miércoles, 1 de agosto de 2012

El placer ha sido mío, milord.

Los mismos mayordomos abrieron las mismas puertas por las que habíamos entrado el viernes pasado. Louis me miró, intentando buscar algo con lo que tranquilizarse. Le pasé una mano por la espalda y se la acaricié lentamente; él apretó sus dedos contra mi cintura.
Íbamos los últimos, cerrando la comitiva que se dirigía hacia una sala cercana a la que había estado anteriormente. Solo que no nos encontramos con Stella McCartney esa vez.
Nuestro guía se giró hacia nosotros, nos abrió una puerta y nos invitó a pasar. Zayn y Niall iban los primeros, Liam y Harry detrás, Alba y Noemí justo delante de nosotros, cuchicheando. Al principio me había parecido muy raro que mis amigas no aprovecharan para acercarse a sus chicos, pero decidí restarle importancia. De vez en cuando miraban hacia ellos con expresión triste, a continuación se giraban y nos observaban a Louis y a mí, suspiraban y seguían con su debate.
Estaba empezando a cabrearme mucho tanto secretismo. ¿Que yo fuera la única que me acercaba a mi novio y que este no se me escapara me hacía merecer que se pusieran a hablar de mí descaradamente en mi presencia? Me parecía que no.
Nos sentamos en unos sofás de color rosa pálido, a juego con el papel de pared que trepaba hasta unos siete metros para encontrarse con uno de los altísimos techos del palacio.
-Su Majestad les recibirá ahora-nos informó el mayordomo, cerrando la puerta tras de sí. Harry cerró los ojos, se inclinó hacia delante y escondió la cabeza entre las manos. Noemí observó cómo Niall le acariciaba la espalda y le daba unas palmaditas, intentando animarlo.
-Va a matarnos, a todos, por mi culpa-murmuró con un hilo de voz. Niall se lo repitió a los que estaban más alejados de él, tan bajo fue su susurro.
Alba no paraba de observarse los pies, intentando adivinar cómo iba a esconder sus "poco nobles" Converse ante la reina.
-¿Habéis dado clases de protocolo?-preguntó Liam, frotándose las manos de forma frenética. Deduje que era el paso previo a comenzar a morderse las uñas como si llevase años sin comer.
Las tres negamos con la cabeza.
-Tenéis que levantaros cuando aparezca la reina. Todo lo rápido que podáis-nos informó rápidamente Zayn.
-Espalda recta y hombros hacia atrás, pero no con arrogancia. Con respeto-musitó Liam, como si de una lección aprendida se tratase.
-No habléis a menos que ella os hable directamente-Louis me miró, como diciendo "¿Podrás manejar tu incontinencia verbal?". Fruncí el ceño y aparté la mirada, con expresión fastidiada. Me acarició la mano.
-Tratadla de usted, dirigíos a ella como "Su Majestad" y NI SE OS OCURRA LLAMARLA ISABEL.
-¿Solo podemos llamarla Su Majestad?-inquirió Noe, con gesto fastidiado.
-Bueno, sois españolas y tenéis vuestros propios reyes, así que sería un poco raro que la llamarais "mi señora" o "mi reina"-Liam sonrió, y Alba sonrió también. Mis alarmas de "peligro de fangirling" se dispararon.
-Vosotras hacéis una reverencia diferente a nosotros-gruñó Harry, entre toses-. Mirad a Eri y haced lo que haga ella. El otro día lo bordó.
-Es de tanto ver Los Tudor-comenté, jugueteando con uno de mis rizos, que había decidido soltar del moño para devolverme mi juventud (parecía la maldita señorita Rotenmeyer con el moño que me había hecho)-. Y sé bailar el minué-hinché el pecho, orgullosa, mientras me regocijaba ante la mirada envenenada que me lanzaban mis amigas.
¿Queréis competir, nenas? Porque estoy cansada de jugar limpio y que me critiquéis por hacer trampas.
 Sonreí.
-Fascinante-comentó Louis, conteniendo un bostezo.
-Ah, y ni se os ocurra bostezar en su presencia-repliqué yo, mirándolas.
-Gracias por el consejo, Eri-se burló Alba. Liam le lanzó una mirada de reproche.
Iba a responderle con alguna grosería cuando la puerta se abrió, y, antes de darme cuenta, ya estaba de pie, en parte gracias a Louis. No pude evitar sentirme aliviada cuando vi que solo se trataba de la duquesa de Cambridge.
-Alteza-murmuramos todos, todos salvo mis amigas. Me asombré al ver que no tenían ni idea de cómo debían tratar a quienes no fueran la reina. Y pensar que Rosana y yo seríamos capaces de colarnos en la corte de Enrique VIII para seducirle y terminar siendo asesinadas sin levantar sospechas...
-Buenos días-Kate inclinó la cabeza a modo de saludo, nos miró y sonrió-. ¿Todo bien?
Alba se puso pálida; debió de pensar que nos estaba tomando el pelo.
-Eso creemos de momento, alteza-intervino Zayn, dedicándole una sonrisa seductora que a Harry no le pasó por alto. ¿De verdad ibana intentar competir por conseguir hacerse con el corazón de la mismísima futura reina de su país?-. Su Majestad nos ha citado aquí, y no sabemos por qué.
-Tal vez debas intercambiar asientos con Eri, Zayn. Pareceréis más un frente unido. La reina está furiosa con la información que se le facilitó acerca del estado de uno de los integrantes de vuestra adorable banda.
Harry gimió y volvió a enterrar la cabeza entre las manos, derrumbándose en el sofá. Zayn me miró, después miró a Louis, se acercó a mi asiento y se sentó conmigo. Yo ocupé el suyo, al lado de las chicas, que suspiraron aliviadas. O eso me pareció a mí.
-¿Nos va a hacer algo?-preguntó Niall con un hilo de voz. Catalina de Inglaterra se acercó a nosotros y se sentó en uno de los sofás que tenían enfrente. Cruzó las piernas y cuadró los hombros, en posición de nobleza defensiva. Se le daba bastante bien camuflarse entre la alta sociedad, realmente parecía tener una buena cuna, como diría Elizabeth. Isabel. Da igual.
-Solo quiere discutir los detalles sobre el estado de Harry y sobre lo que tenéis pensado hacer. Porque está claro que se niega a renunciar a vuestra actuación. Miles de personas estarán allí solo para ver la factoría de nuevos talentos que tenemos en Inglaterra...
-Y nosotros somos la representación de esos talentos-asintió Lou, pensativo. Kate le dio la razón con un gesto de la mano.
-Aunque yo de vosotros me mantendría firme; intentará por todos los medios conseguir que Harry cante, pase lo que pase, y le cueste lo que le cueste. Eliza... la reina-se interrumpió, observando al servicio con desconfianza-puede ser muy tenaz a veces.
Se irguió en el asiento, incómoda; parecía estar escuchando algo. Sus ojos se clavaron en la puerta, y sus labios apenas se movieron cuando musitó:
-Ya está aquí.
Todos nos pusimos de pie como si nos hubiera gritado que lo hiciéramos o nos pegaría un tiro si desobedecíamos.
La gran puerta se abrió y todos los presentes hicimos una profunda reverencia. La reina entró echando pestes de su servicio, quejándose de que habían aplazado noséqué cita con Daniel Craig. ¿De qué me sonaba ese nombre?
-Buenos días-gruñó la reina. Tomó la mano de su nieta política, la miró e hizo una mueca que debió pasar por una sonrisa-. Querida.
-Mi reina-asintió Kate, ayudándola a sentarse. Le sonrió a su marido, que apareció a su lado. No se saludaron con un beso.
Cuando la reina de Inglaterra se crió, la realeza no mostraba sentimientos: ni tristeza, ni alegría, ni cariño. No mostraban nada, no podían hacerlo, eso era cosa de plebeyos, el no controlar sus emociones, me había explicado mi madre.
 -Ha llegado a mis oídos un rumor que no me ha gustado nada-nos taladró a todos con  la mirada, cebándose especialmente en los chicos. Niall se encogió en su asiento y se pegó a Liam, que hizo lo propio.-¿Qué es eso de que uno ha enfermado y no podrá actuar en la apertura de los Juegos?
Harry observó a la reina con ojos de cordero degollado.
-Majestad, estoy resfriado, y no podré cantar-susurró, y, como si quisiera corroborar su afirmación, le dio un ataque de tos. La reina entrecerró los ojos.
-¿Lo has intentado siquiera, querido?-ladró. Harry negó lentamente con la cabeza-. Me lo había parecido- La reina se levantó y se puso a pasear por la sala. Las chicas estuvimos a punto de levantarnos, pero Louis, Liam y los duques de Cambridge nos miraron y negaron lentamente con la cabeza.-. ¿Sabéis la situación en la que os encontráis, queridos? No lleváis más de dos años cantando, siendo una banda, y os brindo la oportunidad de entrar en la historia. Pero os negáis, porque uno está enfermo. Os comunicaré algo-les lanzó un dedo acusador, ellos apenas respiraban-; así no se ganan batallas. Así, vuestra nación no existiría. Con esa lealtad suicida que ahora parecéis adorar los jóvenes, la vida y las oportunidades se vuelven negras, se convierten en polvo, y como polvo, se las lleva el viento. Deberíais reconsiderarlo.
Los chicos se miraron entre ellos, intentando infundirse valor los unos a los otros, intentando elegir al desgraciado que le protestaría a la mismísima reina de Inglaterra.
-Majestad-el desgraciado era Niall-, creemos que sería algo malo y mezquino por nuestra parte actuar como grupo cuando uno de los integrantes falta.
Los ojos de Isabel se cerraron un poco más.
-Me lo dice justo la persona cuyo país escapó de mis dominios cuando Inglaterra la necesitaba. Has nacido en una tierra de traidores, querido, me sorprende que te niegues a "traicionar" a un amigo por la gloria eterna. Al fin y al cabo, eso se ha hecho en ese condenado país.
Niall agachó la cabeza, y me dieron ganas de abofetear a la reina por ello. Como se pusiera a llorar, no me controlaría.
Niall, tranquilo, Niall, no llores.
Cerró la mano en un puño. No estaba conteniendo el llanto, estaba conteniendo los gritos que aquella anciana se merecía.
-Majestad-esta vez Zayn probó suerte-, no creemos que mostrar división entre nosotros sea una buena representación de Inglaterra. Todos los ingleses somos hermanos, todos los ingleses luchamos contra los extranjeros que se lo merecen codo con codo.
La reina lo fulminó con la mirada, pero sus ojos se abrieron un poco. William y Kate sonrieron ante el gesto de la abuela de este.
-Para la clausura estaré bien, mi señora-aseguró Harry. La reina fue hasta detrás de uno de sus sofás y clavó sus uñas largas pintadas de rosa fucsia en los cojines. William ni se inmutó, Kate, sin embargo, se revolvió nerviosa ante la cercanía de aquellas garras a sus hombros.
-¿Y mientras tanto, qué hago, querido? ¿Qué le digo al organizador que debe poner? Son mis juegos, son mis reglas. Mías-la reina se sentó rápidamente, fulminando con la mirada a todos los presentes, servicio aterrorizado incluido.
-Tenemos un plan, Majestad-se apresuró a comentar Louis, mirándonos, estudiando mi rostro aterrorizado con la mirada. En sus ojos se veían las palabras que todavía no había pronunciado pero que tenía pensado pronunciar.
No. No, Lou, no puedes hacerme esto. No se te ocurra. ¡Karma! ¡Karma! ¡Tírale un meteorito encima y que se calle! ¡Me lo debes, karma!
-¿Y si ellas cantan, ocupando nuestro lugar? ¿Y si Harry canta una sola canción, una de las nuestras, y está en el coro en versiones que hagamos de otras?
Alba se olvidó de que tenía a Isabel II de Inglaterra delante.
-¿¡QUÉ!?
Todas las miradas se clavaron en ella. La reina observó nuestras caras, y se echó a reír. Una sonrisa cínica, falsa, despiadada.
-¿Extranjeras? ¿En mis Juegos?
Louis y Liam se miraron.
-Será una señal de respeto y amor por el mundo entero, mi señora, no solo por vuestro pueblo.
A la reina pareció gustarle aquello.

Escuché el portazo con la mirada ausente. Alba dio un par de toques en la puerta, Noemí gritó que la dejara sola.
Eché la comida de mi plato, que había masacrado pero ni siquiera me había llevado a la boca, en el cubo de la basura. Me había ofrecido a fregar los platos para poder pensar tranquilamente.
Mis amigos me habían echado a los leones.
Y el cabrón pero condenadamente adorable de mi novio había sido el que me había echado Ketchup por encima.
 Por mi mente pasaban dos pensamientos.
Joder, joder, joder. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? Ni siquiera he cantado delante de veinte personas, no puedo cantar delante de sesenta mil. Joder, joder, voy a morirme. Karma, llévame ahora.
Y el otro:
Te odio, Louis, te odio. La madre que te parió, Louis, la madre que te parió. Me las vas a pagar todas juntas, cabrón. Me las pagarás, hijo de puta.
Machaqué la puñetera lechuga con un cuchillo; cuando me quise dar cuenta, aquello parecía los polvos con los que se hacen los purés. Lo tiré al fregadero y me observé las manos, que temblaban; todavía no estaba segura de si era por el pánico absoluto y por la rabia.
Las otras dos no se dieron cuenta de nada, estaban como en una nube. Alba había devorado la comida como si fueran a quitársela, Noemí se reía como una tonta ante los comentarios que Harry le hacía al oído.
Yo era la paranoica histérica que sabía que tendríamos que vivir en un refugio subterráneo el resto de nuestras miserables vidas.
Y todo porque el cabrón de mi novio le había dicho a su reina que yo cantaría delante de medio mundo en su lugar.
Cabrón, cabrón, cabrón. Cabrón el Liam, cabrón el Harold, cabrón el Nialler, cabrón el Zayn alias putomorodemierdaoknoescoña, y lo más importante, cabrón el Louis. Cabrón el Louis elevado a infinito multiplicado por infinito y más infinito.
Oí pasos detrás de mí, pero ni siquiera me preocupé en girarme. Unas manos me abrazaron la cintura y unos labios se posaron en mi cabeza.
-Hola-saludó Lou, zalamero. Gruñí.
-Hola.
Seguí enjabonando los platos como si no estuviera allí. Observó mi tarea, en silencio.
-¿Sigues enfadada?
Me giré con la mejor de mis sonrisas.
-¿Tú qué crees?
Vaciló.
-Que... ¿sí?
-¡Crees bien!-ladré, girándome mientras él daba un brinco.
Me dejó aclarar los platos en mi remanso de paz mientras lo torturaba mentalmente. Me provocó cierta excitación, que se me pasó en seguida.
Sus manos volvieron a posarse en mi cintura, y la habitual corriente eléctrica voló a mi cerebro. Suspiré.
Me giró y me atrajo hacia sí, metiéndome entre sus piernas. Se apoyaba en la mesa y me observaba como si fuera un bicho raro.
-Perdóname.
Pegó su cara a la mía y me mordisqueó los labios. No pude evitar responder a su beso. Aquello era jugar sucio.
Es mi puto tramposo y encima me gusta.
Bufé.
 -No es tan fácil, Louis-intenté girarme, pero me detuvo, y eso me encantó. Su mano voló a mi espalda, pegándome a su pecho, negándose a que me escapara.
La zorra que llevaba dentro deseó quitarse la ropa y quitársela a él, zanjar el asunto como se resolvía en las películas.
Échale un buen polvo.
-Si te soy sincero-susurró en mi boca, su aliento quemaba, sus labios chillaban ¡bésanos!¡bésanos!-, no sé por qué estás así, nena. Si me encanta cómo cantas.
-No es que vaya a cantar o no vaya a cantar, Lou. Es que me has tirado a la reina como si fuera un cebo-mis manos fueron a su cara. Estáos quietas, joder, no lo acariciéis así, parece que queréis que me reconcilie.
Dios, qué mejillas más suaves.
-Me has echado a los leones como si nada. ¡Venga, Majestad, yo os daré vuestro espectáculo! ¡Tiremos a mi novia a los chacales y veamos cómo la devoran viva! ¡Hala! ¡Party hard! ¡All day, all night, Dj Malik, Dj Malik!
Luchó por no reírse, yo luché por no sonreír. Ambos perdimos.
-No te he echado a los leones. ¿No lo ves, amor?-ah, sí, también me gustaba cuando me llamaba amor. Y él lo sabía.-. Es tu oportunidad. Tendrás tu propia vida, tu propia carrera. Tus fans. Tus canciones, tu música.  Y un comienzo glorioso-sus ojos chispeaban cuando pronunció la palabra "fans". Nadé en ellos, viendo todo lo que él había visto, lo que veía cada día: pancartas con I ♥ 1D, I♥CARROTS, y decenas de frases de las que él decía; chicas gritando, llorando, riendo porque estaban con ellos, con él, con un chico de Doncaster que un día se atrevió a soñar.
-Tengo miedo de hacerlo mal, Lou-me refugié en sus brazos. A mi novio podía resistirme, pero no cuando mi novio decidía jugar su As de la Manga: "¡Eh, soy Louis Tomlinson, y me amas solo por eso!"
¡Zanahorias!
-No vas a hacer nada mal.
-Canto de pena, Lou.
-¿Te has oído cantar?-espetó, incrédulo, y ofendido. Me echó el pelo hacia atrás.
-Me he oído cantar en el SingStar, o con la radio, y da asco cómo canto.
-No te has oído cuando la voz principal es la tuya, nena. La noche en que empezamos a salir creí que vendría el demonio a suplicarte que lo devolvieras con Dios solo para oírte cantar así.
Me sonrojé, y agaché la cabeza. Me tomó de la barbilla y me obligó a mirarlo.
-No vuelvas a decir que cantas mal delante de mí, ¿me estás oyendo? O el que se cabreará soy yo.
-Pero es la verdad. Cuando ponemos el CD y tú cantas, no sé, suena bien, y yo no.
-Porque canto mi parte, no te jode. ¡Porque es mi propia voz la que suena, y no tengo que imitarla para que me salga así! Tú no tienes canciones. Tú aún no has empezado, pero lo harás, te lo prometo. Los juegos, las covers, el viernes, son la oportunidad de tu vida, Eri. Son tu X Factor particular-me besó las manos, sonriendo-. Déjame hacerte un regalo, nena. El primero de muchos. El mejor. Lo harás genial.
Le sonreí al suelo, levanté la mirada y él seguía mirándome como si fuera el ser más perfecto de la Tierra.
-Tengo miedo, Lou.
Tomó mi rostro entre sus manos y lo besó delicadamente, como si fuera a romperme. Le eché los brazos al cuello y enredé mis manos en su pelo castaño, mientras él acariciaba mi cintura y mi espalda.
-Yo estaré contigo-jadeó-.  Yo voy a estar a tu lado contigo, pequeña. Es lo que hacemos, ¿no? Lo que mejor se nos da.
-¿Hacer reír a los demás?
-Vale, lo segundo que mejor se nos da. Estar juntos. Ser un equipo. Si uno se cae, el otro lo levanta-tenía la sonrisa más bonita del universo. Sí, Taylor, acabo de decir la más bonita del universo.
Le acaricié el pelo despacio, y él cerró los ojos, apoyando su cabeza contra mi mano. Los abrió cuando me separé de él.
-Tengo que poner en su sitio los platos-me excusé. Él se rió, asintió, dio una palmada a la mesa y se acercó al fregadero. Se colocó a mi lado.
-Te ayudo-susurró. Poco a poco, nos fuimos acercando, él se fue poniendo detrás de mí, y cada vez me acariciaba más. Cuando terminamos de secar los platos, se colocó detrás de mí. Respiraba de forma entrecortada, se me erizó el vello de la nuca.
-¿Me dejas compensarte por lo de hoy?-jadeó en mi oído. Cerré los ojos y me mordí el labio.
-¿Cómo?
-Ya lo verás.
Las manos que tenía en mi cintura fueron bajando hasta colocarse una en mi cadera, y la otra bajó más y más. Me acarició el vientre, que ya había bajado de volumen (¡gracias, Noe y vicio por hacer abdominales!), pasó entre mis caderas y bajó aún más. Se coló entre mis vaqueros y mis bragas. Lou sonrió detrás de mí.
Su mano llegó hasta abajo, donde yo más la deseaba, y se detuvo. Eché la cabeza hacia atrás y la apoyé en su hombro; los ojos cerrados, la boca entreabierta. Me besó los labios, metiendo la lengua entre ellos, y yo le acaricié el rostro.
Su mano empezó a moverse suavemente, con movimientos circulares, y yo gemí. En serio, había pensado muchas cosas (que me desnudaría y me haría suya en la encimera había sido una de ellas), pero aquello no se me había ocurrido.
Un fuego abrasador subió de mi entrepierna a mi pecho, abrasando todo a mi paso, mientras sus dedos continuaban acariciándome en el centro de mi ser. Gemí más fuerte, y él me tapó la boca con la otra mano, excitándome más.
Me susurró que me quería cuando aún jugaba con mi ser; yo le respondí que yo ¡ah!, yo también, se rió y me besó con una pasión prácticamente desconocida.
Cuando parecí explotar (¿de verdad me había hecho llegar al orgasmo sin metérmela?) y me notó húmeda, salió lentamente de mis vaqueros. Su risa era casi una carcajada, me besó en el cuello y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
-Gracias-musité, jadeando. Habían sido los mejores minutos de mi vida. Y habían mejorado cuando me di cuenta de que los chicos podían oírnos, se lo dije, y respondió que no le importaba, que nada podría estropear aquel momento.
Me dedicó una mirada traviesa. Si me miraba de esa manera, haría lo mismo que Noemí ayer por la noche, no importaba dónde estuviéramos.
-El placer ha sido mío, milady-murmuró, pegándose más a mí y haciéndome notar que, efectivamente, a su entrepierna así se lo parecía.

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