Caminé fuera de la zona de recogida de
maletas con la mochila al hombro (¿al hombro? Casi la iba arrastrando, y todo
porque me había empeñado en no llevar maleta a Londres), miré alrededor. No
encontré a ninguno de los chicos (aunque la verdad era que todavía albergaba la
esperanza de que de repente Zayn llegara chillando VAS HAPPENING, VAS HAPPENIN a recogerme), encendí el iPhone y
esperé a que me reconociera la tarjeta.
Una chica se me
acercó a mí.
-¿Eri?-preguntó.
Levanté la vista y la miré. Me sacaba varias cabezas, como su hermano, y vestía
como la británica que era: vaqueros ajustados, y sudadera muchísimo más grande
que era.
Me alegré de que
se presentara antes de quedar como la subnormal de la novia de su hermano que
no sabía distinguir a sus cuñadas.
-Soy Charlotte-me
susurró. Asentí y me puse de puntillas para darle dos besos. Ella pareció
aturdida en un principio, pero en seguida se recuperó.-. Mi hermano me dijo que
te dijera quién era, porque todavía no nos distingues...-suspiró.
-Lo siento-repliqué,
avergonzada. Sacudió las manos.
-No te disculpes,
por Dios. Suspiro por Louie, a veces es un poco bobo. Porque, a ver, ¿por qué
deberías conocerme? El famoso es él, no yo-echo un vistazo detrás de mí, y al
comprobar que no llevaba equipaje, frunció el ceño-. ¿Sólo llevas la mochila?
-Sí, bueno...
tenía planeado largarme de compras en cuanto llegara. Tal vez me comprara
una maleta.
No le dije que
pensaba quitarle la tarjeta de crédito a Louis en cuanto tuviera la oportunidad
y que pensaba salir corriendo a gritar "¡taxi!¡taxi" a la calle en mi
huida frenética.
La simple mención
de la palabra "compras" hizo que se le iluminara la cara.
-Entonces,
¡bienvenida a Inglaterra, querida!-alzó los brazos, y yo sonreí. Varias chicas
se la quedaron mirando, y me pregunté si la reconocerían. Me cogió del brazo y
tiró de mí-. Venga, vamos al coche. Todavía queda un trayecto bastante largo
hasta Londres. Así nos iremos conociendo.
Fuimos al trote
hasta el aparcamiento del aeropuerto (efectivamente, que una estúpida extranjera
no reconociera a Charlotte Tomlinson no significaba que los autóctonos no
fueran a hacerlo). Charlotte parecía bastante acostumbrada a corretear de aquí
para allí, desgraciadamente, me daba miedo preguntarle cualquier obviedad por
si se ofendía, aunque si se parecía a su hermano (y por la manera en que
hablaba, se reía o se movía todo apuntaba a que sí) no le daría demasiada
importancia a mi ignorancia.
De todas formas,
no me apetecía abrir la boca y que descubriera el repertorio infinito de tacos
que conocía; me había tirado todo el vuelo investigando en revistas de la banda
para saber la fecha de nacimiento de las hermanas, sus caras, su carácter,
etc... y estaba muy cabreada.
Tiré la mochila en
la parte de atrás del coche y me senté en el asiento del copiloto.
Del copiloto
europeo.
Cuando quise darme
cuenta, estaba sentada al volante, y Charlotte se reía a carcajadas. Yo también
me eché a reír.
-¡Ahora entiendo
por qué le gustas tanto a mi hermano!-soltó cuando salí del coche. Chocamos los
cinco.
Aunque en
realidad, se quedó alucinada cuando me dediqué a saludar todo el trayecto
a los coches a los que adelantábamos: muchos conductores me saludaban, otros
simplemente pasaban de mí, y un señor mayor se me quedó mirando extrañado y
levantó la mano lentamente.
-Hacíamos esto
mismo cuando íbamos en el autobús hacia Canterbury-le expliqué a Charlotte.
Sonrió.
-Cómo sois los
continentales, flipáis con cualquier cosa.
Llegamos a Londres
mucho antes de lo que esperaba, probablemente porque ella conducía como si no
hubiera coches: aprovechaba cada hueco entre los vehículos como si llevara toda
la vida en la carretera.
Cuando vi el Big
Ben a lo lejos, pegué la cara a la ventanilla. Me miró de reojo, y sonrió.
Ojalá Noe y Alba estuvieran allí para ir juntas de compras y a incordiar a los
guardianes de la reina, pero no, la madre de Noemí se había empeñado en que su
pasaporte estaba caducado y en que tenía que ir a Cantabria porque
"llevaba mucho tiempo sin ir, pero la muy subnormal no se da cuenta de que
no hace ni dos semanas que estuve allí... estúpida zorra" me había puesto
Noe en twitter cuando le pregunté si podíamos dar una vuelta por Avilés (mucho
antes de que los chicos me invitaran). Y Alba, pobrecita, estaba enferma. Y en
el pueblo. Su enfermedad pueblerina se había visto agravada por la presencia en
la casa de campo, donde no tenía internet, ni música, ni nada.
Yo me suicidaría
si me pasara eso.
Charlotte puso el
intermitente y se metió en una salida de la autopista hacia las auferas de
Londres. Fruncí el ceño cuando vi el atasco que se había formado por culpa de
un semáforo (aunque debía agradecer que los londinenses hubieran tenido la
genial idea de habilitar un carril para los deportistas olímpicos y la prensa,
porque si no habríamos tardado el triple en llegar a la casa de los chicos).
Charlotte gruñó y pareció pensarse si ponerse a tocar el claxon como una loca,
pero se contuvo; al fin y al cabo, era británica, no romana. Por lo menos en
Roma sabes que los coches pueden pitar, y lo hacen. Vaya si lo hacen.
Llegamos a una
pequeña calle con casitas de un par de pisos, tres a lo sumo. Me recordaban
terriblemente a Canterbury. Charlotte aparcó enfrente de una color crema,
con grandes ventanales en l aparte de abajo y ventanas larguísimas en los pisos
superiores. El techo negro le daba un toque muy cool a la casa, debía reconocerlo.
Salimos del coche
(Charlotte mirando a ambos lados de la calle, esperando encontrarse alguna fan,
y yo arrastrando como podía mi maleta). Ella abrió su bolso y sacó un manojo de
llaves, fue seleccionando una a una hasta que encontró la adecuada. La metió en
la cerradura, dio un par de vueltas y empujó suavemente la puerta. Pasó delante
de mí y me sostuvo la puerta mientras yo me metía en el recibidor más grande y
bonito que había visto en mi vida: paredes altísimas que trepaban hasta los dos
pisos superiores, una alfombra de color chocolate con pinta de ser suavísima,
paredes del mismo color que la alfombra con dibujos en dorado
y una gran lámpara
de araña que bajaba hasta casi el suelo del recibidor. Una escalera
conducía hacia los pisos superiores, en madera oscurísima, donde lo único que
se veían eran puertas. Había ventanas en casi todos los lados de la sala,
excepto en el de la puerta. Unas lamparillas acopladas a la pared iluminaban la
estancia.
Oí a los chicos en
la cocina. Zayn protestaba por algo.
-Niall, otra vez
no, no quiero más pollo.
-Cocina tú
entonces, no te digo-le espetó su amigo. Los demás rieron, casi pude ver
a Zayn haciendo pucheros. Charlotte dio dos pasos por delante de mí.
-¡Chicos! ¡Ya
hemos llegado!
Tres cabezas se
asomaron por una de las puertas que quedaba al fondo de la habitación, justo
debajo de la escalera: Louis, Harry y Liam. Sonrieron. Después, las cabezas de
Zayn y Niall cubiertos de harina se sumaron a ellos.
-Vas happenin!
El saludo pareció
más bien una orden que obedecieron todos a la vez con perfecta sincronización,
echaron a correr hacia nosotras y nos abrazaron. Les estampé varios besos a
cada uno en las mejillas, menos a Louis, al que besé rápidamente en los labios.
Puso su mano en mi cintura y no la movió de allí.
-¿Te ha dado mucha
guerra Lottie?-me susurró al oído. Tuve que reprimir un gemido, a duras penas
lo conseguí.
-Di mejor si se la
he dado yo a ella.
Charlotte sacó la
lengua.
-En serio, Lou, no
deberías torturarla de esta manera, pobre mujer. Bastante tiene con
aguantarte-puso los ojos en blanco, y su hermano le sacó la lengua.
-¿Te quedarás a
comer, Lottie?-preguntó Niall, con la mirada iluminada. Ella negó con la
cabeza, triste.
-Ojalá, pero mamá
me espera. Y ya sabes cómo es, como no aparezca a la hora, me deja sin
comer-volvió a poner los ojos en blanco, y luego me miró-. Oh, Eri, y tiene
muchísimas ganas de conocerte.
Miré a Louis
aterrorizada.
-¿¡Le has hablado
de mí a tu madre!?
-No habla de otra
cosa-y la sonrisa de los Tomlinson se implantó en su boca.
-¡Eres una
mentirosa, Charlotte Tomlinson!-bramó Louis, riéndose.
Charlotte asintió
suavemente, volvió a abrazar a los chicos (noté que solo yo les daba besos,
pero bueno, era lo bueno de ser española, que podía hacer con mis costumbres lo
que me diera la gana), me dio a mí otros dos besos (sí que se adaptaba rápido a
las nuevas situaciones), y abrió la puerta.
Las miradas de
todos se clavaron en mí.
-¿No traes
maleta?-preguntó Liam, dispuesto a cargar con ella hasta mi habitación.
-No, pensé que
como iba a estar un fin de semana, tampoco necesitaría mucha ropa. Además-me
hinché cual pavo-, tengo pensado ir de compras.
-Ah. Has traído
dinero. Chica lista.
-En realidad, paga
Louis-asentí, convencidísima. Él me miró.
-¿¡Qué!?
-¡COMPREMOS UN
FERRARI!-gritó Harry, y todos nos echamos a reír.
-Venga,
pequeña-Louis me apretó la cintura. Intenté no gemir. No lo conseguí.-. Vamos a
enseñarte tu habitación. Y luego vas a comer algo. Y luego, te soltaremos en
Oxford Street; tienes que buscar algo que ponerte esta noche.
-¿Esta noche? ¿Qué
vamos a hacer?
-No se lo digas,
Louis-lo amenazó Niall con una cuchara de madera. Louis alzó las manos al aire.
-Nunca-asintió. Me
arrastró escaleras arriba, los demás nos seguían de cerca, y me metió en la
segunda habitación del primer piso. La cama era blanca, al igual que el armario
y el escritorio que estaba pegado a unas ventanas que daban al balcón. Las
paredes estaban forradas de ese papel azul celeste con nubes que nos habían enseñado
los chicos cuando nos descargamos Skype. Había un osito de peluche encima del
escritorio, de color café y con un corazoncito entre las zarpas.
-Lo ha elegido
Zayn-me explicó Louis.
-¿PERO POR QUÉ SE
LO CUENTAS?-espetó el otro, entre las carcajadas de los demás.
-Es muy mono,
Zayn. Gracias-y le di un beso en la mejilla. Ya parecían acostumbrados a mis
muestras de cariño, al principio siempre se sonrojaban, ahora sonreían y
miraban a los demás como diciendo: "¿Has visto? Me ha dado un beso extra.
Me quiere más a mí que a ti."
Tiré la mochila en
la cama y los miré.
-¿Qué hay de
comer?
Silencio.
-¿Nando's
?-sonreí. Ellos se rieron. Era evidente que estaban esperando eso.
Bajamos a la
cocina, donde nos servimos en una gran mesa. Me senté en enfrente de la puerta
que daba al salón, y me quedé hipnotizada mirando la tele. Mientras tanto,
ellos se iban picando entre sí hasta que Liam se hartó, cogió un trozo de carne
de su plato y se lo estampó en la cara a Harry. Harry lo miró estupefacto,
entonces Niall volcó su plato en su cabeza y Ricitos chilló:
-¡ESTO ES LA
GUERRA, MALDITOS!
Me escondí debajo
de la mesa mientras ellos se reían a carcajadas, y más se reían cuando alguno recibía
un impacto tan fuerte que se caía al suelo. Ese alguien siempre se levantaba
con ganas de más.
Fue el almuerzo
más divertido de toda mi vida. Ahí me di cuenta de que no podría vivir sin mis
chicos.
Llamaron a la
puerta de mi habitación.
-Pasa.
Louis entró y
cerró la puerta. Sonrió al ver que me estaba cambiando de camiseta.
-¿Y si no fuera yo
el que estuviera detrás de la puerta?
Me encogí de
hombros.
-Todos habéis
visto lo que yo tengo ya, así que... Bueno, salvo Niall. Creo-había visto no sé
dónde que Niall creía en llegar virgen al matrimonio, así que di por sentado
que no se dedicaría a desnudar a sus novias en su tiempo libre-. Y, si no
fueras tú, pues le propondría una orgía.
-Me odias-murmuró,
divertido, acorralándome contra la pared.
-Mucho-le susurré
a su boca. Se inclinó hacia mí y reclamó mis labios. Le acaricié la mejilla, y
él hizo lo propio con mi pelo. Suspiré.
-Me alegro de que
hayas venido-confesó, entre beso y beso. Ladeé la cabeza para que me besara en
el cuello.
-Y yo. Lou...
-¿Mm?
-¿Qué vamos a
hacer de noche?
-Es una
sorpresa-noté la sonrisa en su voz.
-Dímelo, por
favor.
-No-me cogió en
brazos y me levantó por encima de él. Me quedé alucinada con lo que le habían
crecido los bíceps desde que lo conocí.
-¿Has ido al
gimnasio?
-No.
-Mentir te viene
de familia, ¿a que sí?
-Tal vez-incliné
la cabeza hacia él para besarlo. Me llevó hasta la cama y me sentó a horcajadas
sobre él.
Podría echarte
un polvo aquí mismo, chaval. Cuidado conmigo. Soy muy zorra cuando me pongo.
-¿Me vas a dar dinero para irme de
compras?
-Vamos a ir todos
contigo, Eri-dijo, acariciándome la espalda. Sentí lo irónico de la situación,
si Alba o Noe me lo estuvieran contando las interrumpiría chillando: "Y EL
CHICHI TE HIZO PALMAS COMO EN UN CONCIERTO DE CAMARÓN".
Qué verdad podía
haber en esa afirmación.
Miré por la
ventana, y él estudió mi rostro.
-Te vas a comprar
un vestido.
-Buf, si tengo que
llevar vestido, no sé si quiero ir.
Me tomó de la
barbilla y me obligó a mirarle.
-Para nosotros,
para mí, es importante que vayas-puso mucho énfasis en ese "para mí".
Casi sonó como un "te quiero".
Pero ni era
imbécil, ni sorda. Una cosa es un "para mí" y otra un "te
quiero".
Me pregunté qué
pasaría si le decía que lo quería. Tal vez él me dijera que él a mí también,
tal vez no. Ese tal vez no hizo que me entrara el pánico y que me tragara las
palabras. Hacía... ¿qué? ¿Dos semanas que salíamos? No era tiempo para
quererlo, aunque fuéramos amigos de un par de meses.
Llevas queriéndolo
desde invierno, maldita perra cínica susurró una voz en mi cabeza. Me reí.
-¿Qué?-dijo con un
hilo de voz que me enamoró. Me reí más fuerte.
-Nada, cosas mías.
Y seguimos
besándonos hasta que los chicos llamaron a mi puerta.
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