nunca antes lo había hecho.
El calor que emanaba de nuestros cuerpos chocaba brutalmente contra el frío de la encimera, mientras él me embestía y yo gemía, emitía pequeños grititos extasiados en su oído o le invitaba a ir más adentro a base de ayudarlo a explorarme, pegándome hacia él apoyada en su culo.
-¿Los Tudor, eh?-preguntó, divertido, entre embestida y embestida. La boca entreabierta, los ojos entrecerrados, concentrado en mí, en mí y en el placer que me estaba dando, en el placer que él mismo sentía.
-Los Tudor-convine, cerrando los ojos y dejando que él me desabrochara la camisa y me besara, me mordisqueara, los pechos, fiero, excitado.
Estábamos hechos el uno para el otro.
Tres pequeñas sacudidas en mi interior, se inclinó hacia mí y dejó escapar su orgasmo en mi boca. Siguió empujándome salvajemente hasta que yo alcancé el mío y le arañé la espalda.
Descansé mi mano en su nuca y nos quedamos mirando un momento.
Luego, como si nos hubieran contado un chiste, nos echamos a reír. Salió de mí, se libró de su "carga" y se vistió, ante una exclamación de descontento mía.
-Eres una diosa, Eri. Pero supongo que ya lo sabías.
Me bajé de la encimera de un salto y dejé que él me abrochara la camisa, visiblemente contento por tener otra oportunidad de acariciarme los senos. Noté cómo volvía a humedecerme.
-La diosa del sexo, sí, algo me habían dicho-asentí, pasándole una pierna por la cadera y moviendo las cejas, seductora. Se echó a reír y casi nos caímos al suelo.
Aprovechando la pierna que tenía pasada sobre él, se agachó ligeramente y me cogió la otra. Se sentó en una silla y me obligó a mirarle.
-Recuérdame que te ponga así mismo cuando lleve vaqueros.
-¿Por qué?
-Tú recuérdamelo.
Asentí lentamente, en parte curiosa, en parte perspicaz, y me deslicé hacia abajo, no sin antes asegurarme de que me apoyaba un par de segundos en su sexo. Sonrió y sacudió la cabeza.
-Eres imposible.
-Llevo 16 años sin hacer el amor. Tengo que ponerme al día-repliqué, yendo a la nevera y revolviendo dentro hasta encontrar los pocos pastelitos que habíamos dejado del día anterior.
La segunda vez fue menos salvaje, pero no por ello menos placentera. Bueno, dudaba mucho que llegara un día en que él superara a su yo de la encimera.
Después de ayudarle a limpiar la cocina mientras él sonreía y no paraba de decirme "como le digamos esto a Harry, me mata, no hago más que decirle que no quiero ninguna tía follándoselo en la cocina" y yo no paraba de reír, volvimos a meternos en la cama, sin intención de acostarnos más.
Encendió la tele y se puso a hacer zapping mientras yo me acurrucaba contra él y besaba todo su cuerpo. Él sonreía, susurraba "más arriba" o "más abajo" en función de dónde sentía más mis labios.
Irremediablemente, terminamos volviendo a acostarnos. Se colocó sobre mí y entró, recordándome qué debía hacer en caso de que notara dolor. Cerré los ojos y disfruté mientras me ayudaba a escalar la cima de aquella montaña en la que nos situábamos, suspiré cuando nuestras bocas se unieron y cuando me recorrió entera con los labios.
-Míranos, nena. Míranos.
Abrí los ojos y me incorporé lo justo y necesario para mirar nuestra unión, para verlo a él encima de mí, su frente perlada de sudor, un sudor que no dolía nunca, su espalda y su torso tensarse y destensarse a medida que se contraía y se relajaba, y luego me miré a mí.
Mi vientre plano, ayuándolo a entrar. Mis pies acariciando los suyos. Mis pezones duros, apuntando hacia el que me había sacado del pozo sin fondo en el que había vivido hasta entonces.
Mi boca entreabierta, esperando la suya, que no se hizo de rogar.
-¿Sabes en quién pienso cuando estamos juntos?
Se detuvo un par de segundos, y yo sonreí para mis adentros, disfrutando de nuestro contacto, pues se había detenido en el punto exacto en donde yo notaba todo. Hasta notaba los latidos frenéticos de su corazón en mi interior.
-En Taylor-gruñó, negando con la cabeza.
Sacudí la cabeza de forma que todo mi pelo se cayó sobre la almohada.
Tomó uno de mis senos con su mano y lo sopesó.
Acarícialo. Vamos, hazme tuya. Hazme gritar, Louis. Quiero gritar, vamos, grita, grita conmigo, grita mi nombre, grita que soy la mejor de todas.
Me ha tocado la más lista, la más bonita, la mejor me había dicho de noche, antes de dormirse, y yo había sentido cómo se me hinchaba el corazón de alegría.
 Pareció oírme, porque su pulgar se desplazó hasta el pezón, arañándolo, jugando con él, conmigo.
-En tu padre-sacudió la cabeza, y yo negué, asqueada. Dios, no.
-Zayn fumando.
-No.
-Niall haciendo el baile irlandés.
-No.
-Liam poniendo morritos.
-No.
-Harry con su típica mirada de qué polvo tienes encima, niña.
-No.
Me moví lo suficiente como para que llegara un poco más adentro, muchísimo más adentro, y grité.
-Me rindo-gruñó, sacudiendo la cabeza, molesto.
-En ti, estúpido-dije, pasándole los brazos por el cuello y empujándolo a mi boca. Sonrió mientras me besaba, me mordió el labio y se separó.
-Oh, vaya, te crees muy graciosa, ¿no crees?
Asentí, me eché a reír y terminé gimiendo. Cuando estábamos unidos, aquella sensación era genial. Pero cuando estábamos haciéndolo, reírme era como subirme a un helicóptero para alcanzar la cima de un edificio.
Me empujaba hacia el clímax a una velocidad de vértigo, y él lo notó.
Entrelazó sus dedos con los míos y me obligó a colocar mis manos a ambos lados de la cama. Tiró de mí hacia abajo, y las colocó por encima de mi cabeza. Luego, sin soltar su presa, liberó una mano y me miró.
-¿Tienes idea de lo que puedo hacerte?-dijo, acariciándome la cara, bajando por el cuello, pasando entre mis pechos, llegando hasta donde me estaba embistiendo.
-No. No, por favor, no-supliqué al ver su mirada triunfante. Él asintió-.No, no no no. No. Por favor, Louis, no.
-Oh, ya lo creo que sí, Eri.
Empezó a hacerme cosquillas, y yo empecé a chillar y reírme a carcajadas. Supliqué que parara, supliqué que lo dejara estar, pataleé pero no conseguí hacer otra cosa que empujarlo demasiado hacia dentro y notar pequeñas molestias dentro, cuando empujaba incluso fuera de su alcance.
-¡Louis, no! ¡Para! ¡Para, por favor!-gritaba entre risas, boqueando para conseguir aire.
-¿Quieres que pare?-replicó, fingiendo incredulidad.
-¡PARA! ¡PARA!-bramé, sacudiéndome de pies a cabeza, medio asfixiada.
Se encogió de hombros.
-Como tú veas.
Y paró.
Pero dejó de hacerlo todo.
Salió de mí, se levantó de la cama y se encaminó a la puerta.
Me lo quedé mirando.
-¿A DÓNDE COÑO VAS?
Se giró en redondo.
-Me has dicho que parara, y yo he parado.
Corrí hacia él, lo cogí de la muñeca y lo tiré sobre la cama. Me coloqué encima y me moví adelante y atrás, disfrutando de la sensación de ser yo quien mandaba esa vez, usándolo y dejando que él me usara.
Las tres ya familiares sacudidas, dejó caer su cabeza sobre la cama y cerró los ojos.
-Oh. Sí.
Oh, vaya que sí, repliqué yo, persiguiéndolo hasta la cima.
Los recuerdos se esfumaron tal cual llegaron.
Me senté a horcajadas y encima de él y le acaricié el torso mientras él llevaba sus manos a mis senos.
-Uf. Qué lastima. Tendremos que echar uno rápido.
Me miró, intentando adivinar si estaba bromeando. Pero su interior le decía que en absoluto, y se puso duro inmediatamente, debajo de mí, contra mí.
-Una pena-coincidió.
Comencé a moverme sobre él, dejando que entrara más y más adentro, gimiendo cuando botamos, suspirando cuando su boca llegó a la mía, conteniendo mis gritos extasiados cuando, juguetón, su lengua jugó con mis pezones, que se pusieron duros a su contacto.
Llegué al orgasmo mientras él poseía mis símbolos más femeninos en su boca. Él sonrió, los mordisqueó y volvió a empujarme a lo más alto, decidido a no dejarme caer.
-¡Te quiero!-bramé, dejando que me mordiera, echando la cabeza hacia atrás y sacudiendo la pelvis, más fuerte.
-Vamos, nena. Llega para mí. Grita para mí.
Y regresé a la tierra brillante, a sentirlo más fuerte aún, más dentro, más mío. Grité, él gruñó y plantó su semilla en mi interior. Acarició nuestra unión, excitado, y suspiró cuando le besé el cuello. Gemí.
-Gracias.
-Te quiero, Lou.
-Y yo a ti, nena.
Y le envió su victoria a Liam mientras yo me mordía el labio inferior. Cuando acabó, se echó sobre mí, me acarició las piernas y volvió a poseerme, con la misma delicadeza que la primera vez.

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