martes, 4 de septiembre de 2012

Ya puedes correr, Tommo.

Fuego.
Por todas partes.
Pero no de ese malo del que tienes que salir corriendo, no de ese cutre en el que fríes salchichas o nubes de azúcar en un campamento. No.
El fuego con mayúsculas.
Ese que hay justo antes de que te acuestes con esa chica a la que quieres.
Los ojos de Eri se posaron en los míos, pletóricos de alegría, hambrientos, expectantes. Me sonrió tímidamente, yo le devolví la sonrisa, le acaricié la mejilla y volví a besarla mientras nuestras manos recorrían nuestros cuerpos como un ciego recorre los libros en braille.
Intentando saber más, intentando adivinar lo que viene después. Memorizando cada una de sus curvas, cada uno de sus poros, sin cansarme, siempre más, más. Más, joder, más.
-Louis-gimió, mientras le besaba el cuello. Qué bien sonaba mi nombre en sus labios, era la palabra más bonita del mundo si lo pronunciaba ella, y más si lo hacía así.
La ropa estaba muy lejos, en la otra esquina de la habitación, pero todavía teníamos la suficiente como para seguir con hambre, curiosos y lo suficientemente excitados para seguir jugando, intentando que sea el otro el primero en dejarnos completamente desnudos, que sea el otro el que ya no soporte que más la falta de contacto de piel contra piel.
Suspiró cuando mi mano alcanzó el elástico de sus bragas y se coló dentro, explorando. Se mordío el labio inferior, los ojos cerrados, las uñas clavadas en mi espalda, suplicándome que no pare, que siga, hasta el final, que acabara con esto.
Que apagara el fuego que los dos llevamos dentro desde hace demasiado tiempo, ese que nos consumía
Cuando la acaricié donde ella más lo deseaba (aunque no más que yo), no lo soportó más, y empezó a tirar de mis bóxers hacia abajo.
Dimos un brinco con el sonido de un móvil, y nos quedamos mirando la mesilla de noche donde los dejamos antes.
Me obligó a incorporarme a base de incorporarse ella, se quedó sentada mirando el teléfono, pero yo no pude apartar la vista de sus  curvas.
Era perfecta, joder.
Era mejor que las que tenían mi edad.
No podía esperar a que llegara a los 20 para convertirse en una bomba de relojería.
Se giró y me sostuvo la mirada, divertida por pillarme mirándole los pechos. Hizo un gesto con la cabeza hacia el teléfono, y yo me vi obligado a estirar la  mano y contestar a la llamada de ese hijo de puta.
O hija de puta.
Ah, no, espera, que si tenemos la misma madre, yo también me convierto en un hijo de puta.
Además, pobre mamá.
-¿Sí?
-¿Cuándo conociste a Eri?-ladró Lottie desde el otro lado. Fruncí el ceño y miré a mi niña, la que me esperaba semidesnuda, impaciente porque la hiciera mía para siempre.
-¿Por qué?
-¡¿Cuándo la conociste?!
-¿A ti qué coño te importa, Charlotte?
Eri suspiró en cuanto oyó el nombre de mi hermana, pero luego se puso a pensar en la mañana que habíamos pasado todos juntos. ¿Cómo lo había llamado Daisy? ¿Tommoafternoon?
A Eri le había encantado que todos, incluido yo, la hubiéramos tratado como una Tomlinson.
Si por mí fuera, ya lo era.
 Fizzy musitó algo de iniciales del single combinado con la fecha de lanzamiento, Lottie gruñó y tecleó como una fiera.
-¿Estáis intentando adivinar mi contraseña de Twitter?
No hubo respuesta.
-¡LOTTIE!
-Es el cumpleaños de una amiga y queremos felicitarla. Le haría mucha ilusión que tú la felicitaras, BooBear.
-Y por eso me estáis intentando hackear- porque yo nunca felicitaba el cumpleaños de nadie que no conociera. Sentía que eso sencillamente era excederme de lo que hacía, una cosa era seguir a las fans, a las que quería con locura, y otra no hacer distinción entre ellas y mis amigos. Y aquello sí que no podía ser, yo lo sentía en el alma porque muchas me suplicaban que les felicitara el cumpleaños, pero yo simplemente no podía.
Si acaso le daba a favoritos a algún tweet que me gustara, pero...
-Tú no la felicitarías porque no la conoces.
-Y por eso es mejor hackearme.
-¿CUÁNDO LA CONOCISTE?
-¡ELLA NO ES MI CONTRASEÑA!
Eri se acercó a mí, me besó la nuca y pasó sus brazos bajo los míos, acariciándome suavemente el vientre.
No, para, en serio. Para o lo hacemos con mis hermanas al teléfono. Para, de verdad.
-¿Cuál es?
Una de las gemelas bramó algo de Kevins salvajes.
-Adiós, Lottie.
Y colgué.
Me dejé caer hacia atrás, apoyándome en el pecho de mi novia un momento, dejando que su respiración me acunara.
-¿Qué pasaba?-preguntó, volviendo a besarme el cuello. Cerré los ojos.
-Lottie, que quería felicitar a una amiga haciéndose pasar por mí.
Apoyé la cabeza en su hombro y me estiré. Ella sonrió.
-¿Y no le serviría E-Lo?
Me incorporé y me la quedé mirando.
-¿Vas a darle la contraseña de tu Twitter?
Se encogió de hombros.
Pobre criatura ingenua.
-Me fío de Lottie.
-Entonces despídete de tu vida tal como lo conoces. Mi hermana es capaz de twittear lo que estamos haciendo, si se entera, ¿sabes?
Me dedicó una sonrisa pícara.
-¿Y qué estamos haciendo, Louis Tomlinson? Solo estamos en una cama.
Decidí seguirle el juego, inclinándome lentamente hacia ella, bajando con ella cuando se echó en la cama y me contempló con infinita adoración.
-Si supieras la cantidad de cosas que se pueden hacer en una cama, Erika López...
-¿Como cuales?
Mi mano voló a su cadera y comenzó a masajearle la piel inmediatamente superior al hueso. Ella entreabrió la boca y dejó escapar un suave gemido que me encendió el alma.
-Como esta-susurré, subiendo lentamente mi mano por su costado, deteniéndome un segundo en su pecho, acariciándolo suavemente para seguir con mi recorrido mientras mi lengua se colaba por sus labios entreabiertos.
Sus manos se enredaron en mi pelo y sus ojos se hundieron en el azul de los míos.
-Te quiero-le susurré, uniendo nuestras frentes. A ella eso le encantaba, y a mí me encantaba que le encantase.
-Yo también te quiero, Lou.
Seguíamos besándonos, acariciándonos y jugando a desnudarnos  poco a poco, cuando volvió a sonar el teléfono.
Lo cogí al primer timbrazo ante la sonrisa de Eri, que empezó a mesarse el pelo sin apartar la vista de un espejo.
-Qué-gruñí, arrastrando la e tanto que bien habría estado medio minuto diciendo eeeeeeeeeeeeee como un gilipollas.
 -Vamos a ir al cine, ¿queréis venir?
Miré a Eri un segundo, la ilusión en su mirada. Si ahora le decía que se vistiera, que nos íbamos al cine con mis hermanas, bien podría irse corriendo a comprar una pistola y pegarme un tiro.
O bien podría atarme a la cama, vestirse de dominatrix y decirme que de aquella casa no salía ni Dios sin un buen polvo.
Joder, Louis, menuda mente enferma tienes.
-Vamos a pasar, ¿vale?
-¿Dónde estáis?
-En el piso. Solos. Eri y yo.
Silencio al otro lado.
-Hostia, Lou, haberlo dicho antes... perdón. No os molestamos más, ¿vale?
-Tú nunca molestas, Lottie-replicó Eri, y yo solté un vago "eso".
-¿Qué vais a ver?
-Las crías quieren ver Madagascar, así que supongo que habrá que ver Madagascar.
-Un peliculón.
-Sip.
-Sip.
-Bueno, entonces voy a ir colgando, ¿eh?
-Vale. Hasta luego, Lot.
-Hasta luego, Lou. Perdona.
-No importa.
Lancé el teléfono al otro lado de la habitación y gruñí.
Me dejé caer en la cama y Eri se acostó a mi lado. Entrelazó mis dedos con los suyos.
-Pobre Lottie, debe de sentirse fatal.
-¿Más que tú ayer?
Ella alzó una ceja, pensativa, pensando en que ayer habíamos estado en prácticamente la misma situación.
Ella contra la pared, con las piernas alrededor de mi cintura, besándome con una furia que yo no había conocido en mi vida mientras yo luchaba por dejarla sin vestido. Necesitaba verla desnuda. Necesitaba estar dentro de ella.
Entonces la puerta de Noe se cerró.
Eri abrió los ojos y recordó que no estábamos solos en casa.
Casi al borde de las lágrimas me suplicó que no me cabreara con ella, pero que no creía poder acostarse conmigo con la casa llena de gente.
Y yo le aseguré mil y una veces que no pasaba nada, que no se preocupara, que ya tendríamos momento para hacerlo.
Ella me besaba, me acariciaba la cara y me decía que era demasiado bueno para ella.
Entonces yo le solté:
-Si soy demasiado bueno para ti, quédate con uno que sea la décima parte de bueno que yo. Como Taylor, por ejemplo.
Me dio un cojinazo, pero dejó de luchar contra las lágrimas, soltó un cabreado: Cierra la boca, Louis, y se echó en la cama.
Diez segundos después me cogió por el cuello de la camiseta y me tumbó encima de ella, enloquecida. Nos desnudamos, dejándome a mí en bóxers y a ella en bragas y sujetador, y continuamos acariciándonos por todas partes.
Por todas partes.
Sí, exacto. Todas partes.
Sonreí al recordar cómo apenas me había asomado a la puerta para mandar callar a Niall, tratando de que no se me notara el calentón que llevaba entre las piernas.
Eri empezó a canturrear algo sobre Taylor y el calentón se convirtió en cabreo, pero luego más tarde me diría que era para que no se notara.
A ver, yo conocía a los chicos.
El gracioso era yo, sí.
Pero si les dabas la más mínima oportunidad de risas, apaga y vámonos. Si algo teníamos en One Direction, era una memoria selectiva cojonuda.
Y como alguno de nosotros hiciera algo que se saliera de gracioso, se lo estaríamos recordando toda la vida.
Como que Zayn era un malote de Bradford.
O que yo era amante de las chicas que comían zanahorias.
O que Harry tenía dos riñones (qué inteligente, Harold).
O que a Niall se le daba demasiado bien imitar los espamos que les entraban a los pájaros que se metían por accidente en los cuartos de baño.
O que Liam comía helado con tenedor, un día le preguntó uno de nosotros por qué, y él saltó: Porque las cucharas son los ninjas de los cubiertos.
Dios, casi me meé aquel día cuando Liam soltó semejante gilipollez. Si lo hubiera leído en cualquier sitio, habría creído que había sido yo el que había dicho eso. Pero ni de coña.
 Eri se pegó a mí y me besó el hombro desnudo.
-No.
-Ayer casi te me echas a llorar-le recordé. Ella se encogió de hombros.
-Era importante para ti.
-Sigue siéndolo.
Al fin y al cabo, era el proceso para tener una familia. Mis ojos se deslizaron hacia su vientre, y ante ellos comenzó a abultarse más y más.
Loue, estoy embarazada. Vamos a tener un bebé, la oí en mi cabeza. Me estremecí, sonreí, y seguí contemplando esa barriga que se hinchaba y se hinchaba...
-Cuatro.
-¿Qué?
-Cuatro críos. Dos chicos y dos chicas.
Fruncí el ceño.
-¿Cómo sabes que...?
-Acabas de poner tu cara de ¡Oh, Jesucristo, los niños son lo más bonito de este mundo!
-¿Tengo cara de eso?
-Por dios, Louis, claro. La pones cada vez que ves un bebé. O un niño pequeño. O cada vez que miras a las gemelas. Es en plan ¡Dios, me muero por tener un hijo!
-Yo quería un hermanito-confesé. Asintió con la cabeza y puso falso acento británico (acabando las palabras en -er igual que yo las pronunciaba).
-No me importaría tener 20 hijas si el niño se resiste, solo espero que mi mujer pueda soportar eso, o si no, hasta luego.
-¡Eh!
Se echó a reír y me besó en los labios.
-No me investigues, nena.
Se encogió de hombros, ocupada en sus carcajadas.
-¿Lo harías?
Su risa se detuvo de golpe.
No.
No, ni de coña.
No.
-Veinte no.
¿Ves? No, ni de coña.
-Te daría cien si me los pidieras. Y si viviera para traerlos al mundo, claro.
Sonreí.
-Oh, Eri.
Me incliné sobre ella y la besé suavemente, como si fuera a romperse.
Como si le estuviera besando el vientre abultado donde llevaba a nuestro hijo.
-Quiero llamar al chico...
-Tommy. Porque Tommy Tomlinson mola mucho-asintió con la cabeza, sonriendo-. ¿Sabes? Cuando las chicas me dijeron tu apellido, me quedé en plan ¿Tendrá algún hermano que se llame Thomas? Por Dios, eso sería épico.
Me encogí de hombros.
-¿Hay algo que no sepas? ¿Talla de calzado, tal vez?
Negó con la cabeza.
-No la sé, pero tampoco me interesa, la verdad. Además, puedo buscarla.
-¿Y por qué cuatro? ¿Por qué dos y dos?
-Porque me gustaría que todos tuvieran al menos un hermano y una hermana. Uno de su mismo sexo y otro del sexo opuesto. El equilibrio en la familia. Así los chicos defenderían a las chicas pero a la vez aprenderían cómo hay que tratar a una mujer.
Rodé hasta colocarme de costado, y comencé a pasear mis dedos por su pecho, como si de una personita se tratara.
-¿Y cómo los quieres?
Cerró los ojos, visualizando a la nueva dinastía Tomlinson.
-Me gustaría que fueran como su padre.
-¿Guapos como modelos?
-No, gilipollas perdidos.
Detuve mi paseíto y  me dejé caer de espaldas. Ella se echó a reír, y adoptó la posición que yo había tenido hacía unos segundos. Su pelo cayó por su hombro y acarició mi pecho, haciéndome cosquillas.
-Menuda ofensa más grande.
-Soy una mala pécora-se excusó, riéndose y besándome una vez más-. Tus ojos. Querría que tuvieran tus ojos, pero se van a quedar con mi mierda chocolate-suspiró, hizo pucheros y se encogió de hombros.
-Hay un 25% de posibilidades de que los tengan azules como yo. Además, tu color mola. Queda bien con tu pelo. Incluso con el mío.
Alzó la vista hacia la pared y se quedó pensativa. Sacudió la cabeza, haciéndome aún más cosquillas con el cabello.
-No te imagino con ojos marrones.
-Ya, yo tampoco.
Tiré de ella para acercármela y volví a besarla.
-A mí, mientras sean tuyos y lleven mi apellido me basta.
Alzó una ceja.
-¿Cómo es eso?
-Sí, porque si son tus hijos pero se apellidan como yo, solo puede significar una cosa...
-¿Que tú eres el padre?-replicó, con gesto aburrido.
-No, niña boba.
-Ilumíname, oh, gran Swagmasta from Doncasta-suplicó, alzando las manos al aire y bajándolas en una reverencia que llevaba años sin usarse.
-No quiero.
Me giré hasta darle la espalda, sonriendo. Ella se acercó un poco a mí, ahora estaba sentada sobre sus piernas, mirando mi espalda.
-Lou...
-Mm.
-Dímelo-ronroneó, pegándose aún más a mí, me giré y la miré.
-¿Cómo puedo hacer yo para que tengas mi apellido?
Se me quedó mirando, aturdida.
-¿Adoptándome?
-La que va a ser gilipollas será la madre.
-¡Dímelo!-exigió.
-¿Por qué tengo solo un apellido, y no dos, como tú?
Abrió los ojos como platos, comprendiendo todo de repente.
Asentí.
-¿Te costó, eh?
 Se quedó sentada, mirando a la nada, un rato más.
-Eri Tomlinson-musitó al fin. Sonreí y le acaricié la mano.
-Suena bien, ¿eh?
Tragó saliva asintió lentamente y siguió contemplando el infinito.
-Al otro, ¿podemos llamarle Kevin?
Puse los ojos en blanco.
-Llámalos como te dé la  gana.
-¡Vale!-canturreó, feliz. Me volví hacia ella y la empujé para que se cayera contra la cama.
-Pero, para tener un hijo, ¿sabes lo que hay que hacer?
Fingió exprimirse la cabeza.
-¡Oh, sí, creo que sí!
Sonreímos y volvimos a besarnos, decididos a terminar lo que habíamos empezado.
Le acababa de desabrochar el sostén cuando oímos la puerta del piso abrirse y cerrarse.
Instintivamente (las mujeres aprendían rápido de sus instintos), se tapó el pecho con la sábana cuando se incorporó.
Ni siquiera pude ver nada nuevo.
-¿Harry?-susurró ella con un hilo de voz. Asentí lentamente, sin atreverme a abrir la boca, escuchando los pasos que se dirigían a la habitación de al lado. La puerta se abrió, pero no se cerró. Pude oír cómo Harry se quitaba la ropa.
-¿Hoy no iban a salir los demás?
Me encogí de hombros, afinando el oído.
A Eri eso no le hacía falta.
Eri oía mucho mejor que yo, yo veía mucho mejor que ella (aunque yo también necesitaba gafas de vez en cuando, otra cosa era que no las pusiera).
A que nunca había tenido un oído impresionantemente fino teníamos que añadir que el entusiasmo de las Directioners me emocionaba tanto que me estaba quedando sordo del oído izquierdo, el oído más cercano a la puerta en este momento.
Pasos mucho más amortiguados.
Harry estaba descalzo, paseándose por la casa como Dios lo había traído al mundo 18 años atrás.
Cuando miré a Eri, se estaba abotonando una de mis camisas.
-¡Eh!
Siseó, mandándome callar, y me señaló unos pantalones.
Mientras me los ponía, ella se asomó al pasillo.
-¿Harry?
Dio un par de pasos hasta quedar total y absolutamente descubierta a los ojos de mi amigo.
-Hola-saludó, tímida. No era para menos, al fin y al cabo, solo se había abrochado dos botones de una de mis camisas y no llevaba pantalones.
-Hola-respondió Harry, con la voz rota.
Me abalancé hacia la puerta y miré por encima de Eri hacia él.
-¿Estás bien?
Se encogió de hombros.
Osea: NO, NO ESTOY BIEN, DEJADME MIENTRAS PIENSO CÓMO SUICIDARME.
Ni siquiera levantó la mirada para eso.
Eri me miró.
-¿Os dejo solos?
No supe qué contestarle, ni siquiera me moví. Ella asintió lentamente y se metió de nuevo en la habitación. Recogió mi iPhone y lo colocó al lado del suyo en la mesita mientras se tumbaba en la cama.
La miré un último segundo, tan bonita, tan perfecta, echada delicadamente en mi cama, y fui hasta Ricitos.
-¿Qué te pasa?-le dije, poniéndole una mano en el hombro.
Alzó la vista y los dos saltamos hacia atrás.
Hacia la primera actuación en directo que hacíamos cuando sacamos What Makes You Beautiful. Al momento de su solo, después de aquel baile en el que habíamos dado todo; Harry, demasiado. No pudo tomar aire, no soportó tanto ejercicio, y su voz no dio la talla. No superó el listón tan alto que él mismo se había puesto.
Tenía exactamente la misma mirada que aquella noche, y yo no soportaría verlo así. No soportaría verle llorar.
-Noemí-musitó. Le pasé un brazo por los hombros y lo arrastré al salón. Lo obligué a sentarse, le quité el teléfono y me senté a su lado, pegado a él.
Aunque solo llevaba pantalones, él iba más vestido que yo.
Empezó a jugar con el elástico de sus bóxers, distraído.
-¿Quieres contármelo?
Claro que quería. Era su mejor amigo, y él el mío. Además de la mitad de Larry Stylinson, claro.
Asintió con la cabeza y se frotó los ojos, luchando por contener las lágrimas.
-Creo... creo que he roto para siempre con Noemí, Louis-musitó, sin ni siquiera mirarme. Asentí.
-¿Por qué?
-Ayer... me volví loco, tío. No podía verla con otros, es... es mía-levantó la vista y sonrió, recordando los viejos tiempos. Le devolví la sonrisa, feliz; si estaba lo suficientemente bien para sonreír, al menos no lloraría-. Simplemente la necesito solo para mí, pero ella me pide cosas que yo no le puedo dar.
-¿Como lo de salir por la noche?
-Sí-asintió lentamente-. Quiere que se acabe. Y supongo que está en su derecho, pero yo... es superior a mí, como...
Ah, ya empezaba con el like. Bueno, habría que aguantarse.
-Como... Creo... sí... Esto... ¿Sabes?
No me mires, no me mires, no me mires.
NO LEVANTES LA CABEZA.
Obviamente, levantó la cabeza.
Negué despacio con la mía, intentando entender, intentando que él entendiera que yo luchaba por comprenderle.
-No soy hombre de una sola mujer, ya sabes. Pero... mi corazón... sí. Vamos como... por separado, ya sabes.
-¿La quieres?
Agachó la cabeza, tragó saliva despacio y estudió sus pulseras. Las apartó y leyó el tatuaje de su muñeca.
I can't change.
No puedo cambiar.
Y eso era lo que a Harry le dolía, que era cierto. Nadie podía cambiar. Nadie lo hacía. Simplemente encontrabas a ese alguien que te soportaba, ese alguien que no quería que cambiaras, y te quedabas con él.
-Harry.
Levantó la  cabeza, decidido.
-Sí. La quiero. La amo, Louis. Pero... las cosas están... tan... como... mal.
Asentí lentamente.
-Oye...
-¿Y Eri?-soltó, de repente. Miré hacia la puerta.
-En la habitación.
-Puede venir.
-Llámala, entonces.
La llamó, agachó la cabeza, tímido, y volvió a inspeccionarse el tatuaje.
Una suave caricia llegó a mi cuello. Cerré los ojos un segundo, maravillado.
Eri era escandalosa, jodidamente escandalosa. Sabías de sobra dónde estaba con solo quedarte quieto un segundo y escuchar lo que hacía.
Muchas veces se sentaba a leer en su habitación, con la puerta abierta, y Niall juraba que le oía pasar páginas, sentado en la cocina.
Aunque, claro, yo nunca iba a  comprobar algo así. Pero sí que era cierto que en cuando se movía en la cama, en cuanto se bajaba de ella, se levantaba del sofá o hiciera lo que fuera, la oías. Oías sus pasos por la casa, oías sus piernas cambiando de posición... Tal vez por eso leyera tanto. Porque  cuando leía, estaba en silencio, demasiado ocupada con la historia como para dedicar toda su energía a hacer saber al mundo dónde se encontraba.
Y, sin embargo, también se podía convertir en una gata, si así le apetecía.
Se movía en absoluto silencio si así lo deseaba. Un día podías gritar que fuera a verte, creyendo que estaba en el piso de arriba o en la piscina, y cuando te dabas la vuelta un segundo después, o bien la tenías detrás, o bien aparecía por la puerta sin hacer el más mínimo ruido.
Y eso era una de las muchas cosas que me encantaba de ella: se adaptaba a las situaciones como el agua se adapta a la forma de la botella. Podía elegir quién era. Podía elegir cómo era.
Y era la primera persona que tenía una capacidad así.
Le acarició el pelo a Harry y se sentó a su lado sin apenas hacer ruido. Harry la miró, y la puso al día con la historia.
Mientras Harry hablaba, Eri lo escrutaba con la mirada. Capturó uno de sus rizos entre los dedos y comenzó a rizarlo y rizarlo, sin dejar de escuchar con atención. Cuando Harry acabó, ella asintió con la cabeza, muy seria.
-Te quiere, Harry.
-Y yo la quiero a ella-susurró él, avergonzado por no atreverse a decírselo a la persona a la que más le importaría esa información.
-Y, entonces, ¿qué?
-¿Cómo que qué?
-¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no estás con ella?
-Ella no se merece a alguien como yo.
-Ni yo me merezcoa nadie como Lou, y sin embargo, míranos. Somos felices, Harry. O al menos yo lo soy.
-Yo también-asentí, cruzando mis ojos con los suyos un momento.
-Pero vosotros sois... diferentes. No sé. Yo creo que sí que te mereces a Louis, Eri-replicó, mirándola. Ella le sonrió.
-Gracias, corazón.
Se encogió de hombros, mirando al infinito.
-Noe es tan... tierna. Es tan... inocente. Es como Niall. Pega más con Niall que conmigo.
-Pero te quiere a ti-protestó ella, y yo asentí-. Y eso es lo único que importa.
Se encogió de hombros.
-Eres virgo-susurró, a modo de respuesta, ganándose un manotazo en el hombro.
-¡Y dale con que soy virgo! Sí, soy virgo, ¿y qué? Sé qué es lo importante y qué no lo es, Harry.
-Quiere que cambie-espetó él, mirándola.
Entonces, entendí el plan de Eri.
La manera más rápida de quitarle a Harry la tristeza era cabreándole.
-¿Y por qué deberías hacerlo?
-Porque soy malo.
-¿Malo?-repitió, incrédula, con los ojos como platos-. ¿Malo? Si eres un amor de chico, Harry. Casi te da algo cuando una mujer se puso de parto delante de ti.
Sonrió.
Sonrió, joder.
Cómo quería a esa pequeña.
-Lloraste cuando os dijeron que os cogían en The X Factor. Llamaste a Louis en Nochebuena. Acogiste a cuatro desconocidos en tu casa una semana para poder conoceros mejor. ¿Eso es ser malo? No, Harry. Perdona, pero eso en España no es ser malo. Igual es que en mi país somos muy raros.
 Le cogió la muñeca.
-¿Ves esto?
Harry asintió.
-Esto es la mayor verdad de la historia, Harry. Esto es lo mejor que hay, ¿sabes? No puedes cambiar. No debes cambiar. 6 millones de personas te quieren y te admiran por cómo eres, y Noe está entre ellas. ¿Sabes qué pasa? Que ella quiere ser como Alba y Liam, como Louis y yo. Y cada persona es un mundo, cada relación es un mundo. Venga, vosotros os complementáis mogollón. Tú eres explosivo, Noe es tierna. Tú eres picante, Noe es dulce. No podéis intentar ser Louis y yo porque Louis y yo somos casi fotocopias, solo que a mí me fotocopiaron cinco años tarde.
Los dos nos echamos a reír, y ella no tardó en unirse a nosotros.
-Además-continuó, dándole un beso en la mejilla-, todos te queremos por cómo eres, Harry. Piensa. ¿Es Noe más que los chicos? ¿Más que la banda? ¿Más que un sueño?
Se quedó mudo, reflexivo. Al igual que yo.
Traté de dilucidar si ella era más importante que los chicos, más que lo que hacíamos.
Me odié a mí mismo porque la respuesta era no. No, no lo era.
Más que los chicos, podría llegar a serlo.
Pero, ¿un sueño? Eri era un sueño hecho realidad, sí.
Uno de los muchos que había apartado a cambio de vivir el más importante de todos.
Me mordí el labio inferior y recé porque no me mirara en ese momento, justo en ese momento en que necesitaba recuperarme a mí mismo, saber que las cosas volverían a ser como antes.
Yo iba a luchar porque fueran como antes.
Harry negó lentamente con la cabeza, por fin.
Y Eri no se puso histérica a gritar que no las merecíamos, a ninguna de ellas, por ser así de egoístas, sino que lo entendió. Perfectamente.
-Noe no querría que cambiaras por ella. Te quiere a ti, ama lo que tú eres. Si cambias, tal vez consigas que te quiera más, lo cual es improbable-arrugó la nariz, sacudió la cabeza y continuó-. Seguramente lo único que consigas es que ella deje de estar interesada en ti y además perderte a ti mismo.
-Para saber decir yo te amo primero hay que saber decir yo-musité. Harry dio un brinco y se giró hacia mí, asustado. Había olvidado que yo estaba allí sentado, a su lado.
 -Exacto-ella asintió, solemne.
-Tengo...miedo-confesó Harry, después de unos instantes de silencio. Ambos lo miramos con una ceja alzada.
-¿Por qué?
-¿Y si sale mal?
Me eché a reír.
-Oh, tío, cuanto más pánico le tengas a ella, más la quieres y mejor te vas a sentir a su lado. Créeme. A mí Eri me acojonaba, ¿sabes?
-¿Lo hacía?-preguntó ella, divertida. Asentí.
-Oh, sí, ya lo creo. Yo estaba como ¿le gustaré? ¿Sentirá ella lo que yo? ¿Y si no le gusto y prefiere a otro? Y si me lanzo y ella no siente lo mismo, ¿dejaremos de ser amigos?
Una de las comisuras de su boca se alzó en una media sonrisa curiosa. Me encogí de hombros.
-¿Cómo lo supiste?
-¿El qué, Harry?
-Que la querías.
-¿Fue amor a primera vista?-inquirió ella, alzando una ceja.
En ese momento caí en la cuenta de que nunca habíamos hablado de cómo nos habíamos dado cuenta de que nos queríamos hasta ese momento. Y no era porque no hubiéramos pasado noches, tardes o mañanas hablando.
Nos lo habíamos dicho todo, absolutamente todo, excepto eso.
-No fue el día que nos conocimos. Fue... agh-gruñí, escarbando en mi memoria. Sabía el día exacto, sabía lo que tenía que decir, pero las palabras se negaban a salir-. Fue uno de los primeras veces que quedamos todos juntos. Cuando fuimos a... Dios.
-¿A jugar a los bolos?
-No.
-¿A la playa?
-No, joder, aquella vez ya salíamos.
-¿Al campo?
-No.
-Pues me rindo.
-Bueno-repliqué, haciendo un gesto con la mano-, el caso es que nos pusimos a jugar al fútbol, dos a dos, y Zayn de árbitro...
-Ah, ya sé cuándo.
-Sí-asintió ella-, fue a las afueras de Avilés, creo. Antes de que acabara el curso.
Me acordaba de sobra de lo que le había dicho cuando ella terminó el instituto: Si fueras un poco mayor, o vivieras en Londres...
Y ahora estaba en Londres.
-Pues eso-asentí, alzando las cejas, y los dos sonrieron-, el caso es que estábamos jugando contra Niall y Liam, y les pegamos una paliza, porque somos geniales y somos muy humildes-dije, limpiándome el polvo de los hombros y chocando los cinco con un sonriente Harry-, cuando Niall se puso triste. Y entonces Eri fue a consolarlo. No sé, la forma en la que Niall se rió cuando ella le dijo no sé qué, encendió algo dentro de mí, pensé "es ella", y me di cuenta de que la quería.
-Qué bonito-replicó ella,  con lágrimas en los ojos.
-¿Has visto? Para que luego prefieras a Taylor.
-No prefiero a Taylor.
-Mentirosa.
-Imbécil.
-Mentirosa.
-Estúpido.
-Mentirosa.
Me hizo un corte de manga y yo abrí la boca en forma de O.
-Tienes 5 segundos para salir corriendo.
Empezó a reírse, pero cuando llegué a tres, echó a correr como alma que lleva el diablo. Le dirigí a Harry una mirada de disculpa y salí a buscarla.
Si hubiera llegado un segundo antes, abría podido abrir la puerta del baño, pero ella fue rápida y lista y consiguió echar el pestillo antes de que mi furia inglesa llegara hasta ella.
Regresé al salón arrastrando los pies, pero mirando hacia atrás, esperando que ella apareciera. Me pegué contra la pared y esperé a que volviera al salón para pillarla por sorpresa. Harry contuvo como pudo su risa.
Una puerta que se abría. Un paso cauteloso. Casi pude verla mirando hacia los lados, esperando que yo no estuviera allí. Luego otro paso, otro más, trataba de caminar sin hacer ruido, y cuando  caminaba así era cuando más ruido metía. La velocidad de sus pasos aumentó a medida que se acercaba al salón, a medida que decidía que yo no estaba en ninguna parte sino que me había metido en la habitación y estaba esperando que fuera a por mí.
Se asomó al salón, dio un paso, miró a Harry y luego se encontró conmigo.
Trató de echar a correr, pero yo ya la había cogido por el brazo. La agarré por la cintura y la levanté en el aire mientras pataleaba como loca, suplicándome que dejara de hacerle cosquillas.
-¡Para, Louis! ¡Para! ¡PARA!-bramaba entre carcajadas mientras Harry se reía casi tanto como ella. Cuando se calmó, nos miró a ambos.
-Yo no podría tener una relación así.
Eri se quedó quieta y le miró.
-En realidad, tú ya has follado, ¿eh, picarón? Y nosotros no-me miró e hicimos pucheros. Harry sonrió.
-¿Queréis que os deje solos?
-¡SÍ!-grité. Eri se giró y me clavó una mirada reprobatoria.
-¡Louis!
-¿Qué?
-¡Pobre Harry!
-No os preocupéis por mí, estoy bien. No voy a volver a casa aún. ¿Cuánto necesitáis?
-¿Media hora?-sugirió ella.
-Una hora-repliqué, asintiendo con la cabeza. Harry se encogió de hombros, susurró un como queráis, y se largó a su habitación. Cuando fue a abrir la puerta de la calle coloqué a Eri detrás de mí, de forma que ningún vecino pudiera ver más de lo que debiera, y le susurré-:Mis hermanas van a ir al cine, tío. Si quieres ir con ellas...
Aunque probablamente ya estarían a media película.
Harry se encogió de hombros.
-Nah, da igual. Paso a ver a la mía y listo, que hace mucho que no la veo.
-Vale. Gracias-dije, apenas estaba ya abierta la puerta. Él asomó la cabeza y sonrió.
-De nada, mi amor. No me lo canses mucho, ¿vale, Eri? Que tenemos programada una orgía en América.
-Lo intentaré.
Así que volvimos a la cama, y, para no perder la costumbre, el teléfono sonó cuando estábamos a punto de hacerlo.
Solo que esa vez fue el de Eri.
-¿Noe?...¿Harry?-y empezó a despotricar en español, lanzándome una mirada de disculpa, pues sabía que me ponía nervioso que hiciera eso. Negó con la cabeza, asintió, frunció el ceño, volvió a asentir... Pero no levantó la voz. Le lanzó un beso a su amiga y colgó el teléfono.
Me miró un segundo, y empezó a reírse, histérica.
-¿Qué te pasa?
-Que parece que no quieren que lo hagamos-replicó ella, rodando sobre su espalda y pataleando como un bebé.
-Pues a mí no me hace ni puta gracia-protesté. Ella acercó mis labios a los suyos y los rozó suavemente.
-¿Lo dejamos para otro día?
-Te vas mañana-me lamenté. Ella se encogió de hombros.
-Y tú pasado. Venga, Lou, no tenemos tiempo. Tengo una idea: cuando volváis de América, que volvéis...¿cuándo?
-Creo que el 10.
-Bueno, pues cuando volváis, venís a España otra vez. Y lo hacemos. Te lo prometo. Y sabes que cumplo mis promesas.
-No puedo esperar-repliqué, resucitando a mi yo de 12 años. Ella sonrió.
-¿Y yo sí? Pero no queda más remedio. Además, yo llevo más tiempo que tú sin hacerlo.
-Seguro.
Alzó una ceja.
-Casi 16 años. Y tú no llevas 16 años, amor. Llevarás cuatro, como muchísimo, que no creo. Es imposible-frunció el ceño y me miró-. ¿Cuánto llevas?
-A ti te lo voy a decir.
No se lo iba a decir no porque me diera vergüenza, no porque no quería que se cabreara... podría haber miles de razones por las que ella podría pensar que no se lo quería contar, pero para mí solo había una.
No quería darle la cifra porque sabía que le iba a parecer mucho tiempo (y, joder, lo era). Entonces se sentiría mal y querría hacerlo, cambiaría de opinión, y todos esos rollos. ¿Moraleja?
Si le decía la verdad, igual le daba pena.
Y tampoco estaba tan desesperado por tener sexo como Zayn o Harry. Gracias.
 -Venga.
-No.
-¡Por favor!
-No.
-¡Lou, venga, por favor!
Negué con la cabeza, y ella hinchó los carrillos. Se los desinflé rápidamente.
-No te importa, Eri.
-Ah, ya sé por qué. Es porque desde que me conociste no te quisiste acostar con ninguna otra que no fuera yo, ¿no?
-Más quisieras-repliqué, haciéndole cosquillas en el vientre. Pero una parte de mí dio un brinco, y le dio la razón.
Aunque llevaba desde antes de conocerla, cuando me di cuenta de que la amaba... ya no me apetecía estar con ninguna otra.
Se sentó encima de mí y estudió mi expresión.
-¿Es cierto?
-No lo sé-susurré. Se echó a reír y me acarició los labios con el índice.
-Eso es muy tierno,Lou-dijo, besándome el cuello.
-Yo soy tierno. Lo que pasa que Niall me eclipsa.
Volvió a reírse, nos miramos a  los ojos y segundo y ella se inclinó hacia mí.
-Eres perfecto, BooBear.
-Yo también.
-¿Qué?
-Nunca me dices que me quieres antes de que te lo diga yo-me encogí de hombros y me aferré a sus manos, Me miró con ojos entrecerrados, confundida-. Es cierto.
-Eso no hace que te quiera menos.
-Ya...
-No quiero ser pesada, ¿sabes? Si por mí fuera, lo único que saldría de mi boca es "te quiero". Y tampoco es plan de estar todo el día así, ¿sabes?
Se colocó un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y me besó de nuevo, suavemente.
-Quédate conmigo-susurré, después de varios minutos besándonos, intentando fundirnos con el otro. Ella sonrió.
-No puedo.
-Sí que puedes. Es tan fácil como no coger un avión.
-Pero tú te vas.
-Te llevaremos a América. Es lo que quieres. Es tu sueño, ¿no? Piénsalo. Correteando por las calles de Los Ángeles, bajo ese sol...
-Hay algo en la luz del sol, cariño, te veo bañando en una nueva luz-canturreó, moviendo la cabeza lentamente. Me eché a reír.
 -Por favor.
-No puedo, Lou. No puedo dejarlas solas. Ni acoplarme tan salvajemente a vosotros. ¿Qué voy a hacer mientras estáis en los VMA? ¿Quedarme en el hotel?
-Vente con nosotros-repliqué, incorporándome lo suficiente para darle un beso en la clavícula. Se estremeció.
-Vente tú a España-protestó.
La miré, muy serio.
-¿Estás segura?
-No. Vete a los premios. Tenéis que presentar la nueva canción.
Suspiré y me dejé caer hacia atrás, mirando al techo.
-No puedo dormir si no estas en la misma cama que yo.
Se acurrucó a mi lado.
-Ninguno de los dos pensaba que fuera a ser fácil.
-Ninguno de los dos pensaba que fuera a ser tan fácil cuando estábamos juntos.
Se encogió de hombros.
-Yo lo sabía.
Fruncí el ceño y la miré.
-¿Y eso?
Sus dedos buscaron los míos.
-Porque me miras igual que mirabas a Kevin en el video diario número 4.
-Igual que a una paloma.
-En el fondo me quieres más a mí que a Kevin.
-Ya te gustaría.
-Ya puedes correr, Tommo. Te doy cinco segundos.
Pero yo no me moví de la cama.

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