lunes, 30 de julio de 2012

Noemí me ama por esto y esta tarde me viola-Eri.

Me dieron el alta al día siguiente mi ingreso por la mañana. Tras unos aburridos minutos de papeleo (Sí, maldita perra, sabes de sobra quién soy, no hace falta que me preguntes mi nombre), por fin me dejaron largarme de allí.
Bastante tenía con que me hubieran dicho en esas paredes blancas y esos suelos que apestaban a lejía que no iba a poder cantar en los Juegos, y joderles la ilusión a mis amigos, como para encima quedarme más tiempo del estrictamente necesario.
Los chicos, Eri y Alba vinieron a buscarme. Eri y Louis estaban pegados el uno al otro, como siempre; él con su brazo alrededor de la cintura de ella, y ella con la cabeza ligeramente apoyada en el pecho de él.
Liam saludó a Alba con un rápido beso en los labios.
Me dieron un puñetero jarabe que sabía a sangre de muerto, y yo estaba decidirlo a no tomarlo (ya me curaría, joder, total, el jarabe no iba a ser lo bastante rápido), pero Niall era buenísimo haciéndome sentir como la peor persona del mundo. Cuando te miraba con la mirada del Gato con Botas era imposible resistirse.
Encantos irlandeses.
Suerte que nadie estaba conmigo cuando metí los pies en la piscina y me quedé observando la luna con mi camiseta y mi blazer. Los vaqueros remalgados y los playeros a mi lado, por si tenía que salir corriendo si alguien me veía.
Necesitaba estar solo. Me habían agobiado todo el día encima de mí. ¿Estás bien, Harry? ¿Te traigo algo, Harry? ¿Quieres otra manta, Harry?
Estoy resfriado, joder, no paralítico.
A la única que no había visto en todo el día fue a Noemí; no hubo ni rastro de ella desde que llegué a casa. Cuando se me ocurrió que tal vez hubiera vuelto a su país, me acerqué disimuladamente a su habitación, pero la cama estaba deshecha, y su ropa, sobre ella. Suspiré de alivio, preguntándome si en el fondo sería capaz de ir a por ella a España si resultaba que mi corazonada era acertada y realmente se había ido.
Me eché hacia atrás, apoyándome sobre los codos, eché la cabeza hacia atrás y observé las estrellas. Las pocas que se veían por culpa de las luces londinenses.
Echaba de menos las estrellas de Chesire. O las del pueblo de Eri, ya puestos. En aquel río había miles y miles que yo no había visto nunca, tan bonitas y brillantes...
Aunque había tenido a la más bonita a mi lado, entre mis brazos.
Y la dejé escapar.
Mi corazón se estremeció.
-¿Cómo hago para recuperarla?-les pregunté a las estrellas, que, obviamente, no me contestaron. Estarían ocupadas en sus asuntos estelares. Sonreí ante mi ocurrencia, y decidí contárselo a Louis o a Eri en cuanto los viera. Tal vez se rieran.
Unos nudillos golpearon el cristal de la sala del piano que quedaba a mi espalda. Me giré, y allí estaba ella: con un vestido blanco, el pelo negro azabache suelto y una flor en la oreja.
Solo le faltaba ir descalza para parecer una diosa.
La observé mientras abría la puerta de cristal con sumo sigilo y pasaba a través de ella su delicado cuerpecito. Se quedó observándome un momento, sin atreverse a acercarse.
Todo mi ser le suplicaba al karma que la atrayera un poco más a mí. Y el karma pareció oír mis plegarias.
-Hola-musitó a la luz de la luna. Cuando quise darme cuenta, mi sonrisa de rompecorazones/Colgate, dependiendo a quién le preguntaras, si a la prensa o a mis chicas, estaba en mi cara.
-Hola-susurré. Dio un paso vacilante más en mi dirección. Señaló las baldosas a mi lado.
-¿Puedo... sentarme?
-Claro-dije, y me moví un poco a mi izquierda, para hacerle sitio. En el supuesto de que cinco metros no fuera sitio suficiente para una chica como ella.
Se quitó las sandalias y se sentó a unos centímetros de mí, de forma que no llegáramos a tocarnos. Se quedó mirando el agua cuando unas minúsculas olas se agitaron cuando ella introdujo los pies.
Me pregunté cuántas bofetadas me daría si ahora le daba un beso, o si la aturdiría lo suficiente para no pegarme.
Luego me acordé de que hacía dos noches estaba sin camiseta delante de ella y pareció no afectarle ese hecho.
Suspiré.
Estudió mi rostro.
-Así que... te has puesto malo-comentó. Las palabras se atropellaban en su boca.
-Sí, un poco.
-Lo siento-agachó la cabeza y su pelo tapó su cara.
-No es culpa tuya-protesté, alarmado. En el fondo no sintiera que fuera su culpa. Aunque sí que su charla me había aturdido bastante.
-Yo creo que sí-ahora hablaba con un hilo de voz. Me acerqué a ella, y lentamente toqué su mano con la mía. No la movió.
-Noe...-susurré, apartándole el pelo de la cara.
Oh, mierda.
Estaba llorando.
Otra vez.
¿Qué se supone que debía hacer? ¿Abrazarla? ¿Para así tener ella una excusa para tirarme a la piscina, coger una red y empujar mi cuerpo hasta al fondo hasta que me ahogara?
En realidad, tenía una pregunta más importante: ¿desde cuándo era yo tan paranoico, sobre todo con las mujeres?
Una Eri imaginaria contestó a mi pregunta: Em, ¿desde que te quedas lloriqueando en tu habitación con la ventana abierta y sin camiseta, perdiendo así la voz y no yendo a los Juegos a cantar? ¿Será desde eso, tal vez?
 Luego, esa Eri sarcástica se volvió más comprensiva. Abrázala, Harry. Os hará bien a los dos.
Me sorprendí cuando vi que mi amiga tenia razón. Mi sorpresa fue máxima cuando Noe no me empujó lejos de ella al pasar un brazo por sus hombros, si no que, todo lo contrario, se pegó a mí y acunó su cabeza contra mi pecho.
Como hacía Eri cuando Louis la cogía de la cintura.
Besé su cabeza.
-No es culpa tuya, Noe. Es solo que yo soy un estúpido. En muchos sentidos-sentía que en realidad no me estaba haciendo caso, pero ahora era mi turno de desahogarme-. Pongo en peligro mi voz, haciendo que los chicos no puedan cantar en la apertura de los Juegos, una oportunidad que no se repetirá, los preocupo por pasar una noche medio desnudo, con la ventana abierta y llorando como un crío pequeño, te hago daño a ti, que eres una de las chicas más alucinantes que he conocido, ni siquiera aviso a mi madre de que me ingresan en el hospital...-fruncí el ceño. Oh, mi pobre madre-. Soy un estúpido de los de antes, de los legendarios.
Me miró con ojos vidriosos, pero sonreía.
Joder, aquí viene la loca histérica.
-¿De verdad soy una de las chicas más alucinantes que has conocido?-una lágrima se resbaló por su mejilla, aunque deduje que no estaba hecha de los mismos sentimientos que sus primas. Suspiré, aliviado, y la observé. Sus ojos tenían un brillo especial, no solo por las lágrimas, sino por la luz de la noche; su pelo parecía una manta hecha de nubes que te invitaba a hundir la mano en él, sus rasgos se marcaban más con la luz bailante del agua de la piscina; sus labios...
Sus labios, sus labios, podría besarlos todo el día si ella me dejara, canturreó Bruno Mars en mi cabeza. Nunca había visto unos labios tan apetecibles como aquellos, y esa noche estaban espectaculares. Tuve que reprimirme para no inclinarme y hacerlos míos, devorarlos, no dejar nada para los demás, tenían que ser míos, los necesitaba...
-De las más alucinantes-asentí, uniendo nuestras frentes. Clavé mis ojos en los suyos y tomé sus manos entre las mías-. La más alucinante.
Su sonrisa al suelo me hizo saber que no sabía que para mí era preciosa (AH JAJAJAJAJA QUÉ BARATO ERES, HAROLD bramó Eri en mi mente, y no pude reprimir una sonrisa).
Calla tú, maldita zorra espeté, divertido.
Cállame tú, estúpido.
-No creo que seas estúpido, Harry-negó ella, acariciando mi boca.
Bésala. Bésala.
¿Desde cuanto tengo al cangrejo Sebastián en mi cabeza? Como me descuide, se me meterá Ariel también.
-Quería disculparme por lo de la otra noche. No he sido justa-cerró los ojos muy fuerte, conteniendo las lágrimas. Se las secó con la mano, sin romper nuestra unión frontal.-. Tienes derecho a hacer lo que quieras con tu vida, y...
Me separé de ella y le puse un dedo en los labios, interrumpiéndola.
-En el fondo tenías razón, Noe. Me comportaba como un estúpido, y tú no te mereces estar con alguien así...
-Yo te quiero, Harry. Esos ojos que tienes me vuelven loca, tus ricitos son los más bonitos que he visto...
-¿Lo sabe Eri?
-Supongo que se lo imagina...-asintió lentamente, insegura. Después, continuó-. Los hoyuelos que te salen cuando sonríes... como ahora-ni siquiera sabía que estaba sonriendo, pero estaba bien-, son los más monos, los más bonitos, que he visto en toda mi vida. Me encantan-se quedó callada un momento, mirando al agua, pensando. Después, me atravesó con sus preciosos ojos marrones-. Me encantas tú, Harry.
Y ya no lo soporté más. Me incliné hacia ella y la besé suavemente, como había visto que lo hacían Louis y Eri. A veces parecía que tuvieran miedo de recordarnos a los demás que eran la única "pareja estable" del grupo. Porque lo que yo tenía con Noe, aunque erróneamente considerado por ella como pareja, para mí no lo era; y Liam iba por la vida confundido con sus sentmientos por Alba. Y por la rizosa esa.
Me acarició la mejilla y su lengua buscó la mía. Suspiró, enredando sus manos en mi pelo. La tomé de la cintura y la atraje más hacia mí. Entonces, una columna de fuego y humo se alzó por mi pecho, me separé de ella y empecé a toser. Me miró con preocupación.
-Siento mucho todo esto, Harry-susurró, como si fuera culpa suya. Levanté un dedo mientras continuaba tratando de expulsar los pulmones por la boca, y notaba grietas abriéndose en mi garganta. Desde que  me había puesto a toser, me extrañó mucho no escupir sangre, aunque justo en ese momento me alegré de que mi boca no tuiera ese sabor metálico que irremediablemente acompañaba al líquido rojo.
Cuando mi tos por fin remitió, me volví para mirarla. Las lágrimas volvían a surcar su rostro. Las detuve con mis pulgares.
-No llores, Noe-supliqué. Ella asintió, sorbió por la nariz y apartó la cara mientras intentaba quitarse la humedad de los ojos sin estropear su rimel-. Tal vez... -vacilé. No quería, quería quedarme con ella, pero-, tal vez sería mejor que entráramos. Hace un poco de frío.
Asintió lentamente, sacó los pies de la piscina y se calzó sus sandalias, pero no se incorporó. Metí los pies en los playeros y me recoloqué los vaqueros. Ella continuó con las piernas dobladas, protegiendo su pecho.
Ese vestido no podía mantener mucho de su calor corporal.
Le tendí una mano que ella aceptó con una sonrisa triste, y la ayudé a levantarse. Observó la supeficie de la piscina mientras yo me dirigía a la puerta de cristal.
-¿No vienes?-me giré, tratando de dilucidar si estaba triste. Me miró un segundo antes de devolver su mirada a la superficie danzante del agua.
-Vete tú, ahora te alcanzo.
Obedecí.

Había dejado la chaqueta en la silla, me había descalzado y ahora estaba quitándome el cinturón cuando ella entró en mi habitación, cerrando la puerta tras de sí. Me miró, tratando de disculpar su atrevimiento.
-Me apetecía volver a verte.
Sonreí.
-¿Cómo haces para entrar siempre que me estoy cambiando?
Su risa llenó mi habitación, y mi alma. Dio un paso vacilante hacia mí, se giró sin mover los pies del sitio para comprobar la puerta cerrada, y volvió a dirigirme esa sonrisa de disculpa.
Me fijé en que iba descalza.
-Harry, quiero decirte una cosa...-se apartó el pelo, colocándoselo detrás de la oreja, y yo asentí, a la espera de que volviera a ponerse hecha una fiera-. Bueno, en realidad quiero proponerte algo.
Iba a preguntarle qué quería proponerme cuando me hizo un gesto para que esperara.
-No me interrumpas, ¿vale? No me interrumpas, o no podré continuar. Sé que me he portado como uan imbécil últimamente, y que la otra noche me pasé tres pueblos contigo, pero quiero que sepas que si a ti te gusta ir de flor en flor, supongo que podré soportarlo. Si quieres ser una abejita, bueno... yo podría ser tu colmena, ya sabes-alzó las cejas, como quien no quiere la cosa-. Yo... yo... quiero acostarme contigo, Harry. Creo que te quiero lo suficiente como para aceptarte tal y como eres.
Me quedé helado. Supuse que era la primera vez que intentaría ir despacio con una chica, pero resultaba que la chica no se aclaraba: primero tenía que madurar, ahora...
Ahora se quitaba el vestido y se quedaba desnuda delante de mí.
Me sonrió con timidez. Llegué hasta ella dando dos zancadas, acaricié su pelo y me incliné lentamente hacia ella, reclamando sus labios entre los míos. Recorrí su espalda con mis manos, maravillándome ante la suavidad de su piel, y la dureza de su culo. Agarrándola de la cintura, la levanté sobre mi cabeza, y cuando fui a bajarla, ella pasó sus piernas por la mía, dejándome encerrado entre ellas. Gimió.
Jugó con mi camiseta hasta que decidió que no podía esperar más, y me la quitó. Yo no podía separar mis labios de los suyos, de su cuello, sus oídos o sus pechos. Se los acaricié suavemente, y cuando lela trató de ahogar un gemido, le apreté los pezones. Lanzó un gritito de excitación que me provocó una erección, y ella volvió a gemir, notándome duro  en su sexo.
Se afanó con mi cinturón, me lo quitó y lo tiró al suelo. Me ayudó a quitarme los pantalones, luego los boxers, y a tumbarme sobre ella.
Sus manos recorrieron todo mi cuerpo hasta llegar donde yo más la deseaba. Jugó con mi pene erecto con una mirada coqueta. Luego, se dio cuenta de algo, se incorporó un poco y dejó sus ojos a centímetros de los míos.
-Por favor, Harry... dime que tienes condones.
Le sonreí, y devoré su boca.
-¿Por quién me tomas? ¿Te crees que me gusta ir embarazando a las mujeres como si nada?
Me levanté, no sin sus protestas, y me encaminé a la mesita. Revolví en el primer cajón, y por fin encontré un preservativo. Lo abrí con la boca y me lo iba a poner cuando ella me interrumpió:
-Quiero hacerlo yo.
-¿Segura?
-Déjame a mí.
Me acerqué a ella, me senté en la cama, se colocó a mi espalda y cogió la funda de goma. Fue bajando lentamente las manos, desde mi cuello hasta mi miembro, pasando por mi pecho y por mis abdominales. No pude reprimir una risa ante su gesto de máxima concentración. Lo cogió entre sus manos, lo abrió un poco, y me lo puso de tal manera que me eché a temblar. Gemí de placer cuando sus manos se retiraron con otra caricia.
Continuamos besándonos, acariciándonos y adorándonos hasta que la sentí preparada. Separó las piernas lentamente, me tomó de la mano, y me la llevó en una tierna caricia por sus muslos. Gimió cuando llegué a su sexo y acaricié sus rizos azabache.
-¿Estás segura, no?-inquirí, besándola, aunque en el fondo sabía que ya no podría parar. Lanzó un gritito.
-Hazlo, Harry-murmuró entre gemidos, sus pezones arrascaban los míos como dos rastrillos-. Hazme tuya. Poséeme.
Y lo hice. Entré lentamente en ella, temiendo dañarla, y ella chilló. Sin embargo, cuando intenté retirarme (aunque no había sentido nada de la famosa membranita, según me habían dicho los chicos, que tenían todas las que nunca habían tenido sexo, osea, ninguna de las chicas con las que había estado antes), ella me empujó hacia sí con las piernas. Noté que algo se rompía en ella, haciendo que se dejara caer y lanzara un gritito ahogado.
Seguí más hondo, explorándola como ninguno había hecho antes. Gimió cuando la embestí suavemente la primera vez, la segunda me acompañó con su cuerpo, la tercera puso sus manos en mi espalda y se levantó ligeramente, haciendo que yo llegara más hondo. La sente´a horcajadas sobre mí, y empecé a moverme más rápido, cada vez más rápido. Ella acompañaba mis movimientos con todo su cuerpo, devoraba mi boca, acariciaba nuestra unión, echaba el pelo hacia atrás y me invitaba a moderle los senos, algo a lo que yo no le hice ascos.
El primero en llegar al orgasmo fui yo. Después de varios minutos de embestidas salvajes, gritos ahogados y gemidos escandalosos, ella me tapó la boca para que nadie en la casa viera nuestra  unión. Grité en su mano, abrí sus dedos y se los besé; ella sonrió al captar mi indirecta. Llevó una de mis manos a nuestra unión, ayudándome a acariciarnos, a acariciarla. Entonces,  cuando ella legó al clímax, eyaculé. Noté un líquido caliente salir de ella también, que suspiró, feliz, y se dejó caer contra mi pecho. Nos tumbé en la cama, feliz, y la observé. Abrió los ojos, me miró un segundo, me dedicó una sonrisa traviesa, y comenzó a darme rápidos besos en los labios. Fue bajando lentamente, lentamente, hasta quitarme el condón, y jugar conmigo con su lengua.
Luego, yo terminé haciendo lo mismo.

Estábamos tumbados mirando al techo. Acariciaba su pequeño cuerpo sobre el mío, cada vez que no soportaba una de sus curvas, bajaba a su entrepierna y jugueteaba con sus pequeños rizos. Y, cada vez que yo hacía eso, ella se reía.
Sin embargo, a pesar de tener a la chica que quería entre mis brazos, a pesar de haber tenido sexo con ella, no sentía que hubiéramos hecho el amor.
En el fondo, yo sabía que acabaría yéndome con otras, estaba en mi naturaleza, había nacido así.
Pero aquellos ojos, aquella boca, aquellos pequeños pechos, su pequeño cuerpo... Eran superiores a mí.
Besé su cabeza, su pelo suave y negro.
-¿En qué piensas, Harry?
Me detuve un segundo. Interioricé su pregunta. Y vi la respuesta clara.
-En que somos la segunda pareja de la banda-sonreí, satisfecho. Mi promiscuidad podría esperar.
Se giró a mirarme, feliz. Sus dientes perfectos parecían brillar en la oscuridad. Me acarició la cara, recordando nuestra noche. Besó mi boca.
-Te quiero, Harry.
-Y yo a ti, pequeña-no lo dudé.
Su sonrisa se ensanchó.
Volvimos a hacer el amor mientras la luna nos observaba. Ella también sonreía, contenta de haberme cambiado, al menos esa noche.

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