domingo, 26 de agosto de 2012

Fe, confianza, y ¿polvo de hadas?

Me acordé de toda mi familia política mientras escuchaba los bips en el teléfono, al tiempo que rezaba porque él lo cogiera.
Biiip.
Cógelo, Louis.
Biiip.
Cógelo, Louis.
Biip.
Cógelo, Louis, la madre que te parió.
Biip.
Y, luego, un ruidito.
Estaba preparándome para empezar a gritrarle mi situación cuando entendí que él no me iba a escuchar.
-¡Hola! Soy Louis. Deja tu mensaje, y luego vuelve a llamarme. No pienso gastar dinero en ti, ¿vale? NO, protestó SwagMasta. Vale, a no ser que seas mamá. Entonces hazme un sándwich. Te quiero, mami-soltó su buzón de voz, y acto seguido se oyó el pitido para que empezara a hablar.
 -Louis, soy yo... em... bueno, que me voy a Londres, y eso... por si te interesaba. Me he peleado con mis padres, estoy hasta arriba de ellos, y... te necesito. Bueno, a ti y a los demás. Llámame cuando oigas el mensaje, ¿vale?-y colgué.
Suspiré, arrojé el teléfono a la cama y me senté al borde de ella. Observé el billete de ida que tenía entre las manos, al aeropuerto de siempre, a la hora de siempre. Solo que esta vez en el fondo de mi corazón sabía que tendría que coger un maldito taxi.
Qué asco de vida.
Bastante tenía con aguantar a mis padres cuando era pequeña, cuando no era nadie, cuando no tenía nada con qué defenderme. Pero, ¿ahora también? ¿Ahora, que era famosa, que había ganado en una noche más dinero que mi madre y mi padre juntos en toda su vida?
Primero, era porque no había puesto la mesa como tenía que ser. Vaaaaaaaya, pues siento mucho no haber puesto las copas de cuando teníamos visita si solo comíamos los tres de siempre. Porque se me cayó un poco de agua cuando la estaba sirviendo. Y porque tuve que ir a por una cucharilla nueva para mí porque la mía estaba sucia.
Eso fue el detonante para que ellos sacaran todas las mierdas que había habido en mi vida. Que si era tonta porque me dejaba pegar, que si luego me había convertido en una especie de matona, que si me tenía que poner las pilas por el 6,8 eh historia (¿HOLA? ES UN PUTO 6,8 ENTRE NOTAS QUE NUNCA BAJARON DEL 9, NO ME JODÁIS, ladré), y fue ahí cuando empezaron los insultos.
-¡Con lo lista que eres para unas cosas y lo tonta para otras!
-¡Nunca vas a llevar a ningún sitio!
-¡Valía más matarte!
-PUES VALE. PUES ME LARGO DE ESTA PUTA CASA.
Y así hice. Mientras estaba cogiendo las llaves y dinero, mi madre subió a la habitación, a pincharme con que si iba a incordiar a Louis y compañía.
Ah, ahora pronunciaba su nombre bien, ¿no?
A decirme que si de verdad creía que iba a durar con él, dada la diferencia de edad. A ver si de verdad me creía que Louis me quería, si no estaría conmigo solo hasta que yo me acostara con él y luego me dejaría tirada.
¡AHJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA fulana!
Sacudí la cabeza, me eché el pelo hacia atrás y observé mi habitación.
Esperaba  que oyera mi mensaje a tiempo, básicamente porque no tenía llaves de la casa de Londres. Y no me apetecía demasiado quedarme dando vueltas con la mochila a la espalda y las cosas dentro de ella, cosas tales como el iPhone y el iPod, el dinero, la cartera, el DNI y el pasaporte, etc.
Le mandé un SMS a mi hermano diciéndole que me iba al aeropuerto cuando me subí al taxi. Sonreí cuando me tropecé con la tarjeta de crédito que mis padres me habían hecho para mi viaje a Canterbury, hacía un año, y que tan mal habían escondido. Mi madre se merecía que me largara con todas sus joyas, joder.
Aunque, pensándolo bien, sus joyas no acabarían en otro sitio que en mis joyeros.
Ventajas de ser una de dos hermanos de diferente sexo. A mi hermano, lo que fuera.
A mí, las joyas.
Y como mi cuñada se atreviera a reclamarlas, le rompía la cara.
-¿Tienes permiso de la policía, corazón?-me preguntó la chica del mostrador de facturación. Negué con la cabeza.
-Tengo el pasaporte.
-Ya, necesito el permiso de la policía.
No me habría extrañado nada que de mi pelo brotaran serpientes, porque le dirigí tal mirada a la tía que ella se quedó paralizada y al final terminó aceptándome el pasaporte.
Bien.
Al fin y al cabo, no tenía cara de ser una loca psicótica/depresiva/ terrorista becaria de Al Qaeda, joder.
Me senté en una silla en la cafetería del aeropuerto a intentar meterme en el estómago un poco de comida. Siempre había tenido el estómago sensible a cuando me ponía nerviosa, cosa que sucedía cuando me cabreaban en condiciones (recordaba una vez en la que me peleé con una amiga y al día siguiente vomité el desayuno de los nervios que aún sentía y de la rabia que se apoderaba de mí sin piedad alguna), pero me sorprendí al ser capaz de comerme un sándwich vegetal sin tener que forzarme a tragar ni temer unos posibles efectos secundarios.
Fui la primera en embarcar en el avión, lo cual significaba que era la que más ganas tenia de largarme de allí.
Las azafatas estaban explicando los protocolos de seguridad en caso de amerizaje (una pérdida de tiempo por las altísimas probabilidades de que el avión se hundiera antes incluso de que nos diéramos cuenta de que estábamos en medio del océano, pero bueno... era más fácil que te cayera una maceta por la calle y que te matara a morir en un accidente de avión) cuando me sonó el móvil. Me sorprendí al no haberlo apagado.
¿Cómo estás, nena? Nos parece bien que vengas. Irá alguien a buscarte. Te quiero, x rezaba el mensaje de Louis. Tecleé rápidamente un Gracias, amor, y lo envié.
-Perdona, pero tienes que apagar el móvil-me indicó una azafata. Asentí.
-Lo siento-susurré, mostrándole la pantalla para que viera que la apagaba. Ella sonrió, asintió, se despidió con la mano y se dirigió a los asientos de la tripulación en la parte delantera del avión.
En cuando la primera rueda se alzó en el aire, yo me sentí mucho, muchísimo mejor. Estaba acostumbrada a esa sensación; cada vez que el avión se elevaba en el aire, sentía que mis problemas y preocupaciones se quedaban en tierra, y yo podía relajarme hasta que volviera al punto exacto donde mis problemas se habían quedado.
Solo que esa vez no volvería.
Me acurruqué en mi asiento, subí las piernas en cuanto se apagaron las luces que obligaban a tener el cinturón abrochado, y encendí el iPod.
La señora que tenía al lado frunció el ceño cuando subí la música a tope y pegué la cabeza a la ventana, observando el suelo francés que se extendía bajo el aparato, pero no dijo nada. O, si lo dijo, yo no la oí. Rebuscó en su bolso el típico libro de crucigramas, destapó un bolígrafo y se afanó en uno.
Llevaba media hora dándole vueltas a "Película protagonizada por Johnny Depp de la que se ha extraído la imagen", con una foto del mismo con pintas de vampiro súper gótico, cuando me apiadé de su alma. Aquella mujer era demasiado mayor para haber visto la película en cuestión.
-Sombras tenebrosas-susurré. La mujer me miró.
-¿Perdona?
-Sombras tenebrosas. La película. La palabra que le falta-señalé la línea con el dedo, ella cotejó los resultados y abrió mucho los ojos, en silencio. Garabateó las letras que le faltaban y me dedicó una sonrisa dulce, de abuelita.
-Gracias.
-De nada.
Esas fueron las últimas palabras que le dije a la mujer. Me había recordado demasiado al abuelo, el único que me defendió cuando yo era pequeña, el único que nunca me riñó, como para que pudiera seguir hablando con ella y entablar cierta... camaradería, por así decirlo.
La mujer se puso histérica cuando en nuestro aterrizaje el avión di un par de brincos, y yo luché por no reírme. Era exactamente igual que mi primer aterrizaje, cuando yo tenía 8 años y fuimos a Tenerife: había demasiado viento como para que el avión se posara suavemente, y en vez de hacerlo, pareció que iba bajando unas escaleras gigantes. Todo el mundo estaba pálido, nadie decía una palabra.
Todo el mundo salvo yo. La subnormal de Eri se pasó todo el aterrizaje con las manos en alto y riéndome de alegría.
Ya era gilipollas con ocho años. Pero, en mi defensa siempre diré, que si iba a morir, al menos morir con estilo, riéndome y no con cara larga.
Por eso no me molaba subirme al Saltamontes ni a esas mierdas. Por eso, porque tenía la espalda preciosa para soportar los brincos, y porque me había dejado los brazos negros la primera y única vez que me monté. Nunca mais, según mis vecinos gallegos.
Encendí el teléfono en cuanto el avión dejó de corretear extasiado por la pista de aterrizaje, deseando tener un mensaje de alguno de ellos con la cara del que me pasaría a buscar.
Caminé lentamente a través de la terminal, dando tiempo de sobra a mi niñera a que me encontrara, o a llegar, si es que aún no estaba allí, a pesar de que le había mandado una foto a Louis con el billete, la hora de salida y de llegada a Heathrow, y le había dicho que si pasaba algo me mandara él a mí otro para prepararme para lo peor.
Estaba tecleando frenética en Twitter mientras esperaba (y mientras unas Directioners se alejaban de mí después de conseguir una foto y un autógrafo mío, a pesar de que aún flipaba), cuando todo se volvió negro
 Y no negro en plan ¡Oh, Dios, me estoy desmayando! ¿Hola? ¡Que alguien me coja, que me caigo!
No.
Negro tipo meterse en una habitación sin ventanas y apagar la luz. Te mantienes de pie en la oscuridad, esperando que la luz vuelva, pero ni te caes, ni nada vuelve.
-Bú-susurró una voz conocida, conocidísima, en mi oído-. ¿Se ha perdido, señorita?
Me giré en redondo y abracé a Louis.
-¡Has venido!
Fingió fastidio.
-¿Por quién me tomas? ¿Te creías que te iba a dejar sola en el aeropuerto? Por favor, Eri. Creía que me conocías.
Saludó con la mano a un grupo de chicas que nos observaban con ojos como platos. Una tropezó consigo misma y cayó hacia atrás. Ninguna de sus amigas trató de detener el leñazo que se metió la moza. Estaban demasiado ocupadas mirando a Louis como si pudieran ver a través de su camiseta, que le marcaba los bíceps, las bermudas, que dejaban al descubierto sus piernas, el gorro que le tapaba su percioso pelo...
Joder.
Ya estaba haciendo fangirling en mi interior.
 Me dio un rapidísimo beso en los labios antes de que las chicas llegaran hasta nosotros, como diciendo Lo siento, pequeñas, pero ya tengo dueña.
Oh, ya lo creo que sí.

No paré de despotricar contra mis padres en todo el trayecto hasta casa. Abrí la cremallera de la mochila a la velocidad de la luz y me puse a rebuscar algo que ni siquiera yo sabía qué era.
-¡Y no va y se cabrea porque quiero dejarme los brackets estéticos! ¡Pero si me quedan genial, no me jodas!-protesté, volviendo a cerrar la mochila y tirándola en los asientos traseros. Fruncí el ceño ante la expresión divertida de Louis.
-¿Qué?
-Nada, nada.
Y continué gritando como si lo tuviera a veinte kilómetros, pero él no se quejó.
Cuando le dije que no les daba la gana dejar que me fuera con él un temporada, a estudiar y eso, asintió con la cabeza.
-Es normal-murmuró. Suspiré, y lo miré-. Quiero decir... Te quieren, y te echan de menos.
Me eché a reír como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.
-Por favor, Lou. Ahora parece que tienes 40 años en lugar de 20.
Se encogió de hombros.
-Simplemente piénsalo. Es normal que no quieran que vengas conmigo. Vivo lejos, soy mayor que tú, yo ya tengo experiencia en cosas que tú no-¿había alzado realmente las cejas, seductor, o solo em lo había parecido a mí?-, no me conocen...
-Pues que te busquen por Internet-repliqué, mirando por la ventana del coche.
Sonrió.
-Los dos sabemos que las cosas en Internet no suelen ser lo que parecen. Un tío puede ser encantador en Internet y luego un cabrón en la vida real, y viceversa. Menos yo, que soy un amor en todas partes.
Me incliné y le besé en la mejilla.
-Gracias por ir a buscarme.
Hizo un gesto, quitándole importancia, pero yo le agradecí muchísimo ese gesto que tuvo conmigo. Sobre todo, teniendo en cuenta que más tarde me enteraría de que no me había cogido el teléfono porque estaba en el estudio, trabajando en el nuevo disco con los chicos.
Continuamos el trayecto con él bromeando, tratando de animarme, y yo dejándome animar, riéndole las gracias y tomándole el pelo cuando podía permitírmelo.
Entonces, sin darme cuenta, le solté sin rodeos el motivo de la discusión, el detonante.
-No me dejan quedarme durante el curso-susurré. Él alzó una mano.
-¿Podemos hablar de eso cuando lleguemos a casa, por favor?
Asentí con la cabeza, y seguimos hablando como si yo no hubiera dicho nada.
Me llevó por unas calles diferentes, por las que yo nunca había pasado, hasta un edificio bastante alto cerca del centro de Londres. Sacó un mando a distancia de la guantera del coche y abrió la puerta del garaje.
En el ascensor, ante mi expresión interrogante, me comentó que no podía llevarme a la casa de siempre hasta la noche. Me encogí de hombros, en realidad, me daba bastante igual a dónde me llevara, siempre y cuando estuviera conmigo.
-Vas a tener el honor de conocer el piso que compartimos Harry y yo-anunció, orgulloso, al tiempo que yo me echaba a reír.
Abrió la puerta del ascensor y me la sostuvo mientras salía, inspeccionando todo lo que había a mi alrededor. Hizo lo mismo con la puerta del piso.
Escudriñé la luz que se filtraba por las ventanas que parecían ser la regla de oro de la casa (y también de la otra, aunque la otra no era un piso en las plantas más altas de un edificio considerablemente alto de la capital británica). Me acerqué a la ventana mientras él se encargaba de abrir las ventanas para que la casa ventilara un poco.
Carraspeó, y me giré para mirarlo.
-Bueno...
Sonreí.
-¿Qué?
Se balanceó hacia alante y hacia atrás, apoyándose en la punta de los pies y en los talones, respectivamente.
-¿Estás... mejor?-me miró como si quisiera leer a través de mí. Asentí lentamente, me acerqué a él, me puse de puntillas y le besé los labios.
-Gracias por traerme.
Se encogió de hombros.
-Ya te he dicho que no podía dejarte tirada en el aeropuerto, nena.
Ni de consolarme.
Ni de cuidarme.
Ni dejar de quererme.
Me acarició la mejilla, intentando saber qué debía hacer conmigo. En sus ojos vi la expresión confundida del hermano mayor que ha crecido rodeado de niñas y sabe lo que les tiene que decir a sus hermanas, pero que no sabe exactamente cómo consolar a su novia. Tiene una idea ligera gracias a su experiencia vital, pero ella es diferente.
Yo era diferente.
Me puso un mechón de pelo detrás de la oreja mientras yo recordaba todo lo que le había dicho en el coche.
Teníamos que hablar de lo que íbamos a hacer durante mi curso.
Una sensación de angustia y pánico se apoderó de mí. Había estado demasiado tiempo con él, demasiado tiempo a su lado; yo sabía (y él también, estaba segura) que no iba a soportar pasar dos días seguidos sin verle. Ya había sido un infierno esa semana y media en la que habíamos estado separados; cierto que habíamos hablado todo lo posible por Skype, nos twitteábamos y nos habíamos mandado mensajes todos los días al Facebook, pero no era lo mismo.
Una pantalla no podía competir con tenerlo delante, sentir su calor corporal acariciando suavemente mi piel, sus ojos buscar los míos, sus manos recorriendo mi cuerpo, su olor llegando hasta mí...
Como si estuviera leyéndome la mente, me tomó de la cintura y me besó. Primero despacio, como si tuviera miedo de que pudiera romperme entre sus brazos, pero luego, cuando vio que no iba a suceder nada parecido, se animó, y nuestras lenguas se juntaron y jugaron.
No podíamos estar el uno sin el otro durante tres meses seguidos.
No lo soportaríamos.
Y, lo peor de todo, era que tampoco queríamos.
No hay ceguera peor que no querer mirar. Y los dos estábamos obcecados en que no nos daba la gana ver.
Le eché los brazos al cuello y enredé mis dedos en su pelo. Sonrió en mi boca y me mordisqueó el labio de abajo, en parte cariñoso, en parte seductor.
Nadie me había cuidado como me cuidaba él. Nadie me quería como me quería él.
Nadie me miraba como me miraba él.
Nadie mirada a nadie como él y yo nos mirábamos.
Ni Alba ni Liam, ni, por supuesto, Noe y Harry.
Podríamos hacer lo que nos diera la gana, todos éramos diferentes, cada uno tendría sus consecuencias.
Hacer lo que nos diera la gana...
Me separé lo justo de él para susurrar, con un hilo de voz:
-Vamos a la cama.
Sonrió, sabía de sobra qué era lo que yo quería, y yo sabía que él lo había estado esperando impaciente durante mucho, muchísimo tiempo.
Pero por fin me había dado cuenta de algo que él ya sabía: en nosotros era natural, era lo correcto, era algo que pasaría y que no sería malo.
-¿A qué?-se cachondeó, pero dio un paso hacia atrás, decidido a conducirme a su habitación y hacerme suya para siempre.
-A darle a mi padre motivos para odiarte.
Su carcajada llenó toda la casa.
-Eres increíble, nena.
Me estremecí y volví a besarle los labios, hambrienta.
De amor.
De él.
De todo él, y eso, desde luego, no era poco.
Fuimos besándonos y chocando contra muebles y paredes como estaba mandado por las películas del cine, gimiendo cada vez que uno de los dos topaba con algo duro.
Me tumbé en la cama y él no tardó en echarse encima de mí, sus ojos brillaban como el sol. Dos soles azules, preciosos, eclipsados por una luna negra justo en el centro.
Mientras me mordisqueaba el cuello, yo le bajaba el pantalón como podía. Rápido, decidida a tenerlo delante de mí como Dios lo había traído al mundo.
Bueno, Dios no.
Jay.
Para mí aquella mujer era oficialmente al Virgen María.
Me quitó la camiseta, la suya hacía tiempo que ya no estaba, y me desabrochó los botones de los vaqueros mientras yo le mordía el cuello esa vez. Sonrió cuando me encontró en ropa interior debajo de él, mirándolo como a un dios griego.
Se apoyó en las palmas de las manos, que estaban cada una al lado de mi cabeza, se inclinó hacia mí y estudió mi expresión.
-¿Estás segura?
Sonreí, asentí y me incorporé lo justo para poder sellar mis palabras con un beso.
-¿Por qué será que no me extraña nada que me lo hayas preguntado?-bromeé. Él alzó las cejas, divertido, en su típico gesto de "ya ves".
-¿Porque sabes que soy un perfecto caballero inglés?
Me eché a reír, y él no tardó en unírseme. Mi pie voló por sus gemelos, arriba y abajo, incitante.
-¿Tienes...?-empecé, pero me detuve. Sabía que quería hacerlo, pero no sabía si podría decir esa palabra sin ponerme nerviosa.
Al fin y al cabo, iba a perder la virginidad. Uh, máximo éxtasis.
Tampoco había que añadirle más emoción al asunto.
Sonrió.
-Ajá.
Seguíamos besándonos, acariciándonos y jugando con la poca ropa que nos quedaba, cuando su teléfono empezó a sonar.
Quien seas, te mataré, hijo de puta.
Biiiiip.
Que te largues, hijo de puta.
Biiiiiiiiiip.
Morirás entre terribles sufriemientos, cabrón.
Biiiiiip.
Pero él no lo oía, o si lo oía, no le hacía caso. Estaba demasiado ocupado besando mi pecho.
-Louis-lo llamé, entre risitas.
-Mmm-respondió, sin dejar de recorrerme con sus labios.
-¿No lo vas a coger?
Negó con la cabeza; su pelo me hizo cosquillas en el vientre.
-¿Y si es importante?
Se encogió de hombros mientras se sentaba, se apoderaba de una de mis piernas y seguía con su festival de besos.
Dios, Dios, cómo molaba eso. Jo-der. Cómo. Molaba. Eso.
Me estremecí, clavé las uñas en el colchón y me erguí un poco, con la cabeza echada hacia atrás.
-¿Y si es importante?-repetí.
POR FAVOR, PUTA, POR FAVOR, CIERRA LA BOCA. ESTÁ A PUNTO DE ACOSTARSE CONTIGO. COMO SI ES MARILYN MONROE LA QUE ESTÁ LLAMANDO, DÉJALO ESTAR.
Volvió a ponerse encima de mí.
-No hay nada más importante que tú-replicó, empujándome sobre el colchón y apoyando su pecho en el mío al tiempo que reclamaba mi boca.
Biiiiiiiip.
ME CAGO EN STEVE JOBS Y EN LA PUTA QUE LO PARIÓ. PUTOS TELÉFONOS DE MIERDA. ESTAMOS FOLLANDO, ¿VALE? NO SUENES, MALDITO HIJO DE PERRA, O POR MI MADRE TE JURO QUE HARÉ QUE LAS BLACKBERRIES SE CONVIERTAN EN EL ÚNICO MÓVIL DEL MERCADO.
Biiiiiiiip.
A pesar de mi monólogo insultivo interior, tenía la sensación de que  Louis debía contestar a esa llamada.
Me sorprendí a mí misma espetando:
-Si no lo coges tú, lo cojo yo.
Mi yo cínico se puso a despotricar.
Louis, métele la polla en la boca y así deja de decir estupideces.
Me midió con la mirada, y luego se echó a reír.
-Pues vale.
Pero suspiró cuando me escapé de debajo de él para buscar su teléfono, escondido en el bolsillo de los vaqueros que nos observaban desde el suelo.
Tendió una mano y yo le coloqué el iPhone, que chillaba como loco en busca de atención, sobre ella. Ni siquiera miró la pantalla.
-¿Sí?
¡Hola, Louis! ¡Soy Eleanor, la ex de la que no recuerdas nada! Oye, quiero que me guardes luto un poco más. No te acuestes con esa zorra hasta que ella cumpla los cuarenta.
Escuchó los gritos que le daban al otro lado de la línea, con expresión de pasmo.
-Ya...sí.No. Osea... eso.-me miró-. Con Eri...Sí, está bien... Joder, es verdad. Lo había olvidado, Harry.
¡BIEN! Ya tenía archienemigo.
-Vale, voy para allá...Sí. Que sí, hostia. ¡VALE!-ladró, y automáticamente Harry bajó la voz-. Pues eso... En el piso. En diez minutos estoy allí, ¿vale? Nueve. Ocho-regateó-. Siete. Ni para ti ni para mí. Ok. Voy.
Colgó y me dedicó una expresión de cachorrito abandonado. Alcé una ceja.
-Yo... yo...-tartamudeó, intentando buscar las palabras. Le coloqué el dedo índice en los labios.
-Tienes que irte-asintió-. Pero quieres quedarte-asintió con más energía-. Yo también quiero que te quedes-le acaricié la boca con el dedo, añorando esos minutos en los que creía que podría cambiar algo-. ¿Qué pasa?
-El disco-balbuceó con mi dedo aún en su boca. Abrí la boca y asentí.
-Es verdad. Vete-dije, empujándolo suavemente, deteniéndome un segundo más de lo debido en acariciar sus pectorales mientras se levantaba.
-Lo siento, Eri. De verdad. Pero es que se me olvidó.
Me levanté y me envolví en la sábana, como habían hecho en muchas de mis películas favoritas.
Llevaba muchísimo tiempo queriendo ser una croqueta albina.
Me encogí de hombros y jugueteé con el tirante de mi sujetador.
-No pasa nada. Siete millones de personas son más importante que una-dije, extendiendo mis manos hacia él, con las palmas hacia arriba en una imitación barata de una balanza, y las moví verticalmente. Él sonrió, se acercó a mí y me puso una mano detrás de la nuca.
-Depende de quién sea esa una.
-¡VICTORIA BECKHAM!-grité, igual que hizo él cuando estaba en The X Factor. Cuando aún no nos conocíamos.
Ni siquiera yo le conocía a él cuando él gritó eso.
Se echó a reír.
-Boba.
-Tonto.
-Boba.
-Estúpido.
-Boba.
Con cada insulto, un beso. Con cada insulto, con cada beso, un "quédate, por favor", un "quiero quedarme", un "perdóname pero tengo que marcharme", un "te quiero, haz lo que tengas que hacer".
Me dejé caer en la cama mientras él se vestía a toda prisa. Se colocó el gorro en la cabeza y se miró al espejo, comprobando su aspecto. Dirigió sus ojos a mí una última vez.
-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
Sonreí.
Era mala, pero mala, mala, mala.
A mi lado, Miranda Priestly era una santa.
Incliné la cabeza a un lado, coqueta.
-Taylor no me haría nunca esto.
Sonrió.
-¿Quieres que te diga lo que me puede comer Taylor?
Me levanté de un saltoa y corrí hacia él.
-¡No te piques!
-No me pico.
-Sí que lo haces.
Se encogió de hombros.
-Yo preocupado por ese, que no me llega ni a la suela de los zapatos.
-Medís lo mismo-repliqué. Él miró al cielo y alzó los brazos, en un "mirad lo que me habéis mandado, qué suplicio tengo que soportar"-. Es broma.
-¿El qué? ¿Lo de que medimos lo mismo?
-No, eso va en serio. Lo otro. Da igual. Pásalo bien.
Puse morritos para que me besara, pero él se negó.
-Ahora te quedas sin beso-mentira. Se inclinó hacia mí y posó sus labios en los míos durante un par de gloriosos segundos-. Te recogeré más tarde.
-Te quiero-nos despedimos a la vez, y nos echamos a reír. Hizo un gesto con la mano, y yo se lo devolví a la puerta que se cerraba.
No se me ocurrió otra cosa que ir a la ventana a ver si lo veía salir con el coche, pero ¡sorpresa!
Desde 20 pisos no se iba a ver mucho.
Me tiré en el sofá cuan larga era y encendí la tele. Nada provechoso, así que me arrastré hacia la habitación, busqué mi camiseta y me la puse, nada más. Solas yo, mi sujetador, mis bragas y mi camiseta. Fiesta de pijamas.
Saqué el libro de mi mochila y me estiré cuan larga era en la cama mientras buscaba la página.
Tardé dos minutos en volver a acordarme de lo que casi había pasado en aquella cama.
Básicamente ayudó que en el libro el marido le pegara a su mujer antes de luego tirársela. Y ella lo había querido. Se había corrido, y cito textualmente, tres veces.
Qué guay eres, chavala.
No pude ir más allá de aquello. De repente, notaba las manos de Louis recorriéndome, sus ojos observando mi cuerpo, sus labios besando cada centímetro de mi piel.
Me desnudó totalmente, se metió entre mis piernas y me penetró suavemente. Nos movimos a la vez, brincamos, gemimos, gritamos, llegamos juntos al éxtasis, repetimos el proceso, en esa cama, en la cocina, en el suelo, en la ducha, en el sofá...
Con el calentón que llevaba encima lo único provechoso que podría hacer sería ponerme un documental de Nathional Geographic con el volumen de la tele al mínimo.
Me puse Sígueme el rollo, la peli de Adam Sandler y Jennifer Aniston (Dios, aquella mujer era una maldita diosa), y mientras observaba los aprietos por los que todos tenían que pasar para que la jovencita se enamorara de Adam, empecé a atar cabos.
No supe cómo, pero de repente, estaba pensando en cómo había llegado a ese piso londinense.
Y no me refiero a en coche, caminando... No.
Me refiero a cómo había llegado hasta aquella situación.
Quién me había elegido para ocupar su lugar.
Eleanor.
Y, ¿quién podría haber impedido que perdiera la virginidad aquella tarde, quién era todopoderosa, podía hacer lo que le diera la gana con quien le diera la gana cuando y donde le diera la gana?
Eleanor.
Antes de darme cuenta, me encontré gritando su nombre en el sofá, de vez en cuando llamando a Danielle a gritos.
-ELEANOR. ¡ELEANOR! ¡ELEANOR, SÉ QUE ME OYES! ¡MUÉSTRATE, ELEANOR!-iba a decir manifiéstate pero lo último que me faltaba es que me llegaran miles de muertos al salón y sentirme como la tía de Entre Fantasmas-. ¡DANIELLE! ¡ELEANOR! ¡SÉ QUE ESTÁIS AQUÍ!
Grité como no había gritado en mi vida cuando Eleanor aterrizó en el sofá a mi lado, totalmente corpórea, totalmente ella.
Y casi me dejo los pulmones cuando Danielle cayó sobre mí, calculando mal la distancia de aterrizaje. Se disculpó y de repente, estaba en el sofá de al lado, mirándome.
-¿CÓMO HAS PODIDO, ELEANOR? CREÍA QUE NO QUERÍAS INTERVENIR EN LA VIDA DE LOUIS. ¿CÓMO HAS PODIDO CORTARNOS EL ROLLO DE ESA MANERA?-ladré, y los niños de la tele se me quedaron mirando un segundo. Ah, no. Era a su madre.
Eleanor me dedicó una sonrisa de disculpa, pero yo pasé de ella, y seguí gritando.
Solo que en la habitación se oía perfectamente la película.
La muy zorra me había quitado el sonido a mí.
DEVUÉLVEME LA VOZ. DEVUÉLVEMELA. ES MÍA. MÍA. DEVUÉLVEMELA, grité en mis pensamientos, y ella alzó las manos.
-No grites más, y volverás a hablar.
Fruncí el ceño, pero alcé un pulgar.
Jadeé cuando noté que me caían varios sacos de algo encima. Así que así se sentía la sirenita.
-Antes de que te vuelvas loca, nosotras no planeamos eso. ¿Vale? Bueno, en realidad, te ayudamos a darte cuenta de la situación. De que no tenías por qué sentir que tenías que esperar, sí o sí, para no tener problemas con Lou. Como tú bien te has dado cuenta, no sois como los demás. Cada relación es un mundo. Y la vuestra-en los ojos de Eleanor apareció la mía escrito a fuego durante el segundo en que recordó todo lo que yo estaba viviendo en ese momento- es perfecta.
Danielle se encogió de hombros y asintió, dándole la razón a su amiga.
-¿Vosotras no hicisteis que Hazza llamara?
Negaron con la cabeza.
-¿Ni érais vosotras las que me hicieron sentir que debía hacer que Louis lo cogiera?
Volvieron a negar.
-Algo en ti sabía que Lou tenía que coger el teléfono, y fuiste muy noble poniéndote terca.
-Es la primera vez que no conseguimos lo que deseamos desde esto-comentó Danielle por primera vez. Alcé una ceja y la miré.
-¿Qué?
-Si Louis estaba tan terco con no coger el teléfono era porque Dani y yo estábamos.. digamos "susurrándole" a su mente que tenía que centrarse en ti.
Suspiré, desilusionada.
-Pero era solo una precaución. Vimos que él no lo hubiera cogido de todas maneras, ni siquiera cuando tú se lo pediste. Nosotras solo afianzamos su posición.
Asentí.
-Así que, ¿soy más fuerte que vosotras? ¿Puedo ganaros batallas?
-Las cosas iban a ser como han sido hiciéramos lo que hiciéramos-comentó Eleanor, preocupada ante esa posibilidad.
-Pero si has conseguido saltar acompañada, entonces probablemente puedas cambiar algunas cosas. Tal vez sí que seas más fuerte o lleves las de ganar en algunas situaciones-en los ojos de Danielle llameó la rabia, miró a la ventana y sentí que estaba observando lo que hacía Alba en ese momento, y en su mirada ternura cuando se dedicó a observar a Liam.
Las dos me miraron un segundo, sin saber qué decir. Danielle escudriñó a Eleanor con el ceño fruncido, Eleanor la miró, inquisitiva, y Danielle asintió.
Eleanor estiróo la mano hacia mí y me tocó el brazo.
De repente, lo percibí todo muchísimo más brillante; como debían de ver ellas entonces. Casi podía ver la energía correr de un lado a otro, el calor escaparse por la ventana... Y Louis y yo brillábamos sobre la cama mientras nos besábamos.
Un charco negro apareció en el suelo de la habitación, del mismo tamaño que el teléfono. Danielle flotó hasta el teléfono y observó curiosa el agujero negro que se había formado junto a él, mientras Eleanor se sentaba en un lado de la cama, luchando por no tocarnos ni a Louis ni a mí.
El teléfono centelleó y empezó a sonar.
Y mi aura (o lo que coño fuera la luz que me rodeaba) llameó y cambió de color.
Danielle y Eleanor se miraron, se abalanzaron sobre Louis y empezaron a susurrarle cosas ininteligibles, cosas como:
-Sigue a lo tuyo.
-No la dejes así.
-Pasa del móvil.
-Continúa.
-No se te ocurra parar.
Aunque las dos sentían que no era necesario. Danielle rozó sin querer a Louis, pero no le mostró nada interesante, al contrario, absorbió cosas de él: estaba oyendo el móvil, pero no tenía pensado cogerlo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando Eleanor dejó de tocarme y su recuerdo desapareció tan rápido como había llegado.
Seguía siendo importante aunque ellas no me ayudaran.
Él no necesitaba que le dijeran lo que tenía o quería hacer: él lo sabía. Tenía prioridades.
Las miré a ambas, paseando mis ojos por sus cuerpos, tan diferentes y parecidos a la vez: pelo rizoso, pelo ondulado, claro, pelo oscuro, dulce sonrisa, dulce sonrisa, ojos curiosos, ojos comprensivos.
-Gracias-musité, y ellas desaparecieron tal y como llegaron.
Suspiré y miré la tele.
La peli se estaba acabando.

Y allí estaba, pertrechada con un bol de cereales, el mando a distancia y el móvil a mi lado, gritándole a la tele que a Kristen se le debería caer la cara de vergüenza  por querer ir a las premiéres de las películas de Rob cuando él no podía entrar en los aviones de la cornamenta que tenía, nada que envidiar a la del alce más anciano del mundo, cuando recibí un mensaje.
Mi atención saltó al telefóno, barajando innumerables posibilidades.
Y todas de la misma índole.
Voy a por más condones.
Tengo un kit de sado.
¿Y si lo hacemos en el baño?
Te vas a enterar esta noche.
Joder, vale ya, Eri, me recriminé. Pareces una puta que no ha tenido sexo en dos años.
El zorrón que llevaba dentro se dedicaba a restregarse contra unas paredes mentales y a ronronear como un gato mientras musitaba: Louis, oh, Louis, qué bien lo haces, sí, más rápido, más fuerte, así.. así...
¿Qué mierda tenían aquellos cereales?
Me tomé con calma el mensaje de Zayn: Va a buscarte Paul. Putéalo un poco, para que no pierda la costumbre.
Yo no hice nada.
Tenía diez minutos.
Y en eso me equivocaba, porque mientras mi zorrita se revolcaba como una fulana por mi mente, Kristen lloriqueaba que no quería ponerle los cuernos a Rob (aunque en el fondo la entendía, él tampoco tenía cara de ser un santo) y yo leía el mensaje, llamaron a la puerta.
Eché la cadenita y abrí, asomando la cabeza por ella.
-¿Eri?
-Despacho de Miranda Priestly-repliqué yo-. Ahora mismo Miranda está reunida. Vuelva más tarde.
-Ya. Claro. Lo que tú digas. Abre, que tengo que llevarte a casa.
-¿Puede deletrear Gabanna?
-Claro. A.B.R.E.M.E.L.A.P.U.E.R.T.A.
-Muy bien, Miranda le llamará en breves.
Y cerré.
Y volví al sofá.
Y volvieron a llamar.
Esta vez quité la cadena y observé al hombre que me sacaba un par de cabezas y era casi tan grande como la puerta con una ceja alzada.
-¿Qué?
-Cenicienta, tengo que llevarte al baile.
Entonces, me acordé de que me paseaba en bragas por la vida en ese momento. Pero me dio igual.
Que se atreviera a tocarme un pelo, que a) le destrozaría la vida, b) le metería una paliza cuando me recuperara de la violación, c) perdería su empleo y d)me chivaría a los chicos para que le dieran una paliza en un callejón oscuro.
Me hice a un lado para que pasara. Estaba cerrando la puerta cuando eché a andar a la habitación, pensando Hazlo a la grande, que eres latina, y meneando las caderas todo lo posible.
Carraspeó.
-No me mires el culo-ordené, divertida, y él se sonrojó.
Minutos después, me asomaba a la puerta del salón, completamente vestida, y contemplaba al fortachón que tenía delante. Él cruzó sus ojos con los míos.
-¿Cómo sé que eres Paul?
Su expresión asombrada lo dijo todo.
-¿No me conoces?
-¿Acaso debería?
Sí, claro que te conozco, de cuando me aburro y me meto en Tumblrs de Directioners, pero Zayn me dijo que te hiciera de rabiar un ratito.
Se encogió de hombros.
-Supongo que soy tan famoso como ellos.
-Ya.
Volvió a encogerse de hombros.
-¿Cómo te lo puedo demostrar?
Di un paso y me apoyé contra el marco de la puerta, pensativa. Dejé la mochila en el suelo y me entretuve mirando sus dibujos, intentando encontrar una prueba difícil.
-Podría pedirte sus manías-empecé, y él sonrió-, pero todas las Directioners las saben. No sé. ¿Qué me puedes ofrecer que no tenga nadie?
Vaciló, juntó las palmas de sus manos y estudió las marcas en su piel. Entonces, sacó el teléfono, tecleó un poco y empezó a soltarme una serie de números que yo reconocí de inmediato.
Primero, el móvil de Harry.
El de Liam.
El de Louis.
El de Niall.
El de Zayn.
Por orden alfabético, claro.
Las comisuras de mi boca se alzaron en una sonrisa satisfecha.
-No tengo el tuyo-se disculpó-, pero, ¿te basta con eso?
Asentí, recogí la mochila del suelo y me encaminé a la puerta. Él apagó la tele con el mando a distancia.
Me giré y mis rizos  botaron alrededor de mi rostro.
-¿Por qué deberías tener mi teléfono?
Metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros, al tiempo que yo me daba cuenta de la ironía de nuestra situación: seguramente me triplicaba la edad, el peso y me sacaba tres cabezas, y, sin embargo, él tenía miedo de ofenderme. A mí.
-Bueno...-carraspeó y volvió a empezar-. Ya sabes. Eres... la niña de mis niños, así que supongo que eso te convierte en mi niña, también. Supongo que tengo que cuidar de ti igual que yo cuido de ellos.
Le dediqué una sonrisa cálida.
-Vale-asentí, y le dicté mi número. Luego él me dio el suyo.
-Ah, y una cosa, Paul-dije, ya en el coche, mientras me abrochaba el cinturón. Él me miró fijamente, se detuvo en medio de su operación solo para escucharme-. Probablemente ya lo sepas, y, aunque no te lo parezca, en realidad son un amor tal y como son. No quieras que sean serios y maduros, porque... ¿hola? El mayor de ellos el peor de todos-doy fé de que Louis tenía la mentalidad de un crío de dos años y no de veinte, pero ese era uno de sus atractivos naturales-. Simplemente agradece que sean adolescentes comportándose como críos y no críos comportándose como adultos. Todos preferimos  que sean infantiles a que se droguen-me encogí de hombros, y él asintió-. Así que si se ponen a hacer el subnormal, bajando y subiendo unos taburetes como los de las peluquerías en una entrevista, en vez de cabrearte, simplemente da las gracias de que sean intantiles y no drogadictos.
Me miró con ojos como platos y la boca abierta en forma de O gigante. Asintió lentamente.
-Para que luego digan que vosotras sois infantiles.
-Nos damos cuenta de las cosas-me encogí de hombros.
Condujo en silencio un rato, rumiando mis palabras, mientras yo escudriñaba las calles londinenses tras mis gafas de sol.
-Así que el mayor es el peor de todos-tanteó. Sonreí-. ¿No es el mayor tu novio?
-Sí, pero Lou ya sabe cuánto lo quiero, y que a la mínima oportunidad lo critico. Lo pongo a vuelta y media estando él delante, imagínate cuando no está.
Se echó a reír a carcajadas.
-Ahora entiendo por qué los chicos tenían tantas ganas de que te conociera-negó con la cabeza, divertido, y continuamos charlando sobre mis amigos.

Llamaron a la puerta mientras yo metía las pizzas que había pedido en el horno, preparándome para tenerlas calientes cuando ellos llegaran. Era lo menos que podía hacer después de que me acogieran tan hospitalariamente.
Fui a decirles a Noe y Alba, con las que llevaba hablando por Skype cerca de dos horas, que los chicos venían a buscarme. Alba asintió, lista para esperar a ver a Liam, y Noe me dedicó un gesto aburrido.
-¿No tienen llaves de casa?-protestó cuando me fui. Le grité que no lo sabía, y me encaminé a la puerta.
Podría paga cara mi renovada costumbre de no mirar quién era el que llamaba antes de abrir la puerta de par en par, pero no aquella noche.
Les sonreí.
-Hola, chi...-empecé, pero me mostraron un ramo de flores y murmuraron un tímido:
-Perdón...
Fruncí el ceño.
-¿Por qué?
Cambiaron el peso de su cuerpo de un pie a otro, incómodos. Niall bajó la vista al suelo y estudió el celpudo, Zayn se rascó un brazo, Liam hizo pucheros, Louis se encogió de hombros y Harry me dedicó su típica sonrisa Colgate.
Dios.
Puto Harold, pensé, reprimiendo una sonrisa.
- Por lo de esta tarde-musitó uno de ellos, a juzgar por el tono, podría haber sido Niall. Pero la voz era más bien la de Harry. Y el acento era de Liam.
Joder, ¿desde cuándo se habían fusionado todos en una especie de super chico? Porque a mí nadie me había informado del cambio.
Me encogí de hombros, quitándole importancia, y me hice a un lado para que pasaran. Todos me besaron en la mejilla, Niall me tendió las flores como si me estuviera dando unas calificiones horribles del colegio y se sonrojó cuando le abracé.
-Oh, Nialler.
Me devolvió el abrazo y me acarició la espalda.
Louis me besó rápidamente en los labios. A ninguno de los dos nos gustaba enrollarnos delante de los demás, era como si fueran un club de sujetavelas. Y aquello no nos seducía particularmente.
-¿Les has dicho algo?-susurré, pero él negó con la cabeza.
-Me lo preguntaron, y yo se lo conté. Somos una banda, nena, ya sabes que...
-Eh, eh, eh. No estoy enfadada porque se lo hayas dicho-lo interrumpí, tomándole el rostro entre mis manos-. Simplemente quería saber si habías ido en plan ¡Joder, me habéis fastidiado mi polvo con Eri! o si lo contaste porque te lo preguntaron.
Sonrió.
-Me lo preguntaron.
-Entonces ya está. Ah, chicos-dije, alzando la voz para que todos me oyeran, sobre el barullo de saludos hacia las chicas. Estiraron las cabezas en un abanico, de forma que todos pudieran verme bien-, lo de las flores no hacía falta.
Empezaron a musitar que no importaba y que era lo menos que podían hacer, pero Louis me tomó de la cintura y me atrajo hacia sí.
-Así que... el mayor de ellos es el peor de todos-susurró, inclinándose y dejando su boca a escasos centímetros de la mía.
Sonreí.
-¿Es mentira?
Se echó a reír.
-No, la verdad es que no.
Y me besó suavemente.
Más tarde, por la noche, yo iría a su habitación antes de que todos nos juntáramos en la buhardilla para hacer una especie de fiesta de pijamas y dormir todos juntos allí. Me escurriría por la puerta abierta y esperaría a que él terminara de ponerse el pijama para empezar a hablar (porque dudaba poder decir algo coherente contemplando su torso desnudo).
-Quiero que sepas-empecé, acercándome a él y entrelazando mis dedos con los suyos-, que lo de esta tarde no ha sido un calentón. Bueno, no solo-sonreímos-, eso también, pero... Quiero hacerlo contigo, Lou, ¿vale? Llevaba una temporada pensando en ello, era como si estuviera delante de un problema muy grande y... bueno. He llegado a una conclusión. Que no te voy a contar-agregué, e hizo pucheros, suplicante, pero negué con la cabeza-. No, porque... no. Ni siquiera era porque estaba cabreada con mis padres. Era, bueno... porque eres tú. Y soy yo. Y tenemos esto... todo, y... ya sabes-jugué con la pulsera que me había regalado, la que nunca me quitaba, y él sonrió.
-Para leer tanto te expresas bastante mal.
-Es que estoy nerviosa.
-¿Te pongo nerviosa?-aquello le parecía más tierno que divertido. Asentí.
-Osea... ¡no! Estoy... bien. Solo quería decirte eso. Que me apetece mucho hacerlo, que estoy deseando que llegue el momento, y que estoy segura de que va a ser genial... porque tú eres genial. Y eso. Y si no fue esta tarde, pues no pasa nada. Otro día será. Porque será. Porque como me dejes antes de hacerlo, te juro que te mato. Te los corto, ¿me oyes? Te vas a acordar de mí.
Se echó a reír, se inclinó hacia mí y clavó sus ojos en los míos.
-Captado.
-Guay-dije, y apreté mi boca contra la suya.
-Ah, y Eri.
-¿Sí?
-No te voy a dejar-sentenció, acariciándome la nuca. Me estremecí y dejé que me besara suavemente para luego ir juntos hasta la buhardilla, donde Niall canturreaba acompañado por su guitarra y Liam preparaba la cama en la que iba a dormir.
Zayn y Harry habían salido de caza. Harry me había pedido que no se lo dijera a Noe, yo me encogí de hombros, y esuché cómo se desahogaba.
-Aunque seguro que le importa una puta mierda si ligo o no, igual que le importo una puta mierda yo en general. Me encogí de hombros, recordando que Noe se había desconectado de Skype solo para no tener que ver a Harry.
Esperaba que Harry ligara, que cabreara a Noe y tuvieran una bronca de las gordas.

Así los dos se darían cuenta de que todo era muchísimo más fácil de lo que pensaban, como había pasado con Alba y Liam.
O como nos pasaba a Louis y a mí.
Era cuestión de fé, confianza... y polvo de hadas. Vale, polvo de hadas no.
Pero teníamos un hada que se encargaría de que su sacrificio no hubiera sido en balde.
Porque Eleanor podría ser muchas cosas, incluso Danielle podía ser muchas cosas.
Pero en ese sentido las dos eran santas.

4 comentarios:

  1. Ame el capítulo, bueno amo todos los capítulos que leí de esta novela :)

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    1. Me alegro vida, espero que la sigas disfrutando tanto como yo disfruté escribiéndola <3

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  2. Puede que me la este leyendo por cuarta vez...o puede que no...
    En fin un amorr de novela lo haces de miedoo y voy a empezar Light Wings porque si es la mitad de buena que esta ya sera oficialmente la segunda mejor novela que he leido♡♡

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    1. Ay jo vida, muchas gracias, me alegro de que te guste... aunque no puede ser la mejor que hayas leído, es imposible.♥

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