viernes, 20 de julio de 2012

En realidad, estamos aquí cuidando de la abuela.

Nos habíamos pasado media tarde en Oxford Street. Cuando llegamos allí, prácticamente salí corriendo a meterme a Chanel, Prada, Dior, etc. Ni siquiera les hice caso cuando empezaron a llamarme a gritos, preguntándome si no quería mirar en otras tiendas otros vestidos más monos. Me limité a girarme y a mirarles por encima del hombro cuando insinuaron eso. No pensaba desaprovechar la oportunidad de comprarme un vestido de alta costura, aunque fuera a pagárselo a plazos. Habíamos quedado en eso. Estuve poquísimo tiempo en los  probadores, en seguida me enamoró un vestido rosa pastel con topos negros y falda con encaje.  Gracias a Dios, cuando salí cargando con la bolsa, uno de ellos (creo que fue Harry) preguntó:
-¿No debería buscar unos zapatos?
Nos miramos entre nosotros, yo sonreí como si no hubiera mañana, y los arrastré a la primera zapatería que había.
No hace falta que diga que casi me pongo a babear al ver unos Louboutin, como los que tenía de imitación, solo que con los verdaderos cristales de Swarovski. Y tampoco hace falta que añada que se me cayó el alma a los pies cuando comprobé que el precio que había mirado en Navidades se mantenía en 6.500 euros, solo que allí eran 5.700 libras. Al final, me alejé triste de los Zapatos de las Diosas y me decanté por unos zapatos negros con botones dorados.  Tampoco eran tan feos, pero comparados con mis queridos Daffodile… Eran... cómo decirlo...
Una puta mierda.
Me agencié un bolso, también. Ellos querían que comprara un abrigo, pero les dije que no se pasaran. Ya estaba bien de compras por hoy.
Luego, llegados a  casa, cuando nos empezamos a vestir, a Niall le tocó la dificilísima tarea de decirme (con un tacto absoluto y una delicadeza celestiales) que tal vez estaría bien que me maquillara.
-Para... echarte un par de años encima. Con que aparentes 17 o 18, basta-sacudió la  cabeza como si él no estuviera de acuerdo. Asentí lentamente.
Y allí estaba, bajando las escaleras de la casita ante la atenta mirada de los demás. Zayn silbó. Niall me sonrió, Harry me dedicó su sonrisa Colgate y levantó los pulgares, Liam asintió con la cabeza, convencidísimo, y Louis me guiñó un ojo. Podría acostumbrarme a ser el centro de atención.
-Vaya, vaya, vaya. Mirad nuestra damisela en apuros-comentó Liam, y los demás se rieron. Parecía que no se les había olvidado mi cara al mirar el precio de los Louboutin. Me cogió la mano, la  levantó e hizo que girara sobre mí misma. Todos los demás asintieron, muy convencidos.
Zayn me pasó una flor de hibisco blanca impoluta, preciosísima, a la que le faltaba el tallo.
-Póntelo en el pelo-me aconsejó. Me giré hacia el espejo y la coloqué sobre mis orejas desnudas.
-Oh, no llevo pendientes-murmuré, apenada. Louis sonrió.
-Nos hemos ocupado de eso-se acercó por detrás a mí y me puso dos pendientes con brillantes y una pequeña perla al final. El colgante con forma de corazón de plata que llevaba parecía estar diseñado para ser conjuntado con ellos. Miré su reflejo.
-Son preciosísimos.
-Son de la madre de Liam-miré al aludido, que agachó la cabeza y se sonrojó-. Cuando la madre se enteró de que íbamos a llevar a una chica a...-sonrió cuando se dio cuenta de que casi mete la pata-, a donde vamos hoy, se empeñó en dárselos. Le hacía muchísima ilusión que la persona a la que vamos a visitar los viera.
-Oh, gracias-le dije a Liam, abrazándole. Me fijé en que los chicos ya no me sacaban una cabeza, sino que, de repente, eran 10 cm más bajos.
Sí, definitivamente, podría acostumbrarme a esto susurré para mis adentros, mirando las sandalias.  Ellos también se fijaron, porque sonrieron y se dieron codazos entre ellos.
Liam carraspeó, turbado. Sus mejillas estaban de un rojo que en las películas solo podía indicar una cosa: "Hola, soy una luz del techo, y nena, o sales de aquí o acabarás hecha polvo".
-Será mejor que vayamos, chicos.
Se comprobaron una última vez sus trajes (todos iban de esmoquin, lo que me hizo sonreír, porque iban conjuntados y yo destacaba sobre ellos), y Niall me ofreció el brazo.
-Milady-hizo una pequeña reverencia. Me reí, y puse mi mano sobre sus bíceps.
-Milord-repliqué yo. Los demás hicieron una mueca divertida, como diciendo: Oh, chaval, la cría aprende rápido.
Cogida del brazo de Niall, salí por la puerta. El cielo londinense estaba encapotado, como siempre, pero había una claridad de la que habíamos carecido cuando llegamos a la capital inglesa en Septiembre del año pasado. Miré al cielo, esperando que no lloviera (los chicos no me habían dicho ni siquiera si el sitio al que íbamos tendría techo, aunque yo supuse que sí).
Abrí la boca de asombro cuando los demás se pararon delante de una limusina y abrieron la puerta. Se miraron entre ellos y luego me miraron.
-Deberíamos...-susurró Liam. Louis asintió brevemente.
-Milady, su carroza la espera-me informó, tendiéndome la mano. Se la tomé mientras me inclinaba dentro de la limusina, la más grande que había visto en toda mi vida (bueno, la única en realidad, qué cojones). Los asientos eran de cuero negro, y el suelo estaba tapizado con una moqueta roja que contrastaba  sobremanera con ellos. Uno a uno, los chicos fueron entrando. Miré por la ventana mientras Liam se sentaba enfrente de mí, justo detrás del conductor.
-Charles, ¿vamos bien de tiempo?
-Sí, señor.
Contuve un gritito de emoción. Me incliné hacia Lou, sentado a mi lado, y le pregunté:
-¿De verdad se llama Charles?
El asintió.
-¿Puedo hablar con él?
-Claro, Eri.-casi sonrió ante mi ocurrencia.
-Buenas tardes, Charles-lo saludé. El hombre me miró por el retrovisor; entre su barba blanca (me recordó a Gonzalo Moure) apareció una sonrisa. Sus ojos azulísimos reconocieron los míos.  Se tocó la gorra.
-Buenas tardes, milady.
-Me llamo Erika, pero todo el mundo me llama Eri-me presenté. Los chicos sonrieron. El chófer se rió.
-Encantado, señorita Eri. Mi nombre es Charles, y mi trabajo esta noche será llevarla a usted y sus amigos sanos y salvos a su destino.
-¿Me podrías decir nuestro destino, Charles? Mis amigos son malos conmigo, y no me lo quieren decir.
-Deduzco que es porque desean darle una sorpresa, milady-asintió-. Oh, sí. Estoy seguro de que es por eso.
-¿Es un sitio bonito?-pregunté, casi para los demás que solo para él. Charles no vaciló en su respuesta.
-Oh, milady, os aseguro que os encantará.
Fuimos todo el trayecto hablando, a veces yo me dirigía a Charles que, muy profesional, se limitaba a conducir y a no inmiscuirse en nuestra conversación, algo que a mí me enternecía y me  apenaba a partes iguales. Los chicos también intentaban que se involucrara, pero Charles, políticamente correcto, se limitaba a contestar a las preguntas y, si se daba el caso, a hacer algún comentario acerca de cualquier cosa. Harry se inclinó hacia mí.
-No te preocupes, Eri. Le caes bien, es solo que aquí la gente es muy...
-¿Fría?-inquirí. Pareció pensárselo un momento.
-Podríamos llamarlo así. O distante.
-Ingleses. Distantes e indiferentes ante el vecino-asentí convencidísima, y todos (incluido Charles) se rieron.
Cruzamos el Puente de Londres, pasamos al lado del Big Ben (esperé esa sensación de sobrecogimiento tan famosa que no había llegado la primera vez que lo miré, y que efectivamente no apareció esa segunda vez, y enfilamos por una calle donde cada edificio merecía cien fotografías. Me apoyé contra la ventana, y le cogí la mano a Lou. Me acarició la palma con el pulgar, nos miramos, y sonreímos. Luego volví a centrarme en la calle. La gente paseaba, indiferente a la limusina que les hacía de compañera de viaje durante unos pocos segundos. Tal vez estuvieran acostumbrados.
Una chica pasó a nuestro lado haciendo footing, toqueteando su iPod y hablando por el móvil.
Ingleses.
Y así, llegamos a los jardines de la reina. Me incliné a ver las preciosas flores en los grandes prados, los pelícanos, las ardillas, los patos y los cisnes. Una ancianita les echaba migas de pan a las palomas.  Giré la vista hacia el Cuartel General de la Guardia, y suspiré. En mi primera visita no me había puesto a importunar a los pobres guardias, pero estaba decidida a conseguir que alguno me dejara ponerme su sombrero antes de morirme.
No sospeché que me iban a meter en Buckingham Palace hasta que la limusina se detuvo en los portones. Como si de una orden silenciosa se tratase, todos los hombres echaron los hombros hacia atrás e irguieron la espalda. Una avalancha humana se apiñó alrededor del coche, intentando dilucidar sus ocupantes, antes de que los soldados de Su Majestad hicieran un cordón alrededor de nosotros.
Charles bajó la ventanilla y se tocó la gorra como había hecho conmigo.
-Buenas tardes, caballeros-saludó un soldado con su típico gorrito. Me miró-. Buenas tardes, dama.
Incliné la cabeza y le sonreí. No me devolvió la sonrisa.
-¿Su Majestad desea verlos?
-En efecto, milord-asintió Charles. Le tendió un sobre que el oficial no tardó en abrir. Leyó nuestro pase, asintió con la cabeza, se hizo a un lado y nos dejó entrar.
Las puertas se cerraron tras nosotros mientras Charles aparcaba frente a la enorme puerta del palacio. Los chicos salieron, y alguien me ayudó a bajar. En los cristales de la limusina vi que, bajo mi maquillaje, me había puesto pálida.
Unos soldados cuadraron los hombros, dieron varios toques, y empujaron la puerta. Los chicos tomaron aire, Louis me cogió de la cintura y me la apretó.
-Tranquila, ¿vale? Estamos juntos. Todos-me susurró al oído, justo antes de soltarme la cintura y cogerme la mano.
Decir que el recibidor del Buckingham Palace era enorme sería como decir que una tarta de chocolate estaba salada. Eché cuentas, mirando la cantidad de cuadros de reyes (Oh Dios mío, ¿realmente era aquel Enrique VIII?) y reinas (Ahí estaba la reina Victoria, mirándonos de manera condescendiente), y me sorprendí al calcular que, solo el recibidor, tenía el mismo tamaño que mi instituto (si se eliminaba el patio interior que le daba aspecto de U al edificio y los pasillos se colocaban unos encima de otros). Me pegué un poco a Louis, que esbozó una sonrisa imperceptible. Hicimos piña y, acompañados por un mayordomo, subimos unas escaleras más anchas que mi casa hasta el primer piso. Me giré para contemplar una última vez la araña enorme que colgaba del techo (probablemente pesaría una tonelada, aunque claro, yo no tenía ni idea de lámparas, simplemente su monumentalidad me asombraba). Sorprendentemente, no entramos en la sala de la primera puerta, sino que giramos hacia  la izquierda y nos adentramos por un pasillo en el que jarrones,  cuadros y animales disecados amenizaban el paseo (si es que que un zorro te mire con cara de malas pulgas puede amenizarte nada). Llegamos a una estancia sin puerta por la que correteaban decenas de personas, todas portando prendas de ropa.
Una mujer con una especie de chaqueta de chándal con la bandera británica pasó corriendo a mi lado.
-¡¡Cómo puede su Majestad recibir invitados con este caos!!-bramó la mujer. Zayn fue el primero en reconocerla.
-Adiós, Stella-dijo, en tono jocoso. La mujer se dio la vuelta y nos miró a todos. Cualquier deje de furia desapareció de su voz.
-¡Niños! ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué pasa, la duquesa quiere un concierto privado?-se mofó. Luego reparó en mí-. ¿Y esta?-inquirió, como si no estuviera- ¿Ahora admitís chicas?
-Es una amiga-explicó Harry, a la defensiva. Stella pareció suavizar su expresión cínica nada más mirarlo.
-En realidad, es mi novia-informó Louis, alzando nuestras manos entrelazadas. Stella sonrió, una sonrisa sin una pizca de cachondeo o felicidad. Casi me sentó como una bofetada.
-Y tu niña sabrá quién soy, ¿no, querida?-espetó, mirándome. Noté cómo todos se ponían tensos. ¿Dónde había visto esa chaqueta?
Stella McCartney diseñará la equipación del equipo olímpico británico.
-Claro-repliqué. Ella esperó que continuara-. Stella McCartney, diseñadora, esa chaqueta es para el equipo olímpico de tu país, y...
-¡Bravo, dama! Veo que haces tus deberes-me echó un vistazo de arriba a abajo, deteniéndose en mis zapatos-. Y que tienes muy buen gusto. ¿Sabes de quién son tus zapatos, querida?
No contesté. No por chulería, no por hacerla de menos. No contesté porque no tenía ni idea de quién había diseñado mis malditos zapatos.
-Exacto, amor. Son míos-sentí la imperiosa necesidad de descalzarme allí mismo-. Y ahora, caballeros-se volvió hacia los demás-, si me disculpáis, tengo una coalición de campeones a la que vestir, y ... ¡CHRISTINE!-bramó, señalando a una chica con su huesudo dedo. La  pobre niña se echó a temblar-. ¡¿CÓMO SE TE OCURRE PONERLE EL BOLSILLO TAN ARRIBA A ESE POLO?! ¡ME ENCARGARÉ PERSONALMENTE DE QUE TUS BIENES TE SEAN ARREBATADOS, CONDENADA INCOMPETENTE!
Y, tal como llegó, se marchó. O sea, dando voces y correteando de aquí para allá.
Louis me arrastró detrás de los demás, las piernas ya no me respondían. Suspiré. Conseguí volver a caminar justo cuando se abrían las puertas de una nueva sala, con la omnipresente araña en el techo, y grandes sofás al fondo de la habitación. Los presentes (tres personas) nos miraron.
Nos acercamos a una distancia prudencial de ellos. Liam, el que más avanzado iba, se detuvo.
-Ahora-casi pareció decir cuando nos miró a todos. Nos inclinamos e hicimos una reverencia. Los chicos inclinaron su torso con un brazo por delante y el otro por detrás, ambos pegados al cuerpo. Aprovechando que Loue me soltó la mano, cogí la  falda de mi vestido, doblé las rodillas y miré al suelo.
Parece que lo hice bien, porque nadie me empezó a pegar tiros ni a decirme lo indeseables y maleducados que podemos llegar a ser los plebeyos.
-Buenas noches, queridos-susurró la reina con gesto ausente, posando su taza de té. Tuve que aguantar la respuesta sarcástica de turno, comentando que de momento era de día, Majestad, que la noche no empieza a las cinco de la tarde. Por algo se llaman las cinco de la tarde.
-Buenas noches, Su Majestad-Liam se inclinó ligeramente, y comenzamos a avanzar hacia ella-. Lord William, lady Kate-la interpelada sonrió, y su marido le acarició la mano. Controla tus impulsos plebeyos, cariño, casi soltó.
La reina nos hizo un gesto para que nos sentáramos en uno de los sofás que había frente a ellos. Miró a una de sus sirvientas, que en seguida se apresuró a echarnos té en una taza y a pasárnoslos. Cuando todos hubimos tenido té, los  chicos le dieron un sorbo.
Mierda. Mierda. Mierda. MIERDA.
Miré mi taza, sin saber muy bien qué hacer. Tal vez a la  reina le haría gracia que me volviera loca para no tomar el té. O tal vez me mandaría a la hoguera por bruja.
Efectivamente, Su Majestad me miró.
-¿Ocurre algo, querida?-alzó una ceja, y me puse a temblar más fuerte.
-Yo... Yo...-Louis me pasó una mano por la espalda, y los efectos secundarios de su caricia fueron inmediatos-. Majestad, lamento... importunaros, si es que esto os importuna, pero... la verdad, es que... no me gusta el té.
Isabel II de Inglaterra me sorprendió sobremanera. No sacó un revólver y me pegó un tiro entre las cejas.
Isabel II se echó a  reír. Los duques de Cambridge en seguida la imitaron, y, de repente, todos nos estábamos riendo.
-No pasa nada, tesoro-me tranquilizó Kate Middleton. Miró a su abuela política.- ¿Majestad? ¿Me permitiría sugerirle a nuestra invitada que elija lo que ella quiera?
Ácido, por Dios. Dadme ácido.
-Faltaría más-la reina hizo un gesto con la mano, quitándole hierro al asunto. Me estudió con la mirada-. He notado cierto deje extranjero en tu voz, pequeña. ¿No serás... irlandesa, como nuestro querido invitado?-hizo un gesto con la cabeza hacia Niall, que puso cara de paro cardíaco cuando la reina lo miró. Negué con la cabeza.
-¿Escocesa?
-No.
-Me parecía, tus ojos y tu pelo no son escoceses. ¿Canadiense?
-No, Majestad.
-¿Americana?
-No.
-Dios santo, querida. ¿De dónde eres, si se puede saber?
-Española-dije con un hilo de voz. La familia real se quedó callada un momento, estudiándome.
La reina empezó a aplaudir como si no hubiera mañana.
-¡Entonces, querida, creo que es momento de que os devuelva Gibraltar!-comentó, y me eché a reír.
-Oh, Majestad, mi país se lo agradecería, creedme, pero... Francamente, personalmente prefiero que usted se quede con los monos, ya sabe. Son criaturas muy molestas.
-Lo son, sin duda-asintió la reina. William de Cambridge me sonrió. Miró a otro sirviente, que en seguida me preguntó qué quería.
-¿Podría ser una  Coca-Cola?
Sorprendentemente no me desmayé, ni me entraron ganas de suicidarme durante los siguientes minutos. A pesar de su aspecto, la reina podía llegar a ser divertida. O tal vez simplemente estuviera intentando no asustarme y causar un conflicto global con España.
-¿Por qué estáis aquí, queridos?
-Porque vos nos invitasteis, Majestad-se apresuró a decir Liam. La reina lo escudriñó.
-¿Liam, verdad?
Casi le explota la cara de la sonrisa que le cruzó el rostro. Asintió.
-Liam-los fue señalando-, Harry, Zayn, Niall, Louis y su encantadora amiguita, cuyo nombre no recuerdo.
-Erika, Majestad.
-Oh, un nombre precioso-comentó William. Lo miré.
-¿Sabéis lo que significa, alteza?
-Iluminadme, milady.
-La que reina por siempre, y princesa honorable.
Kate pareció pensativa.
-Majestad, creo que esta dama os ha usurpado el nombre-se refería a lo de los 60 años de la reina en el trono. Isabel se echó a reír.
-Querida Kate, no sabes cómo me alegro de que esta pequeña no sea de sangre real-comentó. Luego volvió al tema principal-. Todos en esta sala sabemos que los Juegos Olímpicos se alojarán en nuestra ciudad-un murmullo se extendió por la habitación. La reina dirigió a sus sirvientes una mirada envenenada, que los hizo callar de inmediato.-. Y que serán legendarios. Deben de serlo.
Nos miró a todos. Los duques parecían incómodos, de repente, se me ocurrió que tal vez estuvieran allí para controlar a "la abuela".
-Y os preguntaréis, ¿qué podemos hacer nosotros para que estos juegos sean legendarios?
Asentimos lentamente.
-Yo os lo diré, queridos. He estado siguiendo vuestra trayectoria-todos contuvieron la respiración. Esta vez yo le acaricié la espalda a Louis, que me miró un segundo y se relamió los labios. Apoyé mi cabeza en su hombro.-, y he decidido que sois una de las mejores bandas de nuestra historia-miró hacia la puerta donde Stella McCartney seguía dando gritos-. Que no me oiga mi querida diseñadora-se excusó. Nos reímos.
-¿Qué podemos hacer por Inglaterra, Majestad?-inquirió Niall.
-Me alegro de que lo preguntes, pequeño irlandés. Me alegro que tu país quiera colaborar con su antigua metrópoli, y su nación hermana. Es sencillo. Quiero que vosotros os encarguéis de la música en la ceremonia de cierre de mis Juegos.

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