jueves, 19 de julio de 2012

Te da palmas como en un concierto de Camarón.


Caminé fuera de la zona de recogida de maletas con la mochila al hombro (¿al hombro? Casi la iba arrastrando, y todo porque me había empeñado en no llevar maleta a Londres), miré alrededor. No encontré a ninguno de los chicos (aunque la verdad era que todavía albergaba la esperanza de que de repente Zayn llegara chillando VAS HAPPENING, VAS HAPPENIN a recogerme), encendí el iPhone y esperé a que me reconociera la tarjeta.
Una chica se me acercó a mí.
-¿Eri?-preguntó. Levanté la vista y la miré. Me sacaba varias cabezas, como su hermano, y vestía como la británica que era: vaqueros ajustados, y sudadera muchísimo más grande que era.
Me alegré de que se presentara antes de quedar como la subnormal de la novia de su hermano que no sabía distinguir a sus cuñadas.
-Soy Charlotte-me susurró. Asentí y me puse de puntillas para darle dos besos. Ella pareció aturdida en un principio, pero en seguida se recuperó.-. Mi hermano me dijo que te dijera quién era, porque todavía no nos distingues...-suspiró.
-Lo siento-repliqué, avergonzada. Sacudió las manos.
-No te disculpes, por Dios. Suspiro por Louie, a veces es un poco bobo. Porque, a ver, ¿por qué deberías conocerme? El famoso es él, no yo-echo un vistazo detrás de mí, y al comprobar que no llevaba equipaje, frunció el ceño-. ¿Sólo llevas la mochila?
-Sí, bueno... tenía planeado  largarme de compras en cuanto llegara. Tal vez me comprara una maleta.
No le dije que pensaba quitarle la tarjeta de crédito a Louis en cuanto tuviera la oportunidad y que pensaba salir corriendo a gritar "¡taxi!¡taxi" a la calle en mi huida frenética.
La simple mención de la palabra "compras" hizo que se le iluminara la cara.
-Entonces, ¡bienvenida a Inglaterra, querida!-alzó los brazos, y yo sonreí. Varias chicas se la quedaron mirando, y me pregunté si la reconocerían. Me cogió del brazo y tiró de mí-. Venga, vamos al coche. Todavía queda un trayecto bastante largo hasta Londres. Así nos iremos conociendo.
Fuimos al trote hasta el aparcamiento del aeropuerto (efectivamente, que una estúpida extranjera no reconociera a Charlotte Tomlinson no significaba que los autóctonos no fueran a hacerlo). Charlotte parecía bastante acostumbrada a corretear de aquí para allí, desgraciadamente, me daba miedo preguntarle cualquier obviedad por si se ofendía, aunque si se parecía a su hermano  (y por la manera en que hablaba, se reía o se movía todo apuntaba a que sí) no le daría demasiada importancia a mi ignorancia.
De todas formas, no me apetecía abrir la boca y que descubriera el repertorio infinito de tacos que conocía; me había tirado todo el vuelo investigando en revistas de la banda para saber la fecha de nacimiento de las hermanas, sus caras, su carácter, etc... y estaba muy cabreada.
Tiré la mochila en la parte de atrás del coche y me senté en el asiento del copiloto.
Del copiloto europeo.
Cuando quise darme cuenta, estaba sentada al volante, y Charlotte se reía a carcajadas. Yo también me eché a reír.
-¡Ahora entiendo por qué le gustas tanto a mi hermano!-soltó cuando salí del coche. Chocamos los cinco.
Aunque en realidad, se quedó alucinada  cuando me dediqué a saludar todo el trayecto a los coches a los que adelantábamos: muchos conductores me saludaban, otros simplemente pasaban de mí, y un señor mayor se me quedó mirando extrañado y levantó la mano lentamente.
-Hacíamos esto mismo cuando íbamos en el autobús hacia Canterbury-le expliqué a Charlotte. Sonrió.
-Cómo sois los continentales, flipáis con cualquier cosa.
Llegamos a Londres mucho antes de lo que esperaba, probablemente porque ella conducía como si no hubiera coches: aprovechaba cada hueco entre los vehículos como si llevara toda la vida en la carretera.
Cuando vi el Big Ben a lo lejos, pegué la cara a la ventanilla. Me miró de reojo, y sonrió. Ojalá Noe y Alba estuvieran allí para ir juntas de compras y a incordiar a los guardianes de la reina, pero no, la madre de Noemí se había empeñado en que su pasaporte estaba caducado y en que tenía que ir a Cantabria porque "llevaba mucho tiempo sin ir, pero la muy subnormal no se da cuenta de que no hace ni dos semanas que estuve allí... estúpida zorra" me había puesto Noe en twitter cuando le pregunté si podíamos dar una vuelta por Avilés (mucho antes de que los chicos me invitaran). Y Alba, pobrecita, estaba enferma. Y en el pueblo. Su enfermedad pueblerina se había visto agravada por la presencia en la casa de campo, donde no tenía internet, ni música, ni nada.
Yo me suicidaría si me pasara eso.
Charlotte puso el intermitente y se metió en una salida de la autopista hacia las auferas de Londres. Fruncí el ceño cuando vi el atasco que se había formado por culpa de un semáforo (aunque debía agradecer que los londinenses hubieran tenido la genial idea de habilitar un carril para los deportistas olímpicos y la prensa, porque si no habríamos tardado el triple en llegar a la casa de los chicos). Charlotte gruñó y pareció pensarse si ponerse a tocar el claxon como una loca, pero se contuvo; al fin y al cabo, era británica, no romana. Por lo menos en Roma sabes que los coches pueden pitar, y lo hacen. Vaya si lo hacen.
Llegamos a una pequeña calle con casitas de un par de pisos, tres a lo sumo. Me recordaban terriblemente a Canterbury. Charlotte aparcó enfrente de una color  crema, con grandes ventanales en l aparte de abajo y ventanas larguísimas en los pisos superiores. El techo negro le daba un toque muy cool a la casa, debía reconocerlo.
Salimos del coche (Charlotte mirando a ambos lados de la calle, esperando encontrarse alguna fan, y yo arrastrando como podía mi maleta). Ella abrió su bolso y sacó un manojo de llaves, fue seleccionando una a una hasta que encontró la adecuada. La metió en la cerradura, dio un par de vueltas y empujó suavemente la puerta. Pasó delante de mí y me sostuvo la puerta mientras yo me metía en el recibidor más grande y bonito que había visto en mi vida: paredes altísimas que trepaban hasta los dos pisos superiores, una alfombra de color chocolate con pinta de ser suavísima, paredes del mismo color que la alfombra con dibujos en dorado
y una gran lámpara de araña que bajaba hasta  casi el suelo del  recibidor. Una escalera conducía hacia los pisos superiores, en madera oscurísima, donde lo único que se veían eran puertas. Había ventanas en casi todos los lados de la sala, excepto en el de la puerta. Unas lamparillas acopladas a la pared iluminaban la estancia.
Oí a los chicos en la cocina. Zayn protestaba por algo.
-Niall, otra vez no, no quiero más pollo.
-Cocina tú entonces,  no te digo-le espetó su amigo. Los demás rieron, casi pude ver a Zayn haciendo pucheros. Charlotte dio dos pasos por delante de mí.
-¡Chicos! ¡Ya hemos llegado!
Tres cabezas se asomaron por una de las puertas que quedaba al fondo de la habitación, justo debajo de la escalera: Louis, Harry y Liam. Sonrieron. Después, las cabezas de Zayn y Niall cubiertos de harina se sumaron a ellos.
-Vas happenin!
El saludo pareció más bien una orden que obedecieron todos a la vez con perfecta sincronización, echaron a correr hacia nosotras y nos abrazaron. Les estampé varios besos a cada uno en las mejillas, menos a Louis, al que besé rápidamente en los labios. Puso su mano en mi cintura y no la movió de allí.
-¿Te ha dado mucha guerra Lottie?-me susurró al oído. Tuve que reprimir un gemido, a duras penas lo conseguí.
-Di mejor si se la he dado yo a ella.
Charlotte sacó la lengua.
-En serio, Lou, no deberías torturarla de esta manera, pobre mujer. Bastante tiene con aguantarte-puso los ojos en blanco, y su hermano le sacó la lengua.
-¿Te quedarás a comer, Lottie?-preguntó Niall, con la mirada iluminada. Ella negó con la cabeza, triste.
-Ojalá, pero mamá me espera. Y ya sabes cómo es, como no aparezca a la hora, me deja sin comer-volvió a poner los ojos en blanco, y luego me miró-. Oh, Eri, y tiene muchísimas ganas de conocerte.
Miré a Louis aterrorizada.
-¿¡Le has hablado de mí a tu madre!?
-No habla de otra cosa-y la sonrisa de los Tomlinson se implantó en su boca.
-¡Eres una mentirosa, Charlotte Tomlinson!-bramó Louis, riéndose.
Charlotte asintió suavemente, volvió a abrazar a los chicos (noté que solo yo les daba besos, pero bueno, era lo bueno de ser española, que podía hacer con mis costumbres lo que me diera la gana), me dio a mí otros dos besos (sí que se adaptaba rápido a las nuevas situaciones), y abrió la puerta.
Las miradas de todos se clavaron en mí.
-¿No traes maleta?-preguntó Liam, dispuesto a cargar con ella hasta mi habitación.
-No, pensé que como iba a estar un fin de semana, tampoco necesitaría mucha ropa. Además-me hinché cual pavo-, tengo pensado ir de compras.
-Ah. Has traído dinero. Chica lista.
-En realidad, paga Louis-asentí, convencidísima. Él me miró.
-¿¡Qué!?
-¡COMPREMOS UN FERRARI!-gritó Harry, y todos nos echamos a reír.
-Venga, pequeña-Louis me apretó la cintura. Intenté no gemir. No lo conseguí.-. Vamos a enseñarte tu habitación. Y luego vas a comer algo. Y luego, te soltaremos en Oxford Street; tienes que buscar algo que ponerte esta noche.
-¿Esta noche? ¿Qué vamos a hacer?
-No se lo digas, Louis-lo amenazó Niall con una cuchara de madera. Louis alzó las manos al aire.
-Nunca-asintió. Me arrastró escaleras arriba, los demás nos seguían de cerca, y me metió en la segunda habitación del primer piso. La cama era blanca, al igual que el armario y el escritorio que estaba pegado a unas ventanas que daban al balcón. Las paredes estaban forradas de ese papel azul celeste con nubes que nos habían enseñado los chicos cuando nos descargamos Skype. Había un osito de peluche encima del escritorio, de color café y con un corazoncito entre las zarpas.
-Lo ha elegido Zayn-me explicó Louis.
-¿PERO POR QUÉ SE LO CUENTAS?-espetó el otro, entre las carcajadas de los demás.
-Es muy mono, Zayn. Gracias-y le di un beso en la mejilla. Ya parecían acostumbrados a mis muestras de cariño, al principio siempre se sonrojaban, ahora sonreían y miraban a los demás como diciendo: "¿Has visto? Me ha dado un beso extra. Me quiere más a mí que a ti."
Tiré la mochila en la cama y los miré.
-¿Qué hay de comer?
Silencio.
-¿Nando's ?-sonreí. Ellos se rieron. Era evidente que estaban esperando eso.
Bajamos a la cocina, donde nos servimos en una gran mesa. Me senté en enfrente de la puerta que daba al salón, y me quedé hipnotizada mirando la tele. Mientras tanto, ellos se iban picando entre sí hasta que Liam se hartó, cogió un trozo de carne de su plato y se lo estampó en la cara a Harry. Harry lo miró estupefacto, entonces Niall volcó su plato en su cabeza y Ricitos chilló:
-¡ESTO ES LA GUERRA, MALDITOS!
Me escondí debajo de la mesa mientras ellos se reían a carcajadas, y más se reían cuando alguno recibía un impacto tan fuerte que se caía al suelo. Ese alguien siempre se levantaba con ganas de más.
Fue el almuerzo más divertido de toda mi vida. Ahí me di cuenta de que no podría vivir sin mis chicos.

Llamaron a la puerta de mi habitación.
-Pasa.
Louis entró y cerró la puerta. Sonrió al ver que me estaba cambiando de camiseta.
-¿Y si no fuera yo el que estuviera detrás de la puerta?
Me encogí de hombros.
-Todos habéis visto lo que yo tengo ya, así que... Bueno, salvo Niall. Creo-había visto no sé dónde que Niall creía en llegar virgen al matrimonio, así que di por sentado que no se dedicaría a desnudar a sus novias en su tiempo libre-. Y, si no fueras tú, pues le propondría una orgía.
-Me odias-murmuró, divertido, acorralándome contra la pared.
-Mucho-le susurré a su boca. Se inclinó hacia mí y reclamó mis labios. Le acaricié la mejilla, y él hizo lo propio con mi pelo. Suspiré.
-Me alegro de que hayas venido-confesó, entre beso y beso. Ladeé la cabeza para que me besara en el cuello.
-Y yo. Lou...
-¿Mm?
-¿Qué vamos a hacer de noche?
-Es una sorpresa-noté la sonrisa en su voz.
-Dímelo, por favor.
-No-me cogió en brazos y me levantó por encima de él. Me quedé alucinada con lo que le habían crecido los bíceps desde que lo conocí.
-¿Has ido al gimnasio?
-No.
-Mentir te viene de familia, ¿a que sí?
-Tal vez-incliné la cabeza hacia él para besarlo. Me llevó hasta la cama y me sentó a horcajadas sobre él.
Podría echarte un polvo aquí mismo, chaval. Cuidado conmigo. Soy muy zorra cuando me pongo.
  -¿Me vas a dar dinero para irme de compras?
-Vamos a ir todos contigo, Eri-dijo, acariciándome la espalda. Sentí lo irónico de la situación, si Alba o Noe me lo estuvieran contando las interrumpiría chillando: "Y EL CHICHI TE HIZO PALMAS COMO EN UN CONCIERTO DE CAMARÓN".
Qué verdad podía haber en esa afirmación.
Miré por la  ventana, y él estudió mi rostro.
-Te vas a comprar un vestido.
-Buf, si tengo que llevar vestido, no sé si quiero ir.
Me tomó de la barbilla y me obligó a mirarle.
-Para nosotros, para mí, es importante que vayas-puso mucho énfasis en ese "para mí". Casi sonó como un "te quiero".
Pero ni era imbécil, ni sorda. Una cosa es un "para mí" y otra un "te quiero".
Me pregunté qué pasaría si le decía que lo quería. Tal vez él me dijera que él a mí también, tal vez no. Ese tal vez no hizo que me entrara el pánico y que me tragara las palabras. Hacía... ¿qué? ¿Dos semanas que salíamos? No era tiempo para quererlo, aunque fuéramos amigos de un par de meses.
Llevas queriéndolo desde invierno, maldita perra cínica susurró una voz en mi cabeza. Me reí.
-¿Qué?-dijo con un hilo de voz que me enamoró. Me reí más fuerte.
-Nada, cosas mías.
Y seguimos besándonos hasta que los chicos llamaron a mi puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤