viernes, 3 de agosto de 2012

Euforia.

-¡Lo has hecho!
Me lancé a los lazos de Louis, que me levantó en el aire; pasé mis piernas por su cintura y nos besamos como si lleváramos siglos sin vernos. Empezamos a dar vueltas mientras todo el mundo aplaudía y chillaba.
-Gracias-le susurré al oído, riéndome.
-Lo has hecho, nena-me acariciaba el pelo de forma frenética, me besaba los labios, la nariz, la frente, la cara, el cuello, los oídos-. Lo has hecho.
Yo lloraba de felicidad; en parte por cómo gritaba el público mi nombre, en parte porque estaba en sus brazos delante de tantísima gente, haciendo lo nuestro oficial.
Me dejó en el suelo y sostuvo mi cara entre sus manos, las frentes unidas, los labios a centímetros.
-Estoy tan orgulloso de ti-sacudió la cabeza, sonrió y volvió a besarme.
Los chicos alargaban los brazos hacia mí como si fuera una especie de virgen milagrosa, y tocarme fuera a darles lo que ellos más deseaban. Noemí y Alba llegaron corriendo, y nos abrazamos tan fuerte que casi gritamos del daño que nos hacíamos las unas a las otras.
-¡Sois geniales, chicas!-grité sobre el barullo general. Ellas rieron.
-¡Eres una puta diosa, Eri!-ladró Alba-¡ERES UNA PUTA DIOSA Y TODO DIOS TE CONOCERÁ POR ELLO!
-¡ERES LA MEJOR, NENA! ¡ERES LA HOSTIA!-gritó Noe. Le di un beso en la mejilla.
-Tú eres la hostia, nena-repliqué, recordando cómo cantó Boyfriend con Niall, haciendo que se me pusiera la carne de gallina-. ¡SOIS LA HOSTIA LAS DOS!
 Reímos mientras dábamos vueltas por el vestíbulo abarrotado de gente, mientras los chicos hacían lo mismo, solo que dando saltos también. Lejos, muy lejos, un piano comenzó unos acordes que no tardé en reconocer, y Adele comenzó a cantar su Someone Like You.
Pero aquella era mi noche.

Una magdalena.
Una puta magdalena, y no conseguía acercármela a la boca. Niall me miraba como si estuviera destripando a su perro.
Por Dios, es una magdalena, no una bomba atómica. Un mordisco no me hará nada.
Alba y Noe estaban en el salón con la tele, Harry se había ido con ellas para controlarlas y que no vieran cómo los demás estudiaban mis movimientos  con la comida.
Pero el estómago se negaba a aceptar lo que durante una semana me había negado a darle.
-¿Quieres desmenuzarla, o algo?-sugirió Zayn.  Todos lo miramos-¿Qué? Yo es lo que hago cuando acaba el Ramadán. A veces no me entra la comida, pero si la deshago, parece que puedo comérmela-se encogió de hombros. Fruncí el ceño en dirección a la pequeña magdalena de mi plato, que parecía estar gritando "¡cómeme, estoy muy rica, cómeme!". Pero a mi estómago le sonaba más bien a "¡eh, nena, soy veneno! ¡Vamos nena, cómeme y muere de una vez!".
O engorda de una vez. La verdad es que no sabía qué me sonaba peor.
Tal vez pudiera aguantar un poco más...
Como si hubiera dicho eso en voz alta, Louis me apretó la mano. Los miré uno por uno, odiando la preocupación de sus semblantes y odiándome a mí misma por ser la causa de esa preocupación.
Mis dedos comenzaron a deshacer la magdalena.
Observé con desgana las migajas de bizcochito, pensando, no supe por qué, en la guerra de Vietnam. Cadáveres desmembrados pasaron ante mí, asustándome. De repente, no tenía ante mí una magdalena, sino una mano desfigurada.
Joder.
Joder.
Joder.
Veía que había adelgazado, pero ahora no podía comer.
Joder.
Cogí una minúscula migaja luchando por convencerme de que aquello era chocolate, me la metí en la boca y la tragué lentamente.
Los chicos se dejaron caer en sus sillas, satisfechos. Comía. Eri la anoréxica comía.
Pestañeé un par de veces, volví a estirar la mano y repetí la operación.
Solo me comí media magdalena.
-Estoy llena-musité estupefacta. Volvieron a tensarse.
-¿Cómo vas a estar  llena?-espetó Liam, mirando el plato lleno de migajas. Niall sacó otra magdalena, buscó un plato y la desmenuzó para comprobar cuánta había comido, más o menos.
-Eh... no me jodas-saltó al comprobar que en el plato faltaba menos de la mitad de las migajas originales.
-Eh... no me jodas-repitió Lou, comprobando que era cierto. Se dejó caer contra el respaldo de la silla-. No me jodas-musitó para sus adentros, como si fuera un mantra.
-Come un poco más-me ofreció Zayn, toqueteando nervioso el plato.
-Pero estoy llena-me quejé. Louis me apretó la mano, y esta vez no era de manera cariñosa.
-Que. Comas. Un. Poco. Más-ordenó. Lo miré.
-Que. Estoy. Lle-na.
Sus ojos azules embistieron a los míos. Marrones. Del color del chocolate, el delicioso chocolate.
Oh, espera, nunca más iba a probar el maldito chocolate por ocho kilos de mierda en cuatro días.
Nos estudiamos el uno al otro un momento, en silencio, intentando menguar la fuerza de voluntad de nuestro rival.
-Chicos-llamó Liam, cogiéndonos del hombro y sacudiéndonos-, chicos.
Louis y yo apartamos la vista de nuestros ojos para mirarlo a él, con la misma furia silenciosa de instantes antes.
-Venga, Lou-le apretó el hombro-. Ha comido algo, no mucho, pero algo es algo. Su estómago ha menguado la de dios, y ...
-Mi madre es enfermera, Liam-espetó Louis. Me entraron ganas de darle una bofetada por hablarle así-. Entiendo más o menos cómo van estas cosas.
-Pues haber ido a hablar conmigo ayer, en vez de mandar a Harry-pinché yo, sin poder evitarlo. Prefería que se peleara conmigo a que lo hiciera con Liam, así al menos no se pondría en peligro la banda.
Me dirigió una mirada envenenada.
-No sabía cómo te lo ibas a  tomar.
Cogí otra magdalena, y le quité el envoltorio. No aparté la vista de él mientras me la metía en la boca, la masticaba y la tragaba.
-¿Satisfecho?
-Mucho-gruñó.
-Guay. Ya verás cómo en media hora estoy vomitándola porque no me la tolera el estómago-eché la silla hacia atrás, me levanté y salí de la cocina con toda la chulería que pude. Que no fue poca.
Joder, parecía Beyoncé en Videophone, ahí, caminando con la cabeza tan alta que casi chocaba en el techo.
Subí las escaleras justo cuando él llegó al vestíbulo y me lanzó una mirada reprobadora.
-¿Y ya está?
Me detuve y me giré en redondo.
-Ya está, ¿qué?
-Toda la puta semana pasando hambre, ¿para comerte una única magdalena? Tienes que estar vacilándome.
Que sean dos bofetadas.
-No te estoy vacilando, Louis. No. Puedo. Comer. Más. Tengo. El. Estómago. E-na-no.
-Haber. Comido. Esta. Semana.
-Mi madre también es enfermera, chaval, no me toques los huevos, ya comeré más tarde-y eché a correr escaleras arriba. No conté conque él era más alto y más rápido, estaba cerrando la puerta cuando se coló en mi habitación.
-Eri-me llamó, sin rastro de enfado en su voz.
-¿Qué?-le grité.
-Come más, por favor-suplicó, acercándose a mí con las palmas de las manos en mi dirección. No quería pelearse.
 Pero yo no estaba de humor para tonterías.
-No puedo más, Lou. No puedo más.
-Hazlo por mí-se acercó a mí y me cogió las manos. Oh, no. Sería cabrón. Sabía de sobra cómo manejarme.
-Por ti ya me he comido la segunda-susurré, sin atreverme a mirarlo. Se separó de mí.
-¿Has visto lo que has conseguido con tus jueguecitos, no? Ahora estamos todos preocupados por ti.
-¡Intentasteis que cantara delante de tantísima gente estando como estaba!-le recriminé a voces.
-¿Cómo estabas?-gritó él a su vez.
-Gorda. Gorda no, lo siguiente, como una puta vaca.
Me dejé caer en la cama y me aparté el pelo de la cara. Rabia. Tristeza y rabia. Esas dos emociones mezcladas dentro de mí, enredándose como un huracán, luchando para sobreponerse a la otra, con el mismo resultado: lágrimas. Tenía que contenerlas, no podía llorar delante de él.
-A mí no me parecía que estuvieras gorda-replicó con un hilo de voz. Lo miré.
-A mí sí, Lou. A mí sí, y ahora soy más feliz. Porque me siento más guapa, y estoy más buena.
-No creo que...
Me levanté y me acerqué a él.
-Mírame a los ojos y dime que estaba más buena antes que ahora.
Me miró en silencio.
-Dímelo, Louis. Dímelo, mirándome a los ojos.
Agachó la cabeza.
Al menos había merecido la pena.
-No es que me parezcas más guapa ahora que antes. Vale, sí, tienes una pinta más... sana. Pero mira-me  cogió de la muñeca y me plantó delante del espejo que había en la puerta del armario. Se inclinó hacia mi oído, y murmuró, abrasándome al piel-. Observa cómo te miras. Y recuerda cómo te mirabas antes.
Vi en mis ojos que ya no había rastro de pena cuando mis piernas se tocaban o cuando las camisetas formaban un bulto en mi vientre. Los michelines habían desaparecido llevándose esa pena con ellos.
-Te crees que no me daba cuenta, pero lo veía. Veía cómo te mirabas, con qué asco te observabas en el espejo, y veo cómo te miras ahora-me giró y me obligó a mirarle a los ojos. -¿Te crees que no me dolía ver cómo mi novia, la chica a la que más quiero y la que más guapa me parece, contemplaba su reflejo en el espejo como si estuviera viendo a un zombie desfigurado en él? ¿Cómo crees que me sentaba, Eri?-ladró, cogiéndome las manos. Cerré los ojos.
-Reconozco que no me hizo gracia que dejaras de comer, que casi preferiría que siguieras como estabas. Lo que me dolió es que decidiste hacerlo sola, no decírselo a nadie, intentaste engañarnos, intentaste engañarme a mí-cogió mi rostro entre sus manos-. Sabes lo que representamos, contra lo que luchamos, y tú te alías con el enemigo. Y encima piensas que todo eso mereció la pena. No sabes la cantidad de veces que me desperté estas últimas noches y me asomé a tu puerta, rezando porque todavía estuvieras lo suficientemente fuerte como para respirar. ¿¡SABES EL PÁNICO QUE SENTÍA CADA VEZ QUE GIRABA EL MALDITO POMO Y ME IMAGINABA QUE ESTABAS TIESA, FRÍA Y PÁLIDA!?
Las lágrimas corrieron por mis mejillas.
-Y ahora te comportas como si la comida fuera algo malo, como si fuera a matarte una maldita magdalena. Quiero que vuelva la antigua Eri, nena. Quiero que vuelvas a comer. Quiero ponerte una trozo de tarta, que lo mires y me digas que es demasiado pequeño.
Intenté apoyarme en su pecho, pero dio un paso atrás.
Oh, Dios, no, por favor. No me lo quites. No te vayas, Louis.
Tragó saliva, mirándome con tristeza. Sus ojos casi parecían grises.
-Vuelve por mí, Eri. Es lo único que te pido. Te necesito aquí conmigo. Necesito que vuelvas a ser tú.
Me acarició las manos una última vez, y se marchó, dejándome sola. Me tumbé en la cama, aturdida, y me eché a llorar, empapando la almohada.
No sé cómo, conseguí coger el iPod. Como un fantasma, entre lágrimas, busqué One Direction en artistas, le di a Play y dejé que las voces de los chicos retumbaran en mi cabeza.
Cada palabra tierna que ellos cantaban me hacía odiarme más a mí misma por preocuparlos de aquella manera.
Puta estúpida. Puta estúpida anoréxica.
¿Qué vas a hacer ahora?
Cerré los ojos.
¿Qué vas a hacer ahora que te odian por lo que has hecho?
Niña caprichosa.
Eres igual que una cría.
Cada vez que llegaba el estribillo de una canción, me estremecía. Siempre había oído más la voz de Louis, siempre me había parecido la más bonita.
 ¿Y si nunca más volvía a comer? ¿Y si me moría?
Joder.
Intenté quitarme las lágrimas de los ojos, pero enseguida brotaban unas nuevas.
-My body fails, I'm on my knees, prayin'-cantó Lou con su perfecta voz.
Yo me estoy cayendo por un agujero.
Tal vez podamos cogernos de las manos, ¿no?
Puedo quererte más que eso.
Esa voz.
Esos ojos.
Sus labios.
Todo él.
 Me incorporé en la cama y observé la puerta cerrada. Paré la reproducción, me froté los ojos, me senté en la cama y  balanceé los pies.
Te necesito aquí conmigo.
Bueno, Lou, ya somos dos. Lo único que yo tengo una obsesión mayor contigo.
Salí de mi habitación y miré las escaleras. Prefería probar suerte, intentar llamar a su habitación para poder hablar con él en privado. Si no, tendría que sacarlo del salón y suplicarle que me perdonara.
Llamé a la puerta con los nudillos, pero no contestó. Sí que estaba enfadado...
Giré el pomo y metí la cabeza dentro.
-¿Lou?
Abrí la puerta y me metí dentro. Estaba en su cama, escribiendo de forma frenética en una libreta. Me miró un segundo, se revolvió en su cama, incómodo, y continuó con su escritura. Di un par de pasos vacilantes hacia él.
-Louis, yo...-vacilé; era evidente que no me estaba haciendo caso. Me miró, me sonrió, y volvió a escribir. ¿A qué estaba jugando?
-Lou...
-Espera-levantó una mano. Al ver que no me movía, me miró, luego el hueco vacío junto a su cama, apartó unos papeles arrugados y dio unos golpecitos a su lado. Tomé asiento y miré cómo escribía. Tenía una letra parecida a la que tenía yo de pequeña, todas las letras unidas, alargadas y gorditas al mismo tiempo, mientras que yo ahora escribía estilo Comic Sans.
Probé a apoyar la cabeza en su hombro, a ver qué pasaba. Se giró, me besó la cabeza y continuó escribiendo.
Me fijé en que muchas palabras rimaban entre sí.
Se metió el bolígrafo en la boca, pensativo, frunció el ceño un rato. Dio unos toquecitos con la parte trasera en la libreta, sonrió, y escribió unas palabras más. Leyó el resultado, asintió, y me miró.
-Te he echado de menos-susurró. Esa afirmación hizo que me echara a llorar otra vez.
-Lo siento muchísimo, Louis. He sido una estúpida, preocupándoos a todos por nada. Por favor, perdóname, no lo he hecho a posta, yo solo quería estar perfecta... te mereces mucho más que yo, hay miles de chicas mucho más guapas que yo, y a veces siento que no soy lo bastante buena para estar contigo, pero yo...yo-sacudí la mano, en un gesto de impotencia, y la dejé caer sobre mi pierna. Y también un poco a la suya. Me escuchaba atentamente, los ojso fijos en mí, y una pequeña sonrisa en los labios-... yo te quiero. Más que a nada. Te necesito. Eres... eres el aire que respiro, Lou, y sin ti estoy como... un pez fuera del agua. Si tú no estás soy como ... Tom sin Jerry, Rasca sin pica, un lacasito sin cubierta de color... Un iPod sin cascos.
Le acaricié la pierna, su sonrisa se había hecho más amplia.
-Quiero que me perdones, Lou... necesito que lo hagas, que estés conmigo siempre, por favor. No me dejes nunca.
Se inclinó hacia mí y frotó su mejilla contra la mía, sus labios acariciaron suavemente los míos. Cerré los ojos, esperando su beso. Pero necesitaba seguir hablando.
-Te quiero. Más que a mí. Perdóname, y haré lo que tú me digas. Todavía tenemos pendiente la apuesta de Covent Garden, ¿verdad?-cállate, nena, cierra la boca ya. Capturé un mechón de pelo y lo puse detrás de mi oreja. Su boca seguía prácticamente pegada a la mía, mientras  hablaba mis labios rozaban los suyos. Sus ojos estaban cerrados-. No hace falta que me lleves a Doncaster si no quieres. Hablaré con mis padres, les pediré que me dejen quedarme. Estoy en casa. Si estás tú, donde estés tú, esa será mi casa.
Sonrió, apretó sus labios contra los míos, se separó y me miró. Volvió a colocar el mechón de pelo en su sitio.
-No tengo nada que perdonarte, nena. En el fondo es culpa mía, te ofrecí para que cantaras sin pedirte tu opinión, te sometí a tanta presión... en el fondo soy yo el que se tiene que disculpar. Ah, y no hace falta que cancele lo de Doncaster. En el fondo me apetece que conozcas a mi familia.
Me acarició la mejilla y la mandíbula.
-Te quiero. Muchísimo-sonrió.
-Yo también te quiero, Lou. Como la trucha al mero.
-¿Qué?
-Nada, es que en español rima-y se lo repetí. Se rió, divertidísimo.
-Mi pequeña españolita- susurró, pasando una mano por mi cintura y besándome-. Hagamos un trato, ¿quieres? Tú vuelves a comer, dejas de preocuparte por las calorías, y yo a cambio dejo de ponerme borde contigo, y si quieres te saco a hacer ejercicio. Louis Tomlinson y Erika López pasean su romance por las calles londinenses.
Me eché a reír.
Se quedó pensativo un momento, y después, me pasó la libreta. La abrí por la primera página y me puse a leer.
Canciones.
-Las he compuesto pensando en ti-murmuró, un poco avergonzado-me tomó de la mandíbula y vio que estaba llorando-. Dios, Eri, deja de llorar por todo, ¿vale? Son solo unas canciones.
Lo estreché entre mis brazos.
-Son preciosas.
-He hecho cinco en una hora-exclamó, satisfecho. Sostuve su cara entre mis manos y lo besé.
Continué leyéndolas y él esperó impaciente, besándome en el cuello y provocándome risitas.
-¿Te gustan?
-Me encantan.
Meditó un momento lo que me iba a decir a continuación.
-Todo lo que me has dicho... Lo del iPod sin cascos-recordó con una sonrisa risueña, muy al estilo de Niall-... quiero que sepas que yo también lo siento así. No había conocido a una chica la mitad de alucinante que eres tú. Y, ¿sabes? Me da igual que seas insegura con tu físico. Eso podemos cambiarlo.
-Cuando llegue a la 36, quiero mantenerme.
-38.
-¿Por qué?
-Por si te quedas sin culo. Entonces, a ver por dónde te agarro.
Me reí a carcajadas.
-¡Eres bobo!
-El amor atonta, nena. ¿No lo sabías?
Negué con la cabeza.
-Pues sí, lady iPod sin cascos.
-Te ha gustado, ¿eh?
-Mucho-asintió, besándome.
-Lo he leído en un libro-confesé, volviendo a mirar las canciones.
-Ya me parecía-replicó, burlón. Luego su cara se tornó seria- Y, en cuanto a lo de quedarte... ¿lo harías?
Asentí, convencida.
-Si me dejan, me quedo.
-¿Y las giras, y todo?
-Ya pensaré algo. Seguro que me integro bien aquí. Me siento a gusto.
Volvió a mirar sus canciones. Pasó una página.
-Si te quedas, tendremos para cuatro o cinco álbumes-bromeó.
Me eché a reír, lo besé suavemente y releí las canciones.
Por eso me encantaba tanto. Porque tenía el romanticismo que le suponía a Taylor, y además, le daba mil vueltas en cuanto a gracioso.
Por una vez en mi vida, había encontrado a un chico más perfecto que mi ídolo, y encima, tenía una ventaja añadida: que me quería.

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